
Liahona Junio 2025
Seguimos a Jesucristo al unirnos a Él en Su obra
Por el élder Dale G. Renlund
el élder Dale G. Renlund, del Cuórum de los Doce Apóstoles, nos invita a reflexionar sobre el significado profundo de tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo. Al ser bautizados, comenzamos el proceso de unirnos al Salvador en Su obra, que tiene como objetivo la salvación de todos los hijos de Dios. Este discurso subraya la importancia de comprometernos a vivir de acuerdo con los principios del Evangelio, hacer y guardar los convenios, y, sobre todo, seguir el ejemplo de Jesucristo al servir a los demás. El élder Renlund nos recuerda que nuestra participación en la obra del Salvador no depende de los resultados inmediatos, sino de nuestra disposición a servir con un corazón puro y un compromiso sincero.
Seguimos a Jesucristo
al unirnos a Él en Su obra
Por el élder Dale G. Renlund
Del Cuórum de los Doce Apóstoles
Participamos en la obra del Salvador cuando nos centramos en Sus propósitos, guardamos Sus mandamientos y nos amamos unos a otros.
Cuando somos bautizados, comenzamos el proceso de tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo. Parte de ese proceso significa que nos unimos al Salvador en Su obra. El presidente Dallin H. Oaks, Primer Consejero de la Primera Presidencia, escribió: “Uno de los significados más representativos de tomar sobre nosotros el nombre de Cristo [es] la disposición y el compromiso de tomar sobre nosotros la obra del Salvador y Su reino”.
La obra del Salvador es “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39). La inmortalidad es un don incondicional que Jesucristo ya ha garantizado por medio de Su Resurrección. Sin embargo, la vida eterna no es lo mismo que la inmortalidad. La vida eterna es el don más grande que Dios puede otorgar al género humano (véase Doctrina y Convenios 14:7). Es vivir para siempre como familias en Su presencia. Para que recibamos la vida eterna, debemos llegar a ser discípulos fieles de Jesucristo. Eso significa que recibimos el Evangelio restaurado al tener fe en el Salvador y en Su Expiación, arrepentirnos, bautizarnos, recibir el don del Espíritu Santo, hacer y guardar los convenios del templo y perseverar hasta el fin. Perseverar hasta el fin incluye unirse al Salvador en Su obra.
Anhelosamente consagrados
Participamos en la obra del Salvador al ayudar a los hijos de Dios a llegar a ser también discípulos fieles de Jesucristo. Esto incluye compartir Su Evangelio, recogiendo de ese modo al Israel disperso, cumplir con las responsabilidades en la Iglesia del Salvador y esforzarse por llegar a ser como Él. Nuestro “éxito [en Su obra] no depende de la forma en que los demás decidan responder[nos] a [nosotros], a [nuestras] invitaciones y a [nuestros] actos sinceros de bondad”. El presidente Russell M. Nelson afirmó: “Cada vez que hacen algo que ayuda a cualquiera, a ambos lados del velo, a dar un paso hacia hacer convenios con Dios y recibir sus ordenanzas esenciales del bautismo y del templo, están ayudando a recoger a Israel”.
Para hacer que la obra del Salvador sea nuestra obra, nos centramos en Sus propósitos, guardamos Sus mandamientos y nos amamos unos a otros. Mientras hacemos Su obra a Su manera (véase Doctrina y Convenios 51:2), hay algunas cosas que se dejan para que las resolvamos por nosotros mismos. El Salvador dijo a los santos que se congregaron en el condado de Jackson, Misuri:
“Porque he aquí, no conviene que yo mande en todas las cosas; porque el que es compelido en todo es un siervo perezoso y no sabio; por tanto, no recibe galardón alguno.
“De cierto digo que los hombres deben estar anhelosamente consagrados a una causa buena, y hacer muchas cosas de su propia voluntad y efectuar mucha justicia;
“porque el poder está en ellos, y en esto vienen a ser sus propios agentes. Y en tanto que los hombres hagan lo bueno, de ninguna manera perderán su recompensa” (Doctrina y Convenios 58:26–28).
Al seguir al Salvador, unirnos a Él en Su obra y ayudar a los demás a llegar a ser Sus fieles discípulos, enseñamos lo que Él enseñaría. Debido a que no estamos autorizados a enseñar nada más (véase Doctrina y Convenios 52:9, 36), nos centramos en Su doctrina sin desviarnos (véase Doctrina y Convenios 68:25). Además, prestamos especial atención a los pobres, a los necesitados y a los vulnerables (véase Doctrina y Convenios 52:40). Ese énfasis quedó claro cuando el Salvador citó a Isaías en una sinagoga de Nazaret:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los quebrantados,
“a predicar el año agradable del Señor” (Lucas 4:18–19; véase también Isaías 61:1–2).
El año agradable del Señor se refiere al tiempo en que todas las bendiciones del convenio de Dios se acumularán sobre Su pueblo. Seguimos a Jesucristo al invitar a los demás a recibir las bendiciones de hacer y guardar convenios con Dios y al cuidar de los pobres o de quienes están en alguna necesidad.
Unirse a Jesucristo en Su obra es emocionante porque Sus obras, designios y propósitos “no se pueden frustrar ni tampoco pueden reducirse a la nada” (Doctrina y Convenios 3:1). Para aquellos que se sienten desanimados, el Señor aconsejó: “Por tanto, no os canséis de hacer lo bueno, porque estáis poniendo los cimientos de una gran obra. Y de las cosas pequeñas proceden las grandes” (Doctrina y Convenios 64:33). Dejamos que el Señor se preocupe por la cosecha y nosotros sencillamente hacemos nuestra parte.
“Cada vez que hacen algo que ayuda a cualquiera, a ambos lados del velo, a dar un paso hacia hacer convenios con Dios y recibir sus ordenanzas esenciales del bautismo y del templo, están ayudando a recoger a Israel”.
— Presidente Russell M. Nelson
El corazón y una mente bien dispuesta
Hacer nuestra parte es más sencillo de lo que imaginamos porque no necesitamos aportar talentos o habilidades extraordinarios a la obra del Señor. Su requisito es simplemente compromiso y disposición. El Señor dijo a los santos de Kirtland, Ohio: “He aquí, el Señor requiere el corazón y una mente bien dispuesta” (Doctrina y Convenios 64:34). El Señor puede hacer que los que están dispuestos sean capaces, pero no puede hacer, o no hará, que los que son capaces estén dispuestos. En otras palabras, si nos comprometemos y estamos dispuestos, Él puede utilizarnos. Pero no importa cuán talentosos seamos, Él no nos utilizará a menos que estemos comprometidos con Su obra y dispuestos a ayudarlo.
Samuel y Anna-Maria Koivisto mostraron tanto compromiso como disposición. Poco después de casarse, los Koivisto se mudaron de Jyväskylä, Finlandia, a Gotemburgo, Suecia, en busca de oportunidades profesionales. Después de llegar, el hermano Koivisto fue invitado a conversar con el presidente Leif G. Mattsson, consejero en la presidencia de la Estaca Gotemburgo, Suecia. Debido a que Samuel no hablaba sueco, la entrevista se llevó a cabo en inglés.
Después de una breve reunión, el presidente Mattsson le pidió a Samuel que sirviera como líder misional en el Barrio Utby. Samuel señaló lo obvio: “Pero yo no hablo sueco”.
El presidente Mattsson se inclinó sobre su escritorio y le preguntó con tono directo: “¿Le pregunté si podía hablar sueco o si está dispuesto a servir al Señor?”.
Samuel respondió: “Me preguntó si estaba dispuesto a servir al Señor. Y lo estoy”.
Samuel aceptó el llamamiento. Anna-Maria también aceptó llamamientos. Ambos sirvieron fielmente y en el camino aprendieron a hablar un hermoso sueco.
El compromiso y la voluntad de servir al Señor han caracterizado la vida de Samuel y Anna-Maria. Son héroes comunes y corrientes de la Iglesia. Han servido fielmente cada vez que se les ha pedido. Me han enseñado que, cuando servimos, utilizamos los talentos que tenemos (véase Doctrina y Convenios 60:13) y el Señor entonces nos ayuda a lograr Sus propósitos.
Cuando estamos dispuestos a servir, nos esforzamos por no quejarnos ni murmurar, porque no queremos empañar nuestro servicio de ninguna manera. Quejarse puede ser señal de un compromiso indeciso, o de que nuestro amor por el Salvador no es como debería ser. Si no se controla, la murmuración puede progresar hasta llegar a ser una rebelión abierta contra el Señor. Esta secuencia se observa en la vida de Ezra Booth, uno de los primeros conversos a la Iglesia en Ohio, que fue llamado como misionero a Misuri.
Al partir de Ohio en junio de 1831, Ezra estaba molesto porque algunos misioneros podían viajar en carromato, mientras que él tenía que caminar en el calor del verano, predicando por el camino. Él murmuró. Cuando llegó a Misuri, se sintió desanimado. Misuri no era lo que esperaba. En cambio, miró a su alrededor y observó que “las posibilidades parecían algo desalentadoras”.
Ezra se volvió cada vez más escéptico, sarcástico y crítico. Al salir de Misuri, en lugar de predicar a medida que avanzaba en el camino, como se le había pedido que hiciera, regresó a Ohio tan pronto como pudo. Su murmuración inicial se transformó en indecisión y finalmente en pérdida de confianza en sus anteriores experiencias espirituales. Al poco tiempo, Ezra dejó la Iglesia y “con el tiempo ‘abandonó el cristianismo y se convirtió en agnóstico’”.
Lo mismo nos puede suceder a nosotros si no tenemos cuidado. Si no mantenemos una perspectiva eterna, recordándonos de quién es realmente esta obra, podríamos quejarnos, dudar y, con el tiempo, perder la fe que tenemos.
Ruego que elijamos seguir a Jesucristo uniéndonos a Él en Su obra. Al hacerlo, se nos dan “preciosas y grandísimas promesas” (2 Pedro 1:4). Esas bendiciones incluyen el perdón de los pecados (véanse Doctrina y Convenios 60:7; 61:2, 34; 62:3; 64:3), la salvación (véanse Doctrina y Convenios 6:13; 56:2) y la exaltación (véanse Doctrina y Convenios 58:3–11; 59:23). De hecho, se nos promete el don más grande que Dios puede dar: la vida eterna.
No importa cuán talentosos seamos, el Señor no nos utilizará a menos que estemos comprometidos con Su obra y dispuestos a ayudarlo.

























