“Medios, unidad y preparación para Sion”
La Creación — El Séptimo Milenio, y los eventos que seguirán al período del Milenio
por el élder Orson Pratt, 22 de noviembre de 1873
Tomo 16, discurso 42, páginas 312-326
Exhortación a aportar recursos para los templos, vivir en obediencia y unidad, y prepararse para la edificación de Sion.
Leeré los primeros diez versículos del capítulo 20 de Apocalipsis, dado a San Juan, el “discípulo amado,” mientras estaba en la isla de Patmos:
“Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo y una gran cadena en la mano.
Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años;
y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso un sello sobre él, para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil años; y después de esto debe ser desatado por un poco de tiempo.
Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años.
Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. Esta es la primera resurrección.
Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre estos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años.
Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión,
y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar.
Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los devoró.
Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde están la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.”
En las palabras que he leído, tenemos quizás tanto revelado con respecto al Milenio como podemos encontrar en cualquiera de las revelaciones que Dios ha dado al hombre. Podemos entender por estas palabras que ha de venir un tiempo en el cual el diablo no tendrá poder para tentar a los hijos de los hombres, y este feliz período durará mil años. Nunca ha habido un período, desde la creación, en que el diablo no haya tenido más o menos poder o influencia sobre los habitantes de nuestro mundo. Tal ha sido el caso desde el día en que se presentó ante nuestros primeros padres en el Jardín de Edén, hasta el presente.
Sin embargo, tenemos el relato de un período de tiempo en que no tuvo mucho dominio, y fue en los días del diluvio. Después de que los inicuos fueron destruidos, había ocho personas en el arca, navegando sobre las aguas, sobre las cuales, presumo, Satanás tuvo muy poco poder. Con la excepción de este breve período, en el que la tierra estuvo sumergida y el arca navegaba sobre las aguas, el diablo ha ejercido poder sobre los corazones de los hijos de los hombres en todas las épocas y países.
Parece haber una gran cantidad de maldad en existencia en el tiempo presente, pues la gente está siendo continuamente incitada a cometer toda clase de abominaciones —robo, asesinato, blasfemar el nombre de la Deidad y la violación de todo mandamiento que Él haya dado jamás. Sin embargo, ha de venir un tiempo en que esta tierra será despoblada de los inicuos, en la misma medida que una vez lo fue por las aguas del diluvio. Entonces, las aguas barrieron por completo a los malvados; fueron derribados, y la tierra fue limpiada. Podríamos, en otras palabras, llamarlo un bautismo de la tierra por agua, o una purificación de ella del pecado.
Ustedes saben que el bautismo está destinado para la remisión de los pecados; es la ordenanza mediante la cual nuestro Padre Celestial perdona los pecados de aquellos que creen en su Hijo Jesucristo. La promesa de perdón, sin embargo, está condicionada a que creamos en la expiación hecha por el Salvador, que nos arrepintamos de nuestros pecados, y que seamos bautizados o sumergidos en agua para la remisión de los mismos. Así fue con nuestra tierra. Aproximadamente mil ochocientos o dos mil años después de la caída, nuestra tierra fue sumergida en agua, y todo pecado fue barrido de su faz, de la misma manera que sus pecados les fueron perdonados cuando reconocieron su creencia en la expiación del Hijo de Dios, y fueron bautizados por inmersión en el nombre de Jesucristo para la remisión de sus pecados.
Entonces, parece haber una similitud, en lo que respecta a estas ordenanzas, entre los habitantes de la tierra que son salvos y la tierra misma; también hay una similitud, en el proceso de creación, entre la tierra y sus habitantes. La tierra, cuando fue creada, según los relatos que tenemos, estaba cubierta por un diluvio de aguas; no aparecía tierra seca, de hecho, no aparecía tierra alguna, sino que un diluvio de aguas parecía envolverla por completo. Con el tiempo, en la providencia de Dios, de alguna manera que no conocemos, este diluvio de aguas fue reunido en un solo lugar, y apareció la tierra seca, emergiendo de las aguas. Este fue el nacimiento de la creación, de la misma manera que nosotros nacemos aquí en este mundo, pasando de un elemento a otro.
Después de haber sido sacada del elemento del agua, el proceso de creación, o el desarrollo posterior de la tierra, continuó. No salió perfecta en todos los aspectos en el momento de su nacimiento, sino que tuvo que pasar por otros procesos necesarios para prepararla como morada del hombre. Parece, por el relato contenido en el primer capítulo de Génesis, que la tierra no solo estaba sumergida en un diluvio de aguas, sino que la oscuridad estaba sobre la faz de la tierra, es decir, la tierra parecía estar encerrada o envuelta en tinieblas.
La causa de esta oscuridad, en la traducción de la versión del Rey Santiago (King James), no se revela completamente. Sin embargo, hay una traducción dada por inspiración que hace el tema más claro y fácil de entender que la traducción no inspirada que generalmente se llama versión del Rey Santiago de la Biblia. Esta traducción inspirada, hecha por el Profeta José Smith, dice: “Yo, el Señor Dios, creé tinieblas sobre la faz del gran abismo; y yo, Dios, dije: Haya luz; y hubo luz. Y fue la tarde y la mañana del primer día.” Esto lo hace muy claro en comparación con la antigua traducción no inspirada. Repetiré la cita: “Yo, el Señor Dios, creé tinieblas sobre la faz del gran abismo.”
Parecería que la luz había estado brillando antes de este momento. El universo, probablemente, estaba iluminado en la medida en que existía, y esa luz resplandecía sobre la faz de esta creación embrionaria. De dónde provenía esa luz o cómo se producía no se menciona; pero el Señor tuvo que crear tinieblas para envolver en ellas a la tierra. Hay muchas maneras en que esto pudo haberse logrado. El sol no tuvo permiso de brillar sobre la tierra en el primer, segundo o tercer día de la creación, sino que en el cuarto día se le permitió dar su luz a la tierra. Si el sol iluminó el rostro de esta creación antes de que el Señor creara tinieblas, no me corresponde a mí decirlo. Si así fue, sería cosa sencilla para Él retener los rayos de ese brillante luminar de la manera que le pareciera bien, tal como lo hizo entre los antiguos nefitas que habitaban en este continente en la época de la crucifixión. Durante los tres días y tres noches que nuestro Salvador estuvo en la tumba, densas tinieblas cubrieron la faz de esta tierra, de modo que no hubo luz del sol, ni de la luna, ni de las estrellas; y tan grande fue la oscuridad durante ese período, que los habitantes que no habían perecido podían sentirla. El Señor tenía algún método mediante el cual creó o produjo aquella oscuridad al sombrear la tierra de los rayos del sol; pero después dijo: “Sea la luz”, y la luz fue restaurada.
Ahora bien, estos dos estados de existencia en los que se hallaba nuestra tierra se llaman, primero, la tarde, y segundo, la mañana; y la tarde y la mañana fueron el primer día. Si el día aquí mencionado fue un período como aquel al que aplicamos actualmente ese término, no se nos informa en la Biblia; pero, por lo que se ha revelado a los Santos de los Últimos Días, tenemos razones fundadas para creer que fue un período muy largo de tiempo, y que esta oscuridad cubrió la faz del gran abismo durante mucho tiempo. Pudo haber sido por muchos siglos; no tenemos información definida sobre este punto.
Encontramos que, después de que la tierra seca apareció al reunir las aguas en un solo lugar, Dios creó un firmamento que separara las aguas de las aguas —las aguas que estaban sobre el firmamento de las aguas que estaban debajo. No entendemos exactamente el significado de esto. Si se nos revelara el proceso de la creación, probablemente descubriríamos que muchos de los materiales de nuestro globo existieron alguna vez en forma dispersa o esparcida, en un estado de caos, y que el Señor, al reunirlos, los trajo desde lugares lejanos del sistema solar, y que al hacerlo se tomó su tiempo y lo hizo a su manera, y obró conforme a sus propias leyes; porque, hasta donde sabemos, el Señor obra por medio de leyes, ¿y por qué no habría de crear por medio de leyes? No me refiero a crear de la nada. Espero que ninguno de mis oyentes suponga, ni por un momento, que yo creo en semejante absurdo. No hay indicio alguno en toda la Biblia de que Dios creara este mundo u otro cualquiera de la nada. La obra de la creación consistió en tomar los materiales que han existido desde toda la eternidad, que nunca fueron creados ni hechos de la nada, y organizarlos en un mundo. A esto se le llama creación.
Sin embargo, hay una afirmación que hacen muchas personas religiosas: que “Dios creó todas las cosas de la nada”. Incluso lo enseñan en sus escuelas dominicales; pero nunca han podido probar tal cosa. Es una de esas ideas que se han metido en la mente de la gente por las enseñanzas de hombres no inspirados. Los antiguos —aquellos que vivieron muchos siglos antes de Cristo— no creían en esta doctrina; pero desde los días de Cristo, y desde los días de la gran apostasía, han inventado la idea de que Dios hizo todas las cosas de la nada, y la han incorporado en sus reglamentos, catecismos, manuales de escuela dominical y diversas obras que han publicado.
Las Escrituras dicen: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. La palabra “crear” no significa hacer de la nada. Por ejemplo, cuando Él dice: “Yo creé las tinieblas y yo creé la luz”, ¿qué hace? ¿Acaso forma la luz absolutamente de la nada? No; hace que la luz que ha existido desde toda la eternidad brille donde antes había tinieblas, y esto es crear luz a partir de luz, de la misma manera que usted, cuando va a una reunión, cierra su casa y apaga las luces. Cuando regresa, suponiendo que diga en su corazón, o a su esposa, hija o hijo: “Sea la luz”. ¿La crea de la nada? No; busca un fósforo o algún medio por el cual pueda encender la luz y hacer que brille donde antes había oscuridad. Así también, cuando Dios crea la luz, Él llama y hace brillar esa luz que ha existido desde toda la eternidad. Leemos que Dios es luz. ¿Hubo alguna vez un tiempo en que Dios no existiera? No; y si Él es luz, nunca hubo un tiempo en que la luz no existiera, siendo uno tan eterno como el otro.
Para demostrar que la luz existía mucho antes de que este mundo fuera llamado a salir del seno de las grandes aguas, mucho antes de que Dios dijera “Sea la luz”, en lo que respecta a esta tierra, me referiré a algunos descubrimientos que han hecho los filósofos y astrónomos de la actualidad. Han inventado telescopios de tal poder de penetración que han descubierto sistemas de mundos a una distancia tan inmensa en el espacio, que calculan que su luz tardaría seiscientos mil años en llegar a nuestro sistema. Muy bien, entonces, ¿cuánto tiempo habría estado en viaje esa luz cuando el Señor dijo: “Sea la luz”, en lo que respecta a esta creación? Respondo: esa luz había estado viajando quinientos noventa y cuatro mil años antes de ese momento; por lo tanto, la luz debió de existir, por lo menos, medio millón de años antes de que el Señor dijera: “Sea la luz”, en lo que concierne a este globo.
Al reunir los materiales que estaban dispersos en el espacio, el firmamento del que hablaba parece haber sido una de las partes de la creación necesarias en el gran proceso de reunir y condensar los elementos constitutivos de nuestro globo; y al hacerlo, no sé si acaso algunas porciones de los materiales atmosféricos reunidos ayudaron a formar otros mundos. En cualquier caso, el firmamento fue colocado de tal manera que dividiera las aguas que estaban debajo de él de las aguas que estaban encima. Según la teoría que algunos aceptan como verdadera, se supone que los planetas de nuestro sistema se formaron originalmente por la rotación sobre su eje de un fluido nebuloso que se expandía mucho más allá de los límites de nuestro actual sistema solar; que mediante la rotación y la condensación, masas nebulosas fueron desprendidas o separadas del gran cuerpo principal, y que las órbitas asumidas por el cuerpo principal y sus masas desprendidas son el resultado necesario de sus respectivas direcciones y velocidades en el instante de su separación, combinadas con las leyes de la gravitación y las posiciones relativas de sus respectivos centros de gravedad. Que, de igual manera, una operación ulterior de leyes similares formó finalmente planetas secundarios o lunas. Este fluido nebuloso, que se extendía por millones de millas, podría ciertamente llamarse un firmamento, que contenía los elementos constitutivos del agua, tanto arriba como abajo, tal como se registra en Génesis.
Pero lo que deseo explicar con mayor detalle en esta ocasión es la duración de los días de la creación —los días mencionados en los cuales Dios realizó ciertas partes de Su obra. Se dice que en seis días formó este mundo nuestro, y que en el cuarto día formó el sol, la luna y las estrellas. Lo que entiendo por la formación de estos luminares celestiales es que en ese momento les permitió que emitieran su luz. No puedo suponer que al Señor le llevara seis días formar un pequeño mundo como el nuestro, y que luego, en el cuarto día, formara un globo catorce millones de veces más grande que la tierra. Esto no me parece coherente. Si se necesitaron seis días para formar un mundo pequeño como el nuestro, ciertamente podríamos suponer que se requeriría más de un día para formar el sol, que contiene suficiente materia para hacer unos trescientos cincuenta y cuatro mil mundos como este, y cuya magnitud real es catorce millones de veces mayor que nuestro globo; por lo tanto, entiendo que por la formación del sol, la luna y las estrellas, y al colocarlos en el firmamento de los cielos, simplemente se les permitió que su luz brillara en el cuarto día, para regular las tardes y las mañanas que se producían antes de ese tiempo, probablemente por alguna otra causa. El Señor quiso, mediante estos luminares, dividir el día de la noche, y los puso por señales y por estaciones en el firmamento de los cielos.
Esos seis días en los que el Señor realizó esta obra, no creo que cada uno estuviera limitado a veinticuatro horas, como lo son los períodos que ahora llamamos día; de hecho, cuando acudimos a la nueva revelación, encontramos algo de luz sobre este asunto. En el Libro de Abraham, así como en la traducción inspirada de las Escrituras dada por medio de José Smith, el Señor dice, al hablar de la obra de la creación de esta tierra, que Él se regía por el tiempo celestial. Según esta nueva revelación, hay un gran mundo llamado Kolob, situado cerca de uno de los reinos celestiales, cuya rotación diurna tiene lugar una vez cada mil de nuestros años; y ese tiempo celestial era medido por aquellos seres celestiales por las rotaciones de Kolob, de modo que un día para el Señor equivalía a mil de nuestros años. Si este era el caso, los seis días de la creación de nuestra tierra, los seis días durante los cuales estaba siendo preparada como morada para el hombre, debieron haber sido seis mil de nuestros años.
Cuando el Señor habló a Adán, después de colocarlo en el Jardín de Edén, respecto al fruto prohibido, diciendo: “El día que de él comieres, ciertamente morirás”, no podemos suponer que el día allí mencionado significara un día de veinticuatro horas. No podía significar eso, porque la historia nos informa que Adán vivió casi mil años desde el momento de la Caída; pero antes de que el día de mil años hubiera transcurrido por completo, su muerte sí ocurrió.
El Libro de Abraham, traducido por el Profeta José Smith, también contiene un relato de la creación y la caída del hombre; pero la palabra traducida como “día” en Génesis se traduce en el Libro de Abraham como “tiempo”: “En el tiempo que de él comieres, ciertamente morirás.” En la frase siguiente, el mismo libro dice, hablando del tiempo: “El cómputo del tiempo aún no se había dado al hombre”; es decir, el Señor había contado, antes de ese período, por las rotaciones diurnas de Kolob, y sin duda ese era el día al que se hacía referencia en el que nuestros primeros padres morirían si comían del fruto prohibido.
Pasemos ahora al séptimo período de la creación —el séptimo milenio—; este es llamado en las Escrituras un día de reposo, suponiendo que los días mencionados al principio eran de mil años. El Señor descansó de Sus labores el séptimo día. En qué momento exacto de ese día cayó Adán no lo sé; pero de algo estoy seguro: que en la mañana del séptimo día se plantó el Jardín de Edén y él fue puesto allí, y durante esa mañana acontecieron muchas cosas relacionadas con esta creación temporal. En los seis días anteriores se completó la formación o creación de la tierra, después del orden espiritual en el que el hombre fue formado o nacido en los cielos. Todos los hombres y mujeres que han vivido o que vivirán en esta tierra tuvieron una preexistencia antes de que comenzara la formación de la tierra; y durante nuestra preexistencia en los cielos, la tierra estaba pasando por este proceso de formación.
Después de que el hombre y la mujer fueron colocados en el Jardín de Edén, encontramos que fueron tentados. ¿Por quién? Por un ser o seres que una vez moraron en la presencia de Dios, en Su reino celestial. Ellos fueron alguna vez ángeles de luz y verdad, con autoridad en la presencia del Padre. Pero se rebelaron contra Dios; y uno de esos ángeles, llamado Lucifer, cuando estaban discutiendo el gran plan de redención y salvación para los habitantes de la futura creación, propuso un plan mediante el cual redimiría a toda la humanidad, de modo que ni un alma se perdiera. Pero su plan fue rechazado, porque destruía el albedrío del hombre, siendo contrario al plan de Dios; pues Él desea que todos los seres inteligentes sean libres en el ejercicio de su albedrío. Debido a que su plan fue rechazado, Lucifer se rebeló, y una tercera parte de las huestes celestiales se unieron a él, y todos fueron expulsados; y fue este ser quien entró en una bestia, llamada serpiente, y tentó a Eva en el Jardín de Edén, y ese fue el comienzo de su poder en esta tierra.
Los eventos de esta creación —la formación de la tierra, la obra de cada uno de los días, etc.— y finalmente el gran día de reposo después de que terminaron los seis días, fueron todos simbólicos; este último, especialmente, tipificaba lo que habría de suceder en cuanto a la existencia futura de esta creación. Después de que hayan pasado seis mil años, durante los cuales Satanás tendría, en mayor o menor grado, dominio sobre los habitantes de este mundo, en el séptimo período, o el séptimo milenio, él será atado y no tendrá dominio sobre la tierra ni sobre sus habitantes.
Para mostrarles este símbolo con mayor claridad, pasaremos por encima del diluvio, que fue simplemente un tipo del bautismo de redención, y llegaremos al día en que habrá de llegar este gran período, cuando Satanás será atado y la maldad será barrida de la faz de la tierra. Esto se llevará a cabo mediante una variedad de juicios, el último de los cuales se llama fuego. El profeta Malaquías dice: “Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama. Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación; y saldréis, y saltaréis como becerros de la manada. Y hollaréis a los malos, los cuales serán ceniza bajo las plantas de vuestros pies, en el día en que yo actúe, ha dicho Jehová de los ejércitos.”
Aquí, entonces, tenemos una declaración de cómo esta tierra será limpiada por segunda vez de la maldad: a saber, por medio del fuego, que es un elemento más poderoso que el agua. La tierra será purificada por el fuego; en otras palabras, los elementos se fundirán con calor ardiente. Esta es la declaración de varios de los profetas. David, hablando de este período en uno de sus salmos, dice que “los montes se derriten como cera delante de Jehová” cuando Él venga. Ustedes saben cómo la cera se derrite cuando se expone al calor. Así también, cuando el Señor venga, los elementos se fundirán y los montes se derretirán en Su presencia con calor ardiente. Esto limpiará la tierra como fue limpiada en los días de Noé, pero ahora por medio de otro elemento llamado fuego.
Esto es símbolo de la purificación de aquellos que aceptan el plan de salvación. Después de que ustedes han sido sumergidos en el agua, como lo fue esta tierra, y han sido limpiados y recibieron la remisión de sus pecados, también reciben la promesa del bautismo de fuego y del Espíritu Santo, mediante el cual son purificados, así como justificados y santificados de todas sus malas inclinaciones; y sienten amar a Dios y lo que es justo y verdadero, y aborrecer lo que es pecaminoso y malo. ¿Por qué? A causa de este principio santificador y purificador que viene sobre ustedes por el bautismo de fuego y del Espíritu Santo. Así también esta tierra debe ser bautizada por fuego, debe ser purificada de todo pecado e impureza.
¿Estará llena del Espíritu Santo? Sí. Estos elementos que se funden como la cera ante la presencia del Señor serán nuevamente llenos de Su Espíritu y serán renovados, y la tierra misma estará llena del conocimiento de Dios como las aguas cubren los canales del gran abismo. Este Espíritu entrará en los elementos de la creación, de modo que la maldición que vino como consecuencia de la caída del hombre será quitada de la tierra, y los elementos serán purificados, no solo por el fuego, sino por el Espíritu del Dios viviente, que se mezclará con ellos y los santificará. Satanás, aquel gran engañador, será atado, y se pondrá un sello sobre él. La traducción de la Biblia del rey Santiago nos dice que será arrojado al abismo sin fondo; pero en la traducción inspirada a la que me he referido, dice, si no me equivoco, “el pozo más bajo”, lo cual, a mi entender, es más coherente que un pozo que no tenga fondo. Satanás será arrojado a ese pozo y se pondrá un sello sobre él; será atado con una cadena y no tendrá poder ni dominio sobre esta tierra. Él y todos los ángeles caídos con él serán retenidos en ese pozo hasta que los mil años se hayan cumplido.
Ahora bien, todos los habitantes que sean preservados de este fuego —aquellos que no sean soberbios ni hagan lo malo— serán purificados más plenamente y llenos de la gloria de Dios. Se efectuará en ellos un cambio parcial, no un cambio a la inmortalidad como el que experimentarán todos los Santos cuando sean transformados en un abrir y cerrar de ojos, de la mortalidad a la inmortalidad; pero el cambio que entonces se obrará será tan grande que los niños que nazcan en el mundo crecerán sin pecado para salvación. ¿Por qué será así? Porque aquella naturaleza caída, introducida por la caída y transmitida de padres a hijos, de generación en generación, será, en cierta medida, erradicada por este cambio. Entonces los justos saldrán y crecerán como becerros de la manada; y una revelación dice que sus hijos crecerán sin pecado para salvación. Como Satanás no tendrá poder para tentarlos, estos niños no pecarán.
Puede surgir aquí la pregunta: “¿Será posible que los hombres pequen durante el Milenio?” Sí. ¿Por qué? Porque no habrán perdido su albedrío. El albedrío siempre existe dondequiera que haya seres inteligentes, ya sea en el cielo, en la tierra o en cualquiera de las creaciones que Dios ha hecho; dondequiera que se hallen seres inteligentes, allí se encontrará el albedrío, quizá no siempre en la misma medida bajo todas las circunstancias, pero siempre existe el ejercicio del albedrío donde hay inteligencia. Por ejemplo, cuando Satanás sea atado y se ponga un sello sobre él en ese pozo más bajo, su albedrío quedará parcialmente destruido en algunas cosas. No tendrá poder para salir de ese pozo; ahora lo tiene. No tendrá poder para tentar a los hijos de los hombres; ahora lo tiene. En consecuencia, su albedrío quedará en gran parte destruido o limitado, aunque no por completo. El Señor no destruirá el albedrío de las personas durante el Milenio; por lo tanto, existirá la posibilidad de que pequen durante ese tiempo. Pero si los que vivan entonces pecan, no será por el poder del diablo para tentarlos, pues él no tendrá poder sobre ellos, sino que pecarán simplemente porque así lo elijan por su propia voluntad.
Para mostrar que así será, citaré algunas Escrituras. Después que Jesús venga con todos sus santos con Él, y se detenga sobre el Monte de los Olivos, leemos que el Señor requerirá que todas las naciones alrededor de Jerusalén suban a adorar al Rey, al Señor de los Ejércitos, y a guardar la fiesta de los tabernáculos; y que habrá un solo Señor y Su nombre uno. No habrá dioses paganos en esos días, pero durante el Milenio Él requerirá que todos los pueblos vayan a Jerusalén, la sede en ese continente, a adorarle.
Ahora bien, ¿será posible que la gente en ese día peque? Sí; porque leemos, en el mismo capítulo, que si la gente no sube, sobre todas esas naciones no descenderá lluvia durante el tiempo de su transgresión. Entonces, según esto, habrá oportunidad para que la gente, durante ese período feliz, se niegue a cumplir los mandamientos del Altísimo, y así atraiga sobre sí una pronta destrucción mediante la hambruna, a causa de la falta de lluvia. Y en el caso del pueblo de Egipto, donde la falta de lluvia no les afecta actualmente, ya que se abastecen de agua del Nilo, el Señor ha preparado un juicio especial. Si no suben a Jerusalén año tras año, se nos dice que “sus ojos se consumirán en sus cuencas, y su carne se pudrirá estando aún sobre sus huesos.”
Además, leemos en el capítulo sesenta y cinco de Isaías: “No habrá más allí niño que viva pocos días, ni anciano que no cumpla sus años; porque el niño morirá de cien años, y el pecador de cien años será maldito,” lo que muestra que, cuando llegue ese día, las personas tendrán vidas prolongadas sobre la tierra como la de un árbol, llegando a vivir cien años; y entonces, si pecan, serán maldecidas, lo que prueba que existe la posibilidad de pecar.
Con respecto a este cambio parcial que se obrará sobre el pueblo en aquellos días, que nadie suponga que esto es inconsistente con la manera de obrar del Señor, pues tenemos registrado en el Libro de Mormón que Él efectuó una obra semejante sobre los cuerpos de por lo menos cuatro hombres que vivieron en este mundo, tres de los cuales pertenecían a los doce discípulos que Jesús escogió personalmente para ministrar en este continente occidental. Ellos tuvieron el deseo de vivir mientras durara el mundo, con el fin de llevar almas a Jesús, y el Señor les concedió ese deseo.
Pero antes, los cielos se abrieron y fueron arrebatados, y vieron y oyeron cosas indecibles, cosas que no les era lícito expresar y que se les prohibió dar a conocer, y aquello les pareció semejante a una transfiguración. Sin embargo, descendieron nuevamente del cielo, después de haber tenido este gran banquete espiritual, y recorrieron esta tierra junto con los otros nueve de su quórum, ministrando entre el pueblo; y tal fue su fe, que cuando sus enemigos los encerraron en prisiones, las prisiones se partieron en dos y salieron libres de su encierro.
Asimismo, cuando cavaron fosos en la tierra —por profundos que fueran— y los arrojaron allí, ellos golpeaban la tierra con la palabra de Dios, y eran liberados de los fosos, saliendo ilesos. Otra vez, cuando tres veces los arrojaron a hornos de fuego, salieron sin daño alguno; y cuando los echaron en guaridas de fieras salvajes, jugaban con ellas como un niño juega con un cordero recién nacido, y salían sin daño. Realizaron también grandes milagros, señales y prodigios junto con los otros miembros de los Doce, y edificaron la Iglesia de Dios sobre toda la faz de esta tierra, y todos sus habitantes se convirtieron y fueron llevados al conocimiento de la verdad.
Estos tres hombres permanecieron entre los nefitas hasta entre trescientos y cuatrocientos años después de Cristo, hasta que la maldad del pueblo llegó a ser tan grande que el Señor los retiró de en medio de ellos. Mormón, al hablar de estos tres hombres, consultó al Señor para saber si habían recibido un cambio a la inmortalidad en el momento en que fueron arrebatados al cielo. El Señor le respondió que no habían recibido un cambio completo, sino solamente lo suficiente para que Satanás no tuviera poder sobre ellos, y para que la enfermedad no afectara sus cuerpos. Este cambio parcial, entonces, fue suficiente para preservarlos y permitirles vivir sin dolor ni enfermedad, y sin que Satanás tuviera poder para tentarlos y descarriarlos; y no tendrían pesar por sí mismos, sino únicamente por los pecados del mundo, y por esta causa sí sufrirían cierta tristeza.
Parece entonces que, si Dios hizo en la antigüedad manifestaciones de su poder para obrar así sobre tres hombres en este continente americano, y sobre uno en el continente oriental —Juan el Revelador— de modo que el poder de la muerte no pudiera ejercerse sobre ellos y pudieran permanecer y vivir aquí en la tierra por mil ochocientos o dos mil años, según el caso, Él puede obrar de la misma manera con los Santos de los Últimos Días, para que también vivan; y puesto que se les permitirá morar aquí en la presencia de Jesús, es razonable creer que pedirán, desearán y buscarán de Él recibir este cambio parcial.
¿Y se los concederá? Sí. No obstante, llegará un momento en que “dormirán”; a pesar de este cambio parcial, se dormirán cuando hayan alcanzado la madurez completa o la edad plena del hombre. Pero no serán depositados en la sepultura —esto es lo que el Señor nos ha dicho— sino que serán resucitados inmediatamente después de haberse dormido, resucitados para inmortalidad y vida eterna, en lugar de ser enterrados y ver corrupción. Esas personas, por lo tanto, que mueran en estas circunstancias, no tendrán la experiencia de una larga separación de sus cuerpos; sus espíritus estarán separados solo por un momento, por así decirlo, y luego se les permitirá salir en la hermosura de la inmortalidad y la vida eterna.
La misma revelación que habla de que los santos serán levantados después de dormirse, en un abrir y cerrar de ojos, dice que serán arrebatados y que su descanso será glorioso. Ahora bien, si todos los santos inmortales y resucitados han de estar aquí en la tierra, y Jesús mismo estará aquí, ¿a dónde irán aquellos que vivan y mueran y sean resucitados durante el Milenio cuando sean arrebatados? Irán lejos de Jesús, si Jesús ha de estar aquí todo el tiempo, y también se apartarán del resto de los santos resucitados que reinen en la tierra, si estos últimos están totalmente limitados a este mundo. Pero la idea es que serán arrebatados y tendrán el privilegio de contemplar los cielos, el paraíso celestial, las mansiones celestiales; y luego, siempre que sea sabio y necesario, descenderán de nuevo a la tierra para reinar como reyes y sacerdotes, de la misma manera que Jesús y los Doce Apóstoles tendrán sus tronos, y comerán y beberán en la mesa del Señor aquí en la tierra, y juzgarán a las doce tribus de Israel; así también reinarán en la tierra todos aquellos otros santos que sean dignos de recibir reinos y tronos.
Cuando haya pasado el período llamado Milenio, Satanás será soltado nuevamente. Ahora surge la pregunta: ¿Tendrá Satanás poder para engañar a aquellos que han vivido en la tierra, que se han dormido por un momento y han recibido sus cuerpos inmortales? No, no lo tendrá. Cuando hayan pasado por su probación y hayan recibido sus cuerpos inmortales, Satanás no tendrá poder sobre ellos. Así, generación tras generación pasará durante el Milenio; pero, con el tiempo, al final de ese período, millones incontables de la posteridad de aquellos que vivieron durante el Milenio estarán esparcidos por los cuatro puntos cardinales de la tierra, y Satanás será soltado, saldrá y los tentará, y vencerá a algunos de ellos, de modo que se rebelarán contra Dios; no rebelándose por ignorancia ni decayendo en incredulidad, como lo hicieron los lamanitas, sino pecando voluntariamente contra la ley del cielo. Y tan grande será el poder de Satanás sobre ellos, que los reunirá contra los santos y contra la ciudad amada, y descenderá fuego del cielo y los consumirá.
Después de que esto ocurra, aparecerá un gran trono blanco, en el cual se sentará el Juez Divino, de cuya presencia huirán el cielo y la tierra, y ningún lugar se hallará para ellos. Este cambio de la tierra es muy diferente al que he mencionado antes, efectuado por el bautismo de fuego. Uno es una santificación y purificación de la tierra; el otro es una disolución completa y desaparición de la misma. Cuando la tierra sea así disuelta y desaparezca, ¿a dónde irá? ¿Dejará de existir? No; ni una sola partícula de materia que actualmente compone todas las creaciones que Dios ha hecho tuvo jamás un principio ni tendrá jamás un fin. La materia existe coeternamente con Dios. Los elementos de los que la tierra está compuesta pueden dispersarse, y la tierra puede dejar de existir como globo organizado, ante el rostro de Aquel que se sienta en el trono, y esto puede lograrse por medio del fuego, que no solo funde los elementos, sino que hace que se separen y se dispersen en el espacio.
Antes de que esto suceda, sonará la última trompeta. Todos los santos que estén en la tierra, en el campamento y en la ciudad amada, alrededor de la vieja y la nueva Jerusalén, cuando el ejército de Satanás sea consumido y suene esta trompeta, serán arrebatados, y aquellos que no hayan experimentado todavía el cambio completo de la mortalidad a la inmortalidad serán transformados en un abrir y cerrar de ojos. Como dijo Pablo a los corintios: “No todos dormiremos, pero todos seremos transformados en un momento, en un abrir y cerrar de ojos”. ¿En qué momento? Cuando suene la última trompeta, después de que los mil años hayan terminado, serán transformados y arrebatados.
¿A dónde serán llevados? A los cielos celestiales, a esas creaciones invisibles que están en el espacio, las cuales han pasado por sus pruebas, y han sido santificadas, glorificadas y hechas celestiales. ¿Para qué serán arrebatados? Para que no perezcan cuando la tierra perezca.
¿Qué será de los impíos, aquellos que fueron consumidos hasta quedar en cenizas, que vivieron antes del Milenio? Ellos serán llamados por el sonido de la última trompeta, y también serán arrebatados para ser juzgados; y los que sean inmundos seguirán siendo inmundos, y los que sean impíos seguirán siendo impíos; los que sean felices seguirán siendo felices; y tanto pequeños como grandes, en ese día, estarán de pie ante Dios y serán juzgados según lo que esté escrito en los libros, cada uno según sus obras.
Podríamos decir mucho en relación con estos libros, tal como se revelan en el Libro de Mormón y en otros lugares, pero sigamos adelante.
Más adelante será necesario tener una tierra nueva. Ahora bien, ¿cómo hace el Señor esta tierra nueva? La hace con los elementos de la antigua. Esta misma tierra en la que habitamos, cuyos elementos han de ser derretidos y santificados con fuego ardiente, para que los santos reinen sobre ella durante mil años; esta misma tierra que pasará y no se hallará lugar para ella como tierra organizada, será resucitada; sus elementos serán reunidos de nuevo, como lo fueron al principio, y serán santificados, purificados y hechos santos y celestiales, y se convertirán en un mar de vidrio. Entonces, después que todas las cosas sean hechas nuevas y las antiguas hayan pasado, las dos Jerusalén descenderán de Dios desde el cielo y reposarán sobre la tierra nueva: la nueva Jerusalén se establecerá en este continente, y la antigua Jerusalén será restaurada al lugar donde estuvo anteriormente. Entonces Dios mismo estará con ellos, y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá más dolor, ni lamento, ni muerte, porque las cosas anteriores habrán pasado y todas las cosas habrán sido hechas nuevas. Esta tierra o hemisferio será la morada de la nueva Jerusalén por los siglos de los siglos.
Ahora bien, ¿no ven que existe una similitud en cuanto a los tratos de Dios con la tierra y con los habitantes que moran sobre su faz? La tierra tiene que pasar por un cambio, así como nuestros cuerpos. Así como nuestros cuerpos pueden ser quemados en la hoguera y las cenizas esparcidas a los cuatro vientos del cielo, así la tierra será quemada y pasará; y, de la misma manera en que nuestros cuerpos son renovados a partir de los elementos que alguna vez formaron parte de su composición —o al menos de la cantidad suficiente de ellos para formar un nuevo cuerpo—, así la tierra tendrá que ser renovada nuevamente y resucitada, redimida y hecha inmortal a partir de los elementos de los que estuvo compuesta anteriormente, para que esos seres inmortales que son sacados de la tumba tengan una tierra inmortal en la cual habitar.
Existe también un tipo de esto en lo que respecta a nuestros primeros padres. Cuando esta tierra salió de las manos del Todopoderoso, fue destinada para una duración eterna; en otras palabras, era una tierra o creación inmortal, habiendo sido declaradas todas las cosas como muy buenas. Pero el hombre trajo una maldición sobre la tierra, introdujo la muerte en el mundo, trajo una maldición sobre las aguas y sobre todos los materiales de nuestro globo; y, por lo tanto, así como el hombre tiene que ser santificado y pasar por las diversas pruebas necesarias para tal fin, así también la tierra; y cuando el hombre haya pasado por estas pruebas y llegue a ser inmortal, también su morada será inmortal, y la heredará para siempre jamás. Nuestros primeros padres no eran mortales cuando fueron colocados en esta tierra, sino que eran tan inmortales como aquellos que son resucitados en la presencia de Dios. La muerte entró en el mundo por su transgresión, ellos produjeron la mortalidad; de ahí que esto será una restauración completa, de la cual estoy hablando.
Estamos viviendo, Santos de los Últimos Días, cerca del final del sexto milenio desde la caída del hombre; cuán cerca, no lo sé, y está a punto de producirse un gran cambio.
Pregunta alguien: “¿No hay alguna manera de fijar el tiempo y determinar con certeza la edad de nuestro globo desde la caída del hombre?” No conozco otro medio que no sea una nueva revelación, pues la cronología es tan imperfecta que muchos centenares de personas que han dedicado su vida y sus recursos a estudiarla, difieren entre sí en sus conclusiones. Uno establece una fecha para la edad del mundo, y otro establece otra. Permítanme darles algunos ejemplos. Tomemos una de las eras más antiguas: la alejandrina, calculada por Julio Africano. En esta era alejandrina, el tiempo desde la creación hasta el nacimiento de Cristo se fija en 5.500 años; en la era de Antioquía, calculada por Pannerus, se fija en 5.493 años; en la era de Constantinopla o era griega, se fija en 5.509 años. Si tomamos a Scaliger, otro gran cronólogo, él, mediante la comparación de diversos manuscritos antiguos, calcula la edad del mundo desde la creación hasta la venida de Cristo en 3.950 años. Luego está otro célebre erudito, el padre Pezron, quien la establece en 5.873 años desde la creación hasta Cristo. El que fijó la cronología de la Biblia, el arzobispo Usher, la sitúa en 4.004 años desde la creación hasta Cristo. Otro cronólogo, Josefo, la calcula en 4.163 años; y algunos otros cronólogos judíos la elevan hasta 6.524 años desde la creación hasta Cristo.
¿Cómo vamos a juzgar? Podrían consultarse más de doscientos cronólogos cuyos nombres se registran, y todos tienen sus fechas particulares; por consiguiente, como ven, estamos completamente perdidos, y sin nueva revelación, no tenemos más certeza de que la cronología del arzobispo Usher, contenida en la Biblia del rey Jacobo, sea correcta que de suponer que muchas de las otras lo sean.
¿Qué debemos hacer entonces? Lo mejor que podemos hacer es depender de lo que Dios revele. Si Él nos da algún conocimiento sobre cronología, confiemos en ello; y Él nos ha dado mucha información en cuanto a las señales de los tiempos. Si no nos ha dado la edad del mundo, sí nos ha dado lo necesario para saber que vivimos en la generación en que se cumplirán los tiempos de los gentiles. Nos informó, en el inicio de esta Iglesia, que esa generación no pasaría sin que se cumplieran los tiempos de los gentiles. Y tenemos otras revelaciones que muestran que, cuando sus tiempos se cumplan, habrá una obra pronta y breve que se llevará a cabo para reunir a la casa de Israel desde los cuatro puntos de la tierra. Ellos serán sacados de todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos con mano fuerte y brazo extendido. Se nos dice que entonces Dios realizará prodigios, milagros y señales mayores que los que jamás se han hecho desde la creación del mundo; que Él hará volver a su pueblo del convenio. Después que los judíos hayan reconstruido Jerusalén y se haya erigido el templo, el Señor Jesús vendrá.
¿Cuánto de esta obra se realizará después que hayan pasado los seis mil años? No lo sé.
Pregunta alguien: “¿No cree usted que todo se completará antes del último día de los seis mil años desde la creación?” No, no lo creo; el Señor nos ha dicho lo contrario. Lean la clave de las revelaciones de Juan, publicada en la Perla de Gran Precio, y verán que hay una obra muy grande que se llevará a cabo después de que haya comenzado el séptimo milenio, llamado el Milenio. Encontrarán que las siete trompetas han de sonar como preparación para comenzar y concluir Su obra en la mañana del séptimo milenio, de la misma manera que el Señor realizó una obra en el séptimo día de la creación, cuando plantó el Jardín de Edén y colocó allí al hombre Adán. Él llevó a cabo una obra temporal bastante considerable en el proceso de la creación durante la mañana del séptimo día; y así también realizará una obra al inicio del séptimo milenio, después de que este se haya abierto; y la naturaleza de esa obra fue prefigurada por lo que Dios hizo en el principio. Al comienzo del séptimo día o “tiempo” de la creación, colocó al hombre en el Jardín de Edén, libre de la maldición; y, según la clave de las revelaciones de Juan, en la mañana del séptimo milenio Él santificará la tierra, redimirá al hombre de la tumba y sellará todas las cosas hasta el fin de todas las cosas; y el sonar de estas trompetas, y la obra que se llevará a cabo a medida que cada trompeta suene en su turno, logrará lo que sea necesario como preparación para el sellamiento de todas las cosas hasta el fin de todas las cosas antes de que Él venga.
Algunos han supuesto que durante el Milenio se realizará una gran obra a favor de los muertos. Esto puede ser; pero esta revelación parece indicar que todo estará preparado antes de que venga el Salvador, que todo será sellado en su lugar, todo reducido a su norma y a su esfera; que no habrá eslabones en la cadena que no estén completamente soldados, y que todo estará completamente preparado mediante el sonar de estas trompetas.
Además, después de que hayan terminado los seis mil años, antes de que venga el Señor, mientras estas trompetas suenen, o aproximadamente en ese tiempo, vemos que habrá una gran obra entre las naciones —la cual probablemente tendrá lugar en la mañana del séptimo milenio—. Las diez tribus deberán salir y venir a esta tierra, para ser coronadas con gloria en medio de Sion por manos de los siervos de Dios, incluso los hijos de Efraín; y doce mil sumos sacerdotes serán elegidos de cada una de estas diez tribus, así como de las tribus dispersas, y serán sellados en sus frentes, y serán ordenados y recibirán poder para reunir, de todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos, a todos los que quieran venir a la gran asamblea de la Iglesia del Primogénito.
¿No será esa una gran obra? Imaginen ciento cuarenta y cuatro mil sumos sacerdotes yendo por las naciones, y reuniendo a todos los que quieran venir a la Iglesia del Primogénito. Todo eso se hará, probablemente, en la mañana del séptimo milenio. La obra es de gran magnitud, Santos de los Últimos Días, y estamos viviendo casi en la víspera de ella. Han pasado ya casi seis mil años, el mundo está envejeciendo, y Satanás ha logrado casi todo lo que el Señor tiene dispuesto que logre antes del día de reposo.
Con una obra de tal magnitud por delante, los Santos de los Últimos Días deben estar bien despiertos, y no tener su mente ocupada en esas frivolidades en las que muchos se complacen en la actualidad. Debemos dejar a un lado tales cosas, y nuestra pregunta debe ser: “Señor, ¿cómo podemos preparar el camino para tu venida? ¿Cómo podemos prepararnos para realizar la gran obra que debe llevarse a cabo en esta dispensación, la más grande de todas, la dispensación del cumplimiento de los tiempos? ¿Cómo podemos estar listos para contemplar a los Santos que vivieron en la tierra en dispensaciones anteriores, y estrecharles la mano, y caer sobre su cuello y ellos sobre el nuestro, y abrazarnos mutuamente? ¿Cómo podemos prepararnos para esto? ¿Cómo podrán reunirse todas las cosas que están en Cristo Jesús, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra, en una sola gran asamblea, si no estamos bien despiertos?”
Que Dios los bendiga. Amén.

























