
“El Poder del Espíritu Santo para Discernir la Verdad”
Kevin J Worthen
Conferencia de Mujeres de BYU 2025
En un mundo cada vez más marcado por la confusión, la desinformación y la relativización de la verdad, el discurso del hermano Kevin J Worthen ofrece una reflexión profunda y oportuna sobre el papel esencial del Espíritu Santo como revelador de la verdad en los últimos días. Citando las palabras del apóstol Pablo y del presidente Russell M. Nelson, Worthen describe la actual era como una “época de posverdad”, en la que las personas se apartan del conocimiento verdadero y se vuelven hacia las fábulas y opiniones inestables.
Ante este panorama, el orador afirma que Dios ha provisto un medio seguro para discernir lo que es verdadero: el don del Espíritu Santo. A través de experiencias personales, enseñanzas proféticas y escrituras modernas, Worthen explica cómo el Espíritu guía, orienta, consuela y permanece constantemente con los fieles que hacen y guardan convenios. Su mensaje no solo invita a confiar más plenamente en la compañía del Espíritu Santo, sino también a recordar constantemente a Jesucristo, la fuente suprema de toda verdad.
Este discurso es un llamado a buscar la revelación personal con humildad y fe, reconociendo que el Espíritu puede enseñarnos todas las cosas, si estamos dispuestos a escucharlo y a vivir dignamente para recibirlo.
“El Poder del Espíritu Santo
para Discernir la Verdad”
Kevin J Worthen
Este discurso fue pronunciado el 2 de mayo de 2025
en la Conferencia de Mujeres de BYU
En su segunda epístola a Timoteo, el antiguo apóstol Pablo profetizó que “en los postreros días vendrán tiempos peligrosos”, tiempos en los que las personas estarían “siempre aprendiendo”, pero “nunca pudiendo llegar al conocimiento de la verdad”; tiempos en los que “apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas”. Vivimos en esos tiempos, en lo que algunos llaman un “mundo posverdad”, un mundo en el que muchos creen que la verdad es incognoscible, “sin importancia o irrelevante”.
Como lo expresó un escritor, hoy oímos hablar de “noticias falsas, banderas falsas, [y] hechos alternativos… todo esto… conduciendo a la noción de una verdad falsa”. Incluso aquella frase común de antaño, “la cámara no miente”, resulta ser una mentira, ya que los avances tecnológicos hacen cada vez más fácil alterar fotografías y videos para que las cosas parezcan diferentes de lo que realmente son.
Académicos, comentaristas y otros han explorado las razones de la creciente incapacidad de la sociedad para determinar la veracidad incluso de los hechos más básicos. También han propuesto algunas soluciones.
Sin embargo, las fuentes de la actual crisis de la verdad parecen multiplicarse e intensificarse más rápidamente de lo que surgen los remedios. “Consideremos el espacio infinito de internet”, observó un escritor. “Hoy en día, los hechos y la verdad están ahí afuera, dando vueltas en el ciberespacio, compitiendo por atención con todo tipo de opiniones, rumores y teorías a medio cocinar, todo ello moviéndose a la velocidad de la fibra óptica. Sea lo que sea que prefieras creer, allá afuera puedes encontrar una ‘historia’ que lo confirme”. Como lo expresó el presidente Nelson, “la avalancha de información disponible al alcance de la mano, irónicamente, hace que sea cada vez más difícil determinar qué es verdad”.
El problema se agrava por el hecho de que hay fuerzas poderosas cuyo propósito mismo es aumentar la confusión. “Entre [las] tácticas inquietantes” del “adversario”, ha observado el presidente Nelson, “están sus esfuerzos por difuminar la línea entre lo que es verdad y lo que no lo es”. Otros, continuó el presidente Nelson, “quieren hacernos creer que la verdad es relativa, que cada persona debe determinar por sí misma qué es verdad”.
Así, tal como Pablo predijo, los últimos días en los que vivimos son “tiempos peligrosos” en los que las personas “apartarán de la verdad el oído” y se volverán “a las fábulas”. Como señaló un observador secular, “Si alguna vez necesitamos un árbitro universalmente confiable de lo que es verdadero y factual y lo que no lo es, ese momento es ahora”.
Afortunadamente, tenemos un árbitro confiable de la verdad. En tres discursos de conferencia general pronunciados desde que se convirtió en presidente de la Iglesia, el presidente Nelson ha testificado que:
- “En verdad existe la verdad absoluta: la verdad eterna”;
- “Dios es la fuente de toda verdad”; y
- “Dios en verdad desea hablarnos”.
Estas son tres declaraciones poderosas. Cada una, por sí sola, ofrece ideas que nos ayudan a comprender mejor cómo discernir la verdad en un mundo posverdad.
Primero, la verdad existe. Aunque filósofos y otros puedan debatir la naturaleza y existencia de la verdad, las escrituras modernas no solo nos aseguran que la verdad existe, sino que también nos ofrecen una definición de su alcance total. En la sección 93 de Doctrina y Convenios, el Señor declaró: “La verdad es el conocimiento de las cosas como son, como fueron y como han de ser”. En el Libro de Mormón, Jacob testificó de manera similar que la verdad incluye “las cosas tal como realmente son, y… las cosas tal como realmente serán”.
Esa definición aparentemente simple es más profunda de lo que puede parecer al principio. Por ejemplo, debido a que representa las cosas tal como realmente son, la verdad no depende de la opinión popular ni del consentimiento de los expertos. Es, para usar la frase de las Escrituras, “independiente en aquella esfera en la que Dios la ha colocado”. La verdad no solo es independiente, sino que también lo abarca todo. Incluye todo el conocimiento y toda la información veraz sobre todos los mundos que han existido o que existirán: la “’suma’ de [todas] las existencias, pasadas, presentes y futuras”, como lo expresó B. H. Roberts. Esa es una perspectiva asombrosa, que nos da la seguridad de que existe una forma precisa de comprender todas las cosas, incluso si nuestra capacidad para hacerlo está limitada en esta existencia mortal.
En segundo lugar, Dios es la fuente de toda verdad. Él creó todos los mundos que la verdad define. Él comprende todas las cosas. Por tanto, podemos tener la seguridad de que Él conoce la verdad de todas las cosas.
En tercer lugar —y quizás lo más reconfortante— es que Dios desea compartir toda la verdad con nosotros. Como dijo el presidente Nelson: “Hay mucho más que vuestro Padre Celestial desea que sepáis… ‘Para aquellos que tienen ojos para ver y oídos para oír, es claro que el Padre y el Hijo están revelando los secretos del universo’”.
Al combinar estas tres declaraciones proféticas, podemos entender por qué el presidente Nelson nos ha asegurado que “[no tenemos] que preguntarnos qué es verdad. [No tenemos] que preguntarnos en quién [podemos] confiar con seguridad”, dijo. Dios es la fuente de toda verdad. Él la entiende perfectamente y desea compartirla con nosotros, especialmente en estos tiempos peligrosos y de posverdad.
La clave para acceder a esta verdad, como señaló el presidente Nelson en su discurso de la conferencia general de abril de 2018, es la revelación personal. “Si queremos tener alguna esperanza de discernir entre la miríada de voces y las filosofías de los hombres que atacan la verdad”, dijo, “debemos aprender a recibir revelación”.
Esto, a su vez, requiere que comprendamos mejor y estemos más familiarizados con el Espíritu Santo, quien desempeña un papel clave en el proceso de revelación personal. A lo largo de los años, he llegado a darme cuenta de que no sé tanto como debería sobre el Espíritu Santo. Me llamó la atención que en la entrevista para la recomendación del templo, la primera pregunta que se nos hace es: “¿Tiene fe en Dios, el Padre Eterno, y en Su Hijo Jesucristo y en el Espíritu Santo, y tiene un testimonio de ellos?” Con razón escuchamos mucho acerca de cómo aumentar nuestra fe y fortalecer nuestro testimonio de Dios el Padre y de Su Hijo, Jesucristo. Pero, al menos en mi caso, no he reflexionado tanto sobre lo que significa tener fe en el Espíritu Santo y un testimonio de Él.
¿Qué significa tener fe en el Espíritu Santo y un testimonio de Él? Creo que, como mínimo, requiere que entendamos el papel que el Espíritu Santo desempeña no solo en nuestra vida individual, sino también en el plan de salvación. También requiere que creamos que el Espíritu Santo cumple esos roles a la perfección.
La Guía para el Estudio de las Escrituras describe lo que llama “varias funciones vitales” que el Espíritu Santo desempeña en el plan de salvación, una de las cuales es “revelar la verdad de todas las cosas”. Al actuar como “revelador”, el Espíritu Santo desempeña un papel fundamental en toda revelación personal. Como lo ha explicado el presidente Nelson: “En la Trinidad, el Espíritu Santo es el mensajero. Él traerá pensamientos a su mente que el Padre y el Hijo desean que reciban”. La revelación personal de Dios —que es la clave de nuestra capacidad para discernir la verdad— viene por medio del Espíritu Santo. Esto se confirma en uno de los versículos más leídos de las Escrituras: Moroni 10:5, que proclama con claridad y universalidad inconfundibles que “por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas”. Debido a que este pasaje se asocia apropiadamente con el proceso de llegar a conocer la veracidad del Libro de Mormón, creo que a veces subestimamos la naturaleza profunda y el amplio alcance de esa simple oración declarativa. Podemos conocer “la verdad de todas las cosas”, no solo de algunas cosas, sino de todas las cosas, por medio del poder del Espíritu Santo.
Con ese entendimiento tanto del papel clave que desempeña el Espíritu Santo en el proceso de revelación personal como del papel esencial que tiene la revelación personal para permitirnos discernir la verdad en un mundo de posverdad, podemos comprender mejor la importancia y la urgencia de la observación y advertencia del presidente Nelson, quien dijo: “[e]n los días venideros, no será posible sobrevivir espiritualmente sin la influencia guiadora, orientadora, consoladora y constante del Espíritu Santo”.
Noten que hay cuatro adjetivos que modifican el término clave “influencia del Espíritu Santo”: guiadora, orientadora, consoladora y constante. Permítanme sugerir que cada uno de estos cuatro describe una forma ligeramente distinta en la que el Espíritu Santo lleva a cabo su función de revelar la verdad mediante revelación personal que amplía y aclara. Reconocer las diversas formas de influencia puede ayudarnos a entender mejor cómo y cuándo el Espíritu Santo nos revela la verdad.
Por ejemplo, la revelación personal por medio del Espíritu Santo a menudo llega cuando buscamos guía en un asunto personal específico, como qué trabajo tomar o cómo resolver una situación desafiante o una relación difícil. Buscamos conocer las cosas como realmente son, fueron o serán, con el fin de saber cómo actuar, y suplicamos la guía de Dios. Yo llamo a la respuesta divina a tales peticiones una influencia “guiadora”: inspiración del Espíritu Santo que llega cuando buscamos conscientemente conocer la verdad en diversas circunstancias.
En contraste, hay ocasiones en las que la revelación personal llega sin una solicitud previa del individuo que la recibe. Me refiero a este tipo de influencia como influencia “orientadora”. El presidente Oaks la describió una vez como una revelación que “impulsa” al receptor a hacer algo. Tal como lo explicó: “No se trata de un caso en el que una persona propone realizar una acción determinada y el Espíritu la refrena o la confirma. Se trata de una revelación que llega sin ser solicitada e impulsa a una acción no planeada”. Como toda revelación, la revelación orientadora aclara las dudas e ilumina la verdad tanto respecto a la situación específica en que nos encontramos como sobre el amor poderoso de Dios hacia nosotros y hacia quienes nos rodean.
En algunas ocasiones, estas dos formas de influencia reveladora del Espíritu Santo —la guía y la orientación— pueden interactuar entre sí de manera complementaria y mutuamente confirmatoria. Hace algunos años, se me asignó acompañar a un presidente de estaca a visitar a algunos miembros de su estaca. El presidente de estaca oró para saber a qué miembros debíamos visitar. En respuesta a su petición al cielo, y por medio de guía, sintió el impulso de visitar a una familia en particular, en la cual la madre estaba en su segundo matrimonio y necesitaba ánimo. Sintió que debía visitarla como respuesta a su oración.
Cuando llegamos a la hora acordada un sábado por la mañana, fuimos recibidos por esta madre y comenzamos a conversar. Unos minutos después de haber iniciado la visita, un joven bajó las escaleras para unirse a nosotros. Era el hijo de la madre, de su matrimonio anterior, quien no vivía con ella. El presidente de estaca no lo conocía ni esperaba que estuviera allí, ya que el joven vivía en otra estaca. El joven comentó que tampoco tenía planeado estar allí, pero que la noche anterior había sentido que sería bueno visitar a su madre ese fin de semana. Así que llegó la noche anterior.
El presidente de estaca comenzó a conversar con el joven para conocerlo un poco más. Después de algunas preguntas introductorias, el presidente de estaca —de forma espontánea— le preguntó: “¿Alguna vez has pensado en servir una misión?” El rostro del joven cambió de inmediato. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Permaneció en silencio por un breve momento y luego relató que esa mañana había estado orando, al enterarse por su madre que recibirían nuestra visita. Dijo que, mientras oraba, sintió una impresión del Espíritu de que si quienes venían a visitar a su madre le preguntaban sobre servir una misión, sería una señal de que el Señor quería que él sirviera, algo que había estado cuestionándose desde hacía algún tiempo. Entonces suspiró, sonrió y dijo: “Supongo que ya tengo mi respuesta”.
Aquí tenemos a un presidente de estaca que recibió una revelación “guiadora” sobre a quién debía visitar en su estaca, lo cual condujo a una revelación “orientadora” no solicitada que le impulsó a hacer una pregunta específica a un joven que nunca había conocido antes. También tenemos a un joven que recibió una revelación “orientadora” no solicitada para visitar a su madre y que, como resultado, recibió una revelación “guiadora” en respuesta a una pregunta que había presentado al Señor esa misma mañana. Son ejemplos tanto de la influencia guiadora como orientadora del Espíritu Santo en una misma situación.
El tercer tipo de influencia reveladora de la verdad que el Espíritu Santo puede brindar es una influencia “consoladora”. El presidente Oaks citó la experiencia del profeta José Smith en la cárcel de Liberty como un ejemplo de ello, señalando la respuesta consoladora que el Señor dio a la súplica angustiada de José para que él y los santos fueran librados de la persecución casi insoportable que sufrían. “Hijo mío, paz a tu alma”, le dijo el Señor a José; “tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento; Y entonces, si lo sobrellevas bien, Dios te exaltará en lo alto”. Las muchas verdades que José aprendió mediante la influencia consoladora del Espíritu Santo en ese entorno oscuro y lúgubre constituyen una evidencia clara de que, como leemos en la sección 50 de Doctrina y Convenios, “el Consolador [es] enviado para enseñar la verdad”. Y la verdad, a su vez, consuela. Así, tanto la verdad como el consuelo pueden venir por medio de la influencia consoladora del Espíritu Santo.
El cuarto tipo de influencia reveladora de la verdad es quizás el más importante en un mundo de posverdad, pero también, irónicamente, quizás la forma menos reconocida de influencia espiritual para muchos miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días: la influencia constante del Espíritu Santo.
A través de las ordenanzas del bautismo y la confirmación, los miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días reciben el don del Espíritu Santo, lo cual incluye, como lo señala la Guía para el Estudio de las Escrituras, “el derecho… a tener la influencia constante del Espíritu Santo”. Esa promesa de convenio se renueva cada domingo mediante la ordenanza de la Santa Cena, cuando se nos promete que “siempre tendrán su Espíritu con [nosotros]”.
La influencia constante del Espíritu Santo es fundamental en estos tiempos peligrosos, en los que la verdad se ve desafiada a un ritmo cada vez mayor y en una esfera cada vez más amplia. Como lo observó el presidente Eyring: “Ya que las falsedades y mentiras pueden presentarse en cualquier momento, necesitamos una influencia constante del Espíritu de Verdad para librarnos de momentos de duda”.
Debido a que otras formas de revelación personal a menudo llegan de manera más espectacular, podemos pasar por alto las formas en que la influencia constante del Espíritu Santo puede —y de hecho lo hace— impactar nuestra vida. Como observó el élder David A. Bednar: “A veces, como Santos de los Últimos Días, hablamos y actuamos como si reconocer la influencia del Espíritu Santo en nuestra vida fuera un acontecimiento raro o excepcional”. Sin embargo, continuó el élder Bednar, debido a las promesas del convenio, “el Espíritu Santo puede permanecer con nosotros mucho, si no la mayor parte del tiempo — y ciertamente el Espíritu puede estar con nosotros más a menudo de lo que no lo está”.
Dado que hemos recibido el don del Espíritu Santo, tener la influencia del Espíritu Santo con nosotros debería ser la norma, no la excepción. Y, creo que para la mayoría de nosotros, así es. Simplemente no lo reconocemos por completo. Esa falta de conciencia, a su vez, nos hace menos confiados en depender de esa influencia constante como deberíamos.
¿Cómo podemos reconocer y utilizar más plenamente la influencia constante del Espíritu Santo? Permítanme compartir cuatro observaciones y sugerencias que pueden ser útiles.
Primero, debemos confiar en las promesas hechas en el convenio sacramental que renovamos cada semana. Si estamos esforzándonos por guardar los mandamientos, como la mayoría de nosotros lo hace, y si renovamos semanalmente nuestros convenios mediante la Santa Cena, como la mayoría de nosotros también lo hace, podemos asumir que el Espíritu Santo estará con nosotros la mayor parte del tiempo. Esa debería ser nuestra suposición por defecto —no porque seamos perfectos en nuestra vida diaria, sino porque Dios es perfecto en cumplir Sus promesas—. Sí, necesitamos ser dignos para que el Espíritu Santo esté con nosotros, y con demasiada frecuencia hacemos cosas —a veces sin intención, pero evitables— que alejan al Espíritu. Pero a medida que nos arrepentimos diariamente y renovamos nuestros convenios semanalmente, Dios cumplirá Su promesa de que siempre podamos tener Su Espíritu con nosotros, tanto como sea posible. Así que arrepiéntete con rapidez y confía en que el Señor también perdona con rapidez, para que podamos regresar cuanto antes a esa posición celestial predeterminada de tener al Espíritu Santo como nuestro compañero constante.
Segundo, creo que a veces estamos tan acostumbrados a la influencia del Espíritu Santo que nos volvemos como los lamanitas descritos en 3 Nefi capítulo 9, quienes fueron “bautizados con fuego y con el Espíritu Santo, y no lo supieron”.
Un amigo mío que trabajó en el Centro de Capacitación Misional (CCM) una vez me compartió una experiencia que ilustra este punto. Observó que, con cierta frecuencia, algunos misioneros se le acercaban preocupados. Le contaban que muchos de sus compañeros misioneros comentaban constantemente lo fuerte que se sentía el espíritu en el CCM, que cada día experimentaban sensaciones nuevas que jamás habían sentido en sus vidas. Los misioneros preocupados se preguntaban si les faltaba algo, ya que ellos no sentían una diferencia tan grande respecto a cómo se sentían antes de entrar al CCM. Mi amigo notó que, a menudo, esos misioneros preocupados eran algunos de los mejores: obedientes, rápidos para aprender y aún más rápidos para ayudar a los demás. Estaban tan preparados como cualquiera de los misioneros del CCM. Al conversar más a fondo con ellos, mi amigo concluyó que, por lo general, estos misioneros habían crecido sintiendo el Espíritu en sus vidas. Para ellos, el CCM era simplemente una continuación de lo que ya venían sintiendo día a día. Estaban acostumbrados a sentir lo que otros misioneros experimentaban por primera vez. Se habían familiarizado con el Espíritu, lo cual era algo muy bueno. Solo necesitaban darse cuenta de que el Espíritu Santo estaba con ellos.
Una manera de ser más conscientes de la influencia del Espíritu Santo es reflexionar regularmente sobre momentos en los que sabemos que sentimos Su influencia en nuestra vida, incluyendo no solo los eventos espectaculares, sino también las cosas pequeñas que trajeron el Espíritu a nuestro corazón y mente. La práctica del presidente Eyring de reflexionar con frecuencia sobre preguntas como: “¿Vi la mano de Dios en mi vida o en la de mi familia hoy?” puede ser una herramienta poderosa para ayudarnos a reconocer cuánto está con nosotros el Espíritu Santo de forma habitual —más a menudo de lo que pensamos—.
También puede ser útil considerar conscientemente, de vez en cuando, situaciones en las que fue evidente que el Espíritu no estaba con nosotros. El contraste entre lo que sentimos en ese momento y lo que sentimos en nuestra vida diaria puede ayudarnos a identificar mejor cómo se siente la influencia constante del Espíritu Santo. Además, reflexionar sobre esas situaciones en las que el Espíritu definitivamente no estuvo con nosotros, nos ayuda a reconocer cosas que debemos evitar. Como enseñó el élder Bednar: “A medida que nos adentramos cada vez más en el Espíritu del Señor, debemos esforzarnos por reconocer [no solo] las impresiones cuando llegan [sino también] las influencias o eventos que hacen que nos apartemos del Espíritu Santo”. En ese sentido, señaló: “La norma es clara. Si algo que pensamos, vemos, oímos o hacemos nos aleja del Espíritu Santo, entonces debemos dejar de pensar, ver, oír o hacer eso”.
Con eso en mente, el élder Bednar recientemente hizo a los jóvenes adultos una pregunta profunda que creo que nos beneficiaría a todos:
“¿El uso de las diferentes tecnologías y medios invita o impide la compañía constante del Espíritu Santo en tu vida?”
Evaluar regularmente esa pregunta aumentará nuestra capacidad de tener la influencia constante del Espíritu Santo en nuestra vida.
Tercero, no te preocupes en exceso si no siempre puedes distinguir si las impresiones que recibes provienen del Espíritu o de tu propia mente. Como señaló Peggy, esa es una pregunta común que muchos de nosotros encontramos difícil de responder. Y para demasiados, esto nos paraliza innecesariamente. Aunque debemos procurar discernir la fuente de tales impresiones, creo que muchos de nosotros somos demasiado rápidos para descartar los “golpes repentinos de ideas”, como los describió José Smith, considerándolos pensamientos propios, cuando en realidad son susurros del Espíritu.
El presidente Eyring explicó una forma de evaluar el origen de esas impresiones. Podemos juzgar la fuente del pensamiento por la naturaleza de las cosas que nos impulsa a hacer. “Puedes saber cuándo estas impresiones para actuar en Su nombre provienen del Espíritu y no de tus propios deseos”, dijo. “Cuando las impresiones concuerdan con lo que el Salvador y Sus profetas y apóstoles vivientes han dicho, puedes decidir obedecer con confianza”. Como indicó Peggy, Mormón enseñó esta misma lección: “Porque todo lo que invita a hacer el bien y a persuadir a creer en Cristo, viene por el poder y don de Cristo; por tanto, sabréis con perfecto conocimiento que es de Dios”.
Cuando respondemos a los susurros para hacer el bien con la confianza de que vienen del Señor, no solo reconocemos mejor la influencia constante del Espíritu Santo en nuestra vida, sino que también crecemos en otras formas significativas. Como explicó el presidente Eyring: “Uno de los efectos de recibir repetidamente una manifestación del Espíritu Santo [es] que [nuestra] naturaleza [cambia]”. “La compañía del Espíritu Santo hace que lo bueno sea más atractivo y que la tentación resulte menos atractiva”.
A medida que nuestra naturaleza cambia de esa manera, las preguntas sobre si la impresión viene de nosotros o de Dios se vuelven menos importantes en cierto sentido. A medida que la influencia constante del Espíritu Santo nos refina y santifica, nuestra voluntad se alinea más con la de Dios, y hay menos y menos diferencia entre nuestros propios pensamientos y los susurros del Espíritu Santo. Aunque siempre existirá alguna diferencia entre los pensamientos y caminos de Dios y los nuestros, es posible que esa diferencia sea lo suficientemente pequeña como para que, tal como ocurrió con el profeta Nefi en el libro de Helamán, Dios sepa que no pediremos nada que sea contrario a Su voluntad, porque son una y la misma. Cuando eso ocurre, importa menos si la impresión provino originalmente de Dios o de nosotros.
Mi cuarta, última y más importante sugerencia sobre cómo reconocer y beneficiarse más plenamente de la influencia constante del Espíritu Santo es pensar más en Jesucristo. El papel principal del Espíritu Santo es “dar testimonio del Padre y del Hijo”. Y como en sus otras funciones, el Espíritu Santo cumple este papel a la perfección. Cuando pensamos reverentemente en Jesucristo, el Espíritu testificará de Él. Él se manifestará. La pregunta es: ¿estaremos listos para recibir ese testimonio? La promesa de convenio de Dios de que siempre podamos tener Su Espíritu con nosotros está acompañada por nuestra promesa de convenio de que siempre recordaremos a Su Hijo. Por tanto, una de las mejores maneras de asegurar que la influencia del Espíritu Santo esté constantemente con nosotros es recordar constantemente a Jesucristo —“mirad a [Él] en todo pensamiento”, como dice la escritura.
Esa es una de las razones por las que la lectura regular del Libro de Mormón es tan importante y poderosa. Es difícil avanzar mucho en ese libro sin encontrar una referencia al Salvador, lo cual brinda una oportunidad para que el Espíritu Santo cumpla Su función principal en este mundo de posverdad.
Cuanto más conozcamos, confiemos y sigamos a Cristo, más constante será la influencia del Espíritu Santo en nuestras vidas, y más capaces seremos de discernir la verdad en todo momento, en todas las cosas y en todos los lugares, incluso en este mundo peligroso y lleno de confusión en el que vivimos.
Jesucristo es la Verdad. Él es el Camino y la Vida. Su Padre vive y tiene un plan perfecto para cada uno de nosotros. Sé que esas cosas son verdaderas por el poder del Espíritu Santo, y así lo testifico en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.
























