¿Puede reemplazarse el Cristianismo?

Conferencia General Octubre 1958

¿Puede reemplazarse el Cristianismo?

por Stephen L. Richards
de la Primera Presidencia


Mis queridos hermanos, hermanas y amigos: Me uno a la bienvenida y saludo que os ha extendido el presidente McKay. Respondo humildemente al llamamiento de hablaros en esta sesión inicial de nuestra conferencia con alguna inquietud, pensando en que muchos de vosotros estaréis esperando el acostumbrado sermón inspirado del Presidente que suele dar principio a estas conferencias. Amonesto a aquellos que esperan sus palabras, a que seáis pacientes, porque seréis recompensados ampliamente en una de las sesiones posteriores.

Me tomo la libertad de dirigir mis palabras principalmente a nuestros amigos que nos honran con escuchar la conferencia por radio y televisión. El mensaje que tengo para ellos lo expresaré con franqueza, esperando que no confundan esta franqueza con falta de respeto hacia ellos y sus creencias. Solamente hablando sin evasivas podré lograr contribuir algo.

Hace algún tiempo, un miembro de mi familia me envió un artículo crítico escrito por un Sr. Edmundo Fuller en una publicación que se llama Saturday Review. El escritor dirige su crítica contra el esfuerzo que se está haciendo para satisfacer lo que el autor llama un “hambre general de religión”, con libros, artículos y presentación ante el público de personas que gozan de fama nacional, por medio de lo cual se está efectuando una propaganda a favor de lo que él llama (y cito sus palabras) la “buena vida”, “tranquilidad de la mente”, “manera positiva de pensar” y “la vida feliz”.

A lo que el autor se opone tan vehementemente no es tanto a esta propaganda a favor del optimismo de la “tranquilidad de la mente” y la “manera positiva de pensar”, sino más bien que a este optimismo psicológico se le dé el carácter, o forma de interpretación, o substituto de la verdadera religión cristiana.

Manifiesta honda preocupación por esto, no tanto porque dichos propagandistas están tomando de un público mal informado y de poca reflexión, millones de dólares mediante la venta de sus libros y servicios, sino más bien que estas víctimas poco informadas de su propaganda están perdiendo algo mucho más importante que su dinero, a saber, un concepto inteligente y verdadero de la religión y del cristianismo.

Este crítico, el Sr. Fuller, pregunta: “En todo este cenegal de testigos falsos, sea que se busque la vida próspera y feliz o un sentimentalismo azucarado, ¿dónde están los grandes e históricos temas fundamentales y palabras del cristianismo acumulados con el transcurso de las edades? ¿Dónde están los conceptos de la Trinidad, la Encarnación, el convenio, expiación, redención, salvación, pecado, ofrendas, juicio, adoración, sacramento, sacrificio, comunión y la idea de lo Santo?”

En forma general concuerdo con esta crítica. Sin embargo, me parece que el señor Fuller posee únicamente información fragmentaria, en lo que respecta a la verdadera religión cristiana, y también creo que esas tendencias que él analiza y critica resultan—y en parte son toleradas por la gente del mundo—de la insuficiencia de un entendimiento adecuado de los conceptos vitales de la religión verdadera.

No es raro oír y ver publicarse la información de que el mundo tiene sed de venir a Cristo, y que sólo Él puede salvar al mundo. Por supuesto, nosotros nos subscribimos a estas afirmaciones; pero impugnamos, con amplia justificación, la interpretación de Cristo y sus enseñanzas que se ha estado inculcando en la gente por largos años. Opino que tenemos razón para atribuir a esta interpretación inadecuada muchos de los esfuerzos que se hacen para encontrarle substitutos a la verdadera fe cristiana, así como el que esa fe no se haya alojado verdaderamente en el corazón de innumerable personas.

No criticamos a ninguna alma honrada por escoger su religión y vivir de conformidad con ella; pero cuando está disponible la verdad, sostenemos que a todo individuo, debería y debe presentársele la verdad acerca de la religión cristiana, dondequiera y cuandoquiera que lo permitan las circunstancias, a fin de que pueda ejercer adecuadamente su libre albedrío y facultad para escoger. Juzgamos, que a los ojos de Dios el individuo no está definitivamente sujeto por la elección que haga sino hasta que tenga tal oportunidad. Convenimos con el Sr. Fuller, nuestro crítico, que es una imposición intolerable, para aquellos que ni lo saben ni lo sospechan, ofrecerles lo que él llama “alimento artificial,” para satisfacer su hambre religiosa; pero nosotros no paramos allí. Creemos que es igualmente una imposición dar una interpretación incorrecta e injustificada de Cristo y su evangelio al que no está informado; y creemos que durante muchos siglos se ha conservado en la obscuridad a generación tras generación de la raza humana, y se le han negado las verdades salvadores del evangelio por causa de estas interpretaciones falsas. Por cierto, atribuimos la condición actual del mundo y la limitada aceptación de la verdadera fe cristiana, principalmente a la ignorancia del evangelio verdadero.

No estamos en posición de juzgar cuanta tolerancia debe manifestarse hacia los errores de interpretación y práctica en lo pasado, en lo que respecta a los discípulos de Cristo. El Señor juzgará y su juicio será recto y misericordioso. Nos sentimos constreñidos a deplorar los resultados de estas interpretaciones incorrectas.

Las revelaciones predicen las consecuencias que literalmente han ocurrido. Isaías previo las condiciones así como los resultados. Recordaréis esta impresionante y portentosa afirmación:

Porque este pueblo se me acerca con su boca y con sus labios me honra, mas su corazón alejó de mí, y su temor para conmigo fue enseñado por mandamientos de hombres:

Por tanto, he aquí que nuevamente excitaré la admiración de éste pueblo con un prodigio grande y espantoso… (Isaías 29:13, 14)

El Salvador corrobora esta notable declaración en Mateo 15: 8, 9, e igual cosa hacen las revelaciones y profecías de los tiempos modernos. En marzo de 1831, cuando todavía no cumplía un año la organización de la Iglesia, el profeta José Smith recibió del Señor una afirmación llena de consuelo y ánimo, en la que reiteró las predicciones que se habían hecho siglos antes, y la cual dice:

Y cuando viniere el tiempo de los gentiles, resplandecerá una luz entre los que se encuentran en las tinieblas, y será la plenitud de mi evangelio. (Doc. y Con. 45:28)

Esa luz, mis hermanos y hermanas y amigos, ha venido al mundo. Es la luz de la revelación, y mediante la revelación ha venido la interpretación verdadera de Cristo, su misión y su evangelio. Todos los hombres de todas las naciones, comprendidos en la familia del Padre Eterno, tiene el derecho, según su decreto, de recibir la luz y un entendimiento del orden verdadero revelado del reino de Dios.

La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, establecida bajo la dirección del Padre y del Hijo, es el custodio de los principios revelados del evangelio restaurado y de la autoridad para administrar sus ordenanzas bajo comisión divina. Comprendo que muchos considerarán este pronunciamiento como extremado y presuntuoso. Si lo hacemos, es porque la revelación nos constriñe a ello.

Os aseguro que nos sería mucho más fácil tratar de ganar una reputación de personas tolerantes, modificando y mejorando nuestra posición. Si tal cosa hiciésemos, nosotros y nuestro mensaje seríamos de poco valor a nuestros hermanos y hermanas en el mundo y, a la vez, seríamos desleales a nuestra comisión.

La revelación es el fundamento de nuestra fe. No nos da vergüenza declarar que el Señor ha hablado por medio de sus profetas, como lo hizo en épocas pasadas. ¿Por qué les ha de ser tan difícil a los hombres aceptar la revelación? Supongo que será porque les parece innatural que se reciban mensajes del mundo invisible; pero ciertamente, no es más innatural en la actualidad que en lo pasado, y son pocos los que negarán la necesidad de la orientación de Dios en el mundo hoy.

Creo que el apóstol Pablo tenía la inspiración para prever las condiciones del mundo cuando expresó su definición famosa del evangelio: “Porque no me avergüenzo del evangelio: porque es potencia de Dios para salud a todo aquel que cree. . .” (Romanos 1:16) Debe haber previsto que los hombres, faltándoles la fe, se avergonzarían del evangelio de Cristo, y particularmente de la revelación, el método aparentemente innatural por medio del cual el Señor se comunica con el hombre.

Pues bien, afirmamos que no hay religión verdadera sin revelación. Los hombres podrán instituir toda clase de sociedades, asociaciones y establecimientos; pero los hombres, de sí mismos, no pueden crear el evangelio de Cristo y el Reino de Dios. Esta es una función divina limitada únicamente al poder divino.

Humildemente ofrezco esta conclusión a mis amigos con la esperanza y oración de que reconozcan la lógica y verdad que encierra, y despierten en sí mismos la fe suficiente para aceptar la revelación como la base de toda la religión verdadera, así como de la interpretación del evangelio. Aseguro a todos mis amigos que nos escuchan, que esta custodia de la verdad y comisión divinas no es un encargo liviano. Es pesado, pues lleva la carga de una responsabilidad institucional tanto como personal, ni superada ni igualada, en mi opinión por las responsabilidades de otra gente o causa.

Todos nosotros, dentro de la Iglesia Restaurada de nuestro Señor, consideramos esta responsabilidad de la manera más seria.

La asunción de la responsabilidad de ser miembros de la Iglesia a menudo efectúa un cambio radical en la manera de vivir, comportamiento y filosofía. La obligación que sienten los miembros de consagrarse y dedicarse a sí mismos a la diseminación de lo que las revelaciones llaman “conocimiento puro” entre los habitantes del mundo se convierte en una obsesión, no fanática, sino práctica.

En el concepto de cada miembro existe el reconocimiento de una deuda, una deuda que se ha de pagar no tanto al que otorgó el don recibido, sino en términos de esfuerzos sinceros por dar a otros la luz y verdad que alguien le ha traído a él.

Muchas personas han preguntado: “¿Cuál es la filosofía que sostiene su maravilloso sistema de misioneros?” Acabo de exponerla. Es el reconocimiento de la obligación y propósito nobles de extender el conocimiento de la verdad, deseo nacido del agradecimiento por las bendiciones recibidas.

Esta condición produce ánimo y entusiasmo hacia la obra misionera, y para lo que muchos es uno de sus aspectos más raros, es que el entusiasmo no se desvanece. No muere periódicamente y entonces tiene que revivirse. Persiste. ¿Y por qué? Primero, creo que es por motivo de una convicción absoluta e indiscutible en la causa. Y en segundo lugar, por razón del amor hacia la humanidad que el evangelio engendra: que todos son en realidad de la familia de Dios y que este parentesco nos hace hermanos de todos los hombres.

Ojalá que tuviese yo manera de hacer que todos nuestros amigos que nos escuchan conocieran la profundidad de la convicción que impele a los miembros de la Iglesia a llevar a cabo su importante obra en el mundo. Quizá sea falta de delicadeza citar un caso personal con objeto de intentar hacer que mis amigos entiendan este asunto. Espero, sin embargo, que seréis tolerantes conmigo si os lo relato.

Hace más de cincuenta años que entré en la práctica de mi carrera como abogado con un amor profundo hacia mi profesión y una ambición por largo tiempo añorada de lograr el éxito. Pasé por lo que comúnmente se llama el periodo de hambres, y después de trece años alcancé un éxito modesto, por lo menos lo suficiente para animarme y sostener mis esperanzas para lo futuro.

Un día, mientras me hallaba en mi oficina, recibí una llamada telefónica. Se me informó que el Presidente de la Iglesia deseaba verme inmediatamente. Fui, de acuerdo con lo solicitado, a una reunión en el Templo, donde el Presidente de la Iglesia, sus consejeros y el Consejo de los Doce Apóstoles estaban presentes. El Presidente de la Iglesia me avisó que yo había sido escogido para ser miembro del Quorum de los Doce Apóstoles y entonces preguntó si deseaba yo aceptar esta posición. Obedeciendo mis conceptos y convicciones concernientes al gobierno de la Iglesia, acepté y se me confirió este puesto por ordenación.

En el espacio de veinte minutos había sido cambiado todo el curso de mi vida. Quedaron abandonadas mi carrera profesional y ambiciones, y por más de cuarenta años me he dedicado al ministerio de acuerdo con mi llamamiento, aunque nunca había tenido preparación anterior, como el que dan las iglesias del mundo para una empresa como ésta.

Cito esta circunstancia meramente como ejemplo de lo que ocurre todos los días en la Iglesia Restaurada de Cristo. Por supuesto, no se escogen apóstoles todos los días, pero diariamente se está llamando a los miembros legos, así llamados, para que oficien en posiciones de confianza y honor. En numerosos casos estos llamamientos vienen acompañados de cambios importantes de ocupación y profesión, y en algunos casos, como en del llamamiento de los presidentes de misión y los misioneros, requiere que abandonen completamente durante algunos años toda ocupación producente y asuman una responsabilidad considerable a fin de cumplir con el llamado.

El punto que deseo destacar, y me parece que debería ser suficientemente claro a nuestros amigos, es que los hombres no hacen estas cosas sin estar completamente convertidos y sin tener una convicción completa de la certeza del curso que siguen. Comprendo que hay muchos que dirán que la sinceridad de creencia no es suficiente prueba de la verdad. Sin embargo, hay por lo menos dos conclusiones legítimas justificables que nuestros amigos pueden deducir de las circunstancias que acabo de mencionar. La primera es la innegable evidencia de esta convicción en la justicia de su causa y propósito, no fácilmente duplicada en otras causas; y el segundo punto en que basamos nuestra apelación a nuestros hermanos y hermanas del mundo es que las circunstancias justifican una investigación. A nuestros misioneros que andan por el mundo, eso es todo lo que se les recomienda que aconsejen a la gente que visitan: investigad, sabed de vosotros mismos, leed vuestras propias Biblias. No disminuya vuestro amor hacia Dios, Cristo y vuestros semejantes, antes estudiad e investigad la religión cristiana a la luz con que la baña el evangelio restaurado.

¿Hay razón alguna para que el verdadero investigador de la verdad se oponga a estos dos elementos: una sinceridad y convicción demostradas por parte del misionero y una invitación para escuchar e investigar el mensaje?

Deseo ahora extender mis palabras a un aspecto adicional del tema. Opino definitivamente que el hambre religiosa de la gente, como la llama el Sr. Fuller, no puede satisfacerse con la interpretación actual del Cristo que ofrecen muchos de los que profesan el cristianismo. Todos lo proclaman como un maestro. La mayor parte de ellos asevera que es el Salvador del género humano, y todos lo revisten con los más altos y nobles atributos. No obstante, un número sumamente grande adora ante el santuario de sus atributos, mas niega la soberanía del rey.

En mi humilde opinión, lo que el mundo tan urgentemente necesita es un concepto y reconocimiento actuales y efectivos de Cristo como Señor de esta tierra, como Legislador y Juez. Si llegase a ser reconocido como el autor y forjador de todos los códigos morales y de toda justicia, y si se reconociera que la infracción de su ley es pecado, estoy seguro que habría menos violación de la que vemos hoy, y se vería mucho menos tolerancia hacia esta violación que hoy está deteriorando la moralidad de las naciones. Cristo salvará al mundo únicamente cuando los hombres y mujeres del mundo                se coloquen en posición tal que puedan ser salvos. Es inconcebible que Él pueda desviarse de las leyes inexorables de justicia que desde el principio hasta el fin ha establecido para el género humano.

Cuando los hombres pecan, nada puede substituir el arrepentimiento como el medio de traerles una restauración de las bendiciones que han perdido. De manera que cualquier interpretación del Cristo que, como Señor de la tierra, le otorgue un juicio caprichoso y variable, fundado en la gracia y piedad así llamadas, es nocivo e incorrecto.

El evangelio verdadero no es un sedante espiritual. Es un reto lanzado a la fuerza y voluntad del género humano de entrar en un convenio eterno con mandamientos y promesas, cuya observancia se gana el premio de la exaltación en la Eterna Presencia. Cristo es el autor de la misericordia pero El mismo dijo que vino para cumplir la ley, no para abrogarla; y también declaró que la misericordia no puede robar a la justicia.

Por otra parte, me inquieta profundamente esta tendencia de querer dar el Señor nuestro Salvador un carácter místico. No estoy seguro si sé precisamente qué se da a entender con el término “místico”. No es místico ni para mí ni para el gran cuerpo de sus discípulos con los que tengo el honor de asociarme. Es cierto que no se halla entre nosotros en la forma en que una vez se presentó ante el género humano; no obstante, es real. Resucitó con la forma con que fue crucificado y vive en los cielos que Él ha descrito. Volverá así como lo ha prometido; y mientras tanto ha dejado una organización que estableció por medio de sus siervos autorizados, en cumplimiento de las profecías, a fin de edificar su reino y preparar el camino para su venida.

Espero que todos aquellos que profesan amarlo y adorarlo no querrán convertirlo en menos de lo que El mismo proclamó que era, a saber, el Hijo del Padre, a la diestra de Dios, Señor, Legislador y Juez de todos los hombres sobre la tierra, investido con facultades y autoridad sempiternas,

Por consiguiente, la adoración de nuestro Señor así interpretado, la aceptación de su evangelio revelado y restaurado, es lo único que adecuada y perpetuamente satisfará el “hambre de religión” que sinceramente espero prevalezca en el mundo hoy.

Cristo ha sido visto en épocas modernas. Hay testigos fidedignos cuyo testimonio de dos de estas apariciones jamás se puede refutar. Primero, cuando le apareció al joven profeta, José Smith, como respuesta a su oración, acompañando a su Padre, el Dios Eterno. Esto visión celestial indiscutiblemente trajo al mundo un concepto irrefutable y verdadero del Padre y del Hijo. Más tarde le apareció a este mismo profeta y un compañero, cuando aquél era ya un poco más maduro, en un templo que se había erigido en su nombre.

Este es el testimonio de dicha aparición:

Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de él, este testimonio, el último de todos, es el que nosotros damos de él: ¡Que vive!

Porque lo vimos, aun a la diestra de Dios; y oímos la voz testificar que él es el Unigénito del Padre—

Que por él, y mediante él, y de él los mundos son y fueron creados, y los habitantes de ellos son engendrados hijos e hijas para Dios. (Doc. y Con. 76:22-24)

Cada fibra de mi ser responde a ese testimonio. Estoy completamente convencido de que los hombres que dieron ese testimonio dijeron la verdad. Toda facultad interpretativa que poseo me dice sin duda o equívoco que Jesucristo, el Hijo de Dios, vive como ser resucitado y eterno, y que es mi Señor y Salvador y Señor de todos los hombres.

No podría desear mayor felicidad, paz y satisfacción para todos mis amigos, que disfrutar de la bendición incomparable de este conocimiento y seguridad.

Lleguen al mundo la paz y felicidad por reconocer al verdadero Cristo, humildemente ruego en su nombre. Amén.

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