La importancia de pertenecer a la Iglesia correcta

La importancia de pertenecer a la Iglesia correcta
por el élder LeGrand Richards
Direcciones de la Vida

El élder LeGrand Richards enseña que no basta con pertenecer a cualquier iglesia, sino que es esencial ser parte de la verdadera Iglesia de Jesucristo. Solo allí encontramos respuestas a las preguntas eternas: de dónde venimos, por qué estamos en la tierra y a dónde vamos después de esta vida. Somos hijos de Dios, vinimos a ser probados y, al final, recibiremos una gloria según nuestras obras.

El discurso muestra que la obediencia a los mandamientos trae felicidad, mientras que ignorarlos conduce al dolor. Historias de conversos y misioneros demuestran que el evangelio transforma vidas, cambia ideales y ofrece un gozo que el mundo no puede dar.

Por eso, el mensaje final es claro: el evangelio restaurado es verdadero, hermoso y sencillo de entender, y no hay nada más importante que pertenecer a la verdadera Iglesia de Jesucristo, guardar Sus mandamientos y caminar en Sus sendas para alcanzar la vida eterna.


La importancia de pertenecer
a la Iglesia correcta

por el élder LeGrand Richards
del Consejo de los Doce

La verdadera felicidad y la vida eterna solo se alcanzan perteneciendo a la verdadera Iglesia de Jesucristo, donde encontramos las respuestas al plan de salvación y la guía para vivir conforme a los mandamientos de Dios.


Se me ha pedido que hable brevemente con ustedes sobre “la importancia de pertenecer a una iglesia, y de que esta sea la verdadera Iglesia.”

En esta breve exposición sería imposible señalar todas las ventajas de pertenecer a una iglesia, y de que esta sea la verdadera Iglesia.

Puesto que el hombre es un ser dual, compuesto de cuerpo y espíritu, la misión de la Iglesia es, principalmente, alimentar el espíritu y preparar al hombre para vivir en la presencia de Dios, habiendo cumplido en la vida mortal el propósito de su creación.

Después de que Jesús hubo ayunado cuarenta días como preparación para Su misión, Satanás vino a tentarlo y, sabiendo cuán hambriento debía de estar, le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan.”

Jesús respondió: “Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios” (Lucas 4:3-4).

La misión de la Iglesia es proporcionar al hombre ese alimento espiritual al que Jesús se refirió.

Creyendo que esta tierra no fue creada por casualidad, y que nuestra existencia no es fruto del azar, la Iglesia debe ser capaz de informarnos del propósito de tal creación y de por qué estamos aquí en la tierra. En otras palabras, la Iglesia debe responder a estas preguntas vitales:

De dónde venimos:
La Iglesia nos enseña que todos somos hijos espirituales de Dios, el Padre Eterno, y que, por lo tanto, nacemos en este mundo con todos los atributos que posee Dios, el Padre de nuestros espíritus; y que uno de los propósitos de nuestra vida terrenal es desarrollar esos atributos. El apóstol Pablo enseñó esta verdad:

“Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos; ¿por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos?” (Hebreos 12:9).

Ante el pueblo de Atenas, Pablo dijo:

“Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos.
Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres” (Hechos 17:28-29).

La Iglesia nos enseña que hubo un concilio en los cielos cuando se pusieron los fundamentos de esta tierra, antes de que los hijos espirituales de nuestro Padre Celestial vinieran a la tierra; momento en el cual “los hijos de Dios gritaban de gozo” (Job 38:1-7), cuando el plan del Señor para su vida terrenal les fue dado a conocer.

La Iglesia nos enseña que una tercera parte de los hijos espirituales de nuestro Padre Celestial no fueron fieles en su vida preterrenal, y por lo tanto fueron expulsados del cielo y se convirtieron en Satanás y sus ángeles (Apocalipsis 12:4-7).

La segunda pregunta importante que la Iglesia debe responder es:

¿Por qué estamos en la tierra?
En aquel concilio en los cielos, cuando se discutió un plan para la salvación de los hijos de nuestro Padre, leemos:

“Y había entre ellos uno que era semejante a Dios, y les dijo a los que estaban con él: Descenderemos, pues, y tomaremos de estos materiales, y haremos una tierra sobre la cual estos puedan morar;
y los probaremos para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mande;
y a quienes guarden su primer estado, se les añadirá gloria; y a quienes no guarden su primer estado, no se les dará gloria en el mismo reino con aquellos que guardaron su primer estado; y a quienes guarden su segundo estado, se les añadirá gloria sobre sus cabezas para siempre jamás” (Abraham 3:24-26).

Por lo tanto, nosotros, que hemos guardado nuestro primer estado y ahora estamos aquí en la tierra, en nuestro segundo estado, estamos siendo probados para ver si haremos todas las cosas que el Señor nuestro Dios nos mande; porque, al hacerlo, guardaremos nuestro segundo estado y, en consecuencia, se nos añadirá gloria sobre nuestras cabezas para siempre jamás.

Es misión de la Iglesia enseñarnos cómo vivir y qué hacer para asegurarnos de que guardemos nuestro segundo estado.

La tercera pregunta importante que la Iglesia debe responder es:

¿A dónde vamos después de la muerte?
“Hasta donde sabemos, nunca se ha encontrado una tribu tan ignorante, tan baja, tan inculta, que no sostuviera, de alguna manera, la creencia de que hay algo en el hombre que la muerte no puede destruir. ¿Es esto una ilusión o es un susurro del Espíritu Eterno acerca de la inmortalidad del hombre?” (Autor desconocido).

La Iglesia nos enseña que cuando el espíritu del hombre deja el cuerpo, vuelve a Dios que le dio la vida:

“Y entonces acontecerá que los espíritus de aquellos que son justos serán recibidos en un estado de felicidad, que se llama paraíso, un estado de descanso, un estado de paz, donde descansarán de todas sus aflicciones y de todos sus cuidados y pesares.
Y entonces acontecerá que los espíritus de los inicuos, sí, que son malvados… serán arrojados a las tinieblas; allí habrá llanto, lamento y crujir de dientes; y esto a causa de su iniquidad, siendo llevados cautivos por la voluntad del diablo.
… y así permanecerán en este estado, al igual que los justos en el paraíso, hasta el momento de su resurrección” (Alma 40:12-14).

La Iglesia enseña que todos los hombres que han vivido sobre la tierra y han muerto serán resucitados:

“El alma será restituida al cuerpo, y el cuerpo al alma; sí, y cada miembro y coyuntura será restituido a su cuerpo; sí, ni siquiera un cabello de la cabeza se perderá; sino que todas las cosas serán restauradas a su propia y perfecta forma” (Alma 40:23).

La Iglesia enseña que Cristo reinará personalmente sobre la tierra por mil años, y que los justos muertos serán resucitados en Su venida, y aquellos que sean Suyos en Su venida serán arrebatados para recibirlo y serán transformados en un abrir y cerrar de ojos; y el resto de los muertos no volverán a vivir hasta que terminen los mil años.

“Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre estos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años” (Apocalipsis 20:6).

El día final del juicio
El día final del juicio, cuando todos los hombres serán juzgados de acuerdo con sus obras, no llegará sino hasta el fin de los mil años, momento en el cual habrá un cielo nuevo y una tierra nueva, y todos los hombres que hayan vivido sobre la tierra serán asignados a una de las glorias que el Señor ha preparado: el reino celestial (semejante al sol), el reino terrenal (semejante a la luna) y el reino telestial (semejante a las estrellas del cielo).

Esta es solo una breve exposición sobre estas tres preguntas importantes, pero, hasta donde sé, no hay ninguna otra iglesia, organización o institución en el mundo que pueda responder a estas preguntas, salvo la Iglesia restaurada de Jesucristo.

Es interesante la experiencia del élder Widtsoe cuando llegó a Gran Bretaña para presidir la Misión Europea durante la Primera Guerra Mundial. Cuando el oficial de inmigración inglés vio su pasaporte y observó que él era un líder de la Iglesia Mormona, le dijo: “Nada que hacer; hemos estado permitiendo que sus misioneros entren en nuestro país, pero no queremos a ninguno de sus líderes; siéntese.” Pocos minutos después, lo llamó de nuevo y le dijo: “Si le permito entrar en mi país, ¿qué les enseñará a mis compatriotas?” El élder Widtsoe respondió: “Les enseñaré de dónde vinieron; por qué están aquí; y a dónde van.” El oficial le preguntó: “¿Su Iglesia enseña eso?” El élder Widtsoe respondió: “Así es.” “Pues la mía no”, replicó el oficial, y estampó su sello en el pasaporte del élder Widtsoe, diciéndole: “Puede entrar.”

Membresía celestial
Sin este conocimiento revelado que la Iglesia proporciona, ningún hombre podría conocer los requisitos para prepararse para el reino celestial; y ningún hombre con fe y entendimiento podría conformarse con aspirar a algo menos que la membresía en el reino celestial de nuestro Dios.

Sin el conocimiento que la Iglesia ofrece, el hombre sería como un barco en el océano sin timón, sin vela y sin quien lo dirija: podría mantenerse a flote, pero nunca llegaría a puerto. El hombre podría vivir sin alcanzar jamás el propósito de su creación.

La Iglesia enseña que “… los hombres son para que tengan gozo”, y para obtener ese gozo, el Señor ha provisto reglas y normas en Su Iglesia, cuya obediencia asegura el gozo verdadero. Entre esas reglas y requisitos podemos mencionar: los Diez Mandamientos, las Bienaventuranzas, la Palabra de Sabiduría, la Ley de Diezmos, el Sacerdocio —que brinda la oportunidad de servir—, y el desarrollo de los talentos personales.

Hablando de los Diez Mandamientos, me impresionó mucho una experiencia relatada por mi primo, Wilford W. Richards. Mientras viajaba en un tren, entabló conversación con uno de los pasajeros. Su diálogo giró en torno a temas religiosos. Mi primo le preguntó qué opinaba sobre los Diez Mandamientos. Su respuesta fue que no les prestaba mucha atención a esas cosas. La siguiente pregunta fue: “¿Es usted un hombre casado?” Él respondió: “Lo fui, pero ahora estoy divorciado.” “¿Tiene hijos?” Explicó que tenía dos hijas, ambas casadas, que tenían hijos, pero que él no era bienvenido en sus hogares; que antes era dueño de su propio negocio y era muy feliz, pero que comenzó a beber licor y fue infiel a su esposa, y de ahí el divorcio y la actitud de sus hijas; que había perdido su negocio y que en ese momento trabajaba como vendedor viajero para una empresa.

Entonces mi primo le preguntó: “¿Amaba usted a su esposa y a sus hijas?” Él respondió: “Más que a nada en este mundo.” Luego le preguntó: “¿Cree que si hubiera cumplido con los Diez Mandamientos habría perdido su amor?” Su respuesta fue: “Estoy seguro de que no lo habría hecho.” Todas las reglas y mandamientos del Señor se dan para asegurar nuestra felicidad.

El precio de ignorar los mandamientos
Hace algunos años fui invitado a hablar a los reclusos de la Prisión Estatal de Utah. Al final de la reunión, varios de los internos se acercaron para hacer preguntas y conversar. Uno había sido presidente de distrito en la misión; otro había sido secretario de barrio; uno era sobrino de uno de los presidentes de la Iglesia; otro era sobrino de un expresidente del Obispado Presidente; y ninguno de ellos estaría allí si hubiera vivido de acuerdo con los Diez Mandamientos.

Luego fui invitado a regresar y reunirme con el grupo de Alcohólicos Anónimos, y cuando me pidieron hablar, les indiqué que primero quería escucharlos. El hombre a cargo dijo algo así: “Le agradezco a Dios por el privilegio de estar en esta institución, porque antes de venir aquí, yo no servía para mi país, ni para mi iglesia, ni para mi familia. No servía para nada, pero ahora tengo la esperanza de que, cuando sea liberado, seré útil para algo.” Si los hombres de ese grupo hubieran guardado la Palabra de Sabiduría, nunca habrían estado tras las rejas.

Mientras presidía la Misión de los Países Bajos, tuve varias conversaciones con un joven que había experimentado todo lo que las luces brillantes de París podían ofrecer, hasta que llegó a estar hastiado de la vida. Logré que comenzara a leer la Biblia y el Libro de Mormón y a asistir a la iglesia, y esto cambió por completo su vida y su actitud hacia ella. Recuerdo que dijo algo así: “Los árboles parecen más verdes; las flores, más hermosas; el canto de los pájaros, más encantador; de hecho, es como si fuera un mundo diferente.” La alegría y la felicidad solo llegan cuando uno guarda los mandamientos del Señor.

Objetivos transformados
Otra vez, mientras servía como presidente de la Misión de los Países Bajos, uno de los buenos miembros de la rama pasaba frente a la oficina de la misión una tarde, de regreso a casa después de hacer la visita de maestros orientadores, y vio que mi luz estaba encendida. Tocó el timbre y, cuando le abrí la puerta, dijo: “Presidente Richards, mientras venía hacia mi casa vi su luz encendida, y me pregunté si le interesaría saber en qué estaba pensando.” Luego explicó que estaba reflexionando sobre quién era y qué era antes de que los élderes mormones llegaran a su puerta, y quién era y qué era ahora. Dijo: “Simplemente no puedo creer que sea el mismo hombre. Ya no pienso las mismas cosas, no tengo los mismos hábitos, no tengo los mismos ideales ni objetivos por los que vivir; he cambiado tan completamente que no puedo creer que sea el mismo hombre.” Uno solo puede encontrar la verdadera alegría mediante la obediencia a los requisitos del evangelio.

Mientras la hermana Richards y yo recorríamos la Misión Danesa el verano pasado, conocimos en Copenhague a un joven matrimonio que acababa de regresar de un viaje al templo en Suiza. Tenían tres hijos, y ella comentó: “Élder Richards, solo hemos sido miembros de la Iglesia durante seis años, y creemos que solo tenemos seis años de edad, porque no sabíamos cómo vivir ni para qué era la vida hasta que el evangelio nos fue llevado.”

“… Los hombres son para que tengan gozo.”

Gozo por el servicio
Al salir del templo de Londres, un hermano de unos sesenta años me dijo: “Élder Richards, ¿por qué no pude conocer el evangelio hace treinta años, para haber podido pasar mi vida ayudando a edificar el reino de Dios en la tierra?”

Tal gozo y felicidad provienen no solo de guardar los mandamientos del Señor, sino también del servicio que prestamos en la Iglesia. Casi todo misionero mormón fiel testificará que su misión ha sido una de las épocas más felices de su vida.

Un misionero en Holanda que llevaba solo unos meses en el campo misional tuvo el privilegio de bautizar a cinco personas una noche en el Canal del Mar del Norte. De regreso, me rodeó con sus brazos y me dijo: “Presidente Richards, cuando estaba en casa ganaba buen dinero y mis padres no me cobraban alojamiento, así que podía ir a fiestas, bailes y espectáculos siempre que quisiera, pero no cambiaría la experiencia de esta noche por todas las fiestas, espectáculos y bailes a los que he asistido en mi vida.”

Un misionero que trabajó con nosotros en el Sur había jugado en el equipo de baloncesto de la Universidad Brigham Young cuando ganaron el campeonato intermontano. Al dar su testimonio en una reunión en el Sur, dijo que cuando ganaron ese partido, sus amigos literalmente los llevaron sobre sus hombros; que ese había sido el día más feliz de su vida… hasta que entró al campo misional. Luego añadió: “Pero no cambiaría una sola noche como esta, testificando de la misión divina del Redentor del mundo y de Su profeta José Smith, por todos los partidos de baloncesto que he jugado.”

En una conferencia de estaca reciente, un joven misionero, al informar sobre su misión, golpeó el púlpito con el puño y dijo: “No cambiaría las experiencias de mi misión ni por un cheque de un millón de dólares.” Tales son las alegrías que provienen del servicio en la verdadera Iglesia.

El poder espiritual de la Iglesia
Entrevisté a un joven para su misión. Acababa de regresar tras servir dieciocho meses en un campamento militar en Alemania. Me dijo: “Los jóvenes mormones fuimos a ver al capellán principal para ver si podíamos obtener permiso para celebrar nuestras reuniones en la capilla del gobierno. El capellán explicó que le gustaría complacernos, pero que la capilla se usaba constantemente y era imposible dárnosla. Entonces nos dijo que había un salón de clases en el sótano que podíamos usar, y pidió que le diéramos un informe de nuestras reuniones.

Cuando se entregó el primer informe, el capellán dijo: ‘Vaya, deben tener muchos muchachos mormones en esta base.’ Le dijeron que había treinta y cinco. Él respondió: ‘No lo puedo creer, ¿cómo lo hacen? Ustedes tienen más jóvenes asistiendo a sus reuniones de los que yo tengo en las mías, ¡y yo tengo 5,000 jóvenes protestantes bajo mi supervisión!’ Luego añadió: ‘Les diré lo que haremos: sacaremos el salón de clases del sótano y les daremos la capilla.’”

Cuando 5,000 jóvenes protestantes están dispuestos a ceder el lugar a treinta y cinco jóvenes mormones, esa es una prueba tan buena como cualquiera que se pueda pedir del poder espiritual que hay en esta Iglesia.

Las enseñanzas de la Iglesia son sencillas y fáciles de comprender bajo la influencia del Espíritu del Señor. Jesús dijo:

“Te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó” (Lucas 10:21).

Y explicó a los enviados de Juan, que preguntaban si Él era el Cristo, que:

“… a los pobres es anunciado el evangelio” (Lucas 7:22).

El tiempo solo me permite dar una ilustración de mi propia experiencia de lo comprensibles que son, en realidad, las verdades de la verdadera Iglesia.

Mientras presidía la Misión de los Estados del Sur, pronuncié un sermón fúnebre junto al féretro del padre de nuestro presidente de rama. Este presidente de rama era jefe de un departamento en una de las grandes tiendas por departamentos de Atlanta, Georgia. Muchos de los empleados de la tienda asistieron al funeral. El jefe de uno de los departamentos le dijo a nuestro presidente de rama: “Si el élder Richards viene a la tienda, me gustaría conocerlo.”

Así que, cuando tuvimos la oportunidad de encontrarnos, me dijo lo siguiente:

“Hermano Richards, soy un hombre religioso. Asisto a los servicios de mi iglesia todos los domingos. Mis amigos son todos hombres religiosos, y estoy seguro de que, treinta minutos después de que el ministro ha dado su sermón, apenas uno de nosotros podría decirle lo que dijo; todo lo que sabemos es que fue un buen sermón.
Yo lo escuché en ese servicio fúnebre, y ya han pasado tres semanas, pero todavía puedo decirle lo que dijo. Fui a casa y le dije a mi esposa que había escuchado algo que desearía que todo Atlanta pudiera haber escuchado.”

Mi testimonio es que el evangelio restaurado de Jesucristo por medio del profeta José Smith no solo es verdadero, sino que es hermoso, y es fácil de entender para aquellos que tienen hambre y sed de justicia, como dijo Jesús, porque ellos serán saciados. Por lo tanto, nada en este mundo es tan importante para un hijo o hija de Dios como ser un verdadero miembro de la verdadera Iglesia del Señor, andando en Sus caminos y guardando Sus mandamientos.

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