Conferencia General Octubre 1956

El Evangelio para los Judíos

Élder LeGrand Richards
Del Consejo de los Doce Apóstoles
Informe de la Conferencia, octubre de 1956, págs. 22–26


Estoy seguro de que expreso el sentir de todos los corazones aquí presentes hoy al decir que he sentido una gran emoción con las sesiones de esta conferencia hasta este momento. La música ha sido celestial, las oraciones han sido hermosas, y las instrucciones, consejos y testimonios de los hermanos han sido maravillosos.

Ruego poder hacer una contribución que sea útil para el éxito final de esta conferencia.

Quisiera decir algunas palabras sobre la profecía. Siempre he sido un gran creyente en las palabras de los profetas. Por medio de Isaías, el Señor dijo: “Yo soy Dios, y no hay otro como yo, que anuncio lo por venir desde el principio.” (Isaías 46:9–10)

Para mí, parece que los profetas han delineado tan completa y perfectamente el gran plan del Señor con respecto a esta tierra y sus habitantes hasta las escenas finales, cuando su reino se haya establecido y Él venga a reinar como Rey de reyes, tal como lo haría un arquitecto al planear un edificio.

Así que creo en la profecía. Recordarán que cuando el Salvador se apareció a los dos discípulos en el camino a Emaús, al escucharles dijo: “¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!” (Lucas 24:25)
Y Pedro nos dice que “tenemos también la palabra profética más segura”, más segura que cualquier otra cosa, “. . . como una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones” (2 Pedro 1:19).

Deseo referirme a dos profecías del Libro de Mormón. Cito las palabras de Moroni: “Porque los eternos propósitos del Señor continuarán, hasta que se cumplan todas sus promesas.
Escudriñad las profecías de Isaías.” (Mormón 8:22–23)

Luego leo una declaración de Nefi: “. . . en los días en que se cumplan las profecías de Isaías, los hombres sabrán con certeza, en el momento en que se realicen.
. . . porque sé que serán de gran valor para ellos en los últimos días; pues en ese día las entenderán; por tanto, para su beneficio las he escrito.” (2 Nefi 25:7–8)

Todos nosotros estamos aquí hoy en cumplimiento de las palabras de los profetas, y yo amo las profecías de Isaías porque me parece que él vivió casi más en nuestros días que en los suyos propios, porque el Señor le permitió ver muchas de las cosas que sucederían en los últimos días: la redención de estos valles, la edificación de esta casa del Dios de Jacob en lo alto de las montañas y la recogida de Israel de todas las naciones de la tierra (Isaías 2:2–3).

Recordarán que cuando el ángel Moroni se apareció al profeta José Smith tres veces durante la noche y una vez más a la mañana siguiente —y esto fue cuando él era sólo un joven de dieciocho años— Moroni citó el capítulo once de Isaías y le dijo al Profeta que esas cosas estaban por cumplirse (José Smith—Historia 1:40). Leo de ese capítulo lo siguiente: “Acontecerá en aquel día, que el Señor volverá a extender su mano por segunda vez para recobrar el remanente de su pueblo…
Y levantará pendón a las naciones, y juntará a los desterrados de Israel, y reunirá a los esparcidos de Judá de los cuatro confines de la tierra.
Y se disipará la envidia de Efraín, y los enemigos de Judá serán destruidos; Efraín no tendrá envidia de Judá, ni Judá afligirá a Efraín.” (Isaías 11:11–13)

Ahora hemos vivido para ver cumplida literalmente la primera parte de esa profecía. Él ha recogido a Israel en estos valles de las montañas conforme a su promesa. Ha levantado un estandarte ante las naciones. Me parece que ninguna persona reflexiva y honesta podría examinar lo que el Señor ha hecho al establecer esta Iglesia —su reino en la tierra— y luego dar el crédito a algún hombre mortal o grupo de hombres por lo que se ha logrado. Ha sido el Dios del cielo quien lo ha hecho, conforme a las palabras de los profetas.

Ahora, por unos momentos, quisiera referirme a la segunda parte de esta promesa: “y reunirá a los esparcidos de Judá de los cuatro confines de la tierra” (Isaías 11:12).
No hay tiempo hoy para considerar plenamente lo que el Señor está haciendo, conforme a su promesa, al recoger a los judíos de nuevo a la Tierra Santa. Después de dos mil años, ahora tienen una nación propia, y es de esperarse que con la ayuda del Señor puedan establecerla de manera permanente y cumplir todas las palabras de los profetas.

Entonces Isaías dice: “Y se disipará la envidia de Efraín, y los enemigos de Judá serán destruidos; Efraín no tendrá envidia de Judá, ni Judá afligirá a Efraín” (Isaías 11:13).
Nosotros somos de Efraín. El Señor espera de nosotros, ya que somos los custodios de su evangelio restaurado en estos últimos días —según mi entendimiento—, que extendamos la mano de amistad a Judá, porque al fin y al cabo, todos somos descendientes de los profetas Abraham, Isaac y Jacob, y estamos incluidos en las promesas de que por medio de su descendencia todas las naciones de la tierra serían bendecidas.

No sé cómo puedan desaparecer la enemistad y la envidia entre Efraín y Judá, si no es que nosotros, los de la casa de Efraín, quienes tenemos la custodia del evangelio, seamos los que demos el primer paso en procurar llevar a esta rama de la casa de Israel las bendiciones del evangelio restaurado.

En una revelación dada al profeta José Smith el 3 de noviembre de 1831, el Señor dijo: “Enviad a los élderes de mi iglesia a las naciones que están lejos; a las islas del mar; enviadlos a tierras extranjeras; llamad a todas las naciones, primeramente a los gentiles, y después a los judíos” (DyC 133:8)

Ustedes saben con cuánta literalidad la Iglesia ha cumplido este mandamiento; el evangelio está yendo a casi todas las naciones bajo el cielo, y ahora también a los países del Lejano Oriente: a los japoneses, los chinos, los coreanos, los filipinos, y así sucesivamente. Y el Señor dijo que debía ir primero a los gentiles y luego a los judíos. Ese es el mandamiento que el Señor dio a los élderes de la Iglesia en estos días.

Luego el Señor dice: “Y también los de la tribu de Judá, después de su dolor, serán santificados en santidad delante del Señor, para morar en su presencia día y noche, para siempre jamás.” (DyC 133:35)

Y me parece que la única manera en que la tribu de Judá pueda ser santificada para morar en su presencia para siempre jamás, será cuando les llevemos el evangelio del Señor Jesucristo, tal como el Salvador les prometió que les sería llevado en los últimos días.

Cito nuevamente las palabras del Señor al profeta José en 1833: “Por tanto, renunciad a la guerra y proclamad la paz, y procurad diligentemente volver el corazón de los hijos a los padres, y el corazón de los padres a los hijos; Y además, el corazón de los judíos a los profetas, y el de los profetas a los judíos; no sea que yo venga y hiera toda la tierra con una maldición, y toda carne sea consumida delante de mí.” (DyC 98:16–17)

Según entiendo este mandamiento, nosotros, los profetas, debemos volver nuestro corazón hacia los judíos, y entonces podremos esperar que ellos vuelvan su corazón hacia nosotros, gracias al mensaje que les llevaremos mediante la restauración del evangelio en esta dispensación. La importancia de esto la declaró el Señor con estas palabras:
“. . . no sea que yo venga y hiera toda la tierra con una maldición, y toda carne sea consumida delante de mí.”

El Señor dijo también, en una revelación dada el día en que se organizó la Iglesia, al darle a Oliver Cowdery, por medio del profeta José, la responsabilidad de llevar el evangelio a las naciones de la tierra: “Y el primer predicador de esta iglesia ante la iglesia, y ante el mundo, sí, ante los gentiles; sí, y así dice el Señor Dios: ¡He aquí, he aquí! también ante los judíos. Amén.” (DyC 21:12)

Por tanto, parece evidente que tenemos una gran responsabilidad de predicar el evangelio a los judíos.

Leemos en el Libro de Mormón —del cual acaba de hablar el presidente Joseph Fielding Smith— y ustedes saben cuán maravillosamente ha sido preservado a través de los siglos y se nos ha entregado en esta dispensación, también en cumplimiento de las palabras de los profetas, de que habría un registro de José unido al registro de Judá (Ezequiel 37:15–20)
Y en el prefacio del Libro de Mormón, leemos el propósito por el cual el Señor lo preservó:

“El cual ha de mostrar al remanente de la casa de Israel cuán grandes cosas el Señor ha hecho por sus padres; y para que conozcan los convenios del Señor, que no son desechados para siempre—y también para convencer al judío y al gentil de que Jesús es el Cristo, el Dios Eterno, que se manifiesta a todas las naciones.” (Portada del Libro de Mormón)

Si este libro ha de ser un testigo para los judíos de que Jesús es el Cristo, manifestándose a todas las naciones, será porque nosotros, los miembros de su Iglesia, llevemos este libro a ellos. Y me complace mucho decirles hoy —a aquellos que tal vez no lo sepan— que el Comité Misional ha recibido la aprobación de la Primera Presidencia para comenzar a predicar el evangelio al pueblo judío en algunos barrios de Sion donde reside una gran cantidad de ellos, a modo de prueba, para ver si sus corazones están lo suficientemente dispuestos como para aceptar el mensaje que el Señor tiene para ellos.

Leo unas palabras de 2 Nefi: “Y acontecerá que los judíos tendrán las palabras de los nefitas, y los nefitas tendrán las palabras de los judíos; y los nefitas y los judíos tendrán las palabras de las tribus perdidas de Israel; y las tribus perdidas de Israel tendrán las palabras de los nefitas y de los judíos.
Y acontecerá que mi pueblo, que es de la casa de Israel, será recogido a sus posesiones; y mi palabra también será recogida en uno. Y mostraré a aquellos que luchen contra mi palabra y contra mi pueblo, que es de la casa de Israel, que yo soy Dios, y que concerté un convenio con Abraham de que recordaría a su descendencia para siempre.” (2 Nefi 29:13–14)

Si los judíos han de tener los registros de los nefitas, será porque nosotros les llevamos esos registros.

Cuando el Salvador visitó a los nefitas, les prometió que llegaría el tiempo en que los judíos tendrían la plenitud del evangelio predicada a ellos. Leo: “Y acontecerá que se acerca el tiempo en que les será predicada la plenitud de mi evangelio.” (3 Nefi 20:30)

Y luego, el profeta Jacob, en el Libro de Mormón, hizo esta declaración: “Que él ha hablado a los judíos por boca de sus santos profetas, aun desde el principio, de generación en generación, hasta que llegue el tiempo en que sean restaurados a la verdadera iglesia y redil de Dios; cuando serán recogidos a las tierras de su herencia, y serán establecidos en todas sus tierras de promisión.” (2 Nefi 9:2)

Me parece que ahora que los judíos están siendo “recogidos a las tierras de su herencia” y están siendo “establecidos en todas sus tierras de promisión,” este es el tiempo en que “serán restaurados a la verdadera Iglesia y redil de Dios”. Y esto solo puede lograrse mediante nuestra predicación del evangelio a ellos.

No sé qué tan familiarizados estén ustedes con la historia del pueblo judío, pero ellos han sufrido —me parece a mí— como pocos pueblos (si es que hay alguno) que hayan vivido sobre la faz de esta tierra. Han sido expulsados de país en país; su pueblo ha sido devastado y asesinado; padres han sido separados entre sí; sus hijos han sido muertos por cosas de las que nunca fueron responsables. Todo esto también es cumplimiento de las palabras de los profetas.

Leo para ustedes las palabras de 1 Nefi: “Y porque apartan su corazón, dice el profeta, y han menospreciado al Santo de Israel, vagarán en la carne, y perecerán, y se convertirán en objeto de silbidos y escarnio, y serán aborrecidos entre todas las naciones.” (1 Nefi 19:14)

Ahora bien, ustedes saben cuán literalmente se ha cumplido eso. No solo han sido echados de nación en nación y perseguidos de forma atroz, sino que durante la Segunda Guerra Mundial, en una sola nación, más de seis millones de judíos fueron asesinados sin otra causa más que el hecho de ser judíos.

El Salvador ha hablado de forma tajante en contra de tales persecuciones y actos. Leo ahora sus palabras a los nefitas: “Sí, y ya no debéis silbar, ni despreciar, ni burlaros de los judíos, ni de ninguno del resto de la casa de Israel; porque he aquí, el Señor recuerda su convenio con ellos, y les hará conforme a lo que ha jurado.” (3 Nefi 29:8)

El profeta Nefi vio nuestros días y la salida a luz del Libro de Mormón, y por medio de él el Señor hizo esta declaración: “Y porque mis palabras silbarán—muchos de los gentiles dirán: ¡Una Biblia! ¡Una Biblia! Ya tenemos una Biblia, y no puede haber otra Biblia.
Mas así dice el Señor Dios: ¡Oh necios! Tendrán una Biblia; y procederá de los judíos, mi pueblo del convenio antiguo. ¿Y qué agradecimiento tienen a los judíos por la Biblia que reciben de ellos? Sí, ¿qué quieren decir los gentiles? ¿Recuerdan ellos los viajes, y los trabajos, y los dolores de los judíos, y su diligencia para conmigo en llevar la salvación a los gentiles?
¡Oh gentiles! ¿Habéis recordado a los judíos, mi pueblo del convenio antiguo? No; más bien los habéis maldecido, y los habéis aborrecido, y no habéis procurado recobrarlos. Mas he aquí, haré volver todas estas cosas sobre vuestras propias cabezas; porque yo, el Señor, no he olvidado a mi pueblo.
Tú, necio, que dirás: Una Biblia, tenemos una Biblia, y no necesitamos más Biblia. ¿Habéis obtenido una Biblia sino por medio de los judíos?” (2 Nefi 29:3–6)

Por tanto, parece claro que el Señor ha indicado que las maldiciones y el odio que pronunciamos contra los judíos serán devueltos sobre nuestras propias cabezas, y Él expresa su desagrado porque “no habéis procurado recobrarlos.”

Al concluir, me gustaría dejar con ustedes este pensamiento (pues no hay tiempo suficiente para desarrollar más este tema): necesitamos la cooperación de los Santos de los Últimos Días; debemos tener cuidado con lo que decimos. El Señor ha dicho que ya no debemos silbar, despreciar ni burlarnos de los judíos. Algunos de ellos que han estado investigando nuestro mensaje han asistido a nuestras reuniones y han oído expresiones como “una trampa judía” o “nos los bajamos al estilo judío” (we Jewed them down). Si vamos a ganar a este pueblo para la Iglesia restaurada de Cristo, conforme a la promesa del Señor, será porque les mostremos bondad y extendamos nuestras manos para compartir con ellos las gloriosas verdades del evangelio.

Tengo el privilegio de estar personalmente familiarizado con varios judíos conversos de gran prominencia, y encuentro en sus corazones el mismo amor a Dios, el mismo amor por la verdad y el mismo testimonio de la divinidad de esta obra que tú y yo tenemos, y me habría gustado leer algunos de sus testimonios, pero el tiempo no lo permite. Arde en mi alma el testimonio de que si somos bondadosos con ellos, el Señor nos recompensará abundantemente por cada acto de bondad que mostremos a estos, nuestros hermanos de la casa de Israel.

Algunos se preguntan cuándo se cumplirán los tiempos de los gentiles. El evangelio vino primero a los judíos en la meridiana dispensación del tiempo, y luego a los gentiles; y se prometió que en los últimos días vendría primero a los gentiles y luego a los judíos (1 Nefi 13:42; DyC 90:9).
Pero recordarán que el Señor no esperó hasta que todos los judíos se convirtieran antes de enviar el evangelio a los gentiles, por medio de aquella visión maravillosa que tuvo Pedro (Hechos 10:9–16).
Me parece que si esperamos hasta que todos los gentiles se conviertan antes de llevar el evangelio a los judíos, nunca lograremos convertirlos; y sin embargo, el Señor les prometió que la plenitud de su evangelio les sería predicada.

Tenemos algunos misioneros fieles trabajando con el pueblo judío, y estamos recibiendo cierto aliento, y extiendo a todos ustedes, Santos de los Últimos Días, una invitación a ayudar a estos misioneros y a colaborar en este gran movimiento, conforme a las promesas del Señor, mostrando bondad hacia ellos; y les testifico que si hacen esto, el Señor los bendecirá por ello, así como lo hará por todo lo que hagan para edificar su reino en la tierra. Y les dejo mi amor y bendición en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

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