Conferencia General Octubre 1956

La juventud y la moralidad

Élder Delbert L. Stapley
Del Cuórum de los Doce Apóstoles
Conferencia General, octubre de 1956, págs. 120–123


Mis hermanos y hermanas, quisiera expresar ante todo mi gratitud por la edificación espiritual de esta gran conferencia. Me ha inspirado. Me ha bendecido. Estoy seguro de que a ustedes también.

En su discurso de apertura en la conferencia general de abril pasado, nuestro amado presidente David O. McKay hizo un llamado por mayor estabilidad y armonía en el hogar. Expresó esta preocupación oportuna:

“No estoy tan seguro de que estemos manteniendo los altos estándares que se nos requieren en nuestros hogares. Por lo tanto, me siento impulsado, en esta sesión de apertura, a hacer un llamado por mayor estabilidad, mayor armonía y felicidad en la vida hogareña”.

Recomendaría, hermanos y hermanas, releer y estudiar este discurso inspirado e importante. Su sabiduría es tan evidente para los líderes de barrio y de estaca que conocen los problemas en la vida familiar de algunas parejas de la Iglesia, así como la pobre relación entre algunos padres e hijos. También es evidente para los líderes que trabajan con la juventud. El vital mensaje del Presidente recibió una respuesta inmediata por parte de los oficiales administrativos de la Junta de Educación de la Iglesia. Amablemente me invitaron a dirigir una charla y discusión sobre el tema “Consejería sobre normas de moralidad” durante un seminario de verano programado para los instructores de seminario e instituto de la Iglesia, en el campus de la Universidad Brigham Young.

En mis entrevistas personales con jóvenes en toda la Iglesia, y al visitar con líderes de barrio y estaca, había adquirido cierto conocimiento de la existencia de problemas morales entre algunos grupos de jóvenes santos de los últimos días. Sin embargo, al prepararme para esta tarea especial e importante con los instructores de seminario e instituto—quienes están encargados de enseñar el evangelio a los jóvenes de la Iglesia y, por tanto, están muy cerca de ellos y sus problemas—invité a mi oficina a un grupo representativo de dichos instructores, así como también a cuatro jóvenes selectos: dos muchachos y dos muchachas. El resultado de estas entrevistas, junto con la información desarrollada durante la discusión de clase sobre el tema, fue revelador y en cierto modo alarmante. A riesgo de alguna posible crítica, deseo señalar de manera franca y honesta algunos hechos concernientes a los problemas preocupantes que nos aquejan y hacer lo que espero que sean algunas sugerencias útiles.

Aquí me gustaría tomar prestado el primer párrafo de un artículo que preparé recientemente para el número de noviembre de la revista Relief Society Magazine, el cual aparecerá bajo el título “Desarrollando salvaguardas para la juventud”:

“Uno de los problemas graves que enfrentan los padres hoy en día es una creciente tendencia a la laxitud moral entre los jóvenes. Demasiados padres no son plenamente conscientes de que tal situación existe. Por lo tanto, ciegos ante los males a los que están expuestos sus hijos, sin sospecharlo, y por ende sin pensarlo, contribuyen a un aumento de prácticas inmorales y pecaminosas entre ellos”.

Los buenos hogares donde se enseña y se vive el evangelio, y donde predomina el amor, son fundamentales para el verdadero carácter y las normas morales elevadas de la juventud. Los padres deben reconocer que hay muchas cosas en este mundo moderno que atraen el interés de los jóvenes. Mucho de lo que se ofrece es bueno, pero parte de ello es malo, vulgar y de bajo nivel. Las presiones de las influencias malsanas se presentan de manera tan atractiva y se ejercen con tanta astucia, que, si se aceptan, destruirán las virtudes que forjan la verdadera nobleza de carácter y una vida de gozo y felicidad.

Aunque no lo quisiéramos de otra manera, hay tanto conocimiento disponible hoy en el mundo; y mañana, y cada día sucesivo, el descubrimiento, la invención y el conocimiento seguirán aumentando y volviéndose tan fácilmente accesibles que el desarrollo mental y el aprendizaje llegarán cada vez más temprano en la vida de los jóvenes. Con ello, a menos que estén bien fundamentados en la fe, vendrán también la sofisticación mundana y la búsqueda de placeres y bienes materiales. Sin madurez de sentimientos y juicio, es fácil tomar caminos y adoptar actitudes equivocadas que podrían perjudicar la promesa de una vida rica, útil y feliz para ellos.

Los padres y los líderes de la juventud deben reconocer las presiones del mundo a las que los jóvenes están constantemente sometidos, y no cerrar los ojos ante los males del mundo que, de forma incesante, corroen los verdaderos patrones morales ordenados por Dios para que el hombre los obedezca.

Nuestro gran desafío es preparar a la juventud desde ahora mediante enseñanza y orientación sabias y comprensivas, para que escapen de esos peligros ocultos que destruirían sus propias almas. Esperar a actuar después de que se han cometido pecados no eliminará las consecuencias, ni el dolor y pesar que siguen a la transgresión. Satanás, por medio de sus agentes humanos, ha ideado con astucia planes seductores y tentaciones atractivas que confunden y frustran a la juventud respecto a los verdaderos valores de la vida. Las normas morales y espirituales del evangelio se ven frecuentemente amenazadas. El conocimiento de la vida y de sus realidades lo obtienen con demasiada frecuencia los jóvenes de fuentes erróneas y no deseables, porque el hogar y los padres —la fuente adecuada— con demasiada frecuencia cierran la puerta, evadiendo el tema o la pregunta, cuando una respuesta o explicación oportuna, inteligente y comprensiva podría cambiar para bien todo el curso de la vida de un joven.

No cabe duda de que muchos padres carecen del vocabulario adecuado para expresarse sobre asuntos tan íntimos, pero si son padres de adolescentes, ¿los excusa eso de aprender y obtener la orientación y preparación necesarias para cumplir con su responsabilidad dada por Dios de criar a los hijos en los caminos verdaderos del Señor?

Si los padres aprovecharan plenamente los planes y programas de la Iglesia a través de los quórumes del sacerdocio, de las organizaciones auxiliares y de los cursos de extensión en vida familiar de la Universidad Brigham Young, se capacitarían debidamente para la importante tarea de guiar a la juventud. Si los padres no llegan a conocer a fondo los problemas de sus hijos al crecer en esta época de libertad en las relaciones entre chicos y chicas, ¿podrán reconocer las señales de peligro que puedan estar desarrollándose en sus vidas?

La mayoría de los jóvenes son maravillosos, enseñables y manejables. El mundo adulto, con su conducta, los confunde. Corregir esta situación resolvería en gran medida las inquietudes y los problemas de la juventud. ¿Cuánto conocen los padres del lenguaje y la terminología empleada por los jóvenes, que les permita evaluar el significado y la gravedad de expresiones como “coqueteo”, “caricias leves o intensas”, “juegos atrevidos”, “autoestimulación” y otras prácticas nocivas que, con frecuencia, los jóvenes conocen demasiado bien, y que debilitan las restricciones y la resistencia, destruyendo así los verdaderos conceptos morales de la vida?

Padres, vivan cerca de sus hijos y, particularmente, durante los años de la adolescencia, mientras atraviesan el proceso de crecimiento y experimentan cambios físicos, así como emociones nuevas y extrañas que no comprenden del todo. Es un período crítico en sus vidas, cuando una influencia constante de orientación y estabilidad es tan necesaria y beneficiosa. Es un momento para que aprendan acerca de esos sentimientos desconocidos que motivan su vida y acciones. Se desarrollan en ellos perturbaciones y conflictos emocionales difíciles de controlar, y si el conocimiento y la ayuda que necesitan no se obtienen de los padres, los jóvenes podrían buscar ayuda en fuentes indeseables o en compañeros cuya comprensión y sentido de valores es tan inmaduro y erróneo como el de ellos mismos. Allí yace un grave peligro y una trampa que debe evitarse.

Tal vez los hijos no deban culpar a los padres por sus propios errores, pero con frecuencia lo hacen, tras una transgresión que podría haberse evitado con instrucción y consejo oportunos y adecuados. Una respuesta sencilla y honesta a preguntas y problemas que son vitales para los jóvenes podría marcar una gran diferencia en sus vidas cuando se presenten las tentaciones.

Los padres deben fomentar la camaradería y el amor en el hogar y eliminar las relaciones tensas a fin de asegurar la estabilidad y la seguridad de la vida familiar para los hijos. Al tratar con los hijos, siempre debe haber amor y amabilidad, pero también firmeza al establecer controles y normas de conducta.

La juventud, si ha sido debidamente instruida, por lo general espera y desea restricciones que la guíen en sus actividades sociales y citas. Se necesitan salvaguardias y consejos protectores para fortalecerla contra familiaridades e intimidades que conducen al pecado.

Lo que a la juventud le puede parecer diversión, emoción o encanto puede presentar peligros ocultos. Si los padres gozan de la confianza de sus hijos y conocen sus planes, entonces podrán ver los peligros ocultos que hay delante de ellos y, mediante la experiencia que da la paternidad, brindar orientación y consejo protectores para ayudarles a controlar sus emociones y a salvaguardar la virtud y el honor, que son esenciales para una vida feliz y satisfactoria en la juventud.

La posesión personal o el libre uso de los automóviles familiares parece ser una necesidad en la vida de los jóvenes de hoy; sin embargo, sin los controles adecuados y sin la observancia de horarios decentes después de fiestas o bailes, los automóviles a menudo se convierten en instrumentos de intimidades e infracciones morales.

La responsabilidad de los padres y líderes de la juventud en este mundo moderno y científico en que vivimos es enseñar y mostrar a los jóvenes cómo vivir entre estos factores modernos y aun así responder a ellos de manera sana e integrada, y construir un conjunto de normas y objetivos de vida que les permitan desechar dignamente lo que destruye, y cultivar aquellas virtudes que edifican la seguridad y la paz del alma. Los padres deben ayudar a los jóvenes a comprender que una mente y un cuerpo limpios conducen a la felicidad, tanto ahora como por la eternidad.

Los jóvenes de hoy tienen demasiada emoción, distracción y entretenimiento pasivo. Tal vez hacemos demasiado por ellos y les robamos la emoción—legítima y plenamente satisfactoria—de la creatividad que los jóvenes solían disfrutar en tiempos pasados.

La moralidad es una de las más altas realizaciones a las que puede aspirar un ser humano. Indica una madurez y orientación emocional plenas y completas. Es, por tanto, un tema muy complejo y se extiende a ámbitos de la vida que normalmente no asociamos con la moralidad. Si algo interfiere con este desarrollo de la madurez, puede ser la causa subyacente de la inmoralidad.

El entorno y la formación en el hogar, entonces, se convierten en una consideración importante y primordial. Un joven hizo esta profunda declaración: “Sé que una de las razones por las que fui casto en mi vida es que nunca pensé en no serlo. Tuve un ambiente sano y un profundo amor por mis padres, y las tentaciones se eliminaron en parte gracias a eso”.

Padres y maestros, así como los oradores en el púlpito, han hecho hincapié a lo largo de los años ante los jóvenes de la Iglesia en la observancia plena de la Palabra de Sabiduría. Nuestros jóvenes son plenamente conscientes de esta ley divina de salud. Sin embargo, no se ha puesto el mismo empeño constante ni el mismo grado de comprensión sobre la ley de castidad. Tal vez se deba a su naturaleza tan delicada e íntima, que la castidad no recibe la misma atención en el hogar, en el aula o desde el púlpito como la Palabra de Sabiduría.

La transgresión de la pureza moral es, de los dos pecados, el más grave ante los ojos de Dios. Los jóvenes que son culpables de ofensas morales a menudo son fieles observadores de la Palabra de Sabiduría. Esto es evidencia de que la ley de castidad no está recibiendo la atención que merece en el programa del hogar ni en el de la Iglesia.

En una encuesta realizada por un grupo de seminarios de la Iglesia, a cada joven se le entregó una lista de mandamientos y leyes que rigen en la Iglesia, entre los cuales figuraban la Palabra de Sabiduría y la castidad. Se les pidió que ordenaran estos mandamientos y leyes según su importancia. En la recopilación de los resultados de esta encuesta, la mayoría de los alumnos colocaron la Palabra de Sabiduría en primer lugar. En alguna parte de su formación, no se les había enseñado debidamente que el pecado más grave, aparte del asesinato, es el de inmoralidad (véase Alma 39:5). Los verdaderos y vitalmente importantes valores de la moralidad deben establecerse con claridad y sin lugar a dudas en la mente y el corazón de la juventud, a fin de asegurar su aceptación y obediencia.

La religión debe estar siempre en un plano comprensible y práctico dentro del hogar, donde los hijos puedan vivirla y disfrutarla. Tal vez la Iglesia debería ofrecer cursos de estudio para el sacerdocio, aplicando el evangelio para ayudar a los hombres a ser mejores esposos y padres. Un curso comparable podría sugerirse para la Sociedad de Socorro, abordando el papel de la mujer como esposa, madre y formadora del hogar en calidad de Santos de los Últimos Días. Dichos cursos, para tener valor, no deben limitarse a generalidades y exhortaciones, sino relacionar los principios del evangelio con el conocimiento concreto de la naturaleza y el comportamiento humanos.

Dios no nos excusará si fracasamos en encontrar el significado pleno de la vida en nuestra teología, ni por no aplicar sus valores a las relaciones familiares y del hogar. Los niños, mediante una sólida instrucción religiosa en el hogar, pueden ser guiados a alcanzar una vida satisfactoria y saludable al desarrollar lealtades fundamentales hacia la Deidad, hacia el evangelio restaurado de Cristo, hacia los líderes designados del pueblo, hacia el hogar y la familia, y también hacia los principios fundamentales de una conducta moral correcta.

Las madres, a menos que sea absolutamente necesario, no deben buscar empleo fuera del hogar, sino que deben cumplir dignamente su misión principal en la vida como esposas, madres y amas de casa. Muchos de los problemas de los jóvenes se originan cuando las madres aceptan empleos remunerados que las alejan—y con ellas su saludable influencia—del hogar. Madre y hogar son sinónimos, y por tanto, fundamentales para la crianza segura de los hijos.

Para concluir, hermanos y hermanas, vuelvo nuevamente al llamado del presidente McKay citado al comienzo de mi discurso, y sugiero que nos preguntemos con sinceridad lo siguiente: ¿Estamos manteniendo los altos e importantes estándares del evangelio en nuestros hogares? ¿Se realiza la oración familiar a diario? ¿Estamos dando un ejemplo adecuado como verdaderos y fieles santos para que nuestros hijos lo sigan, obteniendo así provecho y enriquecimiento en valores de carácter moral que les aseguren una vida de gozo y felicidad? ¿Reina la armonía en el hogar, con el amor como fuerza controladora y motivadora? ¿Proporciona el hogar seguridad y estabilidad para fortalecer los lazos familiares? ¿Están nuestros hijos cómodos y felices, disfrutando plenamente del entorno y la convivencia familiar? Estas y muchas otras preguntas similares podríamos hacernos con provecho al considerar el alcance completo de la advertencia del presidente McKay.

Sinceramente ruego que reconozcamos no solo los problemas del hogar y de moralidad que existen, sino que, como padres y líderes, también resolvamos calificarnos y comprometernos a ser ejemplos vivientes de virtudes semejantes a las de Cristo, para que podamos dar consejo y dirección sabios, útiles y comprensivos a la juventud en su proceso de crecimiento.

Ruego que la madurez halle a cada uno de ellos moralmente limpio, firme en la fe, preparado y digno para recibir las sagradas ordenanzas y las escogidas bendiciones de los santos templos de Dios.

También ruego, hermanos y hermanas, que como líderes consideremos los problemas de la juventud, y la necesidad de hacer algo constructivo que les ayude a comprender la vida, a obtener un conocimiento y testimonio del evangelio que los lleve a superar terrenos difíciles y a entrar en una vida de gozo y felicidad; y esto lo ruego humildemente, en el nombre de Jesucristo. Amén.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario