El Otro lado del Cielo

La construcción de nuestra casa


Continuamos visitando gente todos los días, pero la mayor parte de las semanas siguientes nos dedicamos a la construcción de la vivienda. El primer paso fue decidir el tamaño y la forma de nuestra Jale (casa) y colocar en los lugares correspondientes los postes que habíamos preparado. Tuvimos que cavar hoyos profundos y asegurar firmemente los postes con rocas y tierra, a fin de que quedaran bien asentados y pudieran resistir el peso, el viento, el paso del tiempo y otras fuerzas; fue una larga labor, pero finalmente logramos levantar los postes principales del exterior y comenzamos a trabajar en el resto de la casa.

Feki era un constructor y planificador muy avezado. Tanto la gente, de Niuatoputapu como yo nos maravillábamos ante su talento e ideas. Yo había trabajado un poco en construcción, en Idaho, pero mi experiencia con serruchos, martillos, clavos y madera que ya venía cortada en diferentes tamaños era básicamente inútil allí, lo que a veces me daba vergüenza; por eso, seguía la dirección de Feki. Dentro de los postes principales, hicimos agujeros y colocamos en ellos una serie de postes mucho más cortos, sobre los cuales construimos un piso que quedaba aproximadamente a sesenta centímetros sobre el suelo y que estaba hecho con troncos de cocotero cortados a la mitad y cubierto con varias capas de hojas y esteras de coco.

A continuación, hicimos el techo. Medimos el tamaño exacto, y luego construimos la superestructura sobre el suelo, para lo cual usamos muchos postes de tamaño mediano; era un techo común a dos aguas. Después de sujetar firmemente unos postes con otros y de poner a prueba la fortaleza y la firmeza de la superestructura, le colocamos encima cientos de polas, unas sobre otras, bien atadas para sujetarlas y separadas sólo por unos centímetros, como si fueran tejas. En la unión del techo, colocamos algunas polas que estaban hechas con el propósito de que la lluvia cayera y corriera equitativamente por ambos lados. Como llovía mucho, probamos muy bien el techo mientras todavía se encontraba en el suelo y llenamos todas las hendijas antes de colocar la estructura completa sobre los postes principales y asegurarla a éstos con más sennit.

A continuación, levantamos las paredes atando pequeños postes con sennit de coco en sentido horizontal a los postes principales que eran perpendiculares. (El sennit era una cuerda trenzada hecha de cáscaras de coco.) Después, llevamos las polas ya secas que las hermanas habían tejido y las atamos a la estructura por sectores; dejamos un espacio para la puerta y atamos las polas a los postes a una altura aproximada de un metro veinte desde el suelo; el espacio que quedaba entre las polas y el comienzo del techo lo dejamos abierto para que hubiera ventilación.

No se usaron clavos para la casa, sólo materiales locales; supongo que alguien habría probado los clavos antes, pero rajaban la madera quebradiza, se oxidaban y su calidad parecía ser inferior a la de los amarres de sennit. Durante la construcción, me di cuenta de cuán útiles les resultaban los cocoteros a los tonganos; no sólo les proporcionaban sombra y belleza, sino que con los troncos se hacían postes para las casas; con las hojas se hacían polas para los techos y las paredes; los cocos proveían bebida, alimento y aceite; las cáscaras servían como materia prima para los amarres de cuerdas o hilos; y lo que sobraba servía como leña para cocinar.

Algunos de los diseños de ataduras de sennit que Feki y otras personas hacían en las vigas eran hermosísimos, y para mí, eran obras de arte. No sólo las vigas cruzadas estaban muy bien aseguradas por el sennit, sino que, además, el motivo y el diseño que se formaba al superponer cuidadosamente varias cuerdas de colores (teñidas) eran magníficos a la vista, como si se tratara de una hermosa pintura. Feki, y también otras personas, sentían mucho orgullo de su trabajo.

Después de levantar el techo y asegurarlo con ataduras, tuvimos una estructura que ya tenía el aspecto de una casa, y así lo sentimos. Luego, colocamos una serie de polas que no estaban sujetas al techo y que podían bajarse para cubrir el espacio que quedaba abierto en caso de que lloviera fuerte o hubiera viento. Aún necesitábamos una puerta y algunos escalones para subir los sesenta centímetros que había entre el suelo y el piso; pero, de todos modos, comenzamos a dormir en nuestra casa.

Poco tiempo después, nos dimos cuenta de que a los cerdos y a las gallinas les encantaba meterse debajo del piso que habíamos levantado; hacían mucho ruido, y ni hablar del olor y la suciedad que dejaban. Feki y yo llegamos a la conclusión de que la situación no daba para más, así que conseguimos una gran cantidad de postes pequeños, los cortamos de un metro veinte de largo y les afilamos uno de los extremos; después, hicimos unos mazos largos, de madera, y durante muchos días estuvimos clavando postes en la tierra alrededor de nuestra casa. Acabamos con varios mazos, pero, finalmente, logramos cerrar un área de perímetro amplia con cientos de postes que estaban bastante cerca unos de otros como para que los cerdos, los perros y las gallinas no pudieran entrar.

Feki se las ingenió para hacer un portón y una puerta, y poco después ya teníamos una casa de verdad. Nos llevó varias semanas completar el proyecto. Tuvimos bastante ayuda, tanto de los miembros como de otras personas; sin embargo, Feki fue el que hizo la mayor parte del trabajo. Yo ayudé lo mejor que pude, lo cual, probablemente, no haya sido mucho.

Uno se siente bien cuando por fin ha logrado algo muy difícil. Ojalá más misioneros pudieran tener la experiencia de construir su propia vivienda; una casa se valora mucho más cuando se ha trabajado mucho tiempo para construirla. Por supuesto, los tiempos y las circunstancias han cambiado en la actualidad, pero sigo pensando que los misioneros, por lo general, deberían sentir más orgullo del lugar en donde viven.

Una vez que la casa estuvo terminada, nos mudamos oficialmente con nuestras cosas de la casa del presidente de la rama a la nuestra. ¡Qué día fue aquel! Las mudanzas son igualmente traumáticas en cualquier parte. Estábamos cerca de la vivienda del presidente, pero bastante alejados para vivir aparte y gozar de la privacidad que todos necesitábamos.

Tuvimos un servicio de dedicación de nuestra casa, al cual invitamos a los miembros de la rama y a muchos otros amigos; muchas personas nos habían ayudado y la mayor parte de ellas asistió a la dedicación. Nos vimos obligados a ofrecer un banquete a los invitados y, por ello, tuvimos el trabajo extra de preparar la comida y la bebida. Los hermanos del sacerdocio y las hermanas de la Sociedad de Socorro ayudaron tanto y de tan buena gana en la preparación del banquete como lo habían hecho en la construcción de la casa. En consecuencia, la dedicación fue un gran éxito. Le pedimos al presidente de la rama que ofreciera la oración dedicatoria y lo hizo muy bien; de allí en adelante, él se sintió mejor con respecto a todo. Nuestra independencia ya era oficial y nos sentíamos muy bien de estar en nuestra propia casa.

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