Diario de Discursos – Journal of Discourses V. 16

“El hombre en la eternidad:
capacidades y poderes aumentados
en el estado inmortal”

El aumento de las capacidades y poderes del hombre en su estado futuro

por el élder Orson Pratt, 27 de enero de 1874
Tomo 16, discurso 45, páginas 353-368

El élder Orson Pratt explica, con base en las Escrituras y la revelación moderna, cómo el hombre, al recibir un cuerpo resucitado e inmortal, obtendrá facultades físicas, mentales y espirituales grandemente aumentadas: visión, oído, movimiento, comprensión y memoria perfeccionadas, dominio sobre las leyes naturales, capacidad de estar en la presencia de Dios y de obrar como creador bajo Su dirección, llegando a ser semejante a Él y heredando la plenitud de Sus atributos divinos.


He recibido la solicitud del hermano Richards de dirigirme a la Asociación Literaria de Jóvenes, organizada aquí en Ogden, junto con aquellas personas que estuvieran presentes en la ocasión. Lo hago con gusto, aunque debo decir, al iniciar mis palabras, que no he tenido tiempo alguno para meditar el tema del que propongo hablar esta noche; otras labores han sido tan numerosas, incluyendo las relacionadas con la Asamblea Legislativa, que apenas he tenido un momento de ocio para dedicar a su consideración.

El tema sobre el cual se me ha propuesto dirigirme es: El aumento de las capacidades y poderes del hombre en su estado futuro. Es un tema de naturaleza teológica, y no puede tratarse del todo desde un punto de vista científico, pues todo lo que sabemos acerca del estado futuro del hombre es por revelación divina, y de ninguna otra manera; por lo tanto, nos veremos en la necesidad, por la naturaleza misma del tema, de acudir a las revelaciones que Dios ha dado, tanto antiguas como modernas, en relación con el estado futuro del hombre y las capacidades con las que será investido en el mundo venidero. No obstante, puede haber ideas científicas relacionadas con este tema a modo de ilustración.

Nos encontramos aquí, en este mundo, disfrutando de inteligencia, luz y verdad, en cierta medida muy por encima de cualquier otra criatura que Dios haya hecho. Colocado aquí sobre la tierra, entre las incontables criaturas que la habitan, el hombre parece ser prominente; de hecho, la obra maestra de la creación, un ser dotado de inteligencia y facultades de razonamiento, y con mayor o menor dominio sobre todos los demás seres y criaturas que están sobre la faz de la tierra. Pero aun así, a pesar de sus facultades y poderes intelectuales, el hombre, en su condición actual, es un ser pobre, débil, frágil, caído, sujeto a aflicciones, dolores, accidentes y enfermedades, y al cabo de un tiempo, parte de esta escena de acción.

Surge naturalmente entre todos los pueblos la pregunta de si este ser llamado hombre existe después de que este cuerpo se desintegra y vuelve a su madre tierra, y si la parte inteligente del hombre continúa existiendo o si muere junto con el cuerpo. Hay muchas razones para suponer que el hombre existirá en un estado futuro. Aquellos que creen en un Ser Supremo, capaz de crear al hombre y a la tierra en la que habita, podrían, casi sin la ayuda de la revelación, concluir naturalmente que el hombre, siendo obra de las manos de ese Ser Supremo, no fue creado para desaparecer y ser olvidado con la conclusión de esta breve existencia, sino que fue destinado a vivir en lo sucesivo.

Pero cuando buscamos en los registros sagrados sobre este asunto, encontramos abundante evidencia y pruebas para satisfacernos plenamente de que cuando depositamos estos cuerpos para descansar en la tumba, si somos santos, los dejamos con la expectativa y con la plena seguridad y esperanza de que serán resucitados y volverán a vivir, en una forma más perfecta que la que ahora poseen. Esperamos esto, lo anhelamos, oramos por ello, procuramos con todo nuestro corazón estar preparados para este estado futuro de existencia y para la primera resurrección.

Cuando examinamos la revelación divina acerca del tema de la resurrección, encontramos que cada parte de este tabernáculo mortal que se deposita en la tumba, en la medida en que sea necesario para constituir un cuerpo perfecto, será resucitada. Se nos informa de esto en varias revelaciones, pero de manera más específica en el Libro de Mormón; y supongo que los jóvenes que han organizado esta Asociación creen en ese registro sagrado y divino, así como en la Biblia, y también en el Libro de Doctrina y Convenios, por lo tanto, me dirigiré a ellos como a personas que son creyentes en dichos libros.

En el Libro de Mormón encontramos a Alma hablando sobre la resurrección de los muertos, y también a Amulek, y ambos testifican que los cuerpos que depositamos en la tumba volverán a salir, que cada parte será restaurada a su marco perfecto; ambos profetas declaran que cada miembro y coyuntura serán restituidos, aunque el cuerpo se desintegre y vuelva a su madre tierra, y los huesos —las partes más sólidas del sistema humano— se disolverán y volverán de nuevo al polvo. Ellos declaran que los materiales serán reunidos y reconstruidos, que hueso se juntará con su hueso, y que la carne que ahora cubre estos huesos, así como los tendones y la piel que cubren la carne, también serán restaurados. El profeta Ezequiel, en el capítulo 37 de su profecía, dice que los huesos y la carne, los tendones y la piel, saldrán todos y serán formados del polvo en un tabernáculo perfecto, y que todo será restaurado a su marco perfecto; y tan específicamente discurren sobre este tema los profetas Amulek y Alma, que declaran que ni siquiera un cabello de la cabeza se perderá.

Quizá algunos supongan que, dado que el tabernáculo humano está compuesto de ciertos elementos conocidos, como el hidrógeno, oxígeno, carbono y varios principios elementales que existen a nuestro alrededor, cuando el cuerpo se disuelve y esos elementos se esparcen y son llevados a los cuatro vientos —como en el caso de la incineración de un cuerpo—, y esos elementos entran en la composición de vegetales, y los vegetales son comidos por animales, sirviendo para aumentar su carne, y luego esos animales son comidos por seres humanos, que estas transferencias continuas de materia de un estado y condición a otro excluirían la idea de la resurrección del mismo cuerpo otra vez.

Pero hay varias cosas que considerar respecto a este asunto. Tenemos una revelación en el Libro de Doctrina y Convenios, llamada La Hoja de Olivo, que dice: “Vosotros que habéis sido vivificados por una porción de la gloria celestial, en aquel día recibiréis incluso una plenitud; sí, recibiréis vuestros cuerpos, que son los mismos cuerpos que ahora tenéis.” Esto parece ser tan claro que estamos obligados a admitir que recibiremos los mismos cuerpos.

Ahora bien, el hecho de que las partículas que componen nuestros cuerpos pasen por tantas transmutaciones después de que dejamos esta existencia mortal, entrando en la carne de animales y luego ayudando a formar los cuerpos de seres humanos, parecería casi, especialmente a la mente de los incrédulos, oponerse a la idea de una resurrección; y no creo que cada partícula que alguna vez haya sido incorporada en el sistema de una criatura humana vaya a ser resucitada con ella, no tengo tal idea. Pero una cantidad suficiente de las partículas que alguna vez hayan formado parte del sistema será utilizada por el Todopoderoso en la resurrección para formar tabernáculos perfectos y completos en los que habiten los espíritus celestiales.

La idea de que cada partícula que alguna vez entró en la composición de nuestros cuerpos mortales vaya a ser resucitada es inconsistente; pues ¿quién no sabe que un hombre a menudo cambia de peso? Por ejemplo, cuando es un infante pesa solo unas pocas libras; continúa aumentando de carne gracias a los alimentos que consume, y no solo en carne sino también en el tamaño de sus huesos, hasta que alcanza quizás unas ciento noventa libras además de las diez o doce libras que pesaba en la infancia. Luego, al padecer una enfermedad larga y debilitante, y después de haber estado varios meses postrado, se pesa y descubre que ha perdido sesenta o setenta libras de carne. ¿Dónde han ido? A algún lugar; han desaparecido. Luego se recupera de su enfermedad y comienza a reponerse consumiendo diversos tipos de alimento, y con el tiempo pesa quizá doscientas libras. Otra enfermedad lo aqueja y pierde cincuenta o sesenta libras nuevamente, y así, a lo largo de una vida larga, con intervalos de enfermedad y salud, quizá unas mil doscientas o mil quinientas libras de materia han salido de su cuerpo y se han renovado otra vez a través de los alimentos que ha comido.

Luego, también tenemos la costumbre de usar cuchillos o navajas para cortarnos las uñas cada cierto tiempo, tanto así que, con toda seguridad, podemos decir que en el transcurso de un año cortamos o recortamos de nuestros dedos de manos y pies, según sea el caso, quizá una pulgada de uña; a este ritmo, un hombre que viva setenta y dos años se habrá cortado setenta y dos pulgadas de uña, lo que equivaldría a seis pies. ¿Podemos suponer que, cuando un hombre resucite de entre los muertos, se levantará con uñas de seis pies de largo? (risas). No puedo concebir tal cosa, y sin embargo esto es parte del cuerpo, y los hombres, en la resurrección, tendrán uñas tal como las tienen aquí, pero espero que sean de una longitud razonable, y que una porción suficiente de las uñas de sus dedos de manos y pies sea resucitada para que resulten uñas hermosas y bien formadas, mientras que todo lo demás será excedente e innecesario.

Asimismo, tenemos la costumbre de cortarnos el cabello. Esta práctica generalmente comienza en la niñez, a los tres o cuatro años de edad, y continúa durante toda la vida, y en el transcurso de un año quizás se corten cuatro o cinco pulgadas de cabello y se desechen. Ahora bien, en setenta y dos años, si un hombre no pierde su cabello por completo, tal vez corte algo así como veinticuatro pies de cabello y barba. ¿Podemos suponer que en la resurrección saldremos con el cabello y la barba de una vara de largo? No espero tal cosa. Por lo tanto, cuando leemos en el Libro de Mormón que cada cabello de la cabeza será restaurado, no espero que se restaure toda la materia que haya formado parte alguna vez del cabello o de la barba, sino que espero que se restaure una cantidad suficiente del material que existió en el cabello y la barba para que la persona luzca bien, pues el cabello es un adorno.

Se dice por algunos, sea verdad o no, no lo pretendo afirmar, que, aparte de las pérdidas y recuperaciones de carne por enfermedad, un hombre robusto, cada siete años, expulsa la mayor parte de los materiales de su cuerpo; que incluso los mismos huesos de nuestro cuerpo desprenden material que es eliminado, y tanto así que, cuando se extrae una parte de un hueso, esta es reemplazada por el proceso ordinario de ingerir alimento, etc. Esto puede ser o no ser así, no lo pretendo asegurar, aunque se cree generalmente por los hombres de ciencia, médicos y quienes han hecho experimentos, que este es el caso. Ahora bien, suponiendo que sea cierto, un hombre que viva setenta y siete años cambiaría completamente su cuerpo once veces durante el curso de su vida.

¿Suponemos que, cuando el hombre resucite, poseerá toda la carne que ganó y perdió por enfermedad y recuperó en salud, y todo lo que perdió y recuperó en estos cambios septenales? Si así fuera, tendría una o dos toneladas de materia en su sistema físico como tabernáculo para que el espíritu habite en él. No supongo ni por un momento tal cosa, sino que todo esto, excepto la cantidad realmente necesaria para formar un tabernáculo perfecto y proporcionado para que el espíritu habite en él, será materia excedente.

¿Qué sucede con esta materia excedente? Las bestias, las aves y los peces, y todas las criaturas vivientes, han de resucitar, y si el hombre ha incorporado en su sistema, a lo largo de su vida mortal, nueve décimas partes más de materia de la que necesita para formar un cuerpo resucitado perfecto, ¿por qué no dejar que esa materia excedente vaya a donde corresponde —a las bestias del campo, a las aves del cielo y a los peces del mar— para que ellos reciban sus tabernáculos y sean resucitados? Algunos dicen que hay ciertas partes del cuerpo que no se disuelven. Si las hay, no sé nada al respecto. Los huesos se disuelven, así como la carne, los tendones, la piel, los dientes y el cabello, y cada parte del cuerpo humano que conocemos vuelve al polvo. Si tal es el caso, debe haber una restauración, porque si el cuerpo no se disolviera, no podría haber restauración.

Pasemos ahora a considerar la condición del cuerpo después de su resurrección. ¿Estará entonces sujeto al dolor, la enfermedad y la tristeza? No. Las Escrituras, en las que basamos nuestros argumentos, nos dicen que, cuando se hagan los cielos nuevos y la tierra nueva, Dios renovará todas las cosas, y no habrá más dolor ni tristeza, ni habrá más muerte, sino que el dolor, la tristeza, el llanto y la muerte serán eliminados; por consiguiente, el cuerpo inmortal estará libre de todos aquellos males que han venido por la caída.

Examinemos otro aspecto en cuanto al cuerpo inmortal: ¿será absolutamente necesario recibir alimento para su sustento? No pregunto si los seres inmortales participarán de comida —ese es otro asunto— sino si será necesario comer para sostener y preservar el cuerpo inmortal. Leemos que los seres inmortales han comido alimento, e incluso nuestros primeros padres, Adán y Eva, antes de caer, mientras aún eran inmortales, fueron colocados en el Jardín de Edén, y allí tenían alimento de naturaleza vegetal; se les permitió comer de todos los frutos del huerto, excepto de uno. Pero, ¿era eso absolutamente necesario para que permanecieran como seres inmortales? Lo dudo mucho. La inmortalidad estaba impresa en sus mismos sistemas, y habrían estado vivos hasta el día de hoy si no hubieran transgredido los mandamientos de Dios, hubieran comido o no.

En el principio, las bestias del campo se alimentaban de vegetales. En el primer capítulo del libro de Génesis leemos: “Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os será para comer. Y a toda bestia de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, en que hay vida, toda planta verde les será para comer.” En aquellos días, mientras Adán y Eva eran inmortales, las bestias, las aves y los peces no se destruían entre sí, lo cual indicaba inmortalidad. Si en aquellos días el león hubiera devorado al cordero, el lobo al cabrito, y las bestias rapaces a sus semejantes, habría sido señal de que existía la mortalidad en la tierra; pero no había tal cosa cuando el hombre fue puesto por primera vez en el Jardín de Edén. Ni las bestias del campo, ni las aves del cielo, ni los peces del mar estaban entonces sujetos a la muerte, sino que todos, como el hombre, eran inmortales, y aun así participaban de alimento, pero este era de naturaleza vegetal.

Leemos que, después de que Jesús resucitó de entre los muertos, se apareció a sus discípulos mientras pescaban, y los llamó a la orilla y dijo: “Hijos, ¿tenéis algo de comer?” Ellos pronto se dieron cuenta de que era el Señor quien les había aparecido, y vinieron a la orilla, y asaron unos peces sobre brasas, y Jesús participó con ellos, siendo ya un ser inmortal. Pero, si era necesario que Él comiera para sostenerse, es otra cuestión.

¿Pueden los seres inmortales vivir sin alimento? Sí; incluso los hijos de la mortalidad pueden vivir sin alimento cuando el Señor así lo dispone. Por ejemplo, Moisés, en dos ocasiones distintas, cuando subió al monte, estuvo allí cuarenta días y cuarenta noches, y la Escritura declara expresamente que no comió ni bebió durante ese tiempo. Ahora bien, si una persona mortal pudo ser sostenida cuarenta días y cuarenta noches, en dos ocasiones, como lo fue Moisés, ¿por qué sería necesario que un ser inmortal comiera para preservar la vida? Pienso que ellos comen, quizá porque es un deleite, y tal vez tenga ciertos efectos beneficiosos que desconocemos; pero, al haber sido levantados a la inmortalidad, parece poco probable que esa inmortalidad dependa de comer y beber para su preservación.

En el testimonio de nuestro Salvador a sus apóstoles, aprendemos que los seres resucitados comerán y beberán, pues Él dijo: “Vosotros que me habéis seguido en la regeneración os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel, y comeréis y beberéis a mi mesa.” ¿Cuándo será esto? Durante el Milenio, después de la resurrección de esos doce apóstoles; y cuando Jesús descienda del cielo, ellos descenderán con Él, y cuando Él se siente en su trono en uno de los aposentos del Templo, los doce apóstoles se sentarán en sus tronos, cada uno teniendo a su cargo una tribu de Israel sobre la cual reinará; y cuando esté lista la cena, o el banquete, según sea el caso, se sentarán a la mesa del Señor y comerán y beberán en Su presencia.

Podríamos decir mucho más en relación con este asunto, pero si hay algo revelado que pruebe que la inmortalidad depende de comer y beber de la misma manera que nuestra vida mortal depende de ello, no estoy al tanto.

Hay otro tema que surge naturalmente al reflexionar sobre el estado futuro del hombre y sus capacidades físicas y mentales en ese estado, y es este: ¿Requerirá el hombre, después de la resurrección, dormir? Creo que no. Tal vez muchos argumenten que las cosas de esta vida son un tipo o figura de lo que sucederá en el mundo venidero. Yo lo niego en ciertos aspectos. Hay muchas cosas que, tal como fueron originalmente diseñadas y organizadas, fueron un tipo o figura de lo por venir, o de lo que existirá en el futuro; pero también hay muchas cosas que no son un tipo del mundo venidero.

Por ejemplo, aquí morimos; ¿es eso prueba de que moriremos en el más allá? De ninguna manera; la muerte es consecuencia de las imperfecciones introducidas por la Caída; no estaba en el cuerpo cuando nuestros primeros padres fueron colocados en el Jardín de Edén. El hombre trajo la muerte sobre sí mismo, y tanto esta como los demás males introducidos por ese acontecimiento serán eliminados, y por lo tanto, en un estado futuro no existirán. El sueño nos refresca en esta vida, y pasamos alrededor de una tercera parte de nuestro tiempo en esa condición; es absolutamente necesario para nuestra existencia mortal, pues sin él pronto pereceríamos y moriríamos. Pero, ¿porque esto sea así aquí, diremos que será necesario en un estado futuro? Creo que no. Me parece inconsecuente, y como una imperfección en la gran obra del Creador, suponer que durante una tercera parte de toda la eternidad futura, los seres inteligentes olvidarán incluso su propia existencia en el sueño, sin saber nada de lo que ocurra a su alrededor durante esa tercera parte de los miles y millones de edades por venir. No me parece razonable.

Habiendo dicho esto en cuanto al cuerpo inmortal y sus mayores poderes y facultades, me pregunto aún más: ¿Estará este tabernáculo, después de la resurrección, sujeto a las mismas leyes universales de la naturaleza que ahora regulan las cosas terrenales, y no solo las terrenales, sino también las celestiales, es decir, los cielos y el sistema planetario sobre nosotros? En otras palabras, ¿estará el hombre encadenado y limitado por las leyes que ahora prevalecen? ¿El calor quemará a un ser inmortal y producirá dolor como quema el tabernáculo mortal? Creo que no. Incluso aquí, en este mundo, los hijos de la mortalidad han sido puestos en condiciones en las que han estado expuestos al calor más intenso, como en el caso de Sadrac, Mesac y Abed-nego, los tres jóvenes hebreos que fueron arrojados a un horno donde el fuego había sido calentado siete veces más de lo habitual; probablemente prepararon para estos hombres de Dios el calor más intenso que supieron producir, tan grande que los que los arrojaron en las llamas fueron consumidos por él mientras lo hacían, pero los tres hebreos no fueron afectados en lo más mínimo. Ahora bien, si los hijos de la mortalidad pueden prevalecer de tal manera contra el elemento del fuego que este no tenga poder ni siquiera para chamuscar un cabello de sus cabezas, ¡cuánto mayor será el poder de aquellos que son inmortales! Por lo tanto, no creo que el calor tenga la menor capacidad para disolver, destruir, dañar o producir efectos desagradables sobre ellos, como lo hace con nosotros en este mundo. Aquí, entonces, habrá un aumento de poder y capacidad, en cuanto al cuerpo, por encima de lo que tenemos en esta vida.

Asimismo, encontramos que en esta vida estamos sujetos a otra ley, a saber, la ley de la gravedad, que ejerce tal poder e influencia sobre nosotros que, con todos los esfuerzos que podamos hacer con nuestras energías físicas, solo podemos elevarnos unos cuantos pies sobre la superficie de la tierra mediante un salto; y al poner en actividad algunos de los elementos de la naturaleza —por ejemplo, inflando un globo con hidrógeno u otro gas mucho más ligero que la atmósfera que respiramos— una persona puede ascender unos diez o doce kilómetros en el aire. Pero esto es en obediencia a ciertas leyes bien conocidas, utilizando materiales más ligeros que la atmósfera, que son sostenidos por ella como lo es el humo.

Ahora bien, ¿estarán los hijos de la inmortalidad sujetos a la ley de la gravedad? Cuando deseen caminar sobre la tierra —acto realizado en virtud de la ley de la gravedad— podrán hacerlo. Tenemos un ejemplo de esto en nuestro Salvador, quien, después de su resurrección, caminó con dos de sus discípulos, conversando con ellos sobre muchos temas; también cuando descendió a este continente americano y anduvo entre los nefitas, avanzando un poco y arrodillándose en el suelo para orar a su Padre, mostrando que, en ese momento, estaba sujeto a la ley de la gravedad, es decir, permitió que esta tuviera poder sobre Él. Pero Él tenía un poder superior, que le permitía controlar la ley de la gravedad universal como quisiera, como en el caso de su ascensión desde el Monte de los Olivos, contraria a las leyes de la gravedad, cuando una nube lo recibió y lo ocultó de la vista de sus discípulos que estaban contemplando la escena.

Además, encontramos que, aparte del Salvador inmortal, hombres mortales han tenido poder sobre la gravedad, de modo que podían remontarse, como dijo el profeta Isaías, “con alas como de águilas”. Tenemos un ejemplo en el caso de Felipe, quien bautizó al eunuco: tan pronto como hubo realizado esa ordenanza, fue arrebatado por el Espíritu del Señor y se encontró en Azoto. Sin duda, esto fue un milagro realizado ante el célebre hombre que acababa de ser bautizado para confirmar su fe, pues al ver a un hombre arrebatado de esa manera, seguramente quedaría convencido de que se trataba de alguien que poseía poderes semejantes a los de Dios.

También tenemos un ejemplo en el caso de Nefi, que vivió en este continente poco antes de la venida de Cristo. Él fue mandado a ir y advertir al pueblo sobre los terribles juicios que iban a sobrevenirles si no se arrepentían; y el Señor le dio poder para que, si decía a este templo: “Sé partido en dos”, así se hiciera; y si decía a este monte: “Muévete”, así se hiciera; y cualquier cosa que sellara en la tierra sería sellada en los cielos, y cualquier juicio que pronunciara en el nombre del Señor sobre aquel pueblo, así se cumpliría conforme a su palabra. Él iba entre los nefitas, de ciudad en ciudad, y tan grande era su maldad que no se arrepentían de sus pecados, sino que buscaban destruirlo; pero cuantas veces se reunían en multitudes para arremeter contra él y matarlo, el Espíritu del Señor lo arrebataba y lo llevaba a otro lugar, para que también allí advirtiera a la gente. Ahora bien, si un hombre en estado de mortalidad puede obtener tal poder e influencia con Dios como para prevalecer y vencer la ley de la gravedad, que nos mantiene sujetos a la superficie de la tierra, ¡cuánto más poder tendrán los seres inmortales!

Asimismo, nosotros, debido a las leyes que nos rodean, estamos limitados en nuestro sentido del oído. ¿Qué hombre ha escuchado jamás un sonido a ochenta kilómetros de distancia? Puede que haya habido tales casos, pero, en general, creo que hay muy pocos hombres sobre la superficie del globo que hayan oído un sonido que viajara cincuenta kilómetros a través de nuestra atmósfera; por lo tanto, la facultad de oír, por medio de los órganos del tabernáculo mortal, a través del medio de la atmósfera que transmite el sonido, está extremadamente limitada en su acción. Pero, ¿estará esa facultad así limitada en el estado inmortal? Creo que no. Pienso que habrá medios para oír, no solo a distancias mucho mayores, sino también a través de un medio más perfecto, capaz de transmitir el sonido con una velocidad inmensamente mayor que la que ahora se propaga a través de nuestra atmósfera.

Todos sabemos que, al nivel del mar, donde el aire es denso, el sonido se transmite a unos mil ciento ochenta pies por segundo, tardando casi cinco segundos en recorrer una milla, lo cual es un movimiento muy lento, aunque muy rápido comparado con la velocidad de nuestros trenes. Los experimentos han demostrado que, con un medio más perfecto para transmitirlo, el sonido viaja mucho más rápido. Por ejemplo, coloque su oído sobre un tubo cuyo otro extremo esté bajo el agua, y haga sonar una campana sumergida a varios kilómetros de distancia, y verá que el sonido viaja a través de las partículas de agua mucho más rápido que por la atmósfera.

Asimismo, una serie de maderas unidas, extendiéndose uno o dos kilómetros, transmitirá un sonido hecho en el extremo más lejano hasta su oído a una velocidad mucho mayor que la que tiene a través del aire. Y si se usan varillas de metal unidas, se comprueba que, en algunos metales, el sonido viajará muchas veces más rápido que por la atmósfera; así vemos que la velocidad del sonido depende realmente de la naturaleza de los elementos o sustancias por los que se transmite.

Ahora bien, ¿cómo sabemos si el cuerpo inmortal no estará tan construido que contenga ciertos fluidos —quizá fluidos que no conocemos— que se extiendan entre mundo y mundo, y entre una estrella y otra? Fluidos tan sutiles y elásticos en su naturaleza que no podamos verlos con el ojo natural, ni percibirlos con ninguno de los sentidos del cuerpo mortal, y, sin embargo, el oído inmortal podría estar tan adaptado que esta sustancia refinada transmitiese el sonido con la velocidad misma de la luz. Puede haber tales cosas en la naturaleza; no podemos decir que no existan. Sabemos, en lo que respecta a la luz, que esta se transmite de mundo en mundo mediante las vibraciones de las ondas de un éter luminoso que se encuentra entre un mundo y otro; por consiguiente, si esas ondas pueden avanzar miles y miles de millones de millas, ello nos prueba que todo el espacio está lleno de un éter que no podemos ver, y, sin embargo, sabemos que debe existir para transmitir la luz.

Ahora, supongamos que este mismo tipo de éter, o alguna otra sustancia, que quizás no afecte en todos los casos al ojo, pero que, sin embargo, sea susceptible a las impresiones del sonido, entonces sonidos, voces o ruidos en un mundo podrían ser transmitidos a través de ese medio a los seres inmortales en otro mundo. No hay nada inconsistente en esto. Puede que sea inconsistente según nuestras ideas limitadas, pero no lo es con el poder de ese Ser Todopoderoso que controla todos estos materiales.

Para probarte esto, permíteme referirme a aquella revelación en el Libro de Doctrina y Convenios llamada la “Hoja de Olivo”. Allí leemos que cuando el primer ángel de entre los siete toque su trompeta, todas las naciones, tribus y lenguas de la tierra lo oirán. ¿Será tan fuerte que llegue a todas las naciones y lenguas de la tierra y todos los hombres lo escuchen? La revelación dice que “todo oído” oirá el sonido de esa trompeta; será algo que todas las tribus, pueblos, lenguas y naciones sobre la faz de toda la tierra podrán percibir y entender. Ahora bien, debe existir algún medio por el cual se transmita ese sonido, distinto de nuestra atmósfera; o, en otras palabras, el Señor, mediante su poder milagroso, hará que ese sonido se propague por la atmósfera de un modo distinto al actual, pues si el sonido de esa trompeta tardara cinco segundos en recorrer una milla, llevaría mucho tiempo para viajar ocho, diez o quince mil millas y llegar así a los oídos de las diferentes naciones de la tierra.

¿No prueba esto, entonces, que Dios, en ese momento, ya sea que actúe sobre el oído del hombre o sobre ciertos materiales en conexión con nuestro globo, hará que el sonido sea transmitido mucho más rápidamente de lo que es en el presente? Ahora bien, si este cambio se realiza entre los hijos de la mortalidad, ¿qué no podremos esperar entre los hijos de la inmortalidad? ¿No es razonable creer que, entre ellos, no solo habrá mayores capacidades de oído, sino también mayores medios por los cuales el Señor se comunicará con los habitantes de diferentes mundos?

Pasemos ahora al sentido de la vista. Aunque este sentido no está tan limitado como el oído, sí lo está en lo que respecta a los cuerpos opacos. ¿Qué hombre, de entre todos los hijos de la mortalidad, sin el poder milagroso del Espíritu de Dios reposando sobre él, es capaz de ver en las profundidades de nuestro globo? Ningún hombre viviente, naturalmente, puede ver a través de algo opaco, y ninguno, de manera natural, puede penetrar con su visión en el interior de la tierra. Esta no es transparente para los órganos visuales de los mortales; aparentemente, no emite luz que afecte el nervio óptico del hombre para producir la sensación de ver. El hombre, en este estado, solo puede ver aquellos objetos de los cuales la luz puede irradiarse o reflejarse.

¿Estaremos limitados de la misma manera en nuestras percepciones cuando recibamos nuestros cuerpos inmortales? De ninguna manera. Los seres inmortales tendrán su capacidad visual tan aumentada que podrán ver dentro de la tierra tan fácilmente como pueden ver las cosas a su alrededor o los cuerpos que giran en el espacio. Me referiré a la revelación moderna para probar que los seres inmortales podrán ver a través de cuerpos opacos y dentro de materiales de los cuales no se irradia luz natural, como sucede aquí entre los mortales.

Ustedes, entre mis oyentes, que estén familiarizados con la pequeña obra llamada “La Perla de Gran Precio” —un libro muy valioso porque contiene muchas ideas importantes dadas por revelación— recordarán la revelación dada a Moisés. Él inquirió de Dios sobre la creación de estos cielos y esta tierra, y obtuvo la información que ahora está en el Libro de Génesis sobre la creación del mundo. Pero antes de esto tuvo una gran visión en relación con la tierra, y la revelación nos informa, en sustancia, lo siguiente: “Moisés fue nuevamente cubierto con la gloria de Dios, y contempló cada partícula de la tierra, y no hubo partícula que no viera, discerniéndola por el Espíritu de Dios.”

Ahora bien, esta fue una visión muy amplia. Él vio algo que tú y yo nunca hemos visto, a menos que hayamos tenido una visión similar. Solo piensen en un hombre, aquí en un estado de mortalidad, al que se le permite mirar dentro de la tierra —que tiene alrededor de trece mil kilómetros de diámetro— y ver no solo grandes porciones de su interior, sino discernir cada partícula de ella. No hubo partícula que no viera, discerniéndola por el Espíritu de Dios.

Ahora bien, ¿cómo sabemos que el Espíritu de Dios, que existe en conexión con los elementos, no es capaz de vivificar la vista de un individuo de tal manera que pueda ver hasta el mismo centro de la tierra sólida con la misma aparente facilidad con que puede ver objetos cercanos a él en su superficie? Ahora, por ejemplo, ¿qué ser humano ha visto alguna vez una partícula última de los elementos de la naturaleza? Podemos ver sus compuestos; podemos ver las partículas cuando están unidas en una cantidad suficiente para afectar nuestra visión. Podemos construir instrumentos que magnifican el ojo común de una mosca doméstica y lo hacen parecer de casi cuatro metros de diámetro; podemos mirar una gota de agua y ver criaturas de, aparentemente, cinco o siete centímetros de largo flotando allí, mientras que con el ojo desnudo no podemos ver nada. Si, entonces, ningún hombre viviente, sin la ayuda del Espíritu de Dios, ha podido jamás detectar siquiera uno de estos átomos o partículas elementales de materia, ¡cuán grande debió ser el aumento de la visión de Moisés —un hombre todavía en la mortalidad— para que pudiera discernir cada partícula de la tierra, tanto en su interior como en su superficie!

Si un hombre, en un estado de mortalidad, pudiera tener su visión tan aumentada como para ver todas estas partículas a la vez, ¿qué podemos esperar cuando seamos inmortales y completamente libres de todos los defectos de la mortalidad? Podemos esperar que el ser inmortal tenga su visión tan aumentada que pueda no solo contemplar con toda facilidad cada partícula de esta tierra, sino también las partículas de millones de mundos como este. No veo nada que impida que un ser inmortal tenga su visión ampliada mucho más allá de la que recibió el mortal Moisés antes de obtener un conocimiento de esta creación.

Otra cosa viene a mi mente en relación con esto. Ustedes leen en esa misma Perla de Gran Precio sobre la inmensidad del número de las creaciones del Todopoderoso. El lenguaje es más o menos así: “Enoc vio al Señor y a las huestes celestiales llorando por los habitantes caídos de este mundo, y se maravilló de ello, y dijo al Señor: ‘¿Cómo es que puedes llorar, siendo que eres santo y de eternidad en eternidad, y si fuera posible que el hombre contara todas las partículas de esta tierra y millones de tierras como esta, no sería un principio para el número de tus creaciones, y tus cortinas todavía están extendidas, y sin embargo Tú estás allí, y tu seno está allí, y de entre todas las creaciones que has hecho, has tomado a Sion para tu propio seno?’”

El Señor le dio a Enoc una razón de por qué los cielos lloraban y derramaban sus lágrimas como lluvia sobre las montañas; le dijo que era a causa de la maldad de los habitantes de la tierra. Y el Señor dijo: “Hombre de Santidad es mi nombre, y Eterno es mi nombre, y puedo extender mi mano y sostener todas las creaciones que he hecho, y mi ojo puede traspasarlas también.”

¿Ven ustedes, entonces, los mayores poderes y facultades que posee el Todopoderoso? Sus creaciones son tan numerosas que el número de partículas que componen esta tierra no sería ni un principio para contarlas, y, sin embargo, el ojo del Señor puede traspasar todas esas creaciones, y Él puede sostenerlas, por así decirlo, en su mano. No físicamente, no sostenerlas en el hueco de su mano como nosotros podemos sostener una pelota o una naranja; sino que, por el poder que posee, puede mantenerlas y su ojo puede penetrarlas.

¿No sería esta una visión mucho más extensa que la que tuvo Moisés cuando estaba bajo la influencia del Espíritu del Señor? Claro que sí; él pudo ver las partículas de esta sola creación, una simple mota entre las obras de Dios, mientras que el Señor pudo penetrar todas esas creaciones de las que habló Enoc. ¿No demuestra esto una mayor capacidad en aquellos que son inmortales en un estado futuro? En otras palabras, ¿en aquellos que habitan en los mundos celestiales? Ciertamente que sí.

Ahora bien, ¿seremos nosotros hechos semejantes al Señor, o somos otra especie de seres, tan desconectados de Él que nunca deberíamos esperar alcanzar este alto estándar? ¿Cómo es? ¿Quiénes somos? Se nos dice por revelación divina que somos hijos de Dios; se nos dice en la visión recibida por el Profeta José, en cuanto a estas diferentes creaciones, que “los habitantes de ellas son hijos e hijas engendrados para Dios.” ¿En serio? ¿Hijos e hijas engendrados para Dios? ¿Los habitantes de estas creaciones? Sí. Esto concuerda con lo que el Nuevo y el Antiguo Testamento, y las diversas revelaciones que Dios ha dado, declaran claramente: que Dios es el Padre de nuestros espíritus. Un escritor en el Nuevo Testamento dice: “Amados, ahora somos hijos de Dios” —es decir, en esta vida— “y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero cuando Él aparezca, seremos semejantes a Él.” No diferentes de Él, no tan separados de Él que uno sea finito y el otro infinito; sino que “seremos semejantes a Él.”

Esto es coherente y razonable. Toda especie de ser con la que estamos familiarizados engendra según su propia especie, y sus crías —ya sea el hombre, los cuadrúpedos, las aves o los peces— finalmente crecen y llegan a ser como sus padres. Esta es una ley universal de la naturaleza, hasta donde sabemos; por lo tanto, si somos hijos e hijas engendrados por Dios, si somos su descendencia, Él es nuestro Padre, ¿y por qué separar al hombre de todo el resto de la creación y decir que nunca podrá llegar a ser como su Padre? Si todos los demás seres llegan a ser como sus padres, ¿por qué no habríamos nosotros de alcanzar lo mismo? Y si nuestro Padre y Dios puede penetrar todas esas creaciones mencionadas por Enoc, y su ojo discernir lo que está ocurriendo en medio de todas ellas, ¿por qué no podrían sus hijos llegar a ser como Él en este aspecto?

Esto es lo que quiso decir el amado discípulo Juan el Revelador, uno de los Apóstoles de Cristo. Él dice: “Ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero cuando Él aparezca, seremos semejantes a Él.” Él sabía eso, aunque no comprendía todas las capacidades perfectas del hombre en este estado. Aunque aquí estamos sujetos a las leyes de la naturaleza, al darnos cuenta de que somos hijos de ese Ser Todopoderoso que gobierna la naturaleza universal y todos los mundos de los que se habla, esperamos llegar a desarrollarnos plenamente, y que los atributos que posee nuestro Padre eterno se manifestarán completamente en nosotros, y que también podremos penetrar la inmensidad del espacio y contemplar la obra de las manos de nuestro Padre.

Se dice de nosotros que estaremos en la presencia de Dios cuando seamos seres inmortales y perfectos. Ahora no estamos en su presencia; la Caída ha bajado un velo entre nosotros y nuestro Padre y Dios. Este velo no impide que el ojo del Todopoderoso vea y discierna la conducta de sus hijos, pero sí nos impide, mientras estemos en este estado de mortalidad, contemplar su presencia, a menos que rasguemos el velo por medio de nuestra fe y obediencia, y, como el hermano de Jared, tengamos el privilegio de volver a su presencia.

Pero, para estar en la presencia de Dios, ¿es absolutamente necesario que nuestra tierra sea llevada de su órbita actual en el sistema solar y trasladada a una distancia inmensa en el espacio? ¿Es realmente necesario esto? ¿Qué debemos entender por estar en la presencia de Dios? ¿Es necesario, para ello, estar en la misma vecindad o a pocos metros o centímetros de Él? Creo que no. Ahora sufrimos las imperfecciones de la caída, y debido a esa caída un velo nos oculta su presencia; pero cuando se eliminen los efectos de la caída y la humanidad pueda volver a contemplar el rostro de su Padre y Creador, entonces estarán en su presencia.

¿Volverán los espíritus de los hombres, antes de recibir su cuerpo resucitado, a la presencia de Dios? Sí. Lean lo que Alma dijo a su hijo Coriantón sobre este tema, describiendo el estado del espíritu entre el momento de la muerte y la resurrección. Él dice: “Me ha sido dado a conocer por un ángel que los espíritus de todos los hombres, en cuanto mueren, sean justos o malvados, regresarán a aquel Dios que les dio la vida”; es decir, vuelven a su presencia. Sin embargo, los malvados son nuevamente expulsados a las tinieblas de afuera, y la luz del rostro de su Señor se retira nuevamente de ellos; un velo se interpone entre ellos y su Padre y Dios.

Pero, ¿qué sucede con los justos? Cuando vuelvan y contemplen el rostro de su Padre, permanecerán en la luz de su semblante y tendrán el privilegio de verlo. Habrán regresado a su antiguo hogar, a ese Dios que les dio la vida, a las mansiones y lugares familiares donde habitaron edades y edades antes de venir aquí. Habrán regresado para reencontrarse con conocidos familiares, y su memoria será tan aumentada y perfeccionada después de dejar este cuerpo, que las cosas de su estado y condición anterior les serán frescas, y verán este pequeño punto llamado tiempo, en el que han vivido setenta, ochenta o noventa años, como un simple sueño o visión nocturna, durante el cual las cosas de edades pasadas estuvieron ocultas de su memoria; pero cuando regresen a su antiguo hogar tendrán un vivo recuerdo de todas esas cosas, y del semblante de su Padre, y del semblante de su Unigénito, y de los rostros de los millones y millones de sus hermanos y hermanas espirituales con quienes alguna vez vivieron.

Y la memoria de los malvados, después de dejar este cuerpo, será tan aumentada que tendrán un vivo recuerdo, dice Alma, de toda su culpa. Aquí olvidan muchas cosas en las que han desagradado a Dios; pero en esa condición, incluso antes de la resurrección, tendrán un vivo recuerdo de toda su culpa, lo que encenderá en ellos una llama como la de un fuego inextinguible, creando en sus pechos un sentimiento de tormento, dolor y miseria, porque han pecado contra su propio Padre y su propio Dios, y han rechazado sus consejos.

Volver, entonces, a la presencia de Dios significa estar colocado en una condición en la que su presencia pueda ser vista. No quiere decir, en todos los casos, que las personas que regresan a su presencia sean inmediatamente colocadas a unos pocos metros o varas, o a corta distancia de su persona. ¿Hay alguna revelación que pruebe esto? Sí. Ya he citado lo que el Señor dijo en relación con todas estas creaciones. Él dijo que, de entre todas las que había hecho, había tomado a Sion para su propio seno. Ahora bien, si Él ha tomado a Sion para su propio seno de entre todas estas innumerables creaciones, ¿pueden todas concentrarse en un pequeño lugar de unas pocas varas de diámetro para poder estar en su presencia? Pues no. Aunque cada Sion no ocupara más espacio que una partícula de nuestro globo, dado que los mundos son más innumerables que las partículas de millones de tierras como esta, ¿cómo podrían todos caber en un espacio tan reducido para estar cerca de la persona del Señor? No podrían hacerlo. Basta decir que el velo es quitado, y no importa cuán distante esté un mundo redimido, estará en la presencia de Dios.

Para hacerlo más comprensible, permítanme dar una ilustración bien conocida entre los hijos de la mortalidad. Por ejemplo, en el presente siglo hemos inventado métodos de comunicación por telégrafo, mediante los cuales, con los medios adecuados, nosotros aquí en esta sala en Ogden podemos conversar con personas en Londres, y ellas, por medio de los cables tendidos en el lecho del gran Océano Atlántico, pueden responder en unos dos segundos. ¿No ha reducido este asombroso invento, en cierto modo, la distancia entre los habitantes de Ogden y los de Londres? Las personas del siglo pasado y de siglos anteriores habrían tenido que esperar mucho tiempo antes de poder recibir una comunicación desde Londres; pero ahora, unos pocos segundos son suficientes.

Supongamos que estuviera al alcance del poder humano —aunque no lo está— escuchar, así como conversar, por medio de la línea telegráfica. Supongamos que, mediante tal medio, pudiéramos oír a las personas en Londres; o que existiera un medio para hacerlo, como se menciona en Doctrina y Convenios, cuando el primer ángel toque su trompeta, por el cual todos los habitantes de la tierra oirán las palabras que él pronuncie: digo, supongamos que se pusiera en funcionamiento un principio tal, de modo que realmente pudiéramos oír las palabras pronunciadas por las personas en Londres, ¿no disminuiría eso también la impresión de distancia?

Ahora, supongamos además que hubiera un principio diferente de nuestra luz natural, una luz de naturaleza más refinada, que pudiera penetrar desde Londres hasta aquí, de modo que afectara nuestros ojos, permitiéndonos ver a las personas allá; entonces podríamos verlas y oírlas estando a ocho o nueve mil millas de distancia. ¿No estaríamos en su presencia? ¿Sería realmente necesario viajar esas ocho o nueve mil millas para estar en la misma sala con ellas y así estar en su presencia? Nos consideraríamos en su presencia si pudiéramos verlas; y si, además, pudiéramos comunicarnos con ellas y hacer que nos oyeran, sentiríamos toda la familiaridad y sociabilidad que tendríamos si estuviéramos a pocos pasos de distancia.

Considero que en el estado futuro la condición será algo similar a esto. Si tú o yo viviéramos en una de las estrellas más remotas que jamás se hayan visto con los instrumentos telescópicos más potentes inventados por el hombre, desde la cual la luz, viajando a la inmensa velocidad de ciento noventa y dos mil millas por cada latido del pulso, tardara seiscientos mil años en llegar a este sistema planetario; supongamos que viviéramos en uno de esos cuerpos muy distantes, y supongamos que existiera un principio que impregnara todo el espacio y que transmitiera a los ojos inmortales con mucha más rapidez que la luz natural —y que 192 000 millas por segundo se considerara un movimiento muy lento en comparación con esa luz aún más refinada que irradia de la persona de nuestro Padre y Dios—; y supongamos que nuestros ojos estuvieran tan construidos y adaptados que pudiéramos contemplar la luz de su rostro sin atravesar todo ese espacio, o en un tiempo mucho menor que seiscientos mil años, pero aun así empleando cierto lapso de tiempo para recorrer toda esa distancia, ¿no estaríamos en la presencia de Dios?

Si cada mundo tuviera que ser trasladado a su presencia uno por uno, con todos sus habitantes, ¿cuántos millones sobre millones de edades tomaría antes de que todos pudieran entrar sucesivamente en su presencia para estar cerca de Él? Si cada mundo girara hacia su presencia de manera sucesiva, y luego cediera el lugar a otros, estaríamos casi continuamente fuera de su presencia, pues todos esos mundos que he mencionado no serían ni siquiera el comienzo del número de sus creaciones; y, sin embargo, si tuvieran que acercarse y ser sucesivamente llevados a su presencia para estar cerca de Él personalmente, si cada uno permaneciera allí solo cinco minutos, no hay hombre que pudiera calcular o imaginar nada acerca de la casi infinita duración que tendría que transcurrir antes de que pudieran volver una segunda vez a su presencia.

Por lo tanto, hay algo más perfecto en la construcción de las obras del Todopoderoso que permite al hombre estar en su presencia, sin importar en qué parte del universo exista: podemos tener el velo quitado, y su presencia hacerse visible.

¿Pueden conversar con Él estando situados a estas inmensas distancias de su persona? Sí. ¿Cómo? A través de aquellas facultades más perfectas que Dios dará al hombre inmortal. Será tan fácil para Sus hijos, cuando sean perfeccionados y hechos semejantes a Él, conversar con Él a esas inmensas distancias y que sus ojos penetren todas esas creaciones, como lo es para su Padre y Dios hacerlo.

Así vemos que el hombre es un Dios en embrión, en armonía con lo que el Señor nos ha revelado en la visión dada a José: “Serán dioses, sí, los hijos de Dios”, creciendo como su Padre, sus cuerpos conformados como su cuerpo glorioso. Los atributos y facultades con los que el hombre está dotado en un estado mortal son de naturaleza divina, pero están debilitados e incapaces de una gran expansión mientras estén encerrados en este frágil cuerpo mortal; pero cuando seamos liberados de la mortalidad, tenemos la promesa de que seremos semejantes a Él, y si Él puede abarcar en su comprensión y visión todas esas innumerables creaciones, así también podrán hacerlo aquellos que sean hechos semejantes a Él.

Hay muchas otras cosas sobre las que sería provechoso reflexionar al tratar las capacidades y poderes aumentados del hombre en su estado futuro, además de las cualidades físicas de las que he hablado. Está su conocimiento aumentado y el incremento proporcional de poder que lo acompañará; el gran principio creador, la obra mecánica que fue realizada por nuestro Padre y Dios al construir creaciones y al redimirlas y glorificarlas; ese gran principio de conocimiento por el cual nuestro Padre y Dios puede llamar de una masa informe de polvo a un tabernáculo inmortal, en el cual entra un espíritu inmortal. Todos estos principios de sabiduría, conocimiento y poder serán dados a Sus hijos y les capacitarán para organizar los elementos, formar creaciones y llamar del polvo a seres inteligentes, que estarán bajo su dirección y control. De estas cosas podríamos hablar si tuviéramos tiempo esta noche; de hecho, es un tema casi inagotable por su naturaleza. Cuando comenzamos a hablar de ello, apenas sabemos por dónde empezar, y una vez que nos lanzamos, apenas sabemos dónde terminar, porque no tiene fin.

El hombre está destinado para toda la futura eternidad, destinado a actuar en la capacidad de un ser celestial. Las facultades que ahora posee en embrión son poco comprendidas, aunque ocasionalmente las vemos desarrolladas entre hombres santos, como en el caso de Enoc, Moisés y Abraham, quienes tuvieron el Urim y Tumim y fueron capaces de contemplar muchas de esas creaciones de las que he hablado. Entre los muchos atributos y poderes que el hombre poseerá en un estado futuro, mencionaré el de ser capaz de comprender más de una cosa a la vez. Aquí estamos encadenados a una sola cosa por vez, y mientras un hombre atiende e intenta comprender una, casi pierde de vista todo lo demás, excepto quizá algunas pocas cosas muy familiares para él. Si intenta resolver un problema matemático, no puede, al mismo tiempo, resolver otros cien problemas y llegar a una conclusión sobre ellos. Debe concentrar su mente en un tema y avanzar paso a paso para llegar a ciertas conclusiones.

¿Tendrá el hombre en un estado futuro facultades aumentadas en este sentido? Sí. Nuestro Padre Celestial nota cada cabello de la cabeza de los hijos de los hombres que cae al suelo; ni uno solo de vuestros cabellos, dice Jesús, caerá al suelo sin que lo note vuestro Padre que está en los cielos. Si Él estuviera notando un cabello que cae de mi cabeza, ¿podría al mismo tiempo notar el cabello que cae de tu cabeza? Sí; y si el cabello cayera de las cabezas de cada individuo en la tierra al mismo instante, podría notarlo todo, pues posee esta facultad aumentada por la cual puede abarcar en su visión miríadas de cosas a la vez.

Podríamos también hablar de la facultad de retroceder a las edades pasadas de la eternidad y comprender obras que han estado en progreso durante millones de edades, así como de la facultad de ver y comprender lo que tendrá lugar en las edades futuras de la eternidad, por millones de años por venir. Aquí profetizamos en parte, y aquí tenemos conocimiento en parte; aquí contemplamos una cosa por vez; aquí podemos comprender el futuro en alguna medida. Pero “vemos por espejo, oscuramente”; entonces veremos cara a cara; entonces lo que es en parte será quitado, pues el pasado, el presente y el futuro, y millones sobre millones de creaciones se presentarán ante nosotros y serán igualmente comprendidas por la visión del hombre inmortal.

No los detendré más. Dios bendiga a esta Asociación, y esperamos que pueda ejercer una influencia saludable no solo sobre los jóvenes de Ogden, sino también sobre las jóvenes, y sobre los de mediana edad y los ancianos, y que todos busquen cada oportunidad para desarrollar las cualidades divinas con las que están dotados, para que en el tiempo por venir los jóvenes aquí, llenos del espíritu de sabiduría y entendimiento y del conocimiento de Dios, puedan llevar adelante victoriosamente Su reino y estar preparados para el tiempo en que el conocimiento y la gloria de Dios cubran la tierra como las aguas cubren el gran abismo. Amén.

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