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El Segundo Gran Mandamiento
No hay duda que Israel claramente entendió el segundo gran mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente” (Lucas 10:27). El segundo gran mandamiento es semejante: “Amaras a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:39). Pero este mandamiento carecía de énfasis y definición del primer mandamiento.
Mientras que la ley de Moisés estaba centrada en el primer mandamiento, el evangelio de Cristo reconoce que los dos mandamientos están completamente interrelacionados. Como el hombre ama y trata a su prójimo determina como ama a su Dios. Jesús enseñó, “En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis,” y “En cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis” (Mateo 25:40-,45). En estas dos leyes descansaba toda la ley y los profetas.
La siguiente parábola, el buen samaritano, hermosamente enseña los principios que se encuentran en el segundo gran mandamiento.
El Buen Samaritano
Lucas 10:30-37
30 Y respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto.
31 Y aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino y, al verle, pasó de largo.
32 Y asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, al verle, pasó de largo.
33 Mas un samaritano que iba de camino llegó cerca de él y, al verle, fue movido a misericordia;
34 y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole sobre su propia cabalgadura, le llevó al mesón y cuidó de él.
35 Y otro día, al partir, sacó dos denarios y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamelo; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando vuelva.
36 ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo de aquel que cayó en manos de los ladrones?
37 Y él dijo: El que tuvo misericordia de él. Entonces Jesús le dijo: Ve y haz tú lo mismo.
Como Lucas registra, un intérprete de la ley se paró ante Jesús, y le planteó una pregunta “para probarle.” La utilización de las palabras para probarle nos puede llevar a sumir que la pregunta fue planteada al Salvador con intentos malvados. Aunque este fue el caso en otras ocasiones, no necesariamente fue así en este caso. Aunque él quizás deseaba probar al tan conocido maestro, posiblemente hasta ridiculizarlo, aparentemente no parece haber ningún intento malicioso por parte del intérprete1 cuando él preguntó; ¿“Haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?” (Lucas 10:25).2
El intérprete fue, con toda probabilidad, un experto en el canon judío y, conociendo las costumbres de su clase, que era común probar o probar a los grandes rabinos en las escrituras rabínicas, él preguntó la pregunta para involucrar a Jesús en dificultades dialécticas y disputas sutiles. “En verdad, esto fue parte del Rabinismo, y llegó a esa dolorosa y fatal nimiedad con la verdad, cuando todo llegó a ser una sutilidad dialectal, y nada era verdaderamente sagrado.”3
Jesús respondió a la pregunta del intérprete con otra pregunta. “¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?” (Lucas 10:26). El intérprete contestó al recitar el primer gran mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente” (Lucas 10:27; Deuteronomio 6:5). A esto él agrego el segundo gran mandamiento “y a tu prójimo como a ti mismo,” porque esto también era requerido bajo la ley levítica (Levíticos 19:17). Jesús enseguida reconoció la exactitud de la respuesta y continuo; “Bien has respondido; Haz esto, y vivirás” (Lucas 10:28).
Si la discusión hubiera terminado entre el intérprete y el Señor con esta admonición, la parábola no se hubiera dado. Pero el intérprete continuo con la discusión en un intento de “justificarse” y preguntó “¿Y quién es mi prójimo?” (Lucas 10:29). Esta pregunta da una credencial adicional a la teoría que el intérprete había comprometido a Jesús en una conversación sin malicia o maldad, y solamente con el propósito de exponer sus habilidades dialectales. Al peguntar la segunda pregunta él buscaba justificarse de la primera, y demostrar a Jesús que el tema no se resolvía tan fácilmente como implicaba la respuesta de Jesús.4
Desde tiempo atrás, Dios había separado a la gente de Israel, y había buscado purificarlos para que llegaran a ser santos y pudieran santificarse ante Él. Como resultado, la pregunta “¿Quién es mi prójimo?” frecuentemente comprometía a los rabinos y la respuesta era totalmente clara. Para los judíos, su prójimo era en verdad otro judío, o miembros de la casa de Israel.5
El principio involucrado en la pregunta “quién es mi prójimo” es muy similar a la que Pedro preguntó, cuando él le preguntó al Señor cuántas veces debía de perdonar a su hermano (Mateo 18: 21- 22). La ley judía dictaba que el requisito era perdonar a su hermano tres veces. Ambos Pedro y el intérprete preguntaron esto para determinar las limitaciones de la ley y para precisamente definir su responsabilidad con dicha ley. Pero el segundo gran mandamiento no podía restringirse en este asunto.
El intérprete buscaba un límite a la aplicación de la ley, fuera del cual no tendría la obligación de obrar.6
El Señor dio la parábola del buen samaritano para iluminar a sus interrogantes, como también a todo aquel que escuchara su voz. Él estaba tratando de demostrar a la gente que tan lejos la ley se había extraviado de su propósito original, porque la parábola describía una ampliación de la ley, no como la gente escogida de ese tiempo la entendía, pero un cambio en ella.7 Aquellos que seguirían al Maestro no estarían mas atados por el deber, sino por amor. Y no había límite a quien se le debía de dar ese amor: Se debería de dar gratuitamente a toda la humanidad. A este grado la parábola era una reprimenda a la segunda pregunta propuesta por el intérprete, con sus ramificaciones legales y de los matices deducidos de la ley rabínica. Una vez más Jesús no contestó directamente la pregunta, pero en lugar de esto, dio la siguiente parábola.
Cierto hombre salió de Jerusalén a Jericó y cayó entre ladrones y fue herido y fue dejado por muerto. El escenario de esta parábola es puramente regional y judío en naturaleza.8 Un hombre había estado caminando el camino desértico y solitario entre Jerusalén y Jericó, “una región notoriamente insegura,”9 había sido asaltado y herido.
Un sacerdote y después un levita llegaron hasta el hombre mientras viajaban el mismo camino de dieciocho a veinte millas de largo. Y viendo la situación, pasaron de largo. Ambos deberían de haber ayudado al herido, pero la intención de la parábola era describir que tan extraviada estaba la ley mosaica y que tan poco los judíos habían entendido el segundo gran mandamiento. Ambos hombres habían justificado sus acciones. El sacerdote debió haber asumido que el hombre estaba muerto; hacer contacto con una persona muerta bajo la ley levítica, era llegar a ser impuro, y así paso de largo. Sin embargo, el levita “viéndole” supo que no estaba muerto, y también paso de largo, quizás temiendo que los ladrones estuvieran aún en las cercanías o que el hombre estaba pretendiendo estar herido en orden de atrapar a los viajeros desprevenidos. Sin embargo ellos acallaron sus conciencias, la parábola ejemplificaba la naturaleza egoísta del judaísmo, común en el tiempo de Jesús.
Finalmente, un samaritano vino a donde estaba el hombre herido. Jesús indudablemente escogió a un samaritano para demostrar compasión porque esta raza era severamente odiada por los judíos. Que fuera un samaritano el que se paró para ayudar al hombre herido sería completamente inesperado y hubiera avergonzado y humillado al público judío del Señor.10 El Señor describió, con mínimo detalle, la compasión y amor del samaritano, al El desarrollar la última parte de la parábola.
El samaritano primero limpió las heridas del hombre herido con vino y después le echó aceite para calmar el dolor. Este no era un remedio costoso, pero altamente estimado en el este.11 Después cubrió las heridas y llevó al herido a un mesón, lo cuidó durante ese día y noche, otro día al partir, dejó dos denarios para asegurarse que lo iban a seguir cuidando. Dejó instrucciones con el mesonero de continuar el tratamiento hasta que el hombre estuviera curado, y que si costaba más de dos denarios, él pagaría al mesonero cuando regresara.
El intérprete había preguntado a Jesús: “¿Quién es mi prójimo?” Jesús contesta a esa pregunta y dijo, “¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?” El Señor cambia la pregunta del intérprete de “quién es mi prójimo” a “¿de quién soy prójimo yo?”
El intérprete había preguntado esta pregunta de una forzada, limitada y antipática perspectiva. La respuesta del Señor apelaba a un principio más grande de ese en el cual el intérprete había sido capacitado. La pregunta del Señor hizo conciencia en el intérprete del gran abismo que existía entre su conocimiento de la ley y sus acciones bajo ella.12
Para un erudito de la ley, el intento de la parábola ahora era clara, y el intérprete solamente podía ver una posible respuesta a la pregunta. Aunque fue humilde al reconocerlo, y no poder ni siquiera decir la palabra samaritano, él contestó “El que usó de misericordia con él.” El Señor respondió concisamente, “Ve, y haz tú lo mismo.” El intérprete había contestado su propia pregunta y había sido claramente instruido en su deber. Nunca mas podría utilizar las legalidades técnicas de la antigua ley para justificar la inacción y la discriminación, porque el Mesías había declarado que es la responsabilidad de todos, ser prójimo para todos al servir a aquellos con necesidad.13
→ Capítulo 8: Parábolas que Enseñan Responsabilidad y Recompensa
























