“Una obra maravillosa y un prodigio”
Élder Milton R. Hunter
Del Primer Consejo de los Setenta
En la sesión de esta mañana de la conferencia, el presidente Stephen L. Richards declaró que Isaías profetizó que en los últimos días el Señor establecería “una obra maravillosa y un prodigio” entre los hijos de los hombres. En relación con esa obra maravillosa y prodigio, Isaías dijo:
“Y serás humillada, hablarás desde la tierra, y desde el polvo saldrá tu habla; será tu voz de la tierra como de un espíritu familiar” (Isaías 29:4).
“Y os será toda visión como palabras de un libro sellado, el cual, si se diere al que sabe leer, diciendo: Lee ahora esto, él dirá: No puedo, porque está sellado.
Y si se diere el libro al que no sabe leer, diciéndole: Lee ahora esto, él dirá: No sé leer” (Isaías 29:11–12).
“Por tanto, he aquí que procederé a hacer una obra maravillosa entre este pueblo, una obra maravillosa y un prodigio; porque perecerá la sabiduría de sus sabios, y se desvanecerá la inteligencia de sus entendidos” (Isaías 29:14).
“En aquel tiempo los sordos oirán las palabras del libro, y los ojos de los ciegos verán desde la oscuridad y desde las tinieblas.
Entonces los mansos aumentarán su alegría en Jehová, y los pobres entre los hombres se regocijarán en el Santo de Israel” (Isaías 29:18–19).
El profeta Nefi, quien vivió aproximadamente cien años después de la muerte de Isaías, fue mandado por el Señor a que él y su posteridad escribieran un registro religioso que contuviera especialmente testimonios y evidencias de que Jesús es el Cristo, el Salvador del mundo. Este contendría el evangelio de Jesucristo tal como fue revelado a su pueblo. Como parte de esa revelación del Señor, Nefi escribió:
“Porque he aquí —dice el Cordero— me manifestaré a tu descendencia, y ellos escribirán muchas cosas que yo les ministraré, las cuales serán claras y preciosas; y después que tu posteridad haya sido destruida y caído en la incredulidad, también la posteridad de tus hermanos, he aquí, estas cosas serán escondidas para salir a la luz entre los gentiles por el don y el poder del Cordero.
Y en ellas estará escrito mi evangelio, dice el Cordero, y mi roca y mi salvación” (1 Nefi 13:35–36).
Nefi fue arrebatado por el Espíritu del Señor y llevado a la cima de una montaña alta. Allí se le mostró una visión gloriosa de la historia del mundo. Como parte de esa visión, Nefi vio que en los últimos días el Espíritu de Dios descendería sobre un hombre. Él se embarcaría y cruzaría una gran masa de agua y llegaría a la “tierra prometida,” o la tierra habitada por la descendencia de sus hermanos. La historia indica que ese hombre fue Colón.
Nefi también vio que, después del descubrimiento de esta tierra —América— por el hombre que fue traído aquí por el Espíritu del Señor, el Espíritu de Dios descendería sobre muchas personas que vivían en los países del otro lado del gran cuerpo de agua. Buscando libertad religiosa, dejarían sus tierras natales y, cruzando “las muchas aguas,” llegarían a “la tierra prometida” (1 Nefi 13:12). Vio que allí desarrollarían una nación joven; y esta nación joven sería prosperada y bendecida por el Señor. Se levantaría en rebelión contra su nación madre. Y entonces vio que el Espíritu y poder de Dios descansaría sobre los habitantes de esta nación joven, “y también que la ira de Dios estaba sobre todos los que se reunían contra ellos para la batalla.” Vio que los habitantes de la nación joven ganarían su independencia de la nación madre y que “…fueron librados por el poder de Dios de las manos de todas las demás naciones” (1 Nefi 13:12–19).
Es evidente que Nefi vio en visión la llegada de los peregrinos y otros, el surgimiento de las trece colonias, la Guerra de la Independencia y el establecimiento de los Estados Unidos de América.
A medida que continuaba su visión, observó que mediante el poder de Dios esta joven nación se convertiría en una nación libre, una nación que sería “exaltada por el poder de Dios sobre todas las demás naciones” (1 Nefi 13:30). Sería establecida en una “tierra escogida sobre todas las tierras,” la tierra que el Señor había prometido a Lehi dar a su descendencia como herencia.
Ahora bien, ¿por qué el Señor, como se evidencia por lo que he dicho, habría de hacer de los Estados Unidos una nación libre, una nación más grande y poderosa que cualquier otra nación bajo el cielo?
Nefi nos da la razón exacta. Él dijo que en los últimos días Cristo establecería tal nación y tal pueblo en esta tierra prometida para que Él tuviera un lugar y un pueblo donde llevar a cabo su “obra maravillosa y un prodigio.” Citemos las palabras de Jesucristo dadas a través de su profeta, Nefi:
“Por tanto, procederé a hacer una obra maravillosa entre este pueblo, sí, una obra maravillosa y un prodigio” (2 Nefi 27:26).
“Porque se acerca el tiempo, dice el Cordero de Dios, en que haré entre los hijos de los hombres una obra grande y maravillosa; una obra que será eterna, ya sea de un lado o de otro: o bien al convencimiento de ellos para lograr la paz y la vida eterna, o bien para entregarlos a la dureza de su corazón y a la ceguedad de su mente, hasta ser llevados al cautiverio y también a la destrucción, tanto temporal como espiritual, conforme al cautiverio del diablo” (1 Nefi 14:7).
Ahora bien, ¿cuál es esta obra maravillosa y prodigio profetizada tanto por Isaías como por Nefi?
El profeta Nefi nos dice en detalle qué es esta obra maravillosa. Primero, declaró que en los últimos días y en esta tierra de promisión, el Salvador restauraría su evangelio y establecería su Iglesia y reino. El verdadero evangelio de Jesucristo sería revelado desde el cielo a un profeta; y el nombre de ese profeta, según el padre Lehi, sería José, y el nombre de su padre también sería José. Ciertamente, José Smith cumple con todos estos requisitos.
Otra fase de “una obra maravillosa y un prodigio” sería el cumplimiento de los convenios hechos por el Señor con los hijos de Israel. Nefi predijo que en el momento en que Jehová estableciera su evangelio entre los gentiles en la tierra de promisión, recordaría los convenios que había hecho con la casa de Israel: el convenio de devolver a los judíos a Palestina, el convenio de establecer a Efraín con el derecho de primogenitura en la tierra prometida, los convenios con los lamanitas—y que cumpliría todos estos convenios (2 Nefi 29:1–2).
En tercer lugar, el registro de los nefitas, el Libro de Mormón, sería entregado a este profeta americano. Él traduciría y publicaría un libro que contendría el evangelio de Jesucristo. Nefi predijo que las palabras de este libro juzgarán a los habitantes de la tierra en el día postrero (2 Nefi 25:18).
Y, en cuarto lugar, el Libro de Mormón, como parte de esta “obra maravillosa y un prodigio,” sería entregado por medio de la descendencia de Efraín —quien tendría el derecho de primogenitura— o, como declaró Nefi, por medio de los gentiles, a los judíos, a los lamanitas y a todos los dispersos de la casa de Israel, dondequiera que se encuentren por todo el mundo (2 Nefi 30:3–8). Este libro saldría a la luz para testificar que Jesús es el Cristo, el Salvador del mundo, para ser un nuevo testigo junto con la Biblia, y para ayudar a proclamar el evangelio a los sinceros en toda la tierra.
Ahora, veamos cómo se han cumplido estas profecías. En la primavera de 1820, en el estado de Nueva York, un joven llamado José Smith se retiró a un bosque y allí se arrodilló y oró a su Padre Eterno, preguntando cuál de todas las iglesias debía unirse. En respuesta a esta oración, ocurrió una de las manifestaciones celestiales más gloriosas y maravillosas que jamás haya visto el hombre. El Padre Eterno y su Hijo Unigénito se aparecieron a este joven profeta (JS—H 1:17–20). Este último le dijo que no se uniera a ninguna de las iglesias cristianas, que la verdadera Iglesia de Cristo no estaba en la tierra, y que José había sido escogido para ser un instrumento en las manos de Dios mediante el cual se establecería la verdadera Iglesia.
Así, el Padre Eterno y su Hijo Unigénito inauguraron esta “obra maravillosa y un prodigio” con la más grande y maravillosa manifestación celestial que el hombre mortal ha visto en los últimos días.
Juan el Revelador contempló el curso del tiempo y vio el día del que Nefi había profetizado. Escribió:
“Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo,
Diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas” (Apocalipsis 14:6–7).
Ciertamente, la razón nos indica que si el evangelio de Jesucristo hubiera estado sobre la tierra en ese momento, no habría sido necesario que un ángel “volara por en medio del cielo” trayendo nuevamente el evangelio eterno a la tierra.
El 21 de septiembre de 1823, ese ángel voló por en medio del cielo. Se apareció al profeta José Smith y se declaró a sí mismo como el ángel Moroni, el último de una gran raza de antiguos americanos. Le habló a José Smith acerca de aquel registro sagrado que Dios había preservado para ser sacado a la luz en los últimos días (JS—H 1:33–34). Cuatro años más tarde, el registro fue entregado al profeta. Mediante el don y el poder de Dios y con el Urim y Tumim, tradujo el Libro de Mormón y lo publicó el 26 de marzo de 1830, cumpliendo así con esta parte de la obra maravillosa y un prodigio.
Once días después, el profeta José Smith estableció, como resultado de una revelación directa del Salvador, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, la cual fue aceptada por el Maestro como suya, declarando que era “…la única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra, con la cual yo, el Señor, me complazco” (DyC 1:30).
Antes de este acontecimiento, José Smith había recibido el santo sacerdocio de Melquisedec, también como parte de esta obra maravillosa y un prodigio; y con el paso del tiempo recibió, mediante revelación y visitaciones celestiales, todas las ordenanzas y doctrinas necesarias para la salvación y exaltación de la familia humana.
Como otra fase importante de “una obra maravillosa y un prodigio,” se mandó al profeta que él y los miembros de la Iglesia llevaran el evangelio y el Libro de Mormón a toda nación, tribu, lengua y pueblo, buscando a los de corazón sincero, a fin de que se cumplieran todos los convenios que se habían hecho con Abraham, Isaac y Jacob, y con otros de la casa de Israel. Así, mediante esta obra misional, Cristo cumpliría los convenios que había hecho con los hijos de los hombres al enviar a sus mensajeros por toda la tierra, declarando la restauración del evangelio y proclamando que Jesús es el Cristo, el único nombre dado bajo el cielo mediante el cual el hombre puede ser salvo (2 Nefi 25:20). Los de corazón sincero —aquellos que recibieran el Libro de Mormón y el evangelio restaurado y tomaran sobre sí el nombre de Cristo al unirse a su Iglesia— fueron buscados del mundo como preparación para la segunda venida de Cristo, para que su reino pudiera establecerse plenamente aquí en la tierra.
Entonces el profeta José Smith inauguró el programa misional más grande y extenso que el mundo haya conocido. Durante más de cien años desde que se fundó la Iglesia, miles y miles de misioneros han proclamado el evangelio eterno por casi todo el mundo; y hoy en día las actividades misionales continúan con mayor impulso que nunca. Los de corazón sincero están siendo buscados, y el reino de Dios está desarrollándose.
Según la palabra del Señor por medio de sus antiguos profetas, Efraín debía recibir el derecho de primogenitura por medio de su padre José. Jacob dio a su hijo José una bendición en la que dijo:
“Rama fructífera es José, rama fructífera junto a una fuente, cuyos vástagos se extienden sobre el muro…
Las bendiciones de tu padre fueron mayores que las bendiciones de mis progenitores, hasta el término de los collados eternos: sean sobre la cabeza de José” (Génesis 49:22, 26).
Si seleccionamos un lugar alejado de Palestina, ¿dónde podrían ubicarse mejor los términos de los collados eternos que aquí en las Montañas Rocosas, con centro en Salt Lake City? Ciertamente, este es el lugar.
Miqueas miró a través del curso del tiempo y también hizo una profecía confirmatoria. Él dijo:
“Y acontecerá en los postreros días, que el monte de la casa de Jehová será establecido por cabecera de montes, y más alto que los collados; y correrán a él los pueblos.
Y vendrán muchas naciones, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus sendas; porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová” (Miqueas 4:1–2).
El Templo de Salt Lake se encuentra en esta Manzana del Templo, no muy lejos de este tabernáculo donde estamos reunidos. Es la casa del Señor; y así la casa del Señor ha sido establecida en la cima de las montañas y exaltada sobre los collados. A través del programa misional de los últimos cien años, conversos han sido reunidos de todas las naciones de la tierra. Muchos de los santos han hecho sus hogares en los valles de las Montañas Rocosas. Al migrar aquí para edificar sus hogares, y también al venir a Salt Lake City para asistir a la conferencia general dos veces al año, dicen: “Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y él nos enseñará en sus caminos,” para que puedan andar por sus sendas.
La “ley del Señor” ha salido de Sion en Doctrina y Convenios, en el Libro de Mormón, en la Perla de Gran Precio, y por medio de las enseñanzas inspiradas de los santos profetas de esta dispensación, para confirmar la “palabra del Señor” que ha salido de Jerusalén en la Santa Biblia (Miqueas 4:2).
Así, las profecías hechas por estos antiguos profetas se han cumplido y se están cumpliendo.
Con humildad y desde lo más profundo de mi corazón, quiero dar testimonio de que sé que “una obra maravillosa y un prodigio” ha sido establecida —la verdadera Iglesia de Jesucristo está aquí sobre la tierra, fundada mediante el profeta José Smith. Sé, así como sé que estoy vivo, que él fue un profeta de Dios, uno de los más grandes que el mundo haya conocido. También doy solemne testimonio de que todos los presidentes que han presidido la Iglesia en esta dispensación, incluyendo a nuestro amado presidente David O. McKay, son profetas del Dios verdadero y viviente. El presidente McKay posee las llaves del reino, llaves y posición de profeta, vidente y revelador, que continuará teniendo por designación divina hasta su muerte, y luego otro será nombrado por el Señor para reemplazarlo.
Los santos profetas han declarado que el reino de Dios ha sido establecido, para no ser quitado de la tierra jamás, ni ser dado a otro pueblo—por tanto, el sueño de Nabucodonosor, interpretado por Daniel, se está cumpliendo. El Dios del cielo ha establecido su reino sobre la tierra en estos últimos días, “el cual no será jamás destruido; y no será el reino dejado a otro pueblo.” Como “la piedra cortada del monte, no con mano,” rodará hasta llenar toda la tierra (Daniel 2:44–45, 34–35). Y “los santos del Altísimo recibirán el reino, y poseerán el reino hasta el siglo, eternamente y para siempre” (Daniel 7:18).
El clímax de toda esta obra maravillosa y un prodigio será la venida de Jesucristo entre las nubes del cielo a su reino para reinar como Rey de reyes y Señor de señores (Apocalipsis 19:16). A él le será dado “…dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvan” (Daniel 7:14).
Estas cosas las sé por el poder del Espíritu Santo, que ha dado testimonio a mi corazón; y doy este testimonio a ustedes con humildad, en el nombre de Jesucristo. Amén.


























Este mensaje inspirado bien puede aplicarse a nuestro Bendecido país,la República Argentina.
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