Conferencia General Octubre 1956

Constancia en Cristo

Élder Marion D. Hanks
Del Primer Consejo de los Setenta
Informe de la Conferencia, octubre de 1956, págs. 13–14


El evangelio de Jesucristo nos enseña que la salvación y la exaltación del hombre son posibles únicamente por la gracia, la bondad y el amor de Dios, mediante su don para nosotros de su Hijo Divino, cuya vida ejemplificó el plan deliberado del Padre para una vida abundante, y cuya muerte sacrificial nos ofreció la oportunidad y nos dio una visión de nuestras posibilidades eternas como hijos de Dios. Leemos estas palabras impresionantes en el registro de Nefi: “Porque trabajamos diligentemente en escribir, para persuadir a nuestros hijos, y también a nuestros hermanos, a creer en Cristo y a reconciliarse con Dios; porque sabemos que es por la gracia por la que nos salvamos, después de hacer cuanto podamos.” (2 Nefi 25:23)

Los registros de la revelación de los últimos días, así como los de tiempos antiguos, atestiguan la gran verdad de que por medio de la expiación de Cristo todos los hombres ciertamente resucitarán, y que todos los que sean dispuestos y obedientes pueden gozar de la bendición del gran don de Dios: la vida eterna.

El Santo de los Últimos Días comprende que, por el don de Dios, por medio del gran sacrificio expiatorio de su Hijo Divino, todo lo que podamos lograr se hace posible, pero también comprende que, en el plan de Dios, es necesario aceptar este don gratuito si deseamos gozar de todas nuestras posibilidades eternas. Pues el Señor dijo a su pueblo por medio del Profeta en 1832: “¿Pues de qué le sirve al hombre recibir un don si no lo acepta? He aquí, no se regocija en lo que se le da, ni se regocija en el que es el dador del don.” (Doctrina y Convenios 88:33)

¿Qué debemos hacer para “recibir” este don? La respuesta de los profetas ha sido la misma, tanto en la antigüedad como en esta dispensación, tanto en el hemisferio oriental como en el occidental. El hermano Clifford Young hizo alusión esta mañana a la respuesta dada por Pedro en Pentecostés a aquellos que, habiendo sido compungidos de corazón por el testimonio de Cristo dado por los apóstoles, preguntaron qué debían hacer. La respuesta fue clara e inequívoca: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.” (Hechos 2:38)

Nefi, en su testimonio final, expresó su sentimiento de compasión por su propio pueblo, por los judíos y por los gentiles, y dijo: “Mas he aquí, por ninguno de ellos puedo esperar, a menos que se reconcilien con Cristo, y entren por la puerta estrecha, y anden por la senda angosta que conduce a la vida, y perseveren por la senda hasta el fin del día de probación.” (2 Nefi 33:9)

Y después de dar su testimonio del Mesías a su pueblo, ese mismo profeta dijo: “Porque la puerta por la que debéis entrar es el arrepentimiento y el bautismo por agua; y luego viene la remisión de vuestros pecados por fuego y por el Espíritu Santo.” (2 Nefi 31:17)

En 1831, el Señor reveló al Profeta lo siguiente: “…el que recibe mi evangelio, a mí me recibe; y el que no recibe mi evangelio, no me recibe a mí.
Y este es mi evangelio: arrepentimiento y bautismo por agua; y luego viene el bautismo de fuego y del Espíritu Santo.” (Doctrina y Convenios 39:5–6)

Hay otro pensamiento que acompaña a estos. Testificamos que lo fundamental para todo lo que creemos, esperamos y tenemos fe es el gran sacrificio del Hijo del Dios viviente. Sabemos que Él requiere que aceptemos su gran don, y además, que es necesario algo más si hemos de disfrutar de las altas posibilidades espirituales que están dentro de nuestra capacidad de alcanzar.

Permítanme referirme a las enseñanzas de Nefi a su pueblo, después de haberles enseñado la fe, el arrepentimiento, el bautismo y la recepción del don del Espíritu Santo, como se citó antes. Él dijo: “Y ahora bien, estáis en esta senda estrecha y angosta que conduce a la vida eterna; sí, habéis entrado por la puerta; habéis hecho conforme a los mandamientos del Padre y del Hijo…
Y ahora bien, mis amados hermanos, después que hayáis entrado en esta senda estrecha y angosta, ¿quisiera yo preguntaros si habéis hecho todo? He aquí, os digo que no; porque no habéis llegado hasta aquí sino por la palabra de Cristo, con fe inquebrantable en él, confiando plenamente en los méritos de aquel que es poderoso para salvar.
Por tanto, debéis seguir adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza y amor por Dios y por todos los hombres. Por tanto, si marcháis adelante, deleitándoos en la palabra de Cristo, y perseveráis hasta el fin, he aquí, así dice el Padre: Tendréis la vida eterna.
Y ahora bien, he aquí, mis amados hermanos, este es el camino; y no hay otro camino ni nombre dado debajo del cielo por el cual el hombre pueda ser salvo en el reino de Dios.” (2 Nefi 31:18–21)

Aceptamos con toda nuestra alma la eficacia absoluta y la esencialidad de la expiación de Cristo. Atestiguamos las palabras de Pedro y de otros profetas antiguos y modernos de que es necesario aceptar el don del Padre Celestial mediante la obediencia a lo que conocemos como los primeros principios y ordenanzas del evangelio. Sabemos también que, si hemos de gozar de las altas posibilidades para las cuales fuimos creados y que podríamos desear como hijos de Dios, debemos edificar sobre nuestra fe y obediencia mediante un pensamiento recto y un buen obrar. Debemos seguir adelante con constancia en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza y amor por Dios y por todos los hombres. Y al hacerlo, si perseveramos hasta el fin, tendremos la vida eterna. No hay otro camino.

Testifico de esto en el nombre de Jesucristo. Amén.

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