Conferencia General Abril 1956


“Bonos—Serie F”

Élder Adam S. Bennion
Del Quórum de los Doce Apóstoles


Presidente McKay, hermanos y hermanas: Mirar a esta gran audiencia y seguir la fortaleza de estos líderes que están detrás de nosotros, hace que un hombre se sienta humilde. Sinceramente confío en que el Señor me dé su Espíritu durante los pocos minutos que ocuparé.

Es algo conmovedor escuchar a estas madres cantar. Creo que cuando era un bebé debí haber sido arrullado por una buena madre porque he amado la música desde entonces. La hermana [Florence J.] Madsen continúa siendo una gran bendición para esta Iglesia, y a través de ella a todas estas maravillosas mujeres les expresamos nuestro agradecimiento.

El presidente McKay ayer por la tarde, a pesar de la presión del tiempo y con su habitual cortesía, me hizo la promesa de que podría “sufrir” otra noche. Y quiero rendir homenaje a su visión profética. Toda la noche sufrí el dolor de un discurso no pronunciado. De hecho, algunos de mis buenos amigos al final de la reunión de ayer por la tarde me dijeron que nunca antes había sido tan efectivo.

Esta es mi primera experiencia con un discurso “recalentado”. Estaba tan impresionado por la presencia de estos magníficos jóvenes de Oklahoma, Missouri y Texas, que si lo hubiera dicho ayer por la tarde, todo lo que tenía en mi corazón para decir entonces era: “Los ojos de Texas están puestos en ustedes.” No sólo los ojos de Texas, sino también los ojos de la Iglesia están puestos en ustedes, y los ojos de toda América están puestos en ustedes. Cuando regresen a casa por los cielos, sepan que nuestras oraciones los acompañan—a ustedes y también a las azafatas. Se nos juzga por los jóvenes y las jóvenes de esta Iglesia, y si lo hubiera dicho en presencia de ese magnífico coro de estudiantes de la Universidad de Brigham Young, habría dicho que la Iglesia se mide, en no poca parte, por la vida que ustedes, estos valiosos jóvenes y jovencitas, viven.

Me reuní con un grupo de muchachos como estos en la lejana Alaska. Mientras conversaba con ellos, les pregunté cómo les iba y si estaban ahorrando algo. Uno de esos nobles jóvenes dijo: “Tengo planes a futuro. Estoy ahorrando en un bono E; es cierto que es pequeño, sólo $18.75 al mes, pero si me quedo aquí tres años tendré $1,000, y luego, si tengo la suerte de obtener mis beneficios de veterano, estaré en camino hacia la universidad.” Eso me hizo pensar que cuando hablamos de bonos, usualmente lo hacemos en términos monetarios. Pero hay otros bonos, y quiero referirme a ellos por sólo unos minutos esta mañana.

Después del inspirador mensaje de ayer de nuestro Presidente, tomé un libro que me entregó mi buen amigo Orval Adams, una recopilación de discursos de Frank Totton, uno de los empresarios más destacados de América. Cuando él murió, su buena esposa reunió, como homenaje adecuado a su esposo, algunas de las cosas que él había dicho. Siempre agradeceré la amabilidad de Orval Adams al poner ese libro en mis manos.

Les ruego que recuerden que este es el discurso de un hombre que dedicó su vida a la banca. Pero les dijo a algunos destacados hombres de Estados Unidos: “Hay bonos más valiosos que los bonos monetarios. Son más seguros y rinden un interés superior.” Quiero referirme a uno solo de los bonos a los que él hizo alusión.

I. Y cito: “Existen los bonos familiares.” Ojalá él hubiera podido estar sentado aquí ayer por la mañana. “Nada puede dañar estos lazos, excepto nosotros mismos. El hogar moderno promedio está equipado con incontables inventos que han eliminado prácticamente el trabajo arduo del hogar. La mecánica del hogar es impecable, pero la mecánica no hace un hogar feliz. El éxito o fracaso de las relaciones humanas determina el valor de los vínculos humanos. Algunos de nosotros, en momentos de desaliento, podemos pensar que el hogar estadounidense está colapsando. Pero a pesar de los ampliamente difundidos casos de divorcio, el hecho es que muchas familias son familias felices: el padre y la madre todavía enamorados el uno del otro, y los hijos obedientes y respetuosos. El éxito en los negocios, los honores, los títulos y las recompensas, en última instancia, todos se llevan al hogar, y todos esos brillantes logros son honores vacíos si uno no tiene una familia orgullosa con quien compartirlos. La familia es, por mucho, la institución más importante en nuestra sociedad, y verdaderamente feliz es el hombre que, al cerrar su escritorio por la noche, tiene ante sí la alegre imagen del grupo familiar radiante con el que dentro de poco compartirá la cena. Los bonos familiares son inversiones de primera clase. Si desean comprobarlo, ‘pregunten al hombre que posee uno.’”

Inspirado por ese pequeño artículo y por lo que escuchamos ayer por la mañana, deseo añadir estas humildes sugerencias a los padres que deseen seguir manteniendo bonos familiares de primera clase:

  1. Vivan como quisieran que vivan sus hijos.
  2. Inyecten afecto en el círculo familiar “manteniéndose comprometidos” con el paso de los años.
  3. Anticipen situaciones y mantengan la disciplina en el espíritu de la sección 121 de Doctrina y Convenios (D. y C. 121:41–43).
  4. Conozcan a los compañeros de sus hijos. Invítenlos a compartir el hogar. Establezcan horarios sensatos para regresar por la noche y conozcan plenamente a dónde los lleva su entretenimiento nocturno.
  5. Cultiven una familia con responsabilidades compartidas en el hogar. La cosa más cruel que pueden hacer unos padres que han trabajado duro es negar a sus hijos el bendito privilegio del trabajo bajo responsabilidades asignadas.
  6. Destaquen la oración familiar regular.
  7. Fomenten un espíritu en el hogar conforme a Gálatas 5:22 (Gál. 5:22).

Si tuviera que tener un tema esta mañana, sería “Bonos—Serie F.” Ya han tenido su experiencia con los bonos E; estos son bonos F. El primero es ese bono familiar al que ya he hecho referencia.

II. El segundo es el bono de la amistad, uno de los vínculos más ricos de todo el mundo.

Me sentí impulsado a decir, al mirar a esta audiencia: no vengan a esta conferencia con diez mil personas sin estrechar la mano de dos o tres buenos hombres o mujeres que nunca hayan conocido antes. Hay gente maravillosa reunida aquí. Si alguien es demasiado tímido y piensa que será rechazado, aquí hay un apretón de manos de un hombre que con gusto lo compartiría con usted.

Me gusta pensar en David y Jonatán—en Rut y Noemí—y me gusta pensar en el profeta José y Hyrum, que murieron juntos. Me gusta pensar en los tres hombres que se sientan detrás de mí. Me gusta pensar en los hombres que visitamos semana tras semana, ustedes, los que forman presidencias de estaca, sumos consejos, obispados, presidentes de organizaciones—todos ustedes me darán testimonio de que, junto con todos los dones que vienen como resultado de sus llamamientos, está el bendito privilegio de conocerse bien—el privilegio de descubrir cuán maravillosa puede ser la gente.

Siempre me ha encantado la famosa advertencia del Dr. Samuel Johnson:
“Si un hombre no hace nuevas amistades a medida que avanza en la vida, pronto se encontrará solo. Un hombre debe mantener sus amistades en constante reparación.” (Cursiva del autor)

Luego pienso en esa maravillosa línea de Shakespeare: Los amigos que tengas, y cuya lealtad esté probada, aférralos a tu alma con aros de acero. (Shakespeare, Hamlet I, iii, 62–63)

Phillips Brooks añadió esta reflexión: “No hay espectáculo más hermoso que ver en todo este mundo—lleno como está de armonías sublimes y servicios mutuos—que el desarrollo de dos naturalezas amigas que, al envejecer juntas, van descubriendo nuevas profundidades de la vida del otro, y abriendo vetas más ricas de ayuda mutua.”

III. Pero el tercero de estos bonos de la Serie F que quiero dejarles esta mañana son los Bonos de fe.

Me alegra tanto que esta conferencia haya comenzado sobre la base de algo que se puede hacer. No se trata simplemente de algo académico; esta religión nuestra es una forma de vida. Podemos decir con Miqueas:

“Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno. ¿Y qué pide Jehová de ti? Solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios.”
(Miqueas 6:8)

Familia, amigos y fe son, para mí, tres de los valores supremos de la vida.

Hace dos días tuvimos el privilegio de escuchar los testimonios de treinta y un presidentes de misión. Entre las cosas maravillosas que nos contaron, estuvo el relato de una conferencia en la lejana Japón, donde la gente se sentó todo el día en un salón sin calefacción, tan frío que cada santo reunido podía ver su propio aliento durante toda la conferencia—pero se quedaron. Eso requiere fe.

A lo largo de esta vida, colmada de experiencias enriquecedoras a través de los años, quiero compartir con ustedes una vivencia que constituye un tremendo tributo a la fe. No fue escrita en una sala de estar, ni refleja la comodidad ni la facilidad de una hamaca bajo un árbol. La mujer que escribió estas breves líneas veló día y noche a un hijo que sufría de cáncer en los huesos. En el transcurso de ese año, había perdido a su esposo y enfrentaba el desafío de establecer una granja con sus nueve hijos. Ella vive en mi estaca. Me enorgullece saber que mujeres como ella aún viven. Con nueve hijos, el mayor de los cuales estaba tan enfermo que solo un milagro podría salvarlo, ella escribió lo siguiente:

Escribí mi oración de fe mientras esperaba, sola, una noche terrible junto a mi hijo en el hospital:

Déjame cabalgar valiente y animada sobre las olas airadas de la vida—
Déjame hallar en la suerte la dulzura de cada momento de lucha—
Déjame no tomar prestadas las penas—
No sentir punzadas de temor—
Que la fortaleza, la calma y la paz sean mías
Porque sé, Señor, que estás cerca.

¡Eso es fe!

Ustedes pueden invertir en la fe, hermanos y hermanas, y da dividendos abundantes, más ricos que cualquiera de los bonos que yo conozca.

¿Me permiten cerrar con mi sencillo testimonio, en los términos de la fe que atesoro? Nací en esta Iglesia, orgulloso de que uno de mis abuelos llegara al valle en el ’47 y de que el otro transportara mercancías entre aquí y el río Misuri. Con ese tipo de herencia, Dios no permita que alguna vez flaquee en la fe de esos progenitores.

He estudiado este evangelio en cuatro universidades, y me complace poder decir que mientras más he estudiado, más maravilloso se vuelve este evangelio—tan simple, tan sublime, tan satisfactorio. Les doy mi testimonio: he puesto a prueba este evangelio, y funciona—funciona en toda situación de la vida. Y, finalmente, les doy mi testimonio de que ha llegado el testimonio. Ha llegado desde Cumorah; ha llegado desde Alaska; ha llegado desde Hawái; ha llegado desde el hogar donde está el fuego de mi propia casa. Sé, al estar aquí de pie, que Dios vive, que escucha y responde las oraciones. Quien ha recibido respuestas a esas oraciones les invita a edificar con abundancia, a invertir en los bonos que nunca fallan—los bonos de la familia, de la verdadera y sagrada amistad, y de la fe en el Dios Todopoderoso.

Y les dejo ese testimonio, humildemente, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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