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Doctrina y Convenios 77–80
14 – 20 julio: “Yo os guiaré”
Contexto Histórico
Sección 77 – Preguntas y respuestas sobre el Apocalipsis
Durante el invierno y la primavera de 1832, José Smith y Sidney Rigdon continuaban su trabajo de la Traducción Inspirada de la Biblia, también conocida como la Traducción de José Smith. En este período estaban trabajando en el libro del Apocalipsis (Revelación). Como parte de este proceso, José formuló preguntas específicas sobre el simbolismo del texto de Juan, y las respuestas que recibió por revelación quedaron registradas en lo que hoy es Doctrina y Convenios 77.
Esta sección es única en su forma: está compuesta de una serie de preguntas y respuestas que abordan símbolos proféticos como los cuatro animales vivientes, los sellos, los 144,000 sellados, entre otros temas del Apocalipsis. No es una revelación ordinaria como otras, sino una guía interpretativa profética.
La sección demuestra que José Smith y los primeros santos estaban profundamente interesados en los últimos días y buscaban entender la secuencia de los acontecimientos relacionados con la segunda venida de Cristo. El contenido refleja la importancia de la escatología en el pensamiento temprano del Movimiento de los Últimos Días.
Sección 78 – Preparativos para establecer Sión y una orden económica
Dada el 1 de marzo de 1832 en Kirtland, Ohio, esta revelación responde a la creciente necesidad de organizar los asuntos temporales y económicos de la Iglesia. José Smith y otros líderes entendieron que el establecimiento de Sión en Misuri requería una preparación tanto espiritual como temporal.
Por ello, el Señor instruyó a José y a otros a establecer lo que se convertiría en la Orden Unida (United Firm), una forma temprana de cooperativa económica eclesiástica, compuesta por líderes clave que administrarían propiedades, imprentas y otras necesidades de la Iglesia. Aunque no se menciona directamente el nombre «Orden Unida» en esta sección, los versículos aluden a la creación de una organización sagrada para manejar los recursos de la Iglesia.
También se destaca la idea de igualdad, mayordomía y consagración, principios fundamentales del orden económico celestial. Esta revelación está ligada directamente con el ideal de preparar al pueblo del Señor para recibir una herencia en Sión, mediante la obediencia y la administración justa de sus bienes.
Sección 79 – Misión de Jared Carter
El 12 de marzo de 1832, en Hiram, Ohio, el Señor llamó a Jared Carter, un fiel converso y misionero entusiasta, a predicar el Evangelio en las regiones del este.
Esta revelación muestra cómo el Señor seguía guiando directamente la obra misional, enviando a obreros específicos a lugares designados. A Jared se le promete que irá acompañado del Espíritu Santo y que será guiado por medio de las escrituras y la revelación, si permanecía fiel.
Esto refleja cómo la obra misional era un eje central en la naciente Iglesia, y que los misioneros eran llamados de forma específica y directa por medio de revelación profética.
Sección 80 – Misión de Stephen Burnett y Eden Smith
Ese mismo día, 12 de marzo de 1832, el Señor también llamó a Stephen Burnett a salir en una misión acompañado de Eden Smith.
Esta revelación es breve pero profundamente significativa. En lugar de dar instrucciones detalladas sobre a dónde ir, el Señor les dice:
“No importa a dónde vayas… di lo que se os indique”.
Esto revela un principio importante del discipulado: lo esencial es actuar y compartir el Evangelio, más que tener siempre una dirección específica. El Señor bendecirá el esfuerzo diligente, aun cuando los detalles no estén completamente definidos.
La sección destaca la importancia del deber y la voluntad de actuar con fe, principio clave para los misioneros y miembros en general.
Estas secciones revelan una Iglesia joven pero dinámica, dirigida por la revelación continua a un profeta viviente. Los santos estaban involucrados en:
- La traducción de escrituras antiguas.
- La preparación económica para Sión.
- El envío de misioneros con poder.
A pesar de su juventud institucional, había un claro sentido de propósito, urgencia y organización celestial que guiaba cada aspecto del desarrollo de la Iglesia.
Doctrina y Convenios 77
Dios da conocimiento a las personas que lo buscan.
Doctrina y Convenios 77 presenta una serie de preguntas y respuestas reveladas al profeta José Smith sobre el Libro de Apocalipsis (Revelación de San Juan). Aunque no es una exposición exhaustiva del Apocalipsis, esta sección proporciona puntos de interpretación clave que reflejan cómo el Señor concede luz y entendimiento en respuesta a la fe, el estudio y la revelación.
Doctrinalmente, esta sección enseña:
- Dios es un Dios de revelación continua: La verdad no está cerrada. Los misterios del cielo pueden abrirse al entendimiento humano si se busca con sinceridad.
- El conocimiento espiritual viene por medio del Espíritu y la fe: Las respuestas que recibió José Smith no surgieron solo del estudio académico, sino del deseo profundo de comprender lo sagrado y del poder del sacerdocio.
- Los símbolos del Apocalipsis son inteligibles cuando se interpreta por el Espíritu: Por ejemplo, los cuatro animales representan “figuras de gloria” que tienen una relación directa con los habitantes de diferentes mundos creados por Dios (v. 2).
- Dios obra en ciclos, dispensaciones y periodos establecidos: Se explica que los siete sellos representan los siete mil años de la historia temporal de la tierra (v. 6).
- El pueblo de Dios tiene un papel activo en la obra final: Se habla de los 144,000 siervos sellados (v. 11) y de su participación en la obra misional en los últimos días.
Esta sección no tiene mandamientos, pero está llena de doctrina revelada sobre la historia, propósito y destino de la tierra y la humanidad, lo que revela la visión divina del plan eterno.
La estructura de pregunta y respuesta en Doctrina y Convenios 77 refleja una dinámica de búsqueda activa por parte del profeta José Smith. Él no esperaba pasivamente que Dios le revelara cosas al azar; en cambio, formulaba preguntas claras y específicas, basadas en su estudio de las Escrituras. Esta actitud es profundamente doctrinal: «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis» (Mateo 7:7).
En esta sección, se cumple esa promesa: Dios honra a los que «escudriñan diligentemente para aprender». Esta es una lección valiosa para los Santos de los Últimos Días hoy: no debemos temer preguntar al Señor sobre temas profundos, aun los más simbólicos o complejos. Él se complace en dar entendimiento a quienes lo buscan con rectitud y humildad.
Además, el simbolismo revelado sobre la historia de la tierra, los periodos milenarios, el papel de los ángeles, y la obra de los redimidos, muestra que Dios tiene un plan ordenado y estructurado para el destino de Su creación. Nada es al azar: todo está bajo la dirección divina.
Doctrina y Convenios 77 es una poderosa evidencia de que Dios da conocimiento a las personas que lo buscan con fe, humildad y esfuerzo diligente. Esta revelación no solo proporciona claves para entender el Apocalipsis, sino que modela cómo recibir revelación personal: a través del estudio, la oración y la disposición de preguntar con verdadera intención.
A través del profeta José Smith, el Señor enseñó que los misterios del Reino no están reservados para unos pocos, sino disponibles a todos los que los buscan con sinceridad. En un mundo lleno de confusión y simbolismo, la guía del Espíritu Santo y la revelación continua permiten entender verdades eternas.
¿Qué aprendo sobre cómo recibir revelación?
Mientras estudiaba Doctrina y Convenios 77, me llamó profundamente la atención la escena que se presenta: un profeta de Dios, José Smith, escudriñando las páginas del Apocalipsis, un libro lleno de símbolos, visiones y lenguaje celestial. No se conformó con leer superficialmente ni con aceptar su propia ignorancia sobre el texto. En cambio, hizo lo que un verdadero buscador de verdad hace: preguntó al Señor.
José formuló preguntas específicas, ordenadas, con la intención genuina de comprender. Esa actitud me enseñó que la revelación muchas veces comienza con una pregunta sincera, nacida de la fe y del deseo de saber lo que Dios quiere enseñarnos. No basta con tener curiosidad intelectual; es necesario tener el corazón dispuesto a recibir y aplicar la verdad.
Vi también que la preparación importa. José no hizo sus preguntas al azar. Estaba trabajando intensamente en la traducción de la Biblia, había estado estudiando con diligencia. Eso me enseñó que el Señor responde a quienes hacen su parte: estudiar, meditar, esforzarse por entender. El conocimiento espiritual no se da a la ligera; es un tesoro que se entrega a quienes cavan profundo.
Las respuestas que recibió no fueron acompañadas de rayos ni truenos, sino que vinieron de manera clara, simple y directa. Eso me hizo reflexionar que a veces espero que la revelación llegue como un milagro impresionante, cuando en realidad Dios suele hablar con voz apacible y delicada, directamente a la mente y al corazón. La clave está en saber reconocer esa voz.
Algo más me impresionó: el propósito de la revelación. Las respuestas que José recibió ampliaron su comprensión sobre el plan de Dios, sobre los tiempos milenarios de la tierra, sobre el papel de los ángeles y sobre los siervos que han de predicar en los últimos días. La revelación no es para entretener nuestra curiosidad, sino para iluminarnos y prepararnos para actuar. Cada verdad revelada es una invitación a vivir de manera más elevada.
Finalmente, comprendí que Dios realmente da conocimiento a quienes lo buscan con humildad, fe y esfuerzo sincero. Él no se esconde de sus hijos; al contrario, se complace en enseñar a quienes están dispuestos a aprender. La revelación no es algo lejano o reservado para unos pocos. Está al alcance de todos los que, como José, se atreven a preguntar con fe: “Señor, ¿qué significa esto?”
Historia: “La linterna de Daniel”
Había una vez un joven llamado Daniel que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas. Desde niño, Daniel sentía una profunda curiosidad por los cielos. Cada noche, se subía al techo de su casa con un viejo telescopio que su abuelo le había regalado y observaba las estrellas, imaginando los misterios del universo.
Una noche, mientras leía el libro de Apocalipsis con una linterna bajo su manta, Daniel se sintió profundamente confundido. Había símbolos, bestias, sellos y trompetas. Cerró el libro frustrado y murmuró: “Nunca voy a entender esto…”.
Al día siguiente, fue a ver a su abuelo, quien había sido maestro de las Escrituras por muchos años. Le explicó lo que sentía, esperando que su abuelo le diera todas las respuestas.
Pero el abuelo solo sonrió y le dijo:
—Daniel, la linterna que tienes en la mano es útil, pero solo alumbra donde tú la diriges. Si solo la dejas encendida sin moverla, nunca verás más allá de donde estás. El conocimiento espiritual funciona igual: Dios da luz, pero tú debes buscar a dónde dirigirla.
Entonces el abuelo le habló de José Smith, un profeta que también tuvo preguntas sobre un libro lleno de símbolos: el Apocalipsis. José no se conformó con no entenderlo. Lo estudió, oró y luego le preguntó al Señor directamente. ¿Y sabes qué pasó?, preguntó el abuelo. El Señor le respondió.
Inspirado, Daniel decidió seguir ese ejemplo. Empezó a estudiar las Escrituras cada día, anotando sus preguntas. En lugar de enojarse por no entender, las escribía en un cuaderno y las llevaba a sus oraciones.
Una noche, mientras oraba, sintió una impresión muy clara en el corazón: “Sigue buscando. Estoy aquí”.
Con el tiempo, las respuestas comenzaron a llegar. Algunas venían mientras leía otros pasajes; otras surgían en conversaciones con su abuelo; otras simplemente “aparecían” en su mente cuando menos lo esperaba. No todas las preguntas se resolvieron de inmediato, pero Daniel aprendió que la revelación es un proceso.
Una tarde, compartió lo aprendido en una clase de jóvenes. Dijo:
—Antes pensaba que Dios le hablaba solo a los profetas. Pero ahora sé que Él habla a todos los que preguntan con fe. Solo hace falta una linterna y un corazón que no se canse de buscar.
Desde entonces, muchos en su barrio comenzaron también a llevar un “cuaderno de preguntas espirituales”, y Daniel comprendió que la luz que había recibido no era solo para él, sino para iluminar el camino de otros también.
Así como José Smith en Doctrina y Convenios 77, y como Daniel en la historia, todos podemos recibir conocimiento de Dios. Él no esconde las verdades eternas; simplemente espera que nosotros las busquemos con fe, humildad y esfuerzo diligente.
La historia es una excelente metáfora visual y espiritual que transmite con claridad el mensaje doctrinal de Doctrina y Convenios 77: que Dios da conocimiento a quienes lo buscan sinceramente. La linterna representa de forma efectiva el principio de que la luz divina —la revelación— no se da de forma pasiva o automática, sino que requiere dirección, intención y acción por parte del buscador.
Uno de los aspectos más valiosos del relato es que pone al joven Daniel en una posición con la que muchos pueden identificarse: alguien que se frustra al no entender las Escrituras y busca ayuda. Esto refleja la experiencia común de estudiantes del Evangelio, lo que hace que el mensaje sea accesible y aplicable. Al presentar el ejemplo de José Smith como alguien que hizo preguntas específicas y recibió respuestas reveladas, el relato refuerza la idea de que la revelación no es solo para los profetas, sino para todos los hijos de Dios que la buscan con fe.
Además, la historia enseña de manera práctica cómo recibir revelación personal:
- Estudiar con diligencia.
- Formular preguntas reales y específicas.
- Orar con intención sincera.
- Estar dispuesto a esperar y reconocer respuestas en formas sutiles.
También me parece poderosa la conclusión, donde Daniel comienza a compartir lo que ha aprendido y otros lo siguen. Esto refuerza la verdad de que la luz recibida puede y debe compartirse, cumpliendo así uno de los propósitos de la revelación: edificar al cuerpo de Cristo.
Doctrina y Convenios 78
¿Qué era la Firma Unida?
En los primeros meses de 1832, la Iglesia del Señor aún era joven, pero sus líderes ya enfrentaban grandes desafíos. No solo predicaban el evangelio en tierras lejanas y organizaban ramas de santos en crecimiento, sino que también necesitaban sostener la obra de Dios en el ámbito temporal: publicar escrituras, atender a los pobres, mantener almacenes, y adquirir tierras para el recogimiento en Sión.
En ese contexto, el profeta José Smith recibió una revelación importante —registrada en Doctrina y Convenios 78— donde el Señor dio instrucciones para formar una organización especial, conocida como la Firma Unida. Aunque el término puede sonar moderno, la intención era profundamente espiritual: el Señor estaba estableciendo un grupo de líderes consagrados que manejarían los asuntos económicos de la Iglesia bajo principios sagrados.
Esta Firma no era simplemente una sociedad comercial. Era una organización establecida por convenio, cuyos miembros —entre ellos José Smith, Sidney Rigdon, Newel K. Whitney y Edward Partridge— serían responsables de usar sus recursos, propiedades y habilidades para servir al Señor y edificar Su Reino. El Señor lo llamó un «pacto eterno», diseñado para proveer por los pobres, publicar escrituras, y preparar al pueblo para establecer Sión.
En Kirtland y en Misuri, los líderes empezaron a operar almacenes, imprentas y fincas, todo en nombre de la Iglesia. El objetivo era claro: administrar con rectitud los bienes sagrados del Reino y aplicar los principios del cielo en la vida diaria. Cada miembro de la Firma Unida debía consagrar sus bienes y actuar como mayordomo fiel, confiando en que el Señor proveería lo necesario si lo ponían todo al servicio de Él.
Sin embargo, los desafíos eran reales. Las deudas, la persecución en Misuri, y la falta de unidad entre algunos miembros llevaron finalmente a la disolución de la Firma Unida en 1834. Aun así, la experiencia no fue en vano. Aquella organización pionera sirvió como un laboratorio divino, un modelo temprano de la ley de consagración, y dejó enseñanzas duraderas sobre cómo los santos deben actuar como un solo corazón y una sola mente al servir a Dios.
Hoy, aunque ya no existe la Firma Unida como tal, sus principios siguen vivos: la consagración, la mayordomía, el cuidado de los necesitados, y la santidad de los recursos del Reino. Fue una manifestación temprana de un ideal celestial: que en el Reino de Dios, tanto lo espiritual como lo temporal son sagrados, y deben ser administrados por hombres y mujeres fieles que estén dispuestos a hacer convenios con Él.
Al estudiar la historia de la Firma Unida, me conmueve ver cómo el Señor llama a Sus siervos no solo a predicar y enseñar, sino también a organizar, administrar y sostener temporalmente Su obra con santidad. Para Dios, lo temporal y lo espiritual no están separados. Ambos forman parte del mismo plan eterno.
Lo más revelador de esta experiencia histórica es que no se trató solo de una estrategia económica o de una empresa colectiva. Fue un acto de fe y de consagración. Aquellos primeros líderes hicieron convenios sagrados para dedicar sus recursos, habilidades y esfuerzos al servicio del Reino. No porque fueran perfectos o ricos, sino porque estaban dispuestos a hacer la voluntad del Señor.
Esto me invita a preguntarme:
¿Estoy dispuesto a hacer lo mismo en mi esfera actual?
¿Estoy consagrando mis dones, mi tiempo, mi energía, mis recursos —por pequeños que sean— para edificar el Reino de Dios?
Tal vez yo no administre almacenes ni imprentas como lo hicieron ellos, pero puedo contribuir con un corazón consagrado, sirviendo con fidelidad en mi llamamiento, ayudando a los necesitados, y usando mis talentos para bendecir a otros. Esa es la esencia de la mayordomía sagrada: reconocer que todo lo que tengo viene del Señor, y devolverle una parte con gratitud y diligencia.
Además, la historia de la Firma Unida me recuerda que el Señor no espera perfección inmediata, sino disposición sincera. Aun cuando la organización eventualmente fracasó por debilidades humanas y circunstancias adversas, Dios no dejó de trabajar con Su pueblo. Él siguió enseñando, ajustando y guiando. Así también es conmigo: cuando intento consagrarme, aunque tropiece, el Señor sigue enseñándome y extendiéndome Su gracia.
Finalmente, esta experiencia me enseña que el ideal de Sión no es solo un sueño del futuro. Empieza en los corazones y en los hogares de quienes están dispuestos a vivir con fe, generosidad y unidad. La consagración no comienza con millones de dólares, sino con una decisión silenciosa y firme de vivir para el Señor.
La historia de la Firma Unida me invita a vivir más plenamente estos principios:
- Todo lo que tengo es del Señor.
- El servicio en lo temporal también es espiritual.
- La consagración es un acto diario de fe y amor.
- Sión comienza con corazones dispuestos, no con condiciones ideales.
Doctrina y Convenios 78:1–7
Yo puedo ayudar a “adelantar la causa” de Cristo y Su Iglesia.
Era marzo de 1832. En medio de desafíos, pobreza y organización incipiente, José Smith y otros líderes de la Iglesia recibieron una instrucción del Señor. El mensaje era directo, pero lleno de propósito y visión eterna. El Señor les habló con poder y ternura, reconociendo a aquellos que habían «dado su nombre» para adelantar Su causa —la causa del Redentor, Jesucristo.
Él no les habló como a extraños ni como a simples seguidores, sino como a socios en una obra divina. Su causa no era menor: se trataba de preparar a Su pueblo para el día glorioso en que Él vendría a morar con ellos.
Para ello, el Señor reveló un plan práctico: organizar una finca, una administración temporal para sostener a la Iglesia, a los necesitados y a la obra del Evangelio. No era simplemente un asunto económico; era una parte integral del Reino de Dios en la tierra. El manejo de una imprenta, un almacén, y otras propiedades no eran empresas mundanas, sino sagradas si se consagraban al servicio divino.
Pero el Señor estableció un principio fundamental: si querían recibir las cosas celestiales, debían ser iguales también en las cosas terrenales. No podían esperar las glorias del cielo mientras permitían desigualdades y necesidades injustas en la tierra. La igualdad que el Señor buscaba no era impuesta, sino voluntaria y consagrada —una comunidad donde todos se cuidaran mutuamente como hermanos y hermanas en Cristo.
“Si queréis que os dé un lugar en el mundo celestial,” dijo el Señor, “debéis prepararos haciendo las cosas que os he mandado.” Este era el llamado: no solo creer, sino actuar. No solo esperar Su venida, sino prepararse para ella construyendo una comunidad justa, unida y obediente.
Al leer esta revelación, me doy cuenta de que ese llamado sigue vigente. Yo también he dado mi nombre a Su causa: me he bautizado, he hecho convenios, he aceptado servir. ¿Cómo puedo yo, hoy, adelantar esa obra?
Tal vez no administre una imprenta ni un almacén, pero puedo enseñar el Evangelio a mis hijos, fortalecer mi hogar, servir en mi barrio, dar a los necesitados, y vivir con fe. Puedo amar, compartir, ministrar y consagrar. Así, en lo sencillo y en lo diario, puedo ser parte de la preparación para Su regreso. La causa del Salvador es mi causa también.
¿Cuál es la causa de la Iglesia del Salvador?
La causa de la Iglesia del Salvador es la causa de Cristo mismo: llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del ser humano (véase Moisés 1:39). Es la obra de salvar almas, de reunir a los hijos de Dios en Su Evangelio, de preparar a los santos para Su Segunda Venida, y de establecer una sociedad justa y consagrada donde reine la paz, la fe y el amor cristiano.
Esa causa se manifiesta en muchas formas: en predicar el Evangelio a todas las naciones, en edificar templos y congregaciones, en cuidar de los pobres y necesitados, en fortalecer a las familias, y en ayudar a cada persona a hacer convenios con Dios y guardar esos convenios.
Cuando el Señor reveló a José Smith que administrar una finca o una imprenta ayudaba a “adelantar la causa”, nos enseñó que cada esfuerzo consagrado —espiritual o temporal— forma parte de esa gran obra redentora. No se trata solo de doctrinas o templos; también de logística, economía, enseñanza, comunicación, consuelo y servicio.
¿Cómo puedo ayudar a adelantar esa causa, incluso en mi familia?
Aunque no esté al frente de una misión ni reciba revelaciones para la Iglesia, yo también tengo un papel en esta causa divina. Mi casa, mis decisiones, mi tiempo y mi influencia pueden ser instrumentos para edificar el Reino de Dios.
Aquí algunas maneras en que puedo adelantar Su causa dentro de mi familia:
- Enseñando el Evangelio con amor.
Crear un hogar donde se lea el Libro de Mormón, donde se ore con sinceridad, y donde se hable del Salvador no como un personaje distante, sino como alguien vivo y cercano. - Fomentando la obediencia y el servicio.
Ayudar a mis hijos a ver el valor de la obediencia y la importancia de servir a los demás —primero en casa, luego en la comunidad. - Cuidando las necesidades emocionales y físicas.
La igualdad en las cosas temporales también empieza en casa: asegurarme de que nadie se sienta ignorado, solo o menospreciado. - Apoyando a mi cónyuge y fortaleciendo la unidad familiar.
El Salvador desea familias unidas. Cuando trabajo por el amor, la paciencia y la comprensión, estoy participando en Su obra. - Siendo ejemplo de fe.
Mi testimonio silencioso —mis actos diarios de rectitud, incluso cuando nadie me ve— pueden marcar la diferencia y ser una luz para los demás. - Ministrando con propósito.
Extender esa influencia fuera del hogar, al ministrar con sinceridad a vecinos, amigos y miembros del barrio, también adelanta Su causa.
La causa de Cristo es inmensa, pero también íntima. No se adelanta solo en púlpitos o misiones lejanas; también se adelanta en la mesa familiar, en una conversación sincera, en una oración compartida, y en una decisión justa. Cada acto de fe, cada palabra de amor, cada esfuerzo por edificar a alguien —por pequeño que sea— es una piedra más en el Reino de Dios.
Yo soy parte de esa causa. Y con Cristo como guía, mi hogar puede ser uno de Sus talleres más sagrados.
Doctrina y Convenios 78:17–18
El Señor me guiará.
En una época temprana de la Restauración, cuando los líderes de la Iglesia aún aprendían a caminar espiritualmente en medio de oposición, pobreza y desafíos organizativos, el Señor les habló con palabras tiernas y poderosas. Les recordó su pequeñez, no para humillarlos, sino para mostrarles cuánto los amaba y cómo deseaba guiarlos.
“Vosotros no podéis comprender ahora todas las cosas que os son necesarias”, les dijo. “Sin embargo, sed de buen ánimo, porque yo os guiaré.”
Como un padre que toma de la mano a su hijo pequeño para cruzar un camino peligroso, el Señor les recordó que Él conoce el sendero, aunque ellos no. Les enseñó que, aunque eran débiles como niños, Él estaba dispuesto a acompañarlos, a levantarles cuando tropezaran, y a llevarlos a lugares que jamás podrían alcanzar por sí solos.
“Yo os conduciré de uno en uno”, prometió. No como un líder distante, ni con mandatos fríos, sino con una guía personal, paciente y constante. Prometió llevarlos “a un conocimiento de los misterios del reino” y a “un gozo incomparable”. Era una invitación a confiar, no en su propia sabiduría, sino en la sabiduría de Aquel que lo sabe todo, lo ve todo y nunca abandona a Sus hijos.
Al leer estas palabras, me reconozco en ellas. Yo también soy ese niño pequeño que a veces no entiende por qué llegan las pruebas, por qué se cierran algunas puertas, o por qué el camino parece oscuro. Pero estas escrituras me enseñan que el Señor no espera que lo entienda todo ahora. Lo que espera es que confíe en Él.
Cuando me siento abrumado, Él me recuerda: “Tú no lo puedes ver aún, pero Yo sí. Confía. Camina conmigo. Yo te enseñaré.” Él no promete que el camino será fácil, pero sí promete que nunca estaré solo.
Doctrina y Convenios 78:17–18 es un testimonio de la paciencia amorosa del Salvador. Él guía a Sus hijos paso a paso, uno por uno. Nos enseña como un padre enseña a su hijo: con compasión, con firmeza y con una visión eterna. Aunque no comprendamos todo ahora, si caminamos con Él, un día veremos el propósito, sentiremos el gozo, y sabremos que estuvimos siendo guiados todo el tiempo.
¿Por qué piensas que el Señor a veces llama a Sus seguidores “niños pequeños”?
El Señor nos llama “niños pequeños” porque eso es lo que somos ante Él: seres en crecimiento, con comprensión limitada, vulnerables y necesitados de guía constante. Así como un niño depende de sus padres para aprender, avanzar y estar a salvo, nosotros también dependemos de nuestro Padre Celestial para recibir luz, dirección y consuelo en este mundo lleno de incertidumbre.
Al llamarnos así, no nos menosprecia, sino que nos recuerda cuánto nos ama y cuán dispuesto está a guiarnos con ternura, paciencia y cuidado. Es una forma de hacernos ver que nuestra humildad y dependencia de Él no son debilidades, sino virtudes necesarias para progresar en el camino del discipulado.
¿En qué ocasiones te has sentido como un niño pequeño, quizá a causa de algo que “todavía no has entendido” o que “no puedes sobrellevar”?
Me he sentido como un niño pequeño en momentos de pérdida, decisiones difíciles, confusión espiritual o inseguridad sobre el futuro. A veces me encuentro preguntando al Señor: “¿Por qué esto?” o “¿Qué debo hacer ahora?”, y me doy cuenta de que no tengo todas las respuestas, ni la fuerza suficiente para enfrentar ciertas cargas solo.
También me he sentido así cuando no entiendo por qué las cosas no salen como esperaba, o cuando oraciones sinceras parecen no recibir una respuesta inmediata. En esos momentos, me doy cuenta de que mi sabiduría es tan limitada como la de un niño frente al vasto entendimiento de su padre amoroso.
¿Qué encuentras en esos versículos que te pueda ayudar a “ser de buen ánimo” (versículo 18) en esas ocasiones?
Encuentro esperanza en la promesa: “Sed de buen ánimo, porque os conduciré de uno en uno.”
Esa frase me llena de paz. El Señor no me está pidiendo que corra solo ni que entienda todo de inmediato. Él me tomará de la mano y me conducirá a mi propio ritmo, conociendo mis límites y mi corazón. Me ayudará a entender “todas las cosas que son necesarias” a Su debido tiempo, no todo de una vez.
Además, me anima saber que hay un propósito mayor en mis pruebas: me está preparando para recibir “una corona llena de gloria” y “el gozo que es inmenso y pleno de gloria”. Esas palabras me invitan a seguir adelante con fe, aunque no entienda todo hoy.
¿De qué manera el Padre Celestial todavía quiere que seas como un niño?
El Padre Celestial desea que yo siga siendo como un niño en las siguientes maneras:
- Humilde: Reconociendo que necesito Su ayuda constante.
- Enseñable: Dispuesto a cambiar, aprender y seguir Sus mandamientos.
- Confiado: Creyendo que Él sabe lo que es mejor, incluso cuando no lo comprendo.
- Amoroso y sincero: Cultivando la pureza, la bondad y el deseo de hacer el bien que caracteriza a los niños pequeños.
Ser como un niño no es retroceder, sino avanzar con el corazón limpio, libre de orgullo y dispuesto a dejar que el Señor me forme según Su sabiduría.
Doctrina y Convenios 78:17–18 me recuerda que no estoy solo, que es normal sentirse pequeño y confundido a veces, y que el Señor no me exige perfección inmediata, sino confianza constante. Ser como un niño ante Él no es señal de debilidad, sino una oportunidad para ser guiado con amor hacia una gloria mayor de la que puedo imaginar hoy.
Doctrina y Convenios 78:19
Puedo recibir todas las cosas con gratitud.
En medio de revelaciones administrativas, mandamientos temporales y el establecimiento de la Firma Unida, el Señor detuvo por un momento Su instrucción para entregar una enseñanza eterna. Con un lenguaje sereno pero poderoso, declaró:
“Y el que recibe todas las cosas con gratitud será glorificado; y las cosas de esta tierra le serán añadidas, sí, cien veces más, aun más.”
No fue una nota al margen, ni un detalle secundario. Fue una promesa divina tejida en el corazón de la ley celestial: la gratitud es una llave que abre la puerta de la gloria.
Un principio escondido en la sencillez
Mientras los santos trabajaban arduamente para edificar el Reino de Dios —lidiando con pobreza, persecución y responsabilidad— el Señor les enseñó que la actitud con la que recibían Sus bendiciones (y aún Sus pruebas) determinaba en gran medida lo que Él podía confiarles a futuro.
La gratitud no era solo una respuesta emocional; era un acto de fe y una expresión de confianza en Dios. Aquellos que recibían todo con gratitud —tanto lo dulce como lo amargo, tanto la abundancia como la escasez— estaban mostrando que entendían que el Señor gobierna con sabiduría perfecta.
Gratitud: Un principio celestial con poder multiplicador
En este versículo, el Señor no solo promete gloria futura a los agradecidos. También promete multiplicación temporal: “las cosas de esta tierra le serán añadidas, cien veces más.” Es decir, la gratitud desbloquea bendiciones adicionales. Aquel que agradece, aunque tenga poco, será preparado para recibir más, porque el Señor sabe que lo valorará, lo compartirá y lo usará sabiamente.
En contraste, el corazón ingrato —aunque tenga mucho— no está preparado para recibir más, porque no ve a Dios como la fuente de todo bien.
¿Qué significa recibir todas las cosas con gratitud?
Significa aceptar con humildad y gozo tanto las bendiciones como las pruebas, reconociendo que todo lo que viene del Señor tiene propósito. A veces se recibe gratitud al obtener una oración contestada. Pero otras veces, la gratitud más pura brota cuando no entendemos completamente el porqué de algo, pero aun así confiamos.
He aprendido que puedo agradecer incluso cuando no todo va como planeaba, porque sé que Dios está obrando algo mayor en mi vida. Puedo agradecer por el día de hoy, por el pan en mi mesa, por la familia que me rodea, por las pruebas que me refinan y por la esperanza que me sostiene.
Un alma agradecida es una alma glorificada
Doctrina y Convenios 78:19 enseña que la gratitud no es simplemente una buena actitud; es una ley celestial que prepara el alma para la gloria. Cuando recibo todas las cosas con gratitud —no solo las que me gustan—, me vuelvo más como Cristo, quien en todo momento honró y agradeció a Su Padre.
Así, el camino hacia la exaltación está lleno de gratitud constante: por el Evangelio, por la guía del Espíritu, por las personas en nuestra vida, y por la obra santificadora del Señor en todas nuestras circunstancias.
¿Qué diferencia hace en mi vida el recibir “todas las cosas” con gratitud, incluso aquellas que tal vez no parezcan bendiciones?
Aprender a recibir todas las cosas con gratitud —no solo lo que considero bueno o deseado— ha marcado una profunda diferencia en mi vida. Me ha cambiado la forma de ver mis experiencias, mis pruebas y hasta a mí mismo.
Cuando enfrento momentos difíciles —una enfermedad inesperada, una decepción, una pérdida o una oración aparentemente no contestada— mi reacción natural suele ser dudar, quejarme o preguntarme “¿por qué a mí?”. Pero cuando elijo mirar esas experiencias con ojos de gratitud, algo cambia en mi interior. Comienzo a ver no solo lo que me duele, sino lo que estoy aprendiendo, lo que Dios me está mostrando, y en quién me estoy convirtiendo.
La gratitud me ayuda a reconocer que Dios sigue siendo bueno, incluso cuando la vida es difícil. Me recuerda que Él está en control y que hay un propósito, aunque yo no lo entienda todavía. Aceptar con gratitud las pruebas me ha enseñado a ser más humilde, más compasivo y más dependiente del Señor.
He descubierto que muchas de las cosas que no parecían bendiciones al principio, con el tiempo se han convertido en las experiencias más santificadoras y reveladoras de mi vida. La gratitud no quita el dolor, pero sí le da sentido. Me abre los ojos a la mano del Señor y me llena de paz en medio de la incertidumbre.
Recibir todas las cosas con gratitud transforma el corazón. Cambia quejas por confianza, dudas por esperanza, y temor por fe. Es una forma de decirle al Señor: “No entiendo todo, pero confío en Ti. Sé que estás conmigo. Gracias por no dejarme solo, incluso en esto.”
Esa confianza agradecida abre la puerta para que Él derrame más luz, más gozo y más fortaleza de la que podría recibir de otra forma.
Historia: “El Taller del Maestro”
En un pequeño pueblo rodeado de montañas, vivía un joven llamado Elías. Desde niño, Elías soñaba con servir a un gran rey que, según contaban las Escrituras, un día regresaría para reinar con justicia. No era un rey como los demás, sino uno que amaba a su pueblo, que prometía paz eterna y que construía Su reino no con espadas, sino con servicio, obediencia y amor.
Un día, un mensajero llegó al pueblo con una proclamación: “¡El Rey está reuniendo obreros para preparar Su regreso! Todo aquel que desee servir, que dé su nombre y esté dispuesto a trabajar en Su causa.”
Elías no lo dudó. Firmó con gozo y recibió su asignación: ayudar en el Taller del Maestro, un lugar sencillo donde se fabricaban herramientas, se reparaban casas y se almacenaban víveres para los necesitados. Al principio, Elías se sintió decepcionado. Él esperaba misiones gloriosas, tal vez predicar en reinos lejanos o realizar milagros. Pero en vez de eso, estaba barriendo suelos, reparando techos y ordenando almacenes.
Con el tiempo, Elías comenzó a notar algo: las herramientas que él ayudaba a fabricar servían para construir hogares; los víveres que organizaba alimentaban a familias; y el taller que parecía simple era, en realidad, una parte vital de la preparación del Reino.
Un día, llegó nuevamente el mensajero y dijo: “El Rey ha observado tu trabajo. No solo has obedecido, sino que has servido con gratitud y amor. El Reino necesita corazones como el tuyo.”
Elías, sorprendido, preguntó: “¿Pero qué he hecho yo de tan especial?”
El mensajero sonrió: “Has comprendido lo más importante: que la causa del Rey no se adelanta solo en los tronos o en los púlpitos, sino también en los talleres, en los hogares y en los corazones de quienes sirven con fe.”
Desde entonces, Elías ya no subestimó ninguna tarea. Supo que cada clavo martillado con amor, cada oración enseñada a un niño, cada acto de bondad en silencio, era parte de la gran causa de su Rey.
Y así, cuando el Rey finalmente vino, no buscó solo grandes guerreros o sabios eruditos. Buscó a quienes, como Elías, habían consagrado su vida diaria a Su causa, y les dijo: “Venid, siervos fieles. Habéis ayudado a preparar mi Reino.”
La historia de Elías en el Taller del Maestro es una representación poderosa, sencilla y profundamente simbólica de cómo el Señor espera que ayudemos a “adelantar Su causa”, tal como se enseña en Doctrina y Convenios 78. Aunque el contexto original de la revelación incluía asuntos económicos como la imprenta, el almacén y la Firma Unida, la historia logra trasladar esa enseñanza a un marco aplicable y comprensible para cualquier persona hoy en día.
Elías representa a cada discípulo moderno que, al igual que los primeros santos, da su nombre a la causa de Cristo al hacer convenios con Él. Lo más notable es que Elías, aunque inicialmente deseaba servir de formas más visibles o grandiosas, aprendió que el verdadero servicio al Salvador no siempre ocurre en grandes plataformas, sino en tareas diarias y aparentemente comunes, pero realizadas con fe y consagración.
La imagen del taller es especialmente acertada, pues refleja que la preparación del Reino no solo es espiritual, sino también práctica y concreta. Como el taller de los santos en Kirtland o Misuri, donde se preparaban herramientas para sostener a la Iglesia, nuestra propia vida diaria puede ser también un “taller del Maestro” si consagramos nuestro trabajo, tiempo y esfuerzo.
El desenlace —cuando el Rey reconoce la fidelidad de Elías— subraya uno de los grandes mensajes de la sección 78: que el Señor ve el corazón. No exige perfección ni posiciones elevadas, sino disposición sincera, obediencia constante y un espíritu de gratitud.
Además, la historia resalta un principio profundo: que lo temporal y lo espiritual están unidos en la obra del Señor. Así como administrar una imprenta o un almacén puede ser sagrado si se hace para edificar el Reino, también lo son cocinar para la familia, enseñar a los hijos, o ministrar a un amigo.
Te presento un diálogo entre maestro y alumno basado en Doctrina y Convenios 78:1–7, 17–19,
Maestro: Hoy vamos a hablar sobre una enseñanza poderosa que encontramos en Doctrina y Convenios 78. Empecemos con esto: ¿Has escuchado la expresión «adelantar la causa de Cristo»?
Alumno: Sí, pero no estoy seguro de entender completamente a qué se refiere. ¿Significa predicar el Evangelio?
Maestro: Eso es parte de ello, sin duda. Pero es más amplio. En la sección 78, el Señor habló con José Smith y otros líderes sobre cómo incluso administrar una finca o una imprenta podía ayudar a adelantar Su causa. ¿Qué te enseña eso?
Alumno: Que la causa de Cristo no solo es espiritual, sino también temporal. Que hasta lo práctico puede ser parte de Su obra.
Maestro: Exacto. El Señor no separa lo espiritual de lo temporal cuando todo está consagrado a Él. Ahora, ¿cuál crees tú que es la causa de Su Iglesia?
Alumno: Supongo que es salvar almas, ayudar a las personas a regresar a Dios, preparar al mundo para la venida de Cristo…
Maestro: ¡Muy bien! Esa es la esencia. Y parte de esa preparación es crear una comunidad justa y consagrada, donde todos se cuiden unos a otros. ¿Crees que tú puedes ayudar en eso, incluso desde tu casa?
Alumno: Sí, aunque no esté al mando de una imprenta, puedo enseñar el Evangelio a mis hijos, servir en casa, ayudar a los demás… cosas pequeñas, pero importantes.
Maestro: Has captado la idea. A veces pensamos que servir a Dios es hacer grandes cosas, pero Él también se complace en los actos sencillos si se hacen con amor. Ahora, en los versículos 17 y 18, el Señor dice que nos guiará “de uno en uno”. ¿Por qué crees que Él nos llama “niños pequeños”?
Alumno: Tal vez porque somos espiritualmente inmaduros… y necesitamos guía constante.
Maestro: Exactamente. Como un niño necesita a su padre para aprender, así nosotros necesitamos al Señor. ¿Has tenido experiencias en las que te hayas sentido como un niño pequeño ante el Señor?
Alumno: Sí, muchas veces. Especialmente cuando no entiendo lo que está pasando o cuando me siento incapaz de seguir adelante.
Maestro: ¿Y qué encuentras en esos versículos que te da ánimo en esos momentos?
Alumno: Me ayuda saber que el Señor me guiará personalmente. Que aunque no entienda ahora, Él sí lo entiende. Eso me da paz.
Maestro: Es una promesa preciosa, ¿verdad? Finalmente, en el versículo 19 se nos enseña a recibir “todas las cosas con gratitud”. ¿Qué crees que eso significa?
Alumno: Que debemos ser agradecidos no solo por lo bueno, sino también por las pruebas. Confiar en que todo tiene un propósito.
Maestro: Muy bien dicho. ¿Qué efecto tiene en tu vida el tratar de vivir con gratitud, incluso cuando no todo es fácil?
Alumno: Me cambia el corazón. Me ayuda a confiar más en Dios, a ver Su mano en cosas pequeñas. Me da esperanza y me ayuda a dejar de quejarme.
Maestro: Eso es lo que el Señor promete: que si somos agradecidos, seremos glorificados y recibiremos aún más. Es como si la gratitud abriera las ventanas del cielo.
Alumno: Entonces, ¿puedo decir que al ser agradecido, al dejarme guiar como un niño, y al servir desde donde estoy… estoy ayudando a adelantar la causa de Cristo?
Maestro: Así es. Cada oración, cada acto de amor, cada momento de obediencia y gratitud sincera… todo eso construye el Reino de Dios. No subestimes nunca lo que haces cuando lo haces con el Señor.
Doctrina y Convenios 79–80
“El llamado a servir a Dios importa más que el sitio donde presto servicio”
En la primavera de 1832, en medio del crecimiento inicial de la Iglesia restaurada, el Señor continuaba revelando Su voluntad a través de José Smith a individuos específicos, guiando su servicio misional con sabiduría divina. En Doctrina y Convenios 79 y 80 encontramos dos breves pero poderosos ejemplos de cómo el Señor ve el servicio misional, no tanto por el lugar al que se envía al siervo, sino por su disposición a servir con fidelidad.
Doctrina y Convenios 79: El llamado de Jared Carter
Este breve pasaje comienza con un tono majestuoso y afirmativo: “En verdad te digo, hijo mío Jared, que es mi voluntad que salgas otra vez a proclamar mi evangelio” (v.1). Jared Carter ya había servido una misión anteriormente, y había regresado con un espíritu animado. Ahora, el Señor lo llama nuevamente, no por haber terminado su deber, sino porque aún quedaban almas por rescatar.
La instrucción divina no especifica un destino particular. Más bien, el Señor declara que Él lo “protegerá y le dará éxito” (v.2), lo cual resalta que la bendición divina no está atada al lugar sino al propósito. A Carter se le promete que será “investido del Espíritu Santo” y que “con gran poder testificará del arrepentimiento y de la remisión de los pecados” (v.2). La promesa del Espíritu es central, pues es ese poder celestial el que convierte los corazones, no el prestigio del lugar ni la comodidad del camino.
El Señor concluye con una afirmación que encapsula el enfoque del llamamiento: “Y he aquí, yo estaré con él en todo lugar adonde fuere” (v.3). La presencia del Señor no está limitada por geografía, sino garantizada por la obediencia del siervo. El versículo final cierra con una exhortación: “por lo tanto, id y trabajad en mi viña” (v.4), recordándonos que toda la tierra es Su viña, y que la labor sagrada no se define por el mapa, sino por la misión divina.
Doctrina y Convenios 80: La misión de Stephen Burnett y Eden Smith
La sección 80 presenta una peculiaridad doctrinal valiosa. A Stephen Burnett y Eden Smith se les manda salir “y predicar el evangelio por donde quieran ir” (v.3). A diferencia de otros llamados específicos, aquí no hay un destino señalado. El Señor les permite escoger su rumbo, con la seguridad de que dondequiera que vayan, “será por el poder del Espíritu Santo”.
Esto enseña una lección profunda: el Señor, que conoce todas las cosas, a veces nos da margen de elección. Su voluntad no siempre es un mapa detallado, sino una brújula espiritual. El enfoque está en la disposición del corazón, no en la dirección cardinal. El llamado a predicar es más importante que el lugar donde se predica.
Además, el Señor promete que si predican con fidelidad, sus pecados les serán perdonados (v.2). Esto refuerza la doctrina de que el servicio diligente al Señor tiene poder santificador. El servicio misional se convierte no solo en un deber hacia otros, sino en una vía de crecimiento y purificación personal.
Estas dos secciones enseñan que el servicio en la obra del Señor no depende del lugar donde se preste, sino del compromiso del siervo. El Señor está dispuesto a guiar, proteger, y prosperar a aquellos que salen con fe, ya sea con una dirección clara o con libertad para elegir. Lo esencial es que el corazón esté dispuesto, que la fe sea firme y que se confíe en que el Señor caminará con sus siervos “en todo lugar”.
En nuestra propia vida, a menudo esperamos que el Señor nos diga exactamente dónde servir, qué carrera seguir, o qué camino tomar. Sin embargo, estas revelaciones muestran que a veces lo más importante no es el destino, sino nuestra disposición a actuar con fe. El Señor bendice la iniciativa fiel, fortalece los pasos inseguros y magnifica las acciones humildes. En Su obra, el “dónde” es secundario; lo esencial es el “cómo” y el “por qué”. ¿Estamos dispuestos a servir, sin importar el lugar? Si la respuesta es sí, Su promesa es clara: Él estará con nosotros.
Resumen de Doctrina y Convenios 77–80
Estas secciones muestran cómo el Señor guía a Su pueblo en lo espiritual, lo temporal y lo misional.
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Sección 77 revela que Dios da conocimiento a quienes lo buscan con fe. A través de preguntas hechas por José Smith durante la Traducción de la Biblia, el Señor dio luz sobre los símbolos del Apocalipsis, enseñando que los misterios celestiales se comprenden mediante la revelación.
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Sección 78 establece principios de consagración y mayordomía al organizar la Firma Unida, una orden económica para sostener la obra del Evangelio y prepararse para establecer Sión. Se destaca que el adelantar la causa de Cristo incluye tanto lo espiritual como lo temporal.
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Secciones 79 y 80 demuestran que el llamado a servir es más importante que el lugar de servicio. Jared Carter, Stephen Burnett y Eden Smith fueron llamados a predicar con poder y fe, recibiendo guía del Espíritu aun sin instrucciones geográficas precisas.
Testifico que el Señor verdaderamente guía a Sus hijos hoy tal como lo hizo en 1832. Me inspira el ejemplo del profeta José Smith, quien no temió preguntar al Señor sobre cosas profundas y simbólicas. Eso me recuerda que yo también puedo recibir revelación si estudio, oro y busco con humildad.
También he aprendido que el servicio en el Reino de Dios no requiere títulos grandes ni misiones visibles. Cada acto consagrado —en el hogar, en la Iglesia, en el trabajo— adelanta la causa del Salvador. Él ve nuestros esfuerzos y los magnifica.
Y finalmente, testifico que el Señor me ha guiado “de uno en uno”, como prometió en Doctrina y Convenios 78:18. Ha estado conmigo en decisiones difíciles, en momentos de duda, y cuando no entendía por qué algo sucedía. Su guía ha sido real, silenciosa a veces, pero constante. Sé que si sigo adelante con fe y gratitud, Él seguirá guiándome hacia una gloria que aún no puedo comprender, pero que Él ya ha preparado para mí.
— Un análisis de Doctrina y Convenios Sección — 77 — 78 — 79 — 80
— Dándole Sentido a Doctrina y Convenios — 77 — 78 — 79 — 80
— Discusiones sobre Doctrina y Convenios 77 — 79

























