
Héroes del Libro de Mormón
por Varios Autoridades Generales
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Élder Andrew W. Peterson
Samuel el Lamanita
Para mí, ¡uno de los grandes signos de exclamación del Libro de Mormón es la historia de Samuel el lamanita! Leemos acerca de Samuel en el libro de Helamán, capítulos 13 al 16.
¿Quién fue Samuel? En la Enciclopedia del Mormonismo leemos: “Samuel el Lamanita fue el único profeta del Libro de Mormón identificado como lamanita. Aparte de su sermón en Zarahemla (Helamán 13–15), no se conserva ningún otro registro de su vida o ministerio. […]
Aproximadamente cinco años antes del nacimiento de Jesús, Samuel comenzó a predicar el arrepentimiento en Zarahemla. Después de que los enojados habitantes nefitas lo expulsaron, la voz del Señor le indicó que regresara. Subiendo a lo alto del muro de la ciudad, entregó su mensaje sin sufrir daño, aunque algunos ciudadanos intentaron quitarle la vida (Hel. 16:2). Posteriormente, huyó y “nunca más se volvió a saber de él entre los nefitas” (Hel. 16:8).” (Encyclopedia of Mormonism, s.v. “Samuel the Lamanite”)
El profeta Mormón, quien vivió cerca del final de la línea de tiempo de mil años del Libro de Mormón, fue mandado a compendiar y compilar los registros. Guiado por el Espíritu, Mormón eligió lo que se incluiría. Dijo:
“Pero he aquí, ni la centésima parte de lo acontecido entre este pueblo —sí, el relato de los lamanitas y de los nefitas, y sus guerras, y contiendas, y disensiones, y su predicación, y sus profecías, y su navegación, y la construcción de barcos, y la edificación de templos, de sinagogas y de santuarios, y su rectitud, y su iniquidad, y sus asesinatos, y sus robos, y sus pillajes, y toda clase de abominaciones y fornicaciones— pueden ser contenidos en este libro.” (Helamán 3:14)
Al compendiar los registros y finalizar lo que se preservaría, Mormón lo hizo sabiendo que ello bendeciría a las generaciones futuras. Mormón sintió, por impresión espiritual, que el registro y las profecías de Samuel el lamanita debían ser incluidas.
Samuel el lamanita es: “conocido principalmente por sus profecías sobre el nacimiento de Jesucristo. Sus palabras proféticas —que más tarde fueron examinadas, aprobadas y ampliadas por el Jesús resucitado (3 Nefi 23:9–13)— fueron registradas por personas que lo aceptaron como un verdadero profeta e incluso enfrentaron la posibilidad de perder la vida por creer en su mensaje.” (Encyclopedia of Mormonism, s.v. “Samuel the Lamanite”)
El estudio cuidadoso de los capítulos 13 al 15 de Helamán proporciona doctrinas poderosas para meditar. Al estudiarlas, hagámonos las siguientes preguntas:
¿Por qué se incluyen estos capítulos en el Libro de Mormón?
¿Qué principios aprendemos de ellos?
¿Cómo aplicaremos y viviremos esos principios para bendecir vidas y mantenernos enfocados en la obediencia?
Permítanme compartir tres ideas, que desarrollaré en las secciones siguientes:
- Sea lo que seas, cumple bien tu parte
- Muros diarios que escalar
- Seguir a los profetas vivientes
Sea lo que seas, cumple bien tu parte
Estas palabras inspiraron al presidente David O. McKay mientras servía como misionero en Escocia. Él dijo:
“Peter G. Johnson y yo caminábamos por el Castillo de Stirling en Escocia. Estaba desanimado, apenas comenzaba mi primera misión. Ese día me habían rechazado al hacer proselitismo. Estaba nostálgico, y caminábamos por el castillo de Stirling, sin estar realmente cumpliendo con nuestro deber, y cuando volvimos al pueblo vi un edificio a medio terminar, y para mi sorpresa, desde la acera vi una inscripción sobre el dintel de la puerta principal, tallada en piedra. Le dije al hermano Johnson: ‘Quiero ir a ver qué es eso’. No había recorrido ni la mitad del camino hacia la entrada cuando ese mensaje me impactó, allí grabado: ‘Sea lo que seas, cumple bien tu parte’. Cuando regresé junto a mi compañero y se lo dije, ¿saben quién fue la primera persona que vino a mi mente? El conserje de la Universidad de Utah, de donde me acababa de graduar. Me di cuenta de que tenía tanto respeto por ese hombre como por cualquier profesor con el que hubiera tomado clases. Cumplía bien su parte. Recordé cómo nos ayudaba con los uniformes de fútbol, cómo nos ayudaba con algunas de nuestras lecciones, pues él mismo era graduado universitario. Humilde, pero hasta el día de hoy le tengo respeto.”
(Informe de la Conferencia General, octubre de 1954, pág. 83)
Samuel nos enseña igualmente a dar lo mejor de nosotros. Su nombre es un recordatorio poderoso. Samuel humildemente se refiere a sí mismo como Samuel, un lamanita (véase Hel. 13:5). Pero en otras referencias se le llama Samuel el Lamanita (véase Hel. 14:1; 16:1; 3 Nefi 1:5; 23:9). Quizá obtuvo ese título antes de su ministerio entre los nefitas. Hubo una gran conversión entre los lamanitas. Es posible que la influencia de Samuel fuera tan profunda que incluso entre su propio pueblo se le conociera como Samuel el Lamanita. Tal vez Mormón, al leer los registros, quedó tan impresionado por un lamanita llamado por Dios mediante un ángel, intrépido y determinado a cumplir su llamamiento, digno de comunicar la palabra de Dios tal como se le reveló a su mente y corazón, que tituló a este profeta como Samuel el Lamanita. No lo sabemos, ni es lo más importante. Pero podemos aplicar este principio en nuestra vida, el mismo que tocó al presidente McKay y elevó a Samuel al título de el Lamanita.
Cualquiera que sea nuestra ocupación o lo que se nos haya llamado a hacer, debemos esforzarnos por hacerlo lo mejor que podamos. Ya sea “dentro de los muros de nuestro hogar”, como enseñó el presidente Harold B. Lee (Informe de la Conferencia, abril de 1973, pág. 130), en nuestro lugar de trabajo, persiguiendo nuestras metas educativas, cumpliendo un llamamiento en la Iglesia o prestando servicio en la comunidad, Samuel nos recuerda que debemos hacer lo mejor que podamos.
Supongamos que nuestro llamamiento en la Iglesia es presidente del quórum de élderes o consejera en la presidencia de la Primaria del barrio. En vez de aspirar a ser recordados como Juan, el presidente del quórum de élderes, o Juana, la consejera de la Primaria, nos inspira el ejemplo de Samuel y las palabras del Salvador dirigidas a los nefitas cuarenta años después de que Samuel profetizara desde el muro de la ciudad de Zarahemla: “Por tanto, ¿qué clase de hombres habéis de ser? De cierto os digo, aun como yo soy.” (3 Nefi 27:27)
Esta es la invitación suprema a “cumplir bien nuestra parte”.
Muros diarios que escalar
“Mas he aquí, vino a él la voz del Señor, mandándole que regresara otra vez y profetizara al pueblo todas las cosas que le vinieran al corazón. Y aconteció que no le permitieron entrar en la ciudad; por tanto, se fue y subió al muro de esta, y extendió su mano y clamó con potente voz, y profetizó al pueblo todas las cosas que el Señor puso en su corazón.” (Helamán 13:3–4)
¡Samuel entregó su mensaje con valentía! Cuando se le negó la entrada a Zarahemla, subió al muro de la ciudad. Quizás él conocía la historia de Nefi y las planchas de bronce (véanse Alma 18:36–38; 63:11). Nefi dijo a su padre:
“Iré y haré lo que el Señor ha mandado, porque sé que el Señor no da mandamientos a los hijos de los hombres sin prepararles una vía para que cumplan lo que les ha mandado.” (1 Nefi 3:7)
“Y fui guiado por el Espíritu, sin saber de antemano lo que tendría que hacer. Sin embargo, proseguí.” (1 Nefi 4:6)
De la misma manera, Samuel prosiguió y encontró su lugar sobre el muro.
En nuestra propia vida también hay muros diarios que escalar. Suelen presentarse como invitaciones al crecimiento: los desafíos diarios de la crianza de los hijos, una tarea difícil en el trabajo, un nuevo llamamiento en la Iglesia, un discurso en la reunión sacramental o en la conferencia de estaca, una lección que debemos dar en la Sociedad de Socorro o en la reunión del sacerdocio.
Recuerdo bien mi primera mañana haciendo proselitismo como misionero nuevo en Córdoba, Argentina. Mi compañero mayor tocó la primera puerta y presentó, en lo que a mí me pareció, una impresionante introducción en español fluido. ¡La siguiente puerta era la mía! Los muros de Zarahemla no podían parecer más altos que la corta distancia entre la vereda y la puerta de entrada. A pesar de mi español limitado, mi fe, mis oraciones y mi deseo de aprender y obedecer me sostuvieron mientras “subía a mi muro” esa mañana.
Cuando se nos presenten tentaciones —como sin duda ocurrirá— debemos escalar los muros diarios de la vida y aprender a decir ¡no!
- ¡No! cuando seamos tentados a quebrantar la Palabra de Sabiduría.
- ¡No! cuando seamos tentados a quebrantar la ley de castidad.
- ¡No! cuando seamos tentados a ser deshonestos.
- ¡No! frente a la pornografía, videos, películas o música cuestionables.
- ¡No! cuando seamos tentados a pagar menos que un diezmo íntegro.
- Y así sucesivamente.
Pronto, al mantenernos sobre los muros de los sólidos principios del evangelio y mirar la tentación a los ojos diciendo “¡No!”, se volverá cada vez más fácil permanecer firmes, y:
“La virtud adornará tus pensamientos incesantemente; entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios; y la doctrina del sacerdocio destilará sobre tu alma como rocío del cielo.”
(Doctrina y Convenios 121:45)
Al escalar nuestros muros diarios, Samuel el Lamanita nos enseña a no temer:
“Pero todos los que no creyeron en las palabras de Samuel se enojaron con él; y le arrojaron piedras mientras estaba sobre el muro, y también muchos le dispararon flechas mientras permanecía sobre el muro; pero el Espíritu del Señor estaba con él, de modo que no pudieron alcanzarlo con sus piedras ni con sus flechas.” (Helamán 16:2)
Nuestro propio profeta viviente y presidente de la Iglesia, Gordon B. Hinckley, también nos enseña a no temer. Él dijo:
“No tenemos nada que temer. Dios está al timón. Él obrará para el bien de esta obra. Derramará bendiciones sobre aquellos que anden en obediencia a Sus mandamientos. Tal ha sido Su promesa. Y ninguno de nosotros puede dudar de Su capacidad para cumplir esa promesa.” (“Esta es la obra del Maestro,” Liahona, mayo de 1995, pág. 71)
Seguir a los profetas vivientes
Al compendiar los registros de los nefitas, Mormón nos ha bendecido con una visión histórica sobre la importancia de los profetas vivientes en el Libro de Mormón. Este es el caso de Samuel el lamanita.
Al finalizar el libro de Alma, una gran guerra entre los lamanitas y los nefitas ha concluido (véase Alma 62). El capitán Moroni entrega el mando del ejército nefita a su hijo Moroníah. Pahorán, el juez supremo, regresa a ocupar el asiento del juicio. Y Helamán, hijo de Alma el Joven, vuelve a enseñar el evangelio y a administrar los asuntos de la Iglesia en toda la tierra.
“Por tanto, Helamán y sus hermanos salieron, y declararon la palabra de Dios con gran poder, al grado de convencer a muchas personas de su iniquidad, lo cual hizo que se arrepintieran de sus pecados y se bautizaran para el Señor su Dios.
Y aconteció que nuevamente establecieron la iglesia de Dios por toda la tierra.
Sí, y se establecieron regulaciones en cuanto a la ley. Y se escogieron jueces, y jueces supremos.
Y el pueblo de Nefi empezó de nuevo a prosperar en la tierra, y comenzó a multiplicarse y a fortalecerse en extremo otra vez en la tierra. Y comenzaron a enriquecerse en gran manera.
Pero a pesar de sus riquezas, o su fuerza, o su prosperidad, no se enorgullecieron; ni fueron tardos en acordarse del Señor su Dios, sino que se humillaron profundamente ante él.
Sí, se acordaban de las grandes cosas que el Señor había hecho por ellos: que los había librado de la muerte, y de cadenas, y de prisiones, y de toda clase de aflicciones, y que los había librado de las manos de sus enemigos.
Y oraban continuamente al Señor su Dios, al grado que el Señor los bendijo conforme a su palabra, de modo que se fortalecieron y prosperaron en la tierra.” (Alma 62:45–51)
Estos acontecimientos ocurrieron después del año 60 a.C. Cincuenta y cuatro años más tarde, en el 6 a.C., Samuel el Lamanita subió al muro de Zarahemla. No habría sido necesario que Samuel hiciera esto si los nefitas hubiesen perseverado en recordar al Señor y en seguir las palabras de los profetas.
Cincuenta y cuatro años antes:
- “No se ensoberbecieron en la soberbia de sus ojos.”
- “Ni fueron tardos en acordarse del Señor.”
- “Se humillaron grandemente.”
- “Se acordaban de cuán grandes cosas el Señor había hecho por ellos.”
- “Oraban continuamente al Señor su Dios.”
- “El Señor los bendijo […] de modo que se fortalecieron y prosperaron.”
¿Tiene esto alguna aplicación para nosotros hoy en día?
Samuel entregó el mensaje que el Señor puso en su corazón (véase Helamán 13:3). Dijo a los nefitas de Zarahemla:
“He aquí, pueblo de esta gran ciudad, y escuchad mis palabras; sí, escuchad las palabras que dice el Señor; porque he aquí, dice que estáis malditos a causa de vuestras riquezas, y también están malditas vuestras riquezas porque habéis puesto vuestros corazones en ellas, y no habéis escuchado las palabras de aquel que os las dio.
No recordáis al Señor vuestro Dios en las cosas con que él os ha bendecido, sino que siempre recordáis vuestras riquezas, sin dar gracias al Señor vuestro Dios por ellas; sí, vuestros corazones no se dirigen al Señor, sino que se hinchan de gran orgullo, hasta jactarse, y con gran vanidad, envidias, contiendas, malicia, persecuciones y asesinatos, y toda clase de iniquidades.
Por esta causa ha hecho el Señor Dios que venga una maldición sobre la tierra, y también sobre vuestras riquezas, y esto por motivo de vuestras iniquidades.
Sí, ¡ay de este pueblo, a causa de este tiempo que ha llegado, en el que echáis fuera a los profetas, y os burláis de ellos, y los apedreáis, y los matáis, y cometéis toda clase de iniquidades contra ellos, tal como lo hicieron antiguamente!
Y ahora bien, cuando habláis, decís: Si hubiéramos vivido en los días de nuestros padres de antaño, no habríamos matado a los profetas; no los habríamos apedreado ni echado fuera.
He aquí, sois peores que ellos; porque, vive el Señor, que si viene entre vosotros un profeta y declara a vosotros la palabra del Señor, que testifica de vuestros pecados e iniquidades, os enojáis contra él y lo echáis fuera, y buscáis toda clase de medios para destruirlo; sí, diréis que es un falso profeta, y que es un pecador, y que proviene del diablo, porque testifica que vuestras obras son malas.
Mas he aquí, si viene entre vosotros un hombre y os dice: Haced esto, y no hay iniquidad; haced aquello y no sufriréis; sí, él dirá: Andad según el orgullo de vuestros corazones; sí, andad según el orgullo de vuestros ojos, y haced cuanto desee vuestro corazón—y si viene entre vosotros un hombre y dice esto, lo recibiréis, y diréis que es un profeta.” (Helamán 13:21–27)
¡Qué conmovedor recordatorio para los nefitas —y para nosotros— sobre la importancia de tener una actitud apropiada hacia los profetas y sus invitaciones e inspiraciones oportunas!
Samuel el Lamanita les recordó con firmeza a los nefitas que se habían vuelto descuidados y negligentes en cuanto a vivir los principios básicos del evangelio. Los profetas vivientes de nuestra dispensación nos han recordado de forma similar que debemos ser firmes y constantes en la fe (véase Helamán 6:1).
Samuel dijo: “No recordáis al Señor vuestro Dios en las cosas con que él os ha bendecido.” (Helamán 13:22)
El presidente John Taylor dijo: “¿Hacen oraciones en su familia? […] Y cuando lo hacen, ¿las realizan como un acto mecánico, como el girar de una máquina, o se arrodillan con mansedumbre y un sincero deseo de buscar la bendición de Dios sobre ustedes y su hogar? Esa es la manera en que debemos hacerlo: cultivar un espíritu de devoción y confianza en Dios, dedicándonos a Él y buscando Sus bendiciones.”
(The Gospel Kingdom, selección de G. Homer Durham, [Salt Lake City: Bookcraft, 1943], pág. 284)
Samuel también dijo: “Siempre recordáis vuestras riquezas.” (Helamán 13:22)
El presidente Marion G. Romney enseñó: “El diezmo es una deuda que todos debemos al Señor por el uso de las cosas que Él ha creado y nos ha dado para usar. Es una deuda tan literal como la cuenta del supermercado, la factura de electricidad o cualquier otra obligación legítimamente adquirida. De hecho, el Señor —a quien se debe el diezmo— está en la posición de acreedor preferente. Si no hay suficiente para pagar a todos los acreedores, Él debería ser el primero en ser pagado. Ahora bien, estoy seguro de que eso les causará algo de impacto, pero es la verdad. Sin embargo, los demás acreedores de quienes pagan el diezmo no tienen razón para preocuparse, porque el Señor siempre bendice a la persona que tiene fe suficiente para pagar su diezmo, de modo que su capacidad para pagar a sus otros acreedores no se ve disminuida.”
(The Blessings of an Honest Tithe, Discurso en BYU, 5 de noviembre de 1968, pág. 4)
Samuel advirtió: “Vuestros corazones no se dirigen al Señor, sino que se hinchan de gran orgullo.” (Helamán 13:22)
El presidente Ezra Taft Benson declaró:
“El orgullo es el pecado universal, el gran vicio. […] Fue esencialmente el pecado del orgullo lo que impidió que estableciéramos Sion en los días del profeta José Smith. Fue el mismo pecado del orgullo el que puso fin a la consagración entre los nefitas. El orgullo es el gran obstáculo para Sion. Repito: El orgullo es el gran obstáculo para Sion.”
(Informe de la Conferencia General, abril de 1989, págs. 6–7; énfasis en el original)
Como profeta, Samuel el Lamanita profetizó lo siguiente:
“Y no pasarán cuatrocientos años sin que yo haga que sean heridos; sí, los visitaré con espada, y con hambre, y con pestilencia.
Sí, los visitaré en mi ira feroz, y habrá algunos de la cuarta generación, de entre vuestros enemigos, que verán vuestra destrucción total; y ciertamente esto vendrá a menos que os arrepintáis, dice el Señor; y los de la cuarta generación traerán vuestra destrucción.”
(Helamán 13:9–10)
Mormón vio el cumplimiento literal de esta profecía pronunciada por un profeta viviente de tiempos anteriores:
“He aquí, han pasado ya cuatrocientos años desde la venida de nuestro Señor y Salvador.
Y he aquí, los lamanitas han cazado a mi pueblo, los nefitas, de ciudad en ciudad y de lugar en lugar, hasta que ya no existen; y grande ha sido su caída; sí, grande y maravillosa ha sido la destrucción de mi pueblo, los nefitas.” (Mormón 8:6–7)
La historia de Samuel el Lamanita, un profeta viviente en el año ochenta y seis del gobierno de los jueces (6 a.C.), dentro del contexto completo del Libro de Mormón, nos enseña la importancia de escuchar y obedecer a los profetas vivientes.
Escucha lo que dijo el presidente Harold B. Lee sobre seguir a los profetas vivientes:
“Cuando se organizó por primera vez la Iglesia —de hecho, el día en que se organizó— el Señor estaba hablando a la Iglesia. No se refería solamente a los seis miembros que entonces constituían el número oficial de la Iglesia: hablaba sobre el Presidente de la Iglesia, que en ese momento era el profeta José Smith. Y esto fue lo que dijo:
[Cita de Doctrina y Convenios 21:4–6]
Vamos a atravesar momentos difíciles antes de que el Señor termine con esta Iglesia y con el mundo en esta dispensación —que es la última dispensación, la cual abrirá paso a la venida del Señor. El evangelio fue restaurado para preparar a un pueblo listo para recibirlo. El poder de Satanás aumentará; lo vemos evidenciado por todas partes. Habrá infiltraciones dentro de la Iglesia. Habrá, como dijo el presidente Tanner: ‘Hipócritas, aquellos que profesan pero secretamente están llenos de huesos de muertos.’ Veremos a quienes profesan ser miembros pero que en secreto traman y procuran que la gente no siga el liderazgo que el Señor ha establecido para presidir esta Iglesia.
Ahora bien, la única seguridad que tenemos como miembros de esta Iglesia es hacer exactamente lo que el Señor dijo a la Iglesia aquel día en que se organizó. Debemos aprender a prestar atención a las palabras y mandamientos que el Señor dé por medio de su profeta, ‘conforme los reciba, andando en toda santidad delante de mí; […] como si procedieran de mi propia boca, con toda paciencia y fe.’ (DyC 21:4–5)
Habrá cosas que requerirán paciencia y fe. Puede que no te guste lo que venga de la autoridad de la Iglesia. Puede que contradiga tus opiniones sociales. Puede que interfiera con parte de tu vida social. Pero si escuchas estas cosas como si vinieran de la boca del Señor mismo, con paciencia y fe, la promesa es que ‘las puertas del infierno no prevalecerán contra ti; sí, y el Señor Dios dispersará los poderes de las tinieblas de delante de ti, y hará que los cielos se estremezcan para tu bien y para la gloria de su nombre.’”
(Informe de la Conferencia, octubre de 1970, pág. 152)
Además, leemos en el Informe de la Conferencia de octubre de 1897 las palabras del presidente Wilford Woodruff:
“Quiero referirme a cierta reunión a la que asistí en el pueblo de Kirtland en mis primeros días. En esa reunión se hicieron comentarios como los que se han hecho aquí hoy, en cuanto a los oráculos vivientes y en cuanto a la palabra escrita de Dios. El mismo principio fue presentado, aunque no tan ampliamente como aquí, cuando un hombre prominente en la Iglesia se levantó y habló sobre el tema, y dijo: ‘Tienen la palabra de Dios ante ustedes aquí en la Biblia, el Libro de Mormón y Doctrina y Convenios; tienen la palabra escrita de Dios, y ustedes que reciben revelaciones deben dar revelaciones de acuerdo con esos libros, ya que lo que está escrito en ellos es la palabra de Dios. Debemos limitarnos a ellos.’
Cuando concluyó, el hermano José se volvió hacia el hermano Brigham y le dijo: ‘Hermano Brigham, quiero que subas al púlpito y nos digas tus opiniones respecto a los oráculos vivientes y la palabra escrita de Dios.’
El hermano Brigham subió al púlpito, tomó la Biblia y la colocó sobre la mesa; luego tomó el Libro de Mormón y lo puso sobre la mesa; luego tomó el Libro de Doctrina y Convenios y lo puso también, y dijo: ‘Ahí está la palabra escrita de Dios para nosotros, acerca de la obra de Dios desde el principio del mundo hasta nuestros días.’
‘Y ahora,’ dijo él, ‘cuando se compara con los oráculos vivientes, esos libros no son nada para mí; esos libros no comunican la palabra de Dios directamente a nosotros hoy, como lo hacen las palabras de un profeta o de un hombre que porta el Santo Sacerdocio en nuestros días y generación. Prefiero tener los oráculos vivientes que todos los escritos de los libros.’
Esa fue la postura que tomó. Cuando terminó, el hermano José dijo a la congregación: ‘El hermano Brigham les ha dicho la palabra del Señor, y ha dicho la verdad.’”
(Informe de la Conferencia, octubre de 1897, págs. 22–23; énfasis añadido)
Estoy agradecido por Samuel el Lamanita, ¡un gran signo de exclamación en el Libro de Mormón!
Que su ejemplo y sus palabras nos inspiren a actuar conforme a principios comprobados de rectitud.
























