Conferencia General Abril 1956

El significado de la expiación

Élder George Q. Morris
Del Consejo de los Doce Apóstoles


Mis queridos hermanos y hermanas: He disfrutado profundamente de estas maravillosas sesiones de conferencia, y ahora, en esta posición, oro sinceramente para que el hermoso espíritu que ha impregnado cada sesión me guíe a decir aquello que es verdadero y lo que el Señor desea que diga.

Había pensado que podría decir algo acerca de la expiación. Esta mañana, unos minutos antes de las ocho, estaba repasando el tema, pero quería sintonizar y escuchar el discurso del presidente Smith, y mientras lo hacía pensé para mí mismo: “Estoy seguro de que el presidente Smith va a hablar sobre la expiación”, lo cual hizo. Así que los remito a su hermoso discurso de esta mañana, conciso y autorizado, y digo “amén” a ello.

Me gustaría mencionar, en los pocos minutos que estaré aquí, algo relacionado con la expiación, y para que lo tengan fresco en la mente, deseo leer esa hermosa declaración de Lehi, el gran profeta, en la que se refiere a ciertos aspectos de la expiación:

Y ahora bien, he aquí, si Adán no hubiese transgredido, no habría caído, sino que habría permanecido en el jardín de Edén.
Y todas las cosas que fueron creadas habrían permanecido en el mismo estado en que se hallaban después de haber sido creadas; y habrían permanecido para siempre y no tendrían fin.
Y no hubieran tenido hijos; por tanto, habrían permanecido en un estado de inocencia, sin tener gozo, porque no conocían la miseria; haciendo no el bien, porque no conocían el pecado.
Mas he aquí, todas las cosas han sido hechas según la sabiduría de aquel que todo lo sabe.
Adán cayó para que los hombres existiesen; y existen los hombres para que tengan gozo. (2 Nefi 2:22–25)

Qué maravillosa declaración es esa. Así que fue el designio de nuestro Padre Celestial que el hombre tuviera una experiencia terrenal, y que Adán cayera, y que la transgresión y el pecado entrasen al mundo, lo cual requería una expiación.

Ahora bien, creo que la principal cuestión ante nosotros no es si comprendemos la expiación, sino si la aceptamos y sabemos que es verdadera. Muchas cosas a nuestro alrededor no las comprendemos; como dijo un orador en relación con la electricidad: los hombres de ciencia dicen que no lo saben todo sobre ella, que no saben mucho, que no saben qué es. Saben cómo actúa, pero no saben por qué actúa, y sin embargo todos nos beneficiamos de las bendiciones de la electricidad sin comprenderla.

Pienso que es exactamente lo mismo con el glorioso principio de la expiación. Si la electricidad fuera retirada de nuestra vida en esta civilización tan desarrollada, nuestra civilización se detendría, está tan integrada en nuestras actividades. Y si se eliminara el principio de la expiación, ¿cuál sería el resultado? No tendríamos escrituras judías, no tendríamos pueblo judío. No habría habido convenio con Abraham. No tendríamos Nuevo Testamento. No tendríamos el evangelio de Jesucristo, porque la expiación es el fundamento de todo.

¿Y qué significaría la existencia en el mundo de los espíritus, qué propósito tendría, si no hubiera nada más allá de esa existencia, si Dios consideró necesario que viniéramos a la tierra para obtener experiencia, recibir un cuerpo, pasar por la muerte, y resucitar como seres inmortalizados y glorificados para así avanzar hacia la perfección? Sin la expiación no habría habido creación de la tierra, porque eso habría significado que todos vendríamos a la tierra, como lo declara Lehi, y después de la transgresión, sobrevendría la muerte, y la tierra no sería más que el cementerio eterno de los hijos e hijas de Dios. Ese habría sido el fin.

El Señor no habría emprendido la creación de una tierra para ese fin. Nunca se habría planificado una vida terrenal si no fuera por este glorioso principio de la expiación. ¿Y tendríamos un cielo sin el principio de la expiación? ¿Habríamos tenido alguna vez una existencia en el cielo como hijos espirituales de Dios sin la expiación? Porque Dios el Padre Eterno es un Ser, un Ser glorificado de carne y hueso, exaltado y celestializado, y eso se logra mediante la muerte y la resurrección, por medio de la expiación. A menos que el espíritu y la materia estén inseparablemente conectados, no podemos recibir una plenitud de gozo (DyC 93:33). Y si están así conectados, podemos recibir gozo en su grado más pleno, lo cual yo diría que significa logro, realización, exaltación. Debemos venir a la tierra; debemos tener una vida terrenal; debemos pasar por la muerte; y debemos ser exaltados y glorificados mediante el poder de Dios, mediante el evangelio y la resurrección.

Nada de esto habría sido posible, ni contemplado, ni planificado, ni llevado a cabo sin este principio de la expiación: el Hijo de Dios muriendo por todos los hijos de los hombres. Puede que no podamos comprenderlo en su plenitud, pero sí podemos saberlo, y podemos entender cómo el Hijo de Dios, el Primogénito entre todos los hijos de Dios, al morir por todos los demás, obtendría poder e influencia sobre los hijos de los hombres, y podemos entender el amor que ellos deberían sentir por Él y la devoción que deberían tener hacia Él, porque su sufrimiento fue tal que ningún ser humano podría soportarlo. Él lo aceptó. Fue tan terrible que casi deseó no tener que soportarlo. Pero lo aceptó y glorificó a su Padre Celestial, e hizo posible nuestra vida terrenal, nuestra resurrección, nuestra exaltación y las bendiciones de la vida eterna.

Me resulta imposible entender por qué los llamados hombres cristianos, hombres de inteligencia, intentan despojar al Señor Jesucristo de su condición de Mesías. Solo puede ser por su oscuridad. La erudición, estéril y fría, no comprende la vida ni nos da la clave de esta vida.

Nuestra relación con Dios, nuestro Padre Eterno, es una relación del corazón, y un corazón puro es más sabio e inteligente que un intelecto estéril.

Se nos manda amar a Dios con todo nuestro corazón y a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22:37–39), y por este glorioso principio de la expiación estamos hoy aquí gracias a la misericordia y las bendiciones de Dios.

Que siempre recordemos que somos hijos de Dios; que vivamos como hijos de Dios. Gracias a Dios por la verdad: la cosa más gloriosa, más poderosa y más maravillosa del mundo o de las eternidades. Gracias a Dios por la verdad restaurada. Testifico que la verdad está aquí en esta Iglesia y reino de Dios, y que el poder de Dios está aquí para nuestra salvación. Jesucristo es nuestro Mesías; Él dijo que aquellos que no aceptaran su condición de Mesías morirían en sus pecados, y doy testimonio de que esto es verdad, y que aquellos que acepten su condición de Mesías podrán ser redimidos y exaltados.

Doy mi humilde testimonio de que José Smith fue un profeta del Dios viviente, por medio de quien el Señor restauró estas gloriosas verdades para la salvación de la familia humana. Agradezco a Dios por él y por sus sucesores, y testifico que todas las llaves y poderes que el Señor dio a Pedro, Santiago y Juan están ahora presentes en aquellos que están entre nosotros. Que Dios nos ayude a ser fieles en todas las cosas, es mi humilde oración, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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