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Doctrina y Convenios 51 al 57
26 mayo – 1 junio:
“Mayordomo fiel, justo y sabio”
En la primavera de 1831, la joven Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días estaba experimentando un crecimiento notable. Tras recibir la instrucción divina de congregarse en Ohio, muchos santos comenzaron a emigrar desde Nueva York hacia Kirtland y sus alrededores. Esta migración generó desafíos inmediatos: ¿Cómo podrían organizarse y mantenerse unidos tantos nuevos conversos en un entorno desconocido y muchas veces precario?
En medio de esta necesidad, el Señor reveló la Sección 51 en mayo de 1831. Edward Partridge, obispo de la Iglesia, recibió la tarea de organizar la distribución de tierras y bienes entre los santos recién llegados, de acuerdo con la ley de consagración. Esta ley era una forma de vivir el evangelio basada en la igualdad y el cuidado mutuo: cada familia recibiría una porción de tierra según sus necesidades y circunstancias, y consagraría el excedente para el bien común.
Mientras se establecían en Thompson, Ohio, surgieron problemas. Leman Copley, un converso reciente que había ofrecido su terreno para los santos emigrantes, rompió su compromiso. Esta situación provocó incertidumbre e incluso desilusión entre los santos, lo que llevó a la revelación de la Sección 54. En ella, el Señor reprendió a quienes no cumplieron con sus convenios y mandó a los santos desplazados a prepararse para viajar a Misuri.
Simultáneamente, los líderes de la Iglesia se reunieron en una importante conferencia en Kirtland el 3 de junio de 1831, donde el Señor derramó su Espíritu con poder. Dos días después, el 7 de junio, el profeta Joseph Smith recibió la Sección 52, que marcó un giro decisivo. En esta revelación, el Señor anunció que Misuri era la tierra de herencia prometida: allí se establecería Sion, la ciudad de los puros de corazón. También se dio una norma para discernir entre los verdaderos siervos del Señor y los falsos espíritus, en respuesta a ciertas manifestaciones desordenadas entre algunos miembros.
Los preparativos para establecerse en Misuri requerían liderazgo, organización y recursos. Por ello, en esa misma época, el Señor habló a Sidney Gilbert (Sección 53), indicándole que debía servir como agente de la Iglesia en Misuri y predicar el evangelio. Poco después, el Señor también reveló la Sección 55 para William W. Phelps, un antiguo editor de periódicos que había abrazado el evangelio y fue llamado a ayudar con la enseñanza de los niños y la publicación de escritos sagrados. Ambos serían figuras clave en la futura organización de Sion.
Pero no todos obedecieron fielmente. En la Sección 56, el Señor manifestó su descontento con algunos que no cumplieron sus llamados misionales, como Ezra Thayre. También pronunció fuertes advertencias contra los ricos orgullosos que no ayudan a los pobres, y contra los pobres codiciosos que no tienen corazones quebrantados. La santidad de Sion requería una pureza de intención tanto en ricos como en pobres.
Finalmente, tras un largo viaje, Joseph Smith y otros líderes llegaron a Independence, Misuri, el 14 de julio de 1831. Allí oraron para saber dónde exactamente debía establecerse la ciudad de Sion. La respuesta divina llegó el 20 de julio, cuando el Señor reveló la Sección 57. En esta trascendental revelación, declaró que Independence era el lugar central de Sion y estableció que allí se construiría el templo del Señor. También asignó funciones claras a Edward Partridge, Sidney Gilbert y William W. Phelps para comenzar a organizar la obra del Señor en ese lugar sagrado.
Este período marcado por las revelaciones de Doctrina y Convenios 51 a 57 fue una etapa de transición, prueba y revelación intensa para los primeros santos. Enfrentaron desafíos logísticos y espirituales, rompimientos de convenios y nuevas oportunidades. Pero también recibieron una visión gloriosa: una ciudad santa llamada Sion, donde vivirían en justicia, unidad y consagración. Este sueño comenzaba a tomar forma en la tierra de Misuri, bajo la guía reveladora de un profeta y con la fe de un pueblo en peregrinaje.
Doctrina y Convenios 51
La administración de la ley de consagración debe realizarse con justicia y equidad (vv. 1–6)
El Señor instruye al obispo Edward Partridge sobre cómo asignar tierras y bienes a los santos que han llegado a Ohio, siguiendo la ley de consagración. Debe darles «porciones iguales», no en cantidad, sino en función de sus necesidades, circunstancias y familias.
Este principio establece el fundamento para una sociedad basada en la igualdad consagrada, no en la acumulación personal. Aquí se introduce el concepto de “mayordomía”: lo que se recibe no es posesión absoluta, sino una asignación sagrada para administrar con responsabilidad.
La verdadera justicia divina no consiste en tratar a todos idénticamente, sino en proveer con sabiduría según las circunstancias individuales. Este principio desmonta tanto el orgullo como la envidia, y nos llama a la empatía y al desprendimiento.
Hoy podemos aplicar este principio al:
- Apoyar programas de bienestar y ayuda humanitaria.
- Compartir nuestros recursos con los necesitados.
- Reconocer nuestras bendiciones como responsabilidades, no como derechos exclusivos.
“En el sistema del Señor, la equidad no significa dar a todos lo mismo, sino dar a cada uno lo que necesita.” — Élder D. Todd Christofferson, “Por qué el Señor requiere de nosotros el servicio”, Conferencia General, abril de 2011.
El Señor reveló que las porciones debían darse “según las circunstancias, necesidades y deseos de cada familia”. Esta visión elimina el egoísmo y pone en primer plano el amor, la empatía y la equidad divina.
Hoy podemos consagrar tiempo, recursos y dones con sabiduría y generosidad. El principio de equidad requiere sensibilidad a las necesidades de los demás, no una estandarización rígida.
La consagración es un convenio sagrado (vv. 7–10)
Los santos que reciben tierras bajo consagración deben hacer un convenio con Dios. Aquello que no necesiten debe ser devuelto al obispo para bendecir a otros. Esta redistribución no es comunismo forzado, sino consagración voluntaria por fe.
Este principio recalca que la consagración es un acto de fe y confianza en Dios, no un mero sistema económico. Cada propiedad es administrada bajo convenio, lo cual la transforma en algo espiritual.
Lo que ofrecemos al Señor se convierte en algo sagrado. Cuando consagramos nuestros recursos, talentos o tiempo, nos volvemos partícipes de Su obra.
- Vivir con el corazón dispuesto a sacrificar lo que no es necesario.
- Ofrecer tiempo, dones y medios para el beneficio del prójimo.
- Guardar los convenios hechos en el templo con sinceridad.
“La consagración significa darse uno mismo con todo lo que se es y todo lo que se tiene al servicio de Dios.” — Élder Neal A. Maxwell, “La consagración: una ley mayor del discipulado”, Conferencia General, octubre de 1992.
Los bienes consagrados no eran para uso egoísta, sino que se manejaban por convenio, como una confianza sagrada. Así, la consagración era más que una transacción económica: era una expresión de discipulado.
En nuestro tiempo, vivir la consagración implica dedicar el corazón, mente y voluntad al Señor, especialmente al servir en llamamientos, ministrar o apoyar la obra misional y del templo.
Aquellos que son fieles en sus mayordomías serán bendecidos, los infieles serán juzgados (vv. 11–15)
El Señor promete que aquellos que sean fieles administrando sus porciones recibirán más; en cambio, los que no lo hagan serán considerados mayordomos indignos y perderán esas bendiciones.
Aquí se revela un principio eterno: la fidelidad en lo temporal es una medida de nuestra preparación espiritual. Dios observa cómo manejamos incluso nuestras posesiones materiales.
A veces creemos que la espiritualidad no se relaciona con el dinero, la propiedad o los recursos. Pero el Señor nos prueba en estas cosas para ver si somos dignos de mayores tesoros, incluso celestiales.
- Practicar una administración sabia y honesta de nuestros recursos.
- Ser fieles en diezmos y ofrendas.
- Usar nuestras posesiones para edificar el reino de Dios, no solo nuestro bienestar.
“Ninguna porción de nuestra vida está fuera del alcance de la mayordomía. Somos mayordomos de nuestro tiempo, nuestros talentos, nuestra influencia, nuestros recursos materiales.” — Presidente Russell M. Nelson, “La ley de la mayordomía”, Ensign, mayo de 1986.
Dios prueba nuestra fidelidad en lo que se nos ha confiado. Si somos fieles en lo poco, seremos dignos de recibir lo mucho. Esta fidelidad es una medida de nuestra preparación para responsabilidades eternas.
Administrar correctamente nuestros recursos, cumplir con nuestros compromisos familiares y espirituales, y ser responsables en nuestras decisiones es parte del discipulado verdadero.
La ley de consagración protege tanto a la Iglesia como al individuo en tiempos de transición y pruebas (vv. 16–20)
El Señor asegura que si los santos cumplen con su deber, Él los bendecirá, les dará instrucciones futuras y protegerá la obra. También les manda actuar con paciencia y fe.
Este principio resalta la dirección continua del Señor. La ley de consagración no es solo una estructura económica, sino un medio por el cual los santos dependen de la revelación continua para guiar su crecimiento.
Dios provee para Su pueblo a través de mandamientos que no solo son espirituales, sino también prácticos. Si actuamos con fe, aunque la situación parezca incierta, recibiremos dirección.
- Confiar en la guía del Señor en tiempos de incertidumbre económica o familiar.
- Estar dispuestos a seguir nuevas instrucciones inspiradas.
- Ser pacientes en nuestras expectativas temporales, sabiendo que el Señor tiene un plan.
“El Señor no da todo de una vez. Él guía línea por línea, precepto por precepto, y espera que actuemos en fe.” — Presidente Henry B. Eyring, “Continuando en la revelación”, Conferencia General, abril de 2014.
Aunque los santos estaban viviendo momentos de incertidumbre, el Señor les prometió dirección continua si eran obedientes. Así es Su patrón: primero les da instrucciones generales, y luego guía paso a paso.
Debemos confiar en que el Señor nos guiará en nuestra vida personal y familiar si somos obedientes, incluso cuando no sepamos todos los detalles del camino.
El juicio justo vendrá sobre los que abusen de las leyes del Señor (vv. 21–22)
El Señor advierte que quienes no cumplan sus leyes serán tratados según la justicia divina. La obediencia trae bendición; la rebeldía, juicio.
No se trata de un castigo vengativo, sino de un principio divino de consecuencias: la ley eterna garantiza que el bien será recompensado y el mal corregido. En el contexto de la consagración, esto garantiza la pureza y el orden.
No debemos temer a la justicia del Señor si vivimos rectamente. Él es misericordioso, pero también es justo. Vivir con rectitud nos da paz y propósito.
- Evaluar nuestra obediencia a los mandamientos.
- No tomar a la ligera nuestras responsabilidades dentro del convenio.
- Esforzarnos por vivir de forma íntegra en lo que el Señor nos ha confiado.
“Dios es perfectamente justo. Nadie será juzgado sin misericordia ni será recompensado sin justicia.”
— Presidente Dieter F. Uchtdorf, “El misericordioso obtendrá misericordia”, Conferencia General, abril de 2012.
El Señor advierte que aquellos que no obedezcan la ley serán juzgados. No como una amenaza, sino como una realidad eterna: cada acción tiene una consecuencia. Su justicia está balanceada por Su misericordia.
Vivir rectamente, guardar los convenios y arrepentirnos rápidamente son formas de mantenernos en el camino del Señor y evitar el dolor de las consecuencias innecesarias.
Doctrina y Convenios 51 es una poderosa revelación que establece principios que siguen vigentes:
- La mayordomía fiel.
- La igualdad basada en el amor cristiano.
- El respeto por los convenios sagrados.
- La administración espiritual de lo temporal.
- La paciencia y confianza en la dirección del Señor.
Aunque hoy no vivimos la ley de consagración en su forma completa, el espíritu de esta ley puede y debe vivirse a través del sacrificio personal, el servicio cristiano, la obediencia a los convenios y la dedicación a edificar el Reino de Dios. Así, como aquellos primeros santos, también nosotros podemos ser instrumentos en las manos del Señor para preparar una tierra de Sion.
¿Qué implican las palabras “mayordomo” (versículo 19) y “consagrado” (versículo 5) en cuanto a lo que Dios espera de ti?
Las palabras “mayordomo” y “consagrado”, tal como aparecen en Doctrina y Convenios 51:5 y 19, son términos profundamente doctrinales que revelan lo que Dios espera de cada uno de nosotros en nuestra relación con lo temporal y lo espiritual.
“Consagrado” (versículo 5)
“…no tendrá poder para reclamar la parte que haya consagrado al obispo para los pobres y los necesitados de mi iglesia…”
- Consagrar significa dedicar algo sagrada y voluntariamente a Dios.
- No es solo dar, sino renunciar a toda reclamación sobre ello, entregándolo de corazón.
- Es una ofrenda voluntaria hecha por fe como parte del convenio con Dios.
¿Qué espera Dios de ti?
- Que entregues de manera desinteresada y sincera lo que posees para bendecir a otros.
- Que no veas tus recursos como propios, sino como herramientas en manos de Dios.
- Que seas generoso y humilde, sin esperar reconocimiento ni retribución.
“Cuando consagramos algo a Dios, dejamos de ser los propietarios y nos convertimos en sus instrumentos.”
— Élder Neal A. Maxwell, “La consagración: una ley mayor del discipulado”, 1992.
“Mayordomo” (versículo 19)
“Y el que sea hallado mayordomo fiel y justo será bendecido en todas las cosas, tanto temporales como espirituales.”
- Un mayordomo es alguien a quien se le confía la administración de algo que no le pertenece, pero que debe cuidar y usar sabiamente.
- No es dueño, sino administrador responsable ante Dios.
- Su fidelidad se mide en cómo usa lo recibido para edificar el reino y bendecir a otros.
¿Qué espera Dios de ti?
- Que uses todo lo que Él te da —tiempo, talentos, recursos, capacidades— con responsabilidad y con propósitos santos.
- Que actúes con justicia, gratitud y diligencia, rindiendo cuentas ante Él.
- Que reconozcas que todo lo que posees proviene del Señor, y debes actuar como Su representante.
“Dios nos hizo mayordomos, no propietarios. Nos bendice para que podamos bendecir a los demás.”
— Presidente Russell M. Nelson, Ensign, mayo de 1986.
Ser “consagrado” y ser un “mayordomo” fiel significa vivir con propósito, generosidad y responsabilidad espiritual. Dios no espera que lo demos todo de golpe, pero sí que lo que damos —sea tiempo, energía, recursos o servicio— lo hagamos de corazón, sabiendo que nada realmente nos pertenece, sino que somos siervos en Su obra.
- ¿Estoy dispuesto a consagrar mis recursos, talentos o tiempo al Señor sin condiciones?
- ¿Estoy actuando como un buen mayordomo de mi hogar, mis responsabilidades y mis dones?
- ¿Qué puedo administrar mejor para ser hallado fiel en lo que el Señor me ha confiado?
Doctrina y Convenios 52:9–11, 22–27
A dondequiera que vaya, puedo invitar a otras personas a venir a Cristo.
En un momento crucial de la historia de la Iglesia, cuando los santos estaban organizándose y extendiendo el Evangelio, el Señor dio una instrucción clara: “Y he aquí, os daré un modelo en todas las cosas, para que no seáis engañados” (v. 9). En una época donde abundaban las voces confusas y los espíritus falsos, Dios no dejó a Sus siervos a ciegas. Les dio un patrón para reconocer lo verdadero: oración sincera, un espíritu contrito y obediencia a las ordenanzas (v. 11).
Esta norma no era solo para los primeros líderes, sino también para nosotros hoy. La humildad, la reverencia y la fidelidad siguen siendo los sellos del discípulo genuino. Cuando vivimos así, el Señor nos acepta, y nuestra guía se vuelve segura aun en un mundo lleno de confusión.
Más adelante, el Señor comisiona a algunos de sus siervos, entre ellos Edward Partridge y Sidney Rigdon. Pero lo más notable no fue solo el llamamiento, sino la libertad con la que el Señor los mandó salir a predicar: “Sea por el este o por el oeste, o por el norte o por el sur; no importa, porque no podéis errar” (v. 23).
¡Qué declaración tan poderosa! No podían errar porque su propósito era justo: testificar de Cristo. Este principio se extiende a todos nosotros. Cuando nuestras intenciones son puras y nuestro deseo es llevar a otros a Cristo, el Señor bendice nuestro camino sin importar hacia dónde nos lleve.
La metáfora que sigue es profundamente reveladora: somos como labradores en el campo del Señor. Él nos envía a sembrar buena semilla (v. 24), y si lo hacemos con fe, esa semilla producirá fruto y será guardado en graneros, es decir, en el Reino de Dios. Pero si sembramos cizaña—acciones, actitudes o enseñanzas que no edifican—ese fruto se desechará (v. 26).
Finalmente, la voz del Señor suena clara en el versículo 27: “Id por el mundo, y a dondequiera que fuereis, predicad mi evangelio.” Con esa invitación, el Señor elimina toda duda. No importa si estamos en una ciudad lejana, en un pequeño vecindario o en nuestro propio hogar. Cada lugar es terreno misional. Dondequiera que vayamos, podemos invitar a otros a venir a Cristo.
Esta revelación nos recuerda que la obra del Señor no está limitada por el lugar, sino impulsada por el amor y la disposición de Sus siervos. No necesitamos esperar un llamamiento formal para compartir el evangelio. Cada conversación, cada acto de bondad, cada testimonio silencioso puede ser una semilla que acerque a alguien a Cristo.
En nuestra vida diaria—en el trabajo, en la escuela, en la familia—podemos ser instrumentos del Señor.
Porque a dondequiera que vaya, puedo invitar a otras personas a venir a Cristo.
A lo largo de nuestras vidas, vamos de un lugar a otro: hogares, aulas, oficinas, hospitales, calles, medios de transporte… Y sin importar dónde estemos, hay una verdad constante que nos acompaña como discípulos de Cristo: podemos invitar a otros a venir a Él.
En Doctrina y Convenios 52, el Señor no solo llama a varios misioneros a predicar Su palabra, sino que establece principios eternos que se aplican a todos los que desean servirle sinceramente. En los versículos 9 al 11, declara que nos dará un “modelo en todas las cosas” para que no seamos engañados. En un mundo lleno de voces confusas, Dios nos da claridad: si actuamos con un espíritu contrito, si obramos con humildad y si predicamos bajo la influencia del Espíritu Santo, entonces nuestras palabras llevarán el poder de Cristo.
El Señor añade una declaración conmovedora: “se complacerá el que haga más que el que haya sido señalado para hacer” (v. 10). Es decir, no se espera que simplemente cumplamos con asignaciones formales. El verdadero discípulo va más allá: ve necesidades y actúa; reconoce oportunidades y testifica. En este sentido, cada discípulo de Cristo se convierte en un misionero —no por nombramiento, sino por convicción.
Los versículos 22 al 27 reafirman esto: el Señor manda ser diligentes y obedecer sus mandamientos, pero también nos pide discernir. Nos enseña que cuando alguien habla conforme a Su palabra, lo recibimos a Él. Y cuando no, debemos rechazarlo. Esta norma nos recuerda que la fidelidad al mensaje del evangelio es más importante que la posición o la voz que lo transmite.
Finalmente, el Señor concluye: “estas son las instrucciones para ti”, subrayando que Él desea guiarnos individualmente. Cada discípulo recibe revelación sobre cómo actuar, qué decir, a quién acercarse. De modo que donde sea que nos encontremos —en casa, en el trabajo, en la escuela, en el autobús— podemos ser un instrumento para traer almas a Cristo.
Estos versículos me enseñan que la obra misional no comienza con una placa ni termina con una liberación. Comienza con el deseo sincero de bendecir a otros con lo que tú ya has recibido: la luz del Evangelio. El Señor se complace cuando nos adelantamos a actuar con fe, cuando abrimos la boca para testificar, cuando compartimos con bondad incluso sin palabras.
También me recuerda que el verdadero poder está en el Espíritu, no en elocuencia ni presión. Cristo no necesita portavoces perfectos; necesita siervos fieles y humildes que estén dispuestos a ser guiados, donde sea que estén.
A dondequiera que vayas —si estás con el Espíritu— puedes ser una invitación viviente a venir a Cristo.
Doctrina y Convenios 52:14–19
El Señor me ayuda a evitar el engaño.
En medio de una época de revelación y organización de la Iglesia, el Señor dio una advertencia solemne: “Satanás anda por la tierra engañando a las naciones”. No es un peligro lejano ni simbólico, sino una realidad constante. El adversario busca confundir, dividir y desviar incluso a los fieles. Por eso, el Señor amorosamente nos da una solución: una norma, un patrón confiable para no ser engañados.
Este patrón no está basado en popularidad, apariencia ni elocuencia. Se basa en las cosas del alma: una oración sincera, un espíritu contrito, un corazón obediente. El Señor declara que quien ora con humildad y guarda Sus ordenanzas es aceptado por Él. Quien enseña con espíritu contrito y palabras humildes que edifican, ese es Su siervo.
Además, nos dice que el que tiembla bajo Su poder, o sea, el que siente un profundo respeto y reverencia ante lo divino, será fortalecido. Y esa fortaleza se manifestará en frutos: alabanza, sabiduría, y verdad. Por el contrario, quien es vencido por el orgullo y no se humilla, será desechado, porque no puede llevar la marca de los verdaderos discípulos.
El Señor concluye este modelo recordándonos cómo se conocía a los apóstoles en la antigüedad: por su humildad y su testimonio de Cristo. No eran perfectos, pero eran sinceros. No eran poderosos según el mundo, pero eran valientes en su fe.
Este patrón, entonces, no solo nos protege del error doctrinal o de falsas enseñanzas; también nos guía en nuestras propias decisiones, pensamientos y relaciones. Al vivir con humildad, orar con sinceridad, y obedecer con fidelidad, el Espíritu Santo nos ayuda a discernir entre la verdad y el engaño, entre la luz y las sombras disfrazadas.
Y así, con el poder del Señor, podemos caminar con seguridad en medio de un mundo confundido. Podemos ser como los antiguos apóstoles: humildes, firmes en nuestro testimonio de Cristo, y verdaderos en nuestro discipulado.
En un mundo lleno de voces contradictorias, el Señor me da un modelo claro: humildad, contrición, obediencia y edificación.
Si vivo según este patrón, no seré engañado.
Seré guiado, sostenido, y podré invitar a otros a hacer lo mismo.
¿Cuáles son algunos ejemplos de engaños en nuestros días? ¿Cómo podemos saber cuándo estamos siendo engañados?
Alumno: Hermano, estaba leyendo Doctrina y Convenios 52:14 y me impactó esa advertencia: “Satanás anda por la tierra engañando a las naciones.” ¿Cree que eso sigue pasando hoy?
Maestro: Absolutamente. El adversario sigue muy activo. El mundo está lleno de voces que confunden, y muchas veces lo hacen de forma sutil. Por eso el Señor nos dio un patrón para no ser engañados.
Alumno: ¿Ese patrón aparece en los versículos siguientes, verdad?
Maestro: Sí. El Señor enseña que aquel que ora con un espíritu contrito y obedece Sus ordenanzas, es aceptado por Él. También nos dice que quien habla con humildad y edifica con sus palabras, ese es de Dios. En resumen, la norma es: humildad, obediencia y edificación.
Alumno: O sea, ¿si alguien predica o habla pero es orgulloso o desobedece los mandamientos, no debo confiar en él?
Maestro: Correcto. El engaño no siempre viene con malas intenciones. A veces parece espiritual, pero no lo es. El Espíritu Santo nunca acompaña el orgullo, la confusión o la desobediencia. El verdadero mensajero de Dios te llevará a Cristo, no a sí mismo.
Alumno: ¿Y qué ejemplos de engaños hay hoy en día?
Maestro: Muchos. Mira, por ejemplo:
- Hay quienes dicen que no hay verdades absolutas, que cada uno tiene su propia “verdad”.
- Otros enseñan que el éxito material es señal de aprobación divina.
- Hay quienes creen que pueden ser “espirituales” sin obedecer mandamientos ni hacer convenios.
- Y también está el engaño de normalizar el pecado: “no es tan grave, todos lo hacen.”
Todos esos son ejemplos actuales de cómo Satanás engaña.
Alumno: ¡Wow! Eso sí está muy presente en redes sociales, series, hasta en la universidad.
Maestro: Por eso es vital conocer y aplicar el patrón del Señor. Cada vez que escuches algo que suena dudoso, pregúntate:
- ¿Esto me lleva a Cristo?
- ¿Está en armonía con las Escrituras y lo que enseñan los profetas vivos?
- ¿Siento paz, luz y el Espíritu Santo al aceptarlo?
Alumno: Me gusta eso. ¿Y cómo puedo poner en práctica ese patrón todos los días?
Maestro: Muy bien. Puedes:
- Orar con sinceridad cada día.
- Mantenerte humilde, dispuesto a aprender.
- Obedecer los mandamientos incluso cuando sea difícil.
- Hablar siempre con respeto y edificación.
- Leer las Escrituras y los mensajes de los profetas para tener claridad.
Alumno: Entonces, si hago eso, ¿el Señor me va a ayudar a no ser engañado?
Maestro: Exactamente. Él lo prometió. No te dejará solo. Si caminas con humildad, Él caminará contigo y te dará discernimiento para ver la verdad aunque el mundo esté lleno de ruido.
Alumno: Gracias, hermano. Me anima saber que el Señor me ha dado una manera segura para evitar el engaño.
Maestro: Y recuerda: “a dondequiera que vayas, puedes invitar a otros a venir a Cristo”, pero solo si tú mismo sigues a Cristo con sinceridad.
Doctrina y Convenios 54
Puedo acudir al Señor cuando me hieren las decisiones de los demás.
Hermanos y hermanas, ¿alguna vez han sentido el dolor de una promesa rota? ¿Han confiado en alguien—tal vez un amigo, un familiar, un líder—y esa persona no cumplió su palabra? Si es así, entonces pueden comprender, aunque sea un poco, cómo se sintieron los santos de Colesville.
Imaginen estar entre ellos: se habían sacrificado, se habían trasladado, estaban viviendo la ley del Señor y habían confiado en un hermano de la Iglesia, Leman Copley, que les ofreció sus tierras para establecerse. Pero, de pronto, Copley cambia de parecer, se echa para atrás y los expulsa. Se quedan sin hogar, sin seguridad, sin respuestas.
¿Y qué hizo el Señor? ¿Qué harían ustedes si fueran los líderes? ¿Se enojarían? ¿Buscarían venganza? ¿Perderían la fe?
El Señor responde con la revelación que ahora conocemos como Doctrina y Convenios 54, y aquí encontramos enseñanzas profundas para momentos en los que nos sentimos defraudados por otros.
[Lee en voz clara D. y C. 54:2]
«He aquí, yo, el Señor, no me complazco en los que no cumplen sus convenios.»
El Señor toma en serio los compromisos. Para Él, los convenios no son acuerdos temporales o convenientes. Son sagrados. Pero también nos consuela saber que Él no nos abandona cuando otros fallan.
Escuchen ahora el versículo 10, uno de los más bellos consuelos del Señor:
«Y después de mucha tribulación, vienen las bendiciones.»
¿Escucharon eso? ¡Después de la tribulación, vienen las bendiciones! Eso no significa que todo será fácil, pero significa que el dolor no será eterno. Significa que el Señor ve más allá del momento. Él está preparando algo más grande, más justo, más duradero para Sus fieles.
Ahora bien, si tuvieran un amigo entre los santos de Colesville, ¿qué le dirían? Tal vez algo como esto:
“Hermano, hermana, sé que estás herido, sé que confiaste y te fallaron. Pero el Señor no te ha fallado. Él te ve. Él te dirige. Y si sigues firme, si obedeces Su voz, Él te llevará a una tierra mejor. No porque no haya dolor, sino porque hay promesa. Y Su promesa es segura.”
Hermanos y hermanas, cuando alguien en nuestra vida rompe un compromiso, y sentimos que el suelo se nos mueve, recordemos que podemos acudir al Señor. Él sigue siendo nuestro refugio. Y si permanecemos fieles, Él transformará nuestra tribulación en bendición.
¿Alguien quisiera compartir una experiencia personal en la que sintió el consuelo del Señor cuando alguien más le falló? ¿O una vez en la que vio que, después de una prueba, llegó una bendición?
Las secciones 51 a 57 de Doctrina y Convenios constituyen un poderoso retrato del proceso de edificación del pueblo del Señor. En ellas vemos a una Iglesia joven enfrentando grandes desafíos: migración, organización, traiciones, y revelaciones divinas que transforman lo temporal en espiritual. Lo que podría parecer una simple administración de tierras o conflictos comunitarios se convierte, bajo la guía del Señor, en una escuela de discipulado y consagración.
En estos capítulos, el Señor enseña principios que siguen vigentes:
- Equidad con discernimiento, no uniformidad ciega.
- Consagración voluntaria, no imposición colectiva.
- Mayordomía responsable, no apropiación egoísta.
- Discernimiento espiritual, no dependencia de carisma o apariencias.
- Fidelidad ante la adversidad, no desesperanza ante la injusticia.
Cada revelación muestra que el Señor está profundamente involucrado en la vida de Su pueblo, guiándolo paso a paso en momentos de transición. Así como los primeros santos recibieron dirección en lo espiritual y lo temporal, también nosotros podemos recibir orientación hoy.
Sión no es solo un lugar geográfico. Es un modelo de vida basado en la justicia, la unidad y el amor cristiano. Doctrina y Convenios 51 al 57 nos recuerdan que ser parte de Sión exige algo más que recibir una herencia: requiere transformar el corazón, cumplir los convenios, servir al prójimo, y permanecer fieles incluso cuando otros nos fallan.
El Señor nos llama a ser consagrados, no solo en lo que damos, sino en lo que somos: discípulos que oran con humildad, hablan con edificación y caminan con fe hacia lo que aún no ven. Él nos invita a ser mayordomos fieles en todo lo que poseemos —tiempo, talentos, recursos, influencia— y a confiar en que “después de mucha tribulación, vienen las bendiciones” (D. y C. 54:10).
El mensaje central es este: Dios sigue dirigiendo a Su pueblo. Su visión de Sión no ha cambiado, y cada uno de nosotros puede ser parte de su edificación. Podemos sembrar donde estemos, invitar a otros a Cristo, y vivir con la confianza de que, si somos fieles, Él nos llevará a nuestra tierra prometida.
Testifico que las revelaciones contenidas en Doctrina y Convenios 51 al 57 son más que instrucciones históricas; son principios vivos para nuestra época. Nos enseñan que el Señor dirige Su obra con orden, mediante revelación y con gran amor hacia Sus hijos. Él nos llama a vivir con integridad, a consagrar nuestros recursos y talentos para bendecir a otros, y a ser verdaderos mayordomos de lo que nos ha confiado.
También sé que, como los santos de Colesville, todos enfrentaremos decepciones y pruebas. Sin embargo, el Señor no nos abandona. Cuando otros nos fallan, Él permanece fiel. Su promesa es segura: “después de mucha tribulación vienen las bendiciones.”
Hoy, como discípulos modernos, podemos vivir el espíritu de la ley de consagración al servir, compartir, perdonar, enseñar y edificar el Reino de Dios dondequiera que estemos. Podemos ser esa Sion prometida, una comunidad de corazones puros, si seguimos al Señor con humildad y fe.
A dondequiera que vayamos, podemos invitar a otros a venir a Cristo. Podemos ser luz en medio de la confusión, consuelo en medio de la traición, y esperanza en medio de la tribulación.
- Un análisis de Doctrina y Convenios 51
- Un análisis de Doctrina y Convenios 52
- Un análisis de Doctrina y Convenios 53
- Un análisis de Doctrina y Convenios 54
- Un análisis de Doctrina y Convenios 55
- Un análisis de Doctrina y Convenios 56
- Un análisis de Doctrina y Convenios 57
- Discusiones sobre Doctrina y Convenios
Llamados a Abandonar el Mundo D. y C. 50-56 - Evaluando la Doctrina de los Santos de los Últimos Días
- “Sus Fronteras Deben Ser Ampliadas” Concepciones Evolutivas de Sión
- William W. Phelps Sus Contribuciones para Comprender la Restauración

























