Ven, sígueme – Doctrina y Convenios 67-70

Ven, sígueme
Doctrina y Convenios 67–70
23 – 29 junio: “De tal estima […] como las riquezas de toda la tierra”


Contexto histórico

En el otoño de 1831, la joven Iglesia de Jesucristo se encontraba en una fase crítica de organización y consolidación. A principios de ese año, el Señor había mandado a los santos que emigraran a Misuri, la tierra prometida que Él designó como la tierra de Sión. Pero mientras los santos comenzaban a establecerse tanto en Misuri como en Kirtland, Ohio, surgía una necesidad urgente: publicar las revelaciones que José Smith había recibido.

Durante una conferencia celebrada en Hiram, Ohio, en noviembre de 1831, los líderes de la Iglesia se reunieron con un propósito trascendental: compilar y publicar un libro de revelaciones que incluiría los mandamientos recibidos por medio del profeta. Este libro, que sería conocido como el Libro de Mandamientos, sería testimonio de la voluntad de Dios en esta dispensación.

En medio de estas reuniones se recibió la sección 67, en la que el Señor respondió a ciertas dudas y murmuraciones entre algunos de los élderes sobre el lenguaje y la redacción de las revelaciones. Algunos pensaban que no eran lo suficientemente elocuentes. En respuesta, el Señor desafió a los presentes: “si hay alguno entre vosotros que sea capaz de componer una revelación como estas, que lo intente”. Este desafío reafirmó la autenticidad divina de las palabras reveladas a José y enseñó que el poder de Dios no se mide por la retórica humana.

Luego, en la sección 68, recibida unos días después, el Señor dio instrucciones sobre la autoridad de los élderes al hablar bajo la inspiración del Espíritu, y estableció la responsabilidad de los padres en enseñar el Evangelio a sus hijos, uno de los principios rectores de la vida familiar dentro del Evangelio. También reveló principios sobre la organización eclesiástica, incluyendo el llamado de un obispo adicional, Edward Partridge ya estaba sirviendo en Misuri, así que Newel K. Whitney fue llamado como obispo en Kirtland.

La sección 69 surgió del encargo a Oliver Cowdery de llevar las revelaciones a Misuri para que fueran impresas. Se le mandó viajar con John Whitmer, quien fue llamado como historiador de la Iglesia. El Señor estaba edificando no solo la doctrina, sino también la estructura histórica y administrativa de la Iglesia.

Finalmente, la sección 70, dada también en noviembre de 1831, contiene instrucciones sobre la mayordomía de los élderes responsables de las revelaciones. El Señor estableció que estos hombres recibirían apoyo temporal por su labor espiritual y literaria, introduciendo el concepto de que aquellos que trabajan tiempo completo en los asuntos espirituales pueden ser mantenidos por la Iglesia, si lo hacen según los principios de rectitud. Además, se subrayó la importancia de compartir los recursos con equidad entre los miembros que habían recibido estas responsabilidades.

Estas secciones marcan un punto decisivo en la Iglesia: la transición de un grupo creciente de creyentes a una organización con escrituras, historia, estructura eclesiástica y responsabilidad doctrinal bien definida. La obra de Dios avanzaba con poder, revelando tanto los principios celestiales como los detalles prácticos necesarios para edificar una Sión en la tierra.


Doctrina y Convenios 67:1–9; 68:3–6
Los siervos del Señor expresan Su voluntad cuando son inspirados por el Espíritu Santo.


Era noviembre de 1831. Un grupo de líderes de la Iglesia se había reunido para llevar a cabo una obra sagrada: publicar las revelaciones recibidas por José Smith. Pero entre algunos surgieron dudas. No sobre la doctrina en sí, sino sobre su lenguaje. Algunos pensaban que las palabras de las revelaciones no estaban escritas con la suficiente elocuencia como para convencer a los críticos o lectores externos. Era una inquietud sincera, pero también revelaba una falta de comprensión sobre el origen divino del mensaje revelado.

En Doctrina y Convenios 67:1–9, el Señor responde con claridad y poder. Les recuerda que Él ha oído sus oraciones y ha visto los deseos de su corazón. Les promete que si se humillan, recibirán sabiduría, y que Sus mandamientos están dados por Su propia voz y por Su propio Espíritu. Les asegura que el velo se puede rasgar y que pueden ver Su rostro si permanecen fieles.

Pero el momento más notable llega en el versículo 5, donde el Señor lanza un reto divino:

“Vuestros ojos han estado sobre mi siervo José… ahora bien, si alguno entre vosotros hace una revelación como esta… entonces seréis justificados”.

Este no es un simple desafío, sino una enseñanza doctrinal profunda:
el poder de la revelación no se mide por el estilo literario, sino por la fuente espiritual. La voz del Señor no necesita adornos humanos. Cuando Él habla, su poder transforma corazones, y su autoridad se impone incluso a las dudas más persistentes.

Aquí, aprendemos una lección esencial sobre los profetas: no se les elige por su formación, carisma o habilidades humanas, sino por su disposición a ser instrumentos del Señor. José Smith, aún joven y sin mucha instrucción, hablaba con la autoridad del cielo porque el Espíritu del Señor reposaba sobre él. Esta sección confirma que el lenguaje del Espíritu trasciende la lógica humana y que los profetas verdaderos son aquellos que hablan en nombre de Dios, no de sí mismos.

Pasando a Doctrina y Convenios 68:3–6, el Señor amplía esta idea:

“Y esto os será dado por conducto del Consolador, por el Espíritu Santo que os será dado por la oración de fe; y si lo recibís por el Espíritu Santo, estos serán mandamientos para vosotros”.

Aquí aprendemos que la revelación no solo es prerrogativa del profeta, sino que todo aquel que hable bajo la inspiración del Espíritu Santo está comunicando la voluntad del Señor. Esto democratiza, por así decirlo, el acceso a la verdad divina: cualquier padre, maestro, líder o discípulo puede ser una voz de Dios, si habla por el Espíritu.

Y el Señor nos da una promesa:

“He aquí, esto es la promesa del Señor a vosotros, oh mis siervos. Por tanto, estad firmes en vuestros lugares y no temáis, porque yo estoy con vosotros”.

Estas escrituras me invitan a mirar atrás, a esos momentos en los que sentí el impulso de decir algo bueno, correcto o verdadero, sin haberlo planeado antes. A veces ha sido al enseñar una clase, al consolar a alguien que sufre, o al testificar en una conversación íntima. Esas palabras no eran completamente mías; vinieron con dulzura, claridad y poder. Reconozco ahora que el Espíritu Santo me inspiró a hablar.

Y también recuerdo ocasiones en que, enfrentando incertidumbre, temor o debilidad, sentí el consuelo del Señor como si me envolviera en paz. Tal como dice el versículo 6:

“No temáis, porque yo estoy con vosotros”.
En momentos de oscuridad, esa promesa ha sido mi luz. No siempre me ha librado de la dificultad, pero sí me ha dado la fuerza para atravesarla.

¿Cómo supe que las revelaciones dadas a Sus siervos son verdaderas? Lo supe no con los ojos, sino con el alma. Al leerlas, al escucharlas y al vivirlas, el Espíritu las ha confirmado una y otra vez. Su poder me ha alcanzado, y su verdad me ha cambiado.

Estos pasajes nos enseñan que Dios todavía habla, que los profetas son verdaderos mensajeros, y que cada uno de nosotros puede convertirse en una voz del Señor cuando nos dejamos guiar por Su Espíritu. El Señor ampara a Sus siervos. Nos invita a hablar con fe, a actuar con valor, y a confiar en que, si Él está con nosotros, no hay razón para temer.


Doctrina y Convenios 67:10–14
“Continuad con paciencia”.


En estos versículos, el Señor habla a Sus siervos reunidos en 1831, durante el proceso de preparación para publicar las revelaciones que llegarían a ser parte del Libro de Mandamientos. Algunos élderes habían sentido dudas: temían que las revelaciones no tuvieran suficiente poder retórico, y comenzaron a comparar su propia sabiduría con la del profeta.

A ellos, el Señor dirige una reprensión tierna pero firme:

“De cierto os digo, bienaventurados sois por las cosas que hasta ahora se os han manifestado; y de ahora en adelante seréis bienaventurados si guardáis mis mandamientos.
…Y de cierto os digo: el velo se rasgará y me veréis y sabréis que yo soy—no con la mente carnal, ni tampoco con la mente natural, sino con la espiritual.”

Aquí el Señor ofrece una promesa extraordinaria: verlo y saber que Él es, pero bajo una condición clara: debemos dejar atrás la mente carnal y natural. El “hombre natural” no puede ver a Dios ni comprender sus caminos (véase también 1 Corintios 2:14), porque sus pensamientos están anclados en el orgullo, el temor, la duda y la autosuficiencia.

¿Cómo impiden los celos, el temor y el orgullo acercarnos a Dios?

Estos sentimientos son como nubes que bloquean la luz:

  • El celo hace que comparemos nuestras bendiciones o talentos con los de otros, generando resentimiento y obstaculizando la gratitud.
  • El temor paraliza la fe. Hace que dudemos si Dios realmente nos ama, si nos escucha, o si somos dignos de acercarnos a Él.
  • El orgullo nos hace confiar en nuestra lógica antes que en la revelación, y buscar reconocimiento antes que sumisión.

Estos tres enemigos espirituales nos impiden ver a Dios, no con los ojos, sino con el corazón.

¿Cómo superamos al “hombre natural”? (Mosíah 3:19)

Mosíah 3:19 enseña con claridad:

“Porque el hombre natural es enemigo de Dios… a menos que se someta al influjo del Santo Espíritu… y se vuelva como un niño: sumiso, manso, humilde, paciente, lleno de amor…”

La superación del “hombre natural” no ocurre de un día para otro, sino a través de una conversión progresiva. Necesitamos:

  • Someternos al Espíritu, lo cual implica rendir nuestra voluntad a la de Dios.
  • Cultivar atributos cristianos, como la humildad y la mansedumbre.
  • Aceptar con fe las pruebas, sabiendo que son parte del proceso de refinamiento.

El Señor nos asegura que si perseveramos con paciencia, lo veremos. Esto no necesariamente significa una visión literal, sino una revelación espiritual profunda y transformadora, en la que llegamos a conocer al Salvador de manera íntima y personal.

“Continuad con paciencia hasta perfeccionaros” (v. 13)

Esta invitación nos enseña que el perfeccionamiento no es instantáneo. La paciencia es el terreno fértil donde florecen la fe, la obediencia y el testimonio. El Señor no espera perfección inmediata, sino constancia fiel.

“Sed firmes y perseverad hasta el fin, para que seáis perfeccionados en mí” (3 Nefi 27:20).

Él nos perfecciona en Su tiempo, por medio de Su gracia, siempre que estemos dispuestos a caminar con paciencia y fe.

Al leer estos versículos, siento un llamado personal a mirar dentro de mí y dejar de lado la necesidad de control, de comparación, de aprobación ajena. Me inspira la idea de que, al someterme con humildad al Espíritu, puedo llegar a conocer a Dios no solo por lo que dice, sino por lo que me transforma.

Verlo no es solo una experiencia de visión; es una experiencia de conversión.

Y mientras camino, a veces tropezando, recuerdo la voz del Señor:

“Continuad con paciencia hasta perfeccionaros”.
No estoy solo. Él camina conmigo. Y aunque todavía no lo vea con los ojos, lo reconozco en la paz que me da, en el consuelo que siento, y en la esperanza que me inspira.


Doctrina y Convenios 68:25–31
Yo puedo ayudar a que mi hogar se centre en Jesucristo.


En estos versículos, el Señor revela principios importantes sobre la responsabilidad de los padres en la educación espiritual de sus hijos, y también da instrucciones relacionadas con la organización del hogar y el sustento familiar, todo dentro del marco de la voluntad divina.

  1. Responsabilidad divina de los padres (v. 25–27)

“Y además, de cierto os digo, que a todos los que se les ha dado el sacerdocio que conocen la ley de Dios, deben enseñar a sus hijos a no creer en falsos traductores, ni en credos falsos…”

Estos versículos establecen un principio eterno: los padres tienen el deber sagrado de enseñar a sus hijos las doctrinas verdaderas del Evangelio de Jesucristo. No se trata sólo de una buena práctica, sino de un mandato del Señor. En el contexto moderno, eso significa enseñar en casa acerca de las Escrituras, la oración, la obediencia a los mandamientos y, sobre todo, el rol central del Salvador.

En una época donde hay muchas voces confusas en el mundo (medios, redes, ideologías), este llamado es más urgente que nunca. Los hogares deben ser santuarios de verdad donde los hijos aprendan a reconocer la voz del Espíritu.

  1. Principios del Evangelio a enseñar (v. 28–29)

“Y enseñarles a orar, y a andar rectamente delante del Señor…”

La instrucción es concreta: enseñar a orar y vivir rectamente. La oración vincula el hogar con los cielos, y la rectitud establece el patrón de vida. Estos son fundamentos de una vida centrada en Cristo. Si los hijos ven en casa que se ora con sinceridad y se vive con rectitud, no sólo aprenderán, sino que sentirán el Espíritu.

A veces creemos que los actos pequeños (como una oración familiar) tienen poco impacto, pero son actos de fe acumulativos que convierten el hogar en un lugar donde el Salvador puede habitar.

  1. Orden y sustento familiar bajo la voluntad de Dios (v. 30–31)

“Y también, si hay alguno entre ustedes que es rico, y ve a su hermano tener necesidad, y cierra su corazón…”

El Señor introduce aquí un principio de generosidad cristiana, especialmente en el entorno familiar o comunitario. Un hogar centrado en Jesucristo también es generoso y atento a las necesidades de otros, particularmente dentro de la familia de la fe.

Centrar el hogar en Jesucristo no es sólo orar o leer las Escrituras, sino también servir con caridad a los demás, comenzando por nuestros propios hijos, cónyuge y vecinos. La caridad es la manifestación suprema de un hogar cristiano.

Este pasaje nos recuerda que centrar nuestro hogar en Jesucristo es una obra diaria y deliberada. No sucede por accidente. Requiere intención, esfuerzo y revelación. Como padres o líderes familiares, somos responsables ante Dios por las almas que están bajo nuestro cuidado. Pero también se nos promete ayuda divina. Si lo hacemos con amor, paciencia y persistencia, el Señor bendecirá nuestros hogares con Su Espíritu.

Además, este pasaje nos enseña que Jesucristo no debe ser un invitado ocasional en nuestro hogar, sino el Huésped permanente, cuya influencia moldea nuestras decisiones, nuestras conversaciones y nuestras relaciones familiares.


Arrepentimiento: Alma 36:17–20 contiene uno de los relatos más conmovedores del poder del arrepentimiento en toda la escritura. Alma, que había estado en un estado de profunda angustia espiritual y remordimiento por sus pecados, relata cómo en su momento de mayor desesperación recordó lo que su padre le había enseñado acerca de Jesucristo. Fue en ese momento, al invocar el nombre de Jesús, que comenzó su liberación: “Oh Jesús, tú Hijo de Dios, ten misericordia de mí” (v. 18). Inmediatamente, el dolor más amargo se convirtió en gozo exquisito, y su alma fue sanada.

Esto me enseña que el conocimiento del Salvador no siempre da fruto inmediato, pero es como una semilla plantada que puede florecer justo cuando más se necesita. El testimonio de su padre no fue en vano; se convirtió en la tabla de salvación cuando Alma se sintió ahogando en culpa.

2 Nefi 25:26 expresa un principio similar: “Hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo, predicamos de Cristo, profetizamos de Cristo…” ¿Por qué? Porque eso prepara a nuestros hijos y a nuestras familias para reconocer y acudir a Él cuando llegue el momento de necesidad. No siempre sabemos cuándo será ese momento, pero sí podemos asegurarnos de que nuestras palabras, acciones y enseñanzas dejen un eco en sus corazones.

¿Cómo puedo ayudar a inspirar a mi familia a volverse a Jesucristo y arrepentirse?

No necesariamente con discursos o correcciones constantes, sino con una vida centrada en Cristo. Al hablar de Él con naturalidad, al mostrar cómo el arrepentimiento me ha bendecido personalmente, al vivir con humildad, amor y gratitud por Su gracia, estoy sembrando en otros el deseo de conocerlo y confiar en Él.

El testimonio del padre de Alma me recuerda que la enseñanza poderosa no siempre es ruidosa, pero es persistente. A veces, lo que decimos hoy puede parecer ignorado, pero mañana será el faro que los guíe de regreso.

No subestimemos el valor eterno de compartir sinceramente nuestra fe en Cristo con nuestros seres queridos. En sus momentos oscuros, puede ser justamente esa luz la que los ayude a encontrar el camino de regreso. Así como Alma fue rescatado gracias a lo que su padre le había enseñado, también nuestras familias pueden encontrar salvación al recordar nuestro testimonio del Salvador.

Fe en Cristo: Las cinco sugerencias del presidente Nelson:

  1. Estudia el Evangelio de Jesucristo.
  2. Elige creer en Jesucristo.
  3. Actúa con fe.
  4. Participa de las ordenanzas con propósito.
  5. Pide al Padre Celestial, con fe, que te ayude a aumentar tu fe.

Cada una de estas sugerencias no es solo una acción aislada, sino una parte vital de un proceso continuo que puede transformar no solo a la persona, sino también al entorno en el que vive —especialmente el hogar.

  1. Estudiar el Evangelio de Jesucristo como familia no tiene que ser un acto formal siempre. Puede ocurrir durante la cena, en una conversación al llevar a los hijos a la escuela o al comentar un pasaje de las Escrituras que tocó el corazón. Esto cultiva un ambiente donde Cristo es parte de la vida cotidiana, no un tema reservado solo para los domingos.
  2. Elegir creer en Jesucristo es particularmente poderoso cuando se enseña con el ejemplo. En tiempos de prueba, si los hijos o familiares te ven confiar en el Señor, incluso sin tener todas las respuestas, aprenderán que la fe no siempre significa certeza, sino confianza persistente.
  3. Actuar con fe implica tomar decisiones con base en lo que creemos, aunque no veamos los resultados inmediatos. Cuando una familia ora junta, sirve al prójimo, perdona o cambia hábitos con esperanza en Cristo, está creando una cultura donde la fe se vuelve tangible y práctica.
  4. Participar de las ordenanzas con propósito refuerza el compromiso individual y colectivo con el Señor. Prepararse espiritualmente para la Santa Cena, por ejemplo, y hablar de su significado en familia, puede profundizar el sentido de reverencia y conexión con Jesucristo.
  5. Pedir fe al Padre Celestial enseña que la fe también es un don, no solo un esfuerzo. Cuando una familia ora junta pidiendo aumentar su fe, está reconociendo su dependencia del Señor, y eso une los corazones.

Crear una cultura de fe en la familia no requiere perfección, sino intención constante. Significa elegir cada día —a pesar de las distracciones o los errores— seguir hablando de Cristo, confiar en Él y actuar conforme a Sus enseñanzas.

La fe en Jesucristo no solo mueve montes; también suaviza corazones, une familias y convierte el hogar en un lugar de luz y esperanza. Tal vez la montaña más grande que moveremos no sea externa, sino la incredulidad, el temor o la desunión que puedan existir dentro de nosotros o en nuestro hogar.

Bautismo: Mosíah 18:8–10, 13. En estos versículos, el profeta Alma enseña con claridad lo que significa entrar en el convenio del bautismo:

  • “Estar dispuestos a llevar las cargas los unos de los otros” (v. 8)
  • “Llorar con los que lloran; consolar a los que necesitan consuelo” (v. 9)
  • “Ser testigos de Dios en todo tiempo, en todas las cosas y en todo lugar”
  • “Servirle y guardar Sus mandamientos” (v. 10)
  • Y en el versículo 13, Alma declara que aquellos que hacen esto nacen de Dios y son redimidos.

Este convenio es, en esencia, un compromiso de amor, servicio, lealtad y testimonio. No es solo una promesa vertical entre el individuo y Dios, sino también horizontal entre hermanos y hermanas, dentro y fuera del hogar.

Uno de los mayores dones del convenio bautismal es que nos enseña a vivir no para nosotros mismos, sino para los demás. En el contexto de la familia, esto puede cambiarlo todo.

Cuando hago esfuerzos sinceros por “llevar las cargas” de mi cónyuge, mis hijos o mis padres, estoy aplicando directamente el convenio bautismal. Si uno de ellos está luchando emocionalmente, académicamente o espiritualmente, y yo lo acompaño con paciencia, sin juzgar, estoy cumpliendo mi compromiso con Dios.

El convenio también me recuerda que debo ser un testigo de Dios “en todo tiempo”, incluso en momentos en que es difícil ser amable o comprensivo. Esto me ayuda a no ceder ante el egoísmo o la impaciencia. Mis acciones diarias —cómo hablo, cómo perdono, cómo escucho— se vuelven parte de mi testimonio silencioso de Jesucristo ante mi familia.

Además, al consolar y llorar con los que sufren, estoy creando un hogar donde cada miembro se siente seguro, amado y sostenido. La fe se fortalece cuando los lazos familiares se llenan de compasión.

Guardar el convenio bautismal no significa ser perfecto, sino seguir esforzándome por ser más como Cristo, especialmente en el lugar donde más se me necesita: mi hogar.

A medida que me esfuerzo por vivir ese convenio —sirviendo, amando, perdonando y testificando— invito al Espíritu del Señor a morar en mi familia. Y ese Espíritu trae consigo paz, sanación, guía y unidad.

Mi familia puede fortalecerse no tanto por grandes gestos espirituales, sino por la constancia en pequeños actos de bondad, servicio y fe que reflejan el corazón del convenio bautismal.

Don del Espíritu Santo: (pp. 17–19) – Para la Fortaleza de la Juventud

Estas páginas enfatizan varias maneras en que podemos invitar la influencia del Espíritu Santo a nuestra vida:

  1. Escoge hacer lo correcto incluso cuando sea difícil
  2. Haz convenios con Dios y guárdalos fielmente
  3. Busca la compañía constante del Espíritu Santo
  4. Rechaza lo que aleje al Espíritu
  5. Prepárate para tomar la Santa Cena dignamente
  6. Escucha los susurros del Espíritu para tomar decisiones sabias

Lo que más me impacta de estas enseñanzas es que la presencia del Espíritu Santo no depende solo de momentos formales o espirituales especiales, sino de las decisiones que tomamos cada día. La guía nos recuerda que el Espíritu es un huésped sagrado que habita donde se le recibe con pureza, humildad y reverencia.

En mi hogar, me siento inspirado a:

  • Hacer de la oración familiar una prioridad, no como una rutina vacía, sino como un momento sincero de gratitud y guía. Invocar al Espíritu cada mañana y noche en familia cambia el tono del hogar. El Espíritu llega cuando lo buscamos juntos.
  • Poner atención al lenguaje, el contenido de los medios, y la música que se escucha en casa. Si quiero que el Espíritu esté presente, debo cuidar lo que permito entrar. A veces no es necesario algo malo para alejarlo; basta con que lo que haya sea superficial, vulgar o distraiga del bien.
  • Mostrar arrepentimiento y perdón con rapidez. Cuando hay fricciones o errores en casa, la humildad para pedir perdón o perdonar invita al Espíritu con fuerza. Un hogar con corazones suaves es tierra fértil para el Espíritu.
  • Hablar del Evangelio con naturalidad. No necesariamente en forma de lecciones, sino con comentarios cotidianos: “Esto me recuerda a lo que dijo el profeta”, o “Hoy sentí paz al leer tal versículo”. Esa manera de vivir el Evangelio con naturalidad ayuda a que el Espíritu sea parte habitual de nuestras conversaciones.

El Espíritu Santo no solo nos consuela; también une, guía y santifica. Es el elemento que transforma un grupo de personas bajo un techo en una familia celestial. Si deseo que mi hogar sea un lugar de revelación, consuelo y seguridad espiritual, debo prepararlo activamente para recibir al Espíritu cada día.

Así como uno abre las ventanas para que entre la luz, debo abrir mi corazón y mi hogar para que entre el Espíritu. Eso requiere intencionalidad, pero el resultado es paz, gozo y una conexión más profunda con Dios y entre nosotros como familia.

Oración: el poder de la oración en el hogar, basado en la canción “Allí donde hay amor” (Canciones para los niños, págs. 102–103) y las bendiciones que promete el Salvador en 3 Nefi 18:15–21.

Esta dulce canción primaria enseña una verdad profunda con sencilleza:

“Ora el padre, ora la madre, ora también el niño… Allí donde hay amor, allí está Dios.”

Esta letra me recuerda que la oración no es solo un acto devocional, sino un vínculo espiritual que une a la familia con Dios y entre sí. Cuando oramos juntos en el hogar:

  • Reconocemos nuestra dependencia del Señor.
  • Invitamos Su Espíritu a morar con nosotros.
  • Creamos un ambiente de humildad, fe y amor.

El mensaje de la canción es claro: donde hay oración, hay amor; y donde hay amor, está Dios.

3 Nefi 18:15–21 – Promesas del Salvador sobre la oración

En estos versículos, el Salvador enseña a los nefitas —y a nosotros— a orar siempre para vencer la tentación y permanecer firmes en la fe:

  • “Velad y orad siempre” (v. 15): La oración constante nos protege del enemigo y nos fortalece espiritualmente.
  • “Orad en vuestros hogares” (v. 21): El Señor manda orar en familia, prometiendo bendiciones específicas:

“para que sean bendecidos sus esposas y sus hijos.”

Esta promesa es asombrosa: el Señor garantiza bendiciones para nuestro hogar cuando nos arrodillamos juntos en oración.

Cuando pienso en estas dos fuentes —una canción simple y las palabras solemnes del Salvador— me siento inspirado a valorar más profundamente la oración familiar. No se trata solo de una rutina espiritual, sino de una protección divina, una fuente de amor y una invitación para que Dios habite con nosotros.

A veces creemos que la oración necesita palabras elocuentes o momentos especiales. Pero el Señor promete bendiciones incluso por oraciones sencillas ofrecidas con fe. Esas oraciones traen paz en medio del caos, consuelo en medio del dolor, y unidad en tiempos de conflicto.

La oración en el hogar es una señal de fe, una práctica de humildad y una fuente de fortaleza. Si quiero que mi familia esté protegida, guiada y unida, debo hacer de la oración algo diario, sincero y compartido.

Así como el amor se demuestra en actos constantes, la fe se demuestra en oraciones constantes. Y donde hay oración, hay amor; y donde hay amor verdadero… allí está Dios.


Doctrina y Convenios 69:1
Los amigos “leales y fieles” me ayudan a seguir a Jesucristo.


“Y ahora, he aquí, le pareció prudente al Señor que se nombrara a un hombre fiel, sí, a José, para que acompañara a mi siervo Oliver Cowdery en el camino hacia las tierras del este.”

¿Por qué “le pareció prudente al Señor”?

Este versículo revela un principio sencillo pero profundo: el Señor valora las amistades leales y fieles en la obra del Evangelio. No era solo una cuestión práctica de tener compañía en un largo viaje; era una decisión divina basada en sabiduría y previsión.

A Oliver se le había encomendado una tarea espiritual muy importante: llevar copias de las revelaciones para ser publicadas. Era una labor sagrada, delicada y posiblemente peligrosa. En lugar de hacerlo solo, el Señor proveyó un compañero —José— que fuera confiable, fiel y leal.

Esto nos enseña que Dios no espera que caminemos solos por el sendero del discipulado. Él sabe que la fidelidad es más fuerte cuando se comparte. Un amigo justo puede dar ánimo cuando flaqueamos, puede advertirnos cuando nos desviamos, y puede testificar con nosotros cuando lo necesitamos.

¿Cómo se aplica este principio a mí?

En mi vida, esto me invita a hacer dos cosas:

  1. Buscar amigos que me acerquen a Cristo. Personas que me edifiquen con su ejemplo, me inspiren a vivir con rectitud y me acompañen en mis esfuerzos por servir y guardar convenios.
  2. Ser yo mismo ese amigo “leal y fiel”. En lugar de enfocarme en qué tipo de amigos tengo, debo preguntarme: ¿Soy yo el tipo de persona que Dios elegiría para acompañar a alguien en Su obra? Ser leal no es solo estar presente, es ser firme en la verdad, discreto, animador y confiable en todo momento.

El discipulado no es un camino solitario. Dios, en Su sabiduría, nos pone en comunidades, familias y amistades para sostenernos mutuamente en la fe. La compañía de alguien leal y fiel puede marcar la diferencia entre el desaliento y la perseverancia.

Así como Oliver necesitaba a José, todos nosotros necesitamos a alguien —y todos podemos ser ese alguien—. En el camino hacia Cristo, los verdaderos amigos no solo caminan a nuestro lado; también nos ayudan a no desviarnos del camino.


Doctrina y Convenios 70:1–4,
Soy responsable por las revelaciones que el Señor ha dado.


En estos versículos, el Señor establece una mayordomía especial para ciertos élderes —como José Smith, Martin Harris, Oliver Cowdery y otros—, asignándoles la responsabilidad de presidir y administrar las revelaciones que Él había dado. Se les mandó actuar como mayordomos fieles para publicar y diseminar los mandamientos, y se les prometió que serían bendecidos temporal y espiritualmente si lo hacían fielmente.

La frase clave que resuena en estos versículos es “mayordomía”. El Señor no solo les dio revelaciones sagradas, sino que también los responsabilizó de preservarlas, publicarlas, enseñarlas y vivirlas. Esta responsabilidad no era simbólica ni pasiva: implicaba acción, sacrificio y fidelidad.

Aunque estos versículos se dirigieron originalmente a líderes con una tarea específica, el principio se aplica a todos nosotros hoy. Cada uno de nosotros, al tener acceso a las Escrituras y a las palabras de los profetas, recibe también una porción de esa mayordomía. No se nos da la palabra de Dios para guardarla en un estante, sino para:

  • Estudiarla con intención
  • Aplicarla en nuestra vida diaria
  • Compartirla con nuestros hijos, amigos y semejantes

Como discípulo de Cristo, soy responsable de lo que sé. Esta verdad me inspira a no tomar con ligereza el acceso que tengo a las Escrituras y a las revelaciones modernas. El conocimiento espiritual es un don divino, pero también una obligación moral y espiritual.

¿Cómo se aplica en el hogar?

Puedo ejercer mi responsabilidad al:

  • Leer y estudiar las Escrituras con mi familia
  • Hablar de las enseñanzas de los profetas en nuestras conversaciones
  • Usar las Escrituras para consolar, corregir y fortalecer a los que amo
  • Dar testimonio de las verdades reveladas con claridad y convicción

Así, convierto mi hogar en un lugar donde las revelaciones no solo se escuchan, sino que se viven.

Las revelaciones del Señor no son solo textos antiguos ni discursos inspiradores; son la voz de Dios para nuestra generación. Como tal, requieren cuidado, obediencia y reverencia.

Cuando tomo en serio mi responsabilidad como mayordomo de Su palabra, me convierto en instrumento para que esas revelaciones transformen vidas —empezando por la mía y la de mi familia.


Diálogo entre Maestro y Alumno


Maestro: Hoy vamos a estudiar varios pasajes de Doctrina y Convenios que nos enseñan sobre la revelación, el testimonio, la enseñanza en el hogar, y nuestra responsabilidad con la palabra revelada. Empezaremos con DyC 67:1–9. ¿Lo puedes leer, por favor?

Alumno: (Lee el pasaje) Sí, aquí dice que algunos de los primeros élderes dudaban si las revelaciones de José eran verdaderas, y el Señor los desafía a escribir una revelación semejante si podían. También les dice que el velo aún cubre sus mentes debido a su incredulidad.

Maestro: Exactamente. ¿Qué te impresiona de esta experiencia?

Alumno: Me impacta que el Señor esté dispuesto a poner a prueba la fe de los élderes. Les dice que si creen, recibirán el testimonio del Espíritu. Parece que no basta con tener los escritos… también deben tener el corazón dispuesto.

Maestro: Muy bien observado. El Señor no sólo quiere que creamos en la revelación, sino que lleguemos a sentir su verdad por medio del Espíritu. ¿Y qué enseña sobre el temor en el versículo 3?

Alumno: Que el temor impide que veamos al Señor. Dice que el velo sigue sobre nuestros ojos si no expulsamos el temor.

Maestro: Así es. El temor, como la incredulidad, nos impide progresar espiritualmente. En cambio, cuando ejercemos fe, el Señor nos promete poder llegar a verlo y conocerlo.

Profecía y el Espíritu (DyC 68:3–6, 10–14)

Maestro: Sigamos con Doctrina y Convenios 68:3–6. ¿Puedes leerlo?

Alumno: Claro. Dice que cuando uno habla por el poder del Espíritu Santo, esas palabras son escritura y voluntad del Señor. También hay una promesa de que el Señor irá con nosotros y nos sustentará.

Maestro: ¿Qué te enseña eso sobre el Espíritu Santo y la revelación personal?

Alumno: Que si hablo inspirado por el Espíritu, no estoy solo. Y que el Señor considera esas palabras como si fueran suyas. Es una gran responsabilidad, pero también una gran bendición.

Maestro: Justo. Y en los versículos 10–14 el Señor llama a otros a predicar. ¿Qué hace falta para poder declarar la palabra con poder y autoridad?

Alumno: Fe, rectitud, y deseo de arrepentirse. También dice que el débil será hecho fuerte si es humilde.

Maestro: Esa es una promesa preciosa. El Señor capacita a quienes llama. No importa si uno se siente débil; Él nos fortalece.

Enseñar en el hogar (DyC 68:25–31)

Maestro: Ahora enfoquémonos en algo muy actual: la enseñanza en el hogar. Leamos DyC 68:25–31.

Alumno: El Señor manda que los padres enseñen a sus hijos el evangelio: orar, caminar en rectitud, y guardar los mandamientos. También habla de cuidar a los pobres y trabajar con diligencia.

Maestro: ¿Qué responsabilidad tienen los padres aquí?

Alumno: Deben enseñar por palabra y ejemplo. No es sólo llevar a los hijos a la Iglesia, sino formarlos en el hogar desde temprano.

Maestro: ¿Y qué dice el Señor que ocurre si no se hace?

Alumno: Que el pecado caerá sobre la cabeza de los padres. Eso me hace pensar que esta responsabilidad no se puede delegar.

Maestro: Exacto. Esta escritura es clara: la enseñanza del Evangelio comienza en casa. La Iglesia apoya, pero los cimientos se colocan en la familia.

Acompañamiento fiel (DyC 69:1)

Maestro: En DyC 69:1, el Señor manda que Oliver Cowdery no viaje solo a llevar los escritos al centro de imprenta. ¿A quién le asigna como compañero?

Alumno: A John Whitmer.

Maestro: ¿Y cómo describe el Señor a John?

Alumno: Como leal y fiel.

Maestro: ¿Por qué crees que es importante ese tipo de compañía en las asignaciones del Señor?

Alumno: Porque uno necesita a alguien confiable que esté en armonía con el Espíritu. Las amistades fieles nos ayudan a perseverar y cumplir nuestras responsabilidades.

Maestro: Muy cierto. El Señor muchas veces obra en compañía. Piensa en Moisés y Aarón, Alma y Amulek, José y Oliver. La fidelidad mutua fortalece la obra.

Responsabilidad con las revelaciones (DyC 70:1–4)

Maestro: Finalmente, leamos DyC 70:1–4, que habla sobre la publicación de las revelaciones.

Alumno: El Señor les da el mandato a algunos élderes de presidir sobre esas revelaciones y obtener sustento de su labor. Dice que serán responsables ante Él por cómo las usan.

Maestro: ¿Cómo se aplica eso a nosotros hoy?

Alumno: Aunque no seamos editores de revelaciones, sí tenemos la responsabilidad de estudiarlas, compartirlas y vivirlas. No basta con tener las Escrituras en casa; hay que honrarlas.

Maestro: Exacto. Somos mayordomos de la palabra revelada. ¿Y qué promete el Señor a quienes lo hacen fielmente?

Alumno: Que serán bendecidos con las bendiciones de Sión.

Maestro: Muy bien. Esas bendiciones incluyen paz, prosperidad espiritual y un corazón unido con Dios.

Todos estos pasajes enseñan principios fundamentales del discipulado: el valor de la fe sobre el temor, la promesa del Espíritu Santo, la necesidad de enseñar en el hogar, la importancia de tener compañeros fieles, y nuestra sagrada responsabilidad con las revelaciones del Señor. El mensaje es claro: Dios confía en nosotros para guardar, vivir y enseñar su palabra. Y nos promete poder, consuelo y guía si lo hacemos con fe y rectitud. Al seguir estas enseñanzas, fortalecemos no solo nuestra vida personal, sino también nuestras familias, nuestras comunidades, y la Iglesia del Señor.


Resumen Final:


En noviembre de 1831, durante una conferencia clave en Hiram, Ohio, la Iglesia vivió un momento decisivo: la compilación de las revelaciones dadas a José Smith para ser publicadas como el Libro de Mandamientos. Estas revelaciones —que luego formarían parte de Doctrina y Convenios— respondieron a preocupaciones doctrinales y administrativas.

  • D&C 67 responde a las dudas de algunos élderes que cuestionaban el estilo de las revelaciones. El Señor los desafía a intentar escribir una revelación similar si piensan que pueden mejorarla, reafirmando que el poder espiritual no depende de la retórica humana.
  • D&C 68 establece que toda palabra inspirada por el Espíritu Santo es palabra de Dios. Además, instruye a los padres a enseñar a sus hijos el Evangelio, subrayando la responsabilidad espiritual dentro del hogar.
  • D&C 69 manda a Oliver Cowdery y John Whitmer a transportar las revelaciones a Misuri, destacando la importancia de la fidelidad y la historia sagrada.
  • D&C 70 presenta la idea de mayordomía espiritual: aquellos encargados de preservar y publicar las revelaciones son responsables ante Dios y merecen ser sostenidos por la Iglesia.

Me impresiona cómo estas secciones, aunque reveladas hace casi dos siglos, abordan con claridad temas que siguen siendo profundamente relevantes: la autoridad espiritual, la responsabilidad familiar, la revelación personal, la fe y el arrepentimiento.

En D&C 67, el desafío del Señor me recuerda que Su voz no necesita embellecimiento para ser poderosa. En un mundo obsesionado con la imagen y la elocuencia, este principio me enseña a valorar más la autenticidad del Espíritu que las apariencias.

D&C 68 me toca personalmente. Me ha hecho reflexionar sobre mi papel como maestro y miembro de familia. El hogar no debe ser solo un refugio físico, sino un centro de enseñanza espiritual continua. La forma más efectiva de inspirar a otros es vivir con coherencia lo que enseño, especialmente en lo cotidiano.

La amistad leal entre Oliver Cowdery y José (D&C 69) me inspira a ser un compañero de fe para otros. Dios sabe que el discipulado no debe ser solitario. Este principio me anima a cultivar y valorar relaciones que me eleven espiritualmente, y a ser ese amigo para los demás.

Finalmente, D&C 70 me recuerda que recibir la palabra de Dios conlleva una responsabilidad real. No basta con leer o escuchar: debo estudiar, aplicar y compartir. Cada versículo, cada discurso profético, es una semilla de transformación si la planto con intención en mi vida y la de mi familia.

Estas secciones, tomadas en conjunto, pintan un retrato revelador del proceso mediante el cual el Señor edifica Su Iglesia: no solo con doctrinas sublimes, sino con instrucciones prácticas, con mayordomías concretas y con desafíos personales que nos obligan a crecer espiritualmente.

A través de la revelación, el Señor da forma no solo a la Iglesia institucional, sino también a nuestros hogares y corazones. Él espera que Su palabra transforme nuestra manera de vivir, amar, enseñar y relacionarnos.

Siento que el mensaje profundo y persistente de estas secciones es este: el Evangelio no es una teoría celestial, sino una práctica diaria. Se vive enseñando a los hijos, acompañando a los amigos, sosteniendo a los líderes, compartiendo las Escrituras, orando juntos, y sobre todo, permitiendo que el Espíritu Santo dirija nuestras palabras y acciones.

Al final, me quedo con la promesa del Salvador: “No temáis, porque yo estoy con vosotros”. Esta verdad es el ancla de mi fe. No importa cuán débiles o imperfectos seamos; si caminamos con humildad, Dios caminará con nosotros. Y eso, más que cualquier otra cosa, es lo que transforma un hogar, una Iglesia y una vida.

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1 Response to Ven, sígueme – Doctrina y Convenios 67-70

  1. Avatar de Norma Gallego-Perez Norma Gallego-Perez dice:

    Hola hermanos de Discursos SUD. Primero deseo agradecerles por dedicar su tiempo y amor a esta maravillosa página. No alcanzan a dimensionar el bien que hacen al compartir tan fantásticos temas del evangelio. Hace algunos años que los conocí y todos los días tengo mucho material de estudio a mi disposición. Siempre estoy compartiendo con familia y amigos material que hacen que ellos se conviertan en seguidores de esta página. Gracias, el Señor los bendiga.

    Me gustaría pedirles, o hacerles una sugerencia. Es posible que suban el estudio de la clase Ven, Sígueme DyC desde unos días antes del domingo de clase? me parece que ayudaría a ir mejor preparado para la clase, poder participar con mas conocimiento, que si se estudia después de ver la clase en la capilla. Seria muy eficaz la participación durante ella. Se los agradezco. Un abrazo. Les escribo desde Cali, Colombia. 🙂

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