
Los grandes dones de la eternidad: la Expiación de Jesucristo, Su Resurrección y Restauración
Por el élder Gerrit W. Gong
Conferencia General Abril 2025
Resumen: El élder Gerrit W. Gong, en su discurso titulado «Los grandes dones de la eternidad: la Expiación de Jesucristo, Su Resurrección y Restauración», destaca cómo estos tres eventos fundamentales de la vida de Jesucristo nos proporcionan paz, nos permiten llegar a ser y nos enseñan a pertenecer a lo que es eterno, gozoso y verdadero. El élder Gong reflexiona sobre los momentos de sufrimiento y alegría que Cristo experimentó, demostrando Su compasión por nosotros al llorar por el dolor humano y al compartir nuestra alegría. Habla de cómo la Expiación, la Resurrección y la Restauración nos permiten sanarnos, reconciliarnos y corregir nuestras relaciones. Además, resalta que, a través de estos dones, Cristo nos ofrece liberación del pecado y la muerte, y nos invita a pertenecer a Su Iglesia restaurada, que proporciona la autoridad y las llaves del sacerdocio necesarias para la salvación.
Este discurso nos invita a reflexionar sobre el profundo impacto de la Expiación de Jesucristo, Su Resurrección y la Restauración del Evangelio en nuestras vidas. Nos recuerda que, independientemente de las dificultades que enfrentemos, tanto en momentos de dolor como de gozo, Cristo está con nosotros, dispuesto a darnos consuelo y fortaleza. La restauración de Su Iglesia nos ofrece la posibilidad de sanar, de perdonar y de encontrar paz duradera. La Resurrección de Cristo no solo nos asegura la vida eterna, sino que también nos invita a vivir con esperanza y gozo, sabiendo que, a través de Él, todo es posible. En esta Pascua, debemos celebrar no solo la victoria sobre la muerte, sino la restauración continua de la autoridad divina en la tierra para bendecir nuestras vidas y las de los demás.
Palabras clave: Expiación, Resurrección, Restauración, Paz, Salvación
Los grandes dones de la eternidad:
la Expiación de Jesucristo,
Su Resurrección y Restauración
Encontramos en la Pascua de Resurrección en Jesucristo paz, llegar a ser y pertenecer— aquello que es perdurablemente real y gozoso, feliz y para siempre.
Hace años, nuestra clase matutina del Evangelio memorizó versículos de la Biblia. Naturalmente, me sentí atraído por los pasajes cortos. Por ejemplo, Juan 11:35, uno de los versículos más cortos de las Escrituras, con solo tres palabras: “Y lloró Jesús”.
Para mí, ahora, el hecho de que Jesús llore de dolor y de gozo da testimonio de la milagrosa realidad: el divino Hijo de Dios vino a la vida mortal física y aprendió, según la carne, cómo estar siempre con nosotros y bendecirnos.
Cuando clamamos de dolor o de gozo, Jesucristo entiende perfectamente. Él puede estar presente en los momentos en que más necesitamos los grandes dones de la eternidad: la Expiación, la Resurrección y la restauración de Jesucristo.
María y Marta atendiendo a su hermano Lázaro, que ha muerto. Lleno de compasión, Jesús llora. Él levanta a Lázaro a la vida.
En la víspera de la Pascua judía, Jesús contempla Jerusalén. Él llora, incapaz de juntar a Su pueblo como una gallina juntaría a sus polluelos. Hoy en día, Su Expiación nos da esperanza cuando sentimos pesar por lo que podría haber sido.
El Señor de la viña llora cuando pregunta a Sus siervos, entre los que podríamos estar nosotros como hermanos y hermanas ministrantes: “¿Qué más pude haber hecho por mi viña?”.
María se encuentra desolada ante el sepulcro. Jesús le pregunta con dulzura: “¿Por qué lloras?”. Él sabe que “por la noche durará el llanto, y a la mañana vendrá la alegría”. La Resurrección trae amanecer para todos.
En las tierras del Libro de Mormón, cuando la fiel multitud se presenta ante Él, el gozo de Jesús es completo. Y llora.
“Y tomó a sus niños pequeños, uno por uno, y los bendijo, y rogó al Padre por ellos.
“Y cuando hubo hecho esto, lloró de nuevo”.
Esta es la Pascua de Resurrección en Jesucristo: Él responde a nuestro corazón menesteroso y las preguntas de nuestra alma. Él enjuga nuestras lágrimas, pero no nuestras lágrimas de gozo.
Cuando las lágrimas brotan, en ocasiones nos disculpamos, avergonzados. Pero saber que Jesucristo comprende los dolores y las alegrías de la vida puede darnos fortaleza más allá de la nuestra mientras experimentamos lo amargo y lo dulce.
En Sudamérica, un padre solloza. La alegría de su vida, su pequeña hija, ha muerto. “Daría cualquier cosa por volverla a ver”, clama en mis brazos. Yo también lloro.
En la dedicación del Templo de Puebla, México, lágrimas de felicidad bañan el rostro de una querida hermana. Sus rasgos irradian fe y sacrificio. Ella dice: “Todos mis hijos están aquí en el templo hoy”. Las generaciones reunidas en la Casa del Señor traen lágrimas de gozo y gratitud.
En una cruel guerra civil, familias y vecinos se hicieron cosas horribles unos a otros. Lágrimas amargas lentamente dan paso a la esperanza. Con voz temblorosa, una mujer en una pequeña aldea dice: “Vecino, antes de que llegue mi hora, debo decirte dónde puedes encontrar a tus familiares desaparecidos”.
Una novia radiante y un apuesto novio se están sellando en la Casa del Señor. Ella tiene setenta años, al igual que él. La hermosa novia ha esperado dignamente este día. Mueve tímidamente su vestido nupcial de un lado a otro. Se derraman lágrimas de gozo. Las promesas de Dios se cumplen. Sus convenios traen bendiciones.
Al visitar a una hermana viuda como maestro orientador, un joven Boyd K. Packer aprendió una tierna lección. Tras una discusión con su esposo, esa hermana le gritó un último comentario hiriente. Ese día, un accidente inesperado se llevó la vida de su esposo. “Por cincuenta años”, sollozó la viuda, “he vivido en un infierno sabiendo que las últimas palabras que él oyó de mis labios fueron esa frase mordaz y maligna”.
La Pascua de la Resurrección en Jesucristo nos ayuda a enmendar, reconciliar y corregir nuestras relaciones, a ambos lados del velo. Jesús puede sanar el dolor; Él hace posible el perdón y puede librarnos a nosotros y a los demás de las cosas que nosotros o ellos hemos dicho o hecho, y que de otro modo nos mantendrían cautivos.
La Pascua de Resurrección en Jesucristo nos permite sentir la aprobación de Dios. Este mundo nos dice que somos demasiado altos, demasiado bajos, demasiado anchos, demasiado estrechos, no lo suficientemente inteligentes, bonitos o espirituales. Mediante la transformación espiritual en Jesucristo, podemos escapar del perfeccionismo debilitante.
Con gozo en la Pascua de Resurrección, cantamos: “Cristo libertad nos dio, y la muerte conquistó. La Resurrección de Cristo nos libra de la muerte, de la fragilidad que conlleva la edad y de las imperfecciones del cuerpo físico. La Expiación de Jesucristo también nos restaura espiritualmente. Él sangró por cada poro, llorando sangre, por así decirlo, para proporcionarnos el escape del pecado y la separación. Él nos reúne, íntegros y santos, los unos con los otros y con Dios. En todas las cosas buenas, Jesucristo restaura abundantemente, no solo lo que era, sino también lo que puede ser.
La vida y la luz de Jesús testifican del amor de Dios por todos Sus hijos. Debido a que Dios nuestro Padre ama a todos Sus hijos en toda época y en toda tierra, en muchas tradiciones y culturas encontramos Su amorosa invitación a venir a hallar paz y gozo en Él. En cualquier momento, en cualquier lugar y quienquiera que seamos, compartimos la identidad divina como hijos del mismo Creador. De manera similar, los seguidores del islam, el judaísmo y el cristianismo comparten el legado religioso del padre Abraham y la conexión por convenio a lo largo de los acontecimientos del antiguo Egipto.
El padre Abraham llegó a Egipto y fue bendecido.
José, vendido como esclavo en Egipto, supo que el sueño de Faraón significaba siete años de abundancia seguidos de siete años de hambruna. José salvó a su familia y a su pueblo José lloró cuando vio en perspectiva el plan de Dios, en el que todas las cosas obran juntamente para el bien de aquellos que guardan sus convenios.
Moisés, criado en Egipto en la casa de Faraón, recibió y más tarde restauró las llaves para el recogimiento de los hijos de Dios.
En cumplimiento de la profecía, José, María y el niño Jesús buscaron refugio en Egipto. En El Cairo, un devoto creyente musulmán afirma con reverencia: “El Corán enseña que José, María y el niño Jesús hallaron seguridad y asilo en mi país. En mi país, Jesús, cuando era niño, comió nuestra comida, dio Sus primeros pasos, dijo Sus primeras palabras. Aquí, en mi país, creemos que los árboles se inclinaron para darles fruto a Él y a Su familia. Su presencia en mi país bendijo a nuestro pueblo y a nuestra tierra”.
El plan de Dios del albedrío moral y terrenal nos permite aprender por experiencia propia. Algunas de las mayores lecciones de nuestra vida provienen de cosas que nunca elegiríamos. Con amor, Jesucristo descendió debajo y ascendió a lo alto de todas las cosas. Él se regocija en nuestra capacidad divina para la creatividad y el deleite, la bondad que no espera recompensa, la fe para arrepentimiento y el perdón. Y Él llora de pesar por la enormidad de nuestro sufrimiento, crueldad e injusticia humanos —que a menudo son consecuencia de la elección humana—, al igual que lloran los cielos y el Dios del cielo con ellos.
Cada temporada primaveral de Pascua de Resurrección testifica que la secuencia y la convergencia espirituales son parte del modelo divino de Expiación, Resurrección y Restauración por medio de Jesucristo. Esta convergencia sagrada y simbólica no se da por accidente ni coincidencia. El Domingo de Ramos, la Semana Santa y la Pascua de Resurrección celebran la Expiación y Resurrección de Cristo. Tal como hoy, cada 6 de abril conmemoramos el establecimiento y la organización de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Esta Restauración es una de las razones por las que nos reunimos el primer domingo de abril en la conferencia general.
La Restauración también se produjo cuando Jesucristo, Moisés, Elías y Elías el Profeta, resucitados, devolvieron las llaves y la autoridad del sacerdocio en el recién dedicado Templo de Kirtland el Domingo de Pascua de Resurrección, en 1836. En ese lugar, ese día, la Iglesia restaurada de Jesucristo recibió la autoridad y las bendiciones de Dios para recoger a Sus hijos, prepararlos para regresar a Él y unir a las familias por la eternidad. La Restauración ese día cumplió la profecía al acontecer tanto en la Pascua judía como en la Pascua de Resurrección.
Incluyendo el Templo de Kirtland, recientemente visité lugares sagrados en Ohio, donde el profeta José y otras personas vieron en visión a Dios nuestro Padre y a Su Hijo Jesucristo. El profeta José vio cómo es el cielo. En el cielo, el Padre Celestial, por medio de Jesucristo, “salva todas las obras de sus manos” en un reino de gloria. Las únicas excepciones son aquellos que intencionalmente “niegan al Hijo después que el Padre lo ha revelado”.
Al comenzar Su ministerio terrenal, Jesús declaró Su misión de bendecirnos a cada uno de nosotros con todo lo que estemos dispuestos a recibir, en todo tiempo, en toda tierra y en toda circunstancia. Después de ayunar durante cuarenta días, Jesús entró en la sinagoga y leyó: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los quebrantados”.
Pobre, quebrantado de corazón, cautivo, ciego, herido y quebrantado; así es o está cada uno de nosotros.
El libro de Isaías continúa la promesa mesiánica de esperanza, liberación y seguridad: “Ordenar que a los que están de duelo en Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, aceite de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar de espíritu apesadumbrado”.
Así pues, exclamamos: “Me regocijaré en Jehová; mi alma se alegrará en mi Dios, porque me vistió con vestiduras de salvación, me cubrió con manto de justicia”.
Cada época de Pascua de Resurrección celebramos, como un todo simbólico, los grandes dones de la eternidad por medio de Jesucristo: Su Expiación, Su Resurrección (y la promesa de nuestra resurrección) literal; la Restauración de Su Iglesia en los últimos días con las llaves y la autoridad del sacerdocio para bendecir a todos los hijos de Dios. Nos regocijamos en las vestiduras de salvación y en el manto de justicia. Exclamamos: “¡Hosanna a Dios y al Cordero!”.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna”.
Ruego que cada uno de nosotros encuentre en la Expiación de Jesucristo, Su Resurrección y Restauración —paz, llegar a ser y pertenecer— aquello que es perdurablemente real y gozoso, feliz y para siempre, lo ruego en Su santo nombre, Jesucristo. Amén.
























