El Espíritu Santo

El Espíritu Santo

Joseph Fielding McConkie
Robert L. Millet

Primera Edición, 1991

McConkie y Millet - El Espíritu Santo1


Contenido

Prefacio
1. El Ministerio del Espíritu Santo
2. El Espíritu de Revelación Restaurada
3. Falsos Espíritus
4. Discerniendo los Espíritus
5. Instintos Espirituales
6. Los Dones del Espíritu
7. Símbolos del Espíritu Santo
8. El Consolador
9. Nuevo Nacimiento
10. Santificado por el Espíritu
11. Enseñando y Aprendiendo por el Espíritu
12. La Aprobación del Señor: El Santo Espíritu de la Promesa
13. Ofendiendo al Espíritu
14. El Espíritu a través del tiempo


El Espíritu Santo

Joseph Fielding McConkie — Robert L. Millet

Dado el plan del Padre y el trascendente sacrificio del Salvador, ¿qué podría ser más importante para nuestras vidas fue el Espíritu Santo, a cuya influencia está expuesto cada fiel santo de los últimos días? Reconociendo esta importancia los dos bien conocidos autores poseen escrituras antiguas, revelaciones modernas, y comentarios esclarecedores justamente para determinar la misión y el ministerio del 3e miembro de la Deidad. Los santos de los últimos días coinciden con los antiguos santos en esto, como en todos los principios del evangelio. El libro nos recuerda que el don del Espíritu Santo abre, tanto para ellos como para nosotros, posibilidades de crecimiento espiritual, aprendizaje inspirado y guía personal. Los autores no solamente explican con el rigor característico los aspectos mejor conocidos de la obra del Espíritu Santo sino que trae a nuestra misión otras bendiciones a las que frecuentemente dejamos de aspirar: dones espirituales, el renacimiento del Espíritu, santi­ficaciones, enseñar y aprender por el Espíritu, el espíritu de revelación, y el Santo Espíritu de la Promesa, por ejemplo. En tanto establece sencillamente principios y doctrinas, el libro está lejos de ser un tratado teológico; preferentemente, muestra en términos prácticos lo que aportan o no, las operaciones del Espíritu en nuestras vidas, en sus variadas manifestaciones ¿cómo podemos requerir y obtener las bendiciones que ofrece el Espíritu?. Este libro, de dos académicos del evangelio, es una obra importante sobre un tema importante. Leyéndolo cuidadosamente y aplicando sus principios lograremos expandir el entendimiento sobre el tema y haremos que el precioso don del Espíritu Santo sea más significativo en sus vidas.


Prefacio


En respuesta a una pregunta del entonces presidente de los Estados Unidos, Martin Van Burén, acerca de qué era lo qué diferenciaba al Mormonismo de otras propuestas religiosas de la época, el Presidente José Smith dijo: “Diferimos en la forma del bautismo y el don del Espíritu Santo por la imposición de manos. Todas las demás consideraciones están contenidas en el don del Espíritu Santo” (Historia de la Iglesia, 4:42). La declaración del Profeta sugiere que la característica distintiva del pueblo del Señor ―y así sería por todo tiempo y generación― ha sido la compañía del Espíritu Santo y la manifestación de los dones del Espíritu. Allí donde podemos hallar los dones y sus frutos, allí hallaremos la verdad y la autoridad para la salvación; allí donde no se encuentren estos frutos, allí no habrá sido establecido la Iglesia y el Reino de Dios.

Una persona que posee el don del Espíritu Santo tendrá nuevamente la posibilidad de acceder al sacerdocio mayor o Santo Sacerdocio, la autoridad de administrar el evangelio, la llave para develar los misterios del reino de Dios y el poder de compartir y disfrutar la presencia de Dios y sus ángeles, (ver D. y C. 84:19; 107:18―19). En efecto, “ningún hombre puede recibir el Espíritu Santo sin recibir revelaciones” (Enseñanzas del Profeta José Smith). Quien posee el Espíritu Santo posee necesariamente el espíritu de profecía y revelación. Profesará no solo el derecho sino la responsabilidad de ceñirse a los cánones de las escrituras y sostendrá que recibir revelación personal no es solo privilegio sino responsabilidad de todos aquellos a quienes ha sido concedido este sagrado don.

El Espíritu Santo es como el aliento de vida de la Iglesia. Es la fuente de todo conocimiento espiritual y de toda vida. En el Reino de Dios no existen doctrinas que no lleven el sello de la revelación divina y por lo tanto, del Espíritu Santo. Apartados del Espíritu Santo nos hallamos sin el derecho de enseñar el evangelio y sin la capacidad para aprenderlo. Así como el espíritu sustenta a quienes enseñan el evangelio, la revelación declara que ellos “Hablarán conforme los inspire el Espíritu Santo. Y lo que hablen cuando sean inspirados por el Espíritu Santo, será Escritura, será la voluntad del Señor, será la intención del Señor, será la palabra del Señor, será la voz del Señor y el poder de Dios para la Salvación” (D. y C. 84:3-4). No existen palabras adecuadas para poder describir la gratitud que deberíamos sentir hacia el Dios que nos dio vida. El mismo Señor proveyó los medios por los cuales nos es posible ser redimidos de los efectos de la caída de Adán, y nos otorga el derecho a la compañía del Espíritu Santo. Brigham Young observa: “No hay duda. Si una persona vive de acuerdo a las revelaciones dadas al pueblo de Dios, tendrá el espíritu del Señor para poder conocer Su Voluntad, para guiarlo y dirigirlo en el desempeño de sus tareas, tanto temporales como espirituales. Me siento feliz de vivir con estos privilegios” (Journal of Discourses, 12:104).

“Porque, en qué se beneficia un hombre a quien se confiere un don si no lo recibe? He aquí, ni se regocija con lo que le es dado, ni se regocija con aquel que es el donador” (D. y C. 88:33). Para los Santos de los Últimos Días, ser negligentes en el cumplimiento del mandamiento de buscar y recibir el Espíritu Santo, significa haber fallado en la reverencia a Dios, por quien es dado el supremo don, y es negarnos a nosotros mismos el acceso a los poderes iluminadores y santificadores del Espíritu que alimenta el alma. El pan de la vida y las aguas vivientes están al alcance del hambriento y el sediento; hallarnos desnudos frente al mundo cuando podríamos haber estado vestidos con dignidad y justicia, el poder y la luz de lo alto; sufrir tentaciones y ser vapuleados cuando podríamos habernos regocijado en la paz consumada de la pureza personal! Hemos escrito este libro con la esperanza de estimular la fe, de despertar el interés en la materia y acrecentar el valor para que la confianza de los Santos de los Últimos Días en el cumplimiento de las cosas espirituales permanezca inalterable. Tal ha sido el efecto sobre nuestras propias almas al preparar esta obra, por la cual asumimos absoluta responsabilidad.

El Espíritu Santo nos invita a cruzar más allá de las fronteras conocidas, para guardar la santidad del Sinaí; a unificar criterios y ascender a la montaña sagrada para permanecer en la presencia divina. De cierto, ningún ojo ha visto, ni oído ha escuchado acerca de las maravillas que Dios ha preparado para aquellos que guardan la fe, “ni tampoco es el hombre capaz de darlos a conocer, porque sólo se ven y se comprenden por el poder del Espíritu Santo que Dios confiere a los que lo aman y se purifican ante él; a quienes concede este privilegio de ver y conocer por sí mismos, para que por el poder y la manifestación del Espíritu, mientras estén en la carne, puedan aguantar su presencia en el mundo de gloria”( D. y C. 76:116-118).

→ 1. El Ministerio del Espíritu Santo

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