Conferencia General Octubre 1958


“…Sed Siempre Misioneros”

Élder LeGrand Richards
Del Quórum de los Doce Apóstoles


Me siento muy agradecido, hermanos y hermanas, por el privilegio que es mío al estar asociado con ustedes en esta gran conferencia, y mi corazón se ha regocijado con los maravillosos mensajes que hemos recibido y los testimonios que se han expresado. No solo eso, sino que también me he sentido muy feliz al saludar a tantos de ustedes en el bloque y en el edificio, a quienes he tenido el privilegio de conocer al viajar por la Iglesia y visitar las diversas estacas de Sion. Siento un profundo respeto y aprecio por la fe de ustedes, los Santos de los Últimos Días, por la gran obra que están realizando en sus propias localidades. Nunca regreso de una conferencia sin decirle a mi buena esposa: “Vaya, los santos son maravillosos”, y le doy gracias al Señor por ser parte de esta gran organización.

Ha sido mi privilegio dedicar gran parte de mi vida a la obra misional de la Iglesia. Imagino que hoy, gracias a la cortesía de las estaciones de radio y televisión, habrá muchos que nos están escuchando y que aún no son miembros de esta Iglesia. Estoy seguro de que algún día lo serán, cuando sepan lo que nosotros sabemos sobre ella. Siempre he dicho que no hay un hombre honesto ni una mujer honesta en este mundo que realmente ame al Señor y que no se una a esta Iglesia si supiera lo que es.

Aquellos de nosotros que hemos tenido experiencia misional sabemos cuán regocijado se siente nuestro corazón cuando encontramos personas que realmente aman al Señor y desean servirle de la manera en que Él desea ser servido, y llegan al conocimiento de la verdad. A veces encontramos personas que han buscado durante años y años la verdad. Recibí recientemente una carta de un hombre, un abogado prominente que había investigado muchas iglesias, y cuando encontró el “mormonismo”, como él lo llama, dijo que había hallado una respuesta a todas sus búsquedas. Y hace algunos años, durante mi labor misional, trajimos a la Iglesia a otro abogado. Era un hombre inteligente. Le pedimos que hablara en una de nuestras conferencias, y dijo algo así —le habíamos pedido que contara lo que había encontrado en el mormonismo que le había atraído. Dijo: “Si has buscado algo toda tu vida hasta decidir que no existía, y luego simplemente lo encuentras por casualidad, no necesitas que nadie te diga que lo has encontrado, ¿verdad?” Y añadió: “Eso fue lo que me pasó cuando encontré el mormonismo, y lo más maravilloso de ello es que cuanto más sé al respecto, más maravilloso me parece”.

Tengo aquí un testimonio, copiado de una carta de una dama que escribió a la Oficina de Información solicitando datos sobre la Iglesia. Ella dijo que había buscado durante cincuenta y tres años para encontrar la verdad, y luego contó sobre las diversas instituciones e iglesias que había investigado. Finalmente, al recibir nuestra literatura, se unió a la Iglesia, y después de hacerlo, esto fue lo que escribió:

“Ahora tengo una serenidad, una compostura, una fortaleza interior y un gozo interior que nunca antes había poseído. ¿Acaso todas las almas que reciben iluminación exclaman en su corazón silencioso, sintiendo compasión por un mundo ciego, perdido y afligido: ‘Oh, mundo sufriente, vengo. Vengo’?”

Los misioneros hallan una amplia compensación por la gran obra que realizan al ver que almas honestas que buscan la rectitud son llevadas al conocimiento de la verdad por medio de su instrumentalidad. El Señor dijo a los primeros élderes de la Iglesia que si trabajaban todos sus días y llevaban siquiera un alma a Él, ¡cuán grande sería su gozo con esa alma en el reino del Padre! (D. y C. 18:15)

Quiero testificarles que muchos de nosotros experimentamos gran gozo en la compañía de aquellos a quienes hemos tenido el privilegio de llevar el evangelio restaurado del Señor Jesucristo, y deseo decirles que los Santos de los Últimos Días están realizando una gran obra al proveer misioneros. Es el movimiento más desinteresado que creo que este mundo haya conocido. No hay pensamiento alguno de compensación monetaria. Se hacen sacrificios tanto por los jóvenes como por los mayores a fin de llevar el evangelio a quienes aún están en tinieblas, y a todos les extendemos una invitación para que se unan a nosotros.

A veces me pregunto si hemos invitado a nuestros vecinos y amigos a formar parte de nosotros, y si lo hacemos, entonces hallaremos el gozo que proviene de ser instrumentos en las manos del Señor al llevarles la verdad.

El presidente McKay indicó hoy que todos somos misioneros. De hecho, nos ha dicho que cada uno de nosotros debe ser un misionero, y aunque no todos seamos llamados y apartados para ir de puerta en puerta, sí somos llamados por el Señor, pues Él dijo: “Que todo hombre que ha sido advertido, advierta a su prójimo” (véase D. y C. 88:81), y eso es un llamado del Señor, y el presidente McKay ha pedido que cada uno de nosotros sea un misionero y trate de llevar a alguien a la Iglesia.

Repetí esa petición en una conferencia de estaca hace unos meses, y unas semanas después, recibí una carta mecanografiada de dos páginas de un joven que estuvo presente en esa conferencia. Era hijo del presidente de estaca. Estaba allí solamente de visita por una asignación. Dijo: “Hermano Richards, escuché su petición de que cada uno de nosotros tratara de llevar a alguien a la Iglesia. Creí que se refería a mí, así que escribí a mi esposa y le dije: ‘Cuando regrese a casa, tengo una propuesta para ti’”, y la propuesta era que trajeran a una familia a la Iglesia. Luego le dijo a su esposa: “El joven con quien trabajo en la oficina parece ser un buen hombre, y si estás de acuerdo, lo invitaré a él y a su esposa a cenar en casa”.

Bueno, por supuesto, cuando terminó la cena, tuvieron que hablar de algo, y ustedes ya saben de qué hablaron. Y la carta fue escrita para contarme la alegría que él y su esposa sintieron porque esa pareja ahora se había unido a la Iglesia. Les digo que traerá gran gozo a la vida de las personas cuando sepan lo que es la Iglesia.

Quiero decirles hoy que mi testimonio es tal que creo que vivimos en el gran día del cumplimiento. Al pensar en la historia del pasado, dos grandes acontecimientos sobresalen por encima de todos los demás en la historia religiosa, y todos los profetas han mirado hacia esos días y han testificado de ellos. El primero fue la venida del Redentor del mundo, y recordarán que cuando vino, tomó las Santas Escrituras para demostrar al pueblo que había venido en cumplimiento de las palabras de los profetas. Recuerdan lo que dijo mientras caminaba hacia Emaús (Lucas 24:13–24) con dos de sus discípulos después de su resurrección, y sus ojos estaban velados de modo que no lo reconocieron. Luego de escuchar lo que ellos decían y al ver que no entendían cuál había sido su misión, les dijo: “¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!” (Lucas 24:25), y comenzando desde Moisés y todos los profetas, les mostró cómo en todas las cosas los profetas habían testificado de Él. Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras, porque todos los profetas habían esperado ese gran acontecimiento (Lucas 24:27–32).

El segundo gran acontecimiento es cuando Él venga con poder y gran gloria en los últimos días (Mateo 24:30) para reinar como Rey de reyes y Señor de señores (Apocalipsis 19:16), y todos los profetas han mirado hacia nuestros días. A veces me pregunto si somos lo suficientemente conscientes como para interpretar las promesas de los profetas. Pienso en las palabras del Salvador cuando dijo:

“Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39).

Me gusta ver las Escrituras como un plano que muestra las cosas que Dios ha planeado hacer, y creo que es algo maravilloso saber lo que los profetas han dicho, pero creo que es aún más maravilloso vivir en el día del cumplimiento de las promesas de los profetas. El Salvador puso su sello de aprobación sobre la necesidad de conocer las Escrituras. Les dijo a los fariseos, que intentaban atraparlo en sus palabras: “¿No erráis por esto, porque ignoráis las Escrituras…?” (Marcos 12:24).

Si conociéramos las Escrituras, las entenderíamos. Permítanme darles una ilustración. Mientras aún era Obispo Presidente, trajimos los planos del gran Templo de Los Ángeles para mostrarlos a la Primera Presidencia. Había ochenta y cinco páginas, y ni siquiera estaban completas —faltaban los trabajos eléctricos y las instalaciones de calefacción— ochenta y cinco páginas de unos cinco pies de largo por tres de ancho. Fue glorioso contemplar esos planos y visualizar el templo, pero aún no se había cavado un solo hoyo en el terreno. Compárenlo con el momento en que asistimos a la dedicación, y por la noche, cuando se encendieron los reflectores sobre ese edificio magnífico, fue como si algo etéreo hubiera descendido del cielo. Doy gracias a Dios por tener el privilegio de vivir en el día del cumplimiento de las cosas que los profetas predijeron para los últimos días, para preparar el camino para la venida del Señor.

Les doy las palabras del apóstol Pedro. Él dijo:

“Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones;
“Entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada,
“Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:19–21).

Si piensan en eso por un momento, y luego consideran las palabras de Isaías donde dijo que el Señor había anunciado el fin desde el principio (Isaías 46:10), entonces verán que los profetas han trazado, por así decirlo, un plano de lo que el Señor tenía la intención de hacer, y ahora vivimos en la Dispensación del Cumplimiento de los Tiempos, como se ha mencionado en esta conferencia, pues el apóstol Pablo dijo que el Señor le había revelado el misterio de su voluntad:

“de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra” (Efesios 1:10)

Quiero decirles que ningún otro pueblo tiene un programa para unir todas las cosas que están en los cielos y en la tierra. Entendemos esto por la gran obra que se realiza por los muertos, y eso nos lleva a otro gran acontecimiento que habría de suceder en los últimos días, al que el hermano Romney se refirió esta mañana: la venida del profeta Elías, para tornar el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que venga y hiera la tierra con maldición (Malaquías 4:5–6). ¿Quién, salvo La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, sabe algo sobre ese gran programa de unir a los hijos en la tierra con sus padres que han partido, como el Señor ha revelado estas grandes verdades en nuestros días?

Volviendo nuevamente a las palabras de Pedro cuando dijo: “tenemos también la palabra profética más segura” (2 Pedro 1:19), ahora les doy sus palabras en el día de Pentecostés, dirigidas a aquellos que habían crucificado al Señor, cuando los llamó al arrepentimiento diciendo:

“Arrepentíos, pues, y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio,
“y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado;
“a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo” (Hechos 3:19–21)

Si creemos en las Sagradas Escrituras, como se nos exhorta a hacerlo, y en las palabras de los profetas, no podemos esperar la segunda venida de Cristo con poder hasta que haya una restauración de todas las cosas que hablaron todos los santos profetas desde el principio del mundo. Quiero decirles que eso es lo que es esta Iglesia, como se ha señalado en esta conferencia: la restauración del Santo Sacerdocio, el restablecimiento de la Iglesia de Cristo en la tierra, fundada sobre el fundamento de apóstoles y profetas, siendo Cristo mismo la principal piedra del ángulo (Efesios 2:20), la cual Dios colocó en la Iglesia según el apóstol Pablo:

“a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo;
“hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto…
“para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” (Efesios 4:12–14)

¿Cómo puede alguien mirar al mundo cristiano hoy, ver su condición dividida y saber que el Señor quiso que llegáramos a la unidad de la fe, sin darse cuenta de que debemos volver nuevamente a la organización que Él estableció en la Iglesia? Y ¡qué organización tan maravillosa es esa!, donde todo hombre y el hijo de todo hombre pueden ser copartícipes, por así decirlo, con el Señor mediante la posesión de Su Santo Sacerdocio, para ayudar a establecer Su reino en la tierra.

Si ha de haber una restauración de todas las cosas, eso supone que no puede ser una reforma. También supone que la verdad no permaneció sobre la tierra. No hay tiempo hoy para entrar en las profecías de la apostasía, pero hombres de nuestra época han testificado que la verdad no se encuentra en la tierra. Me gusta la declaración contenida en el Diccionario Bíblico de Smith, preparado por setenta y tres teólogos y eruditos bíblicos, en la que dicen:

“No debemos esperar ver la Iglesia de las Sagradas Escrituras existiendo realmente en su perfección sobre la tierra. No se encuentra así perfecta, ni siquiera en los fragmentos reunidos del cristianismo, y mucho menos en cualquiera de esos fragmentos.”

Qué maravilloso es que setenta y tres eruditos prominentes que intentaban encontrar la verdad solo por medio del estudio de las Escrituras, sin el testimonio viviente del Espíritu, llegaran a saber que el mundo se ha desviado de las enseñanzas de las Escrituras. Recordarán a aquel gran líder entre los bautistas, Roger Williams, quien renunció como pastor de la iglesia bautista más antigua de América y dio estas razones:

“No hay una Iglesia de Cristo regularmente constituida en la tierra, ni ninguna persona autorizada para administrar alguna ordenanza de la iglesia, ni puede haberla hasta que nuevos apóstoles sean enviados por el gran Cabeza de la Iglesia, cuya venida estoy esperando.”

Si él hubiera vivido en la época de la restauración del Evangelio como fue enseñado por el profeta José Smith, habría sabido que nuevamente se han enviado apóstoles en nuestros días con la misma autoridad, la misma organización, las mismas verdades que se enseñaron en la meridiana dispensación del tiempo.

No hay tiempo para discutir todas las grandes verdades que hemos recibido mediante la restauración del Evangelio, pero si piensan en las cosas que se han mencionado en esta conferencia: el recogimiento de Israel, la edificación de templos, la aparición del Libro de Mormón —y nadie puede leer la Biblia sin saber que hay un volumen de escrituras complementario que debe unirse con ella, que ha de llegar a ser uno en las manos de Dios— y cuando piensan en un registro de más de 500 páginas de historia y palabras de profetas que vivieron en esta tierra de América, y cuando leen las promesas hechas a José sobre una nueva tierra en los confines perpetuos de los collados eternos (Génesis 49:26) y sus bendiciones, que serían mayores que las bendiciones de sus antepasados, no pueden evitar preguntarse por qué el Señor haría tales promesas a ese escogido de la casa de Israel sin proveer el registro del cumplimiento de esas promesas. Así que tenemos el registro del cumplimiento de todas esas promesas.

Les dejo un pasaje más de las Escrituras antes de concluir, que se encuentra en el capítulo tres de Malaquías, donde el Señor dijo que enviaría a su mensajero para preparar el camino delante de Él, que vendría súbitamente a su templo, y ¿quién podrá soportar el día de su venida?, porque sería como fuego purificador y como jabón de lavadores (Malaquías 3:1–3).

Llamo la atención sobre el hecho de que Él no vino a su templo en la meridiana dispensación, y les pregunto hoy: ¿dónde hay un pueblo en todo el mundo que esté edificando templos al Altísimo? Ustedes conocen el historial de esta Iglesia, el número de templos que han sido dedicados en los últimos años. Este gran templo que se alza en esta manzana, y sin embargo, las iglesias no saben para qué son los templos, ni tienen conocimiento de las ordenanzas que han de llevarse a cabo en ellos. Nosotros tampoco lo sabríamos, si no viviéramos en el día del que Pedro habló, para preparar el camino del Señor cuando habría de haber una restauración de todas las cosas habladas por la boca de todos los santos profetas desde el principio del mundo (Hechos 3:21), verdaderamente el día del cumplimiento.

Para concluir, les dejo el testimonio de un hombre que se sentó recientemente en mi oficina, quien pasó treinta años como ministro del evangelio. Luego conoció a los élderes mormones. Dijo: “Siempre pensé que tenía tanta autoridad como cualquier otro para administrar las ordenanzas del evangelio, hasta que conocí a los élderes mormones y entonces supe que debía aceptar el bautismo de sus manos.” Y luego añadió: “Hermano Richards, cuando pienso en lo poco que tenía para ofrecer a mi gente como ministro del evangelio en comparación con lo que ahora tengo en la plenitud del evangelio tal como ha sido restaurado, deseo volver atrás y contarles a todos mis amigos lo que he hallado. Ahora, ellos no me escucharán. Soy un apóstata de su iglesia.”

Pero tales son los testimonios de las personas que, como dijo Jesús, “tienen hambre y sed de justicia” (Mateo 5:6). También dijo:

“Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió.
“El que quiera hacer la voluntad de él conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:16–17)

Les doy testimonio, y hago la promesa a todos los que no son miembros de esta Iglesia, que si investigan nuestro mensaje y preguntan a Dios, el Eterno Padre, podrán saber sin sombra de duda que José Smith fue un profeta de Dios, y que la verdad ha sido restaurada en su plenitud sobre la tierra para preparar el camino de la venida del Señor.

Este testimonio se los dejo en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría. Guarda el enlace permanente.

1 Response to Conferencia General Octubre 1958

  1. Avatar de Desconocido Anónimo dice:

    Este mensaje inspirado bien puede aplicarse a nuestro Bendecido país,la República Argentina.

    Me gusta

Deja un comentario