La Conferencia General
Obispo Carl W. Buehner
Segundo Consejero en el Obispado Presidente
Mis queridos hermanos y hermanas, después de la sesión de clausura de la conferencia de ayer por la tarde, fui felicitado seis veces por el excelente discurso que di en esa sesión, y deseando ser un hombre honesto, quisiera ahora traspasar esos elogios a quienes realmente dieron mi discurso ayer por la tarde.
Ha sido profundamente inspirador estar presente en esta conferencia. He tenido mucho tiempo para pensar. Algunas observaciones que han pasado por mi mente pensé que podrían serles interesantes, aunque la mayoría de estas cosas ya se han dicho de mejor manera de la que yo jamás podría expresarlas.
La primera observación que quisiera hacer es el tremendo impacto que una conferencia general de la Iglesia tiene sobre sus miembros y sobre los muchos miles de personas que son amigas de la Iglesia. Estoy seguro de que saldremos de esta gran conferencia con más entusiasmo y con un mayor deseo de promover los propósitos de nuestro Padre Celestial. Seremos mejores hombres y mujeres gracias a nuestra asistencia aquí y por haber escuchado la palabra del Señor tal como ha sido proclamada. Ya se han pronunciado más de treinta y cinco sermones profundos en esta conferencia.
También me he estado preguntando si realmente comprendemos que esta es, probablemente, la mayor reunión religiosa que se lleva a cabo en toda la tierra. ¿Han pensado en esto alguna vez? Una conferencia general de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, compuesta por los presentes, los que escuchan por la radio y los que quizá están viendo esta conferencia por televisión, todos ellos forman parte de la más grande de todas las reuniones religiosas que se celebran.
Pienso en las personas que han venido aquí, representando a muchas naciones de la tierra. He estrechado la mano de personas provenientes de Nueva Zelanda, las Islas Fiyi, Tonga, Samoa, Suiza, Hawái, Canadá y México. Estoy seguro de que también hay aquí representantes de otros países extranjeros, y prácticamente de todos los estados de esta gran nación nuestra.
He estado pensando en los miles —sí, muchos miles— que darían todo lo que tienen por estar aquí hoy en esta conferencia, pero ese “todo” no es suficiente para comprarles un pasaje ni para llevarlos de vuelta a sus hogares al concluir la conferencia. Para ellos, esta conferencia llegará ya sea a través de los misioneros, de los presidentes de misión o mediante la palabra impresa al ser difundida en las publicaciones de la Iglesia.
Otra observación que quisiera hacer es que estamos sentados en presencia de tres de los grandes hombres del mundo —la Primera Presidencia de esta Iglesia. Mi estrecha asociación con ellos, y el honor y privilegio que tengo de asistir a reuniones con ellos dos o tres veces por semana, me da testimonio de que no hay hombres más grandes viviendo hoy en día. Como ya saben, han sido designados por nuestro Padre Celestial para presidir Su Iglesia. Han sido sostenidos por ustedes como los líderes de la Iglesia, y espero que para nosotros el sostenerlos signifique que trabajaremos como nunca antes para promover los grandes propósitos del Señor.
Una observación más que quisiera hacer es que cuando la revelación, el consejo, las interpretaciones de las doctrinas de la Iglesia o la ley de la Iglesia se comuniquen a los miembros en todas partes del mundo, vendrán desde esta fuente. Por lo tanto, diría: mantengan sus ojos y oídos atentos a la Primera Presidencia, y escuchen el consejo que de ellos emana. Si alguna vez alguien se siente confundido, perturbado o crítico, les diría: acudan a la fuente de la Iglesia para encontrar respuestas a sus preguntas. Descubrirán que estos hermanos están más que dispuestos a darles las respuestas que necesitan para que no se pierdan ni se desvíen. No acudan a quienes socavan la Iglesia, a grupos apóstatas ni a quienes tienen la intención de destruir la obra de nuestro Padre Celestial.
Otra observación que me ha impresionado es que, al mirar a quienes están en el estrado del Tabernáculo, vemos representados aquí los grandes consejos de la Iglesia: el Consejo de la Primera Presidencia, que preside el sumo sacerdocio de la Iglesia; el Quórum de los Doce Apóstoles, que son testigos especiales de Jesucristo, que recorren de punta a punta la Iglesia y cuya labor ha aumentado tanto que ya no pueden asumir toda la responsabilidad. Por ello, se han designado y apartado a ocho hombres más para asistirles, conocidos como los Asistentes al Quórum de los Doce. Todos estos hermanos pueden considerarse como consejeros de la Primera Presidencia de la Iglesia. También en el estrado está el Patriarca de la Iglesia. Hay, además, siete hombres que componen el Primer Consejo de los Setenta, quienes tienen una responsabilidad definida y específica. Finalmente, está el Obispado Presidente, que preside el Sacerdocio Aarónico de la Iglesia. ¿Se les ha ocurrido alguna vez que, al estar sentados aquí en conferencia, están en presencia de estos grandes consejos y que además escuchan un mensaje personal de cada uno de estos hermanos durante el transcurso de una conferencia general?
Otra observación que me ha impresionado mientras estaba sentado aquí es que aquellos de nosotros que tuvimos el honor de estar presentes a las 9:30 de esta mañana y escuchar la transmisión de este gran coro, no pudimos evitar darnos cuenta de que desde este lugar, cada domingo por la mañana, desde hace casi treinta años, ha salido una transmisión en vivo hacia el pueblo de la nación y tan lejos como la radio lleve la música inspiradora y el mensaje de la palabra hablada que emanan de esta gran organización del Coro del Tabernáculo. Al pensar en ellos, comencé a darme cuenta de los sacrificios que muchas de estas personas han hecho a pesar del viento, la nieve, el granizo, la lluvia, el frío, el calor y todas las demás condiciones. Estos hermanos y hermanas dedican cada domingo por la mañana, salvo los pocos domingos en que están de gira, a la presentación de estos maravillosos himnos y cánticos. Aparte de esto, hay muchas, muchas horas de ensayos necesarias para la preparación de estos programas. Quisiera decir: “Dios los bendiga por su devoción y fidelidad a esta gran causa”.
Otra observación que quisiera hacer es que el sacerdocio, sobre el cual hemos escuchado tanto durante esta conferencia, es tan importante que mensajeros celestiales lo trajeron personalmente a la tierra. El sacerdocio es el alma misma de la Iglesia. Es un honor ser portador y trabajador en el sacerdocio. Es mediante este poder que el evangelio fue restaurado a la tierra en esta Dispensación del Cumplimiento de los Tiempos. Es por medio de este sacerdocio que la Iglesia continúa organizada y funcionando en la tierra.
Me sentí orgulloso de la gran audiencia de jóvenes del Sacerdocio Aarónico que estuvieron presentes el viernes por la noche cuando celebramos los servicios dedicatorios del hermoso Monumento Conmemorativo del Sacerdocio Aarónico, ubicado justo al norte del Tabernáculo, representando a Juan el Bautista, un mensajero celestial, confiriendo el Sacerdocio Aarónico a José Smith y a Oliver Cowdery. En esa ocasión, más de quinientos jóvenes cantaron una serie de canciones inspiradoras que emocionaron a todos los presentes. Cuatro jovencitos cuyas voces aún no habían cambiado, cantando la canción “A orillas del Susquehanna”, me hicieron un nudo en la garganta. Estaban justo detrás de mí en el estrado, y al comenzar a cantar con sus voces suaves e infantiles, me sentí profundamente conmovido.
En mi humilde opinión, estamos formando una juventud más grandiosa hoy que en cualquier época anterior, y la estamos preparando para asumir posiciones de responsabilidad que sin duda llegarán a medida que demuestren ser dignos. Aprovecho para añadir que deberíamos permanecer cerca de estos jóvenes, y ayudar a moldear sus vidas, lo cual será una bendición para ellos y un honor y orgullo para la Iglesia que representan. Cuando pienso en los millones de hombres y muchachos que viven en la tierra y aprecio que somos solo unos pocos de entre todos ellos los que hemos sido escogidos, llamados y honrados, y sabiendo que nuestros líderes dependen de nosotros para cumplir nuestra parte, comienzo a darme cuenta del privilegio que es servir y de las bendiciones que vienen al hacerlo.
Por el poder del sacerdocio, se realizan milagros en esta época, como en otros períodos de la historia del mundo cuando el evangelio estaba sobre la tierra. Mientras los hombres magnifiquen sus llamamientos en el sacerdocio, tendremos milagros, y así también crecerá la Iglesia en influencia, en fortaleza y en favor ante el pueblo del mundo. Por tanto, que todos nosotros que hemos sido tan honrados al poseer el sacerdocio magnifiquemos nuestros llamamientos, lo valoremos plenamente y estemos al frente de nuestros hogares con dignidad, donde podamos ser una bendición y una fortaleza para nuestras familias. Nuestros hijos nos miran como consejeros y líderes, y temo que en algunos de nuestros hogares la situación esté invertida. A veces, el padre es reactivado por el hijo que posee el Sacerdocio Aarónico o incluso por un hijo más pequeño. Se han contado muchas historias conmovedoras sobre niños que han ayudado a sus padres a volver a la actividad. No hace mucho escuché una sobre un padre y un hijo que fueron llamados como compañeros de maestros orientadores, y me emocionó escuchar a la madre relatar algunas de las experiencias que estaban disfrutando y cómo llegaron a conocerse mutuamente por medio de esa experiencia. Ella indicó que después de algunos meses de visitar juntos, su hijo se le acercó y le dijo: “Mamá, ¿sabes? Papá es en realidad un gran hombre. Me asombra cuán bien entiende el evangelio y qué bien enseña cuando visitamos los hogares de nuestro distrito. He aprendido muchas cosas de papá que antes no comprendía, y me alegra ser su compañero de maestros orientadores; de otro modo, tal vez nunca lo habría llegado a conocer tan bien”. Esta madre comentó que uno o dos días después, su esposo vino y le dijo: “¿Sabes? Estoy muy orgulloso de Juan. No sabía que tuviera tanto en él, pero cuando le digo: ‘Esta noche te toca dar la lección’, te sentirías orgullosa si pudieras escucharlo presentar el tema a las familias que visitamos. Se está convirtiendo en alguien capaz de servir en una misión”. Comencé a pensar qué cosa tan hermosa es que un padre y un hijo lleguen a conocerse gracias a uno de los grandes programas de la Iglesia: el programa de maestros orientadores.
Finalmente, siento decir: “¿Cuál es, después de todo, el objetivo de nuestro Padre Celestial?” Quisiera citar un pasaje de las Escrituras que el hermano Hinckley mencionó en su mensaje el viernes pasado. Uno de los objetivos del Señor ha sido expresado con estas palabras:
“Porque he aquí, esta es mi obra y mi gloria: llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39)
Hermanos del sacerdocio, somos los ayudantes de nuestro Padre Celestial en lograr este gran objetivo para bendición y beneficio de quienes viven sobre la tierra. Cuando magnificamos nuestros llamamientos en el sacerdocio hasta el punto de estar dispuestos a extender nuestros brazos a los hermanos que necesitan ayuda y ánimo, estamos fortaleciendo el reino de Dios. Si cada hombre en la Iglesia que posee el sacerdocio magnificara su llamamiento en ese sacerdocio, avanzaríamos con un poder tal como el mundo jamás ha visto antes. Nada podría detenerlo.
Literalmente, estamos ocupándonos en los negocios de nuestro Padre. ¿Han pensado alguna vez en el impacto de esta afirmación: ocuparnos en los negocios de nuestro Padre? Muchos de nosotros estamos involucrados en algún negocio, o trabajamos para hombres que lo están, pero ¿cuántas bendiciones eternas provendrán de nuestro trabajo en esos negocios? Comparen su negocio con el negocio de nuestro Padre, y entonces den gracias al Señor por tener la oportunidad de participar en Sus negocios. Es una responsabilidad tremenda y, sin embargo, una maravillosa oportunidad.
Espero y ruego sinceramente que siempre nos hallemos ocupados en los negocios de nuestro Padre, ayudando a llevar Su gran mensaje de buenas nuevas y paz en la tierra al pueblo del mundo, y manteniendo activos a quienes ya son miembros de Su reino, ahora establecido sobre la tierra.
Mi testimonio es que si dedicamos nuestras vidas a magnificar nuestro llamamiento en el sacerdocio y despertamos y respondemos a nuestras oportunidades, la obra de nuestro Padre Celestial crecerá y prosperará hasta que ningún poder pueda detenerla. Esta es mi convicción y mi testimonio para ustedes. Ruego que nuestro Padre Celestial nos conceda un aprecio profundo y duradero por nuestra pertenencia a la Iglesia y luego nos inspire a servir como nunca antes lo hemos hecho, y lo pido en el nombre de Jesucristo. Amén.


























Este mensaje inspirado bien puede aplicarse a nuestro Bendecido país,la República Argentina.
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