Diario de Discursos – Journal of Discourses V. 16

“La Vara de José y de Judá:
Restauración del Evangelio y el Cumplimiento
de los Tiempos de los Gentiles”

La Vara de José y de Judá — Los tiempos de los gentiles — Apostasía del orden antiguo — Restauración del Evangelio eterno

por el élder Orson Pratt, 25 de enero de 1874.
Tomo 16, discurso 44, páginas 339-353

El élder Orson Pratt explica cómo las profecías de José en Egipto y de Ezequiel sobre la unión de la vara de Judá y la vara de José se cumplen en la restauración del Evangelio mediante el Libro de Mormón. Señala la apostasía y pérdida de autoridad en la cristiandad, el papel de la ministración angelical en la restauración, y cómo el Evangelio debe primero ir a los gentiles antes de que se cumplan sus tiempos y se inicie la gran reunión y redención de la casa de Israel.


Leeré una parte de una profecía escrita en el Libro de Mormón, en el capítulo tercero del segundo libro de Nefi. El profeta que pronunció las palabras que estoy a punto de leer, y que también citó las palabras de otro profeta, se llamaba Lehi; él vivió aproximadamente seiscientos años antes de Cristo.

“Porque he aquí, tú eres el fruto de mis lomos; y yo soy descendiente de José, que fue llevado cautivo a Egipto. Y grandes fueron los convenios del Señor que hizo con José. Por tanto, José en verdad vio nuestro día. Y obtuvo la promesa del Señor de que del fruto de sus lomos el Señor Dios levantaría una rama justa a la casa de Israel; no el Mesías, sino una rama que habría de ser desgajada; no obstante, sería recordada en los convenios del Señor, para que el Mesías se manifestase a ellos en los postreros días, con espíritu de poder, para sacarlos de las tinieblas a la luz, sí, de oscuridad oculta y del cautiverio a la libertad.

Porque José en verdad testificó, diciendo: Un vidente levantará el Señor mi Dios, que será un vidente escogido para el fruto de mis lomos. Sí, José en verdad dijo: Así me dice el Señor: Un vidente escogido levantaré del fruto de tus lomos; y será altamente estimado entre el fruto de tus lomos. Y a él le daré mandamiento de que haga una obra para el fruto de tus lomos, sus hermanos, la cual será de gran valor para ellos, aun para llevarlos al conocimiento de los convenios que he hecho con tus padres. Y le daré mandamiento de que no haga ninguna otra obra, sino la obra que yo le mande. Y lo engrandeceré a mis ojos, porque él hará mi obra. Y será grande, como Moisés, a quien he dicho que levantaré para vosotros, para librar a mi pueblo, oh casa de Israel. Y a Moisés levantaré para librar a tu pueblo de la tierra de Egipto.

Pero un vidente levantaré del fruto de tus lomos; y a él le daré poder para sacar mi palabra a la posteridad de tus lomos, y no solo para sacar mi palabra —dice el Señor— sino también para convencerlos de mi palabra, la cual ya habrá salido entre ellos. Por tanto, el fruto de tus lomos escribirá; y el fruto de los lomos de Judá escribirá; y lo que sea escrito por el fruto de tus lomos, y también lo que sea escrito por el fruto de los lomos de Judá, crecerá juntamente, para confundir las falsas doctrinas, y poner fin a las contiendas, y establecer la paz entre el fruto de tus lomos, y llevarlos al conocimiento de sus padres en los postreros días, y también al conocimiento de mis convenios, dice el Señor.

Y de la debilidad será hecho fuerte, en aquel día en que mi obra comience entre todo mi pueblo, para restaurarte a ti, oh casa de Israel, dice el Señor.”

Y así profetizó José, diciendo: He aquí, a ese vidente bendecirá el Señor; y los que procuren destruirlo quedarán confundidos; porque se cumplirá esta promesa que he obtenido del Señor, del fruto de mis lomos. He aquí, estoy seguro del cumplimiento de esta promesa; y su nombre será llamado como el mío, y será según el nombre de su padre. Y será semejante a mí; porque la obra que el Señor hará por su mano, por el poder del Señor llevará a mi pueblo a la salvación. Sí, así profetizó José: Estoy tan seguro de esto como estoy seguro de la promesa hecha a Moisés; porque el Señor me ha dicho: Preservaré tu descendencia para siempre. Y el Señor ha dicho: Levantaré un Moisés; y le daré poder en una vara; y le daré juicio por escrito. Sin embargo, no desataré su lengua para que hable mucho, pues no lo haré poderoso en el hablar. Pero le escribiré mi ley con el dedo de mi propia mano; y le daré un portavoz. Y el Señor me dijo también: Levantaré del fruto de tus lomos, y le daré un portavoz. Y he aquí, le daré a él que escriba lo que escriba el fruto de tus lomos, para el fruto de tus lomos; y el portavoz de tus lomos lo declarará. Y las palabras que él escriba serán las que en mi sabiduría sea conveniente que salgan para el fruto de tus lomos. Y será como si el fruto de tus lomos les hubiera clamado desde el polvo; porque yo conozco su fe. Y clamarán desde el polvo, sí, aun arrepentimiento para sus hermanos, aun después de que hayan pasado muchas generaciones sobre ellos. Y acontecerá que su clamor llegará, aun según la sencillez de sus palabras. A causa de su fe, sus palabras procederán de mi boca hacia sus hermanos, que son el fruto de tus lomos; y la debilidad de sus palabras la haré fuerte en su fe, para el recuerdo de mi convenio que hice a tus padres.

En correspondencia con esta profecía, leeré unos versículos en el capítulo 37 de Ezequiel, comenzando en el versículo 15:

“Vino a mí palabra de Jehová, diciendo:

  1. Hijo de hombre, toma ahora un palo y escribe en él: ‘Para Judá y para los hijos de Israel sus compañeros’; toma después otro palo y escribe en él: ‘Para José, palo de Efraín, y para toda la casa de Israel sus compañeros’.
  2. Júntalos luego el uno con el otro, para que sean uno solo, y serán uno solo en tu mano.
  3. Y cuando te pregunten los hijos de tu pueblo, diciendo: ¿No nos enseñarás qué quieres decir con esto?,
  4. diles: Así ha dicho Jehová el Señor: He aquí, yo tomo el palo de José, que está en la mano de Efraín, y a las tribus de Israel sus compañeros, y los pondré con el palo de Judá, y los haré un solo palo, y serán uno solo en mi mano.
  5. Y los palos sobre que escribas estarán en tu mano delante de sus ojos.
  6. Y les dirás: Así ha dicho Jehová el Señor: He aquí, yo tomo a los hijos de Israel de entre las naciones a las cuales fueron, y los recogeré de todas partes, y los traeré a su tierra;
  7. y los haré una sola nación en la tierra, en los montes de Israel, y un rey será rey de todos ellos; y nunca más serán dos naciones, ni nunca más serán divididos en dos reinos.”

He leído estas dos profecías: una, registrada en el Libro de Mormón, pronunciada por José en Egipto, escrita en planchas de bronce y traída por los descendientes de José desde la ciudad de Jerusalén, aproximadamente seiscientos años antes de Cristo, con su colonia que vino de Palestina y se estableció en la costa occidental de Sudamérica, habiendo cruzado las grandes aguas bajo la dirección del Todopoderoso; la otra, y correspondiente profecía, fue escrita por el profeta Ezequiel, poco tiempo después de que esta colonia dejara la ciudad de Jerusalén. Ezequiel nos informa en este capítulo que, antes de la gran restauración de la casa de Israel —para que nunca más sea esparcida ni dividida en dos naciones— el Señor sacaría el palo de José, escrito para la tribu de José, y el otro, escrito para Judá, y haría que se unieran en su mano; y cuando este gran acontecimiento tuviese lugar, sería el tiempo en que Él tomaría a Israel de entre las naciones adonde hubieran ido, los recogería de todas partes y los llevaría a sus propias tierras; y cuando hubiera cumplido esta obra, los haría una sola nación sobre los montes de Israel, y nunca más serían dos naciones, ni desde entonces en adelante serían dos reinos jamás.

Es muy evidente para toda persona que cree en las Escrituras de verdad que, en lo que respecta a la reunión de Israel y a que lleguen a ser una sola nación en su propia tierra, esta profecía aún no se ha cumplido; por lo tanto, se cuenta entre aquellos grandes acontecimientos que el Señor ha decretado y determinado llevar a cabo en un tiempo que todavía está en el futuro. Y Él ha señalado, en este capítulo de Ezequiel, la manera y el método en que comenzará la gran obra de la restauración de Israel.

Se ha hecho mucho por parte del mundo religioso, en cuanto a dinero y a la formación de sociedades, para mejorar la condición de los judíos esparcidos. Pero, ¿cuáles son los resultados de todos los esfuerzos de las diferentes sectas cristianas en esta dirección? ¿Han logrado reunir a los judíos de entre las naciones de la tierra? En absoluto. Muy pocos judíos, en el presente, residen en Palestina, y no están convertidos a la verdad. Creen en la religión de sus antiguos padres, y todos los que habitan allí son muy pobres; muchos de ellos pueden ser llamados mendigos, siendo sostenidos principalmente por la caridad de viajeros y otros visitantes a esa tierra, y por donaciones de cristianos y judíos caritativos en el extranjero. Pero todos los judíos que viven en Palestina son solo un pequeño puñado en comparación con el inmenso número de sus hermanos que están dispersos a los cuatro vientos del cielo.

Además de los judíos dispersos, están las diez tribus, que no son llamadas judíos, las cuales fueron sacadas de la tierra de Palestina alrededor de setecientos veinte años antes de Cristo, y que nunca más han habitado en esa tierra desde entonces. Fueron llevadas cautivas por el rey de Asiria a sus dominios, y desde el día de su cautiverio —hace casi veintiséis siglos— ni ellos ni sus descendientes han tenido residencia en la Tierra Prometida.

Antes de su cautiverio, la casa de Israel estaba dividida en dos reinos: uno, llamado las Diez Tribus, que tenía su ciudad capital en Samaria, al norte de Jerusalén. Numerosos reyes reinaron sobre ellos desde los días de Roboam, hijo de Salomón, hasta el tiempo de su cautiverio. Eran una nación separada y distinta de la nación judía, que consistía en las tribus de Judá y Leví, unos pocos remanentes de José y una parte de la tribu de Benjamín, que no fueron llevados con las diez tribus.

Unos ciento treinta años después de que las diez tribus fueran sacadas de Palestina, la nación judía fue llevada cautiva por Nabucodonosor, rey de Babilonia, y permaneció en Babilonia setenta años, después de los cuales regresaron a Palestina, reconstruyeron su ciudad capital y sus muros, restablecieron su templo y continuaron habitando la tierra de sus padres hasta la venida de Cristo, y por unos setenta años después de Su venida. Entonces, en cumplimiento de cierta profecía, la nación judía fue dispersada por el ejército romano bajo Tito. Alrededor de un millón cien mil judíos perecieron a espada y, según la historia, unos noventa y siete mil fueron esparcidos entre las naciones.

Esta gran calamidad sucedió a la nación judía en cumplimiento de muchas profecías, entre las que citaré una de nuestro Salvador, registrada en el capítulo 21 de Lucas. Dice nuestro Salvador:

“Porque habrá gran angustia en la tierra, e ira sobre este pueblo. Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan.”

La parte de esta profecía que habla de los judíos pereciendo a filo de espada, siendo esparcidos entre todas las naciones, y Jerusalén siendo hollada bajo los pies de los gentiles, ha tenido un cumplimiento literal; pero hay una declaración de nuestro Salvador que aún no se ha cumplido: “Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan.”

El hecho de que los tiempos de los gentiles aún no se han cumplido se prueba por el hecho de que Jerusalén todavía está en posesión de los gentiles y bajo su control. Cuando llegue el tiempo para que se cumpla la profecía registrada por el profeta Ezequiel, cuando los judíos y las diez tribus regresen y nunca más sean divididos en dos reinos, Jerusalén será redimida de manos de los gentiles, y volverá a ser habitada por los judíos como nación; no por un pobre y miserable remanente dependiente de la caridad de naciones extranjeras para subsistir, sino que cientos de miles de las doce tribus regresarán a Palestina, y su ciudad capital será Jerusalén, no Samaria.

Este cumplimiento de los tiempos de los gentiles es algo a lo que deseo llamar especialmente la atención de mis oyentes esta tarde. ¿De qué manera llevará a cabo el Señor esta obra entre los gentiles, para que llegue la plenitud de sus tiempos? Tenemos un poco de información sobre este tema, registrada en el capítulo once de Romanos, que hace que el asunto sea muy claro en cuanto a las dos grandes clases de personas —los judíos y los gentiles—. En ese capítulo se habla de ellos bajo la figura de dos olivos: uno —la casa de Israel— representado por un olivo cultivado, y el otro —los gentiles— por un olivo silvestre.

Pablo, al hablar de las ramas de Israel, dice:

“Si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú (los gentiles), siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti. Dirás entonces: Las ramas fueron desgajadas para que yo fuese injertado. Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme; porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado. Y aun ellos (la casa de Israel), si no permanecieren en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar. Porque si tú (los gentiles) fuiste cortado del que por naturaleza es olivo silvestre, y contra naturaleza fuiste injertado en el buen olivo, ¿cuánto más éstos, que son las ramas naturales, serán injertados en su propio olivo? Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad; y este será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados. En cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros; pero en cuanto a la elección, son amados por causa de los padres.”

Y nuevamente dice en los versículos 30 y 31:

“Pues como vosotros en otro tiempo no creísteis a Dios, pero ahora habéis alcanzado misericordia por la incredulidad de ellos, así también éstos ahora han sido desobedientes, para que por la misericordia concedida a vosotros, ellos también alcancen misericordia.”

Podemos ver, a partir de las instrucciones que Pablo ha dado en este capítulo, que los gentiles fueron injertados en lugar de la casa de Israel; en otras palabras, los judíos fueron desgajados, tal como nuestro Salvador les predijo. Él dijo:

“Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él.”

Es decir, sería quitado de los israelitas y entregado en manos de los gentiles. El reino que fue así arrebatado de los judíos y transferido a los gentiles puede llamarse un reino espiritual, en la medida en que los santos, a quienes se les dio el reino en ese día, no formaban parte constitutiva de las naciones de la tierra, sino que había una rama aquí y otra allá, una en un lugar y otra en otro; habiendo recibido las bendiciones de la plenitud del evangelio, las bendiciones de ese reino espiritual que se edificó en medio de ellos, participaron de la rica savia del olivo, aunque eran ramas silvestres.

Pero, al cabo, encontramos a los gentiles siguiendo el mismo ejemplo de incredulidad; aquellos a quienes el reino había sido transferido desde Israel cayeron en tinieblas, incredulidad y apostasía, de la misma manera que antes lo habían hecho los judíos. Pablo además les advierte en este capítulo que no se jacten. Dice:

“No te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti. Dirás entonces: Las ramas fueron desgajadas para que yo fuese injertado. Mira, pues, que no caigas tú también después del mismo ejemplo de incredulidad.”

¿Han prestado atención? No, no lo han hecho. ¿Dónde está ese reino que fue transferido a los gentiles, que tenía Apóstoles y Profetas inspirados en él? Ese reino sobre el cual el Señor derramó el Espíritu Santo y todos sus dones: el don de revelación, el discernimiento de espíritus, ver ángeles, sanar a los enfermos, predecir acontecimientos futuros, visiones y todos los demás dones que vinieron mediante la operación de su Espíritu sobre las ramas silvestres del olivo, después de que fueron injertadas, por la obediencia al Evangelio, y llegaron a ser participantes de la raíz y la rica savia del olivo cultivado. ¿Dónde está ese reino? En otras palabras, ¿dónde está la Iglesia?

Algunos dicen que la Iglesia ha continuado desde el período apostólico hasta el presente siglo de la era cristiana. Pero, si así fuera, yo no puedo encontrarla; las investigaciones que he realizado no me dan indicio alguno de la existencia del reino que fue transferido a manos de los gentiles. No conozco otra forma de distinguir la Iglesia de Dios que comparándola con el modelo dado en el Nuevo Testamento. ¿Puedo encontrar entre alguna de las naciones gentiles una iglesia con Apóstoles inspirados en ella? Si no puedo, no tengo autoridad para declarar que tal iglesia sea la Iglesia de Dios. Sus miembros pueden creer en la Biblia, y pueden ser personas honestas —no negamos la honestidad de los hombres—, pero a menos que posean esta característica distintiva de la Iglesia del Dios viviente, no tenemos derecho a suponer que sean la verdadera Iglesia cristiana.

Escuchemos lo que dice Pablo en el capítulo 12 de 1 Corintios en relación con la organización de la Iglesia de Cristo. Allí encontramos que en la Iglesia han sido puestos, primeramente, Apóstoles; en segundo lugar, Profetas; en tercero, Maestros; después, los que hacen milagros; los que sanan a los enfermos; los que hablan en diversas lenguas; la interpretación de lenguas, etc., y todos estos eran ayudas, gobiernos, dones, bendiciones, autoridades y poderes que servían para distinguir el verdadero reino o Iglesia de Dios de todas aquellas que carecían de ese poder y autoridad.

¿Existían esta autoridad, estos dones y bendiciones hacia finales del segundo siglo de la era cristiana? No. ¿Qué había sido de ellos? El pueblo se había apartado por completo de aquel antiguo orden de cosas. Sin duda había muchos que eran muy celosos, que profesaban el cristianismo y afirmaban ser la Iglesia de Dios, pero ¿dónde estaban sus Apóstoles? En ninguna parte entre los hombres. ¿Dónde estaban los Profetas en lo que se llamaba la Iglesia cristiana hacia finales del segundo siglo? En ninguna parte sobre la faz de la tierra; el espíritu de profecía había sido completamente erradicado, y los gentiles, por apostasía e incredulidad, habían caído como antes lo habían hecho los judíos.

Asimismo, ¿dónde estaban las sanidades de los enfermos, la apertura de los ojos de los ciegos, el destapar de los oídos de los sordos y los cojos saltando como ciervos? ¿Dónde estaban todos aquellos dones antiguos, como el hablar en lenguas, la interpretación de lenguas, el ver ángeles, el discernir espíritus y las cosas de Dios, tal como lo hacía la Iglesia de Cristo en el primer siglo? En ninguna parte; pero en lugar de esto encontramos que las personas llamadas cristianas se extendían y crecían en los siglos segundo, tercero, cuarto y quinto, pero carecían del espíritu, el poder y los dones que caracterizaban a la antigua Iglesia, hasta el punto de que incluso negaban que pudiera haber más revelación. Y en lugar de que hubiera Profetas que dieran revelación día tras día, semana tras semana y año tras año, de una generación a otra, se vieron obligados, en el Concilio de Cartago, celebrado a finales del cuarto siglo de la era cristiana, a reunir los fragmentos de las antiguas revelaciones que podían encontrar aquí y allá, dispersos en manuscritos entre las diversas naciones, sentarse a juzgarlos sin ningún espíritu de revelación que les indicara si eran verdaderos o falsos; y los compilaron y declararon que el canon de las Escrituras estaba completo.

Ahora bien, si ellos hubieran tenido la antigua Iglesia cristiana, habría habido revelaciones durante todo el segundo siglo, así como en el primero; y habría habido revelaciones en el tercer siglo, y en el cuarto siglo, y en todos los siglos posteriores hasta el tiempo presente, y jamás se habría promulgado entre los hijos de los hombres tal doctrina como la de que el canon de las Escrituras estaba completo. Es una de las doctrinas más falsas que jamás se haya propuesto entre los hijos de los hombres. Dios nunca ha tenido un pueblo sobre la faz de la tierra, en ninguna época del mundo, desde la creación y a través de todas las dispensaciones, sin tener entre ellos hombres inspirados que pudieran invocar a Dios y recibir revelaciones; y sus revelaciones eran tan sagradas como aquellas que las precedieron y que habían sido recopiladas en volúmenes; por lo tanto, el canon de las Escrituras se habría ampliado en cada siglo hasta el presente si la Iglesia de Dios hubiera continuado sobre la tierra.

Pero, al igual que los antiguos judíos, los cristianos del segundo siglo y de los siglos siguientes habían apostatado, y estaban totalmente desprovistos del Espíritu de Dios. Los judíos habían apostatado antes de que Jesús viniera entre ellos, al grado de que había sectas y partidos entre ellos, tal como encontramos en el mundo cristiano desde entonces; y estas sectas judías carecían del espíritu de profecía que sus antiguos padres tenían; carecían de la ministración de ángeles, y apenas quedaba entre ellos un solo rasgo de lo que había caracterizado a sus padres en los días de su justicia. Fue por esta causa que los judíos fueron desgajados, y los gentiles fueron injertados y hechos partícipes de las riquezas, bendiciones y glorias que antes disfrutaban los antiguos judíos.

—”Bueno” —dirá alguno— “¿he de entender por sus palabras que no ha habido una verdadera Iglesia cristiana sobre la tierra durante muchos siglos pasados?” Estas son mis opiniones, y estas son las opiniones de los Santos de los Últimos Días: creemos que, en lo que respecta al hemisferio oriental, no ha habido una verdadera Iglesia cristiana durante aproximadamente diecisiete siglos. Digo el hemisferio oriental, porque creemos que hubo una verdadera Iglesia cristiana en este continente, la cual continuó por casi cuatro siglos después de Cristo; pero en cuanto al hemisferio oriental, existió solo de nombre, con algunas pocas ordenanzas administradas por personas sin autoridad.

Leemos en las obras de los llamados “padres de la Iglesia” primitiva, que cuando se vieron privados de todo poder para obtener nuevas revelaciones de Dios, trataron de persuadir, y finalmente persuadieron, al pueblo de que el canon de las Escrituras estaba completo, y que Dios no tenía intención de dar más revelación a su pueblo; y esa impía ilusión continuó por muchas generaciones. Era necesario formular alguna excusa, porque aquellos pocos entre el pueblo que tenían el privilegio de leer la Biblia naturalmente verían las características distintivas entre la Iglesia antigua y aquella a la que pertenecían; y a menos que hubiese algo que tranquilizara sus conciencias, estarían continuamente haciendo la pregunta: “¿Por qué no tenemos Apóstoles? ¿Por qué no tenemos Profetas? ¿Por qué no tenemos los dones que caracterizaban a la Iglesia antigua?” Y, por lo tanto, los maestros religiosos de esos días, como en los nuestros, se vieron obligados a decir al pueblo que el canon de las Escrituras estaba completo, y que las Escrituras antiguas y las tradiciones de la Iglesia eran sus únicas guías.

Quizás piensen que estoy tergiversando este asunto; si así lo creen, vayan y lean las obras de la Iglesia Católica Romana escritas antes de que hubiera algún disidente protestante de ella, y encontrarán que esta doctrina se inculcaba universalmente en ellas. Me gustaría saber —y planteo la pregunta—, ¿cómo sería posible transmitir el ministerio cristiano de generación en generación, y de un siglo a otro, sin revelación? No podría hacerse; sería una completa imposibilidad. Un verdadero ministerio cristiano debe ser llamado por Dios, como Aarón fue llamado, así lo dice el apóstol Pablo al escribir a los Hebreos. Él declara que “nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón.”

Si vamos a la primera parte de la Biblia, veremos que Aarón fue llamado, no por una revelación dada a sus antiguos padres Abraham, Isaac y Jacob, ni a José en Egipto, ni a Noé o a Enoc, que vivieron antes del diluvio; ninguna de las revelaciones dadas a esos antiguos siervos de Dios llamó a Aarón al ministerio, sino que fue llamado por una nueva revelación, directamente desde el cielo, a Moisés, su hermano, mandando Dios a Moisés que apartara a Aarón para el ministerio, dándole instrucciones respecto a sus deberes; y Dios habló tanto a Moisés como a Aarón. Así fue como Aarón fue llamado.

Ahora, consideremos el ministerio desde el primer siglo hasta el presente. Todos sus miembros han negado la nueva revelación, y han declarado que el canon de las Escrituras estaba completo. ¿Quién, entre todos ellos, fue jamás llamado por una nueva revelación? Pues bien, si un hombre hacía tal pretensión, era excomulgado de la Iglesia a menos que se arrepintiera del pecado, como ellos lo llamaban. Creer que Dios volvería a hablar y a llamar a hombres por nueva revelación, tal como Aarón fue llamado, era, según ellos, una herejía; y no debían creer en nada que no estuviera incluido en sus antiguos libros.

Tomemos, por ejemplo, la más alta autoridad de la Iglesia de Roma. Los miembros de esa iglesia dicen que el derecho a sentarse en la silla papal ha sido transmitido en sucesión ininterrumpida desde el apóstol Pedro. Ahora bien, quitando la nueva revelación, ¿cómo se podría elegir, de entre los millones que profesaban el cristianismo, al que debía sentarse en esa silla? No hay manera alguna de distinguirlo, a menos que fuera llamado por Dios como lo fue Aarón; y esto introduciría la nueva revelación. Por lo tanto, cuando esta cesó, la autoridad real cesó, y el Papa no tenía más autoridad que un sacerdote pagano; tampoco podía conferir autoridad a otro hombre, ni la propia iglesia podía otorgar autoridad sin nueva revelación de Dios. La Biblia no podía otorgar esta autoridad, pues no hay una sola palabra en todo el Antiguo o el Nuevo Testamento que diga que tal hombre, con tal nombre y en tal época futura, ocuparía la silla de San Pedro; de modo que, sin nueva revelación, la selección de los sucesivos Papas sería un mero trabajo de adivinación.

¿Y cómo están las cosas con los protestantes? Vayamos a los valdenses, a Lutero, Calvino, Enrique VIII y a aquellos que disintieron de la Iglesia Católica; ¿tienen ellos autoridad? Indaguemos un poco acerca de sus creencias y puntos de vista. ¿Creyeron los que he nombrado que había alguna revelación posterior a la que se dio en la isla de Patmos? No; en este aspecto, los protestantes siguieron la misma herejía que la iglesia madre; ella había enseñado, por muchas generaciones, que el canon de las Escrituras estaba completo, y aquellos que disintieron y salieron de ella declararon lo mismo, y el pueblo lo creyó, y finalmente la Iglesia de Inglaterra lo incorporó en sus treinta y nueve artículos de fe. Y, según su credo, ninguna persona debía recibir como parte de su fe religiosa algo que no estuviera contenido en los libros que ellos llamaban el canon de las Escrituras, el cual decían que estaba completo y cerrado.

Jamás han encontrado, en ninguna revelación que Dios haya dado, que no se daría más revelación o Escritura mientras hubiera una Iglesia cristiana sobre la faz de la tierra.

Estos protestantes, entonces, fueron excomulgados de la iglesia madre, ¿verdad? He oído a algunos decir, cuando se les preguntaba acerca de su autoridad para bautizar, predicar y administrar la Santa Cena: “Lo hacemos por la autoridad de nuestro sacerdocio y del oficio que tenemos.” “¿Quién les dio ese oficio y autoridad?” “Tal persona.” “¿De dónde la obtuvo él?” “La recibió de otro que lo precedió.” “Y, díganme, ¿hasta dónde pueden rastrear su sacerdocio?” —”Podemos remontarlo hasta Martín Lutero, Juan Calvino, Enrique VIII, o algunos de esos reformadores que salieron de la Iglesia Católica Romana.” “¿Y de dónde obtuvieron su sacerdocio esos primeros a quienes ustedes llaman reformadores, dado que negaban la nueva revelación y no fueron llamados por Dios como lo fue Aarón?” “Oh, lo recibieron de la iglesia madre, la Iglesia Católica Romana.” “Pero, ¿qué dicen ustedes, protestantes, acerca de la Iglesia Católica Romana?” “Pues decimos que es ese gran y abominable poder que se llama la madre de las rameras y Misterio Babilonia la Grande, que es una de las potencias más corruptas sobre la faz de la tierra; por eso los protestantes, que no podían soportar toda esa corrupción, se apartaron de ella.” “Y, sin embargo, reciben su sacerdocio de esta fuente.”

¿No ven de inmediato el dilema en el que caen cuando intentan rastrear su sacerdocio? En una de las homilías de la Iglesia de Inglaterra se afirma que, durante ocho siglos, todo el mundo cristiano —cada hombre, mujer y niño en él— estuvo en las profundidades de la idolatría, de modo que no hubo un solo individuo, en todo ese largo período, que tuviera autoridad alguna.

Pero supongamos que conceden que la Iglesia Católica Romana, a la cual los protestantes denuncian como tan corrupta, tenía poder para transmitir autoridad, y que, mediante la autoridad que poseía, ordenó a Martín Lutero, Juan Calvino y a otros de esos primeros reformadores, ¿no tenía también poder para quitarles su sacerdocio? Por supuesto, si podía conferir autoridad, podía también quitarla. ¿Lo hicieron? Sí. Lean las declaraciones de la Iglesia Católica Romana con respecto a esos líderes protestantes, y verán si no los privaron de todo lo que alguna vez se les había conferido en esa iglesia: cada oficio, toda autoridad y todo poder; y luego los denunciaron al más bajo abismo del infierno. Por lo tanto, aunque se pretendiera que la autoridad podía transferirse a los protestantes, ésta les fue quitada.

Alguien dirá: “¿Quiere usted descristianizar no solo a la Iglesia Católica y a la Iglesia Griega, sino también a todas esas denominaciones protestantes que han surgido de ellas?” Por supuesto que sí; y es en cumplimiento de lo que Pablo dijo en el capítulo 11 de Romanos, donde declara que, si no perseveran en la bondad de Dios, también serán cortados, es decir, cortados de todos esos privilegios benditos y dones espirituales que caracterizaron a la Iglesia de Cristo mientras estuvo sobre la tierra.

Siendo esta la condición de las cosas, no es de extrañar que Dios haya dejado registrado, en este buen y antiguo libro, que en los postreros días Él volvería a restaurar el reino en la tierra; y como no ha habido Iglesia cristiana, con autoridad divina, en las cuatro partes del mundo durante muchos siglos, no es de extrañar que los antiguos profetas hayan visto una época en la que Dios restauraría a la tierra la verdadera Iglesia. Por eso encontramos, en el capítulo 14 de las revelaciones de San Juan, que entre las cosas que él vio, y que habrían de suceder en el futuro, estaba la restauración del Evangelio eterno a la tierra por medio de un ángel que volaba por en medio del cielo.

Parece, entonces, que en la undécima hora, en el último período de tiempo, Dios volvería a visitar a los habitantes de la tierra enviando un mensajero desde las cortes celestiales con alegres nuevas de gran gozo, no para unas pocas personas que vivieran en algún rincón particular de la tierra, sino para todo el mundo—toda nación, tribu y lengua sobre las cuatro partes de nuestro globo.

Vayan y pregunten a cualquiera de estas iglesias caídas—vayan a la más antigua de todas, la Iglesia Católica Romana, o la Iglesia Griega—y pregúntenles si Dios ha enviado otro ángel con el Evangelio eterno para ser predicado a todas las naciones, y si lo ha confiado a ellos, y les dirán que no, que no creen que jamás vaya a ser enviado de esa manera; sino que ha permanecido en la tierra desde que fue introducido por el Salvador, y que, por lo tanto, no hay necesidad de tal restauración, que no hay necesidad de que venga ningún ángel para restaurarlo, pues ya lo tienen. Les dirán que tienen la buena palabra de Dios, la cual ya contiene el Evangelio eterno; pero si tienen la palabra de Dios, creo que he demostrado a mis oyentes esta tarde que no tienen la autoridad para administrarlo, y eso marca toda la diferencia.

Pueden tener la palabra, pero la Biblia misma dice que la letra mata. La palabra no está destinada a salvar, a menos que podamos obedecerla. ¿Puedo ser bautizado si no hay un hombre en la tierra autorizado para bautizarme? No. “El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.” ¿Cómo puedo participar de los emblemas del cuerpo quebrantado y la sangre derramada de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, si no hay en la tierra un hombre autorizado para administrar esa ordenanza? No puedo hacerlo. ¿Cómo puedo recibir el bautismo de fuego y del Espíritu Santo si no hay persona en la tierra con autoridad para imponer las manos en el nombre del Señor Jesús y conferir esa bendición, tal como lo hicieron los apóstoles en la antigüedad? ¿Cómo puedo obedecer cualquier institución que pertenezca a la Iglesia cristiana, en la cual sea necesaria la autoridad, si tal autoridad no está en la tierra?

Por lo tanto, si ellos, en su celo hacia Dios, dicen que tienen el Evangelio, lo admitiré en cuanto a la letra de la palabra se refiere, pero no tienen la autoridad para administrar sus ordenanzas, porque la han perdido, al haber perdido el poder de la revelación y el poder del Sacerdocio.

Entonces, ¿qué debemos esperar y buscar? Debemos esperar que el Señor lo restaure. ¿De qué manera? Tal como Él lo ha predicho por boca de Sus siervos. Si José Smith hubiera recibido el Libro de Mormón sin la ministración de un ángel, y hubiera pretendido que era una revelación de Dios, toda persona conocedora de las Escrituras habría sabido que era un impostor. ¿Cómo lo habrían sabido? Porque la Biblia dice que cuando se restaure el Evangelio eterno será mediante el envío de otro ángel que volará por en medio del cielo, con el gozoso mensaje para ser predicado a todos los habitantes de la tierra, a todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos; por lo tanto, si José Smith hubiera venido pretendiendo que ningún ángel le había revelado esto, sino que él había sido inspirado desde lo alto para sacar a luz los registros llamados el Libro de Mormón, lo habríamos catalogado de inmediato como uno de los más viles impostores, porque habría sido contrario a las Escrituras.

Además, suponiendo que José Smith hubiera descuidado organizar la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días conforme al modelo antiguo, dejando fuera a los Apóstoles y Profetas inspirados, como han hecho todas las sectas, todos los hombres sensatos que creen en la Biblia se habrían visto obligados a llegar a la conclusión de que en su organización esta Iglesia era defectuosa y no concordaba con el modelo antiguo, y podrían haber dicho: “No tienen Profetas, no tienen Apóstoles, y por lo tanto te rechazamos, José Smith, y también tu Libro de Mormón; porque si fueras un hombre inspirado, enviado por Dios para levantar y establecer Su Iglesia y reino de los últimos días sobre la tierra, tendrías entre vosotros Apóstoles y Profetas inspirados, y tu Iglesia concordaría en todos los aspectos con el modelo antiguo.”

Pero aunque José Smith no era más que un joven campesino, y tenía una educación muy limitada cuando el Señor lo llamó, no encontramos nada que falte en la organización de la Iglesia; vemos que concuerda en todo aspecto con la Iglesia tal como fue organizada antiguamente por el Salvador. Dios incluso le indicó el mismo día en que debía organizarse, y también nombró los diversos oficios que debían contenerse en ella, y le dio revelación acerca de los nombres de las personas que debían ser ordenadas, de tiempo en tiempo, hasta que hubiera doce Apóstoles y hasta que el Sacerdocio fuera restaurado en todas sus ramas. Y cuando comparamos el Evangelio enseñado por este joven, vemos que concuerda en todos los detalles con el Evangelio antiguo, tal como está registrado en el Nuevo Testamento.

Predicó la fe en el Señor Jesucristo, tal como lo hicieron los antiguos; también el arrepentimiento de todos los pecados, como lo hicieron los antiguos; el bautismo por inmersión en agua para la remisión de los pecados en el nombre de Jesucristo, tal como lo hicieron los antiguos. Dios le mandó imponer las manos sobre aquellos que creyeran, se arrepintieran y fueran bautizados para la remisión de sus pecados, para que recibieran el bautismo del Espíritu Santo, tal como lo hicieron los antiguos. Dios prometió, en esta última dispensación, que los santos disfrutarían de todos los dones que gozaron Su pueblo en los días antiguos: que impondrían las manos sobre los enfermos y sanarían; que en el nombre de Jesús echarían fuera demonios, abrirían los ojos de los ciegos, destaparían los oídos de los sordos, harían andar al cojo, y que, por medio de ellos, Dios manifestaría Su poder en esta Iglesia y reino de los últimos días, así como lo hizo en la Iglesia y reino de los días antiguos.

Estas promesas fueron hechas a los creyentes de nuestro tiempo; y además, José Smith declaró que cuando obtuvo las planchas del Libro de Mormón, fue por medio de un ángel que volaba por en medio del cielo, quien lo dirigió por visión al lugar donde estas planchas estaban depositadas—el cerro de Cumorah, en el estado de Nueva York. También se le mandó, por el Todopoderoso, traducir el contenido de estas planchas con la ayuda del Urim y Tumim, que se hallaban depositados con ellas, y las tradujo según el mandamiento de Dios.

Antes de que esta Iglesia fuera organizada, Dios levantó a tres testigos más, quienes contemplaron a un ángel en su gloria y poder; lo vieron descender de los cielos y oyeron su voz, y oyeron la voz del Señor testificarles que la traducción hecha por este joven, a partir de esas planchas, se había realizado por inspiración del Espíritu Santo, y fueron mandados a dar testimonio a todos los pueblos, naciones y lenguas a quienes esta obra fuera enviada. En todos estos aspectos, hay una perfecta correspondencia entre esta obra de Dios de los últimos días y la Biblia.

Pasemos ahora a aquellos pasajes de las Escrituras que leí al comienzo de mi discurso. El capítulo treinta y siete de Ezequiel nos informa que, antes de que Dios restaurara a la Casa de Israel a sus propias tierras, Él sacaría el palo de José, escrito para José, y lo pondría con el palo de Judá, escrito para Judá, y que haría que estos dos registros fueran uno en Sus propias manos. Y luego, para que los hijos de Israel no entendieran mal lo que Ezequiel quería decir al escribir en un palo para José, el palo de Efraín, y luego escribir en el segundo palo para Judá, se le mandó sostener en alto estos dos palos, después de haberlos unido en uno, delante de los hijos de Israel. Y entonces dice el Señor: “Y cuando te pregunten los hijos de tu pueblo, diciendo: ¿No nos declararás qué significan para ti estos palos? Diles: Así ha dicho Jehová el Señor: He aquí, yo tomaré el palo de José, que está en la mano de Efraín, y lo pondré con el palo de Judá, y serán uno en mi mano; y los palos en que escribas estarán en tu mano delante de sus ojos”, mostrando que aquello que estaba en manos de Ezequiel era un símbolo de lo que el Señor dijo que estaría en Sus propias manos.

Ahora ven que este registro de la tribu de José, llamado el Libro de Mormón, concuerda en todos sus detalles, en lo que a doctrina se refiere, con el registro de la tribu de Judá; por lo tanto, el testimonio de dos naciones debe ser un testigo para todos los pueblos, naciones y lenguas en cuanto a la verdad del cristianismo; y en lugar de invalidar el cristianismo, el Libro de Mormón —el registro o palo de José— es un testimonio adicional de las grandes e importantes verdades contenidas en la Biblia; es un testimonio contra las corrupciones que se han introducido en el mundo bajo el nombre de cristianismo.

Si tuviéramos tiempo, podríamos remitirlos a muchas otras profecías que se han dado y escrito en el registro judío respecto a la aparición del registro de José en los últimos días, justo antes de la reunión de la Casa de Israel. El mundo cristiano puede hacer todo el esfuerzo que le sea posible, y gastar todo el dinero que quiera, para lograr la reunión de los judíos en la tierra de Palestina, para que nunca más sean divididos; pero no lo podrán lograr. ¿Por qué? Porque Dios tiene Su propio modo de cumplir y llevar a cabo Sus propósitos, y éstos deben cumplirse tal como Él lo ha decretado, para que las profecías se realicen.

Lean el capítulo 29 de Isaías. Casi todo el capítulo habla de eventos futuros, declarando cómo habría de salir otro libro, y que antes de ser traducido las palabras del libro —no el libro mismo— serían entregadas al erudito, diciéndole: “Lee esto, te ruego”; y él respondería que era un libro sellado y que no podía leerlo. Luego, el libro es entregado a quien no es erudito, y se le pide que lo lea, pero él responde: “No soy erudito”. El siguiente pasaje dice: “Porque este pueblo” —el pueblo a quien el libro es revelado— “se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor hacia mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado; he aquí, yo procederé a hacer una obra maravillosa, una obra maravillosa y un prodigio; perecerá la sabiduría de sus sabios, y se desvanecerá la inteligencia de sus entendidos.”

Todo esto se cumplió cuando el Señor sacó a luz el Libro de Mormón. Según la predicción de Isaías, una copia de algunas de las palabras o caracteres de las planchas fue enviada, por aquel que las halló, a la ciudad de Nueva York, y fue presentada a los eruditos para su traducción, pero éstos no pudieron traducirla. Eran las inscripciones de los antiguos padres de los indios, y los eruditos no sabían nada acerca de ellas; para ellos eran como un libro sellado. Entonces el Señor mandó a este joven que tradujera el libro, no por medio del aprendizaje, sino por inspiración, y en ese sentido pereció la sabiduría de los sabios y eruditos, y se llevó a cabo una obra maravillosa y un prodigio.

En el mismo capítulo se dice que “en aquel día los sordos oirán las palabras del libro.” ¿Qué libro? Respuesta: el libro del que se habló anteriormente. “Los ojos de los ciegos verán desde la oscuridad y las tinieblas; asimismo los mansos aumentarán su gozo en Jehová, y los pobres entre los hombres se regocijarán en el Santo de Israel.”

¿Quieren saber quiénes son los que han poblado este Territorio y han edificado entre cien y doscientas ciudades y aldeas que existen ahora dentro de sus fronteras? Son los pobres entre los hombres. Los ricos y grandes, los altivos y nobles han despreciado la obra del Señor; pero los pobres entre los hombres, de muchas naciones, han recibido el mensaje y testimonio que Dios ha revelado por medio de la ministración de un ángel que volaba por en medio del cielo. Ellos han dejado sus países de origen, y se han reunido aquí, y aquí están en posesión de una tierra rica, y se les ha hecho “regocijarse en el Santo de Israel.”

Y luego, ¿qué dice el Señor acerca de la reunión de Jacob cuando este libro haya de salir a luz? Lean un poco más adelante en el mismo capítulo y encontrarán estas palabras: “Por tanto, así dice Jehová, que redimió a Abraham, respecto a la casa de Jacob: Jacob no será más avergonzado, ni se pondrá pálido su rostro; porque cuando vea a sus hijos, obra de mis manos, en medio de él, santificarán mi nombre; santificarán al Santo de Jacob, y temerán al Dios de Israel.”

¡No será más avergonzado! ¿Por qué? Porque el libro del que habla Isaías, que habría de salir a luz, sería el medio para reunirlos y restaurarlos a su propia tierra, y nunca más llegarían a ser dos reinos y dos naciones.

Alguien pregunta: “¿Por qué no van a la Casa de Israel?, ¿qué han estado haciendo ustedes, los Santos de los Últimos Días, durante estos cuarenta años? ¿Han reunido a Israel?” No, no lo hemos hecho; si lo hubiéramos hecho, las Escrituras no se habrían cumplido. ¿Por qué? Porque primero deben cumplirse los tiempos de los gentiles, y Jerusalén debe ser hollada por ellos hasta que sus tiempos se cumplan.

¿Qué quiero decir con que se cumplan sus tiempos y llegue la plenitud de los gentiles? Quiero decir exactamente lo que el Señor quiere decir: que este Evangelio, que Dios envía por la ministración de “otro ángel” desde el cielo, debe ser predicado a todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos, primero a los gentiles; y cuando se haya terminado con ellos, irá a Israel, porque entonces se habrán cumplido los tiempos de los gentiles; en otras palabras, cuando Dios hable a Sus siervos y les diga: “Basta; han sido fieles en su ministerio, han advertido lo suficiente a las naciones, tribus y lenguas de los gentiles; ahora los llamo a una obra aún mayor, y les daré una nueva misión: no ir a predicar a los gentiles, sino ir a los restos de la Casa de Israel dondequiera que se encuentren, y que su testimonio sea para ellos. Búsquenlos en los cuatro confines de la tierra, reúnanlos con mano poderosa y brazo extendido, y tráiganlos de vuelta a su propia tierra.” Cuando llegue ese tiempo, Israel será reunido, y no antes.

Alguien pregunta: “¿Cuánto tiempo más se seguirá predicando el Evangelio a los gentiles?” No lo sé; puedo darles ciertos límites, pero dentro de esos límites no puedo decidir. Dios nos dijo en los primeros días de esta Iglesia, por nueva revelación, que los tiempos de los gentiles se cumplirían en la generación que entonces vivía sobre la tierra. Ya han pasado cuarenta y tres años de esa generación. Cuántos más habrán de pasar antes de que se cumplan sus tiempos, no lo puedo decir; pero sé que no está lejos el día en que jóvenes que ahora viven en estas montañas serán comisionados para ir, no a los gentiles, porque sus tiempos se habrán cumplido, sino que el Señor les dirá: “Salid a pescar y a buscar a Israel en los cuatro confines de la tierra. Vayan a los restos de José que están en Sudamérica, y esparcidos por este vasto continente desde las regiones heladas del norte hasta el Cabo de Hornos en Sudamérica; vayan y enséñenles el Evangelio, porque ellos son un resto de la tribu de José; y en ese día Mi brazo se manifestará de tal manera que no rechazarán la verdad, y serán injertados nuevamente en su propio olivo, y llegarán a ser una rama justa de la casa de Israel.”

Ese es el destino de nuestras tribus indígenas. Muchos pueden aún sufrir y perecer, pero cuando termine el tiempo de su tribulación, cuando el Señor les haya dado el doble por todos los pecados que sus antiguos padres cometieron en su apostasía, y cuando los haya visitado con juicios de acuerdo con las profecías contenidas en este Libro de Mormón, y se hayan cumplido los tiempos de los gentiles que ahora ocupan esta tierra, entonces el Señor descubrirá Su brazo, y redimirá a estos restos de Israel para que hereden las bendiciones prometidas a sus antiguos padres.

No sé si tengo tiempo para decir algo más sobre este tema. A los que no conocen la inmensa cantidad de testimonio que hay en las Escrituras sobre esta obra, les digo: lean las antiguas profecías, especialmente Isaías; lean los Salmos de David, aquellos que hablan de los acontecimientos que han de preceder la segunda venida de Cristo; lean la profecía de Daniel sobre el establecimiento del reino de los últimos días, cuyo principio sería como una pequeña piedra cortada de la montaña, no con mano, que rodaría y se convertiría en un gran monte y llenaría toda la tierra, no como el destino del reino antiguo, que habría de ser destruido de la tierra por causa de la apostasía. El reino de los últimos días ha de aumentar en grandeza, poder y gloria, hasta que el reino y el dominio bajo todo el cielo sean entregados en manos de los santos del Altísimo, y los malvados sean completamente barridos de la faz de la tierra. Lean todas estas profecías, y cuando las hayan leído y comprendido, sabrán lo que creen los Santos de los Últimos Días, y cuáles son sus puntos de vista respecto al porvenir. Amén.

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