La Fe—y los Polinesios
Élder Delbert L. Stapley
Del Consejo de los Doce Apóstoles
Mis hermanos y hermanas, estoy realmente agradecido por el magnífico espíritu de esta sesión de conferencia en esta mañana. Espero que lo que tengo que decir no reste al espíritu de los mensajes ya dados. Me gustaría tocar algunos aspectos relacionados con la dedicación del Templo de Nueva Zelanda mencionada por el hermano Hinckley.
Desde la última conferencia general de la Iglesia, la hermana Stapley y yo hemos disfrutado del gran privilegio y bendición de acompañar a nuestro amado presidente David O. McKay, a la hermana McKay, al élder y la hermana Marion G. Romney, y a otros, a Nueva Zelanda para la dedicación del nuevo templo en esa tierra lejana. El hermano Gordon Hinckley y su esposa se nos habían adelantado para finalizar los preparativos de la dedicación y apertura del templo para la realización de ordenanzas. Él mencionó la bienvenida y recepción ofrecida a la comitiva oficial de la Iglesia por los santos polinesios. Fue un tributo tremendo y una demostración de amor y afecto para todos nosotros, pero más particularmente para su amado presidente y profeta, el “Tumuaki” David O. McKay.
Fue un espectáculo glorioso, tan diferente, colorido y único, que el dulce recuerdo de esa ocasión permanecerá para siempre. Cada grupo polinesio, con trajes típicos, presentó espectáculos de gala, canto y danza durante tres horas y media. Creo que es la única vez en la historia del mundo que cuatro pueblos polinesios tan distantes entre sí han sido reunidos en un mismo lugar, donde cada uno presentó su entretenimiento nativo individual para dar la bienvenida a una delegación oficial. Una asamblea de talentos tan diversos tal vez nunca vuelva a ocurrir, pues no es probable que otro acontecimiento similar de tanta importancia vuelva a reunirlos.
La mayoría de los santos del Pacífico Sur que asistieron a las actividades de dedicación del templo lo hicieron, como indicó el hermano Hinckley, con gran sacrificio personal. Desde que se anunció la construcción de un templo, comenzaron a ahorrar con esmero para ese día tan importante e histórico de la dedicación. Para ellos fue la oportunidad espiritual de sus vidas, el cumplimiento de sus oraciones y sueños. Sería difícil para la gente del mundo —que no conoce el valor sagrado y la naturaleza eterna de las ordenanzas del templo— comprender por qué hay personas con creencias religiosas tan firmes y una fe tan profunda que no solo los impulsa a ahorrar dinero, sino también a vender sus automóviles, hipotecar sus muebles y otros bienes para reunir fondos suficientes para visitar un templo. Para quienes sí comprenden, ningún sacrificio es demasiado grande para alcanzar las mayores bendiciones de su vida: la santa investidura del templo con las ordenanzas y sellamientos que unen al esposo y a la esposa y a las familias en una relación y compañía eterna.
Al conversar con este grupo diverso de santos, las evidencias de una fe viviente y motivadora se encontraban por doquier. Lágrimas de felicidad fluían libremente por las mejillas de estas personas fieles y dignas al comprender más plenamente el significado de estos días tan memorables. Cada sesión de la dedicación fue una gloriosa experiencia espiritual. Observar los rostros de los santos era un reflejo del gozo y la felicidad que sentían.
La fe sencilla y confiada de los santos polinesios se reflejó en la respuesta del hermano Lafi Toilupi a la pregunta del presidente McKay: “¿Puede hacerlo?”, cuando le pidió al hermano Toilupi que tradujera la oración dedicatoria del inglés al idioma samoano. El hermano Toilupi respondió con sinceridad y humildad: “Puedo hacerlo si usted me bendice”. El presidente McKay respondió: “Yo te bendigo”, y la traducción se llevó a cabo perfectamente, a pesar del hecho de que el limitado idioma samoano no posee palabras equivalentes que correspondan en significado al inglés.
El Templo de Nueva Zelanda, ubicado en una prominencia con vista al valle, con su notable sistema de iluminación nocturna, resplandece majestosamente durante la noche con una intensidad de luz que puede verse a millas de distancia, y verdaderamente representa “una lámpara del Señor” — Proverbios 20:27 para revelar luz y verdad en medio del error y de la oscuridad espiritual. La publicidad favorable de todos los acontecimientos allí, que revelaron el propósito de los templos, las creencias, principios y prácticas de la Iglesia, proporcionó al pueblo de Nueva Zelanda y Australia un nuevo conocimiento y luz del evangelio, lo cual ha estimulado un tremendo resurgimiento espiritual en la obra de la Iglesia.
Mi alma está llena de gratitud por el evangelio restaurado de Cristo y el poder bendito que tiene para enriquecer la vida de las personas. Doy testimonio humilde, mis hermanos y hermanas, de que el evangelio enseñado por los Santos de los Últimos Días es el verdadero evangelio del reino de Dios, del cual el Salvador testificó:
“Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” — Mateo 24:14
El sistema misional de la Iglesia fue establecido por revelación del Señor para cumplir con esta obligación de los últimos días. Él declaró al profeta José Smith:
“Y la voz de amonestación irá a todo pueblo, por boca de mis discípulos, a quienes he escogido en estos últimos días.
“Y saldrán, y nadie los detendrá, porque yo, el Señor, los he mandado.
“He aquí, esta es mi autoridad y la autoridad de mis siervos… oh habitantes de la tierra” — Doctrina y Convenios 1:4–6
Durante la primavera y el verano, la hermana Stapley y yo visitamos tres misiones de la Iglesia: las dos de Australia y la Misión de los Estados del Noroeste. Personalmente entrevisté a más de 350 jóvenes misioneros. Rindo un sincero y humilde tributo a ellos por su fiel devoción a una gran causa. Sé que muchas familias hacen enormes sacrificios económicos para sostener a sus hijos e hijas misioneros mientras están fuera de casa al servicio del ministerio. Sin embargo, las compensaciones por un servicio fiel y dedicado son abundantes y gratificantes. La fe aumenta; los testimonios se fortalecen; se adquieren principios de rectitud y verdad que forman en el misionero valores morales y espirituales fundamentales que elevan su carácter para una vida feliz y con éxito. Con pocas excepciones, los más de 5,000 misioneros que actualmente están sirviendo representan a la Iglesia con honor y eficacia, y son un gran crédito para ella. Miles de conversos cada año son el resultado de su servicio devoto.
Recientemente, un presidente de misión, al dar su informe, hizo esta significativa declaración: “Si la Iglesia no fuera verdadera, los 5,000 misioneros que la representan lo habrían demostrado hace mucho tiempo”. He pensado con frecuencia cuán cierta es esa afirmación. Impulsados como están por el mismo espíritu —el Espíritu Santo— y oficiando bajo la autoridad del verdadero sacerdocio de Dios, no es difícil comprender la verdad de la declaración del presidente de misión.
El ritmo del programa proselitista se ha acelerado en Australia, y con diecinueve nuevos y hermosos edificios para reunirse, adorar y llevar adelante el programa completo de la Iglesia, las perspectivas de aumento en las conversiones están mejorando constantemente. El solo programa de construcción de capillas ha adelantado la obra de la Iglesia muchos años. Desde el inicio de la construcción de una capilla hermosa y funcional en una pequeña rama hasta el momento de su dedicación, treinta y tres conversos fueron bautizados y veinticinco miembros inactivos fueron reactivados y ahora se encuentran en plena comunión.
En dos ciudades muy distantes entre sí dentro de la Misión de Australia, donde se han completado y están en uso edificios hermosos, los alcaldes asistieron a las reuniones programadas para darnos la bienvenida. Uno, familiarizado con la Palabra de Sabiduría, contó cómo había sido persuadido de abandonar el hábito del tabaco y la satisfacción personal que había experimentado al hacerlo. Felicitó a la Iglesia y a su gente por construir un edificio tan hermoso en el que adorar y fomentar actividades culturales para el enriquecimiento sano y amplio de sus vidas. También les prometió el pleno apoyo de su cargo y del consejo municipal que representaba. Fue un hermoso tributo y una maravillosa promesa de cooperación. El segundo alcalde también expresó elogios y felicitaciones similares y declaró que el edificio de la Iglesia era muy atractivo y acogedor, lo que añadía fortaleza espiritual y prestigio a su ciudad progresista. Expresó su esperanza de que la obra de la Iglesia prosperara allí, y deseó a la gente todo éxito en su programa religioso. Prometió, para concluir, regresar de nuevo. Hizo una observación profunda al decir que para muchas personas las iglesias eran como ascensores: podían simplemente subirse en cualquier momento y ser llevadas al cielo sin haber llevado una buena vida ni haber hecho buenas obras. Afirmó firmemente que la fe y las obras van juntas.
En la dedicación del Colegio de la Iglesia en Nueva Zelanda, el Primer Ministro de Nueva Zelanda dio un discurso interesante y desafiante, muy favorable hacia la Iglesia y su programa para servir y bendecir a las personas. Discrepó del grupo organizado y hostil que se oponía a los esfuerzos de la Iglesia allí, quienes cuestionaban nuestro derecho al estatus cristiano, y que además eran culpables de difamar la integridad de los líderes de la Iglesia en Sion. Hizo referencia a algunos de nuestros hermanos que habían ocupado, o aún ocupan, altos cargos en el gobierno de los Estados Unidos, a quienes tuvo el privilegio de conocer personalmente. Algunos lo habían apoyado y brindado su amistad, lo cual permitió al Primer Ministro conocer sus cualidades de bondad, integridad política sólida y liderazgo. Hizo referencia en particular al élder Ezra Taft Benson, elogiando su integridad y excelente servicio gubernamental. Mostró una actitud favorable hacia la educación religiosa en las escuelas de Nueva Zelanda y elogió el carácter y las enseñanzas de Jesús, las cuales animó a todos a aceptar y seguir.
Tal reconocimiento y contribuciones favorables no solicitadas por parte de destacados líderes ajenos a nuestra fe son beneficiosos para la obra. Sus comentarios me recuerdan una carta que recibí de un amigo no miembro mientras aún estábamos en Nueva Zelanda, quien concluyó diciendo: “Que la propagación de la fe de los Santos de los Últimos Días se extienda por todo el mundo”. Tal es el aliento de aquellos que mejor nos conocen.
Los conversos lejanos de Nueva Zelanda y Australia —y escuché a muchos— enseñan y predican las mismas verdades, principios y ordenanzas del evangelio tan ortodoxos como los que enseñamos aquí. Sus testimonios son fervientes, espirituales y convincentes. Al asociarse con ellos y escucharlos, uno pensaría y sentiría como si estuviera en las congregaciones de los santos en casa. Verdaderamente, todos los que pertenecen a esta Iglesia y obedecen sus enseñanzas están impulsados por el mismo espíritu, el Espíritu Santo, cuya función es guiar a toda verdad, dar testimonio del Padre y del Hijo, y mantener unidos a los santos de Dios dondequiera que se encuentren. Qué bendición es ser guiados por un poder que impide los malentendidos y las divisiones entre los verdaderos seguidores de Cristo.
Me gustaría compartir brevemente con ustedes tres experiencias selectas que resultaron de estas giras misionales. Una buena mujer, a quien los misioneros visitaron mientras tocaban puertas en su vecindario, les informó que su sobrina se había unido a la Iglesia ocho meses antes. “Su Iglesia ha hecho tanto por ella”, dijo, y luego preguntó: “¿Pueden hacer lo mismo por mí?”
Una mujer investigadora, después de algunas visitas de los misioneros a su hogar, le dijo a su esposo: “Los élderes se llevan algo cuando se van de nuestra casa; cuando regresan, eso está aquí.” Ambos reconocieron que ese “algo” también estaba presente cuando asistían a las reuniones de la Iglesia celebradas por los élderes. “¿Qué es?”, preguntó esta buena mujer. La respuesta vino a ella y exclamó: “El sacerdocio de Dios”, a lo que su esposo estuvo de acuerdo.
Una hermana fiel, de ochenta y nueve años de edad pero joven de espíritu, me relató este testimonio y experiencia. Siendo joven, su padre le dijo que vendría una nueva escritura, y que la Iglesia que la presentara sería la verdadera. Esta declaración la impresionó profundamente y la guardó en su memoria. Su padre falleció, y con el paso del tiempo, esa nueva escritura aún no llegaba a su atención. Años más tarde, dos misioneros tocaron a su puerta. Cuando los recibió, le presentaron el Libro de Mormón, que según ellos era una nueva escritura revelada por Dios. Inmediatamente recordó las palabras de su padre. Recibió su testimonio. Me dijo: “No necesitaba que los élderes me enseñaran el evangelio. Sabía que representaban a la verdadera Iglesia.” Pronto fue convertida y bautizada por ellos. Durante más de cincuenta años esta buena hermana ha permanecido como miembro fiel y devota. Su hogar ha sido, y aún es, un punto de reunión para la obra misional. La velada que pasamos con ella se enriqueció con su testimonio y el encanto de su carácter.
¡Qué maravilloso es, mis hermanos y hermanas, que el verdadero evangelio de nuestro Señor pueda ser comprendido por los sencillos, y a la vez sea tan profundo que pueda desafiar al pensador más erudito con su conocimiento y sabiduría! El evangelio tiene el poder de unir a las personas en amor y comprensión, y de dar propósito y sabia dirección a la vida. Nuestro mensaje al mundo es uno de fe en Dios y en su Hijo amado, Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor. Es un mensaje de hermandad, esperanza, paz y salvación, y por tanto, de gran importancia y valor para toda nación, tribu, lengua y pueblo. Poseemos la verdad, la plenitud del evangelio de Cristo con todos sus gloriosos principios, elevados estándares morales de conducta, ideales de noble carácter y todas las ordenanzas salvadoras para el gozo y la felicidad eterna de la humanidad.
Invitamos cordialmente a todas las personas a investigar la Iglesia restaurada de Cristo y aceptar sus enseñanzas y estilo de vida tal como han sido revelados para su salvación y gloria. El presidente Richards hizo un excelente llamamiento en su discurso de apertura esta mañana. Testifico, mis hermanos y hermanas, que Dios ha establecido su obra por última vez entre los hijos de los hombres, y que actualmente se están haciendo preparativos para la segunda venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Que Dios nos ayude, mis hermanos y hermanas, a ser fieles a nuestras obligaciones como miembros de su reino, es mi humilde oración en el nombre de Jesucristo. Amén.


























Este mensaje inspirado bien puede aplicarse a nuestro Bendecido país,la República Argentina.
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