“El Reino de Dios en la Tierra”
Élder Bruce R. McConkie
Del Primer Consejo de los Setenta
El hermano LeGrand Richards, uno de los predicadores elocuentes y enérgicos de la rectitud en este reino de los últimos días, acaba de hablarnos con gran poder, exponiendo la restauración del evangelio eterno en nuestra época. Ahora, si puedo ser guiado por el mismo Espíritu y estar bajo el mismo poder, tengo en mi corazón hacer una breve expresión en cuanto a la estabilidad, crecimiento y destino final del gran reino de los últimos días que ha sido establecido como parte de la restauración de todas las cosas.
Cuando hablo del reino, me refiero a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, la cual, en el sentido más completo, real, literal y preciso, es el reino de Dios en la tierra. Como texto, leeré algunas palabras originalmente escritas por el gran profeta Isaías, palabras que más tarde fueron citadas por Cristo resucitado mientras ministraba entre los nefitas. Cuando Jesús citó estas palabras, las puso en su perspectiva, en su contexto. Acababa de anunciar que la restauración de todas las cosas tendría lugar; que el evangelio volvería en su plenitud; que Israel sería recogido; y que el reino de Dios en la tierra sería establecido en los últimos días. Entonces citó estas palabras de Isaías, palabras que están dirigidas a la Iglesia y que describen específicamente la estabilidad, el crecimiento y el destino final de la Iglesia.
Así dice el Señor a la Iglesia de Jesucristo:
“Ensancha el sitio de tu tienda, y las cortinas de tus habitaciones sean extendidas; no seas escasa; alarga tus cuerdas, y refuerza tus estacas;
“porque te extenderás a la mano derecha y a la mano izquierda; y tu descendencia heredará a los gentiles, y habitarán las ciudades desoladas.
“No temas, pues no serás avergonzada; y no te sientas humillada, pues no serás afrentada…” (3 Nefi 22:2–4)
“Porque los montes se moverán, y los collados temblarán, pero no se apartará de ti mi misericordia, ni el convenio de mi paz será removido, dice Jehová, el que tiene misericordia de ti” (3 Nefi 22:10)
El convenio eterno es el evangelio. Esta promesa es, entonces, una garantía de que el evangelio de Jesucristo permanecerá en la Iglesia y será administrado por ella y por el reino tal como ha sido establecido en este día.
“Y todos tus hijos serán enseñados por Jehová; y se multiplicará la paz de tus hijos.
“Con justicia serás adornada; [y luego esto, que corresponde a un día aún futuro:] estarás lejos de la opresión, porque no temerás, y del terror, porque no se acercará a ti.
“He aquí, [esto corresponde a nuestro tiempo] ciertamente se reunirán [los inicuos] contra ti, no por causa mía; [ciertamente habrá pruebas, tribulaciones, persecuciones y cosas semejantes, pero al reconocer esto, viene esta gloriosa promesa y seguridad:] cualquiera que se reúna contra ti, caerá por causa de ti” (3 Nefi 22:13–15)
“Ningún arma forjada contra ti prosperará; y condenarás toda lengua que se levante contra ti en juicio. Esta es la herencia de los siervos del Señor, y su justicia de mí vendrá, dice el Señor” (3 Nefi 22:17)
Ahora bien, creo que todos entendemos que este gran reino de los últimos días ha sido establecido por última vez, que nunca más será destruido, y que nunca volverá a surgir la necesidad de otra futura restauración. Las ordenanzas y principios de salvación, los requisitos que los hombres deben cumplir para obtener una herencia celestial, son siempre, eternamente e invariablemente los mismos. Dios no hace acepción de personas (Hechos 10:34) y toda persona, desde Adán hasta el último hombre, debe obedecer la misma ley idéntica para calificar para una herencia celestial.
Pero hay una cosa grandiosa acerca de esta dispensación que la distingue de todas las dispensaciones pasadas. Y es que esta vez, con la apertura de los cielos y la revelación del evangelio en nuestra época, vino la seguridad positiva e incondicional de que el evangelio permanecería en la tierra; que el reino sería seguro; que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días permanecería entre los hombres para preparar a un pueblo para la segunda venida del Hijo del Hombre.
Conocemos bien las visiones que recibió Enoc. Recordarán que él vio nuestros días. Vio la restauración del evangelio, la aparición del Libro de Mormón, la verdad brotando de la tierra y la justicia mirando desde los cielos. Vio a las huestes de Israel esparcido recogidas en una ciudad santa. Vio las tribulaciones, las guerras, la desolación y los problemas que prevalecerían en estos días (Moisés 7:62–67), y entonces la voz de Dios le habló y dijo: “…grandes tribulaciones habrá entre los hijos de los hombres, mas guardaré a mi pueblo” (Moisés 7:61). Esa es una seguridad inmutable y positiva.
Algunas cosas las recibimos, siempre que obedezcamos la ley que nos da derecho a recibirlas. Algunas promesas vienen del Señor sin condiciones. Morimos nos guste o no. Eso está decretado de manera inmutable. Resucitaremos y tendremos inmortalidad. No hay duda de eso; no podemos evitarlo. En esa misma categoría está la promesa de que el Señor preservará a su pueblo en esta época.
También conocemos la gran visión y revelación que tuvo Daniel, en la que vio los reinos sucesivos del mundo levantados por el poder de manos humanas, y luego vio finalmente este reino, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, establecido por revelación, sin mano humana. Y entonces dijo que este reino jamás sería dado a otro pueblo; que crecería, aumentaría y despedazaría todos los reinos y llenaría toda la tierra (Daniel 2:31–45).
Bueno, después de que el Señor estableció esta Iglesia y restauró el evangelio, Él mismo dijo por medio de su propia boca al profeta José Smith:
“Se han confiado al hombre en la tierra las llaves del reino de Dios; y de allí el evangelio rodará hasta los extremos de la tierra, como la piedra cortada del monte, no con mano, que rodará hasta llenar toda la tierra” (D. y C. 65:2).
Esa es una promesa inmutable e irrevocable. Esa promesa la tenemos.
Permítanme citar una frase que el profeta José Smith, escribiendo por revelación e inspiración, incluyó en ese famoso documento, “La Carta Wentworth”. Dijo:
“…Ninguna mano impía podrá detener el progreso de la obra; las persecuciones pueden arreciar, las turbas pueden combinarse, los ejércitos pueden reunirse, la calumnia puede difamar, mas la verdad de Dios avanzará valiente, noble e independiente, hasta que haya penetrado todo continente, visitado todo clima, barrido todo país y resonado en todo oído, hasta que se cumplan los propósitos de Dios, y el Gran Jehová diga que la obra está concluida” (History of the Church, tomo 4, pág. 540).
Ustedes y yo estamos en este reino desde su inicio. Se están poniendo los cimientos. De pequeños comienzos surgen grandes cosas. Hemos tenido un tremendo progreso y crecimiento; ya estamos establecidos y reconocidos en el mundo; pero llegará el día en que toda la tierra será convertida a la verdad, cuando toda alma viviente se una a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Ahora estamos en el reino de Dios, que es exclusivamente un reino eclesiástico. Este reino va a crecer y aumentar, multiplicarse y abundar, y nada podrá detenerlo, hasta que llegue el día en que será tanto un reino eclesiástico como un reino político, y gobernará en todas las cosas —espirituales, civiles, temporales y políticas. Los reinos de este mundo han de convertirse en el reino de nuestro Dios y de su Cristo (Apocalipsis 11:15).
El presidente John Taylor dijo lo siguiente:
“Se ha preguntado… si este reino fracasará. Les digo en el nombre del Dios de Israel que no fracasará. Les digo en el nombre del Dios de Israel que se desarrollará, y que las cosas que han dicho los santos profetas en relación con él se cumplirán. Pero junto con esto, les diré otra cosa: Muchos de los Santos de los Últimos Días fracasarán, muchos de ellos no están ahora ni nunca han estado viviendo de acuerdo con sus privilegios ni engrandeciendo sus llamamientos y su sacerdocio, y Dios hará cuentas con tales personas, a menos que se arrepientan pronto” (Gospel Kingdom, pág. 137).
Y dijo muchas cosas semejantes.
Una cita más, esta del presidente Wilford Woodruff:
“Cuando el Señor dio las llaves del reino de Dios, las llaves del Sacerdocio de Melquisedec, del apostolado, y las selló sobre la cabeza de José Smith, las selló sobre su cabeza para permanecer aquí en la tierra hasta la venida del Hijo del Hombre. Bien pudo decir Brigham Young: ‘Las llaves del reino de Dios están aquí’. Estaban con él hasta el día de su muerte. Luego descansaron sobre la cabeza de otro hombre —el presidente John Taylor. Él sostuvo esas llaves hasta la hora de su muerte. Luego pasaron, por turno, o por la providencia de Dios, a Wilford Woodruff.
“Les digo a los Santos de los Últimos Días: las llaves del reino de Dios están aquí, y van a permanecer aquí también, hasta la venida del Hijo del Hombre. Que todo Israel lo entienda. Tal vez no permanezcan sobre mi cabeza mucho tiempo, pero entonces descansarán sobre la cabeza de otro apóstol, y otro después de él, y así continuará hasta la venida del Señor Jesucristo en las nubes del cielo (Mateo 16:27), para ‘dar a cada uno según sus obras realizadas en el cuerpo’ (2 Corintios 5:10).
“Digo a todo Israel en este día, digo al mundo entero, que el Dios de Israel, quien organizó esta Iglesia y este reino, jamás ordenó a ningún Presidente ni Presidencia que guiaran a esta Iglesia al error. Oídlo, oh Israel: ningún hombre que haya respirado jamás puede poseer estas llaves del reino de Dios y guiar al pueblo por el camino equivocado” (Discourses of Wilford Woodruff, págs. 73–74).
Ahora bien, estas cosas están ampliamente atestiguadas. Las revelaciones y declaraciones inspiradas de los oráculos vivientes nos dan el relato completo. Debemos conocer estas cosas por los registros que están ante nosotros. Luego, además, debemos acudir al Señor, con fe y en ferviente oración, y obtener en nuestros corazones la seguridad revelada de que esta obra es verdadera. El hermano Richards citó:
“…mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió.
“El que quiera hacer la voluntad de él conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:16–17)
Toda alma viviente en este mundo que obedezca la ley que le da derecho a saber, mediante revelación personal del Espíritu Santo, sobre la divinidad de esta obra, sobre la estabilidad y el destino de este reino, puede obtener ese conocimiento, y yo, por mi parte, tengo ese conocimiento y así lo certifico a ustedes con sinceridad y solemnidad, en el nombre de Jesucristo. Amén.


























Este mensaje inspirado bien puede aplicarse a nuestro Bendecido país,la República Argentina.
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