Diario de Discursos – Journal of Discourses V. 16

“Medios, unidad y preparación para Sion”

Revelación sobre los juicios del Señor — Primicias de la resurrección — Qué sucede con las almas de los hombres — Redención universal

por el élder Orson Pratt, 28 de diciembre de 1873
Tomo 16, discurso 43, páginas 326-338

Aportar para los templos, vivir en obediencia y unidad, y prepararse para Sion.


Comenzaremos nuestro discurso leyendo una parte de la sección 25, y las secciones 26 y 27 de una revelación dada el 27 de diciembre de 1832, contenida en el Libro de Doctrina y Convenios:

“Y los ángeles volarán por en medio del cielo, clamando a gran voz, tocando la trompeta de Dios, diciendo: ¡Preparaos, preparaos, oh habitantes de la tierra, porque el juicio de nuestro Dios ha llegado! He aquí, el Esposo viene; salid a su encuentro.

“E inmediatamente aparecerá una gran señal en el cielo, y toda la gente la verá juntamente. Y otro ángel tocará su trompeta, diciendo: Aquella gran iglesia, la madre de las abominaciones, que hizo beber a todas las naciones del vino de la ira de su fornicación, que persigue a los santos de Dios, que derramó su sangre —ella que se sienta sobre muchas aguas y sobre las islas del mar—, he aquí, ella es la cizaña de la tierra; está atada en manojos; sus ligaduras están fortalecidas, ningún hombre puede soltarlas; por tanto, está lista para ser quemada. Y él tocará su trompeta larga y fuerte, y todas las naciones lo oirán.

“Y habrá silencio en el cielo por el espacio de media hora; e inmediatamente después se desenrollará el velo del cielo, como se desenrolla un libro después de haber sido enrollado, y el rostro del Señor se revelará; y los santos que estén sobre la tierra, que estén vivos, serán vivificados y serán arrebatados para recibirlo. Y los que hayan dormido en sus sepulcros saldrán, pues sus sepulcros se abrirán; y también ellos serán arrebatados para recibirlo en medio de la columna del cielo. Son de Cristo, las primicias; ellos que descenderán con Él primero, y ellos que estén en la tierra y en sus sepulcros, que son los primeros en ser arrebatados para recibirlo; y todo esto por la voz del sonar de la trompeta del ángel de Dios.”

Esta revelación fue dada por medio de nuestro Profeta, Vidente y Revelador, José Smith, quien fue uno de los hombres más grandes que jamás vivieron en esta probación, uno de los profetas más grandes —con excepción de nuestro Señor y Salvador Jesucristo— que jamás fueron enviados a nuestra tierra. Creo que ayer se cumplieron cuarenta y un años desde que se dio esta revelación. En ella se revelan muchas cosas relacionadas con la salvación de los hijos de los hombres, y con las grandes y trascendentales obras del Señor que están a punto de realizarse en la tierra.

En las secciones que preceden a las que he leído, tenemos un relato de ciertos grandes acontecimientos que aún no han ocurrido; a saber, que después de los testimonios de los siervos de Dios entre las naciones, vendrá el testimonio de muchos juicios que serán derramados sobre las naciones, tales como terremotos, guerras, el mar desbordándose más allá de sus límites y una variedad de calamidades que harán que el corazón de todos los malvados desfallezca de temor. Después de que estos grandes juicios sean derramados sobre las naciones de la tierra, entonces se cumplirán las palabras que he leído: “Y los ángeles volarán por en medio del cielo, tocando la trompeta de Dios, diciendo: Preparaos, preparaos, oh habitantes de la tierra, porque el juicio de nuestro Dios ha llegado; he aquí, el Esposo viene; salid a su encuentro.”

Después de que estos ángeles hayan volado por en medio del cielo, llamando a los habitantes de la tierra a prepararse para la venida del Esposo, han de sonar siete trompetas más. La primera trompeta suena, y su proclamación se refiere a la gran Babilonia, “que hizo beber a todas las naciones del vino de la ira de su fornicación; en cuanto a aquella que se sienta sobre muchas aguas, que tiene dominio sobre muchas naciones, tribus, lenguas y pueblos: he aquí, ella es la cizaña de toda la tierra; está atada en manojos; sus ligaduras están fortalecidas, ningún hombre puede soltarlas; por tanto, está lista para ser quemada, y él tocará su trompeta larga y fuerte, y todas las naciones lo oirán.”

Debe haber algo relacionado con el toque de esta trompeta que sea milagroso, para que todas las naciones puedan oírlo. Cualquier sonido que pueda producir el hombre mortal, por lo general, no alcanza más de unos treinta kilómetros desde el lugar donde se origina, lo cual es un espacio muy reducido. Pero habrá algo vinculado con el toque de la trompeta del primero de los siete ángeles que manifestará un poder del cual nada sabemos. El sonido de esa trompeta será oído por todos los pueblos, naciones, tribus y lenguas en los cuatro extremos de nuestro globo. No sé que el sonido vaya a ser necesariamente más fuerte que algunos que hemos escuchado, pero será transmitido por algún poder milagroso, de modo que todas las personas lo oirán.

“Inmediatamente después del toque de esta trompeta, habrá silencio en el cielo por el espacio de media hora.” No sabemos si la media hora aquí mencionada es, según nuestro cómputo, de treinta minutos, o si corresponde al cómputo del Señor. Sabemos que la palabra “hora” se usa en algunas partes de las Escrituras para representar un período bastante prolongado de tiempo. Por ejemplo, nosotros, los Santos de los Últimos Días, vivimos en la undécima hora, es decir, en el undécimo período de tiempo; y por todo lo que sabemos, la media hora en la que habrá silencio en el cielo podría ser un período bastante extenso. Durante ese período de silencio todo estará completamente en calma; no habrá ángeles volando en ese lapso; no sonarán trompetas; no habrá ruido en los cielos de arriba; pero inmediatamente después de ese gran silencio, el velo del cielo se desenrollará como se desenrolla un pergamino. Los niños en la escuela, que suelen ver mapas colgados en la pared, saben que tienen rodillos en los que se enrollan, y que para exponer la cara del mapa se desenrollan hacia abajo. Así será como el velo del cielo se desenrollará para que el pueblo contemple a esos seres celestiales que aparecerán en las nubes. El rostro del Señor será revelado, y los que estén vivos serán vivificados, y serán arrebatados; y los santos que estén en sus sepulcros resucitarán y serán arrebatados junto con los que fueron vivificados, y serán llevados a los cielos, en medio de esos seres celestiales que se manifestarán en ese momento. Estos son los que constituyen las primicias, es decir, las primicias en el momento de Su venida.

Hubo un período, hace unos dieciocho siglos, cuando los santos se levantaron de sus sepulcros, después de la resurrección de Cristo, siendo Él las primicias. Eso se llama en el Libro de Mormón la primera resurrección; tuvo lugar aproximadamente en el momento, o poco después, de la resurrección de Jesús. Pero cuando Él venga por segunda vez, las primicias de la resurrección serán los santos que salgan de sus sepulcros. Ellos, junto con los santos de todas las edades, formarán la Iglesia del Primogénito, y descenderán con el Salvador cuando Él venga.

Algunos suponen que, cuando estos santos sean resucitados y llevados al cielo, ese será el momento preciso en que Jesús descenderá a la tierra; pero deseo corregir esa idea con la ayuda de la revelación antigua y moderna. En lugar de que Jesús descienda inmediatamente a la tierra cuando estos santos sean llevados al cielo, Él permanecerá hasta que los siete ángeles hayan tocado sus trompetas. Pasará un lapso considerable de tiempo entre el toque de cada una de estas siete; transcurrirán algunos meses; no se sucederán todas directamente una tras otra o en el transcurso de unas horas, sino que habrá un intervalo durante el cual tendrán lugar ciertos grandes y maravillosos acontecimientos. Por ejemplo, si leemos las revelaciones de San Juan, encontramos que, cuando el quinto ángel toque su trompeta, el abismo se abrirá y saldrá un gran humo, y una nube de langostas tan numerosa que oscurecerá el sol y el aire; y estas langostas tendrán poder para atormentar a los hombres durante cinco meses antes del toque de la sexta trompeta. Esto demuestra que habrá un período de al menos cinco meses entre el toque de las trompetas del quinto y sexto ángel.

Leamos también lo que sucede con el toque de la sexta trompeta, y veremos que hay una gran obra que debe cumplirse antes de que suene la séptima. Pues en el tiempo que transcurre entre el toque de la sexta y la séptima trompetas, los cuatro ángeles que están atados junto al gran río Éufrates serán desatados, y reunirán un ejército muy numeroso. Si recuerdo bien, ese ejército estará formado por doscientos millones de personas, que cabalgarán sobre algún tipo de bestias o animales que el Señor, probablemente por medios sobrenaturales, preparará para la ocasión. Estos personajes que surgen montados en estas bestias están preparados para una hora, para un día, para un mes y para un año; y su labor será matar a la tercera parte de la humanidad que entonces exista en la tierra. Y como están preparados para una hora, un día, un mes y un año, esto demuestra que habrá un lapso considerable de tiempo entre el toque de la trompeta del sexto y del séptimo ángel.

También podemos mencionar la declaración de Juan en relación con los dos testigos que han de profetizar aproximadamente en ese período. Ellos han de profetizar durante tres años y medio, y su campo de labor será Jerusalén, después de que haya sido reconstruida por los judíos. Mediante sus profecías y el poder de Dios que los acompaña, las naciones reunidas contra Jerusalén serán contenidas; estos profetas las mantendrán a raya por su fe y poder. Con el tiempo, estas naciones vencerán a los dos testigos y, habiendo concluido su misión, serán muertos, y sus cuerpos yacerán tres días y medio en las calles de la ciudad. Entonces ocurrirá un gran terremoto, y estos dos testigos serán arrebatados al cielo.

Todo esto tiene lugar después de que comiencen a sonar estas trompetas; y si estos dos testigos han de cumplir una misión de tres años y medio, esto demuestra que el toque de las trompetas no se produce, como muchos han supuesto, en rápida sucesión, sino que ciertos acontecimientos deben cumplirse entre cada toque respectivo. Con el tiempo, las siete habrán sonado, y luego comenzarán a sonar por segunda vez. Según la revelación de la que he leído, el segundo toque de las trompetas no tiene como propósito traer destrucción entre las naciones, sino que el toque de la primera revelará los actos secretos de Dios, Sus propósitos y obras en la tierra durante el primer milenio; el toque de la segunda revelará las obras y propósitos del Gran Jehová durante el segundo milenio, y así sucesivamente, hasta que la séptima suene por segunda vez y declare que la obra de Dios está concluida, en lo que respecta a la gran preparación necesaria para Su segunda venida.

Noten ahora que es en el primer toque de la primera de estas siete cuando ocurre la primera resurrección; y todas estas grandes obras han de realizarse en la tierra, y transcurrirán años antes de que Jesús descienda con todos Sus santos; es decir, si entendemos estas cosas correctamente, por lo poco que se ha revelado sobre el tema. Hay muchas cosas sobre las que me gustaría detenerme en relación con la resurrección de los santos y su ser arrebatados a los cielos. El tema de la resurrección es algo que a todos nos interesa mucho; es algo que concierne a toda la humanidad, de una manera u otra, pero especialmente a los Santos de los Últimos Días que vivimos ahora sobre la tierra. Todos vemos que nuestros hermanos y hermanas, así como los inicuos, están falleciendo, dejándonos; se les llama a dejar estos cuerpos, que son depositados en la tumba. Parten por decenas, por cientos y por miles, y nosotros esperamos seguirlos, al menos la mayoría de nosotros. Tal vez algunos vivan hasta la venida del Hijo del Hombre o el toque de la primera trompeta; pero dado que la mayoría esperamos poner nuestros cuerpos a descansar, debe ser interesante para todo Santo de los Últimos Días saber algo sobre la resurrección.

¿Qué podemos saber sobre ella? Nada, excepto lo que el Señor ha revelado, y permítanme decir aquí que quizá ningún tema relacionado con la salvación haya sido revelado con tanta plenitud a los habitantes de la tierra como el de la resurrección del cuerpo. Muchas personas han pensado que se ha revelado muy poco sobre este tema; pero si no me equivoco, tenemos abundante información, aunque todavía hay muchas cosas que desconocemos porque no se han revelado. Sin embargo, si buscamos cuidadosamente en las revelaciones que se han dado, podremos aprender muchas cosas sobre este gran acontecimiento que satisfarán nuestras mentes.

Cuando llevamos a nuestros amigos al cementerio, nos sentimos afligidos porque tenemos que dejarlos y porque están separados de nosotros por un corto tiempo. Toda aquella amabilidad y sociabilidad que existían ya no se experimentan, y ya no tenemos el privilegio de su compañía como antes, y, por lo tanto, lamentamos su ausencia. Pero ¡qué consuelo es saber que, cuando nuestros amigos son sepultados, no estamos separados de ellos para siempre, si han muerto en la fe y si nosotros mismos perseveramos fieles hasta el fin! Porque, si guardamos los mandamientos de Dios como debemos, tenemos la seguridad y la esperanza dentro de nosotros —una esperanza que no puede ser sacudida— de que resucitaremos nuevamente, y que nuestros cuerpos saldrán de la tumba.

Ahora, tratemos de entender cuánto se ha revelado sobre este tema; y, para comprenderlo, permítanme remitirlos a algunas cosas que se encuentran en el Libro de Mormón. En la página 240 de ese libro encontramos algo sobre el tema de la resurrección. Lo que voy a leer fue dicho por el profeta Amulek, en la ciudad de Ammoníah, a un pueblo muy inicuo, que poco después fue totalmente destruido por causa de su maldad:

“Ahora bien, hay una muerte que se llama muerte temporal; y la muerte de Cristo soltará las ligaduras de esta muerte temporal, para que todos sean levantados de esta muerte temporal. El espíritu y el cuerpo serán reunidos nuevamente en su forma perfecta; tanto los miembros como las coyunturas serán restaurados a su estructura propia, así como estamos ahora en este momento; y seremos llevados a estar en la presencia de Dios, conociendo así como conocemos ahora, y con un vivo recuerdo de toda nuestra culpa. Y ahora bien, esta restauración vendrá a todos, tanto viejos como jóvenes, tanto siervos como libres, tanto hombres como mujeres, tanto a los inicuos como a los justos; y ni siquiera se perderá un cabello de sus cabezas; sino que todas las cosas serán restauradas a su forma perfecta, tal como está ahora, o en el cuerpo, y serán llevadas y colocadas ante el tribunal de Cristo el Hijo, y de Dios el Padre, y del Espíritu Santo, que es un solo Dios Eterno, para ser juzgadas según sus obras, sean buenas o malas.”

Vemos, pues, que no faltará ningún miembro. Si una persona ha perdido un brazo, una pierna o los ojos, le serán restaurados y estará en la presencia de Dios perfecto, y los inicuos tendrán un vivo recuerdo de toda su culpa. El profeta Amulek intentaba explicar todo esto a un pueblo lleno de culpa, que había desobedecido los mandamientos del cielo hasta estar casi maduros para la destrucción. Les informó que tendrían un conocimiento perfecto de toda su culpa. En esta vida hay muchas cosas que las personas, ya sean justas o iniquas, olvidan. Nuestra memoria es tan débil que muchas cosas hechas en años pasados quedan borradas; pero cuando resuciten, tanto los inicuos como los justos, su memoria será restaurada, de modo que todo acto de su vida, sea bueno o malo, será recordado perfectamente, y los inicuos tendrán un conocimiento perfecto de toda su culpa.

¿No será esto suficiente para encender un fuego inextinguible en sus pechos, y con ese recuerdo presentarse ante el rostro del Señor? ¿No hará que se aparten de Su presencia? Creo que sí. El profeta Moroni, hablando sobre este tema y dirigiéndose a los incrédulos que vivirían en la tierra en el tiempo en que saliera a luz el Libro de Mormón, dice: “Estarían más miserables morando en la presencia de ese Ser santo y puro que morando con las almas condenadas en el infierno.” Y eso es perfectamente razonable; porque un inicuo en la presencia de Dios se hallaría en un lugar no adecuado a su naturaleza mala, corrupta y carnal. Debe existir un lugar de inmundicia preparado para lo que es inmundo, para que aquellos que son inmundos, inicuos y corruptos sean colocados en circunstancias adecuadas a su condición. Tales personas, estando en la presencia de Dios, desearían que las rocas y los montes cayeran sobre ellos y los escondieran, porque el recuerdo de sus iniquidades los herirá y encenderá en ellos una llama como un fuego inextinguible, ya que sus conciencias tendrán un vivo recuerdo de toda su culpa.

Ahora bien, esta restauración vendrá a todos, tanto viejos como jóvenes, siervos como libres, hombres como mujeres, justos como inicuos; y no se perderá ni siquiera un cabello de sus cabezas. Muchas personas, cuando avanzan en edad, pierden el cabello y quedan calvas. ¿Resucitarán sin cabello porque fueron sepultadas en esa condición? No; eso sería imperfección, y tenemos una declaración en el Libro de Mormón que afirma que ni siquiera un cabello se perderá. Nuevamente, el profeta Amulek dice:

“Sino que todas las cosas serán restauradas a su forma perfecta, tal como está ahora, y serán colocadas ante el tribunal de Cristo, el Hijo, y de Dios el Padre, y del Espíritu Santo, que es un solo Dios Eterno, para ser juzgadas según sus obras, sean buenas o malas. Y ahora bien, he hablado a ustedes acerca de la muerte del cuerpo mortal, y también acerca de la resurrección del cuerpo inmortal. Les digo que este cuerpo mortal es levantado a un cuerpo inmortal, es decir, de la muerte, aun de la primera muerte, a la vida, para que no puedan morir más.”

Lo que esto significa es que no podrá haber más disolución entre el espíritu y el cuerpo; no podrán separarse, y no podrán morir más. Esto deja claro que sus espíritus se unirán con sus cuerpos para nunca más separarse ni volver al polvo, como en la primera muerte; y, volviéndose espirituales e inmortales, “no podrán ya más ver corrupción.”

Pasemos ahora a lo que el profeta Alma dijo a su hijo Coriantón, no solo en cuanto a la resurrección, sino también en cuanto a la condición o estado del espíritu del hombre entre el momento de la muerte y la resurrección. Esto se encuentra en la página 318 del Libro de Mormón:

“Y ahora bien, yo quisiera inquirir qué sucede con las almas de los hombres desde este tiempo de muerte hasta el tiempo señalado para la resurrección. Ahora bien, si hay más de un tiempo señalado para que los hombres resuciten, no importa; porque todos no mueren a la vez, y eso no importa; todo es como un solo día para Dios, y el tiempo solo es medido para los hombres. Por lo tanto, hay un tiempo señalado para que los hombres se levanten de entre los muertos; y hay un intervalo de tiempo entre el momento de la muerte y la resurrección. Y ahora bien, en cuanto a este intervalo de tiempo, lo que sucede con las almas de los hombres es lo que he inquirido diligentemente del Señor para saber; y esto es lo que sé. Y cuando llegue el tiempo en que todos se levantarán, entonces sabrán que Dios conoce todos los tiempos que han sido señalados para el hombre. Ahora bien, en cuanto al estado del alma entre la muerte y la resurrección—He aquí, se me ha dado a conocer por un ángel que los espíritus de todos los hombres, tan pronto como hayan partido de este cuerpo mortal, sí, los espíritus de todos los hombres, sean buenos o malos, son llevados a la presencia de aquel Dios que les dio la vida. Y entonces sucederá que los espíritus de los justos serán recibidos en un estado de felicidad, que se llama paraíso, un estado de reposo, un estado de paz, donde descansarán de todas sus aflicciones y de todo cuidado y pesar.

Y entonces sucederá que los espíritus de los inicuos, sí, que son malos—porque he aquí, no tienen parte ni porción en el Espíritu del Señor; porque he aquí, escogieron las obras malas en lugar de las buenas; por tanto, el espíritu del diablo entró en ellos y tomó posesión de su casa—y éstos serán echados en las tinieblas de afuera; allí habrá llanto, y lamento, y crujir de dientes, y esto a causa de su propia iniquidad, siendo llevados cautivos por la voluntad del diablo. Y este es el estado de las almas de los inicuos, sí, en tinieblas y en un estado de terrible y espantosa expectación de la ardiente indignación de la ira de Dios sobre ellos; así permanecen en este estado, al igual que los justos en el paraíso, hasta el tiempo de su resurrección.”

Existe una idea común —no sé cuán extendida— entre los Santos, de que no vamos directamente al hogar de Dios cuando nuestros espíritus dejan estos cuerpos, sino que hay una especie de estado intermedio en el que debemos pasar por preparaciones adicionales. Pero, si entiendo correctamente el lenguaje contenido en esta declaración de Alma, parece que los espíritus de todos los hombres, sean inicuos o justos, tan pronto como dejan este cuerpo mortal, “vuelven al Dios que les dio la vida”, es decir, regresan al lugar y posición que ocupaban cuando estaban en los mundos eternos. Se le llama “hogar” porque allí tuvieron antes su morada, y han estado ausentes de ese hogar mientras han estado aquí en el cuerpo; pero tan pronto como se separan del cuerpo, todos regresan a aquel antiguo hogar, a la presencia del Señor.

Una vez que vuelven allí, quedan completamente redimidos en lo que respecta al pecado original. El pecado original los había excluido de la presencia de Dios, ¿no es así? Todos dirán que sí. La redención llevada a cabo por nuestro Señor y Salvador Jesucristo redime a la humanidad de la penalidad del pecado original plena y completamente; y tanto los inicuos como los justos, sin acepción de personas, son llevados de nuevo a Su presencia, tal como estaban antes de venir de Su presencia a estos cuerpos caídos. Esto hace que la redención sea universal. Ninguna persona, por más inicua que sea —aunque fuese tan corrupta como cualquier hombre que jamás haya vivido en la tierra, incluso un hijo de perdición— puede evitar ser llevada de nuevo a la presencia de Dios, para que su redención sea completa en lo que respecta al pecado original. Cualquier cosa inferior a esto sería un fracaso en la redención del hombre de la caída.

Los justos, después de la muerte, son recibidos en un estado de reposo, paz y felicidad, en el Paraíso. Allí estarán libres de todo cuidado y dolor, y Satanás no tendrá poder sobre ellos. Si fueran enviados en misión desde el Paraíso a cualquier parte del dominio del Todopoderoso para ministrar, así como Jesús ministró mientras su cuerpo estaba en la tumba, los poderes y espíritus malignos y los ángeles caídos estarían sujetos a su mando, y ellos no estarían en lo más mínimo sujetos a esos seres malignos. Aquí radica la libertad de los justos y la victoria que obtienen, pues en el nombre de Jesús pueden mandar a esos ángeles caídos, y éstos se ven obligados a obedecer.

Pero, ¿qué sucede con los inicuos? Ellos no han aprendido a mandar a esos poderes malignos, no se han puesto en esta vida en posición para hacerlo; no pueden echar fuera demonios. ¿Por qué? Porque son malvados y corruptos, y cuando se encuentran con el diablo o con cualquiera de los ángeles caídos, son inmediatamente esclavizados y llevados cautivos por ellos, y ese es el peor tipo de esclavitud. Y, de acuerdo con lo que he leído aquí, el espíritu del diablo entra en su casa. ¿Qué casa? La casa espiritual, porque todavía no tienen cuerpos de carne y hueso, ya que la resurrección no ha tenido lugar; y ese espíritu, ese cuerpo espiritual, queda sujeto al diablo, y él entra en su casa, y son echados a las tinieblas de afuera, quedando cautivos del diablo y siendo sus esclavos, hasta la resurrección, cuando sus cuerpos y espíritus se volverán a unir.

Inquiramos, por unos momentos, acerca de la naturaleza de estos cuerpos espirituales que son restaurados de nuevo a la presencia de Dios. Muchas personas han supuesto que el espíritu que habita en el tabernáculo, por ejemplo, de un infante, es del mismo tamaño que el tabernáculo del infante cuando entra en él. Nadie discutirá que es del mismo tamaño cuando está encerrado en él; pero, ¿qué tamaño tenía el espíritu antes de entrar en el tabernáculo? ¿Era un espíritu de hombre o mujer completamente desarrollado, o era un pequeño espíritu infantil en su estado preexistente? No tenemos, que yo sepa, ningún relato en las revelaciones que Dios ha dado acerca de un espíritu infantil que venga de los mundos eternos para tomar cuerpos de infante; pero sí tenemos un relato opuesto en las revelaciones que Dios ha dado; pues, si vamos al Libro de Éter, encontraremos que el Señor Jesús, que fue uno de esos espíritus y el Primogénito de toda la familia, era un ser semejante a un hombre, sin carne, sangre ni huesos, sino un espíritu completamente desarrollado, miles de años antes de venir a tomar Su tabernáculo infantil.

¿Está así registrado en el Libro de Éter? Sí. Sin duda recordaréis las palabras del hermano de Jared, en el momento en que oró al Señor llevando en su mano dieciséis piedras pequeñas y transparentes, y subió a la cima del monte Shelem. Él dijo: “Señor, extiende tu mano y toca estas piedras con tu dedo una por una, para que brillen y nos den luz en las naves que nos has mandado preparar, y no permitas que tu pueblo cruce este gran mar en tinieblas. He aquí, oh Señor, tú puedes hacer estas cosas”, etc.

El Señor, en respuesta a su oración, extendió Su mano y tocó estas piedras una por una, las dieciséis. Se habían preparado ocho naves, y el Profeta quería una en cada extremo de cada nave; y a causa de la fe del hermano de Jared, el Señor no pudo ocultarle Su dedo, y por lo tanto el velo fue quitado de delante de sus ojos, y vio el dedo del Señor, y era semejante al dedo de un hombre, y no como el de un infante. Cuando el hermano de Jared lo vio, cayó, por temor de que el Señor lo hiriera, siendo esa la primera vez que había visto alguna parte o porción del cuerpo espiritual de Jesús.

El Señor le dijo: “Levántate, ¿por qué has caído?” Y el hermano de Jared dijo: “Vi el dedo del Señor, y no sabía que el Señor tuviera carne y sangre”. El Señor dijo: “A causa de tu fe has visto que he de tomar sobre mí carne y sangre; y jamás hombre alguno ha venido a mí con tanta fe como la tuya; pues si no fuera así, no podrías haber visto mi dedo. ¿Viste más que esto?” Y él respondió: “No; Señor, muéstrate a mí”. Y el Señor le dijo: “¿Crees las palabras que te hablaré?” Y él respondió: “Sí, Señor, sé que dices la verdad, porque eres un Dios de verdad y no puedes mentir”.

Y cuando hubo dicho estas palabras, he aquí, el Señor se le mostró, y dijo: “Porque sabes estas cosas, eres redimido de la caída; por tanto, eres llevado de nuevo a mi presencia; por eso me muestro a ti”.

Aquí estaba la redención de un hombre restaurado nuevamente a la presencia del Señor mientras aún estaba en la carne; vio con sus ojos lo que antes había visto por la fe. Entonces el Señor dijo: “He aquí, yo soy Jesucristo, yo soy el Padre y el Hijo, y en mí tendrá luz toda la humanidad, y eso eternamente, aun quienes crean en mi nombre. He aquí, este cuerpo que ahora ves es el cuerpo de mi espíritu, y a todos los hombres, en el principio, los he creado a la imagen del cuerpo de mi espíritu”.

Notad ahora: fueron creados con la misma forma y figura, y sin duda alcanzan, mediante el crecimiento, dimensiones semejantes a las del cuerpo de Su espíritu, sin carne ni huesos. La expresión es: “A todos los hombres, en el principio” —tú estabas allí, toda esta creación estaba allí; todos los habitantes de la tierra que ahora viven, todos los que han vivido y todos los que vivirán en los tiempos venideros, fueron creados a la imagen del cuerpo de Su espíritu en el principio, antes de que se hiciera este mundo.

Cuando todos estos espíritus fueron enviados desde los mundos eternos, sin duda no eran infantes; pero, cuando entraron en el tabernáculo infantil, tuvieron la necesidad, al igual que nuestro Señor y Salvador, de ser comprimidos o reducidos en tamaño, para que sus espíritus pudieran ser encerrados en tabernáculos de infante. Si sus cuerpos mueren en la infancia, ¿permanecen sus espíritus con estatura infantil entre la muerte y la resurrección del cuerpo? Creo que no. ¿Por qué no? Porque la redención debe restaurar todas las cosas a su orden natural. Si tenían el tamaño y la estatura de hombre o mujer antes de entrar en el tabernáculo, ¿sería completa la redención al salir de ese tabernáculo si no se les restaurara a sus dimensiones anteriores? Creo que no; no habría una restauración plena y, en consecuencia, parecería haber una imperfección en el plan.

Algunos de nuestros hermanos y hermanas tal vez tienen gran deseo de ver a sus pequeños hijos después de que partan de esta vida. El Señor, en ocasiones, les da una visión de sus pequeños difuntos, no de sus espíritus, sino de cómo aparecerán en la mañana de la resurrección, para que puedan conocerlos y reconocerlos. Pero, suponiendo que Él les mostrara los espíritus de sus pequeños hijos tal como son después de dejar sus tabernáculos infantiles, ¿quedarían satisfechos? Creo que no. ¿Por qué? Porque pienso que no los reconocerían, ya que opino que los espíritus de los niños que mueren aquí recuperan sus dimensiones previas de hombre o mujer, y por lo tanto, si los vierais, quizá os sentiríais decepcionados. Pero más adelante llegará la resurrección, y entonces estos espíritus completamente desarrollados, que murieron aquí en la infancia, volverán a entrar en el tabernáculo infantil, y saldrán como infantes, tal como eran en el momento en que depositaron sus cuerpos; entonces sus padres no tendrán dificultad en reconocerlos.

En la actualidad existe bastante inquietud acerca de un punto relacionado con la resurrección, y es el siguiente: ¿permanecerán por toda la eternidad, con esa estatura, los espíritus cuyos cuerpos murieron aquí en la infancia, cuando sean reunidos con sus cuerpos infantiles? Existe un sermón del Profeta José Smith, registrado por escribas de taquigrafía, en el que se afirma que los infantes resucitados permanecerán para siempre como infantes. Pero dudo mucho, en mi interior, que quienes registraron ese sermón captaran plenamente la idea sobre este asunto; y, de haberlo hecho, dudo mucho que el Profeta José, en el momento en que predicó ese sermón, hubiera recibido por revelación toda la instrucción sobre ese punto; porque el Señor ha revelado muchas cosas a profetas y videntes, y entre ellos a José Smith, cuya plenitud no se da al principio.

Por ejemplo, en cuanto al bautismo por los muertos, en los días de José, las mujeres se bautizaban por hombres, y los hombres por mujeres, así como por hombres. El Señor le había revelado, al principio, algunas cosas, mostrándole que el bautismo por los muertos era un principio verdadero, sin darle todos los detalles de una sola vez. Pero él continuó inquiriendo al Señor, y recibió más y más información sobre este principio.

Así también con respecto a la resurrección, puede haber habido muchas cosas que se le revelaron y que eran verdaderas, y otras sobre las cuales, sin tener revelación, él sacaría sus propias conclusiones, hasta que agradara al Señor dar más revelación. No se ha dado ninguna revelación que nos proporcione un conocimiento completo sobre ese punto; pero os daré mis razones, simplemente como razones, para mostrar que aquellos que mueren aquí en la infancia crecerán hasta la estatura completa de hombre o mujer después de la resurrección. No digo que así sea, pero mis razones para creerlo son las siguientes: ¿Cómo podrían ser restaurados completamente a toda la perfección de la hombría o la femineidad y tener un tabernáculo perfecto, adaptado a las dimensiones del espíritu tal como existía antes de venir aquí, a menos que sus cuerpos crezcan desde el estado de infancia y se amplíen lo suficiente como para convertirse en una morada perfecta para el espíritu completamente desarrollado, sea hombre o mujer?

He oído decir —aunque no sé si es cierto o no— que antes de que José fuera martirizado, había recibido más luz e información sobre este tema, indicando que habría crecimiento después de la resurrección. Cómo sea esto, no lo sé, y realmente no importa mucho; aun así, es algo sobre lo cual tenemos el derecho y el privilegio de reflexionar, pues no hay daño alguno en que un hombre o una mujer dejen que su mente se expanda para asir todo lo que Dios ha revelado y meditar en ello, como lo hacían los antiguos hijos de Dios. Nefi dice: “Medito continuamente en las cosas de Dios que Él me ha revelado”, y no hay nada de malo en que nosotros hagamos lo mismo.

No debemos caer en esa vieja noción sectaria de que no tenemos derecho a saber nada sobre este o aquel asunto, y que no debemos indagar sobre tal o cual cosa. Esa es una vieja idea sectaria contra la que hemos luchado todo el día, y no queremos que se infiltre en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Es privilegio de sus miembros permitir que su mente se expanda, y reflexionar en las cosas de Dios, e inquirir de Él; y más adelante, cuando nos hayamos preparado adquiriendo todo el conocimiento posible de lo que está escrito, Dios nos dará más.

Hay muchas otras cosas sobre las que me gustaría hablar con respecto a la resurrección. Con frecuencia reflexionamos en nuestras mentes acerca de la capacidad y el poder que tendremos después de la resurrección, cuando seamos vivificados por el espíritu celestial. Hablar extensamente de este tema ocuparía otro discurso, y veo que no tengo tiempo para ello, pues debo asistir a otra reunión poco después de las cuatro en punto. Pero solo mencionaré unas cuantas cosas que disfrutaremos después de la resurrección y que no tenemos aquí.

Por ejemplo, aquí nuestra visión es limitada: solo podemos ver unas pocas cosas alrededor nuestro, y deben estar en las cercanías inmediatas. No podemos ver hasta Inglaterra o los países europeos, y no podemos ver nada a menos que refleje la luz natural del sol u otro cuerpo luminoso, y que esa luz entre en nuestro ojo; y por ese medio la mente se informa acerca de los objetos fuera de nosotros. ¡Pero qué limitada es nuestra vista! ¿Suponéis que la vista del cuerpo inmortal estará limitada de esta forma a la luz natural que brilla? No; hay muchos otros tipos de luz además de la luz que brilla del sol, la luna o las estrellas, o de alguna luz artificial que pueda crearse en la tierra. Existe, por ejemplo, la luz del Espíritu de Dios, mediante la cual los elementos son controlados y gobernados; está presente en todos los elementos, sin importar si están por debajo o por encima de la superficie de la tierra.

Ahora bien, en la resurrección puede haber una organización perfecta, en la que este otro tipo de luz, asociada con los elementos, afectará al ojo del cuerpo inmortal, de modo que pueda ver dentro de la tierra así como en su superficie. No quiero que aceptéis únicamente mi declaración sobre este punto, pero las revelaciones de Dios nos informan que ha habido hombres aquí en la mortalidad cuyos ojos fueron vivificados por esta otra especie de luz, de manera que podían ver cosas debajo de la tierra así como en su superficie. Moisés fue uno de esos hombres, y tenemos un relato, en la Perla de Gran Precio, de la gran visión que tuvo acerca de esta tierra. Antes de que el Señor le revelara la historia de su creación, Moisés contempló cada partícula de la tierra, y el relato dice que no hubo partícula que él no viera, discerniéndola por el Espíritu de Dios. Una de las revelaciones dice que “todo lo que es luz es espíritu”, y hay grados de esta influencia espiritual que pueden afectar al ojo natural o mortal; luego existen otros grados más refinados, quizá, que no afectan al ojo mortal, pero sí afectarán al ojo inmortal; sin embargo, el Señor puede tocar los ojos de un hombre como Moisés, o de cualquier otro hombre de Dios, para mostrarle cada partícula de la tierra, por dentro y por fuera.

Ahora bien, si el hombre mortal puede ver esto, como ciertamente lo hizo Moisés, ¿por qué habríamos de suponer que estaremos limitados en ese estado de inmortalidad que todos los Santos de los Últimos Días esperan gozar? Es más probable que podamos discernir, no solo todo lo que pertenece a este pequeño punto de creación en el que ahora habitamos, sino también otros mundos y lo que en ellos sucede, con la misma facilidad con la que vemos lo que ocurre en el nuestro. También tenemos revelaciones sobre esto. Cuando Enoc expresaba sus pensamientos acerca de la grandeza de las creaciones del Todopoderoso, dijo que, si un hombre pudiera contar millones de tierras como esta, y todas las partículas separadas que entran en su composición, no sería más que un comienzo de esas creaciones; y aun así, dijo él al Señor: “Tú estás aquí, tu seno está aquí”; y el Señor dijo a Enoc: “Puedo extender mi mano y sostener todas las creaciones que he hecho, y mi ojo puede traspasarlas también”. ¿Por qué poder puede Su ojo penetrarlas? Por el mismo poder que vivificó los ojos de Moisés mientras aún era un hombre mortal; ese mismo poder puede vivificar los ojos de la inmortalidad para contemplar todas las creaciones que el Señor ha hecho, y por lo tanto, en la resurrección habrá una ampliación de la visión.

Podríamos hablar también sobre la ampliación del oído, así como de la vista. ¿Suponéis que los seres inmortales dependen, para el sonido, de las simples vibraciones de una atmósfera como la nuestra? Esta atmósfera solo se extiende unos setenta y dos kilómetros por encima de la superficie de la tierra. ¿Cómo podrían los seres que están muy por encima de esta atmósfera nuestra comunicarnos sonidos aquí abajo? Hay otros principios y elementos de una naturaleza más refinada que intervienen entre estas creaciones que Dios ha hecho, y estos elementos pueden llegar a su perfección; y, por sus poderes vibratorios, pueden comunicar sonidos de un mundo a otro, así como la luz se comunica de mundo en mundo, y el oído inmortal estará adaptado para ello.

No tenemos tiempo para profundizar en esto; lo menciono solo como una de las grandes bendiciones de la inmortalidad.

Podríamos mencionar también lo relacionado con el sueño. Aquí tenemos que dormir aproximadamente una tercera parte de nuestro tiempo; ¿estarán los seres inmortales obligados a hacer lo mismo, y a pasar una tercera parte de los eternos millones y millones de las edades venideras en inactividad? No creo en tal cosa. Alguno preguntará: “¿Acaso las cosas aquí no son típicas de las cosas de la vida venidera?” Algunas no lo son. Aquí morimos, pero eso no es símbolo de alguna muerte que vendrá sobre los justos en la vida venidera; y hay muchas cosas por las que pasamos aquí que no son un símbolo de lo que habrá allá. Todas las imperfecciones físicas desaparecerán en la vida futura, y gozaremos de una plenitud y un poder mayores; y no veo que sea necesario que el cuerpo inmortal sea vivificado o renovado mediante el sueño. Sin duda comerán y beberán en un estado inmortal, pero si esto será necesario o no es otra cuestión distinta.

Jesús dijo que los Doce Apóstoles “comerán y beberán a mi mesa, y se sentarán sobre doce tronos, juzgando a las doce tribus de Israel”, lo cual muestra que el Señor tendrá una mesa, y que habrá alimento sobre ella, y que ellos comerán y beberán en esa mesa, aunque sean inmortales; pero si será necesario para que su inmortalidad perdure es otra cuestión, y no tenemos tiempo para profundizar en ello. Baste con decir que, aun en esta vida mortal, hijos de Dios vivificados por Su Espíritu han vivido muchas veces durante largos periodos sin comer ni beber. Moisés, por ejemplo, en dos ocasiones pasó cuarenta días y cuarenta noches en el monte Sinaí, y no comió ni bebió en todo ese tiempo.

Podríamos continuar y hablar de otras perfecciones que tendremos allá y que no poseemos aquí, además de comer, beber, oír y ver. Podríamos mencionar la perfección de la locomoción: ir y venir de un mundo a otro, y el poder de ascender en contra del principio de la gravitación, mostrando que el hombre tendrá poder superior, así como lo tuvo Jesús cuando ascendió al cielo en contra de las leyes de la gravitación. Podríamos hablar de la velocidad de la locomoción; pero no puedo detenerme en estos temas ahora.

Ruego que el Señor Dios derrame Su Espíritu sobre los Santos de los Últimos Días en toda la tierra, y vivifique nuestras mentes y entendimientos, y toda facultad y poder que Él nos ha dado, para que busquemos el conocimiento y obedezcamos todo lo que el Señor requiere de nosotros. Si hacemos esto, llegará el momento en que tendremos fe en Dios, tal como la tuvo el hermano de Jared; y cuando poseamos una fe como la suya, se nos promete en el Libro de Mormón que todas las grandes cosas que él vio nos serán reveladas. Pero tendremos que obtenerlas como él las obtuvo: mediante fidelidad.

Por el poder vivificante que se le otorgó, el hermano de Jared contempló a todos los habitantes de la tierra que habían vivido antes de su día, a todos los que vivían en su época y a todos los que existirían hasta el fin del mundo. El poder de Dios reposó sobre él y amplió su visión, permitiéndole ver todos esos seres. Amén.

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