Ven sígueme ― Doctrina y Convenios 84

Ven sígueme
Doctrina y Convenios 84
28 julio – 3 agosto: “El poder de la divinidad”


En el mes de septiembre de 1832, Kirtland, Ohio, era un lugar de efervescencia espiritual. Aunque la Iglesia tenía apenas dos años desde su organización, sus miembros estaban llenos de fe, entusiasmo y una profunda convicción de que estaban participando en una obra divina que restauraría todas las cosas. Los campos misionales habían dado fruto, y muchos élderes estaban regresando de predicar el Evangelio en los estados del este, donde habían testificado del Libro de Mormón, bautizado conversos y organizado ramas de la Iglesia. Entre ellos se encontraban Samuel H. Smith, Orson Hyde y otros líderes jóvenes, ardientes en su testimonio y deseosos de recibir mayor instrucción del profeta.

José Smith, consciente de la necesidad de preparar a estos misioneros y de fortalecer la organización del sacerdocio en la Iglesia, buscó la voluntad del Señor. Fue en ese contexto que, los días 22 y 23 de septiembre, recibió una revelación extensa y profundamente doctrinal, hoy conocida como Doctrina y Convenios sección 84. Esta revelación marcaría un antes y un después en la comprensión del sacerdocio y de su función en la salvación de la humanidad.

El Señor reveló que existían dos divisiones principales del sacerdocio: el Aarónico, con sus llaves preparatorias, y el de Melquisedec, con su poder para bendecir y santificar, y para administrar ordenanzas salvadoras más elevadas. A través de esa revelación, los élderes aprendieron que el sacerdocio no era solo una autoridad administrativa, sino un canal de poder divino que los vinculaba directamente con Dios, y que traía consigo un “juramento y convenio” sagrado, con promesas eternas para quienes fueran fieles.

Asimismo, el Señor manifestó su deseo de que se construyera un templo en Sion (Independence, Misuri), un lugar donde se prepararía a los santos con conocimiento, investidura y poder para edificar el Reino. La revelación también fue una amonestación: muchos de los santos habían tratado con ligereza las escrituras y estaban, por tanto, bajo condenación hasta que las valoraran como sagradas.

Este llamado a mayor consagración no solo era doctrinal, sino profundamente práctico. Los poseedores del sacerdocio eran enviados a predicar sin bolsa ni alforja, confiando plenamente en el Señor, y llevando consigo la luz del Evangelio restaurado. La revelación culminaba con principios eternos sobre la luz y la verdad, recordando a los santos que la obediencia trae conocimiento, mientras que la desobediencia los aleja de la gloria de Dios.

Así, Doctrina y Convenios 84 se convirtió en una piedra angular en la comprensión del sacerdocio, del templo y del deber misional. En medio de una Iglesia joven, aún frágil en número pero firme en visión, el Señor trazó un mapa doctrinal que iluminaría no solo ese momento, sino generaciones de santos que seguirían llevando Su obra al mundo.


Doctrina y Convenios 84:17–32
Tengo acceso al poder y a las bendiciones del sacerdocio de Dios.


Doctrina y Convenios 84, conocida como la «Revelación sobre el sacerdocio», constituye una de las expresiones más profundas y trascendentes de la doctrina del sacerdocio en las escrituras modernas. En los versículos 17 al 32, el Señor revela verdades fundamentales sobre la naturaleza eterna del sacerdocio, su propósito redentor, su orden divinamente establecido y la manera en que cada persona fiel puede acceder a su poder y bendiciones, independientemente de si ha sido ordenado a un oficio específico.

Esta sección enseña que el sacerdocio no es solo una autoridad para administrar en la Iglesia, sino una manifestación del poder de Dios que actúa en favor de Sus hijos y que los conecta directamente con Él.

El sacerdocio de Melquisedec: Una orden eterna (vv. 17–18)

El pasaje comienza estableciendo que el sacerdocio que se confirió a Moisés, y que había sido poseído por Melquisedec, es un sacerdocio eterno. No fue instituido simplemente en tiempos bíblicos ni es producto de una dispensación reciente; es «sin principio de días ni fin de años», lo que significa que está unido directamente a la eternidad y a la naturaleza misma de Dios. Su propósito es esencial: llevar a los seres humanos a la presencia del Padre.

Este principio rompe la idea de que el sacerdocio sea algo limitado a una estructura organizacional terrestre. El sacerdocio es, en esencia, la forma en que Dios ejerce Su poder para salvar, santificar, elevar y perfeccionar a Sus hijos.

El fracaso de Israel: La pérdida de acceso al sacerdocio (vv. 19–25)

En estos versículos se narra un episodio crucial en la historia espiritual de Israel. Moisés intentó santificar a su pueblo para que pudiera recibir el sacerdocio de Melquisedec. Su objetivo no era solo liberar a Israel de Egipto, sino también preparar a ese pueblo para entrar en una relación sagrada con Dios: una nación de sacerdotes, una comunidad santa.

Pero el pueblo endureció su corazón. No estaban dispuestos a someterse, a santificarse, a vivir las leyes más elevadas del sacerdocio. Como resultado, el Señor retiró el sacerdocio mayor y les dio en su lugar una ley inferior, la ley de Moisés, que incluía ordenanzas externas, pero no contenía la plenitud del Evangelio.

Este hecho es profundamente significativo: el poder del sacerdocio no puede operar plenamente donde no hay obediencia, fe y santidad.

El sacerdocio Aarónico: Un sacerdocio preparatorio (vv. 26–27)

Dios, en Su misericordia, no dejó completamente desprovisto a Su pueblo. Les confió el sacerdocio de Aarón, que continuó con los levitas, con autoridad para realizar ordenanzas externas como el sacrificio y el bautismo. Esta autoridad incluía la preparación del camino para Cristo, y era indispensable para conservar la fe y enseñar los principios del arrepentimiento.

En este contexto, el sacerdocio menor no es una versión inferior por carencia de poder, sino por su naturaleza preparatoria. El propósito de este sacerdocio es conducir a los hombres a Cristo, al igual que lo hace Juan el Bautista, su principal símbolo.

Aquí se ve cómo Dios proporciona niveles progresivos de luz, esperando que Su pueblo avance gradualmente hasta llegar a la plenitud de Su poder, si así lo desean.

El sacerdocio y la estructura divina (vv. 28–32)

Los versículos concluyen explicando cómo el sacerdocio fue conferido a Aarón y a su descendencia, y cómo fue retenido bajo ciertas condiciones. Esta parte subraya la importancia del orden, las llaves y la autoridad legítima dentro de la Iglesia de Dios. El Señor actúa por medio de líneas de autoridad divinamente delegadas; Su casa es una casa de orden.

Pero aun aquí, la clave sigue siendo esta: el poder y las bendiciones del sacerdocio no se limitan al que posee un oficio. Todos los miembros fieles —mujeres, hombres, jóvenes y niños— acceden al poder del sacerdocio mediante los convenios, especialmente a través de las ordenanzas del templo, donde se otorgan investiduras de poder, se reciben promesas eternas, y se establece una relación personal con Dios.

¿Cómo tengo acceso al poder del sacerdocio?

Esta revelación nos permite entender que el acceso al poder del sacerdocio no depende únicamente de la ordenación, sino de la fe, la obediencia y los convenios personales. Aquí algunas formas en que esto se aplica a la vida de los santos:

  1. Mediante los convenios

Cada persona que ha sido bautizada y confirmada ha accedido al poder del sacerdocio por medio de esas ordenanzas. Este poder se incrementa en el templo, donde hombres y mujeres reciben investiduras y hacen convenios que los habilitan para actuar en nombre del Señor.

  1. Mediante la fe y la obediencia

Así como el pueblo de Israel perdió la plenitud del sacerdocio por endurecer su corazón, nosotros lo podemos perder cuando nos alejamos de la fe. La fidelidad, la humildad y la disposición a ser guiados son requisitos esenciales para experimentar el poder del sacerdocio en nuestra vida.

  1. Mediante la participación en las ordenanzas

El participar con reverencia y fe en la Santa Cena, las bendiciones del hogar, las ordenanzas del templo o incluso en la enseñanza inspirada en el hogar, abre canales del poder del sacerdocio en nuestras vidas. Una madre soltera, un joven estudiante o una hermana en llamamiento de servicio pueden ser fortalecidos por ese poder, aunque no sean poseedores de un oficio del sacerdocio.

  1. Mediante la guía del Espíritu Santo

El Espíritu es el agente mediante el cual se comunica el poder del sacerdocio. Cuando buscamos revelación personal, actuamos con rectitud y vivimos en sintonía con Dios, el sacerdocio actúa como fuerza vivificante, protectora y transformadora.

Doctrina y Convenios 84:17–32 no solo enseña la historia y la estructura del sacerdocio; revela su corazón espiritual: un poder que emana de Dios y que está destinado a levantar, consagrar y santificar a todos Sus hijos. Esta sección muestra que aunque la autoridad del sacerdocio está ligada a llaves y oficios específicos, su poder está disponible para todos los que hacen y guardan convenios con Dios.

En un mundo que necesita luz, guía y fortaleza espiritual, este pasaje nos recuerda que el poder de Dios no está lejos ni restringido. Está al alcance de los fieles. Todos aquellos que caminan con fe, que se acercan al templo, que buscan al Salvador con intención verdadera, tienen acceso al poder del sacerdocio en su vida diaria.

¿Qué me viene a la mente cuando pienso en la palabra sacerdocio?

Cuando pienso en el sacerdocio, pienso en una manifestación del amor de Dios por Sus hijos. No solo en términos de autoridad o estructura organizativa, sino como el canal por el cual Dios actúa directamente en la vida de las personas. Me viene a la mente un padre colocando sus manos sobre la cabeza de su hijo para bendecirlo; un joven administrando la Santa Cena con reverencia; una madre fiel, investida de poder en el templo, invocando con fe las promesas hechas en convenios sagrados.
El sacerdocio es poder, sí, pero poder para servir, para consagrar, para sanar, para edificar. Me recuerda que Dios no está distante, sino cercano y activo, presente en Su Iglesia a través de este poder santo.

¿Cómo influye en mi vida el poder del sacerdocio de Dios?

Influye de forma profunda y cotidiana. Me fortalece en momentos de debilidad, me guía cuando necesito dirección, y me consuela en tiempos de pérdida o confusión. Por medio del sacerdocio he recibido bendiciones de salud, orientación espiritual, perdón mediante las ordenanzas del Evangelio y paz en el alma.
Más allá de lo visible, el sacerdocio influye en mi vida a través de la protección espiritual que se extiende a mi hogar cuando hacemos nuestras oraciones en familia, cuando se administra una bendición del hogar, o cuando participamos de las ordenanzas sagradas. Es la forma en que el cielo toca la tierra… y toca mi vida.

¿De qué manera esas ordenanzas —y los convenios asociados con ellas— han traído el poder de Dios a mi vida?

Las ordenanzas son mucho más que rituales. Son puertas por las que he accedido al poder de Dios. Al ser bautizado, sentí el comienzo de una nueva vida; al recibir el don del Espíritu Santo, empecé a reconocer la voz del Señor en mi interior. En el templo, mis convenios me han dado una identidad eterna y un propósito más elevado.
A través de esas ordenanzas, el Señor ha entrado en mi vida con mayor intensidad. Me ha dado fuerza para superar pruebas, luz para tomar decisiones importantes, y la certeza de que no camino solo. Cada convenio guardado ha traído consigo una medida adicional de poder espiritual real y transformador.

¿Cómo sería mi vida sin ellos?

Sin el sacerdocio, sin sus ordenanzas y sin los convenios que me unen a Dios, mi vida sería como un barco sin timón. Tendría fe, quizás, pero sin dirección clara; tendría aspiraciones espirituales, pero sin poder concreto para realizarlas.
Me sentiría desconectado de lo divino, como si caminara con sed en un desierto sin fuente. El mundo me parecería más ruidoso, más oscuro y más incierto.
Pero gracias al sacerdocio y a sus bendiciones, tengo una roca donde afirmar mis pies, una luz en mi senda, y un Salvador que me ofrece no solo esperanza futura, sino poder presente para vencer, crecer y volver a casa.


Conclusión final

Al estudiar estas enseñanzas, queda claro que el sacerdocio no es solo una autoridad que algunos poseen, sino un don divino disponible para todos los hijos de Dios que hacen y guardan convenios con Él. A través del sacerdocio, el Señor ofrece Su poder sanador, Su guía constante y Su presencia redentora.

El sacerdocio es el medio por el cual el cielo se acerca a la tierra, y por el cual nosotros podemos acercarnos al cielo. Sus bendiciones se manifiestan en las ordenanzas del Evangelio, en las promesas del templo, en las oraciones respondidas, en la revelación personal, y en la fortaleza espiritual para resistir la adversidad y perseverar en rectitud.

Recordemos que el acceso al poder del sacerdocio no depende del llamamiento, del género o de la posición, sino de la fidelidad al convenio. Cada uno de nosotros puede vivir de tal manera que ese poder influya diariamente en nuestra vida, transforme nuestro corazón y nos prepare para volver a la presencia de Dios.

Testifico que el poder del sacerdocio es real. Lo he sentido, lo he visto actuar en mi vida y en la vida de otros. Es un recordatorio constante de que Dios no nos ha dejado solos; Él obra hoy, como en la antigüedad, y lo hace por medio de Su santo sacerdocio.

Que cada uno de nosotros viva con gratitud, reverencia y propósito, sabiendo que el poder de Dios está a nuestro alcance, si somos fieles


Un diálogo entre Maestro y alumno


[Escena: Un joven alumno, Andrés, se queda al final de la clase para hablar con el maestro, Hermano Morales. En la pizarra aún se puede leer: “Doctrina y Convenios 84:17–32 – El poder del sacerdocio en mi vida”.]

Andrés: Hermano Morales, ¿puedo hacerle una pregunta? Estuvimos hablando mucho sobre el sacerdocio hoy… y me siento algo confundido.

Hermano Morales: Claro, Andrés. Me alegra que quieras entender más. ¿Qué es lo que te causa confusión?

Andrés: Pues… se habla tanto del sacerdocio, de llaves, de oficios… pero yo no tengo el sacerdocio, todavía ni siquiera soy diácono. Y me pregunto: ¿cómo puede ser verdad que yo también tengo acceso a su poder?

Hermano Morales (sonriendo con comprensión): Esa es una pregunta muy importante. Y me alegra que la hagas, porque justamente eso enseña Doctrina y Convenios 84. ¿Recuerdas lo que aprendimos hoy sobre el sacerdocio de Melquisedec?

Andrés: Sí… que es eterno, sin principio ni fin, y que fue dado a Moisés y a Melquisedec… pero que el pueblo de Israel no lo recibió porque endurecieron su corazón.

Hermano Morales: Exactamente. Dios quería darles ese poder, pero ellos no estaban dispuestos a vivir de acuerdo con las leyes más elevadas. Entonces, se les dio una ley menor, con el sacerdocio de Aarón, que los preparaba para algo más.

Andrés: Entonces, ¿ese sacerdocio mayor todavía existe?

Hermano Morales: ¡Sí! Y lo tenemos en la Iglesia hoy. Pero aquí está lo hermoso: aunque las llaves del sacerdocio las llevan quienes han sido ordenados, el poder del sacerdocio está al alcance de todos los que hacen y guardan convenios con Dios.

Andrés (reflexivo): ¿Como en el bautismo?

Hermano Morales: Exactamente. Cuando fuiste bautizado, entraste en un convenio. Y cuando recibiste el don del Espíritu Santo, accediste a la guía de Dios a través de Su poder. Eso ya es el sacerdocio actuando en tu vida. Y cuando participas con fe en la Santa Cena cada domingo, te estás renovando en ese poder.

Andrés: Pero… ¿no es eso diferente a tener el sacerdocio y dar bendiciones, por ejemplo?

Hermano Morales: Es diferente en forma, pero no en esencia. Te doy un ejemplo. Una madre que ha hecho convenios en el templo no puede imponer las manos para dar una bendición, pero puede invocar el poder del sacerdocio sobre su hogar con su fe, su obediencia y sus oraciones. Y Dios honra ese poder. El poder del sacerdocio santifica, guía, consuela, fortalece… y eso lo puedes recibir tú también.

Andrés (mirando al suelo): A veces siento que no soy suficiente para eso… que tengo que hacer mucho más para merecerlo.

Hermano Morales (con ternura): Andrés, el Señor no busca perfección inmediata. Busca corazones dispuestos. Cuando Israel endureció su corazón, perdió el sacerdocio. Pero tú, al estar aquí, al querer entender, estás abriendo tu corazón. Eso ya es una invitación al poder de Dios en tu vida.

Andrés: Entonces… ¿puedo sentir ese poder aunque todavía no tenga el sacerdocio?

Hermano Morales: Absolutamente. Puedes sentirlo cuando oras con fe, cuando estudias las Escrituras y el Espíritu te enseña, cuando haces tu parte en casa con amor, o incluso cuando tomas decisiones difíciles y sientes la paz del cielo. Todo eso es el poder de Dios actuando en ti. Y a medida que avances —sirvas, guardes tus convenios y más adelante recibas la investidura—, ese poder crecerá.

Andrés: Nunca lo había visto así… Pensé que el sacerdocio era solo para los que son obispos o élderes.

Hermano Morales: No es un privilegio reservado, es un poder ofrecido. Y esa es una de las verdades más hermosas de esta sección: el sacerdocio no es solo estructura; es una forma de acercarnos a Dios. Y tú ya estás en ese camino.

Andrés (con una sonrisa): Gracias, hermano Morales. Hoy… me siento un poco más cerca de Dios.

Hermano Morales (poniendo una mano sobre su hombro): Lo estás, Andrés. Sigue caminando con fe, y el poder de Dios nunca te faltará.


Doctrina y Convenios 84:43–61
Vivir según la palabra de Dios trae luz y verdad a mi vida.


  1. La palabra de Dios debe recibirse con seriedad (vv. 43–44)

“Y ahora os doy un mandamiento: que tengáis cuidado con todas las palabras que he hablado a vosotros…”

Aquí el Señor no hace una sugerencia: da un mandamiento. Usar la expresión “tened cuidado” indica que Su palabra debe tratarse con reverencia y obediencia, no como una opción entre muchas. El contexto inmediato es que los santos de los primeros días recibieron muchas revelaciones a través del profeta José Smith, pero no siempre las valoraron ni vivieron de acuerdo con ellas.

“…las escribiréis todas que estén en vuestro corazón y las guardaréis para que sean obedecidas como si vinieran de mi propia boca…” (v. 44)

Esta frase tiene un peso inmenso. El Señor enseña que Sus palabras son Su voz, y deben ser tratadas como si Él mismo nos las dijera cara a cara. Esta doctrina define nuestra actitud hacia las Escrituras y las palabras de los profetas vivientes. La promesa es clara: si las obedecemos, Se manifestará Su poder, y Su voluntad será cumplida en nosotros.

  1. La obediencia a la palabra trae más luz (vv. 45–46)

“El que recibe luz, y persevera en Dios, recibe más luz; y esa luz se hace más y más brillante hasta el día perfecto.”

Aquí encontramos uno de los principios más sublimes de la doctrina revelada: la ley del crecimiento espiritual progresivo. La luz se recibe de manera gradual. Este versículo ilustra cómo el estudio diligente y la obediencia a la palabra incrementa nuestra capacidad de entender y recibir revelación.

El “día perfecto” es una expresión que representa la plenitud de conocimiento y santidad: la meta final del discipulado. No se llega allí en un solo paso, sino por medio de un proceso acumulativo de fidelidad constante.

“El que es iluminado por el Espíritu recibe luz y comprende toda palabra de Dios.” (v. 46)

Aquí el Señor nos enseña que la verdadera comprensión espiritual depende del Espíritu Santo. No basta con leer intelectualmente; se necesita recibir iluminación espiritual. El Espíritu abre el corazón y la mente y hace posible que lo divino sea comprendido y sentido.

  1. Rechazar la palabra es permanecer en tinieblas (vv. 47–51)

“El que no la recibe, no se deleita en la luz, y permanece en las tinieblas.” (v. 45)

El contraste es claro: aceptar la palabra = más luz; rechazarla = permanecer en la oscuridad. Este principio nos recuerda que el progreso espiritual no es neutral: o avanzamos hacia más luz, o retrocedemos hacia la tiniebla.

“Y los que no me reciben no me conocen.” (v. 52)

El conocimiento de Dios no se logra solo por el estudio, sino por el recibir y vivir Su palabra. Por eso, quien no oye Su voz, no puede llegar a conocerle verdaderamente, y viceversa. La luz y la verdad que Él nos ofrece solo están al alcance del que está dispuesto a actuar conforme a ellas (véase Juan 7:17).

  1. El pueblo del convenio ha tratado con ligereza la palabra (vv. 52–58)

En estos versículos, el Señor hace un llamado de atención a Su pueblo:

“Y vuestra mente en tiempos pasados se ha oscurecido por motivo de incredulidad y porque habéis tratado a la ligera las cosas que habéis recibido…” (v. 54)

Este reproche se dirige a los miembros del convenio, no al mundo incrédulo. Se refiere a los santos que, aunque tienen acceso a las revelaciones, las han descuidado, ignorado o no valorado.

El efecto de esa actitud es devastador: oscurecimiento espiritual, pérdida del Espíritu, y disminución de poder y testimonio. El Señor, sin embargo, ofrece esperanza:

“…pero de ahora en adelante, santificaos y seréis investidos con poder, para que deis testimonio de estas cosas.” (v. 55)

Esta promesa es vital: el arrepentimiento y la obediencia renuevan la luz perdida y restablecen el poder espiritual. La obediencia a Su palabra es una puerta que lleva a la investidura de poder —el poder del Espíritu, del testimonio, y de la revelación.

  1. Proclamad la palabra con diligencia (vv. 59–61)

“Y os doy el mandamiento de que salgas de en medio de los inicuos y seáis limpios, los que lleváis los vasos del Señor.”

Este pasaje establece un vínculo entre pureza personal y la responsabilidad de proclamar la palabra. Quienes “llevan los vasos del Señor” son Sus siervos, Sus misioneros, portadores del evangelio restaurado. La limpieza —santidad personal— es un requisito para llevar la luz y la verdad al mundo.

El Señor concluye con un llamado directo:

“No se os dará más hasta que no seáis obedientes a lo que ya he dado.” (v. 60)

Este es un principio eterno: la revelación adicional depende de la obediencia a la revelación ya recibida. Dios no da luz en vano. Primero respondemos a la luz que tenemos, y luego Él añade más. Este principio se aplica tanto a la Iglesia como colectivamente, como a cada persona individualmente.


Una Historia: “La lámpara olvidada”

Había una vez un joven llamado Elías, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas. Desde niño, su madre le enseñó a amar las Escrituras y a orar cada noche. Ella solía decirle:

“Hijo, la palabra de Dios es como una lámpara. Mientras la mantengas encendida, nunca andarás en oscuridad.”

Elías creció y llegó el día en que partió a la ciudad para estudiar. Al principio, se levantaba temprano, leía su Libro de Mormón, y escribía lo que sentía. Pero con el paso de los meses, las tareas, el trabajo, y las distracciones de la vida lo hicieron descuidar ese hábito.

Una noche, mientras caminaba solo por una calle poco iluminada, sintió un vacío. Llevaba días con dudas, inseguridades, y un sentimiento constante de confusión. Sentía que algo le faltaba, pero no sabía qué. Decidió entrar a una pequeña capilla cercana para sentarse y pensar.

Allí, en silencio, vio un cartel que decía:
“La luz crece para el que persevera en Dios” (DyC 84:45).

Elías se estremeció. Esa escritura le era familiar. Recordó las palabras de su madre. Fue como si el Espíritu susurrara:

“Elías, no perdiste la luz… solo dejaste de alimentarla.”

Esa noche, al volver a su habitación, abrió su cuaderno viejo. Había polvo en la portada, pero dentro encontró una oración escrita meses atrás, cuando había pedido guía para una decisión importante. A medida que leía, sintió que su mente se iluminaba, y su corazón se llenaba de paz. No era que Dios se hubiese alejado… era él quien había tratado la palabra con ligereza.

Desde entonces, Elías decidió volver a vivir según la palabra. Cada día tomaba unos minutos para leer con real intención, escribir lo que sentía, y luego actuar conforme a lo que aprendía. Lentamente, su mente se aclaró, su confianza regresó, y comenzó a ver la mano de Dios en su vida.

Un día, al testificar en su barrio, dijo con emoción:

“He aprendido que el Señor no da más luz hasta que no vivimos la que ya nos ha dado. Pero cuando la honramos, esa luz crece, y se convierte en una antorcha que ilumina cada decisión, cada día, y cada parte de nuestra vida.”

Así como Elías, todos tenemos acceso a la palabra revelada. Pero la luz y la verdad solo vienen cuando la vivimos, no solo cuando la escuchamos. Si tratamos con seriedad y devoción lo que el Señor ya nos ha dado, Él nos dará más, y nuestro camino se hará claro, incluso en los momentos más oscuros.

¿Qué verdades encuentras en Doctrina y Convenios 84:43–61 que te ayuden a entender por qué necesitas estudiar la palabra de Dios regularmente?

  1. La palabra de Dios es un mandamiento, no una sugerencia

Estudiar la palabra de Dios no es opcional para el discípulo fiel. El Señor ha mandado que la valoremos y la obedezcamos con atención y reverencia.

Cuando estudio las Escrituras con cuidado, estoy obedeciendo un mandamiento directo del Señor. Me ayuda a mantenerme en el camino del convenio y me recuerda que Sus palabras son sagradas.

  1. La palabra de Dios es luz, y esa luz crece progresivamente

La revelación personal y el crecimiento espiritual no ocurren de golpe. Se da progresivamente, en la medida en que me mantengo fiel a la palabra que ya he recibido.

Estudiar la palabra de Dios cada día alimenta esa luz. Aun cuando no entienda todo de inmediato, sé que la constancia me llevará a una comprensión más plena y a una conexión más profunda con el Espíritu.

  1. El Espíritu da entendimiento de la palabra divina

No se puede comprender verdaderamente la palabra de Dios sin la ayuda del Espíritu Santo. Estudiar las Escrituras abre mi mente, pero el Espíritu abre mi corazón.

Al estudiar con fe y humildad, invito al Espíritu a enseñarme. Las Escrituras se vuelven personales, relevantes, y vivas cuando permito que el Espíritu me enseñe.

  1. Rechazar o ignorar la palabra es permanecer en tinieblas

Si no estudio ni vivo la palabra revelada, me estoy alejando voluntariamente de la luz. La oscuridad espiritual no siempre viene por pecado grave, sino muchas veces por negligencia o descuido.

El estudio diario me mantiene lejos de la confusión, del desaliento y del error. La palabra de Dios es mi protección contra las tinieblas del mundo y del alma.

  1. El Señor no da más luz hasta que vivimos la que ya hemos recibido

Dios no derrama más revelación si no hemos valorado ni actuado conforme a lo que ya nos ha enseñado. La fidelidad a la luz recibida abre la puerta a más luz.

Estudiar regularmente me permite recordar y actuar en lo que ya sé. Al hacerlo, me preparo espiritualmente para recibir más guía, más entendimiento, y más poder divino en mi vida.

  1. El estudio diligente santifica y nos prepara para recibir poder

Estudiar con devoción no solo ilumina mi mente, sino que me santifica. Me ayuda a vivir de forma más pura, más enfocada, más alineada con la voluntad de Dios.

El estudio no es solo un ejercicio intelectual, es un proceso de transformación espiritual. Me prepara para ser un testigo eficaz del Evangelio y un instrumento del Señor.

Estudiar la palabra de Dios no es simplemente aprender más cosas, es acercarme más a Cristo, recibir más luz, más verdad, más paz y más poder. Doctrina y Convenios 84:43–61 me enseña que el estudio regular no es un deber frío, sino una fuente viva de guía, consuelo y revelación.


Doctrina y Convenios 84:62–91
El Señor estará conmigo cuando esté a Su servicio.


Recuerdo claramente la primera vez que leí Doctrina y Convenios 84:62–91 con detenimiento. Me encontraba al inicio de un llamamiento que, para mí, parecía demasiado grande. Me sentía pequeño, sin preparación, sin saber si podría hacer todo lo que se me pedía. Al abrir las Escrituras buscando consuelo, llegué a estos versículos y sentí que el Señor me hablaba directamente.

“Id por todo el mundo…” leí, y por un momento me sentí como uno de esos antiguos discípulos, comisionado a llevar un mensaje eterno a lugares desconocidos. Pero en seguida el miedo me visitó: ¿cómo hablaré?, ¿qué diré?, ¿será suficiente lo que sé? Entonces encontré el consuelo:
“No penséis de antemano lo que habéis de decir… porque os será dado en la hora misma”.

Esa promesa me llenó de una paz profunda. No se trataba de mis propias palabras ni de mi elocuencia. Se trataba de confiar, de prepararme con fe, y dejar que el Espíritu hiciera el resto. Y así fue muchas veces. Palabras que no había planeado salían en momentos clave. Escrituras que no sabía que recordaba venían con claridad. El Señor cumplía Su promesa.

Pero fue el versículo 88 el que más profundamente se quedó conmigo.
“Y os prometo que estaré con vosotros; iré delante de vuestra faz, estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestros corazones, y mis ángeles alrededor de vosotros para sosteneros.”

Leí esas palabras una y otra vez. Me imaginé caminando hacia alguna asignación difícil y, aunque físicamente solo, rodeado por ángeles invisibles. Vi al Salvador mismo yendo delante, preparando corazones, suavizando caminos. Me imaginé Sus manos sobre mis hombros cuando me sentía débil, Su Espíritu llenando mi pecho cuando no sabía qué hacer. Y comencé a andar con más confianza.

En esos días, las promesas de estos versículos se volvieron reales. Una hermana que me recibió con lágrimas al compartir un mensaje que ni yo sabía que ella necesitaba. Un joven que aceptó cambiar su vida después de una conversación sencilla pero inspirada. El valor que sentí al testificar en medio de oposición. Todo eso fue testimonio de que el Señor estaba conmigo porque yo estaba a Su servicio.

También aprendí algo profundo en el versículo 89: “Y a los que os reciban, yo también los recibiré…”. Me hizo comprender que cuando yo servía en Su nombre, no era solamente yo quien visitaba un hogar o compartía una enseñanza: era Él. Lo que yo hacía por otros, era como si lo hiciera por Cristo. Ese pensamiento me llenó de un sentido de reverencia hacia el servicio, ya fuera enseñar una clase, visitar a un miembro, o simplemente consolar a alguien con palabras.

Hoy, cada vez que leo esta sección, no la veo como un texto reservado solo para misioneros de tiempo completo, sino como una guía para todo aquel que ha decidido seguir a Cristo y servir en Su obra. Me recuerda que el poder no está en mí, sino en Él, y que cuando yo actúo con fe, Él cumple Su promesa: “Yo estaré contigo”.


Doctrina y Convenios 84:106–110
Todos pueden contribuir a la obra de Dios.


Estos versículos revelan una verdad profundamente hermosa: la obra del Señor no se realiza por medio de competencia, orgullo o jerarquías sociales, sino a través de una red de colaboración humilde, mansedumbre y servicio. En el reino de Dios, no hay puestos sin valor, ni personas sin propósito. Cada uno tiene un lugar, una función, un aporte único. Y ese sistema divino funciona cuando todos se sostienen mutuamente en amor y humildad.

El versículo 106 enseña que aquellos que son fuertes en el Espíritu deben edificar a los más débiles con mansedumbre, no con condescendencia ni juicio. El propósito no es establecer una élite espiritual, sino crear un cuerpo unido donde la fortaleza de unos levante la debilidad de otros, hasta que todos sean “fuertes”.

El Señor no busca perfección individualista, sino una comunidad santificada en unidad.

“No menospreciéis a los que son menores”, dice el versículo 107. En el mundo, a menudo se mide el valor por el conocimiento, la posición o el estatus. Pero en la obra del Señor, la humildad es la verdadera grandeza, y ser semejante a los más “pequeños” es parte del discipulado.

“El que sea jefe, sea como el que sirve” (v. 108). Este principio fue enseñado por el Salvador mismo. En Su obra, la autoridad no es para dominar, sino para cuidar, levantar, y guiar con amor.


La historia del farolero y los caminantes

En una lejana aldea, al pie de una montaña, había un camino antiguo que conducía al valle de la luz. Era un sendero angosto y empedrado, lleno de cuestas, curvas y oscuridad al caer la noche. Muchos deseaban atravesarlo, pues en el valle se decía que reinaban la paz y la plenitud, pero el camino era difícil y muchos se extraviaban o desistían.

En ese lugar vivía un anciano farolero llamado Elías. Su tarea era sencilla, pero vital: encender las lámparas del camino al atardecer, para que otros pudieran avanzar sin temor. No era un hombre fuerte ni rápido, pero poseía algo especial: una luz interna que jamás se apagaba, incluso en las noches más densas.

Un día, llegó a la aldea un grupo de caminantes jóvenes, animosos pero inexpertos. Algunos eran fuertes y confiados; otros venían heridos del corazón o débiles en espíritu. Elías los recibió con una sonrisa y les ofreció un consejo:

—No es suficiente ser fuerte para cruzar el sendero. Hay que caminar juntos, y el que tenga más luz debe compartirla con el que está en sombras.

Uno de los jóvenes, llamado Simón, era impaciente. No entendía por qué debía esperar a los más lentos o ayudar a los que tropezaban. Pero Elías le dijo:

—Mira esa lámpara —señalando un farol en lo alto—. ¿Ves su luz? Viene de una pequeña llama. No grita ni empuja. Solo alumbra con mansedumbre, y gracias a ella otros caminan con seguridad.

Esa noche, Simón decidió quedarse atrás para acompañar a una anciana que caminaba despacio. En lugar de adelantarse, le ofreció su brazo, le cantó salmos y compartió su antorcha. Lo que no sabía era que, al hacerlo, la luz de su alma comenzó a brillar con mayor claridad.

Día tras día, los caminantes aprendieron a respetar al más pequeño, a no menospreciar al más lento, y a servir sin buscar posición. Quien guiaba hoy, mañana recibía ayuda. Todos hallaron su lugar en la travesía, y poco a poco, se volvieron una columna de luz moviéndose al unísono hacia el valle prometido.

Y cuando por fin llegaron, encontraron una inscripción en la puerta del valle que decía:

“El que sea jefe, sea como el que sirve. Y si alguno es fuerte, tome al débil, para que ambos sean edificados”.

En ese momento, Simón miró al anciano farolero y comprendió: la obra de Dios no se hace con prisa ni poder, sino con humildad, mansedumbre y colaboración. Porque en el Reino de Dios, todos pueden contribuir, y cada luz —por pequeña que parezca— es necesaria para vencer la oscuridad.

El Señor edifica Su obra no a través de la autosuficiencia individual, sino mediante una red de corazones dispuestos a servir, levantar y aprender unos de otros. En Su sabiduría, ha dispuesto que el fuerte sostenga al débil con mansedumbre, que el líder sea como el que sirve y que todos encuentren su lugar en Su reino. Así como en la historia del farolero y los caminantes, la luz verdadera se enciende cuando compartimos lo que tenemos, cuando servimos sin buscar reconocimiento, y cuando aprendemos a caminar al ritmo de la compasión.

Cada uno de nosotros tiene algo que aportar, sin importar la edad, la experiencia o la fortaleza espiritual. En el reino de Dios, no hay “menores” ni “mayores”, solo hijos e hijas con un propósito divino. Y al edificar a otros con humildad, también nosotros somos edificados, y el Espíritu del Señor se multiplica entre Su pueblo.

En un mundo que premia la competencia y la autoafirmación, el Evangelio nos invita a elegir otro camino: el camino de la cooperación celestial, donde cada alma cuenta y toda contribución —por pequeña que sea— es sagrada. Así se edifica Sion. Así se hace la obra de Dios.


¿Qué han dicho los líderes de la Iglesia sobre Doctrina y Convenios 84?


“Ángeles alrededor de ti”

“Cuando hablo de tener confianza ante Dios, me refiero a tener confianza al acercarnos a Él ahora mismo. Me refiero a orar con la certeza de que nuestro Padre Celestial nos escucha, que Él comprende nuestras necesidades mejor que nosotros mismos. Me refiero a tener la seguridad de que Él nos ama más de lo que podemos comprender, que envía ángeles para que estén con nosotros y con aquellos a quienes amamos (véase Doctrina y Convenios 84:88). Me refiero a confiar en que Él anhela ayudarnos a alcanzar nuestro máximo potencial.”
— Presidente Russell M. Nelson, Conferencia General de abril de 2025, “Confianza ante la presencia de Dios”


“Hermanos y hermanas, el Señor también los consolará a ustedes. Él los fortalecerá. Los bendecirá con paz, incluso en medio del caos.

“Por favor, escuchen esta promesa de Jesucristo para ustedes: ‘Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestros corazones, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros’ (Doctrina y Convenios 84:88).

“No hay límite para la capacidad del Salvador de ayudarles. Su sufrimiento incomprensible en Getsemaní y en el Calvario fue por ustedes. Su expiación infinita es para ustedes.”
— Presidente Russell M. Nelson, Conferencia General de octubre de 2024, “El Señor Jesucristo vendrá otra vez”


“Nacimos en esta época con un propósito divino: la recogida de Israel. Al servir como misioneros de tiempo completo, enfrentaremos desafíos, pero el mismo Señor es nuestro gran ejemplo y guía en tales circunstancias. Él sabe lo que es una misión difícil. Con Su ayuda, podemos hacer cosas difíciles. Él estará a nuestro lado (véase Doctrina y Convenios 84:88), y nos bendecirá en gran manera al servirle con humildad.”
— Élder Marcos A. Aidukaitis, Autoridad General de los Setenta, Conferencia General de abril de 2022, “Alza tu corazón y regocíjate”


“Cuando se trata de tu felicidad y tu salvación, siempre vale la pena seguir intentándolo. Vale la pena hacer el esfuerzo por ajustar tu estilo de vida y tus tradiciones. El Señor conoce los desafíos que enfrentas. Él te conoce, te ama, y te prometo que enviará ángeles para ayudarte.

“Con Sus propias palabras, el Salvador dijo: ‘Iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro [corazón], y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros’ (Doctrina y Convenios 84:88).”
— Élder Carlos A. Godoy, Autoridad General de los Setenta, Conferencia General de octubre de 2020, “Creo en los ángeles”


“Cuando el camino sea difícil, podemos confiar en la promesa del Señor… ‘El que os reciba, allí estaré también, porque iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestros corazones, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros’ (Doctrina y Convenios 84:88).

“Testifico que el Señor va delante de vuestra faz siempre que estéis en Su obra. A veces, ustedes serán el ángel que el Señor envía para sostener a otros. A veces, ustedes serán quienes estén rodeados por ángeles que los sostienen. Pero siempre tendrán Su Espíritu en su corazón, como se promete en cada servicio sacramental. Solo tienen que guardar Sus mandamientos.”
— Presidente Henry B. Eyring, entonces primer consejero de la Primera Presidencia, Conferencia General de octubre de 2017, “No temas hacer el bien”


“El poder de la divinidad”

“Este es el esplendor del camino del convenio: el camino de adoración, amor y lealtad a Dios. Ingresamos a ese camino mediante el bautismo, comprometiéndonos a tomar sobre nosotros el nombre de Cristo y guardar Sus mandamientos. Recibimos el don del Espíritu Santo, el mensajero de la gracia del Salvador, que nos redime y limpia del pecado al arrepentirnos. Podríamos incluso decir que, al arrepentirnos, lo estamos adorando.

“Después vienen ordenanzas adicionales del sacerdocio y convenios realizados en la casa del Señor, los cuales nos santifican aún más. Las ceremonias y ordenanzas del templo constituyen una forma elevada de adoración.

“El presidente Russell M. Nelson ha enfatizado que ‘todo hombre y toda mujer que participe de las ordenanzas del sacerdocio y que haga y guarde convenios con Dios tiene acceso directo al poder de Dios’ (‘El convenio eterno’, Liahona, octubre de 2022). Este no es solo un poder que invocamos para servir y bendecir. Es también el poder divino que obra en nosotros para refinarnos y purificarnos. A medida que avanzamos por el camino del convenio, el santificador ‘poder de la divinidad se manifiesta’ (Doctrina y Convenios 84:19–21) en nosotros.”
— Élder D. Todd Christofferson, Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de abril de 2025, “Adoración”


“Los convenios que hacemos con Dios, como el del bautismo, nos dan acceso al poder de la divinidad (véase Doctrina y Convenios 84:19–21). El poder de Dios es un poder real que nos ayuda a enfrentar desafíos, tomar buenas decisiones y aumentar nuestra capacidad para soportar situaciones difíciles. Es un poder con el cual podemos crecer en las habilidades específicas que necesitamos.”
— Hna. Andrea Muñoz Spannaus, segunda consejera de la presidencia general de las Mujeres Jóvenes, Conferencia General de abril de 2024, “Fieles hasta el fin”


“El arrepentimiento nos lleva a hacer y guardar convenios por medio de ordenanzas sagradas. La primera ordenanza de salvación y exaltación es el bautismo por inmersión para la remisión de los pecados. El bautismo nos permite recibir el don del Espíritu Santo y entrar en un convenio con el Señor. Podemos renovar ese convenio bautismal cada semana al participar de la Santa Cena. Eso también es un milagro.

“Hermanos y hermanas, los invito a traer este milagro a su vida. Vengan a Jesucristo y decidan ejercer su fe en Él; arrepiéntanse y hagan y guarden los convenios que se encuentran en las ordenanzas de salvación y exaltación. Esto les permitirá unirse a Cristo y recibir el poder y las bendiciones de la divinidad (véase Doctrina y Convenios 84:20).”
— Élder Carlos G. Revillo Jr., Autoridad General de los Setenta, Conferencia General de octubre de 2021, “Milagros del Evangelio de Jesucristo”


“Jesús dijo: ‘Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; mas estrecha es la puerta, y angosto el camino que conduce a la vida, y pocos son los que la hallan’ (3 Nefi 27:33). En sentido figurado, esa puerta es tan angosta que solo permite el ingreso de uno por uno. Cada persona hace un compromiso individual con Dios y, a cambio, recibe de Él un convenio personal, por nombre, en el que puede confiar plenamente en el tiempo y en la eternidad. Con las ordenanzas y convenios, ‘el poder de la divinidad se manifiesta’ (Doctrina y Convenios 84:20) en nuestra vida.”
— Élder D. Todd Christofferson, Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de abril de 2021, “Por qué el camino del convenio”


“La Restauración de la plenitud del Evangelio de Jesucristo, la organización nuevamente de Su Iglesia viviente sobre la tierra y su notable crecimiento desde entonces han hecho que las bendiciones del sacerdocio estén disponibles en todo el mundo. Las ordenanzas sagradas y los convenios que nos vinculan con Dios y nos colocan en el camino del convenio manifiestan claramente ‘el poder de la divinidad’ (Doctrina y Convenios 84:20). Al participar en estas ordenanzas sagradas por los vivos y por los muertos, recogemos a Israel a ambos lados del velo y preparamos la tierra para la Segunda Venida del Salvador.”
— Élder Alan R. Walker, Autoridad General de los Setenta, Conferencia General de abril de 2021, “La luz evangélica de la verdad y el amor”


“No venimos al templo para escondernos o escapar de los males del mundo. Más bien, venimos al templo para conquistar el mundo del mal. Cuando invitamos a nuestra vida ‘el poder de la divinidad’ (Doctrina y Convenios 84:20–21) al recibir ordenanzas del sacerdocio y hacer y guardar convenios sagrados, somos bendecidos con una fuerza más allá de la nuestra para vencer las tentaciones y desafíos de la mortalidad y para hacer y llegar a ser el bien.”
— Élder David A. Bednar, Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de abril de 2020, “Sea edificada esta casa a mi nombre”


“Por medio de Su expiación, Jesucristo nos redimió de las consecuencias de la caída de Adán y nos dio la posibilidad del arrepentimiento y la exaltación. Con Su vida, Él nos dio el ejemplo para recibir las ordenanzas salvadoras, en las cuales ‘el poder de la divinidad se manifiesta’ (Doctrina y Convenios 84:20).”
— Élder Taniela B. Wakolo, Autoridad General de los Setenta, Conferencia General de abril de 2018, “Las ordenanzas salvadoras nos traerán una luz maravillosa”


“Todo lo que tiene mi Padre” (Doctrina y Convenios 84:38)
“El Padre Celestial desea establecer una relación estrecha y personal con cada uno de Sus hijos espirituales. … La relación que Dios busca con cada uno de Sus hijos espirituales es tan cercana y personal que Él pueda compartir todo lo que tiene y todo lo que es (véase Doctrina y Convenios 84:38). Ese tipo de relación profunda y duradera solo puede desarrollarse sobre la base de una confianza perfecta y total.”
— Élder Paul B. Pieper, Autoridad General de los Setenta, Conferencia General de abril de 2024, “Confía en el Señor”


“Ha sido un privilegio conocer a mujeres de todas las edades que viven en una gran variedad de circunstancias y que están guardando sus convenios. Cada día, buscan guía en el Señor y en Su profeta, en lugar de en los medios populares. A pesar de sus desafíos individuales y de las filosofías perjudiciales del mundo que intentan disuadirlas de guardar sus convenios, ellas están decididas a permanecer en el camino del convenio. Se aferran a la promesa de ‘todo lo que tiene el Padre’ (Doctrina y Convenios 84:38). Y, sin importar su edad, cada una de ustedes, mujeres que han hecho convenios con Dios, tiene la capacidad de sostener la luz del Señor y guiar a otros hacia Él. Al guardar sus convenios, Él las bendecirá con el poder del sacerdocio y les permitirá ejercer una influencia profunda sobre todos con quienes interactúan.”
— Hna. Jean B. Bingham, entonces Presidenta General de la Sociedad de Socorro, Conferencia General de abril de 2022, “Los convenios con Dios nos fortalecen, protegen y preparan para la gloria eterna”


“Por toda palabra que sale de la boca de Dios” (Doctrina y Convenios 84:44)
“¿Qué cosas haremos si nuestra alma se deleita en las Escrituras? Aumentará nuestro deseo de participar en la recogida de Israel a ambos lados del velo. Nos será normal y natural invitar a nuestros familiares y amigos a escuchar a los misioneros. Seremos dignos y tendremos una recomendación para el templo vigente para poder asistir al templo tan frecuentemente como sea posible. Trabajaremos para encontrar, preparar y enviar los nombres de nuestros antepasados al templo. Seremos fieles en guardar el día de reposo, asistiendo a la Iglesia cada domingo para renovar nuestros convenios con el Señor al participar dignamente de la Santa Cena. Nos comprometeremos a permanecer en el camino del convenio, viviendo ‘por toda palabra que sale de la boca de Dios’ (Doctrina y Convenios 84:44).”
— Élder Arnulfo Valenzuela, Autoridad General de los Setenta, Conferencia General de octubre de 2021, “Profundizar nuestra conversión a Jesucristo”


Conclusión final de Doctrina y Convenios 84


En medio de una joven Iglesia que apenas echaba raíces en Kirtland, Ohio, el Señor reveló una de las doctrinas más elevadas y profundas de toda la dispensación: el poder del sacerdocio y su papel en la salvación de la humanidad. Esta sección —que podría considerarse una carta magna del sacerdocio restaurado— abre una visión magnífica de cómo Dios actúa en la vida de Sus hijos, no solo mediante autoridad delegada, sino mediante poder espiritual accesible a todos los que hacen y guardan convenios.

Los misioneros regresaban, la obra avanzaba, y el profeta José Smith buscaba dirección divina para fortalecer la organización de la Iglesia. La revelación que recibió entonces no solo delineó las funciones del sacerdocio Aarónico y del de Melquisedec, sino que explicó que el sacerdocio mismo es un medio eterno para llevar a los hijos de Dios a Su presencia. No se trata de una estructura meramente administrativa, sino de un poder celestial que santifica, edifica, instruye, protege y transforma.

Uno de los pasajes más conmovedores de esta sección es la historia de Israel y su incapacidad para recibir el sacerdocio mayor. El pueblo endureció su corazón y perdió el acceso a una relación más directa con Dios. Es una advertencia clara: el poder del sacerdocio se retira cuando no se vive con santidad. Este principio sigue vigente hoy. El poder espiritual no opera donde hay indiferencia o desobediencia. La luz del Evangelio no se sostiene sin fe constante y humildad.

Y, sin embargo, esta revelación no es un llamado a la desesperanza. Es un mapa hacia la plenitud espiritual. En los versículos 43 al 61, se nos recuerda que vivir según la palabra de Dios es el camino para recibir luz y verdad. No se trata simplemente de leer Escrituras, sino de recibirlas como si fueran la voz del Señor mismo, y actuar conforme a ellas. La historia de Elías, el joven que olvidó su lámpara espiritual y luego la reavivó al recordar las palabras de su madre, ilustra maravillosamente este principio. Cuando dejamos de alimentar la luz, esta parece desaparecer, pero nunca se extingue del todo si estamos dispuestos a volver a la palabra con humildad.

La promesa se repite una y otra vez: quien persevere en Dios, recibe más luz, hasta que su vida se llena de claridad, propósito y dirección. Y lo contrario también se afirma: quien no recibe la palabra, permanece en tinieblas. En un mundo saturado de ruido, desinformación y confusión, esta es una verdad poderosa. La voz del Señor es el único faro verdadero en medio de la oscuridad.

Luego, en los versículos 62 al 91, la revelación se vuelve profundamente personal y consoladora. “Yo estaré con vosotros… iré delante de vuestra faz…” Estas palabras son más que una promesa; son una afirmación del amor constante y activo del Señor por quienes le sirven. El discípulo que se siente débil, el misionero inseguro, el líder agotado, la madre soltera que ora con fe por sus hijos —todos ellos pueden encontrar en estos versículos una promesa de compañía divina. El testimonio personal aquí se convierte en el mejor comentario: cuando uno sirve al Señor con fe, Él cumple. El Espíritu guía las palabras, los ángeles ministran en lo oculto, y los milagros —grandes o pequeños— confirman que no estamos solos.

Finalmente, los versículos 106 al 110 nos ofrecen una visión celestial de la comunidad de los santos: un pueblo donde los fuertes levantan a los débiles, donde los líderes sirven con humildad, donde no se menosprecia a nadie, y donde todos pueden contribuir a la obra de Dios. La historia del farolero y los caminantes plasma este principio con ternura y claridad. En el Reino del Señor, no importan la velocidad ni la fuerza, sino la disposición de caminar juntos, de compartir la luz, de detenerse por el que tropieza. Este ideal contrasta radicalmente con el mundo competitivo y jerárquico. Aquí, servir es reinar, y levantar al otro es acercarse más a Cristo.

Doctrina y Convenios 84 no es solo una declaración sobre el sacerdocio; es una revelación que une el poder divino con la vida cotidiana de los santos. Nos enseña que el sacerdocio es eterno, santo y redentor; que el acceso a su poder no se limita a una ordenación, sino que se abre a través de convenios, fe y obediencia. Nos recuerda que vivir según la palabra de Dios es la clave para recibir luz, y que servir al Señor nos une a Su presencia constante. Y nos muestra que en la obra de Dios, cada alma cuenta, cada servicio edifica, y cada luz compartida ayuda a vencer la oscuridad.

Este capítulo es una invitación a ver el Evangelio no como una estructura, sino como una experiencia viva, transformadora, participativa. Nos llama a levantar nuestra lámpara, a consagrar nuestros dones, a caminar con otros, y a confiar en que el Señor está con nosotros —a nuestro lado, dentro de nuestro corazón, y en cada paso de nuestra jornada.

Testifico que estas enseñanzas son verdaderas. El sacerdocio es real. La palabra de Dios es viva. Y cada uno de nosotros, sin importar nuestra edad, género o rol, puede ser investido con el poder de lo alto si buscamos con fe, vivimos con pureza y servimos con amor.


Un análisis de Doctrina y Convenios Sección — 84

Dándole Sentido a Doctrina y Convenios — 84

El Juramento y Convenio del Sacerdocio — Doctrina y Convenios 84–87

El Juramento y Pacto del Sacerdocio (D. y C. 84)

El convenio entre convenios: El convenio abrahámico y la realización de convenios en la Biblia

Usar la Sección 84 para Enfatizar el Poder del Sacerdocio en las Mujeres

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