Las bendiciones
del matrimonio en el templo
Élder John Longden
Ayudante del Consejo de los Doce Apóstoles
Informe de la Conferencia, octubre de 1956, págs. 51–52
En las palabras de apertura del presidente David O. McKay en la mañana de ayer, él ofreció una oración para que fuéramos inspirados y alentados. Verdaderamente, su oración ha sido contestada, pues hemos sido inspirados. Nuestro testimonio ha sido fortalecido. Hemos recibido aliento para vivir las palabras del Señor.
El presidente McKay también citó al Maestro, cuando dijo que debíamos negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz cada día (Lucas 9:23) y seguirle, para que podamos disfrutar la vida en esta existencia mortal a pesar de sus pruebas y obstáculos.
En el breve tiempo que se me concede esta mañana, quisiera sugerir un principio importante del evangelio: el del matrimonio en el templo. Si queremos seguir al Maestro, debemos comprender este principio y aprovechar las bendiciones que ofrece.
Exhorto a los jóvenes a prepararse para esta gloriosa experiencia en los templos del Señor viviendo vidas limpias y rectas, estudiando y orando, para que Satanás no tenga poder para impedirles entrar al templo. Así como nosotros estamos dedicados a lograr que nuestros jóvenes lleguen al templo, Satanás está igualmente dedicado a mantenerlos fuera.
Me gustaría relatar tres experiencias que espero estimulen su reflexión y motiven a algunos a actuar.
Nunca sabemos cuándo Satanás está actuando. Tuve el privilegio hace algunos años de presenciar una ceremonia matrimonial en el templo realizada por el presidente McKay. Los jóvenes que se casaban provenían de buenos hogares Santos de los Últimos Días, donde se practicaba la oración familiar e individual. Para un observador externo, todo parecería estar bien. Sin embargo, después de la ceremonia escuché a la joven novia decir al abrazar a su madre: “¿Por qué se me ocurrió alguna vez casarme de otra manera?”. Eso me indicó que en algún momento había habido una duda en su mente.
Demasiados miembros de nuestra Iglesia no comprenden los principios del matrimonio en el templo y sucumben ante las artimañas de Satanás al conformarse con un matrimonio civil; o, peor aún, no valoran la virtud y no son dignos de entrar al templo. Esto me lleva a mi segunda historia:
Una encantadora madre Santo de los Últimos Días me habló de su hijo, a quien se le había enseñado los principios del evangelio, a respetar su cuerpo y a mantenerlo limpio. Iba a casarse al día siguiente en el templo. La noche antes de la ceremonia, sus amigos le ofrecieron una fiesta, y al regresar a casa entró de puntillas a la habitación de su madre —como era la costumbre, sin importar la hora—. Despertó a su madre y, sentado junto a su cama, le dijo: “Madre, esta noche tengo una confesión que hacerte”. Por un momento, el corazón de ella se hundió. Pero él continuó: “Estoy tan limpio esta noche como el día en que me diste a luz”. ¡Qué recompensa para un padre o madre! ¡Mi hijo es digno de un matrimonio en el templo!
La tercera historia es un repaso de una experiencia en la vida del hermano Matthew Cowley y su querida esposa Elva. Espero que me perdone. Matthew y ella trabajaban en Washington, D. C. Decidieron casarse allí por la ley civil y luego más adelante viajar al templo y ser sellados por el tiempo y por toda la eternidad. Las invitaciones ya estaban impresas y listas para enviarse cuando llegó una carta del padre de Matthew, rogándoles que abandonaran tal plan y se casaran por aquella autoridad que Dios ha restaurado en la tierra. Incluso les envió el dinero para su traslado de regreso a Salt Lake City. Ellos respondieron favorablemente. Las enseñanzas del evangelio desde la juventud, casi dejadas de lado por un momento, finalmente tocaron las mentes de estos jóvenes. Obedecieron y siempre se regocijaron de haber seguido el consejo de sus padres. No es correcto sustituir una ceremonia civil, ni siquiera temporalmente, cuando existe la posibilidad de aceptar las bendiciones de un matrimonio en el templo.
Jóvenes, este es mi testimonio con toda humildad y sinceridad para ustedes hoy: sin importar las influencias que sientan en contrario, deténganse, mediten y oren, estudien, y dejen que la verdad y la luz del evangelio les lleguen.
Para concluir, vienen a mi mente las palabras de Robert Burns: “La risa de un ateo es un pobre intercambio por haber ofendido a la Deidad.” Puede haber quienes se burlen del matrimonio en el templo. Jamás ofendan a nuestro Padre Eterno y a Jesucristo al rechazar una de sus bendiciones más grandes e importantes.
Que Dios nos bendiga como padres, para enseñar con mayor empeño esta verdad vital del matrimonio en el templo, y que nuestros hijos respondan a estas enseñanzas, es mi humilde oración en el nombre del Señor Jesucristo, nuestro Salvador. Amén.

























