Diario de Discursos – Journal of Discourses V. 16

“La Reunión de Adán en Adam-ondi-Ahmán
y la Revelación de los Registros Sagrados”

Reunión de Adán con su posteridad en el valle de Adam-ondi-Ahmán—Ubicación del valle—El convenio con Enoc—Registros de los tratos de Dios con los hombres desde la creación—Método de preservar los registros de los antiguos profetas—La venida de Cristo entre los nefitas—Cumplimiento de los propósitos de Dios y la dispensación del cumplimiento de los tiempos

por el élder Orson Pratt, 18 de mayo de 1873
Tomo 16, discurso 8, páginas 47-59


Habiéndome pedido que hablara esta mañana, y que continuara el tema sobre el cual se nos dirigió ayer por la tarde, lo hago con gusto, esperando que pueda contar con la atención de la congregación, en la medida de lo posible, para que todos puedan oírme.

El tema sobre el cual el hermano Taylor se dirigió ayer por la tarde a la congregación, y sobre el cual se dijeron algunas palabras por parte de quienes le siguieron, es de gran importancia por su relación con la generación presente; porque todas las cosas que alguna vez fueron reveladas, y que ahora se han perdido, serán reveladas nuevamente, a fin de cumplir aquel pasaje de las Escrituras registrado en el capítulo 11 de Isaías, versículo 9: “La tierra estará llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar.” Las cosas de todas las dispensaciones anteriores se manifestarán y serán reveladas de nuevo en la gran dispensación del cumplimiento de los tiempos.

Y para entender más claramente las cosas que han de ser reveladas y manifestadas otra vez a los habitantes de la tierra, no estará de más que me refiera a algunos de los registros antiguos que fueron revelados desde el cielo para el beneficio de generaciones pasadas. El primero que me viene a la mente se encuentra en el Libro de Convenios, página 79, párrafo 29:

“Y Adán se levantó en medio de la congregación y, a pesar de estar encorvado por la edad, estando lleno del Espíritu Santo, predijo todo cuanto sobrevendría a su posteridad hasta la última generación. Todas estas cosas fueron escritas en el Libro de Enoc, y se testificarán a su debido tiempo.”

Adán fue el primer personaje colocado sobre la tierra, en el Jardín de Edén, y habiendo transgredido, y habiendo sido expulsado del Jardín de Edén, y después de haber cumplido una larga probación, que ascendió a casi mil años, decidió reunir a sus hijos, lo cual hizo tres años antes de su muerte. Según se registra en la misma página, reunió a Set, Enós, Cainán, Mahalaleel, Jared, Enoc y Matusalén, quienes fueron descendientes sucesivos, sumando ocho generaciones en total, incluyéndose a sí mismo, en el valle de Adam-ondi-Ahmán. Esto fue casi mil años después de que Adán fue colocado en el Jardín de Edén; siete generaciones de sus hijos, o la parte justa de ellos, se congregaron en ese valle. Y aquí quizá no esté de más que diga unas pocas palabras en relación con la ubicación de esa interesante reunión o conferencia.

El valle de Adam-ondi-Ahmán, de acuerdo con las opiniones y creencias de los Santos de los Últimos Días, se encontraba en el hemisferio occidental de nuestro globo. (Diré aquí que, como la mayor parte de esta congregación son Santos de los Últimos Días, las pruebas y evidencias que presentaré, en relación con los asuntos que tengo ante mí, serán tomadas de aquellos libros en los que ellos creen, lo cual puede no ser evidencia particular para los extraños, pero para los Santos de los Últimos Días será evidencia indiscutible). Adam-ondi-Ahmán, el Valle de Dios, donde Adán habitó, se hallaba a unos cincuenta millas al norte del condado de Jackson, en el estado de Misuri. El Señor nos ha revelado que Adán habitó allí hacia el final de su probación. Si vivió en esa región desde el principio de su existencia en la tierra, no lo sabemos. Podría haber vivido a miles de millas de distancia en sus primeros días. Podría haber sido en lo que ahora llamamos el gran hemisferio oriental, pues en aquellos días los hemisferios oriental y occidental eran uno, y no fueron separados hasta los días de Peleg. Adán pudo haber migrado desde el gran oriente, haberse reunido con el pueblo de Dios en conexión con la Iglesia de Enoc, y haber establecido una ubicación en los límites occidentales de Misuri. Esto no se ha revelado.

El objeto de esta grandiosa reunión de nuestro gran antepasado fue que Adán pudiera conferir una gran bendición patriarcal a sus descendientes. Por lo tanto, en esa ocasión se congregaron los justos de su posteridad. Él pronunció sobre ellos su última bendición. Fueron favorecidos en esa ocasión, pues el Señor se les apareció. Esta reunión fue de gran interés por su naturaleza, y el Señor estuvo muy interesado, así como el pueblo. Él se apareció a esa vasta congregación y dio consuelo a Adán en su vejez. Y Adán fue lleno del Espíritu Santo. A pesar de que estaba encorvado por la edad, lleno del Espíritu Santo predijo lo que habría de suceder entre su posteridad hasta las últimas generaciones. Por lo tanto, debió haber hablado acerca de todas las dispensaciones siguientes, que habrían de ser reveladas de tiempo en tiempo a los hijos de los hombres. Debió haber hablado acerca de la dispersión de su posteridad después de los días de Noé, y de la gran obra de Dios que se establecería en la tierra en los postreros días, y acerca de la segunda venida del Hijo de Dios, y del gran día de reposo, el período en el que Satanás sería atado. Todas estas cosas fueron escritas en el Libro de Enoc, quien estuvo presente en esa ocasión. Y este libro habrá de testificarse, a su debido tiempo, a los santos de los últimos días. Este será uno de los medios por los cuales Dios cumplirá la profecía de Isaías de que “la tierra estará llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar.”

Sin mencionar nada sobre las profecías de Set, Enós, Cainán, Mahalaleel y Jared, pasaremos ahora a los días de Enoc. Enoc profetizó de todas las cosas, así como lo hizo su gran antepasado, Adán. Algunas de sus palabras han sido traducidas y sacadas a la luz por el Profeta José Smith, y publicadas en diversas publicaciones de esta Iglesia—en el Evening and Morning Star, en la Perla de Gran Precio, etc. Esta profecía, aunque muy breve en la parte que ha sido revelada, manifiesta principios maravillosos, mostrando que sus ojos fueron abiertos para ver las cosas pasadas y las cosas futuras, todo lo cual fue registrado en el Libro de Enoc, que habrá de ser sacado a la luz y revelado en los postreros tiempos.

Entre las cosas reveladas a Enoc estuvo el conocimiento del diluvio que habría de acontecer. Y el Señor hizo un convenio con Enoc de que pondría Su arco en las nubes—tal como después fue dado a Noé—no solamente como señal de que el Señor no volvería a inundar el mundo, sino como señal del convenio nuevo y sempiterno que el Señor hizo con Enoc. Las palabras de este convenio las repetiré hasta donde me alcance la memoria: “Pondré mi arco en las nubes, y lo miraré, y recordaré el convenio sempiterno que he hecho contigo; que en los postreros días, cuando los hombres guarden todos mis mandamientos, Sion mirará hacia arriba y los cielos mirarán hacia abajo,” etc. El arco puesto en las nubes había de ser una señal, entre Dios y los habitantes de la tierra, del regreso de Sion y de la congregación de los santos de todas las dispensaciones.

Por tanto, cuando he visto el arco en las nubes, me lleva a recordar el convenio que Dios hizo en aquellos primeros tiempos, y que pronto se cumplirá en la última dispensación de la plenitud de los tiempos. ¡Cuán grande e importante es este convenio con la Sion que fue edificada por Enoc, la cual sería llevada al cielo y permanecería santificada como lugar de morada del Señor para siempre! Donde Él habitaría en medio de su pueblo, y donde Él contemplaría sus rostros, y ellos contemplarían Su rostro. Que esta antigua Sion, y todos sus habitantes, vendrían del cielo y reinarían sobre la tierra, y que Jesús vendría con ellos. Y para que los santos no olvidaran esto, se colocó un hermoso arco en las nubes, para que recordaran que el Señor los observaba, y que Él recordaría Su convenio con Enoc respecto a traer nuevamente Su Sion. Esto lo encontramos en las publicaciones de la Iglesia.

Cuando llegue el momento en que el Señor traiga de nuevo la antigua Sion, esto contribuirá a llenar la tierra con el conocimiento de Dios, como las aguas cubren el mar; y servirá para ponernos en posesión de la historia de Sion, del orden de aquel pueblo antiguo, cuando anduvieron en rectitud durante trescientos sesenta y cinco años antes de estar preparados para una traslación al cielo.

Cuando conversemos cara a cara con Enoc y su ciudad, y escuchemos de sus propios labios la declaración de su historia, y la predicación del Evangelio en aquella época del mundo, se nos revelará una vasta cantidad de conocimiento acerca de los acontecimientos anteriores al diluvio.

Descendemos ahora a los días de Noé. Él fue un hombre justo, llamado por Dios para predicar el Evangelio entre las naciones, tal como fue revelado a sus antepasados, y antes de los días del diluvio, fue tan grande la fe de muchos del pueblo, después de los días en que la ciudad de Enoc fue llevada al cielo, que el Espíritu Santo descendió sobre ellos, y fueron llevados por el poder del cielo al seno de Sion—la Sion de Enoc. Así, tenemos más conocimiento revelado para nosotros.

Noé, después de haber predicado el Evangelio y anunciado las buenas nuevas entre las naciones, fue mandado a construir un arca. Tenía un Urim y Tumim, por medio del cual pudo discernir todas las cosas concernientes al arca y su diseño. Fue un gran profeta, y predijo muchas cosas, y sus registros, sin duda, fueron preservados y saldrán a la luz en su debido tiempo, cuando el Señor cubra la tierra con Su conocimiento, como las aguas cubren el mar.

Muchas personas han supuesto que Moisés fue el primer hombre, y el pueblo de sus días la primera generación que supo algo acerca de los caracteres escritos, y que todas las personas, desde los días de Adán hasta Moisés, no sabían cómo poner sus pensamientos en forma escrita; pero permítanme informarles cómo comenzó la escritura. Leemos en el Libro de Enoc, en la Perla de Gran Precio, que el Señor enseñó a Adán cómo escribir registros por la inspiración de Su Espíritu. Y le fue dado conocimiento acerca del modo de plasmar sus pensamientos en forma escrita. Esto está registrado en el Libro de Enoc y en la Perla de Gran Precio.

El pueblo anterior al diluvio no perdió el arte de la escritura, sino que escribía sus revelaciones, visiones, etc., en el idioma de Adán—el primer idioma dado al hombre. Este conocimiento se conservó a través del diluvio.

Descendemos ahora a los días de la construcción de la Torre de Babel, poco después del diluvio. Aproximadamente en la época de Abraham se edificó la Torre de Babel. El pueblo, siendo de un solo idioma, se reunió para edificar una torre que alcanzara, según ellos suponían, los cielos cristalizados. Pensaban que la Ciudad de Enoc había sido arrebatada a poca distancia de la tierra, y que estaba ubicada dentro de la primera esfera sobre la tierra; y que, si podían construir una torre lo suficientemente alta, tal vez podrían llegar al cielo, donde la Ciudad de Enoc y sus habitantes se encontraban. Se pusieron a trabajar y edificaron una torre.

Ellos tenían esta tradición, de que había habido una traslación de personas desde la tierra, y estaban ansiosos de llegar a conocerlas; pero el Señor vio que eran uno, y que todos tenían un mismo idioma, y que nada les sería imposible de hacer, según lo que imaginaran; y, como maldición, Él envió una variedad de lenguas—les quitó su propio idioma materno. El idioma de Adán fue completamente olvidado en un instante; y, además de quitarles el conocimiento de su propia lengua, les dio una multitud de otros idiomas, de modo que no podían entenderse unos a otros.

En aquellos días había algunos individuos justos viviendo en la Torre, entre ellos Jared, un hombre muy bueno, y su hermano. Cuando entendieron, por el espíritu de profecía, que el Señor estaba a punto de esparcir al pueblo a los cuatro confines de la tierra, el hermano de Jared clamó al Señor, por solicitud de Jared, para que el Señor los guiara a una tierra escogida.

¿Vinieron ellos a este gran hemisferio occidental sin conocimiento de Dios? No. ¿Sin ningún registro escrito? No. Lean el Libro de Mormón, página 530, o, en otras palabras, el Libro de Éter, y allí encontrarán registrado, varias generaciones después de que los israelitas vinieran desde la Torre de Babel y desembarcaran en este continente, que hubo cierta mujer, hija de uno de los antiguos hombres notables, que hizo referencia a su padre a aquellos registros que sus antepasados habían traído desde la Torre de Babel; le dijo a su padre lo que en ellos estaba escrito: “¿Acaso mi padre no ha leído el registro que nuestros padres trajeron a través del gran mar? He aquí, ¿no hay allí una relación concerniente a los antiguos; que por medio de sus planes secretos obtuvieron reinos y gran gloria?” Ella indujo en el corazón de su padre, Jared, el seguir aquellos actos inicuos que fueron introducidos por Caín.

Esto demuestra que los jareditas no vinieron aquí sin un registro de las cosas desde los días de Adán en adelante; lo trajeron consigo. Lo conservaron, y multiplicaron copias en medio de su nación. Pero quizá pregunten: ¿cómo sabemos nosotros acerca de esta primera colonia que vino a este continente? ¿Cómo llegamos a poseer este conocimiento? Fue por los registros que ellos mismos guardaron. Los jareditas, familiarizados con el arte de la escritura, conservaron sus registros. Y entre la multitud de registros que guardaron, había veinticuatro planchas de oro puro, las cuales fueron preservadas por el profeta Éter, unos mil seiscientos o mil ochocientos años después de que su colonia viniera a esta tierra desde la Torre de Babel. Él llevó un registro.

Estos registros fueron sacados por Éter del cerro Ramah, llamado después Cumorah, donde fueron destruidos los jareditas, así como también los nefitas. Los llevó hacia Sudamérica y los colocó en un lugar al norte del istmo, donde una parte del pueblo del rey Limhi, aproximadamente cien años antes de Cristo, los encontró. Les leeré una breve descripción de cómo fueron hallados. En la página 161 del Libro de Mormón, se ve que el pueblo de Limhi era una cierta colonia que se había separado del cuerpo principal de los nefitas, y se había establecido en la tierra donde Nefi edificó y ubicó su pequeña colonia, poco después de desembarcar en la costa occidental de Sudamérica.

Después de desembarcar, y tras la muerte de su padre Lehi, Nefi fue mandado por Dios a tomar a aquellos que creyeran en el Altísimo y huir de sus hermanos. Y viajaron muchas jornadas hacia el norte, y se establecieron en una tierra que llamaron la Tierra de Nefi, y habitaron allí por unos cuatrocientos años. Y entonces, a causa de la iniquidad del pueblo, fueron amenazados con una gran destrucción. El Señor sacó a Mosíah de la Tierra de Nefi, y lo llevó aún más al norte, unas veinte jornadas, y se establecieron junto al río Sidón, ahora llamado Magdalena, que corre de sur a norte. Y allí hallaron a un pueblo llamado el pueblo de Zarahemla.

Algunos de los nefitas desearon regresar a la Tierra de Nefi, y así lo hicieron. Como un siglo después, al no haber comunicación entre las colonias, enviaron a varios hombres para ver si podían encontrar al pueblo de Zarahemla. Y se extraviaron, y llegaron a una parte del país cubierta de huesos. Esto es lo que voy a leer. Y como testimonio de que estas cosas eran verdaderas, trajeron veinticuatro planchas de oro, y pectorales de bronce y cobre, y espadas, etc.

Libro de Mormón, página 161:

“Y aconteció que después que el rey Limhi hubo terminado de hablar a su pueblo (porque les habló muchas cosas, y sólo algunas de ellas he escrito en este libro), les contó todas las cosas concernientes a sus hermanos que estaban en la tierra de Zarahemla. E hizo que Ammón se pusiera en pie delante de la multitud y les refiriera todo lo que había acontecido a sus hermanos desde el tiempo que Zeniff subió de la tierra. Y también les repitió las últimas palabras que el rey Benjamín les había enseñado, y se las explicó al pueblo del rey Limhi para que comprendieran todas las palabras que les habló. Y aconteció que después que hubo hecho todo esto, el rey Limhi despidió a la multitud y mandó que cada uno se retirara a su propia casa.”

“Y aconteció que hizo traer las planchas que contenían el registro de su pueblo desde el tiempo en que salieron de la tierra de Zarahemla, para que fueran leídas por Ammón. Y tan pronto como Ammón hubo leído el registro, el rey le preguntó si podía interpretar idiomas, y Ammón le dijo que no podía.
Y el rey le dijo: Habiendo yo estado afligido por las tribulaciones de mi pueblo, hice que cuarenta y tres de los míos emprendieran un viaje por el desierto, para así encontrar la tierra de Zarahemla, a fin de que pudiéramos pedir a nuestros hermanos que nos libraran de la servidumbre. Y se perdieron en el desierto por el espacio de muchos días; no obstante, fueron diligentes, y no hallaron la tierra de Zarahemla, sino que regresaron a esta tierra, habiendo viajado por una tierra llena de muchas aguas, y habiendo descubierto una tierra cubierta de huesos de hombres y de bestias, y también cubierta con ruinas de edificios de toda clase; habiendo descubierto una tierra que había estado habitada por un pueblo tan numeroso como los ejércitos de Israel.
Y como testimonio de que lo que han dicho es verdad, han traído veinticuatro planchas llenas de grabados, y son de oro puro. Y he aquí, también han traído pectorales grandes, que son de bronce y de cobre, y están perfectamente enteros. Y además, han traído espadas, cuyos mangos han perecido, y cuyas hojas estaban cubiertas de orín; y no hay nadie en la tierra que sea capaz de interpretar el idioma ni los grabados que están en las planchas. Por tanto, te dije: ¿Puedes traducir? Y te digo otra vez: ¿Sabes de alguien que pueda traducir? Porque deseo que estos registros se traduzcan a nuestro idioma; pues tal vez nos den a conocer a un resto del pueblo que fue destruido, de donde provienen estos registros; o tal vez nos den a conocer a este mismo pueblo que ha sido destruido; y deseo saber la causa de su destrucción.”

“Entonces Ammón le dijo: Puedo asegurarte, oh rey, que conozco a un hombre que puede traducir los registros; porque posee lo necesario para mirar y traducir todos los registros que son de época antigua; y es un don de Dios. Y estas cosas se llaman intérpretes, y nadie puede mirarlas a menos que se le mande, no sea que mire lo que no debe, y perezca. Y a cualquiera que se le mande mirar en ellas, se le llama vidente. Y he aquí, el rey del pueblo que está en la tierra de Zarahemla es el hombre que ha sido mandado para hacer estas cosas, y quien posee este alto don de Dios.”

He leído esto para darles una idea de cómo los israelitas que habitaban este continente antes de los días de Cristo llegaron al conocimiento de la primera colonia que vino desde la Torre de Babel. Esta compañía, que se perdió en el desierto, trajo estas planchas, junto con pectorales y espadas, cuyos mangos habían perecido y cuyas hojas estaban corroídas por el óxido.

Ahora bien, Mosíah, el rey que habitaba en la tierra de Zarahemla, fue el hombre llamado por Dios para traducir. Él tenía el don y poder que le fue dado para traducir estas veinticuatro planchas. Tenemos un relato, en otra página del Libro de Mormón, de que él tradujo estas planchas; y que contenían un registro del pueblo desde los días de Adán hasta el diluvio; hasta los días de la Torre de Babel, y hasta los días en que fueron destruidos.

¿Será traído alguna vez este registro a la luz para ayudar a llenar la tierra con el conocimiento de Dios? Permítanme remitirlos a lo que está registrado en el Libro de Éter, página 516—

“Y ahora yo, Moroni, procedo a dar un relato de aquellos antiguos habitantes que fueron destruidos por la mano del Señor sobre la faz de esta tierra del norte. Y tomo mi relato de las veinticuatro planchas que fueron halladas por el pueblo de Limhi, lo cual se llama el Libro de Éter. Y como supongo que la primera parte de este registro, que habla concerniente a la creación del mundo, y también de Adán, y un relato desde aquel tiempo hasta la gran torre, y todo cuanto aconteció entre los hijos de los hombres hasta ese tiempo, se halla entre los judíos, por tanto, no escribo aquellas cosas que ocurrieron desde los días de Adán hasta ese tiempo” (ahora noten la siguiente frase:) “pero se hallan sobre las planchas; y quien las encuentre, ese tendrá poder para obtener el relato completo.”

Aún no se han encontrado. Tenemos el Libro de Éter, que no es ni una centésima parte del contenido de esas veinticuatro planchas, sino un relato muy breve. Quien encuentre esas veinticuatro planchas tendrá poder para obtener el relato completo; pues ellas dan una historia desde los días de Adán, a través de las diversas generaciones, hasta los días del diluvio; desde los días del diluvio hasta los días de Peleg; y desde los días de Peleg hasta la Torre, que fue casi contemporánea con Peleg. Y desde ese tiempo por unos dieciséis o dieciocho siglos después de que desembarcaron en este continente. Las profecías de sus profetas en diferentes generaciones, que publicaron alegres nuevas sobre toda la faz de la porción septentrional de este continente. Sus registros y obras han de salir a luz, y estos ayudarán a cumplir las palabras de nuestro texto de que el conocimiento de Dios llenará la tierra como las aguas cubren el gran abismo.

Pero pasemos adelante y lleguemos a la segunda colonia que el Señor sacó de Jerusalén, seiscientos años antes de Cristo. ¿Trajeron algún registro con ellos? ¿Poseían el arte de escribir? Sí. Cuando vivían entre los judíos, el arte de escribir era ampliamente conocido entre ellos. Su costumbre era escribir en el idioma egipcio, como testifica Nefi en la primera página del Libro de Mormón: “Por tanto, hago un registro de mis hechos en mis días; sí, hago un registro en el lenguaje de mi padre, que consiste en la ciencia de los judíos y el idioma de los egipcios.” Un idioma que sus antepasados aprendieron mientras habitaban en Egipto, y con el cual estaban familiarizados, aunque probablemente lo habían perdido en alguna medida, pero aún conservaban parte de él, y escribieron sus registros en el mismo.

Ahora bien, si acudimos a la historia bíblica, encontraremos que los israelitas escribían sus registros, en la antigüedad, sobre planchas metálicas, y que estas planchas estaban unidas entre sí con anillos que pasaban por las hojas. Por todo el conjunto se colocaba una vara para transportar el registro. Esta descripción nos ha sido dada por quienes han estudiado profundamente las Escrituras y las costumbres antiguas de los israelitas.

Cuando Lehi salió de Jerusalén, había cierto hombre que vivía allí y que había guardado registros sobre planchas de bronce. Y se nos informa que estos registros habían sido transmitidos desde las primeras edades de los israelitas hasta que Lehi dejó Jerusalén. Contenían una copia de la genealogía de la tribu de José en la tierra de Palestina. Como Labán era descendiente de José, los registros habían llegado a sus manos. Lehi recibió el mandamiento de enviar a sus hijos para obtener estos registros; pues había plantado su tienda en las fronteras orientales del Mar Rojo. La historia de cómo los obtuvieron se encuentra registrada en el Libro de Mormón. En la página 10 se lee:

“Y aconteció que se regocijaron mucho, e hicieron sacrificios y holocaustos al Señor; y dieron gracias al Dios de Israel. Y después que hubieron dado gracias al Dios de Israel, mi padre Lehi tomó los registros que estaban grabados sobre las planchas de bronce, y los examinó desde el principio. Y vio que contenían los cinco libros de Moisés, los cuales daban una relación de la creación del mundo, y también de Adán y Eva, que fueron nuestros primeros padres; y también un registro de los judíos desde el principio hasta el comienzo del reinado de Sedequías, rey de Judá; y también las profecías de los santos profetas, desde el principio hasta el comienzo del reinado de Sedequías; y además muchas profecías que habían sido pronunciadas por boca de Jeremías.”

“Y sucedió que mi padre, Lehi, también halló sobre las planchas de bronce una genealogía de sus padres; por lo que supo que era descendiente de José; sí, aquel José que fue hijo de Jacob, que fue vendido a Egipto, y que fue preservado por la mano del Señor para que pudiera preservar a su padre Jacob y a toda su casa de perecer de hambre. Y también fueron sacados de la cautividad y de la tierra de Egipto por ese mismo Dios que los había preservado. Y así mi padre Lehi descubrió la genealogía de sus padres. Y Labán también era descendiente de José; por lo tanto, él y sus padres habían guardado los registros.”
“Y ahora bien, cuando mi padre vio todas estas cosas, se llenó del Espíritu, y comenzó a profetizar concerniente a su posteridad: que estas planchas de bronce irían a todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos que fueran de su descendencia. Por lo tanto, dijo que estas planchas de bronce nunca perecerían, ni serían más oscurecidas por el tiempo. Y profetizó muchas cosas concernientes a su descendencia.”

He leído esto para llegar a otro punto que guarda relación con nuestro texto. Estas planchas de bronce contenían las profecías de todos los santos profetas desde el principio—desde los días de Adán; por lo tanto, debían contener las profecías de Enoc, Adán, Noé, Abraham, Isaac, Jacob y José en Egipto. Las profecías de Isaías y de muchos otros de los santos profetas estaban contenidas en estas planchas de bronce.

Y aunque el bronce es una sustancia metálica capaz de disolverse y desmoronarse en pocos años volviendo a los elementos, sin embargo, se obró un milagro sobre estas planchas de bronce. El profeta dijo que estas planchas de bronce no serían oscurecidas por el tiempo, sino que Dios las preservaría hasta las últimas generaciones. ¿Con qué propósito? Para que pudieran salir a luz y su contenido ser traducido por el Urim y Tumim; y que estos contenidos fueran declarados a todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos que fueran descendientes de Lehi sobre toda la faz de este continente, desde las regiones heladas del norte hasta los extremos más remotos de Sudamérica. Que todas estas naciones llegaran a conocer las cosas contenidas en esas planchas de bronce.

Ahora bien, el Señor hizo muchas cosas de este tipo en la antigüedad. Si hubiera algún extraño presente, permítanme mostrarles cómo el Señor puede hacer muchas cosas maravillosas. Permítanme referirme a la olla de maná, cuya sustancia no se conservaba más de veinticuatro horas, excepto en el día domingo, en cuyo caso se preservaba sin llegar a corromperse. Pero en cierta ocasión, a los hijos de Israel se les mandó recoger una vasija de este maná, y fue colocada en el Tabernáculo de la congregación, y en lugar de corromperse, permaneció tan fresca para las generaciones futuras como en la mañana en que fue recogida.

Ciertas varas fueron reunidas para representar a las doce tribus de Israel, y la vara de Aarón reverdeció y floreció en una noche; y esta fue transmitida de generación en generación. Por lo tanto, vemos que Dios obraba milagros para su pueblo en el continente oriental. ¿Es más asombroso que Él preserve las planchas de bronce para que no sean oscurecidas por el tiempo? No. Ellas existen, y en el debido tiempo del Señor, Él inspirará a un poderoso vidente y le dará el Urim y Tumim, y le permitirá sacar a luz estas sagradas escrituras.

Ahora, para mostrarles el valor de las Escrituras de las planchas de bronce, en comparación con los registros judíos traducidos por orden del rey Jacobo, permítanme referirme al Libro de Mormón. En la página 24, hablando de la aparición de estos registros, el ángel dijo a Nefi:

“El libro que ves es un registro de los judíos, el cual contiene los convenios del Señor, que él ha hecho a la casa de Israel; y también contiene muchas de las profecías de los santos profetas; y es un registro semejante a las grabaciones que están sobre las planchas de bronce, salvo que no hay tantas.”

Es decir, que no hay tantas profecías y revelaciones contenidas en la Biblia judía de nuestros días como las que había en las planchas de bronce. No obstante, contenían los convenios del Señor, que Él ha hecho con la casa de Israel; por lo tanto, son de gran valor para los hijos de los hombres.

Si ustedes van al Libro de Jacob, en el Libro de Mormón, página 122, encontrarán una extensa profecía, o parábola del olivo, citada de las planchas de bronce, por la cual se representa a la casa de Israel: una parábola sobre su plantación en la viña del Señor; una parábola sobre la gran obra del Señor en los últimos días, cuando sus siervos serían llamados a trabajar y recoger esos sarmientos tiernos e injertarlos en su propio olivo. Esta parábola fue revelada al profeta Zenós, y da gran instrucción. También podríamos referirnos a otras cuatro o cinco partes en las que Zenós y Zenoc profetizaron acerca de la restauración de toda la casa de Israel en los últimos días, y acerca de los descendientes de José.

Y Lehi, siendo de la descendencia de José, estaba interesado en lo relacionado con sus futuras generaciones; y por lo tanto, entendía toda la historia de estos remanentes de José, y profetizó acerca de ellos; unas pocas citas de estas profecías se encuentran en el Libro de Mormón. Ellos entendían acerca de la venida del Señor Jesús en la carne, Su crucifixión y Su resurrección de entre los muertos; y las señales que se mostrarían a los remanentes de Israel dispersos por los cuatro rincones de la tierra y las islas del mar; y la gran destrucción que sobrevendría al pueblo a causa de su iniquidad.

Me referiré ahora a las profecías de José en Egipto. Para mostrarles lo que se dice de él como profeta, me remitiré a la página 62 del Libro de Mormón:

“Y ahora bien, yo, Nefi, hablo acerca de las profecías de las que mi padre ha hablado, concernientes a José, que fue llevado a Egipto. Porque he aquí, verdaderamente profetizó concerniente a toda su posteridad. Y las profecías que escribió, no hay muchas que sean mayores. Y profetizó acerca de nosotros y de nuestras futuras generaciones; y están escritas sobre las planchas de bronce.”

Busquen todos los registros que puedan encontrar, y verán que José profetizó acerca de cosas tan grandes como cualquier otro profeta que haya vivido. Ahora bien, estas planchas de bronce fueron transmitidas de generación en generación. Tenemos un relato de ellas por Alma, el profeta. Y en cuanto al Urim y Tumim, también fueron transmitidos.

Pero ahora descenderemos a los días de Jesús. Desde el tiempo en que Lehi dejó Jerusalén hasta los días de Jesús, se guardaron muchísimos registros por parte del remanente de José en esta tierra. El Libro de Mormón no contiene ni una centésima parte de los registros de estos profetas.

¿Los guardaban todos en planchas, o los multiplicaban por miles de copias en esta tierra? Permítanme referirme a la página 388 del Libro de Mormón:

“Ahora bien, he aquí, todos aquellos grabados que estaban en posesión de Helamán fueron escritos y enviados entre los hijos de los hombres por toda la tierra, salvo aquellas partes que Alma había mandado que no salieran a luz. No obstante, estas cosas debían guardarse sagradas y transmitirse de una generación a otra.”

¿Qué época era esta? Apenas cincuenta y dos años antes del nacimiento de Cristo. Cincuenta y cuatro años antes de Cristo, como hallamos en la página 387 (Libro de Mormón), hubo un gran grupo de hombres —5,400 con sus esposas e hijos— que salieron de la tierra de Zarahemla hacia la tierra del norte, y pocos años después, como encontrarán en las páginas 393 y 394, salieron por miles, y también enviaron colonias por mar, junto con madera para edificar ciudades; y edificaron casas de cemento y muchas ciudades de madera. Y el pueblo llegó a ser muy numeroso.

Ahora bien, confinar los registros sagrados en un solo lugar y mantener al pueblo en ignorancia respecto a su contenido no sería razonable. Por eso se nos informa que fueron escritos y enviados por toda la tierra; y esto explica los extractos de las Escrituras escritas en hebreo antiguo que se han descubierto en los montículos abiertos en Ohio, entre los cuales estaban los Diez Mandamientos. El pueblo de esta tierra estaba bien familiarizado con las Escrituras.

Vayan a la ciudad de Amoníah, en la parte norte de Sudamérica. Se habían vuelto inicuos, pero tenían las Santas Escrituras; y las sacaron y las quemaron con fuego, y a todos los que creían en ellas los quemaron en el fuego. (Véase Libro de Mormón, página 249.) Esto muestra que el pueblo tenía muchas copias de las Escrituras.

Y, nuevamente, hallamos que los misioneros nefitas que fueron entre los lamanitas llevaron consigo copias de las Escrituras; y que por medio de estas copias convencieron a los lamanitas del error de las tradiciones de sus padres.

Cuando Jesús vino a este continente, enseñó al pueblo por varios días. Y estas cosas fueron escritas sobre las planchas de Nefi. Pero Mormón hizo un compendio de estos escritos, y declara, en la página 484:

“Y ahora bien, no se puede escribir en este libro ni aun la centésima parte de las cosas que Jesús enseñó verdaderamente al pueblo; mas he aquí, las planchas de Nefi contienen la mayor parte de las cosas que enseñó al pueblo; y estas cosas que he escrito son la menor parte de las cosas que enseñó al pueblo; y las he escrito con el fin de que sean traídas de nuevo a este pueblo, por conducto de los gentiles, conforme a las palabras que Jesús ha hablado. Y cuando hayan recibido esto, que es lo que les conviene recibir primero para probar su fe, y si acontece que creen estas cosas, entonces les serán manifestadas las cosas mayores. Y si acontece que no creen estas cosas, entonces les serán retenidas las cosas mayores, para su condenación. He aquí, estaba a punto de escribir todo lo que estaba grabado sobre las planchas de Nefi, mas el Señor lo prohibió, diciendo: Probaré la fe de mi pueblo; por tanto yo, Mormón, escribo las cosas que me han sido mandadas por el Señor. Y ahora bien, yo, Mormón, pongo fin a mis palabras y procedo a escribir las cosas que me han sido mandadas; por tanto, quisiera que vierais que el Señor verdaderamente enseñó al pueblo por el espacio de tres días; y después de esto, se manifestó muchas veces a ellos, y partió el pan muchas veces, y lo bendijo y se lo dio.”

Así vemos que no tenemos ni la centésima parte de las enseñanzas del más grande de todos los profetas, nuestro Señor y Salvador Jesucristo: las palabras que Él entregó a los antiguos nefitas. Los nefitas comprendían todas estas cosas maravillosas. Sin duda hubo muchas instrucciones —una vasta cantidad de enseñanzas— en cuanto a sus bienes; pues tenían todas las cosas en común, tanto en Norte como en Sudamérica, entre los millones de esta tierra, por ciento sesenta y siete años. Después, en el año doscientos uno después del nacimiento de Cristo, comenzaron a apartarse de este orden, y empezaron a dividirse en diferentes clases, etc.

Ahora bien, si tuviéramos todas las enseñanzas de Jesús, encontraríamos el orden de cosas que preservó la igualdad en este continente durante todo ese período; lo cual nos daría una inmensa cantidad de conocimiento respecto a las cosas en las que nosotros mismos debemos entrar.

Pero, ¿saldrán estas cosas a la luz? Sí. Los registros que ahora reposan en el cerro de Cumorah serán sacados por el poder de Dios, para cumplir las palabras de nuestro texto, que “el conocimiento de Dios cubrirá la tierra como las aguas cubren el gran abismo.”

Además, Jesús, en su última visita a los nefitas, llamó a sus doce discípulos y pronunció cierta bendición sobre ellos, y especialmente sobre tres de ellos. Mormón dice, con respecto a estos tres que debían permanecer, que grandes obras serían hechas por ellos antes de que llegara el gran día del Señor. Luego añade que, si tuviéramos todas las Escrituras, sabríamos que estas cosas habrían de cumplirse. Sabríamos muchísimas cosas si tan solo tuviéramos estas Escrituras y revelaciones. Ellas serán reveladas para llenar nuestra tierra con el conocimiento de Dios, como las aguas cubren el gran abismo.

No solo han de salir a luz los registros de los antiguos habitantes de esta tierra, sino también los registros de aquellos que durmieron en el hemisferio oriental. Los registros de Juan, aquel que bautizó al Cordero de Dios, aún han de ser revelados. Se nos informa en el Libro de Doctrina y Convenios, página 245, que la plenitud del registro de Juan ha de ser revelada a los Santos de los Últimos Días.

Pero, ¿nos detendremos en estos registros? No. Permítanme repetirles las palabras del Señor. El Señor dijo a Nefi, hablando de los postreros días, que los nefitas tendrían las palabras de los judíos, y los judíos tendrían las palabras de los nefitas; y las tribus perdidas de Israel tendrían las palabras de los nefitas y de los judíos; y reuniré al pueblo desde los cuatro extremos de la tierra; y mis palabras serán reunidas en uno (véase Libro de Mormón, página 108), los registros de los nefitas sobre esta tierra. Y el numeroso pueblo que ha sido plantado en las islas del mar ha de ser reunido en uno; porque fueron justos en algunas de sus primeras generaciones; y ese conocimiento aún debe salir a la luz; y cuando estas islas entreguen a su pueblo, sus registros serán reunidos en uno.

Y nuevamente, con respecto a lo que dice la gente: “Tenemos una Biblia y no necesitamos más Biblia.” “¿No sabéis que yo soy el mismo Dios, ayer y para siempre? Y sucederá que hablaré a los judíos, y ellos lo escribirán. Hablaré a las tribus perdidas de Israel, y ellas lo escribirán. Hablaré a todas las naciones de la tierra, y ellas lo escribirán. Y por mis palabras que sean pronunciadas, serán los hijos de los hombres juzgados según sus obras.” Todas estas cosas saldrán a luz para llenar la tierra con el conocimiento de Dios.

Vamos al Libro de Doctrina y Convenios, donde hallamos que el Señor ha de revelar muchos de Sus grandes y maravillosos propósitos, que han estado ocultos desde la fundación del mundo; y cosas que no han sido reveladas a ninguna generación anterior. No basta con que estos diferentes registros mencionados sean revelados, y que las islas del mar entreguen su conocimiento, sino que también es necesario que los cielos den a conocer el conocimiento que existía antes de que nuestra tierra fuera creada. Y vosotros sois estudiantes en esta gran universidad que Dios ha establecido, para estudiar acerca de Dios y obtener conocimiento de las cosas en los cielos, de las cosas que han pasado y de las que son y han de venir: un conocimiento que viene por el poder e inspiración del Espíritu Santo.

Pero esto no es todo; Dios ha dicho que “derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños; y en aquellos días, sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré de mi Espíritu, y profetizarán.” Los jóvenes y los ancianos recibirán conocimiento de los cielos. Nuevamente, está escrito en Isaías: “Todos tus hijos serán instruidos por Jehová.” No será necesario que un hombre diga a su prójimo: “Conoce al Señor”, porque todos me conocerán. Entonces no será necesario predicar tanto, porque el Señor nuestro Dios les enseñará desde lo alto. Ancianos y jóvenes, hombres y mujeres, recibirán conocimiento; y nuestros pequeñitos alzarán sus voces y pronunciarán aquello que ahora no es lícito declarar, pero que será declarado a la familia humana por boca de niños y de los que maman. Amén.

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