Viviendo según el Evangelio

Capítulo 3
LA SINGULARIDAD DEL MORMONISMO


A los miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, o mormones como se les llama generalmente, en el pasado, y también frecuentemente en la actualidad, se les ha designado como un pueblo singular. ¿Por qué? ¿Qué es lo que los coloca aparte de la demás gente? ¿Cuál es la naturaleza de la singularidad de los mormones como pueblo? ¿Por qué características que los hacen singulares se distinguen suficientemente de numerosos otros buenos cristianos que pueden o no estar formalmente afiliados a una organización religiosa?

¿Es porque creen que el tabaco no es bueno para el cuerpo humano? ¿Es porque han señalado los efectos destructores que produce el consumo de licores alcohólicos? ¿Es porque creen que el domingo debe ser santificado? ¿Es porque creen que el diez por ciento de las entradas de uno debe pagarse a la Iglesia como diezmo?

¿O es porque la Iglesia tiene miles de misioneros predicando el Evangelio de Jesucristo entre las naciones de la tierra? ¿Podría ser porque estos misioneros, a diferencia de muchos otros representantes de otras denominaciones, pagan sus propios gastos mientras están fuera de sus casas haciendo la obra del Maestro? ¿O será porque los mormones creen que deben buscar los registros de sus antepasados para poder cumplir con ciertas ceremonias por los muertos en los lugares sagrados llamados templos? ¿Es porque algunas o todas sus creencias o dogmas particulares no son compartidas por los miembros de otras Iglesias? ¿Son los mormones un pueblo singular porque creen en estas cosas?

No, No podrían ser considerados un pueblo singular simplemente porque creen en ciertos principios u ordenanzas, porque en muchos otros grupos religiosos pueden encontrarse, por lo menos en parte, reflejos de creencias, dogmas y ordenanzas similares. Por el contrario, los mormones son un pueblo singular porque creen hasta el punto de practicar sus creencias. No son singulares porque tengan ideales altos y diferentes, sino porque hacen de estos ideales una parte de sus vidas. No es porque tienen creencias sino porque están determinados a vivir esas creencias.

No es tanto lo que creemos ni aun lo que decimos que creemos, lo que nos hace destacarnos de la multitud. Cuando vivimos habitual mente de acuerdo con nuestras creencias es que se nos señala inmediatamente como diferentes o singulares. Un santo de los últimos días que esté temporaria o permanentemente fuera de los centros del mormonismo, viviendo entre gente extraña a su fe, usualmente no es considerado singular o diferente hasta que se nota que su conducta diaria difiere notablemente de la del grupo. Las creencias extrañas a menudo son descartadas con un encogimiento de hombros, pero las normas diferentes de conducta, tales como las señaladas por una abstinencia persistente del uso del tabaco, bebidas fuertes, café y té, etc., siempre llaman la atención.

En concreto, ningún santo de los últimos días ha aparecido alguna vez como conspicuo o singular creyendo o aun proclamando su conocimiento de que el tabaco daña el cuerpo humano. Los mormones no son la única gente que sabe esto. En realidad, en esta era ilustrada sería extremadamente difícil encontrar a una persona reflexiva que no conociese los efectos nocivos producidos por el uso del tabaco. Sin embargo, lo que distingue a los mormones en es te aspecto es su abstinencia del uso del tabaco.

En realidad, cuando se afirma que lo que hace que los mormones sean singulares es su abstinencia del uso del tabaco más que su creencia de que el tabaco es nocivo, no debe deducirse que todos los miembros de la Iglesia se abstienen realmente. Naturalmente, aún hay muchos entre nosotros que no han permitido que el mormonismo influya hasta ese grado en la conducta de sus vidas diarias.

Con respecto al uso del alcohol podría hacerse una afirmación similar. Uno no necesita conocerla revelación conocida entre los santos de los últimos días como la Palabra de Sabiduría para saber que las bebidas alcohólicas son nocivas para el físico y la mente. Nuestra educación libre y universal ha convertido esto en conocimiento común hace mucho tiempo, Pero ninguna cantidad de conocimiento concerniente al uso del tabaco o del alcohol produce beneficio real hasta que es traducida en acción y se le permite rehacer nuestro modo de vida.

Aquí nuevamente la conducta mormona parece singular al ser comparada con la práctica de millones: los santos de los últimos días se abstienen consistentemente. Y evitan tomar aun las bebidas más populares, tales como el café y el té. En realidad, los mormones que están completamente convertidos no solo se abstienen de ciertas clases de comida y bebida mencionadas específicamente en la Palabra de Sabiduría, sino que agregan a la lista cualquier bebida que salga a la venta y que sea nociva en una forma u otra, porque no quieren habituarse a su uso.

Recientemente la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días ha recibido mucha publicidad favorable por medio de periódicos y revistas. Y ¿por qué se le destacó esta vez? Por haber organizado y hecho operar con buen éxito lo que se conoce generalmente como “Plan de bienestar de la Iglesia”. ¿Y qué es este plan? No es nada más ni menos que poner en práctica los principios que los cristianos de todas partes han profesado siempre creer; o sea, que somos y deberíamos tratar de ser los guardias de nuestros hermanos. Así vemos nuevamente que no fue la mera creencia o la aceptación de una doctrina lo que añadió algo a la singularidad de los santos de los últimos días. Fue más bien la determinación de traducir la creencia en acción, lo que llamó la atención sobre los mormones.

Tampoco debemos suponer que los mormones fueron los primeros en darse cuenta de que los principios del Evangelio de Jesucristo deben ser puestos en práctica antes de poder gozar plenamente de sus bendiciones. En todas las escrituras del Nuevo Testamento hallamos que se animaba a los santos de los días antiguos a hacer las mismas cosas que se les piden hoy día. Por ejemplo, Jesús enseñó una forma práctica de religión:

«Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la peña;

Y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y combatieron aquella casa; y no cayó: porque estaba fundada sobre la peña.

Y cualquiera que me oye estas palabras, y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena;

Y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, e hicieron ímpetu en aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina” (Mateo 7:24-27).

En la epístola a Tito leemos las instrucciones prácticas enviadas a las Iglesias de ese temprano periodo, mostrándoles cómo reajustar su actitud para la vuelta de Jesús y qué hacer, no meramente qué creer, para establecer y perpetuar su obra. En estas instrucciones de Pablo vemos a la Iglesia antigua aplicar su sublime entusiasmo a la vida común diaria.
“Porque la gracia de Dios que trae salvación a todos los hombres, se manifestó, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo templada, y justa, y píamente.
Esperando aquella esperanza bienaventurada, y la manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo,
Que se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad, y limpiar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:11-14).

Notemos particularmente el último versículo de esta cita: “para. . . limpiar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”.

Al leer toda la epístola a Tito resulta aún más evidente que su autor tenía la idea de que los santos de su día iban a llegar a ser un pueblo singular, no sólo por sostener ciertos dogmas, por muy nuevos o extraños que ellos parecieran en su época, sino al vivir de acuerdo con una norma buena y al distinguirse por su celo en las buenas obras.

Parece haber sido bueno y práctico aconsejar a los hermanos de los días antiguos para que viviesen una vida buena. Su día debe haber ofrecido muchos problemas similares a los del nuestro. No hay duda de que también para nosotros en esta generación moderna los consejos son muy necesarios y apropiados.

Una vez tras otra las enseñanzas de nuestro Salvador nos han dado el mandamiento de reformar el modelo de nuestra conducta y acciones y hacer que nuestras vidas estén de acuerdo con las enseñanzas del Evangelio. Cuán conocida es su afirmación, “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). Mostrándonos cómo podemos llegar a ser sus amigos, dijo, “Vosotros sois mis amigos, si hiciereis las cosas que yo os mando” (Juan 15:14). Y des tacando nuevamente la necesidad de poner en práctica nuestras creencias, y de vivir los mandamientos divinos, sus palabras registradas por Mateo son; “Porque todo aquel que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano, y hermana, y madre” (Mateo 12:50).

Aparentemente las enseñanzas de los dirigentes del Israel moderno están basadas en la misma filosofía religiosa, de lo cual tenemos un ejemplo sobresaliente en las palabras del presidente Heber J. Grant: “Para los santos de los últimos días hay sólo un sendero seguro, y ese es el sendero del deber. Lo que nos salvará a vosotros y a mí no es un testimonio, no es un plan de salvación – no es saber realmente que el Salvador es el Redentor, y que José Smith fue su profeta, sino guardar los mandamientos de Dios, viviendo la vida de un santo de los últimos días” (Conferencia General de abril de 1915). En toda la carrera del Presidente Grant como di rector de su pueblo, sus sermones y exhortaciones se caracterizaron consistentemente por este pensamiento fundamental» Lo que cuenta al final es vivir el Evangelio día tras día, y no sólo comprenderlo y creerlo.

No siempre es fácil mantener nuestros ideales en una forma práctica, Parece infinitamente más fácil llegar a ser “como el mundo”, es decir, seguir la línea de resistir menos y hacer lo que hacen los demás. Por otra parte, se necesita la fuerza verdadera de carácter para hacer frente a las prácticas comunes y aceptadas, y mantener nuestra conducta diaria de acuerdo con nuestros ideales. Esto es especialmente difícil cuando nuestros ideales y prácticas difieren mucho de aquellos que forman la base de un modelo social aceptado casi universalmente.

A veces oímos las sugestiones de personas, tanto dentro de la Iglesia como fuera de ella, que con toda sinceridad recomiendan que dejemos nuestras prácticas inocentes y seamos como el resto del mundo. Es obvio que estas personas no analizan la singularidad del mormonismo en la forma en que lo hemos hecho en este capítulo. Evidentemente no sienten como nosotros que la fuerza real del mormonismo no consiste solo en tener ciertas creencias, sino que reside esencialmente en una plena y sincera determinación de vivir persistentemente estas creencias.

El deseo de esquivar nuestras prácticas singulares no sería una señal de haber alcanzado ninguna clase de madurez, sino que constituiría una señal inequívoca de incertidumbre y degeneración. En gran medida, los santos de los últimos días parecemos tener un sentido interior que nos mantiene alerta ante la necesidad de continuar en el camino que hemos elegido para seguir, y de mantener nuestras vidas en armonía con las enseñanzas que hemos abrazado. Nos damos cuenta que para lograr la salvación aquí y en el más allá, es necesario algo más que palabras.

Que Dios conceda a todas las almas justas, a todos aquellos que diariamente están tratando de acercarse más a él, el deseo de continuar fieles en sus buenas obras; y a aquellos que tienen menos logros y dones, tanto la determinación como la fortaleza para reflejar en su conducta y acciones el amor de Jesús que se halla en sus corazones y su deseo de hacer de este mundo nuestro un lugar mejor para vivir para su honor y la gloria.

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