Conferencia General Octubre 1958
El deber de los miembros de la Iglesia

Por el presidente David O. McKay
Mis hermanos y hermanas, creedme cuando os digo que nunca jamás había sentido tan vivamente la necesidad de vuestra cariñosa cooperación y particularmente la orientación del Espíritu del Señor. Tengo en mis pensamientos y en el corazón la impresión de que la influencia religiosa, la sincera influencia religiosa en el corazón o vida del individuo, es la influencia más purificante del mundo. Estoy seguro que ese espíritu ha obrado en cada uno de los que nos han hablado en las sesiones anteriores de esta conferencia, y quisiera hacer hincapié en ello con vuestra ayuda y la inspiración del Señor en mi breve discurso esta ocasión.
Es una influencia admirable ver esta numerosa congregación y saber que el Salón de Asambleas también está completamente lleno y que miles y decenas de miles están escuchando por televisión y radio esta mañana.
En su oración—y opino que debe haber sido la oración más impresionante que jamás se pronunció en este mundo—Jesús dijo:
Y ya no estoy en el mundo; más éstos están en el mundo, y yo a ti vengo. Padre Santo, los que me has dado, guárdalos por tu nombre, para que sean una cosa, como también nosotros. . .
No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. (Juan 17:11, 15)
Hace algunos años, un presidente de estaca, al recibir su relevo honorable de la posición en que había servido diligentemente, se expresó de ésta manera: “Ahora se me ha reducido a simple miembro.” Le pareció que por el hecho de haber sido relevado, había perdido algo. Efectivamente, había perdido el privilegio de servir a los miembros de su estaca como presidente, porque ser presidente de estaca u ocupar cualquier otra posición en la Iglesia, es a la vez un honor así como una responsabilidad grande. Pero el ser “un simple miembro” es también una obligación y oportunidad grandes.
Uno se hace miembro por medio del bautismo, que es a la vez una sepultura y un nacimiento: la persona, “el hombre viejo” es sepultado con todas sus debilidades, sus pecados, si es que los tuvo, y nace de nuevo a novedad de vida. Las palabras ásperas, la crítica, calumnia, maledicencia, mal genio, avaricia, celo, odio, intemperancia, fornicación, mentira, fraude —todas estas cosas quedan sepultadas. Eso es parte de lo que está comprendido en el bautismo por inmersión. “El que no naciere otra vez no puede ver el reino de Dios”—le dijo Jesús a Nicodemo. Se sale del agua a novedad de vida, lo cual significa que en la vida nueva que tiene delante se esforzará por preservar la honradez, lealtad, castidad, benevolencia y hacer bien a todos los hombres.
El poeta Wadsworth una vez dijo de Milton: “Tu alma fue como una estrella y vivió aparte.” Esto es lo que pertenecer a la Iglesia hace por aquellos que viven de acuerdo con los ideales que profesan.
Santiago dijo que “la religión pura y sin mácula delante de Dios es ésta: Visitar los huérfanos y las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha de este mundo.” (Santiago 1:27.)
Esta obligación de guardarnos “sin mancha de este mundo” descansa sobre todos los miembros así como todos los oficiales.
Refiriéndose a sus apóstoles, Jesús oró: “Estos están en el mundo… no ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal.” En el Libro de Mormón, en el capítulo 42 de Alma, se nos explica por qué los hijos de Dios están aquí en el mundo, a saber, para mezclarse con los hijos de los hombres a fin de adquirir la experiencia que les permitirá volver a la presencia de Dios, y no para participar de los pecados del mundo. La misma noche en que pronunció esa hermosa oración, el Salvador dijo a sus apóstoles: “Confiad, yo he vencido al mundo.” Como sabía que pronto iba a volver a su Padre, les amonestó a que siguieran su ejemplo, rogando que no los quitase Dios del mundo, sino que los guardase de todo mal.
Jamás he conocido a un miembro de la Iglesia que no se haya expresado, y presentándose la ocasión, que no manifieste su disposición de defender su calidad de miembro, si fuera atacada esta Iglesia. He visto a muchachos, aparentemente indiferentes en cuanto a la actividad en la Iglesia, adelantarse cuando la ocasión lo requiere, y defender a la Iglesia de algún ataque. Todo esto es muy loable, pero quizá al mismo tiempo en que estaban haciendo esa defensa galante, había un algo en sus almas que debilitaba su fuerza para defender la verdad. Algunos árboles que permanecen erguidos en medio de los huracanes a menudo son víctimas de esos microbios destructores que apenas se pueden ver con el microscopio; y los enemigos más potentes del género humano en la actualidad son esos organismos microscópicos que atacan el cuerpo.
Obran en la sociedad ciertas influencias que están minando el carácter de los hombres y las mujeres de esta época. Son estas influencias invisibles que provienen del mundo las que influyen en nosotros cuando estamos menos prevenidos para defendernos, y cuando no resistimos la invasión de estas influencias perversas, debilitamos nuestra posibilidad de defender la Iglesia de Cristo. Esta es una obra individual. Lo que es el individuo, tal es el conjunto. Jesús influyó en los individuos, sabiendo que si un individuo es puro y fuerte, mil individuos pueden constituir una comunidad saludable y mil comunidades una nación fuerte. ¡Ese es el fruto de la responsabilidad individual!
Hace algún tiempo, un grupo de amigos se paseaban en automóvil por un hermoso valle, no lejos de Salt Lake City. Pasaron junto a un trigal. Los impresionó mucho ver aquel hermoso campo de trigo, y uno del grupo expresó su admiración de la lozanía que se manifestaba en aquel campo y lo juzgó desde un punto de vista general. Allí estaba aquel sembrado, aparte y completamente distinto del ambiente estéril que lo rodeaba. Pero otro de los miembros del grupo no quedó satisfecho con la comparación general. Pidió que detuvieran el vehículo. Se bajó, y examinó las espigas individuales y exclamó: “¡Qué espigas tan grandes!” Había cortado una espiga individual que le había causado esa impresión. Pero no quedó conforme. Restregó la espiga entre las manos, sopló para quitar la paja y examinó cada grano. Continuó, diciendo: “Los granos están bien formados y macizos.” De modo que al fin de todo, la verdadera prueba del trigal estribaba en cada grano individual; y así sucede en una comunidad, y lo mismo en la Iglesia.
La prueba de la eficacia del pueblo de Dios es individual.
“¿Qué está haciendo cada cual—debe uno preguntarse—para hacer crecer en el mundo el grupo que es conocido como la Iglesia de Cristo? ¿Está viviendo de tal manera que se conserva sin mancha de los pecados del mundo?” Dios quiere que estemos aquí. Su plan de redención, en lo que a nosotros concierne, está aquí; y nosotros, mis correligionarios de la Iglesia de Cristo, tenemos la responsabilidad de testificar al mundo que la verdad de Dios ha sido revelada; que los hombres y las mujeres pueden vivir en este mundo libres de contaminación de los pecados que en él hay, por seguir, hasta donde humanamente sea posible, los pasos que por dos años y medio Jesús señaló en su tiempo.
Ahora bien, ¿qué queremos decir con el mundo? Supongo que el mundo se refiere a los habitantes que se hallan distanciados de los santos de Dios. Son extranjeros en cuanto a la Iglesia, y es del espíritu de este distanciamiento del cual debemos conservarnos limpios. El apóstol Pablo nos recomienda no vivir según la manera del mundo. A Timoteo le fue amonestado que no participase de los pecados del mundo. Citaré uno o dos pasajes:
Huye también de los deseos juveniles; sigue la justicia, la fe, la caridad, la paz con los que invocan al Señor de puro corazón. (2 Timoteo 2:22)
Nos es dicho que Sion significa los de corazón puro, y la fuerza de esta Iglesia estriba en la pureza de los pensamientos y vidas de sus obreros. Así es como el testimonio de Jesús permanece en el alma, y cada individuo recibe la fuerza que necesita para resistir los pecados del mundo.
Las tentaciones se presentan en nuestras reuniones sociales. Nos asechan en nuestras bodas; en nuestros asuntos políticos; en nuestras relaciones comerciales; en los campos; en los establecimientos mercantiles, en nuestros tratos en todo aspecto de la vida. En nuestras asociaciones dentro del hogar hallamos que esas influencias perniciosas están obrando, y cuando se manifiestan a los sentidos de cada individuo, es cuando debe imponerse la defensa de la verdad.
Quizá nunca tengamos una oportunidad extraordinaria de defender la Iglesia. Quizás no sea, como dice nuestro himno,
en alta mar, ni donde honor habrá;
quizás no sea en lucha cruel do Cristo me mandará;
mas cuando su voz me llamará a sendas que yo no sé,
contestaré con amor: Señor, doquier que me mandes, iré.
Cuando esa vocecita apacible y dulce nos llama a que cumplamos con un deber, aun cuando nos parezca insignificante, y nadie, salvo el individuo y Dios, sabe que ha cumplido, aquel que lo hizo ha sido fortalecido en proporción. La tentación suele venir en igualmente sigilosa manera. Quizá nadie más que el individuo y su Dios sepan que se ha dejado vencer por ella. Pero si cede a la tentación, hasta ese grado se debilita y se mancha con los pecados del mundo.
Me permitiré citaros un ejemplo: Un misionero joven fue invitado a una boda en un país extranjero en la cual dos de sus amigos fueron unidos en matrimonio. Un ministro de otra iglesia efectuó la ceremonia. Este joven era el único miembro de la iglesia mormona que se hallaba entre aquel grupo de cien o más huéspedes alrededor de la mesa en el hotel. Al lado de cada plato se había colocado una copa de vino bien llena y también un vaso de agua. Después de la ceremonia, y hallándose sentados todos los invitados, el ministro se puso de pie y dijo: “Ahora propongo que la compañía beba a la salud de la pareja recién casada.”
Todos se levantaron. En esas condiciones, no era sino propio que este joven bebiera el vino. Sin embargo, era misionero. Pertenecía a una Iglesia que predica una Palabra de Sabiduría. La ciencia ya ha comprobado que efectivamente es una Palabra de Sabiduría. Eso era lo que estaba predicando y pretendiendo llevarlo a la práctica. Aquí se le presentaba la ocasión para participar. Nadie sabría; por cierto, al parecer la ocasión lo exigía; sin embargo, resistió. Llegó el momento de defender su Iglesia y eso fue precisamente lo que hizo. Tomó en sus manos el vaso de agua. Algunos de sus amigos alrededor de él, bajando el vaso de vino, siguieron su ejemplo, y por lo menos una media docena de aquellos vasos de vino permanecieron llenos sobre la mesa. Otros lo vieron, y de la circunstancia surgió una oportunidad excelente para conversar con aquellos huéspedes acerca de la Palabra de Sabiduría.
Pues bien, ¿quedó humillado? No, antes fue fortalecido. ¿Se sintieron apenados los huéspedes? No. ¿Sintieron deseos de reprocharlo? En ningún sentido. La admiración reemplazó la crítica, como suele suceder en el corazón de hombres y mujeres inteligentes y temerosos de Dios.
Los que se convierten a la verdad salen de las aguas del bautismo con una mirada en su semblante —especialmente después de ser confirmados—que jamás se había manifestado en ellos. Comprenden que han tomado sobre sí el nombre de Cristo y que han hecho convenio de marchar de acuerdo con los ideales de su evangelio. Durante la Escuela Dominical y las reuniones sacramentales, se les permite hacer un convenio, igual que cualquier otro miembro de la Iglesia. En presencia de sus correligionarios, hacen convenio ante Dios que están dispuestos a tomar sobre sí el nombre del Hijo, recordarlo siempre y guardar sus mandamientos que Él le ha dado, y de esta manera poder tener siempre el Espíritu del Señor con ellos. Esa es la religión verdadera.
¡Qué convenio tan importante para todo miembro! ¿Es él una persona virtuosa en cuanto a sus pensamientos y hechos? ¿Está tratando honradamente con su prójimo en la compra y venta de ganado, en la compra de alguna finca, en toda transacción comercial? Si cree en los convenios que ha hecho, si cree en la eficacia de la Iglesia a la cual pertenece, se ha comprometido a hacer estas cosas. Si es llamado a una posición prominente, tiene el deber de ser fiel, y tiene mayor obligación aún de dar el buen ejemplo a otros. Puede darse el caso, sin embargo, de que no sea llamado. No obstante, el hecho de ser miembro de la Iglesia de Jesucristo lo compromete a que cumpla con estos altos ideales. Solamente en esta forma puede la religión llegar a ser la fuerza de mayor influencia y potencia en la vida.
Generalmente se entiende que todo miembro de la Iglesia debe ser misionero. Probablemente no sea comisionado para ir de casa en casa, pero sí está autorizado en virtud de ser miembro, para dar un ejemplo correcto como buen vecino. Sus vecinos lo están mirando. Los vecinos están mirando a sus hijos. Es una luz, y tiene el deber de no esconder esa luz debajo de un cesto, antes debe ponerla en lo alto de un cerro a fin de que todos los hombres sean guiados por ella.
He aquí un buen ejemplo de como un miembro puede predicar por medio del ejemplo:
Hace más de cien años, un hombre de unos cuarenta años de edad que ya había logrado alguna distinción como escritor, supo de una compañía de mormones que iban a zarpar del muelle de Londres cierto día de junio de 1861. El hermano Jorge Q. Cannon tenía a su cargo esa compañía de mormones. Era un barco para inmigrantes. Este eminente escritor, Carlos Dickens, en aquella época estaba escribiendo la obra que más tarde llevó el nombre de “The Uncommercial Traveler”. Tomó su cuaderno y se dirigió al muelle. Los que habéis leído este libro recordaréis cómo describe los muelles y las personas que suelen congregarse en esos lugares. Recibió permiso del capitán para abordar la nave que había sido alquilada para llevar a ochocientos mormones allende el mar rumbo a Lago Salado.
Notó que algunos de los pasajeros venían de Gales, otros de Escocia, algunos de Yorkshire y otros de cerca de Londres. Oyó al inspector llamar sus nombres: Jesse Jobson, Sofronia Jobson, miembros de la Iglesia. El siguiente grupo: Susana Cleverly, Guillermo Cleverly, etc., miembro tras miembro sin ninguna posición oficial, entró en el barco. Dickens descendió a la cubierta de abajo y luego subió a la cubierta alta para investigar. Estudió a cada grupo y a cada individuo cuidadosamente. Entre otras cosas, dijo:
Nadie está malhumorado. Nadie está borracho. Nadie maldice o emplea palabras ásperas. Nadie parece estar triste. Nadie está llorando, y en la cubierta baja, en todo rincón donde les es posible hallar un pequeño espacio para ponerse de rodillas, sentarse o acostarse—todas ellas posiciones incómodas para escribir cartas—la gente está escribiendo cartas.
Entonces añade:
Yo había visto muchos barcos de inmigrantes antes de esta fecha particular de junio; y esta gente es tan notablemente diferente de todas las demás que he visto en circunstancias semejantes, que tengo que preguntarme en alta voz: ¿Qué clase de gente diría un extranjero que es esta?
Luego sigue diciendo:
¿Qué espera a esta pobre gente a orillas del gran Lago Salado? En qué feliz sueño se encuentran ahora, qué ceguedad tan miserable encontrarán cuando abran los ojos, no me atrevo a decir. Yo subí a ese barco para dar testimonio contra ellos, sí lo merecían—y de ello estaba plenamente convencido. Grande fue mi sorpresa al descubrir que no lo merecían; y mis predisposiciones y tendencias no deben afectar mi honradez como testigo. Me bajé de la nave con el sentimiento de que era imposible negar que hasta ese punto cierta influencia admirable había producido un resultado notable, el cual a menudo no han podido lograr otras influencias mejor conocidas.
Mis estimados correligionarios, miembros sin posición de la Iglesia de Jesucristo, ¿qué habría sido de este testimonio de hace cien años, de este autor de fama mundial, si aquellos miembros de la Iglesia, el hermano Jobson, la hermana Jobson y esa otra gente humilde de Gales no hubiesen observado los principios de buena conducta en la Iglesia? ¿Qué habría pasado si hubieran tomado el nombre del Señor en vano? ¿Si hubiesen maldecido? ¿Si Carlos Dickens los hubiera visto reñir? Al contrario, no oyó una sola palabra mala. No oyó ninguna riña ni ninguna disputa. Se vio obligado a decir: “Cierta influencia admirable ha producido un resultado notable en la vida de esta gente inglesa, el cual a menudo no han podido lograr otras influencias mejor conocidas”.
En otras palabras, cierta influencia había cambiado las vidas de aquellos hombres y había causado que las mujeres y los niños fuesen mejores de lo que habían sido antes. Esa es la misión del evangelio de Jesucristo: convertir en buenas gentes a los hombres y mujeres de malos pensamientos, y causar que los buenos hombres y mujeres sean mejores. En otras palabras, cambiar la vida de los hombres, cambiar la naturaleza humana.
Beverly Nichols, bien conocida autora, escribe impresionantemente acerca del cambio de la naturaleza humana:
Se puede cambiar la naturaleza humana. Ningún hombre que ha sentido dentro de sí el Espíritu de Cristo, aun cuando sea por un medio minuto, puede negar esta verdad grande en medio de un mundo de mentiras pequeñas. Puedes cambiar la naturaleza humana, tu propia naturaleza humana, si te entregas a Él. Negar esto no es sino proclamar que eres un necio sin educación.
La naturaleza humana se puede cambiar aquí mismo.
Se ha cambiado la naturaleza humana en lo pasado.
La naturaleza humana tiene que sufrir un cambio en enorme escala en lo futuro, si es que el mundo no va a ahogarse en su propia sangre.
Y solamente Cristo puede efectuar el cambio. . .
Doce hombres lograron cambiar mucho el mundo hace mil novecientos años. Doce hombres sencillos que no tenían más que el viento para que los llevase sobre los mares, no contaban más que con unos cuantos centavos en el bolsillo y una fe resplandeciente en su corazón. Les faltó mucho para cumplir su ideal. Sus palabras fueron tergiversadas y escarnecidas y se erigieron templos falsos sobre sus huesos para honrar a un Cristo que ellos habrían rechazado. Y sin embargo, a raíz de su inspiración se han creado muchas de las cosas más hermosas del mundo y muchas de las mentes más nobles del mundo han sido inspiradas.
Si doce hombres lograron esto hace mil novecientos años, ¿qué no podrían efectuar doce hombres en la actualidad? Porque Dios nos ha dado ahora el poder para lanzar la voz a través del espacio, para transmitir los pensamientos de un cabo de la tierra hasta el otro. ¿Qué diremos? ¿Qué pensaremos? ¡Ese es el problema!
Ser miembro de la Iglesia, aun cuando sea sin ninguna posición, significa que todo hombre ha de ser un caballero cristiano, que todo esposo sea fiel a los ideales de la castidad; que todo hombre y mujer joven se refrene de usar el tabaco, las bebidas alcohólicas y se conserve a sí mismo sin mancha de los pecados del mundo. Esto es lo que el mormonismo significa en la vida diaria. Si sois llamados a prestar servicio en cualquier posición, hacedlo. Si sois relevados, aceptad vuestro relevo, recordando siempre que la Iglesia se ha establecido para vuestro beneficio y el beneficio y felicidad de vuestros hijos y los hijos de vuestros hijos. Si vivís de acuerdo con estos humildes principios, sujetándoos a los convenios que hicisteis en las aguas del bautismo y desde entonces en las reuniones sacramentales, y muchos de vosotros en la casa de Dios—habéis cumplido una misión noble y Dios os premiará.
Sienta todo miembro de la Iglesia esta transformación en su vida, y llegue a vivir de tal manera que otros, viendo sus buenas obras, puedan glorificar a nuestro Padre que está en los cielos, humildemente ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
























