Capítulo 3
El Expositor
Envalentonados por las acciones de quienes estaban fuera, los mormones apóstatas, asociados con otros, comenzaron la publicación de un periódico difamatorio en Nauvoo, llamado Nauvoo Expositor. Este periódico no solo reproducía lo que publicaban otros, sino que difundía los reportes más difamatorios, falsos e infames acerca de los ciudadanos de Nauvoo, y especialmente contra las damas. Sin embargo, apenas comenzó a circular, se despertó la indignación de toda la comunidad; tanto así, que se amenazó con su aniquilación; y no creo que, en ninguna otra ciudad de los Estados Unidos, si se hubieran hecho los mismos cargos contra sus ciudadanos, se hubiera permitido su existencia por más de un día. Tal como fueron las circunstancias entre nosotros, se consideró lo mejor convocar al concejo municipal para considerar la adopción de algunas medidas para su eliminación, pues se estimaba preferible que esto se hiciera legalmente antes que de forma ilegal. José Smith, que era el alcalde, convocó entonces al concejo municipal con ese propósito; se presentó y leyó el periódico, y se examinó el asunto. Todos, o casi todos los presentes, expresaron su indignación por la postura adoptada por el Expositor, que era propiedad de algunos de los apóstatas antes mencionados, asociados con uno o dos más. Wilson Law, el Dr. Foster, Charles Ivins y los Higbee antes citados, algunos abogados, comerciantes y otros habitantes de Nauvoo que no eran “mormones”, junto con los antimormones de fuera de la ciudad, lo apoyaban. La intención era, mediante declaraciones falsas, perturbar las mentes de muchos dentro de la ciudad, y formar combinaciones allí similares a las asociaciones antimormonas del exterior.
El partido ya había hecho varios intentos para molestar e irritar a los ciudadanos de Nauvoo; se habían hecho acusaciones falsas, entablado demandas maliciosas, emitido amenazas y recurrido a diversas artimañas para influir en la opinión pública y, si fuera posible, provocarnos a cometer algún acto manifiesto que nos hiciera sujetos a la ley. Con pleno conocimiento, por tanto, de los designios de estos infernales bribones que estaban entre nosotros, así como de quienes nos rodeaban, el concejo municipal procedió a investigar el asunto. Sentían que estaban en una posición crítica, y que cualquier medida tomada para suprimir esa imprenta sería vista, o al menos presentada, como un ataque directo a la libertad de expresión, y que, lejos de desagradar a nuestros enemigos, sería considerado por ellos como uno de los mejores acontecimientos que podían sobrevenirles para asistirles en sus designios infames y sangrientos.
Como miembro del concejo municipal, recuerdo bien el sentimiento de responsabilidad que parecía descansar sobre todos los presentes; ni olvidaré pronto las expresiones valientes, varoniles e independientes de José Smith en esa ocasión respecto a este asunto. Expuso, con vivos colores, la bajeza, corrupción y fines últimos de los antimormones; sus despreciables caracteres e impías influencias, especialmente de aquellos que estaban entre nosotros. Habló de la responsabilidad que recaía sobre nosotros, como guardianes del interés público, de levantarnos en defensa de los agraviados y oprimidos, de resistir la corriente de corrupción y, como hombres y santos, poner fin a este flagrante ultraje contra los derechos de este pueblo.
Declaró que ningún hombre era defensor más ferviente de la libertad de expresión y de prensa que él mismo; sin embargo, cuando este noble don es completamente prostituido y abusado, como en el presente caso, pierde todo derecho a nuestro respeto y se convierte en un agente para el mal tan grande como puede serlo para el bien; y, no obstante la aparente ventaja que daríamos a nuestros enemigos con este acto, nos correspondía, como hombres, actuar con independencia de toda influencia secundaria, proceder como hombres de mente amplia y cumplir valiente y resueltamente con los deberes que nos competían, declarando como un estorbo público y removiendo de entre nosotros esta hoja sucia, difamatoria y sediciosa.
El tema fue discutido bajo diversas formas, y después de las declaraciones hechas por el alcalde, todos parecían esperar que otro hablara.
Después de una pausa considerable, me levanté y expresé mis sentimientos con franqueza, como lo había hecho José, y muchos otros siguieron en el mismo tono; y creo, aunque no estoy seguro, que propuse la moción para remover esa imprenta como un estorbo. Finalmente se sometió a votación, y fue aprobada por todos menos uno; y éste concedió que la medida era justa, pero se abstuvo por temor.
Proyecto de ley para la remoción de la imprenta del “Nauvoo Expositor”.
Resuelto por el concejo municipal de la ciudad de Nauvoo, que la oficina de impresión de donde se publica el Nauvoo Expositor constituye una molestia pública; y también lo son todos los ejemplares del Nauvoo Expositor que puedan encontrarse o existir en dicho establecimiento; y se instruye al alcalde a que haga remover dicho establecimiento y papeles sin demora, en la forma que él disponga.
Aprobado el 10 de junio de 1844.
- Richards, Secretario
Geo. W. Harris, Presidente interino
Después de la aprobación del proyecto de ley, se ordenó al mariscal, John P. Green, que suprimiera o removiera, lo cual procedió a hacer de inmediato convocando una fuerza de hombres con ese propósito. La imprenta fue removida o destruida, no recuerdo cuál de las dos, por el mariscal, y los tipos fueron esparcidos en la calle.
Esto pareció ser uno de esos casos extremos que requieren medidas extremas, ya que la prensa continuaba en su curso inflamatorio. Se temía que, al ser casi universalmente execrada, si continuaba por más tiempo, un pueblo indignado pudiera cometer algún acto evidente que llevara a consecuencias graves, y que era preferible usar medios legales que ilegales.
Esto, como se había previsto, era precisamente el curso que nuestros enemigos deseaban que tomáramos, ya que les brindaba la oportunidad de circular una historia muy verosímil sobre que los “mormones” se oponían a la libertad de prensa y de expresión, cosa que no tardaron en aprovechar. Se inventaron relatos y se distorsionaron los hechos; se hicieron declaraciones falsas, y este acto fue usado como ejemplo para respaldar el conjunto de sus falsedades; y, como si estuvieran inspirados por Satanás, trabajaron con una energía y un celo dignos de una causa mejor. Tenían emisarios que difundían sus informes, no solo por el condado de Hancock, sino por todos los condados circundantes. Estos informes eran comunicados a sus sociedades antimormonas, y dichas sociedades los distribuían en sus respectivos distritos. El periódico antimormón, el Warsaw Signal, se llenaba de artículos inflamatorios y tergiversaciones sobre nosotros, y especialmente sobre este acto de destruir la imprenta. Se nos representaba como una horda de rufianes y bandidos sin ley, antiestadounidenses y antirrepublicanos, hundidos en el crimen y la iniquidad, contrarios a la libertad de expresión y de prensa, y a todos los derechos e inmunidades de un pueblo libre e ilustrado; se decía que ni la persona ni la propiedad estaban seguras, que teníamos planes contra los ciudadanos de Illinois y de los Estados Unidos, y se hacía un llamado al pueblo para que se levantara en masa, y nos derribara, expulsara o exterminara como una plaga para la sociedad, y peligrosos por igual para nuestros vecinos, el estado y la república.
Estas declaraciones fueron ampliamente copiadas y distribuidas por todos los Estados Unidos. Un relato verdadero de los hechos en cuestión fue publicado por nosotros, tanto en el Times and Seasons como en el Nauvoo Neighbour; pero resultó imposible distribuirlos en los condados inmediatos, ya que eran destruidos en las oficinas de correos o de otras maneras por los agentes de los antimormones, y para lograr que el correo saliera fuera del área, yo tenía que enviar los periódicos a una distancia de treinta o cuarenta millas de Nauvoo, y a veces hasta San Luis (a más de doscientas millas), para asegurar que continuaran en su ruta, y aun así, la mitad o dos tercios de los ejemplares nunca llegaban a su destino, siendo interceptados o destruidos por nuestros enemigos.
Estos falsos informes alborotaron a la comunidad circundante, de los cuales muchos, debido al prejuicio religioso, se dejaron fácilmente instigar para unirse a los antimormones y participar en cualquier cruzada que se emprendiera contra nosotros; de ahí que sus filas crecieran en número, se formaran nuevas organizaciones, se celebraran reuniones, se aprobaran resoluciones, y se ofrecieran hombres y recursos para la extirpación de los “mormones”.
Sobre estos puntos escribe el gobernador Ford:
Estos también fueron los hombres activos en inflamar la furia del pueblo, con la esperanza de que pudiera iniciarse un movimiento popular que resultara en la expulsión o exterminio de los votantes “mormones”. Con ese propósito se convocaron reuniones públicas, se pronunciaron discursos incendiarios, se difundieron ampliamente informes exagerados, se nombraron comités que cabalgaban día y noche para propagar los rumores y solicitar el apoyo de los condados vecinos, y en una reunión pública en Warsaw se aprobaron resoluciones para expulsar o exterminar a la población “mormona”. No obstante, este no fue un movimiento en el que todos concurrieran unánimemente. El condado contenía un buen número de habitantes a favor de la paz, o que al menos deseaban mantenerse neutrales en tal conflicto. Estos fueron estigmatizados con el nombre de “Jack-Mormons”, y no fueron pocos los más furiosos agitadores del pueblo que expresaron abiertamente su intención de incluirlos en la expulsión o exterminio general.
Se planeó con astucia y se ejecutó con destreza un sistema de agitación y alboroto. Consistía en propagar informes y rumores de la índole más alarmante. Como ejemplos: en la mañana anterior a mi llegada a Carthage, fui despertado a una hora temprana por un espantoso informe, que se afirmaba con confianza y aparente consternación, de que los “mormones” ya habían comenzado una obra de incendios, destrucción y asesinato, y que se necesitaba inmediatamente a todo hombre capaz de portar armas en Carthage para la protección del condado.
No perdimos tiempo en partir, pero cuando llegamos a Carthage no pudimos obtener más información respecto a esta historia. Nuevamente, durante los pocos días en que la milicia estuvo acampada en Carthage, se me hicieron frecuentes solicitudes para enviar tropas aquí, allá y por todo el país, con el fin de prevenir asesinatos, robos y hurtos que, se decía, eran amenazas de los “mormones”. No se enviaron tales fuerzas, ni se cometieron tales delitos en ese momento, salvo el robo de algunos víveres, y nunca hubo la menor prueba de que eso lo hubieran hecho los “mormones”. Nuevamente, en mi reciente visita al condado de Hancock, algunos de sus enemigos más violentos me informaron que los robos cometidos por los “mormones” se habían vuelto inusualmente numerosos e intolerables.
Admitieron que en sus inmediaciones se había hecho poco en ese sentido, pero insistieron en que los “mormones” habían robado dieciséis caballos en una sola noche cerca de Lima, y al investigar, se me dijo que no se habían robado caballos en ese vecindario, sino que los dieciséis caballos habían sido robados en una noche en el condado de Hancock. Cuando este último informante fue informado sobre la versión del condado de Hancock, volvió a cambiar el lugar del robo a otro asentamiento lejano en el extremo norte de Adams.
Mientras tanto, se iniciaron procesos legales contra los miembros del concejo municipal de Nauvoo. Se emitió un auto judicial, que aquí se adjunta, con base en el testimonio jurado de los Law, Foster, Higbee e Ivins, por el Sr. Morrison, juez de paz en Carthage, cabecera del condado de Hancock, y fue puesto en manos de David Bettisworth, alguacil del mismo lugar.
Auto emitido sobre declaración jurada por Thomas Morrison, J.P.
Estado de Illinois,
Condado de Hancock, s.s.
El pueblo del estado de Illinois, a todos los alguaciles, sheriffs y forenses del mencionado estado, saludos:
Por cuanto se ha presentado una denuncia ante mí, uno de los jueces de paz en y para el condado de Hancock, arriba mencionado, bajo el juramento de Francis M. Higbee, del mencionado condado, de que Joseph Smith, Samuel Bennett, John Taylor, William W. Phelps, Hyrum Smith, John P. Green, Stephen Perry, Dimick B. Huntington, Jonathan Dunham, Stephen Markham, William Edwards, Jonathan Holmes, Jesse P. Harmon, John Lytle, Joseph W. Coolidge, Harvey D. Redfield, Porter Rockwell y Levi Richards, de dicho condado, el día 10 del presente mes de junio, cometieron un motín en y dentro del mencionado condado, en el cual, con fuerza y violencia, irrumpieron en la oficina de impresión del Nauvoo Expositor, y de manera ilegal y con violencia quemaron y destruyeron la imprenta, los tipos y los equipos pertenecientes a la misma, propiedad de William Law, Wilson Law, Charles Ivins, Francis M. Higbee, Chauncey L. Higbee, Robert D. Foster y Charles A. Foster.
Por lo tanto, se te ordena aprehender de inmediato a los mencionados Joseph Smith, Samuel Bennett, John Taylor, William W. Phelps, Hyrum Smith, John P. Green, Stephen Perry, Dimick B. Huntington, Jonathan Dunham, Stephen Markham, William Edwards, Jonathan Holmes, Jesse P. Harmon, John Lytle, Joseph W. Coolidge, Harvey D. Redfield, Porter Rockwell y Levi Richards, y presentarlos ante mí o ante algún otro juez de paz, para responder a los cargos presentados, y ser tratados conforme a la ley.
Dado bajo mi mano y sello en Carthage, en el condado mencionado, este 11 de junio del año 1844.
(firmado) Thomas Morrison, J.P. (Sello)
El concejo no se negó a atender los procedimientos legales del caso, pero como la ley de Illinois otorgaba a los acusados el privilegio de comparecer “ante el juez que emite el auto o ante cualquier otro juez de paz”, se solicitó ser llevados ante otro magistrado, ya sea en la ciudad de Nauvoo o en algún lugar razonablemente cercano.
Este pedido fue rechazado por el alguacil, quien era un mobócrata (miembro de la turba), y como este era nuestro derecho legal, nos negamos a ser arrastrados ilegalmente a una distancia de dieciocho millas, especialmente cuando teníamos razones fundadas para creer que una banda organizada de mobócratas se había reunido con el propósito de exterminar o asesinar, y entre quienes no sería seguro ir sin una fuerza superior de hombres armados. Se solicitó un auto de habeas corpus, que fue emitido por el tribunal municipal de Nauvoo, sacándonos de las manos de Bettisworth y poniéndonos bajo la custodia del mariscal de la ciudad. Comparecimos ante el tribunal municipal, y fuimos absueltos. Nuestra negativa a someternos a este procedimiento ilegal fue interpretada por ellos como una negativa a someterse a la ley, y así lo hicieron circular, y el pueblo llegó a creer, o al menos fingió creer, que estábamos en rebelión abierta contra las leyes y autoridades del estado. A partir de ello, comenzaron a reunirse turbas, en las cuales, por todo el país, se pronunciaban discursos incendiarios que incitaban a la mobocracia y a la violencia. Pronto comenzaron sus depredaciones en los asentamientos periféricos, secuestrando a algunos y azotando y maltratando a otros.
Las personas así maltratadas huyeron a Nauvoo tan pronto como les fue posible, y relataron sus agravios a José Smith, entonces alcalde de la ciudad y teniente general de la Legión de Nauvoo. También comparecieron ante magistrados y presentaron declaraciones juradas de lo que habían sufrido, visto y oído. Estas declaraciones, junto con una copia de todos nuestros procedimientos, fueron enviadas por José Smith al Sr. Ford, entonces gobernador de Illinois, con la manifestación de nuestro deseo de acatar la ley, y con la solicitud de que el gobernador instruyera cómo proceder en caso de la llegada de una turba armada contra la ciudad. El gobernador respondió con instrucciones a José Smith, indicándole que, como teniente general de la Legión de Nauvoo, era su deber proteger la ciudad y sus alrededores, y emitió órdenes en ese sentido.
Al recibir dichas órdenes, José Smith convocó al pueblo de la ciudad y les expuso las instrucciones del gobernador; también convocó a los oficiales de la Legión de Nauvoo con el propósito de deliberar sobre el mejor modo de defensa. Además, emitió órdenes a los hombres para que estuvieran listos en caso de ser llamados. Al día siguiente, el general José Smith, junto con su estado mayor, los principales oficiales de la Legión y algunos forasteros prominentes que se encontraban entre nosotros, realizó un reconocimiento de los límites exteriores de la ciudad, que eran bastante extensos, aproximadamente cinco millas a lo largo del río, y unas dos millas y media tierra adentro desde el centro, con el fin de examinar la posición del terreno y la viabilidad de la defensa, y hacer los arreglos necesarios en caso de un ataque.
Cabe señalar aquí que muchos caballeros forasteros, desconocidos para nosotros, vinieron con ese propósito o pasaban por Nauvoo, y, al conocer la situación, expresaron su indignación contra nuestros enemigos y manifestaron su disposición a ayudarnos con su consejo o de otras maneras. Algunos de ellos nos ayudaron en el reconocimiento de la ciudad, para determinar su adaptabilidad para la defensa y cómo protegerla mejor contra una fuerza armada. La Legión fue convocada y entrenada, y se emplearon todos los medios posibles para la defensa. Al llamado de los oficiales, acudieron tanto hombres mayores como jóvenes, tanto de la ciudad como del campo, y se reunieron en un número cercano a cinco mil.
Mientras tanto, nuestros enemigos no permanecían ociosos en cuanto a reunir sus fuerzas y cometer depredaciones, ni lo habían estado; de hecho, fue su convocatoria la que dio origen a la nuestra. Sus fuerzas continuaban acumulándose; adoptaron una actitud amenazante y se reunieron en grandes grupos, armados y equipados para la guerra, amenazando con la destrucción y exterminio de los “mormones”.
Se enviaban casi a diario informes de sus atropellos y concentraciones al gobernador Ford, acompañados de declaraciones juradas proporcionadas por testigos presenciales de sus actos. También se enviaron personas a los condados circundantes con intenciones pacíficas, para informar sobre el verdadero estado de las cosas y notificarles acerca de los sentimientos y disposición del pueblo de Nauvoo, con la esperanza de calmar, si fuera posible, la excitación. En algunos de los condados más lejanos, estos hombres tuvieron gran éxito, y ejercieron una influencia beneficiosa sobre la mente de muchos hombres inteligentes y bien intencionados. En los condados vecinos, sin embargo, donde prevalecía la influencia antimormona, surtieron poco efecto.
Al mismo tiempo, se establecieron guardias alrededor de Nauvoo, y puestos de avanzada a la distancia. Finalmente, las fuerzas opuestas se acercaron tanto que se tomaron medidas más activas; se enviaron partidas de reconocimiento, y se proclamó la ley marcial en la ciudad. Las cosas asumieron entonces una actitud beligerante, y a las personas que pasaban por la ciudad se les interrogaba sobre lo que sabían del enemigo, y en algunos casos se les otorgaban salvoconductos para evitar dificultades con los guardias.
José Smith continuó enviando mensajeros al gobernador (entre ellos Philip B. Lewis y otros). Samuel James, que entonces residía en La Harpe, le llevó un mensaje y despachos, y uno o dos días después, el obispo Edward Hunter y otros fueron nuevamente con nuevos despachos, representaciones, declaraciones juradas e instrucciones. Pero, como el clima era extremadamente lluvioso, los ríos estaban crecidos y los puentes arrasados en muchos lugares, les fue muy difícil continuar sus viajes.
Finalmente, la mobocracia atrajo la atención del gobernador, quien partió acompañado de algunos otros desde Springfield hacia el lugar del conflicto, y creo que en el camino se cruzó sin ver a los hermanos James y Hunter, y, por lo tanto, no recibió sus documentos. Llegó a Carthage y estableció allí su cuartel general, lo cual era natural, ya que era la cabecera del condado de Hancock, aunque también era un auténtico reducto mobocrático, lo que hizo que su presencia allí fuese, en cierto modo, cuestionable, aunque justificable por la sede administrativa.
Con el fin de evitar toda apariencia de hostilidad de nuestra parte, y para cumplir la ley en todos sus aspectos, a sugerencia del juez Thomas, juez del distrito judicial correspondiente, quien había venido a Nauvoo en ese momento y quien declaró que habíamos cumplido con la ley, pero que, para satisfacer a todos, nos aconsejaba comparecer ante el juez Wells, quien no era miembro de nuestra Iglesia, para tener una audiencia formal. Así lo hicimos y, tras una audiencia completa, fuimos nuevamente absueltos.
























