“Yo los sanaré”

Liahona Febrero 2025

“Yo los sanaré”

Por el élder Dieter F. Uchtdorf
Del Cuórum de los Doce Apóstoles

El ministerio sanador del Salvador es un preludio y una promesa divinos de la sanación física y emocional duradera que cada uno de nosotros recibirá en la resurrección.


Todavía recuerdo vívidamente algunos de los largos vuelos que hice durante mi vida profesional como comandante de una aerolínea.

En uno de ellos, despegaba de Alemania a las once de la mañana y aterrizaba en California a la una de la tarde de ese mismo día. Al comparar los horarios locales de partida y llegada, podría parecer que el vuelo a través del océano Atlántico y el continente norteamericano duraba solo dos horas. El Boeing 747 era rápido, ¡pero no tanto! En realidad, tardábamos unas once horas, dependiendo del viento, en recorrer los 9000 km (5600 millas).

Debido a que volábamos hacia el oeste, el sol nunca se ponía durante nuestro vuelo. Disfrutamos de la plena luz del día durante todo el trayecto de Alemania a California.

Sin embargo, regresar a Alemania era una historia totalmente diferente. Incluso cuando despegábamos a primera hora de la tarde, conforme volábamos hacia el este, el atardecer llegaba más rápido de lo normal y, antes de que nos diéramos cuenta, ya había caído la noche.

Durante esos largos vuelos, mi alma a menudo se llenaba de asombro al meditar en la belleza de esta tierra y en el orden de la creación de Dios. Incluso mientras volábamos de noche, en completa oscuridad, sabía con certeza que el sol saldría de nuevo, que la luz resplandeciente regresaría y traería calor y vida a un nuevo día antes del fin de nuestro viaje. Las circunstancias de mi vuelo podrían haber hecho que pareciera que el sol se estaba poniendo más lento o más rápidamente, pero yo sabía que el sol permanecía constante, firme y confiable en los cielos.

Siento lo mismo respecto a Dios. Debido a que tengo una certeza profundamente arraigada de la sabiduría y el propósito de Dios para toda Su creación, puedo sentir una esperanza gozosa y una paz duradera cuando pienso en nuestra existencia terrenal. Somos hijos de Dios. Él nos ama, conoce nuestras circunstancias y está presto a ayudarnos. Esas verdades no cambian, aun cuando otras cosas que nos rodean parezcan inestables e impredecibles.

Todos experimentamos momentos de oscuridad, pesar e incertidumbre que amenazan nuestra paz. Cuán agradecido estoy por la fuente confiable y verdadera de verdad y luz (véase Doctrina y Convenios 88:6–11). Jesucristo es la luz y la vida del mundo. Gracias a Él y a Su sacrificio expiatorio, tenemos esperanza en el futuro, acceso a luz divina para iluminar los días oscuros de nuestra travesía, y la promesa de la victoria final sobre el pecado y la muerte.

“Él ama al mundo”
Jesucristo fue el único hombre perfecto que jamás haya caminado sobre la tierra. Debido a Su vida perfecta, no tenía ninguna deuda con la justicia. Por amor a nosotros, Él dio Su vida por cada uno de nosotros individualmente y por todos los hijos de Dios conjuntamente para abrir la puerta a la inmortalidad y la vida eterna.

A pesar de lo que Satanás nos quiere hacer creer, ninguno de nosotros se encuentra más allá de la capacidad del Salvador para rescatarnos. Ninguno de nosotros está excluido de la gracia del perdón. Ninguno de nosotros está demasiado lejos como para no estar “para siempre envuelto entre los brazos de su amor” (2 Nefi 1:15).

El más grande de todos los dones proviene del poder habilitador y redentor de la Expiación de Jesucristo. Debido al sufrimiento del Salvador en Getsemaní y en el Gólgota, Él sabe cómo salvarnos de todas y cada una de nuestras debilidades y ayudarnos a superarlas (véase Alma 7:12).

“Él no hace nada a menos que sea para el beneficio del mundo; porque él ama al mundo, al grado de dar su propia vida para traer a todos los hombres a él” (2 Nefi 26:24).

¡Jesucristo es nuestra fortaleza!
Él tiende la mano.
Él restaura.
Él rescata.

“Cuando el Salvador efectuó [Su sacrificio expiatorio] por todo el género humano, hizo posible que quienes lo siguen puedan tener acceso a Su poder sanador, fortalecedor y redentor”, dijo el presidente Russell M. Nelson.

Ese poder, al igual que el sol, siempre está ahí; nunca desfallece. La decisión de seguir los pasos del Salvador es como salir de las sombras y entrar a la luz del sol, donde podemos recibir las bendiciones de la luz, la calidez y el amor de Dios. Sé que un día miraremos hacia atrás y estaremos llenos de gratitud por haber tomado la decisión eternamente importante de confiar en Jesucristo y en Su amor divino para elevarnos y fortalecernos.

“Volve[os] a mí”
El Libro de Mormón relata que un pueblo pasó tres días en la más profunda oscuridad después de la Crucifixión del Salvador. La oscuridad física que los rodeaba podría simbolizar la oscuridad espiritual que todos experimentamos a causa del pecado. Entonces el pueblo oyó la voz de Cristo que los invitaba a salir de las tinieblas hacia Su luz:

“¿No os volveréis a mí ahora, y os arrepentiréis de vuestros pecados, y os convertiréis para que yo os sane?” (3 Nefi 9:13).

“Y me ofreceréis como sacrificio un corazón quebrantado y un espíritu contrito” (3 Nefi 9:20).

“Arrepentí[os] y volv[eos] a mí con íntegro propósito de corazón” (3 Nefi 10:6).

El Salvador nos extiende esas mismas invitaciones hoy en día cuando nos encontramos perdidos en la oscuridad. Así como cada amanecer marca el comienzo de un nuevo día, cada vez que nos arrepentimos recibimos un comienzo, un inicio flamante y resplandeciente.

Eso no quiere decir que sea fácil; el arrepentimiento significa cambiar, y el cambio no ocurre rápidamente. Si bien es gozoso, el arrepentimiento incluye “la tristeza que es según Dios” (2 Corintios 7:10). Requiere que admitamos y confesemos nuestros errores, pidiendo perdón a Dios y a quienes hayamos hecho daño. Sobre todo, requiere que busquemos “el Espíritu del Señor Omnipotente”, para que podamos experimentar “un potente cambio en […] nuestros corazones, por lo que ya no tenemos más disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente” (Mosíah 5:2).

Ese tipo de cambio es un largo viaje, pero tan pronto como den el primer paso, comenzará “el día de vuestra salvación” e “inmediatamente obrará para vosotros el gran plan de redención” (Alma 34:31).

Mediante nuestro arrepentimiento sincero, Dios promete perdonar y no recordar más nuestros pecados. Cuando tengamos dificultades para olvidar nuestros pecados, esforcémonos por confiar en la promesa del Señor de que los perdonará y aprendamos a perdonar a los demás y a nosotros mismos.

“Nuestro espíritu se lesiona cuando cometemos errores y pecados”, enseñó el presidente Boyd K. Packer (1924–2015), “pero a diferencia de nuestro cuerpo terrenal, cuando el proceso del arrepentimiento es completo, no quedan cicatrices gracias a la Expiación de Jesucristo”.

“Traedlos aquí”
El Salvador es el Maestro Sanador. Una de las demostraciones más hermosas de Su poder para sanar se encuentra en el Libro de Mormón, en el relato de Su ministerio personal en la antigua América:

“¿Tenéis enfermos entre vosotros?”, preguntó Él. “Traedlos aquí. ¿Tenéis cojos, o ciegos, o lisiados, o mutilados, o leprosos, o atrofiados, o sordos, o quienes estén afligidos de manera alguna? Traedlos aquí y yo los sanaré, porque tengo compasión de vosotros; mis entrañas rebosan de misericordia. […]

“Y sucedió que cuando hubo hablado así, toda la multitud, de común acuerdo, se acercó, con sus enfermos, y sus afligidos, y sus cojos, y sus ciegos, y sus mudos, y todos los que padecían cualquier aflicción; y los sanaba a todos, según se los llevaban” (3 Nefi 17:7, 9).

Cada vez que el Salvador sanaba a alguien “afligid[o] de manera alguna”, tanto antes como después de Su Resurrección, era un testimonio de Su poder supremo para sanar nuestra alma. Cada sanación milagrosa no fue sino un preludio y una promesa de la sanación física y emocional duradera que cada uno de nosotros recibirá en la resurrección, que “es el supremo acto de sanidad del Señor”.

Es cierto que nuestras oraciones para recibir sanación en esta vida no siempre se responden de la manera que esperamos, pero nunca son ignoradas. Llegará el momento de sanar, así como la oscuridad de la noche siempre da paso —en el momento adecuado— al glorioso amanecer.

Tal como el presidente Nelson ha testificado: “Nuestra fe nunca pierde su valor. Sé que la visión de nuestro omnisciente Padre Celestial es infinitamente más amplia que la nuestra. En tanto que nosotros sabemos de nuestros problemas y dolores mortales, Él sabe de nuestro progreso y potencial inmortales. Si oramos para conocer Su voluntad y someternos a ella con paciencia y con valentía, la sanación celestial tendrá lugar a Su propia manera y a Su tiempo”.

Hace poco, mi esposa Harriet y yo incluimos en nuestras oraciones una esperanza especial y una súplica a favor de algunos seres queridos. Oramos para que a su equipo de atención médica se le diera la capacidad especial para curar sus enfermedades. Tuvimos la impresión de agregar que aun cuando no se produjera una cura inmediata o una recuperación, el poder sanador del Salvador pudiera brindarles consuelo y paz. El efecto sanador del poder redentor del Salvador puede tener un impacto aun mayor en nuestra salud emocional, espiritual e incluso física que cualquier cura terrenal que recibamos. Jesucristo es el Sanador en esta vida y en la eternidad.

Mis hermanos y hermanas, queridos amigos, testifico que la misericordia de nuestro Salvador es suficiente para sanar sus heridas, limpiarlos de pecado, fortalecerlos para las pruebas venideras y bendecirlos con esperanza, con sabiduría y con Su paz. Su poder siempre está allí, constante y confiable, aun cuando, por un tiempo, nos sintamos distantes de Su amor, luz y calidez.

Ruego que nunca perdamos nuestra sensación de asombro y profunda gratitud por todo lo que Jesucristo ha hecho por nosotros. Por favor, sepan que se les ama de una manera perfecta y recuerden lo que se les ha prometido eternamente.

“Dios os conceda que sean ligeras vuestras cargas mediante el gozo de su Hijo” Jesucristo (Alma 33:23).

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