Los Milagros de Jesús el Mesías

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Un Reino Para Toda Gente


Pecado y Lepra

La ley de Moisés y las ordenanzas Levíticas crearon una sociedad de ordenanzas. Estas ordenanzas separaron a los judíos de las naciones vecinas. Pero las ordenanzas fueron dadas por otras razones que para solamente crear una sociedad ordenada. Ellos crearon una relación, no solamente entre ellos, pero con Dios. La ley era para que la gente escogida estuviera más cerca de Dios y para dirigir cada momento de sus vidas hacia él.

A la inversa, la ley también era evidencia de su pecaminosidad; porque por medio de ello, ellos llegaron a conocer la causa de su separación de Dios. Sin embargo, proveía la manera por la cual ellos simbólicamente se podían limpiar del pecado y volver a ganar la pureza que Dios demandaba. Al cumplir con la ley fueron enseñados en los dos grandes mandamientos. El primero era amar a Dios, el vivir la ley resultaba en un crecimiento espiritual y les recordaba de hacer todas las cosas con Dios en mente. El segundo mandamiento era amar a tu prójimo, y regulación sobre regulación dictaba exactamente como debía hacerse esto. La ley era su maestro por el cual podían nuevamente obtener un acercamiento con Dios que había sido perdido debido al pecado.

Ser expulsado de esta orden o ser privado de sus regulaciones significaba la exclusión de Dios mismo. El símbolo más grande bajo la ley que ejemplificaba esta condición era la enfermedad de lepra.1 El Talmud decía, “Estos cuatro son contados como muertos, el ciego, el leproso, el pobre y el sin hijos.2 Aun cuando el pecado era a menudo justificado como la razón para la ceguera, la pobreza y el no tener hijos, individuos con estas aflicciones no obstante eran aceptados en la comunidad y en la sociedad.” Pero con el leproso era diferente. El estaba moralmente muerto, maldecido por Dios; su enfermedad era un símbolo de pecado y de impureza.3 El leproso estaba excluido del campamento de Israel y considerado como un miembro repugnante entre los vivos, (véase Levítico 13:46; Números5:2- 4).

La consecuencia del pecado era la muerte espiritual, y Dios dispuso de la lepra como un ejemplo para Israel, de ese principio. Era la definición viviente del pecado. Progresaba lentamente, comiéndose la carne, creciendo y aumentando, sosteniéndose en el cuerpo, con la conclusión inevitable, la muerte.4

Las consecuencias del pecado eran vistas de la misma manera. Para el judío, Dios era el Dios de los vivos, no de los muertos. El leproso era excluido de la vida judía de la misma manera que el pecador era excluido de la presencia de Dios.5

Solamente los leprosos israelitas eran regulados entre la gente escogida. Extraños y huéspedes en su tierra eran expresadamente exentos de las ordenanzas y regulaciones de la ley con respecto a la lepra.6 Un israelita tenía que gritar “impuro” cuando alguien se acercaba, tenía que llevar una prenda rota, y tenía que cubrirse el labio inferior.7 Dios podía hacer que toda enfermedad fuera impura, porque la enfermedad frecuentemente lleva a la muerte. Pero el tomó un ejemplo, la lepra, y la puso como señal visible de la naturaleza del pecado. Era una señal que lo malvado no era aceptable para Dios y aquellos que eran pecadores no podían morar con él. La lepra fue seleccionada como testimonio contra el pecado y sus consecuencias.8 “Esto no quiere decir que la enfermedad llevada por cualquier individuo atestiguaba que él era peor pecador que sus conciudadanos, solamente que la enfermedad por si sola era un símbolo de las enfermedades que les ocurrirían a los impíos y rebeldes.”9

El hecho que la lepra era incurable añadía a las razones de porque eran señalados. Estrechadamente conectada la enfermedad con el pecado el verdadero arrepentimiento del hombre estaba reconocido como una precondición para ser curado de la lepra.10 La pureza procurada después de la obediencia a la ley era inalcanzable para el leproso a menos que Dios se la diera. Debía ser literalmente purificado por Dios para ser limpiado, de esta manera elevando la creencia que verdaderamente se había arrepentido.11

Un leproso llevaba los emblemas de la muerte (véase Levítico 13:45) y literalmente le lloraban como si estuviera muerto. El contacto con un leproso significaba una violación, y los procedimientos de limpieza era los mismos que como si hubiera sido manchado por un cuerpo muerto (véase Números 19:6; Levíticos 14:4-7). David se limpio de la lepra espiritual con este procedimiento de limpieza (véase Salmos 51:7).

Dios en ocasiones utilizaba la lepra para castigar a aquellos que pecaban contra su divino gobierno. Cuando María hablo contra Moisés, ella fue castigada “estaba leprosa como la nieve” (véase Números 12:1-10); Azarías fue castigado porque el no quitó “los lugares altos” en donde la “gente hacia sacrificios y quemaban incienso” (Véase 2 Reyes 15:4-5); y Giezi fue curado con la enfermedad de Naamán porque era malvado ante Dios (véase 2 Reyes 5:27).

No podría haber mejor forma para el Señor de vida que demostrar que su misericordia, amor y reino eran para todos y para sanar al leproso.

La Limpieza de un Leproso

Marcos 1:40-45

40 Y vino a él un leproso, rogándole; y arrodillándose, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme.
41 Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió su mano, y le tocó y le dijo: Quiero; sé limpio.
42 Y en cuanto hubo él hablado, de inmediato la lepra se fue de aquel, y quedó limpio.
43 Entonces le advirtió estrictamente, y le despidió enseguida
44 y le dijo: Mira, no digas a nadie nada, sino ve, muéstrate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que Moisés mandó, para testimonio a ellos.
45 Pero él salió y comenzó a publicarlo mucho y a divulgar el hecho, de manera que ya Jesús no podía entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera en los lugares desiertos; y venían a él de todas partes.

Contra-referencia
Marcos 8:1-4   Lucas 5:12-16

Un hombre “lleno de lepra” vino a Jesús y solicita un milagro. Su creencia en el Señor era explicita. El no pedía ser limpiado, pero declaro, “Si quieres puedes limpiarme.” Aquí estaba, una simple confesión abierta de fe, quizás la primera confesión en el ministerio público del Señor. El creía que Jesús lo podía curar, su pregunta era si Jesús lo curase.

La petición tocó el corazón de Jesús, y él “tuvo misericordia.” Extendió la mano y tocó al leproso, diciendo, “Quiero, sé limpio. Y tan pronto había hablado, inmediatamente la lepra se fue de aquél, y quedó limpio.” El Señor había extendido su poder y curó al leproso, pero la importancia de este milagro es mucho más profunda.

Para los judíos el leproso representaba lo más sucio de la humanidad. Al tentarlo o que él los tocara hacia que uno fuera inmediatamente impuro en el sentido levítico, aun así Jesús simplemente se le acerco y lo tocó. En el tacto y en la curación puede verse la pureza y vida ofrecida por el reino de Dios. Jesús no llega a ser impuro, mejor dicho, el hombre se limpió.

Las historias de Moisés y la zarza ardiente y el sueño de Pedro del lienzo de comida que representaban un principio. Al Moisés acercarse a la zarza, Dios le habló: “quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es (Exodo 3:5). La tierra en si no era santa; la presencia de Dios la hacia santa.

La visión de Pedro ocurrió mientras él descansaba, esperando cenar. En esta visión un lienzo, “atado de las cuatro puntas,” era bajado a la tierra, en el cual había de todos los cuadrúpedos terrestres, incluyendo lo que era prohibido bajo la ley Mosaica. A Pedro se le ordenó levantarse “mata y come.” Él se rehusó porque la comida era “común e inmunda.” La voz de Dios atestigua a Pedro, “Lo que Dios limpió, no lo llames tú común.” La visión indicó a Pedro concerniente a la membresía del gentil en el reino de Dios; poco tiempo después, Comelio y su casa fueron admitidos a la iglesia, (vcase Hechos 10:11-20). Aquí fue lo mismo. Lo que Dios a limpiado no podía ser llamado impuro.

Jesús no necesitaba tocar al leproso para sanarlo, pero al tocarlo y por medio del milagro, él declara ser el Mesías, abrió el reino de Dios para todos, y abolió el judaismo de allí en adelante.12

Dos instrucciones se le fueron dadas al leproso. Primero, él no debía “decir nada a nadie;” y segundo, él debía mostrarse al sacerdote, así, de este modo cumplía con los requerimientos de limpieza de la ley Mosaica. El judaismo estaba en apostasía, pero aun así estaba aun en vigencia. Jesús no la remplazaría hasta que cada “jota y tilde “ haya sido cumplida. Mostrándose ante el sacerdote no era un requerimiento para el beneficio de Jesús pero para el leproso. Él tenia que cumplir con la ley antes que pudiera reentrar a la comunidad judía.

La primera instrucción de Cristo (“no le digas a nadie”) no era tan fácil llevarlo acabo. En por lo menos tres otras ocasiones Jesús deja al receptor de un milagro con instrucciones similares.13 Ninguna razón inmediata para tal instiucción es dada en las escrituras, pero sabiendo que la primera preocupación del Señor es que todos los hombres obtengan su reino, considere lo siguiente.

El efecto en el individuo. Jesús dio esta instrucción en cuatro ocasiones anotadas, y en cada ejemplo era casi imposible llevarla acabo. En este caso, el leproso debía públicamente declarar su limpieza; y ciertamente sus familiares, amigos, y asociados sabrían que fueron limpiados. Todos le preguntarían sobre su curación, porque ellos creían que un leproso solamente podía ser limpiado por una intervención milagrosa. 14 Igualmente, los dos ciegos en la casa que eran conocidos por ser ciegos (véase capítulo 15). Habían gritado después de Jesús y lo siguieron a la casa. El milagro no podía ser escondido, porque entraron a la casa ciegos y salieron viendo. Aun así se les pidió que no dijeran a nadie. En la resurrección de la hija de Jairo (véase capítulo X), todos los que estuvieron allí y que habían venido con Jesús sabían que la hija había muerto, aun así la vieron vivir nuevamente. La curación del sordo y mudo (véase capítulo 16) sobresalió en medio de una multitud de milagros. Muchos habían sido sanados, y la multitud presente reconoció que Jesús había “hecho todas las cosas bien.” ¿Cómo tal milagro podía ser guardado en secreto?

La instrucción del Señor aparentemente no era una prohibición literal en todas las comunicaciones concerniente al milagro. Mejor dicho, prevenía al receptor en como debía hablar sobre el milagro. Enfocaba mas la atención en Jesús como el Mesías. Aquellos que eran sanados no debían gloriarse en el milagro. Él Señor conocía la personalidad y los sentimientos de los receptores. Quizás si se enfocaban en los resultados temporales, deleitándose en el milagro, podrían poner en peligro la ofrenda espiritual del reino de Dios.

Solamente Marcos enfatiza la reacción del leproso en este milagro. Aunque Lucas reconoce que el milagro aumenta la fama de Cristo, él no la atribuye al leproso. Debido, a la alegría que el leproso experimentó en su curación, probablemente le fue difícil quedarse callado. Aunque el efecto inmediato esta anotado por Marcos, el total efecto sobre le vida del leproso de allí en adelante no esta anotado en las escrituras.

El efecto sobre ¡a comunidad inmediata. En el lavamiento del leproso, el efecto público del milagro era tan abrumador que Jesús no “podía entrar abiertamente en la cuidad.” La publicidad trajo grandes multitudes a escucharlo y para ser sanados por él. El énfasis de la multitud era sin ninguna duda, en la curación temporal y no en la bendición espiritual. El entusiasmo sensacionalizo los poderes curativos del Señor mas bien que glorificar su misión y reino. Él Señor sin lugar a dudas sabía que efecto tendría la publicación del milagro sobre la comunidad en cada caso, en donde la instrucción, “no le digas a nadie,” fue dada. Sus poderes milagrosos no solamente eran un atractivo para los sentimientos y emociones de aquellos que los vieron, pero debían ser alojados en corazones entendibles y amorosos. Su deseo, como siempre, era que toda la humanidad viniera a él, arrepentirse, ser bautizados, y recibir de su reino.

La limpieza de los diez leprosos

Lucas 17:12-19

12 Y al entrar en una aldea, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos
13 y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!
14 Y cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que, mientras iban, fueron limpiados.
15 Entonces uno de ellos, cuando vio que había sido sanado, volvió glorificando a Dios a gran voz,
16 y se postró sobre su rostro a los pies de Jesús, dándole gracias; y este era samaritano.
17 Y respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?
18 ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios, sino este extranjero?
19 Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha sanado.

Lucas anota que Jesús entro en cierta aldea y se encontró con diez leprosos. Nos es dicho que el agradecido era samaritano, por lo cual podemos inferir que los otros eran judíos. 15 Los leprosos podían mezclarse y asociarse entre ellos, pero con nadie más. Escucharon que Jesús venia y lo llamaron, suplicando su misericordia. El inmediatamente se las dio “Id, mostraos a los sacerdotes,” dijo él. Su instrucción insinuaba que la bendición había sido otorgada, aunque el milagro no se había llevado acabo aun. Los diez creían que serian sanados, porque ellos inmediatamente se fueron para cumplir con la ley levítica; y mientras iban, fueron limpiados.

Estos hombres tuvieron la fe necesaria de hacer como se les instruyo, y la curación que tuvo lugar fue un testimonio no solamente de su fe pero de la capacidad del Señor como un sanador. Cuando la limpia tomo lugar, el samaritano se volvió y regreso a Jesús, se postro a los pies del Señor y le dio las gracias.

Jesús lo reconoció y le pregunto “¿No son diez los que fueron limpiados?” Los otros nueve, en la alegría de su curación temporal, perdieron la oportunidad de un crecimiento espiritual” no los pudieron encontrar por ninguna parte. “Levántate, vete.” Jesús declara. “Tu fe te ha salvado.” El samaritano recibió la bendición espiritual que los nueve perdieron. Los diez tuvieron la suficiente fe de ir a su lado y ser sanados; solamente uno tuvo la suficiente fe para volver y dar gracias y dar gloria al sanador.

Este milagro es un ejemplo perfecto de la caridad universal que Jesús enseño a sus discípulos. El leproso que fue sanado era un samaritano, para los judíos un pagano de una raza odiada, aun así recibió las bendiciones del Señor, ambas físicas y espirituales. “Los Apóstoles deben haber interpretado el acontecimiento como una evidencia de la posible aceptación y excelencia de los extranjeros, con lo cual se desacreditaba la pretensión judía de su superioridad sin el mérito correspondiente.17

Finalmente, este incidente provee una gran lección objetiva, sobre los milagros. El milagro fue simple y rápido. No hubo una prueba extensiva de fe o desarrollo de creencia. Los leprosos pidieron el milagro e inmediatamente lo recibieron. Los diez leprosos no sabían que Jesús era el Mesías; solamente creían que los podía sanar. Para los nueve, una vez que la bendición fue otorgada, la meta había sido obtenida; pero para el samaritano, la curación era solamente el camino para su meta. La curación les trajo gozo y felicidad a todos los leprosos, porque termino con su sufrimiento. Se regocijaron, y con ese gozo procedieron a cumplir con la ley y volvieron a la sociedad normal. Nueve estuvieron satisfechos con la curación física y no vieron mas allá; el samaritano vio mas allá que la bendición temporal y busco la oportunidad para un crecimiento espiritual.

Al sanar a los leprosos Jesús extendió su compasión para todos, abrió las puertas de su reino, y abolió el privilegio de los judíos para siempre.18

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