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Perdido y Después Encontrado
El evangelio que Jesús enseñó proporcionó el camino al reino de Dios. El camino era angosto y estrecho, y los requisitos explícitos. «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida» dijo Él, «nadie viene al Padre, sino por mí» (Juan 14:6). Todos los que oyeron sus palabras tenían la libertad de aceptar o rechazar sus palabras, pero el significado era claro: Sin el evangelio, la entrada al reino era imposible.
Una vez que el reino era aceptado, la libertad de escoger continuaba. En las parábolas siguientes el Señor enseñó a aquellos que, por cualquier razón, dejaron de guardar los requisitos del reino y llegaron a estar perdidos, y de la responsabilidad de los líderes hacia ellos.
La Oveja Pérdida
Lucas 15:1-7
1 Y se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle.
2 Y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe y con ellos come.
3 Y él les relató esta parábola, diciendo:
4 ¿Qué hombre de vosotros, si tiene cien ovejas y se le pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la que se le perdió, hasta que la halla?
5 Y al encontrarla, la pone sobre sus hombros gozoso;
6 y cuando llega a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, diciéndoles: Alegraos conmigo, porque he hallado mi oveja que se había perdido.
7 Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.
Contra-referencia
Mateo 18:12-14
La parábola de la oveja perdida está registrada dos veces en las escrituras. Su interpretación, aunque generalmente la misma en ambos casos, fue aplicada a dos grupos de personas extensamente diferentes: enemigos en Lucas, amigos en Mateo.
Lucas registra que Jesús enseñaba a un grupo de publícanos y pecadores que habían venido a oírlo, y los fariseos y los escribas murmuraron, diciendo: “Este hombre recibe a pecadores, y come con ellos.” El Señor contestó la acusación enseñando una secuencia de parábolas empezando con la oveja perdida, continuando con la moneda perdida, y terminando con el hijo pródigo.
Los fariseos, escribas, y los gobernantes de los judíos despreciaban a los publícanos y pecadores. En su fariseísmo, ellos se consideraban superiores. Su auto superioridad se les había subido a tales alturas, que ellos no sentían necesidad de arrepentirse, ellos creían que no habían cometido ningún pecado; por lo tanto, ellos sentían que la asociación con los publícanos y pecadores los profanaría, haciéndolos indignos para el reino de Dios.1
Los publícanos, eran considerados pecadores y traidores, “quienes para lucrarse tomaron lado con los romanos, los opresores de la teocracia, y ahora coleccionaban para una tesorería pagana. Ninguna limosna podía recibirse de ellos; sus pruebas no eran tomadas en las cortes de justicia, y fueron puestos sobre el mismo nivel que los paganos.”2
Los fariseos y los escribas eran considerados como los encargados del convenio, protectores de la ley, poseedores del reino- los pastores de Israel. Ahora, sin embargo, el verdadero Pastor de Israel estaba ante ellos. Estos antiguos pastores desde hacía mucho tiempo habían ignorado a sus ovejas perdidas. Abandonando su deber, ellos se alegraron por “el pecado” de los publícanos y pecadores y estaban agradecidos que ellos mismos no eran uno de ellos.3 Pero Ezequiel había visto su día y les había proclamado esta advertencia: “Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel; profetiza, y di a los pastores: Así ha dicho Jehová el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! ¿No apacientan los pastores a los rebaños? Coméis la grosura, y os vestís de lana; la engordada degolláis, mas no apacentáis a las ovejas.” (Ezequiel 34:203).
Zacarías acentuó aún más esta advertencia y profetizó:
Porque he aquí, yo levanto en la tierra un pastor que no visitará las perdidas, ni buscará la pequeña, ni curaré la perniquebrada, ni llevará la cansada a cuestas, sino que comerá la carne de la gorda, y romera sus pezuñas. ¡Ay del pastor inútil que abandona el ganado! Hiera la espada su brazo, y su ojo derecho; del todo se sacará su brazo, y su ojo derecho será enteramente oscurecido. (Zacarías 11:16-17).
El criticismo profetizado sobre los “pastores” de Israel se había cumplido. Ahora los fariseos y escribas criticaban a Jesús por hacer lo mismo que ellos debían estar haciendo. Jesús ofreció el evangelio tanto al pastor como a las ovejas igualmente. Pero los pastores, en su condición santurrona, habían rechazado su asociación con las ovejas, que ellos consideraban “pecadores.” Ellos tomaron ofensa en Jesús, ya que él recibía con gracia a las almas perdidas y vivía en asociación con ellos, aunque ellos mismos “no tenían ni amor para esperar la recuperación de ellos, ni medicinas para efectuarlo.”4 Las noventa y nueve ovejas en esta parábola son descritas como aquellas “personas justas, que no necesitan arrepentirse.” Quizás eran participantes justos del evangelio que no necesitaban médico, pero quizás mejor dicho el Maestro quiso que representaran a los críticos que entonces lo confrontaban,5 ya que esta parábola fue dada en respuesta a las murmuraciones de los fariseos y escribas. Ellos estaban encantados con la ley y su fría exactitud dentro de ella. Si ustedes (fariseos y saduceos), están “en el redil, no tengo misión para ustedes,” el Señor les dijo, porque se “me ha enviado para buscar a las ovejas que están perdidas,” a éstos ustedes han “despreciado.”
“La oveja perdida” en la parábola, representaba a aquellos publícanos y pecadores que se habían desviado de la ley, y fueron excluidos, evitados, y rechazados por los oficiales teocráticos. Era a estas almas errantes que Jesús extendió las buenas nuevas del evangelio, enfatizando de nuevo la obligación del liderazgo de buscar y recuperar a aquellos israelitas que estaban espiritualmente perdidos. Era su deber de recuperar estas almas, no regocijarse sobre sus pecados, ni excluirlos de la comunidad religiosa. La alegría expresada en la parábola, resultó de la recuperación (por medio del arrepentimiento) de la oveja perdida.7
En el registro de Mateo, las circunstancias que condujeron a la utilización de esta parábola, eran completamente diferentes. En Lucas, el Señor hablaba con los santurrones de los judíos que lo habían rechazado y que se habían hecho sus enemigos más amargos. Pero en Mateo, Él hablaba con sus discípulos, los seguidores de la palabra, ansiosos de ser instruidos. Mas, la pregunta que le preguntaron a Jesús ejemplificó la misma actitud como la de los fariseos y escribas en Lucas. A Jesús ellos dijeron: “¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?” (Mateo 18:1).
Los matices de la Ley, como era enseñado por los fariseos y los gobernantes judíos, habían dado ocasión a un deseo de superación personal y una separación de clases entre los judíos. Jesús no quería que los errores de la Ley antigua se introdujeran en la nueva ley. Él prologó la respuesta de la pregunta de sus discípulos con una analogía sobre niños pequeños: “Así que, cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos” (Mateo 18:4). Él entonces siguió con una discusión sobre las ofensas, y la necesidad de eliminarlas, cuando Él declaró: “Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido” (Mateo 18:11). Fue en este preciso momento que él entregó la parábola de la oveja perdida. Él lo dejó bien claro que los pastores del nuevo evangelio, así como aquellos de la antigua Ley, eran responsables de cuidar a las ovejas del Señor.
La oveja perdida recalcó el valor de cada miembro del rebaño a los ojos del Padre. Si uno se perdiera, era la voluntad de Dios que el liderazgo debería ir después de él, y que su arrepentimiento traería gran gozo para todos.
Esta parábola es un ejemplo excepcional de la utilización de parábolas por el Señor. Esta aplicaba tanto al enemigo como al amigo. A los fariseos, que creían que “hay gozo ante Dios cuando aquellos que lo provocan fallecen,”8 está indicaba que había mayor alegría sobre un pecador arrepentido que sobre aquellos que se adherían estrictamente a la Ley.
Esta parábola enseñó a los apóstoles que su ascensión al liderazgo en la Iglesia debía facilitar no sólo la reunión de almas en el reino de Dios, sino la retención de las almas dentro del reino. No es la voluntad “de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños” (Mateo 18:14).
Un último e importante punto se puede deducir de esta parábola. La oveja perdida se había desviado del rebaño. Es natural para las ovejas divagar, y cuando se alejan más y más, eventualmente se pierden de la seguridad del rebaño y son incapaces de encontrar su camino de vuelta sin una búsqueda diligente por parte del pastor. Sin embargo, cuándo una búsqueda diligente es exitosa, y la oveja es encontrada, regresará gozosamente al rebaño en completa hermandad y de común acuerdo.
La Moneda Pérdida
Lucas 15:8-10
8 ¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende una lámpara, y barre la casa y busca con diligencia hasta hallarla?
9 Y cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas, diciendo: Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido.
10 Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.
Las parábolas de la oveja perdida y la moneda perdida parecen similares en la superficie, pero sería incorrecto asumir que dicen exactamente la misma cosa. Las enseñanzas del Señor, iniciadas en la parábola de la oveja perdida, son ampliadas en la parábola de la moneda perdida, y ampliadas aún más en la parábola del hijo pródigo. En estas parábolas parece ser que el Señor enseña estas dos cosas simultáneamente y progresivamente: (1) la responsabilidad del liderazgo hacia individuos errantes dentro del convenio, el evangelio, o la Iglesia, y (2) la responsabilidad del individuo rebelde hacia el convenio, el evangelio, o la Iglesia.
Una comparación de la parábola de la oveja perdida con aquella de la moneda perdida, es útil en definir y discutir las simultáneas y ampliadas enseñanzas:
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Oveja Perdida |
Moneda Perdida |
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Individuo se desvía |
Individuo pierde la moneda por negligencia |
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Aceptado nuevamente (se asume arrepentimiento) |
Aceptado nuevamente (se enfatiza el arrepentimiento) |
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Bendiciones restauradas |
Bendiciones restauradas |
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Actitud: desinteresada |
Actitud: negligente |
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Responsabilidad del liderazgo por la pérdida indefinida |
Liderazgo responsable por la pérdida |
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Sale a buscarla |
Se requiere una búsqueda diligente |
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La encuentra y la devuelve al rebaño |
La recupera por la búsqueda diligente |
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Se regocija al encontrarla |
Se regocija al encontrarla |
En la parábola de la oveja perdida, la multitud representa a las personas escogidas dentro del convenio, el evangelio o la Iglesia; el pastor representa el liderazgo judío; y la oveja perdida, representa al individuo errante. Pero en la moneda perdida los actores parabólicos llegan a ser más complicados y asumen papeles duales cuando el Señor amplía la enseñanza. La mujer desempeña el papel del pastor cuando ella es la encargada de la moneda, pero también representa al individuo errante que ha perdido el evangelio. La moneda también toma dos identidades, representando a la oveja rebelde confiada a la Iglesia cuando la mujer representa al pastor; y al mismo evangelio cuando la mujer representa al individuo errante. La parábola de la moneda perdida fue dirigida específicamente a los fariseos y escribas como el liderazgo de Israel, pero puede ser aplicado a cualquiera de los líderes autorizados de la Iglesia en cualquier tiempo.9
Mientras es claro en la parábola de la oveja perdida que el liderazgo y el individuo tienen responsabilidad indefinida y quizás limitada en la separación de la oveja del rebaño, no es claramente así en la moneda perdida. La moneda se perdió únicamente por la negligencia de la mujer;10 de la misma manera una separación de la Iglesia, puede venir por la negligencia del liderazgo (Jesús denunció el liderazgo judío en varias ocasiones de este mismo pecado – véase, por ejemplo, Lucas 11:37-51; Mateo 23) o la negligencia del individuo.
En la parábola de la oveja perdida, el pecador simplemente se desvió del Señor en el curso normal de los acontecimientos de la vida, mientras que en la moneda perdida, el pecador se perdió como resultado de la culpabilidad y negligencia. El dueño de la moneda reconoció inmediatamente que algo valioso había perdido y necesitaba recuperarlo. Este hecho es enfatizado en la parábola, ya que el énfasis inmediato se concentra en la búsqueda de la moneda.11 La recuperación de la oveja perdida era simple y sencilla, pero no con la moneda. Una pérdida negligente requiere una búsqueda diligente.
Lo primero que la mujer en la parábola hizo, fue buscar una vela para poder buscar pasadas las horas normales de luz del día y explorar en cada rincón oscuro de su casa. Ella meticulosamente barrió la casa, indudablemente buscando en los muebles y hasta moviéndolos para asegurarse que la búsqueda fuese completa. La diligencia de la mujer en el intento de encontrar la moneda, relaciona directamente el esfuerzo requerido del liderazgo de recuperar las almas perdidas del Señor, y el esfuerzo del individuo, por medio del arrepentimiento, para poder volver al rebaño.
Cuando la mujer encuentra la moneda, ella se regocija, e incluso, invita a sus vecinos para compartir su felicidad. Cualquiera que ha influido en cambiar la vida para bien de alguna persona, puede identificarse con estos sentimientos. Similarmente, hay alegría en el cielo por una alma recuperada o un pecador arrepentido.
Por medio de estas dos parábolas detalladas (la oveja perdida y la moneda perdida), el liderazgo de la Iglesia fue amonestado en su responsabilidad hacia las almas perdidas y el individuo fue amonestado en su responsabilidad hacia el evangelio. La tercera parábola, la del hijo pródigo, gráficamente describirá lo que sucede cuando un individuo deja el rebaño deliberadamente – como resultado de sus decisiones. Aunque la responsabilidad del liderazgo se describe una vez más, el principal énfasis de la parábola del hijo pródigo cambia de dirección, de la responsabilidad de los líderes a la responsabilidad del individuo.
El Hijo Pródigo
Lucas 15:11-32
11 También dijo: Un hombre tenía dos hijos,
12 y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes.
13 Y no muchos días después, juntándolo todo, el hijo menor se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente.
14 Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia y comenzó a pasar necesidad.
15 Entonces fue y se acercó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el que le envió a su hacienda para que apacentase cerdos.
16 Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.
17 Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!
18 Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti;
19 ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.
20 Entonces, se levantó y fue a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello y le besó.
21 Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.
22 Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad la mejor ropa y vestidle; y poned un anillo en su mano y sandalias en sus pies.
23 Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta,
24 porque este, mi hijo, muerto era y ha revivido; se había perdido y ha sido hallado. Y comenzaron a regocijarse.
25 Y su hijo mayor estaba en el campo, y cuando vino y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas;
26 y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
27 Y el criado le dijo: Tu hermano ha venido, y tu padre ha hecho matar el becerro gordo por haberle recibido sano y salvo.
28 Entonces se enojó y no quería entrar. Salió, por tanto, su padre y le rogaba que entrase.
29 Pero él, respondiendo, dijo al padre: He aquí tantos años hace que te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para alegrarme con mis amigos.
30 Pero cuando vino este, tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo.
31 Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas.
32 Pero era menester hacer fiesta y regocijarnos, porque este, tu hermano, muerto era y ha revivido; se había perdido y ha sido hallado.
El hijo pródigo es una de la las más tiernas e informativas parábolas en la Biblia. Es una parábola sobre la doctrina celestial, que explica las comparaciones de las situaciones diarias de la vida. El significado no necesita ser forzado sobre esta parábola, ya que su entorno fue completamente comprensible para los judíos, como su aplicación celestial.12
Las parábolas de la oveja perdida y la moneda perdida les dio instrucciones a los líderes de los judíos que se centraba en su responsabilidad hacia las almas perdidas de la Iglesia, ya sea que esas almas simplemente se hayan desviado o se perdieron debido a la negligencia. Sin embargo, en el hijo pródigo, el liderazgo es descrito como habiendo completado exitosamente su responsabilidad hacia el individuo. El individuo ya es un heredero de las bendiciones del Señor y se pierde por medio de una elección deliberada – él escoge separarse por voluntad propia del rebaño.
Dos hijos son descritos en esta parábola. El hijo más joven con impaciencia le pide a su padre su herencia cuanto antes, deseando utilizar su riqueza inmediatamente. Él no desea esperar hasta la muerte de su padre. El padre consiente en su petición, y le divide su porción de la herencia.
El hijo no se va inmediatamente después de recibir sus bienes. Él demora varios días para juntar todo lo que él tiene, para prepararse apropiadamente para su viaje por el mundo. Después parte para una provincia apartada para poder olvidarse tanto de Dios como de su padre.13
El énfasis de la parábola a este punto es claro. El hijo escoge deliberadamente separarse de su padre. El padre en este caso puede interpretarse como, que representa a Dios o a la Iglesia (las consecuencias vienen siendo las mismas en ambos casos).
El Señor ahora había ampliado sus enseñanzas, con respecto a la responsabilidad del individuo hacia el evangelio, e incluyó todos los métodos de perderlo. En la oveja perdida, la pérdida ocurrió por descuido, el individuo simplemente se desvió. En la moneda perdida, el individuo se perdió por medio de negligencia culpable. Pero en el hijo pródigo, el individuo escogió deliberadamente dejar la Iglesia.
Un cuento del Antiguo Testamento que tiene algunas similitudes con la del hijo pródigo, es el cuento de Esaú y Jacob. Esaú, el hermano gemelo de Jacob, había vuelto de cazar por mucho tiempo y estaba débil. Él le pide a Jacob que le diera parte del potaje que Jacob había preparado. Jacob estuvo de acuerdo, pero primero solicitó que Esaú le vendiera su primogenitura para que pagara por el alimento. Esaú decidió que su hambre era tal, que él moriría si no recibía inmediatamente el alimento, y él dijo: “¿para qué pues, me servirá la primogenitura?” (Génesis 25:32). Él vendió a Jacob su primogenitura por un tazón de potaje.
También así, el hijo pródigo voluntariamente deseó cambiar su herencia por las cosas del mundo. Él gastó su herencia, y nunca la recuperó. La parábola informa que él desperdició sus bienes “viviendo perdidamente.” Él perdió su reino sucumbiendo a la esclavitud del mundo, de sus propias lujurias, y de la tiranía del Diablo.14
Señor y se pierde por medio de una elección deliberada – él escoge separarse por voluntad propia del rebaño.
Dos hijos son descritos en esta parábola. El hijo más joven con impaciencia le pide a su padre su herencia cuanto antes, deseando utilizar su riqueza inmediatamente. Él no desea esperar hasta la muerte de su padre. El padre consiente en su petición, y le divide su porción de la herencia.
El hijo no se va inmediatamente después de recibir sus bienes. Él demora varios días para juntar todo lo que él tiene, para prepararse apropiadamente para su viaje por el mundo. Después parte para una provincia apartada para poder olvidarse tanto de Dios como de su padre.13
El énfasis de la parábola a este punto es claro. El hijo escoge deliberadamente separarse de su padre. El padre en este caso puede interpretarse como, que representa a Dios o a la Iglesia (las consecuencias vienen siendo las mismas en ambos casos).
El Señor ahora había ampliado sus enseñanzas, con respecto a la responsabilidad del individuo hacia el evangelio, e incluyó todos los métodos de perderlo. En la oveja perdida, la pérdida ocurrió por descuido, el individuo simplemente se desvió. En la moneda perdida, el individuo se perdió por medio de negligencia culpable. Pero en el hijo pródigo, el individuo escogió deliberadamente dejar la Iglesia.
Un cuento del Antiguo Testamento que tiene algunas similitudes con la del hijo pródigo, es el cuento de Esaú y Jacob. Esaú, el hermano gemelo de Jacob, había vuelto de cazar por mucho tiempo y estaba débil. Él le pide a Jacob que le diera parte del potaje que Jacob había preparado. Jacob estuvo de acuerdo, pero primero solicitó que Esaú le vendiera su primogenitura para que pagara por el alimento. Esaú decidió que su hambre era tal, que él moriría si no recibía inmediatamente el alimento, y él dijo: “¿para qué pues, me servirá la primogenitura?” (Génesis 25:32). Él vendió a Jacob su primogenitura por un tazón de potaje.
También así, el hijo pródigo voluntariamente deseó cambiar su herencia por las cosas del mundo. Él gastó su herencia, y nunca la recuperó. La parábola informa que él desperdició sus bienes “viviendo perdidamente.” Él perdió su reino sucumbiendo a la esclavitud del mundo, de sus propias lujurias, y de la tiranía del Diablo.14
Indudablemente cuando el pródigo partió por vez primera de la seguridad del redil, las atracciones y los placeres del mundo le dieron satisfacción, y probablemente se felicitó por su nueva libertad y placer material. Pero eventualmente su herencia se disipó, y el tiempo vino cuando las delicias mundanales y sus posesiones materiales se terminaron. Su desesperada circunstancia lo hicieron reconocer la verdadera calamidad debido a su salida del reino (véase Jeremías 2:19, 17:5-6).
Él había gastado toda su herencia cuando surgió una gran hambre en la tierra. Sin fondos para proveer para él mismo, el pródigo comenzó a querer más. Se arrimó a un ciudadano del país en el cual residía, y se le dio la responsabilidad de apacentar los cerdos en los campos. La copa de miseria y desesperación estaba repleta. Él no tenía lo suficiente para comer, nadie lo ayudaba, y él se había hundido tan bajo que “deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos.”
La situación del pródigo fue gráficamente descrita por el Salvador. Él lo dijo claramente en la parábola que los que no fueran gobernados por Dios se encontrarían sirviendo a Satanás. El hijo pródigo había derrochado su herencia por el pecado, y se había desvalorizado en las profundidades del infierno. Pero la adversidad demostró ser un poderoso golpe, y él reconoció repentinamente que aún los sirvientes empleados en casa de su padre tenían pan para comer, mientras él perecía de hambre. Él decidió volver a su padre, confesar que había pecado contra su padre y contra Dios, reconocer abiertamente que él no era digno de ser su hijo, y pedir que su padre le permitiera ser uno de los sirvientes empleados. Con esto en mente, él regresó a casa de su padre, donde él estuvo indudablemente abrumado al ser recibido abiertamente y gozosamente, y por tener todas sus necesidades terrenales en abundancia aseguradas. Su confesión sincera y su reconocimiento a la desobediencia proclamaron su futuro estado. Él había rechazado su hogar y derrochado su herencia. Él sabía que ya no podría ser un hijo. Él tendría que estar satisfecho con lo que su padre le diera; no podemos inferir que a un pecador arrepentido se le dará mayor precedencia que al alma justa que ha resistido el pecado.15 Claramente no es este el caso.
El Señor ahora interpone en esta parábola el desagrado del primer hijo que le había servido fielmente durante los años, como era su deber. Aún que estuvo cumpliendo fielmente con sus obligaciones para su padre, nunca había recibido la atención que ahora se le demostraba al hermano menor.
En este momento, el énfasis de la parábola cambia. Ya no es el hijo arrepentido el centro de atención. El primer hijo ahora es el centro de atención. El hijo más joven había vivido para el momento, rechazando deliberadamente su herencia eterna en el reino, para satisfacer inmediatamente sus deseos y pasiones terrenales. Su herencia había sido disipada, y él nunca más la gozaría.16 El padre asegura al hijo mayor fiel que él estaría siempre con él, y todo lo que él tiene sería suyo. Por otra parte, el pródigo nunca entraría en la plenitud del reino del padre, pero participaría verdaderamente sólo como un sirviente. Él no tendía nuevamente la misma porción que había rechazado.17
No se necesita hacer énfasis en el aparente descontento del hermano mayor por la celebración dada por el regreso del hijo pródigo. Esta información probablemente fue una manera de adornar la parábola para definir la relación entre los hermanos y su posición en el reino de Dios.
Indudablemente los discípulos del Señor estuvieron con él cuando enseñó las parábolas de la oveja, la moneda, y la del hijo pródigo, pero el resto de su audiencia consistió de pecadores y parias de la gente judía, así como los críticos gobernantes de los judíos. En estas tres parábolas, el Señor implícitamente reveló a esta audiencia lo que su responsabilidad era en el reino de Dios, una vez que ellos lo encontraran. La contienda, después de todo, es una contienda de fe, y sólo nuestra fe en Dios nos hace lo suficientemente fuertes para llegar a ser victoriosos sobre las cosas del mundo.
Antiguamente, los hijos de Israel ejemplificaron este principio cuando le suplican a Samuel que le pida en oración a Jehová “constitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones” (1 Samuel 8:5). Samuel se disgusta con esta petición, y oró al Señor. El Señor, en su respuesta, confirmó el disgusto de Samuel y dijo: “porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado” (1 Samuel 8:7). (Así, igualmente, el hijo pródigo rechazó el reino de Dios). Saúl fue escogido para ser el primer rey de Israel, y él estaba decidido a ser la clase de rey que Israel quería, pero esto no era lo que el señor quería. Él no tuvo la suficiente fe en el Señor, y su debilidad lo hizo inclinarse hacia la gente inicua. El reino de Saúl no era de Dios, y por lo tanto este no podía continuar.
Aunque sus circunstancias fueron diferentes, Saúl fue tan incapaz en su monarquía, como Esaú fue para los derechos de herencia de un primogénito, o como fue el hijo pródigo con la herencia que él recibió de su padre. Cualquier cualidad que ellos pueden haber tenido originalmente para el reino, todos los rechazaron para satisfacer sus propios deseos para una existencia material. Ellos rechazaron el reino con gusto y astutamente, y disiparon abiertamente su herencia. Las bendiciones del reino son aseguradas sólo a los que se quedan fíeles al Señor.
La responsabilidad del individuo al evangelio, fue presentada claramente a los que oyeron la parábola del hijo pródigo. Las parábolas de la perla de gran precio y el tesoro escondido en el campo determinaron que una persona debe sacrificar fácilmente todo lo que él tiene para adquirir el evangelio. Las parábolas de la oveja perdida y la moneda perdida, dictaron que aquellos a quién por descuido o negligencia se han encontrado separados del evangelio, podrían volver en forma legítima sobre el arrepentimiento completo. Es tan clara la realidad que si el evangelio es enteramente aceptado y luego completamente rechazado, voluntariosamente, conociendo, y permanentemente, las recompensas del reino no pueden ser obtenidas, y la herencia en el reino del Padre será confiscada.18
























