Los Milagros de Jesús el Mesías

Sexta Parte
“Para que ellos crean que tu me mandaste ”

13
La Fuente de su Poder


El Hijo de un Noble

Juan 4:45-54

45 Y cuando vino a Galilea, los galileos le recibieron, habiendo visto todas las cosas que había hecho en Jerusalén, en el día de la fiesta, porque también ellos habían ido a la fiesta.
46 Vino, pues, Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Y había en Capernaúm un oficial del rey, cuyo hijo estaba enfermo.
47 Cuando oyó aquel que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a él y le rogó que descendiese y sanase a su hijo, porque estaba a punto de morir.
48 Entonces Jesús le dijo: Si no veis señales y prodigios, no creeréis.
49 El oficial del rey le dijo: Señor, desciende antes que mi hijo muera.
50 Jesús le dijo: Ve, tu hijo vive. Y el hombre creyó la palabra que Jesús le dijo y se fue.
51 Y cuando ya él descendía, los siervos salieron a recibirle y le dieron nuevas, diciendo: Tu hijo vive.
52 Entonces él les preguntó a qué hora había comenzado a estar mejor. Y le dijeron: Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre.
53 El padre entonces entendió que aquella era la hora cuando Jesús le dijo: Tu hijo vive; y creyó él con toda su casa.
54 Este segundo milagro hizo Jesús cuando fue de Judea a Galilea.

Jesús repetidamente le dijo a los judíos que Dios era su Padre, y que su Padre le había dado la autoridad para hacer el trabajo de Dios (véase Juan 5,6,7,8). Les habló “como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mateo 7:29). Los dos milagros discutidos en este capítulo enfatizan este principio.

La curación del hijo del noble es muy seguido comparada con la del siervo del centurión, porque la bendición fue otorgada por la palabra de Cristo mientras estaba a la distancia de la persona afligida. Los matices del milagro parecen indicar que el noble se acerca a Jesús por la angustia que sentía a la anticipada perdida de su hijo, y no por la convicción interna de la divinidad de Cristo. Solamente Juan anota este milagro.

Jesús había ido a una fiesta en Jerusalén antes de venir a Caná de Galilea, y aparentemente había llevado acabo muchos milagros allí. Ninguno esta anotado, pero se deduce esto por la introducción de Juan a este milagro: “Cuando vino a Galilea, los galileos le recibieron, habiendo visto todas las cosas que había hecho en Jerusalén, en la fiesta.” Este conocimiento, junto con la necesidad forzada del noble, lo acerca a Jesús.

Se ha especulado que el noble era uno de los oficiales de la corte de Herodes Antipas1. Algunos específicamente lo identifican como Chuza,2 intendente de Herodes, basado en la declaración de Lucas que “Juana la esposa de Chuza intendente de Herodes, le servían de sus bienes” (Lucas 8:3).

El noble vivía en Capernaum y su hijo estaba enfermo, “a punto de morir.” Vino a Jesús y le rogó: que sanara a su hijo; pero más que esto, pidió que Jesús “descendiese” a su casa para que lo sanase. El parecía creer que Jesús, como los grandes sacerdotes de Israel lo creían, debía estar presente para invocar la bendición sobre su hijo, así, de ese modo añadiendo su presencia a la fuerza de sus suplicas a Dios. Jesús reprendió la petición de noble, no porque pidió un milagro, pero por su falta de entendimiento. Él respondió: “ Si no viereis señales y prodigios, no creeréis.” “Excepto que me viereis venir y poner mis manso sobre la cabeza de tu hijo, como estas conciente que lo e hecho a otros, no creeréis que será sanado. ¿No sabes que esta escrito de mi “Mando su palabra y los sano?”3 El noble aparentemente parecía tener fe en Cristo como un obrero de milagros y como un sanador, pero no como él Mesías.

El noble al parecer no se ofendió con los comentarios de Jesús, por que persistió en su meta. Nuevamente le pide a Jesús que “descendiese” antes que mi hijo muera. Jesús les enseña al hombre, a los Apóstoles y a otros que estaban con él de su autoridad. La distancia que había entre él Hijo del Hombre no significaba nada, en Jesús estaba la vida. “Ve tu hijo vive,” Jesús le dijo.

Con esto su fe se fortaleció por la promesa del Señor, el hombre noble se fue. Capernaum estaba como a veinte millas. El fácilmente podría haber llegado a su casa esa tarde, por que era temprano en la tarde cuando él habla con Jesús, pero por alguna razón él se demora. El se queda esa noche ya sea en Caná o entre Capernaum, y en la mañana continuo con su viaje a su casa. Mientras viajaba, encontró a sus sirvientes que venían a darle la noticia: ¡Tu hijo vive! El les pregunta “a que hora había comenzado a estar mejor.” Le respondieron que la fiebre lo dejo a las siete del día anterior. Las horas del día se calculaban empezando con el amanecer, entonces el muchacho habría sanado como a la 1:00 p.m. del día anterior.4 El padre debe de haber anotado la hora cuando dejo a Jesús, porque Juan anota que “aquella era la hora en que Jesús le había dicho.” Esta conversación quizás traiciona la duda que aun quedaba en la mente del noble, pero sabiendo que su hijo había sanado fortaleció su fe nuevamente.

Jesús había llevado acabo dos milagros en esa ocasión; el cuerpo del hijo había sanado, y el espíritu del padre se había iluminado. Como dijo el salmista, “Envió su palabra, y los sanó, y los libró de sus aflicciones.” (Salmos 107:20). Todos los involucrados en este milagro a la larga reconocieron la autoridad del Salvador. El noble y toda su casa fueron convertidos, y los Apóstoles fueron fortalecidos.

Salvar el alma era más importante que sanar el cuerpo. La curación física, como con todos los milagros, era secundaria al crecimiento espiritual. Pero aceptar estas bendiciones significaba reconocer cuando vino la bendición. Tal fue el caso con el noble y toda su casa.

La mujer que Padecía de Flujo de Sangre

Marcos 5:25-34

25 Y una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años,
26 y había sufrido mucho a manos de muchos médicos, y había gastado todo lo que tenía, y de nada le había aprovechado, sino que le iba peor,
27 cuando oyó hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la multitud y tocó su manto.
28 Porque decía: Si tocare tan solo su manto, quedaré sana.
29 Y al instante la fuente de sangre se secó, y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel padecimiento.
30 E inmediatamente Jesús, conociendo en sí mismo que había salido virtud de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos?
31 Y le dijeron sus discípulos: Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado?
32 Y él miraba alrededor para ver a la que había hecho esto.
33 Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella se había hecho, vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad.
34 Y él le dijo: Hija, tu fe te ha sanado; ve en paz y queda sana de tu aflicción.

Contra-referencia
Mateo 9:20-22   Lucas 8:43-48

Este milagro enseña algunas doctrinas, pero ninguna es más intencionada que esa perteneciente a la autoridad de Cristo. Esta anotada por los tres sinópticos. Marcos es utilizado aquí como el texto primario, pero los tres sinópticos están de acuerdo en los puntos principales del milagro y las circunstancias que lo rodean.

Las circunstancias de esta curación son únicas, porque está dentro del marco de aun otro milagro. Jairo había venido a Jesús para solicitar la curación de su hija enferma, y Jesús estuvo de acuerdo en ir con él a su casa en donde estaba la niña enferma. Este milagro ocurrió mientras Jesús estaba rumbo a la casa de Jairo. La mujer aparentemente había sobre escuchado la discusión entre Jairo y Jesús, y se unió a la multitud que se amontonaba a Jesús mientras él caminaba con Jairo hacia su casa.

La mujer tenía “flujo de sangre,” una enfermedad que involucraba una frecuente hemorragia. Tenía con la enfermedad doce años. Había hecho todo por curar su enfermedad. La escritura anota que “había sufrido mucho de muchos médicos,” por que esta fue una enfermedad que tuvo muchas curas recetadas. Un tratamiento Talmud para le enfermedad dice: “Toma de la goma de la Alejandría el peso de un zuzee (una fracción de una moneda de plata); igual al aluminio; igual al azafrán. Se ponen a cocer a fuego lento, y déselo en vino a la mujer que tiene flujo de sangre. Si esto no le beneficia, tome tres tallos de cebollas persas; póngalas a hervir en vino y déselas a tomar, y diga. “Quítese tu flujo.”5 Durante los años ella indudablemente utiliza este y otros remedios místicos recetados por los médicos de aquel entonces.

Edersheim declara “En una sola hoja del Talmud se proponen no menos de once diferentes remedios, de los cuales por lo menos seis probablemente pueden ser considerados como astringentes o tónicos, mientras que el resto son solamente el resultado de superstición, estos eran el único recurso que tenían debido a la falta de conocimiento.”6 Una de estas supersticiones requería llevar encima “las cenizas del huevo de un avestruz llevadas en el verano en tela de lino, en el invierno en un trapo de algodón.”7 Es fácil ver como después de intentar tales “remedios” por doce años, ella había dedicado “todo lo que tenía, y no mejoraba, pero sin embargo empeoraba.”

La mujer, como Jairo, había escuchado de las curaciones que Jesús había llevado acabo y había venido a él para ser curada. Pero diferente a Jairo, que abiertamente busca a Cristo, ella había concebido en su corazón que si ella podía tentar sus ropas o el dobladillo o “la franja de sus ropas” ella se aliviaría.

“Este dobladillo o franja, no era el dobladillo de la prenda que tradicionalmente usaban parecida a una camisa en aquel tiempo, pero una franja especial aplicada a la parte de arriba de la camisa, o una prenda parecida a un chal llevada puesta sobre los hombros.8 Era una señal de marca del sacerdocio Levítico, ordenada por Dios para llevarse puesta.” Y el Señor habló a Moisés, diciendo, “Habla a los hijos de Israel, y diles que se hagan franjas en los bordes de sus vestidos, por sus generaciones; y pongan en cada franja de los bordes un cordón de azul. Y os servirá de franja, para que cuando os veáis os acordéis y hagáis todos los mandamientos de Jehová, y seáis santos a vuestro Dios” (Números 15:37-40; también Deuteronomio 2:12). Los judíos llevaban el chal para indicar a la gente que eran fariseos o escribas y que vivían los mandamientos y eran maestros responsables de la ley. Pero el simbolismo del chal se había deteriorado, y Jesús reprendió lo que había llegado a ser una practica sin significado. “Antes hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres. Pues ensanchan sus filacterias, y extienden los flecos de sus mantos.” (Mateo 23:5). Algunas porciones de la vestimenta acostumbrada de los maestros en el tiempo de Jesús eran absolutamente necesarias para “leer públicamente o interpretar las escrituras, o ejercitar alguna función en la sinagoga.”9 Se puede por lo tanto suponer que Jesús usaba estas prendas. Sin embargo, “podemos suponer con seguridad [que él vestía] en ropas ordinarias, no en las más ostentosas, vestimentas, utilizadas por los maestros judíos de Galilea.”10

La mujer eventualmente tuvo éxito en tocar las prendas del Señor, e inmediatamente “ella sintió en su cuerpo que ella estaba curada de esa plaga.” Después de ser sanada, ella intento esconderse secretamente entre la multitud.

Su fe en el Señor era grande, pero estaba incompleta. Ella no entendía que su fe extrajo un poder tangible de Jesús, y sin él, ella no podría obtener esa bendición. El poder que Cristo poseía era de su Padre y no estaba inherente en sus ropas o en la carne y hueso de su cuerpo. El poder curativo no había venido de él contra su voluntad, aunque había sido extraído de él por la gran fe de la mujer. No debía haber ningún malentendido como resultado de este milagro; por consiguiente, el no pennitió que la mujer escapara sin ser vista después que fue sanada.

Jesús inmediatamente supo que “poder había salido de él.”n Volviéndose a la multitud, preguntó, “¿Quién ha tocado mis vestidos?” Los discípulos no estaban conscientes de lo que había pasado. Ellos, junto con la multitud, estaban ansiosamente siguiendo a Jesús a la casa de Jairo, impacientemente anticipando el próximo milagro que involucraba a la hija de Jairo.

Por consiguiente, cuando el Señor preguntó quien lo había tocado, los discípulos contestaron incrédulos. “Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado?” Pero Jesús había percibido que “poder había salido de él.” Su pregunta no estaba dirigida a sus discípulos pero a la mujer.

La mujer estaba siendo llamada ante el Señor y Salvador de ser responsable ante sus acciones. Sus intenciones habían sido puras y su fe segura. Por consiguiente, “temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, [ella] vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad.” Con amor y compasión el Señor respondió, “Hija, tu fe te ha hecho salva; vé en paz, y queda sana de tu azote.”

Cristo no podía retener una bendición a esta mujer fiel, pero quería enseñarle a ella, a los Apóstoles, y a la multitud que él era la fuente de su poder sanador, y que era extendido por su voluntad. Que la mujer lo había extraído por su verdadera fe, pero la presa de su poder y el pozo del cual el agua viva había sido extraída era Jesucristo. La fe había hecho su cura posible, pero Cristo había hecho la curación.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario