Viviendo según el Evangelio

Capítulo 8
ORACION (Continuación)

¿Cómo debemos orar?

Del alma es la oración,
El medio de solaz
Que surge en el corazón,
Y da eterna paz.
— James Montgomery.

Una oración verdadera puede no tener expresión vocal; por lo tanto la formalidad no es parte necesaria de ella. Sin embargo, todas las oraciones menos las privadas tienen una tendencia a volverse más o menos formales. Si hay en la oración una cualidad que los santos de los últimos días debemos tratar de conseguir, ha de ser la sencillez. Deberíamos tratar de revestir nuestros pensamientos y deseos con palabras propias, palabras que expresen más exactamente lo que realmente sentimos en el momento. Ciertamente esto sería mucho mejor que tratar de recordar las frases trilladas que se oyen tan a menudo en nuestras oraciones públicas. La multiplicación innecesaria de palabras en una oración no aumenta su belleza ni su efecto.

Si una oración es verdadera, no deberá serle difícil a la persona encontrar las palabras adecuadas para expresar sus pensamientos y sentimientos. La expresión sincera de nuestros pensamientos y sentimientos más íntimos se vuelve más y más como una confesión, la cual es buena para el alma. El Señor nos ha invitado repetidamente a aliviar nuestras almas confesando nuestras flaquezas ante él y nuestros hermanos.

George du Maurier opinó que las palabras no son realmente indispensables para la oración, y sugirió que podría haber oraciones sin palabras, tal como hay canciones sin palabras. También Amulek debe haber creído que a veces podemos orar sin usar palabras, porque dijo:

“Sí, y cuando no estéis invocando al Señor, dejad que rebosen vuestros corazones, orando constantemente por vuestro propio bienestar así como por el bienestar de los que os rodean” (Alma 34:27).

En cuanto a oraciones ceremoniales fijas, sólo tenemos dos: una para el bautismo y la de la bendición del pan y el agua de la Santa Cena. Cuando oímos domingo tras domingo pronunciar estas últimas bendiciones, debemos procurar que todos nosotros no sólo el presbítero o élder que hace la oración, estemos realmente orando. A menos que cada uno de nosotros pueda decir en verdad que ha orado sinceramente mientras los hermanos que oficiaban se inclinaban con la congregación, para nosotros individualmente esas oraciones no serán más que palabras inútiles y sin sentido.

¿Cuándo debemos orar?

“Nuestra cultura no es propicia para la oración. Es demasiado apresurada, turbulenta y compleja. Innumerables instrumentos hechos por el hombre se interponen entre Dios y nosotros y entre nosotros y su obra en la naturaleza. Los hombres de la antigüedad encontraban a Dios fuera del tráfico de la civilización―Moisés en el Monte Sinaí, Amos en las colinas de Judea mientras seguía su rebaño, Jesús en el desierto y en el Monte de los Olivos, José Smith en el bosque.

“No podemos cambiar nuestra cultura materialmente. Si deseamos tener una vida devota debemos por lo menos prestarle un poco de atención para que no desaparezca ahogada por las cosas que parecen oponérsele” (Lowell L. Bennion, Enseñanzas del Nuevo Testamento, pág. 117).

La oración debería ser habitual y constante. Como la oración es la vía de comunicación con Dios, siempre debemos considerar que estamos más o menos en actitud de orar, porque siempre nos hallamos en la presencia del Padre. Esto no significa que debemos estarle formulando peticiones todo el tiempo, sino más bien que, si en cualquier momento fuésemos a expresar con palabras nuestros sentimientos más íntimos, no tuviésemos que avergonzarnos por su falta de propiedad. Sin embargo, la mayoría de las personas oran sólo en ocasiones especiales. Estas pueden tener cierta regularidad, como antes de acostarnos por la noche o luego de levantarnos en la mañana; pero las oraciones dichas en tales ocasiones, aunque sean regulares, aún son oraciones ocasionales.

Hablando a su hijo Helamán acerca de mantenerse en contacto con nuestro Hacedor, Alma le aconsejó:

“Sí, y pide a Dios todo tu sostén; sí, sean todos tus hechos en el Señor, y dondequiera que fueres, sea en el Señor; sí, dirige al Señor tus pensamientos; sí, deposita para siempre en el Señor el afecto de tu corazón.
“Consulta al Señor en todos tus hechos, y él te dirigirá para bien; sí, cuando te acuestes por la noche, acuéstate en el Señor, para que él te cuide mientras duermes; y cuando te levantes en la mañana, rebose tu corazón de gratitud hacia Dios; y si haces estas cosas, serás exaltado en el postrer día” (Alma 37:36, 37).

Amulek también testificó sobre los buenos resultados de la oración constante (Véase Alma 34:19-27), Mucho antes Nefí había instruido a su pueblo en una forma similar:

“Más he aquí, os digo que debéis orar siempre, y no desmayar; que nada debéis hacer en el Señor, sin antes orar al Padre en el nombre de Cristo, a fin de que él os consagre vuestra acción, y vuestra obra sea para el beneficio de vuestras almas” (2 Nefi 32:9).

También podríamos leer las palabras de Jesús a los nefitas, que se hallan en 3 Nefi 18:18-23:

«En verdad, en verdad os digo que es necesario que veléis y oréis siempre, no sea que entréis en tentación, porque Satanás desea poseeros para cerneros como a trigo.

“Por tanto, siempre debéis orar al Padre en mi nombre;
“Y cuanto le pidáis al Padre en mi nombre, creyendo que recibiréis, si es justo, he aquí, os será concedido.
“Orad al Padre con vuestras familias, siempre en mi nombre, para que sean bendecidas vuestras esposas e hijos.
“Y he aquí, os reuniréis con frecuencia; y a nadie le prohibiréis estar con vosotros cuando os juntéis, antes les permitiréis que se alleguen a vosotros, y no se lo vedaréis; sino que oraréis por ellos, y no los desecharéis; y si sucediere que vinieren a vosotros a menudo, rogaréis al Padre por ellos en mi nombre”.

Además de sentirnos más o menos constantemente en una actitud de oración, a intervalos regulares deberíamos “conversar con el Señor” más formalmente. Los directores de la Iglesia aconsejan que observemos nuestras oraciones secretas (individuales) y nuestras oraciones familiares por la noche y por la mañana. En la conferencia general de la Iglesia de octubre de 1923, el presidente Heber J. Grant explicó la fuerza espiritual que tendrían todos los miembros de la familia si orasen regularmente como familia y como individuos. Estoy convencido ―dijo él― de que una de las cosas más grandes y mejores del mundo para mantener a un hombre sincero y fiel al evangelio del Señor Jesucristo, es suplicar secretamente a Dios en el nombre de su Hijo que se le conceda la orientación de su Espíritu Santo. Estoy convencido que el tener la oración familiar es una de las cosas más grandes que pueden suceder en cualquier lugar para que los niños crezcan en el amor a Dios y amor por el Evangelio de Jesucristo; no sólo ha de orar el padre de la familia, sino que también la madre y los hijos participen del espíritu de oración y de armonía, que estén sintonizados, por decirlo así, en comunicación con el Espíritu del Señor. Creo que hay pocos que se pierden, pocos los que pierden su fe si una vez han tenido un conocimiento del Evangelio y nunca han descuidado sus oraciones familiares y sus súplicas secretas a Dios.

En la vida de cada uno de nosotros hay momentos en que sentimos la necesidad de una bendición especial de manos del Señor. Cuando nos golpean la enfermedad, la muerte o los reveses económicos, nos damos cuenta con más claridad que de costumbre, cuánto dependemos del Señor para lograr la fuerza necesaria para enfrentarnos a las vicisitudes de la vida. Nuestra felicidad, aun nuestra vida misma, son en verdad dones de Dios. En cualquier clase de adversidad es bueno saber que el Señor es nuestro Amigo y que podemos hablar con él. No debemos permitirnos caer en el error de pensar que la oración es un último recurso para ser usado sólo en ocasiones especiales para pedir ayuda con los grandes problemas. Kahlil Gibran, autor de El Profeta, expresa en la siguiente forma sus pensamientos: “Oráis en vuestros problemas y en vuestra necesidad; ojalá oraseis también en la plenitud de vuestro gozo y en vuestros días de abundancia”.

El Nuevo Testamento indica el hecho de que entre los santos de la antigüedad que tenían el Sacerdocio, se usaba la oración para curar a los enfermos:

“¿Está alguno enfermo entre vosotros? llame a los ancianos de la Iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor” (Sant. 5:14).

En nuestros días ungimos a los enfermos; es decir, oramos por ellos con los mismos efectos benéficos.

“Y los que de entre vosotros estuvieren enfermos, y no tuvieren fe para ser sanados, más creyeren, serán nutridos con toda ternura, con hierbas y alimento sencillo, y esto no de la mano de un enemigo.
“Y los élderes de la Iglesia, dos o más, serán llamados, y orarán por ellos y les impondrán las manos en mi nombre; y si murieren, morirán para mí; y si vivieren, vivirán para mí.
“Viviréis juntos en amor, al grado de que lloraréis por los que mueren, y más particularmente por aquellos que no tienen esperanza de una resurrección gloriosa.
“Y acontecerá que los que mueren en mí, no gustarán de la muerte, porque les será dulce;
“Y los que no murieren en mí, ¡ay de ellos! porque su muerte será amarga.
“Y además, acontecerá que el que tuviere fe en mi para ser sanado, y no estuviere señalado para morir, sanara.
“El que tuviere fe para ver, verá.
“El que tuviere fe para oír, oirá.
“El cojo que tuviere fe para saltar, saltará.
“Y los que no tuvieren fe para hacer estas cosas, más creyeren en mí, tendrán el poder de llegar a ser hijos míos; y en tanto que ellos no violaren mis leyes, soportarán sus debilidades” (D. y C. 42:43-52).

Se dice que algunos portadores del sacerdocio tienen el don de sanidades. Cuando bendicen a los enfermos ejercen una fe tan grande que la persona que está enferma también aumenta su fe en el poder sanador de Dios. La única forma de hacer que la divina influencia curativa afecte favorablemente a los enfermos es mediante la fe en Cristo.

¿Quién debe orar?

Todos los hijos de Dios deben mantenerse en contacto con su Padre. No sólo los que están pasando por penalidades, no sólo los débiles, no sólo los pecadores deben pedir a Dios que les ayude. Los gozosos, los fuertes, los santos, todos deben caminar con el Señor en toda circunstancia. Aun Jesucristo, el Redentor del mundo, sintió la necesidad de la oración.

“Y ocurrió que Jesús se apartó de entre ellos un poco y se inclinó a tierra, y dijo:
“Padre, gracias te doy porque has dado el Espíritu Santo a éstos que he escogido; y es por su fe en mí que los he escogido de entre el mundo.
“Padre, te ruego que des el Espíritu Santo a todos los que crean en sus palabras.
“Padre, les has dado el Espíritu Santo porque creen en mí; y ves que creen en mí, porque los oyes que oran a mí; y oran a mí porque estoy con ellos.
“Y ahora, Padre, te pido por ellos, y también por todos los que han de creer en sus palabras, para que crean en mí, para que yo sea en ellos como tú, Padre, eres en mí, para que seamos uno” (3 Nefi 19:19-23).

Leamos también la ocasión de la agonía de Cristo según la relata S. Lucas en el capítulo 22 y versículos 39 a 44 de su evangelio. Notemos cómo sujeta su propia voluntad a la del Padre. Este es un buen ejemplo que debemos seguir en nuestras oraciones.

“Y saliendo, se fue, como solía, al Monte de los Olivos; y sus discípulos también le siguieron.
“Y cómo llegó a aquel lugar, les dijo: Orad que no entréis en tentación.
“Y él se apartó de ellos como un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró.
“Diciendo: Padre, si quieres, pasa este vaso de mí; empero, no se haga mi voluntad sino la tuya.
“Y le apareció un ángel del cielo confortándole.
“Y estando en agonía, oraba más intensamente; y fue su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”.

¿Son nuestras oraciones contestadas siempre?

Es inconcebible que un padre amoroso deje sin contestar las peticiones de sus hijos. Seguramente nuestro Padre Celestial ha de tener la misma consideración hacia cada uno de nosotros. La razón por la cual muchas personas creen que no todas las oraciones son contestadas es porque a veces la respuesta viene en una forma inesperada. Parece que algunas oraciones son contestadas en una forma fácil de reconocer. Otras son contestadas negativamente. A veces el Señor se ve en la necesidad de rechazar una petición, especialmente cuando su concesión sería dañosa para el solicitante.

Platón debe haber estado pensando en esta posibilidad cuando dijo: “Señor de los Señores, concédenos el bien, ya sea que oremos por él o no; pero evítanos el mal aunque oremos por él”.

Cuando nuestra súplica no parece obtener ni un sí ni un no definidos, conviene darnos cuenta de que por esperar pacientemente pueden sernos reveladas las razones por las cuales no nos fue concedido lo que pedimos. Si permitimos que nuestro Padre Celestial se encargue de todos nuestros asuntos, mostrándonos no sólo deseosos sino también ansiosos de trabajar con él, permitiendo que él nos use para sus propósitos justos, seguramente algún día sentiremos que, después de todo, Dios tenía razón.

Quizá no podamos explicar en detalle cómo opera la oración, pero no podemos dudar que surte sus efectos. Fue la sencilla fe de un muchacho de quince años lo que hizo poner a prueba el contenido del siguiente pasaje:

“Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, demándela a Dios, el cual da a todos abundantemente, y no zahiere, y le será dada.
“Pero pida en fe, no dudando nada: porque el que duda es semejante a la onda de la mar, que es movida del viento, y echada de una parte a otra.
“No piense pues el tal hombre que recibirá ninguna cosa del Señor.
“El hombre de doblado ánimo es inconstante en todos sus caminos” (Santiago 1:5-8).

Pensemos en los tremendos resultados espirituales que comenzaron con esa simple invitación de derramar el alma ante Dios. «La oración del justo, obrando eficazmente, puede mucho» (Sant. 5:16).

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