“La Necesidad Eterna de
las Ordenanzas del Evangelio”
Las Ordenanzas Salvadoras del Evangelio
por el presidente Daniel H. Wells, 6 de octubre de 1873
Tomo 16, discurso 33, páginas 239-241
La salvación de todos los hijos de Dios requiere la obediencia a las ordenanzas salvadoras del Evangelio —realizadas en la carne y por la autoridad del sacerdocio—, las cuales forman parte del plan eterno diseñado antes de la creación y restaurado en estos últimos días.
Es con gran placer que me levanto para dar testimonio de las grandes verdades que se han anunciado aquí esta mañana. El presidente ha expuesto algunas razones para el testimonio que ha dado, y el testimonio que los siervos de Dios dan acerca de las verdades del Evangelio eterno. Yo también puedo decir que sé que este es el Evangelio del Hijo de Dios, el cual es el poder de Dios para salvación.
El gran plan de salvación, ideado por nuestro Padre Celestial antes de que el mundo fuera organizado, cuando, como se dice, “las estrellas todas alababan y se regocijaban todos los hijos de Dios”, ha sido nuevamente revelado de acuerdo con las profecías del siervo de Dios. El Señor hizo su propia elección; escogió de entre los hijos de los hombres a quien Él quiso, y José Smith fue el individuo favorecido que recibió la visita del ángel portador para esta generación del Evangelio de salvación, para ser predicado a los que moran sobre la tierra. Fue quitado, en cumplimiento de la profecía. Si no se hubiera quitado, ¿qué necesidad habría de restaurarlo? Si no se hubiera quitado, el apóstol no podría haber visto en el futuro al ángel volando en medio del cielo trayéndolo de vuelta a la tierra para predicarlo a toda nación, tribu, lengua y pueblo. Testificamos que ha sido restaurado. No es un Evangelio nuevo: es aquel que existió desde el principio y que fue ideado antes de que el mundo fuera hecho, para la salvación de quienes habrían de morar sobre la faz de la tierra.
Es cierto que las condiciones del Evangelio son inexorables. Todo hijo e hija de Adán tendrá que doblar la rodilla a este plan de salvación, ya sea aquí o en otro lugar. Las ordenanzas del Evangelio pertenecen a esta existencia, y deben llevarse a cabo en la carne o por aquellos que se hallan en este estado de existencia. “El que no naciere de agua, no puede entrar en el reino de Dios.” No hay forma de eludir esto; es la declaración del Salvador, el Hijo del Dios viviente, y considero que esta es una autoridad muy elevada. Todo hombre y toda mujer —incluyendo a aquellos que han muerto y han pasado más allá del velo sin oír el Evangelio—, antes de poder entrar en el cielo, tendrán que obedecer las ordenanzas del Evangelio; y como no se pueden administrar en el mundo de los espíritus, quienes estén en la carne tendrán que administrarlas en favor de aquellos que están en el espíritu. No se puede asir a un espíritu para bautizarlo, ni se puede efectuar la ordenanza del sellamiento en el mundo de los espíritus; por eso el Salvador dijo que en la resurrección “ni se casarán ni se darán en casamiento.” Es una ordenanza que pertenece a este estado de existencia, y todas estas ordenanzas deben ser realizadas por personas que vivan en la carne sobre la tierra. Si no las cumplimos nosotros mismos durante esta vida, tendrán que hacerse por alguien que actúe en nuestro nombre, que aún esté en la carne y con la autoridad del santo sacerdocio que ha venido del cielo.
Los actos y ordenaciones de ese sacerdocio son tan legítimos aquí como en cualquier otro estado de existencia. Es la misma autoridad que existe en los cielos. Por medio de la autoridad del sacerdocio eterno se han abierto canales entre los cielos y la tierra, por los cuales podemos sellar en la tierra y que sea sellado en los cielos. Esta es la misma autoridad que siempre ha existido en la Iglesia y reino de Dios cuando ha estado sobre la tierra. ¿Por qué? Porque es la misma autoridad que existe en los cielos; es la autoridad por la cual los Dioses son gobernados y por la cual los mundos son organizados y sostenidos en la existencia. Ha sido conferida, de tiempo en tiempo, a los siervos de Dios en la carne para permitirles realizar las ordenanzas que pertenecen a este estado de existencia y que se extienden más allá del velo.
Habiendo sido llamados por Dios, estamos listos para administrar las ordenanzas del Evangelio y de la casa de Dios a los hijos de los hombres; estamos listos para llevar este Evangelio a las naciones de la tierra: este gran plan de salvación ideado por nuestro Padre. Nunca ha habido otro, ni lo habrá jamás. Los hombres han intentado modificarlo, pero sus esfuerzos no cambian el plan de Dios; es como su Autor: el mismo ayer, hoy y por los siglos. Dios es la fuente de verdad, de rectitud y de gracia. Toda ciencia verdadera y toda cosa buena provienen de Él. Es de esta fuente celestial que obtenemos nuestra información y nuestra inspiración y, por consiguiente, comprende todo lo bueno y digno de poseer. Dentro del reino de Dios se halla todo lo placentero que es perdurable. Si no edificamos sobre este fundamento, estamos perdidos, porque es el único cimiento que permanecerá. Todo lo demás será barrido a su debido tiempo por el Señor.
Se permite que las personas sigan su propio camino, que anden tras la imaginación de sus propios corazones, que hagan esto o aquello, porque son agentes para sí mismos, para obrar como deseen. Podemos aceptar estos principios o rechazarlos; no hace diferencia en cuanto a su veracidad. Son verdaderos, los recibamos o no, y están diseñados para salvar a todos los hijos de los hombres. El plan es amplio y salvará a todos los que lo permitan; y si no somos salvos por este medio, seremos condenados.
Ahora, que Dios nos ayude a nosotros y a todas las naciones de la tierra a ver la luz, para que todos lleguemos al conocimiento de la verdad y seamos salvos en su reino, es mi oración por amor de Jesús. Amén.

























