La delegación
El presidente de la misión fue a visitarnos en Niuatoputapu en el tercer barco que llegó después del huracán y que pasó la noche allí. ¡Cuánta felicidad sentí al verlo! Era un gran hombre y yo sentía que tenía enorme capacidad para todo. Por ejemplo, se encontró con un miembro que regresaba de su huerto, tenía las manos sucias y por eso no quería darle la mano al presidente. Él lo miró y le dijo: «No me importa cuán sucias estén sus manos siempre y cuando su corazón esté limpio», y se dieron un apretón de manos. ¡Qué gran admiración sentí!
Tuvimos reuniones con el presidente de la misión y los miembros, y pude hablar con él por un tiempo largo acerca de muchas cosas; me preguntó sobre el huracán y también cómo marchaba todo. Le dije que todo iba fantástico y que a Feki y a mí nos encantaba el lugar y teníamos mucho para hacer; agregó que tenía una reunión esa noche con el representante del gobierno y varios líderes importantes de la isla. Quedé impresionado. Yo no sabía a qué se debía la reunión.
Feki y yo no teníamos ninguna visita planeada para aquella noche debido a la presencia del presidente; sin dar explicaciones, él le pidió a Feki que estuviera en la reunión, pero a mí no. No sabía bien qué hacer, así que mi compañero hizo los arreglos para que yo fuera a visitar a una familia investigadora que vivía del otro lado de Vaipoa; me resultaba raro ir solo, pero ellos se alegraron de verme y hablamos un largo rato acerca de principios importantes. Me hicieron muchas preguntas y ya era tarde cuando terminamos y emprendí la caminata de regreso a casa. No tenía idea de qué hora era.
Estábamos entrando de nuevo en los meses de calor; como la gente no usaba relojes ni se manejaba con horarios formales, la actividad en general se alejaba naturalmente de las horas de calor del día y se centraba más en las de la noche, un poco más frescas.
Era una hermosa noche de luna y una brisa suave acariciaba las palmeras y me envolvía con su frescura. ¡Qué encantador parecía lo que me rodeaba! Mientras caminaba hacia nuestra casa, me daba la sensación de que podía ver, sentir y escuchar todo.
Había pequeños destellos de luz que parpadeaban, provenientes de lámparas de kerosene que se encontraban en las pocas casas donde se juntaban amigos para tener fiestas de kava. Oía el suave repiqueteo de las piedras que machacaban cuidadosamente la raíz de kava e incluso el burbujeo amortiguado que hacía el fau al llenar los vasos de coco con kava.
Durante el camino de vuelta a casa, oí un sonido hermoso que salía de una casa que se encontraba lejos; instintivamente fui en esa dirección. Al acercarme, oí los sonidos melancólicos de una sincera canción de amor que colmaba el aire y pensé: «Qué voz más hermosa». ¡El joven cantaba con tanto sentimiento! Al escuchar su voz clara y perfecta con el suave acompañamiento de guitarra, volví a pensar: «¿Habrá algo que sea más hermoso?». Me quedé escuchando por un largo rato, fascinado por la belleza de todo lo que me rodeaba. En cierto modo, sentí que estaba cantando sólo para mí. Me alegraba que no hubiera ningún cazatalentos dando vueltas aquella noche, ya que seguramente en seguida hubieran atrapado al joven de la voz de cristal y la dulce guitarra.
Sentí que todo —la canción, la noche y la luz de la luna— había sido organizado solo para mí. En ese momento supe que estaba enamorado de Tonga y de los tonganos, su idioma, su canto, sus personalidades y su fe. Casi no podía contener las lágrimas. Durante largo rato escuché, miré y absorbí lo que me rodeaba; pensé en mi familia, en Jean y en Dios. Me pregunté si el amor verdadero se sentiría así. Si era eso, quería estar enamorado toda la vida.
Finalmente regresé a casa, ofrecí la oración en silencio y me metí en la cama sigilosamente. Feki ya estaba dormido. La mañana siguiente fuimos con el presidente de la misión hasta el barco y lo despedimos. No se dijo nada más, y cuando el barco zarpó, regresamos a trabajar.
Años después supe que el plan original del presidente había sido dejarme en Niuatoputapu sólo unos pocos meses para luego trasladarme de vuelta a la isla principal y hacer regresar a Feki al programa de construcción. Sin embargo, aparentemente el Señor tenía planes diferentes, ya que el huracán azotó la isla, luego vino la hambruna y pasamos casi tres meses sin que llegara un barco. Me imagino que esos tres meses durante los cuales mis padres no recibieron cartas mías los habrán preocupado y que el presidente de la misión habrá ido a Niuatoputapu con la intención de que regresáramos con él.
Los líderes locales deben de haber adivinado sus intenciones, por lo que una delegación de líderes (de los cuales la mayor parte no eran miembros) fue a hablar con él y le suplicó que me permitiera quedarme allí. Probablemente lo que más les interesaría fuera la trompeta. El presidente consideró su pedido durante la noche y, a la mañana siguiente, canceló el traslado para que pudiéramos quedarnos. Yo no sabía absolutamente nada al respecto y él no me dijo nada, excepto que estaba contento con mi labor y que debía seguir trabajando arduamente. Yo estaba feliz y ansioso por hacer cualquier cosa que él me pidiera, pero, como no nos dio ninguna instrucción nueva, continuamos con lo que ya habíamos estado haciendo.
Al mirar hacia atrás, algunas de las lecciones más grandes que aprendí tuvieron lugar en el transcurso de esos últimos meses en Niuatoputapu. Fue durante ese tiempo, cuando el idioma y el lugar ya no eran un gran desafío, que aprendí a sentir de la forma en que sentían los tonganos. Eso es muy importante. Cuán agradecido estoy por los líderes inspirados que escuchan al Espíritu y están dispuestos a cambiar cuando eso es lo que deben hacer, en vez de prestar atención únicamente a la lógica o a lo que les dicte de antemano la razón.
Nunca tuve la oportunidad de volver a ver a ese primer presidente de misión que tuve en Tonga, ya que lo relevaron pocos meses después. De todos modos, la influencia que él tuvo en mi vida fue, y aún es, incalculable. El valor que tuvo para hacer lo que hizo ha sido una inspiración constante para mí.
























