Ven, sígueme Doctrina y Convenios 93

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Doctrina y Convenios 93
25 – 31 agosto: “Recib[ir] de su plenitud”


Contexto histórico

Era mayo de 1833 en Kirtland, Ohio. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días tenía apenas tres años de organizada, y los santos estaban en pleno esfuerzo por establecer tanto las bases espirituales como las institucionales de la nueva fe restaurada. José Smith se encontraba dedicado a la instrucción de los líderes y al desarrollo de lo que más tarde se conocería como la Escuela de los Profetas, un espacio de formación espiritual e intelectual donde los élderes podían aprender doctrina, escritura, idiomas y principios de gobierno divino.

En ese ambiente de preparación e instrucción, José recibió una revelación profundamente doctrinal, que hoy conocemos como Doctrina y Convenios 93. Esta revelación no fue simplemente una exhortación moral o administrativa, sino una enseñanza de gran alcance sobre la naturaleza de Cristo, la relación entre el Padre y el Hijo, y la posibilidad de que el hombre llegue a recibir la plenitud de la gloria de Dios.

El momento histórico es importante: los líderes de la Iglesia se estaban preparando para grandes responsabilidades, entre ellas la construcción de la ciudad de Sion y del templo en Kirtland. Necesitaban comprensión clara acerca de quién era Jesucristo y cómo los hombres podían progresar espiritualmente. Esta revelación vino como respuesta a esa necesidad, ofreciendo enseñanzas únicas sobre el progreso de Cristo “de gracia en gracia” y estableciendo un modelo para toda la humanidad.

Además, Doctrina y Convenios 93 abordó la importancia de la luz y la verdad, conceptos esenciales en la teología de la Restauración, y dio también mandamientos prácticos a ciertos líderes (como a Frederick G. Williams y Sidney Rigdon) relacionados con su deber hacia sus familias, mostrando que la revelación no solo contenía doctrina sublime, sino también aplicaciones concretas en la vida diaria.

Doctrina y Convenios 93 nació en un momento en que la Iglesia estaba consolidando su identidad doctrinal y organizativa. Fue revelada en Kirtland, en un contexto de intensa instrucción espiritual, y vino a dar respuestas sobre la naturaleza eterna del hombre, la autocomprensión de Cristo y la promesa de que los hijos de Dios pueden llegar a ser como Él. Al mismo tiempo, vinculó esas verdades eternas con responsabilidades prácticas y familiares, estableciendo un equilibrio entre lo celestial y lo terrenal.


Doctrina y Convenios 93
Al igual que Jesucristo, yo puedo ser glorificado y recibir de la “plenitud” de Dios.


¿Qué aprendes sobre Él en los versículos 3, 12–13, 21 y 26?

En los primeros versículos de la revelación, específicamente en el versículo 3, se nos enseña que el Salvador es “el mismo que estaba en el principio, el que fue en el mundo y el que estuvo en el mundo”. Aquí se revela su existencia eterna: Jesucristo no es un ser creado en un momento puntual de la historia, sino que siempre ha estado con el Padre, compartiendo Su gloria y divinidad desde antes de la fundación del mundo. Lo que aprendemos de Él es que es eterno, inmutable y real como nuestro Redentor, pues vino al mundo con poder y autoridad divinos.

En los versículos 12 y 13, la revelación nos muestra algo sorprendente: aunque era el Hijo de Dios, Jesús no recibió la plenitud de Su gloria de una sola vez, sino que “recibió gracia sobre gracia” y “continuó de gracia en gracia hasta recibir la plenitud”. Esto nos enseña que incluso el Hijo de Dios pasó por un proceso de crecimiento y aprendizaje, avanzando paso a paso hasta alcanzar la perfección. De Él aprendemos humildad y paciencia: si Jesucristo mismo tuvo que progresar de manera gradual, también nosotros estamos llamados a seguir ese mismo camino de perfeccionamiento.

El versículo 21 añade otra dimensión: “Tú también eres engendrado ahora de mí; de lo mismo que fui yo en el principio”. Aquí el Salvador se coloca como ejemplo y modelo. Nos enseña que así como Él fue engendrado espiritualmente y creció en luz y verdad hasta recibir la plenitud, nosotros también podemos recorrer ese sendero. Este pasaje revela la esperanza y la promesa de la exaltación: no solo admiramos a Cristo como un ser inalcanzable, sino que nos invita a seguirlo en la misma senda.

Finalmente, en el versículo 26, el Señor declara que “la verdad es el conocimiento de las cosas como son, como fueron y como han de ser; y lo que es más, la luz de Cristo”. Aquí comprendemos que Jesucristo no solo es nuestro Redentor, sino también la fuente de toda verdad y luz. Él es quien ilumina nuestra mente y nos guía a la plenitud del conocimiento, y por medio de esa luz podemos llegar a ser glorificados como Él lo fue.

De estos versículos aprendemos que Jesucristo es eterno, que vino al mundo con poder divino, que progresó “de gracia en gracia” hasta recibir la plenitud, y que Él mismo nos invita a seguir ese mismo camino. Su vida nos enseña que el proceso de ser glorificados no es instantáneo, sino un crecimiento continuo en luz y verdad, hasta que un día podamos recibir de la misma plenitud que Él recibió del Padre.

¿Qué verdades similares encuentras sobre ti mismo en los versículos 20, 23 y 28–29?

Versículo 20. El Señor declara que “si guardáis mis mandamientos, recibiréis de su plenitud, y seréis glorificados en mí como yo lo soy en el Padre”.
Aquí descubro una verdad profunda sobre mí: mi vida tiene un destino divino. No estoy en la tierra solo para sobrevivir o acumular logros temporales, sino para avanzar paso a paso, obedeciendo los mandamientos, hasta recibir una plenitud de luz y gloria. Al igual que Cristo creció de gracia en gracia, yo también puedo crecer, y mi futuro más elevado es llegar a compartir la misma gloria que Él posee con el Padre.

Versículo 23. El Señor dice: “Vosotros también estabais en el principio con el Padre; lo que es Espíritu, sí, el Espíritu de verdad”.
Este versículo me recuerda que mi origen no está en este mundo. Antes de nacer, yo existía como espíritu con Dios. Esto me da identidad: no soy un accidente de la biología, sino un ser eterno, con una naturaleza espiritual que proviene del Padre. Mi espíritu tiene una raíz divina, y eso significa que llevo dentro de mí la capacidad de reflejar la verdad y la luz de Cristo.

Versículos 28–29. El Señor enseña que “el hombre estaba en el principio con Dios… el hombre era también en el principio con Dios. La inteligencia, o la luz de verdad, no fue creada ni hecha, ni tampoco lo puede ser”.
Aquí encuentro una verdad extraordinaria: yo soy inteligencia eterna. No hubo un comienzo para la parte más profunda de mí; mi esencia ha existido siempre con Dios. Esto me da una visión más amplia de mi vida: no soy un ser pasajero, sino una chispa eterna de luz. La verdad y la inteligencia que llevo en mi interior forman parte de esa herencia divina que nunca puede ser destruida ni creada de nuevo.

Al juntar estos versículos, descubro una historia personal: soy un ser eterno que existió con Dios desde el principio, que posee inteligencia y luz que no pueden ser destruidas, y cuyo destino es llegar a recibir de la plenitud y gloria del Padre, si vivo en obediencia a Sus mandamientos. Mi vida en la tierra no es un paréntesis sin sentido, sino un proceso de crecimiento espiritual en el que avanzo de gracia en gracia, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, hasta llegar a ser como Él.

Doctrina y Convenios 93: Cristo y Nosotros

Versículos sobre Cristo

Lo que enseña de Cristo

Versículos sobre nosotros

Lo que enseña de nosotros

v. 3

Cristo es la luz de la verdad que llena todo y abarca la creación.

v. 28

Si guardamos los mandamientos, recibimos verdad y luz hasta ser glorificados.

vv. 12–13

Cristo recibió la plenitud gracia sobre gracia; creció en luz y verdad hasta alcanzar la gloria.

v. 20

Nosotros también recibimos de su plenitud gracia sobre gracia, si guardamos los mandamientos.

v. 21

Cristo estuvo “en el principio” con el Padre; es el Primogénito.

v. 23

Nosotros también estábamos en el principio con el Padre, lo que afirma nuestra existencia eterna.

v. 26

Cristo encarna la verdad eterna, conocimiento perfecto de las cosas como son, fueron y serán.

v. 29

Nuestra inteligencia es eterna, no fue creada ni puede ser destruida. Eso nos vincula con la verdad.

  • Cristo: es la luz, la verdad, el Primogénito del Padre, quien progresó hasta recibir toda plenitud.
  • Nosotros: somos seres eternos, con inteligencia divina, que podemos recibir gracia sobre gracia y llegar a ser glorificados como Él.

En otras palabras, lo que Cristo alcanzó, nosotros también podemos alcanzarlo siguiendo Su ejemplo, guardando los mandamientos y recibiendo Su luz y verdad.

Reflexión Personal

Cuando leo estos versículos, comprendo que el camino de Cristo no fue un salto instantáneo hacia la perfección, sino un proceso de crecimiento gracia sobre gracia. Esto me enseña que mi vida también es un proceso: no se espera de mí perfección inmediata, sino un avance constante y fiel. Cada decisión de obedecer, cada esfuerzo por guardar los mandamientos, me llena un poco más de luz y verdad.

El hecho de que “yo también estaba en el principio con el Padre” me recuerda que mi identidad es eterna y divina. No soy un accidente ni un ser pasajero: tengo un origen glorioso y un destino eterno. Eso me da seguridad cuando enfrento pruebas, porque sé que en mi interior hay una inteligencia eterna que no puede ser destruida.

Así como Cristo recibió la plenitud del Padre, yo también estoy invitado a recibir esa misma plenitud. La promesa es clara: si sigo Sus mandamientos, seré glorificado en Él. Esta es una verdad transformadora: no estoy condenado a la mediocridad espiritual, sino destinado a la gloria eterna en Cristo.

Aplicación práctica para mi vida

  1. Paciencia en el progreso: No desanimarme por mis debilidades; recordar que Cristo también progresó paso a paso.
  2. Obediencia constante: Cada mandamiento guardado abre espacio para recibir más luz.
  3. Recordar mi identidad: Al enfrentar dudas o tentaciones, recordar que mi espíritu es eterno y lleva dentro de sí la chispa de la divinidad.
  4. Buscar la verdad: Estudiar las Escrituras y seguir la luz del Espíritu me ayuda a ver las cosas como realmente son.
  5. Esperanza gloriosa: Tener fe de que un día, al igual que Cristo, puedo recibir de la plenitud del Padre.

Cristo me muestra el camino, y yo puedo seguirlo. Cada día, si elijo la luz y la verdad, me acerco más a la plenitud de Dios y a la gloria que Él desea darme.

¿Qué crees que significa recibir “gracia sobre gracia” y continuar “de gracia en gracia”? (Versículos 12–13).

Cuando leo que Cristo “recibió gracia sobre gracia” y que continuó “de gracia en gracia”, me doy cuenta de que el Hijo de Dios no llegó a la tierra con toda la gloria ya en sus manos. Él, siendo perfecto en su naturaleza divina, eligió someterse al mismo proceso que todos nosotros debemos vivir. Aprendió paso a paso, línea sobre línea, y cada vez que fue fiel a la luz recibida, el Padre le dio más luz.

“Gracia sobre gracia” significa un don tras otro, una medida de poder y conocimiento recibida después de la anterior. No es un salto inmediato hacia la perfección, sino un camino progresivo en el que cada experiencia, cada acto de obediencia, abre la puerta a una nueva porción de gloria.

“De gracia en gracia” pinta la imagen de un movimiento continuo. Es como ascender una escalera espiritual: de un peldaño al siguiente, de una etapa a otra. Así como Cristo fue creciendo en sabiduría y estatura hasta recibir la plenitud del Padre, yo también estoy invitado a crecer gradualmente, avanzando de una gracia a otra sin detenerme, confiando en que Dios nunca me pedirá más de lo que puedo dar en el momento presente.

En otras palabras, recibir “gracia sobre gracia” y avanzar “de gracia en gracia” es vivir un proceso de transformación continua, donde la obediencia, la fe y la paciencia me permiten recibir cada vez más luz, hasta que un día pueda ser lleno de la plenitud de Dios como lo fue Cristo.

¿Cómo Dios me ayuda a crecer y aprender?

En esta revelación descubro que Dios no me pide crecer de golpe, sino paso a paso. Así como Jesucristo recibió de la plenitud del Padre gracia sobre gracia, yo también puedo recibir luz y verdad poco a poco, en la medida en que soy obediente y guardo los mandamientos (vv. 20, 28).

Esto me muestra que Dios es un Padre paciente y amoroso: Él me da la luz que necesito en el momento adecuado, y cuando recibo esa luz con fidelidad, me abre la puerta a más luz. Él me ve con una perspectiva eterna, confiando en mi capacidad de progresar y recordándome que mi inteligencia es eterna (v. 29), por lo cual siempre existe dentro de mí la posibilidad de avanzar.

¿Cómo influye esto en la forma en que trato a los demás y a mí mismo?

Saber que Dios me trata con paciencia y me permite crecer poco a poco cambia mi manera de relacionarme:

  • Con los demás: ya no los juzgo por lo que aún no son, sino que aprendo a verlos como seres en proceso, con un potencial eterno. Así como Dios me da oportunidades de crecer, yo también puedo dar espacio, comprensión y aliento a quienes luchan y avanzan paso a paso.
  • Conmigo mismo: dejo de ser tan duro con mis propias debilidades. Reconozco que el camino a la plenitud es progresivo. Puedo ser paciente conmigo, confiando en que cada pequeño esfuerzo cuenta y que, al igual que Cristo, mi perfección llegará “de gracia en gracia”.

¿Qué aprendo acerca de “cómo adorar, y […] qué adoras”? (v. 19)

El Señor enseña que la adoración verdadera no es solo un acto externo, sino un proceso de llegar a ser uno con Dios. Adorar al Padre en verdad significa seguir el modelo de Cristo: buscar recibir de Su plenitud, vivir en obediencia y dejar que Su luz transforme mi vida.

También aprendo que todos adoramos algo o a alguien. Si no adoro al Dios verdadero, puedo terminar adorando cosas pasajeras: el éxito, la opinión de los demás, el placer o incluso mi propio ego. Por eso el Señor me advierte y me enseña que la verdadera adoración consiste en fijar mi corazón en Él, para que al hacerlo pueda recibir más luz y convertirme en lo que Él desea.

Doctrina y Convenios 93 me enseña que Dios me ayuda a crecer gracia sobre gracia, que debo tratar a los demás y a mí mismo con la misma paciencia con la que Él me trata, y que la verdadera adoración consiste en seguir a Cristo y recibir de la plenitud del Padre.


Diálogo entre María y José:

María: José, ¿sabías que en Doctrina y Convenios 93 se enseña que Jesucristo mismo no recibió toda la plenitud de una sola vez, sino que fue “de gracia en gracia”?

José: Sí, lo leí en los versículos 12 y 13. Eso me impresionó mucho. Pensar que hasta el Salvador pasó por un proceso de crecimiento me ayuda a ser más paciente conmigo mismo.

María: Exacto. A veces creemos que debemos ser perfectos de inmediato, pero si Cristo progresó paso a paso, yo también puedo avanzar poco a poco.

José: Y en el versículo 21, Él dice que nosotros también podemos ser engendrados de la misma manera y recorrer el mismo camino. Eso me da esperanza: no solo lo admiro como algo inalcanzable, sino que me invita a seguir su ejemplo.

María: Además, fíjate en el versículo 20: si guardamos los mandamientos, podemos recibir de su plenitud y ser glorificados en Él, igual que Él fue glorificado en el Padre.

José: ¡Eso cambia la perspectiva de nuestra vida! No estamos aquí solo para sobrevivir o buscar éxitos temporales, sino para llegar a recibir la gloria del Padre.

María: Y el versículo 23 me encanta: “Vosotros también estabais en el principio con el Padre”. Me recuerda que no soy un accidente ni algo pasajero; yo ya existía con Dios desde antes.

José: Yo también lo pienso. Y cuando leo en los versículos 28 y 29 que la inteligencia no fue creada ni puede ser destruida, siento que dentro de mí hay algo eterno, una chispa divina que siempre ha existido.

María: Entonces, si Cristo es la fuente de toda verdad y luz (v. 26), al seguirlo y obedecer, puedo recibir cada vez más luz hasta llegar a la plenitud.

José: Eso me ayuda a ser más paciente con los demás también. Todos estamos en proceso de crecer “de gracia en gracia”.

María: Sí, y también a no ser tan dura conmigo misma. Lo importante es avanzar un paso a la vez, confiando en que Dios me dará más luz en el momento adecuado.

José: En resumen, Cristo nos muestra el camino y nos invita a seguirlo. Y lo que Él alcanzó, nosotros también podemos alcanzarlo.


Doctrina y Convenios 93:20–39
La gloria de Dios es luz y verdad

Versículo

Lo que aprendo sobre gloria, luz y verdad

Preguntas para reflexionar

v. 20

Si guardamos los mandamientos recibimos de la plenitud de Cristo y somos glorificados en Él, como Él lo es en el Padre.

¿Cómo puedo vivir los mandamientos hoy para acercarme más a esa plenitud?

v. 21

Así como Cristo fue engendrado espiritualmente y progresó en gloria, yo también puedo seguir ese mismo sendero.

¿Estoy siguiendo el ejemplo de Cristo paso a paso?

v. 23

Yo también estaba en el principio con el Padre, como espíritu de verdad.

¿Cómo me ayuda a vivir el día a día recordar mi identidad eterna?

v. 24

La verdad es saber las cosas como son, como fueron y como serán.

¿Qué fuentes estoy usando para conocer “la verdad”?

v. 26

Jesucristo es la fuente de toda verdad y luz.

¿De qué manera estoy dejando que la luz de Cristo me guíe?

v. 28

Si guardo los mandamientos, recibo más verdad y luz, y soy glorificado en Cristo.

¿Cómo estoy aumentando mi luz personal a través de la obediencia?

v. 29

La inteligencia (o luz de verdad) es eterna, no fue creada ni puede ser destruida.

¿Qué cambia en mi forma de verme al recordar que soy eterno?

v. 30

Todo lo que es gobernado por la ley de Dios permanece en gloria y libertad.

¿Qué libertad encuentro cuando elijo obedecer las leyes divinas?

v. 31

Lo que no recibe la luz es condenado, pues rechaza la gloria de Dios.

¿Qué cosas en mi vida me apartan de la luz y necesito dejarlas?

v. 32

El hombre no puede ser santificado sin aceptar la luz y la verdad.

¿Cómo puedo santificarme cada día por medio de la luz de Cristo?

v. 33

La creación de la tierra y de todo lo que hay en ella es para el beneficio de la humanidad.

¿Estoy reconociendo la creación como una oportunidad para crecer en gloria?

v. 36

La gloria de Dios es la inteligencia, o en otras palabras, luz y verdad.

¿Qué estoy haciendo para aumentar mi inteligencia espiritual?

v. 37

Toda persona que recibe luz y verdad las recibe por medio de Cristo.

¿Estoy buscando más luz directamente en el Salvador?

v. 39

Satanás procura cegar al mundo y apartarlo de la luz y la verdad.

¿Reconozco las formas en que Satanás intenta engañarme y oscurecer mi entendimiento?

1) El destino divino del discípulo: ser glorificado en Cristo (v. 20)

El Señor declara que si guardamos Sus mandamientos, recibiremos de Su plenitud y seremos glorificados en Él, así como Él es glorificado en el Padre. Esto coloca nuestro propósito eterno en el centro: no hemos venido solo a “portarnos bien”, sino a recibir luz, verdad e inteligencia hasta participar de la plenitud divina. La obediencia no es una lista mecánica; es una llave que abre paso a más luz. Cada acto fiel amplía nuestra capacidad de recibir la vida y la gloria de Dios.

2) El modelo del progreso: “de gracia en gracia” aplicado a nosotros (v. 21, eco de vv. 12–13)

Cristo es el patrón del crecimiento. Si Él progresó “de gracia en gracia”, nuestro camino también es gradual, paciente y continuo. D&C 93 nos libra de la ansiedad de la perfección inmediata: Dios trabaja por procesos. Nuestra fe consiste en dar el siguiente paso hoy, sabiendo que la luz que recibimos hoy prepara la capacidad para recibir más mañana.

3) Identidad eterna: estábamos “en el principio” con el Padre (v. 23)

El Señor enseña que nuestro origen es eterno: “vosotros también estabais en el principio con el Padre; lo que es Espíritu, sí, el Espíritu de verdad”. No somos accidentales ni meramente biológicos; somos espíritus eternos. Esta verdad redefine la autoestima y la esperanza: nuestra vida tiene raíz divina y un destino glorioso. Cuando recordamos quiénes somos, elegimos mejor qué adoramos y a quién seguimos.

4) Qué es la verdad y quién la encarna (vv. 24, 26, 37)

La revelación define la verdad como “el conocimiento de las cosas como son, como fueron y como han de ser” (v. 24). Esta definición protege contra dos errores comunes:

  • Reducir la verdad a opinión popular o a conveniencia del momento.
  • Fragmentarla en datos sueltos sin referencia a Dios.

Además, se afirma que Cristo es la fuente de toda luz y verdad (vv. 26, 37). Buscar la verdad sin Cristo es como querer luz sin sol. La luz de Cristo no solo informa la mente, sino que transforma el corazón, santifica las intenciones y ordena la vida hacia Dios.

5) El principio de incremento: obediencia → más luz (v. 28)

El versículo 28 muestra el círculo virtuoso del discipulado: quien guarda los mandamientos recibe más luz y verdad, y en ese proceso es glorificado en Cristo. La revelación describe una pedagogía divina: Dios nos da luz suficiente para el paso siguiente, y la fidelidad a esa luz ensancha el alma para nuevos dones. Es “gracia sobre gracia”: don tras don, claridad tras claridad, hasta la plenitud.

6) La inteligencia es eterna (v. 29) y el papel de la ley (vv. 30–33)

Dios declara que “la inteligencia, o la luz de verdad, no fue creada ni hecha, ni puede serlo” (v. 29). En lo más profundo, somos eternos y estamos hechos para permanecer. ¿Cómo permanecemos? Los vv. 30–33 enseñan que lo que se rige por la ley de Dios permanece en gloria y libertad. La ley divina no es una cerca que encierra; es el orden que hace posible la vida en plenitud. Fuera de esa ley, la existencia se desordena y se apaga. Dentro de ella, florece.

Además, el v. 33 recuerda que la creación fue hecha “para el beneficio del hombre”. El mundo no es un estorbo para la santidad, sino un taller de crecimiento: relaciones, talentos, trabajo, servicio y pruebas se vuelven materias con las que el Señor forja nuestra semejanza con Él.

7) La gloria de Dios definida: inteligencia = luz y verdad (v. 36)

El versículo 36 transparenta el corazón de la revelación: “La gloria de Dios es la inteligencia, o en otras palabras, luz y verdad”. La gloria de Dios no es algo místico y lejano; es Su plenitud de conocimiento, pureza, amor, poder y vida que Él comparte con Sus hijos. Crecer en inteligencia (en sentido espiritual) es crecer en gloria.

8) Advertencia sobria: el proyecto de las tinieblas (v. 39)

Por último, el Señor advierte que “Satanás procura cegar al mundo y apartarlo de la luz y la verdad”. La ceguera espiritual raramente llega de golpe; suele avanzar por distracciones, autoengaños, orgullo, comodidad, o reemplazando la verdad por sucedáneos “prácticos”. D&C 93 nos llama a discernir: ¿qué voces aumentan mi luz? ¿Cuáles la disminuyen?

Hilos que lo unen todo

  • Identidad: espíritus eternos, “en el principio” con el Padre.
  • Camino: obediencia que abre paso a más luz (“gracia sobre gracia”).
  • Meta: ser glorificados en Cristo, participando de la plenitud del Padre.
  • Medio: Cristo como fuente de luz y verdad; Su ley como orden vivificante.
  • Riesgo: la ceguera espiritual que sustituye la luz por sombras persuasivas.

1. ¿Qué encuentro en esos versículos que me inspire a buscar más luz y verdad?

En Doctrina y Convenios 93:20–39 descubro que la luz y la verdad no se reciben de una sola vez, sino poco a poco, de gracia en gracia. Esto me inspira porque me recuerda que Dios no espera perfección inmediata de mí, sino fidelidad en lo que ya sé. Cada paso de obediencia abre la puerta a más luz. Me anima a seguir adelante aun con mis debilidades, porque el proceso mismo de crecer es parte del plan. Además, me inspira el saber que mi inteligencia es eterna (v. 29): eso significa que siempre hay dentro de mí capacidad para recibir más verdad y acercarme más a Dios.

2. ¿Por qué las palabras luz y verdad son buenos títulos para Jesucristo?

  • En Juan 8:12, Cristo dice: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. Esto enseña que Él es quien ilumina nuestro camino, da dirección y disipa la confusión.
  • En Juan 14:6, declara: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida”. Aquí no solo enseña la verdad, sino que Él es la verdad personificada. En Cristo vemos la realidad de las cosas “como son, como fueron y como han de ser” (DyC 93:24).

Por eso luz y verdad describen perfectamente al Salvador:

  • Luz, porque ilumina la mente, da esperanza y guía el camino.
  • Verdad, porque en Él se encuentra la realidad eterna, sin engaño ni error.
  1. ¿De qué forma influyen en mi vida estas verdades?

Influyen en que:

  • Soy paciente conmigo mismo: si Cristo creció de gracia en gracia, yo también puedo avanzar paso a paso, sin desesperarme.
  • Busco la verdad en Cristo: no en opiniones cambiantes o en cosas pasajeras, sino en Su palabra, Sus mandamientos y la guía del Espíritu.
  • Me siento seguro de mi identidad eterna: sé que no soy un accidente, sino un ser eterno con luz divina dentro de mí.
  • Trato mejor a los demás: al verlos como inteligencias eternas en proceso, aprendo a ser más comprensivo y paciente.
  • Encuentro propósito en la obediencia: guardar los mandamientos deja de ser un deber vacío y se convierte en el camino para recibir más luz, hasta un día ser glorificado en Cristo.

En resumen: estos versículos me motivan a buscar siempre más luz y verdad en Cristo, porque Él es el único que puede guiarme de la oscuridad a la plenitud.

En Doctrina y Convenios 93 encuentro que mi destino eterno está íntimamente ligado a recibir luz y verdad.

En el versículo 20, el Señor me promete que si guardo Sus mandamientos, recibiré de Su plenitud y seré glorificado en Él, así como Él lo es en el Padre. Esto me enseña que la gloria eterna no es algo lejano o abstracto, sino el resultado natural de mi obediencia diaria. Cada mandamiento guardado abre un espacio en mí para recibir más luz, y esa luz me acerca a la plenitud de Cristo.

El versículo 22 lo reafirma al decir que he sido engendrado espiritualmente por Cristo y que, si permanezco en Él, recibiré la plenitud del Padre. Permanecer en Cristo significa permanecer en Su luz, dejar que Su verdad moldee mis decisiones y me sostenga en mis luchas.

El versículo 28 me muestra cómo ocurre ese proceso: al guardar los mandamientos, recibo más verdad y luz hasta que, finalmente, soy glorificado en la verdad y llego a saber todas las cosas. Aquí comprendo que la glorificación no llega de golpe, sino como un crecimiento constante, de gracia en gracia, hasta que mi vida esté llena de la misma luz que habita en Dios.

Finalmente, en los versículos 33 al 35, el Señor revela el corazón de todo esto: el hombre fue creado para tener gloria, y la gloria de Dios es inteligencia, es decir, luz y verdad. Eso significa que mi destino eterno no es solo “vivir para siempre”, sino vivir en la plenitud de la luz, participar de la inteligencia divina y reflejar la verdad de Dios en todo lo que soy.

Así descubro que mi futuro eterno está tejido con cada decisión que tomo hoy para aceptar más luz. La gloria prometida, la plenitud del Padre y la vida eterna en Cristo están directamente relacionadas con cuánto me dejo iluminar por Su verdad. En otras palabras, buscar luz ahora es adelantarme a la gloria que un día recibiré en plenitud.

Comentario:

Esta revelación abre una ventana profunda a la doctrina de la gloria, la luz y la verdad, mostrándonos no solo quién es Cristo, sino también quiénes somos nosotros y cuál es nuestro destino eterno. Nos enseña que Jesucristo, aun siendo el Hijo de Dios, eligió progresar paso a paso, “de gracia en gracia”, hasta recibir la plenitud del Padre. Ese patrón no es solo un relato sobre Él, sino una invitación directa a nosotros: recorrer el mismo sendero de crecimiento paciente y constante.

En este capítulo aprendemos tres verdades centrales:

  1. Identidad eterna: no comenzamos en la tierra; nuestro origen está con Dios desde el principio, y nuestra inteligencia es eterna e indestructible.
  2. Proceso divino de crecimiento: la exaltación no es un don instantáneo, sino un proceso de obediencia y fidelidad que nos permite recibir más luz y verdad, gracia tras gracia.
  3. Destino glorioso: al seguir a Cristo y guardar Sus mandamientos, podemos ser glorificados en Él, participar de Su plenitud y llegar a reflejar la gloria del Padre.

El poder de este mensaje es transformador. Nos ayuda a ser pacientes con nuestras debilidades, comprensivos con los demás y confiados en que Dios no nos exige perfección inmediata, sino progreso constante. También redefine nuestra adoración: no es solo un rito externo, sino un compromiso de seguir a Cristo y recibir de Su luz, dejando que Su verdad moldee nuestro ser.

En conclusión, Doctrina y Convenios 93 revela que la gloria de Dios —luz e inteligencia— no es inalcanzable ni reservada para unos pocos, sino la herencia prometida a todos Sus hijos fieles. Lo que Cristo alcanzó, también nosotros podemos alcanzarlo si permanecemos en Él. La vida mortal, con sus pruebas y aprendizajes, es el escenario donde, paso a paso, recibimos más luz, hasta que un día podamos ser glorificados en la misma plenitud del Padre.

Doctrina y Convenios 93 me recuerda que no debo exigirme perfección inmediata, sino fidelidad constante. Así como Cristo progresó “de gracia en gracia”, yo también puedo avanzar paso a paso, recibiendo cada día más luz al guardar los mandamientos. Recordar que soy un ser eterno, con inteligencia divina y un destino glorioso, me da paciencia conmigo mismo y comprensión hacia los demás. En lo cotidiano, adorar a Dios significa dejar que Su luz guíe mis decisiones y transforme mi vida. Si me esfuerzo por recibir y seguir esa luz hoy, me acerco un poco más a la plenitud y gloria que el Padre ha prometido.


Doctrina y Convenios 93:40–50
“Pon tu propia casa en orden”.


En estos versículos el Señor habla directamente a José Smith y a otros líderes de la Iglesia, recordándoles una verdad fundamental: antes de presidir, enseñar y dirigir a otros, deben gobernar y ordenar bien su propio hogar. La frase “pon tu propia casa en orden” no se refiere únicamente a mantener disciplina familiar o a organizar asuntos materiales, sino a un principio profundamente espiritual. El hogar es el primer lugar donde se aplica el evangelio, donde se aprende a vivir la verdad y donde se prueba la coherencia entre lo que se predica y lo que se vive.

El Señor declara que los hijos de los líderes estaban creciendo “en la incredulidad” porque no se les había enseñado “la luz y la verdad” (v. 42). Esto demuestra que ninguna posición o llamamiento en la Iglesia sustituye la responsabilidad personal de instruir a los hijos. El orden en el hogar se logra cuando los padres ponen en primer lugar su rol divino de enseñar el evangelio, cultivar la fe y dar ejemplo de rectitud. No se trata de imponer, sino de guiar con amor, paciencia y constancia.

Además, este pasaje conecta el principio familiar con la adoración verdadera: no basta adorar en el templo o en la reunión sacramental; el hogar mismo debe convertirse en un lugar santo donde el Espíritu de Dios more. El orden doméstico es la base del orden eclesiástico y social, porque la Iglesia y la sociedad se sostienen en la fortaleza espiritual de las familias.

Finalmente, la instrucción “pon tu propia casa en orden” también es un llamado a la integridad personal: no se puede ser coherente en el liderazgo si el hogar contradice el mensaje que se predica. El Señor no busca perfección instantánea, sino esfuerzos sinceros y constantes por enseñar y vivir la luz de Cristo en lo cotidiano del hogar.

Doctrina y Convenios 93:40–50 enseña que el verdadero liderazgo comienza en el hogar. Ordenar la propia casa significa enseñar a los hijos, dar ejemplo de fe, y hacer del hogar un centro de luz y verdad. Solo cuando la familia se edifica sobre Cristo se puede extender esa influencia al servicio de la Iglesia y de la sociedad. El mensaje es claro y atemporal: la obra de Dios avanza desde el hogar hacia el mundo, y cada discípulo está llamado a comenzar poniendo su propia casa en orden.

Cuando el Señor manda en Doctrina y Convenios 93:43: “Pon tu propia casa en orden”, deja claro que el enfoque no está en lo externo, como limpiar un armario o acomodar una alacena, sino en lo esencial: enseñar y aprender “la luz y la verdad” (v. 42). Esa instrucción invita a examinar cómo estamos guiando nuestra vida familiar y personal en dirección al evangelio.

Desafíos

A veces, el desafío consiste en las distracciones del mundo: las responsabilidades laborales, los estudios o el uso excesivo de la tecnología pueden robar el tiempo destinado a enseñar y conversar sobre el evangelio en casa. Otro obstáculo frecuente es la inconstancia espiritual: oraciones familiares que se hacen con apuro, escrituras que se leen sin verdadera reflexión, o incluso momentos de tensión en los que cuesta modelar el amor de Cristo. También enfrentamos la resistencia natural: hijos que no siempre están receptivos, o uno mismo que lucha con la falta de paciencia o energía para enseñar de manera constante.

Ayuda en las verdades de DyC 93

En medio de esos desafíos, Doctrina y Convenios 93 ofrece verdades que fortalecen. Una de ellas es que Cristo mismo creció de gracia en gracia (vv. 12–13). No se nos exige perfección inmediata en nuestro hogar; se nos invita a avanzar paso a paso, enseñando y aprendiendo con paciencia. También aprendemos que la gloria de Dios es inteligencia, o en otras palabras, luz y verdad (v. 36). Cada esfuerzo por enseñar el evangelio, aunque parezca pequeño, añade luz en el hogar y protege a los hijos contra la incredulidad (vv. 39, 42).

Finalmente, el recordatorio de que cada alma es preciosa ante Dios ayuda a ver el hogar como un campo sagrado donde se cultivan esas almas. Ordenar la casa, en el sentido del Señor, es cultivar corazones dispuestos a recibir Su luz.

Este mandamiento me lleva a preguntarme: ¿estoy dedicando tiempo de calidad a enseñar el evangelio en mi casa?, ¿mi ejemplo refleja la luz que deseo transmitir?, ¿estoy dispuesto a crecer “de gracia en gracia” junto a mi familia?

“Pon tu propia casa en orden”

Versículo

Principio o enseñanza

Explicación enfocada en el hogar

Aplicación práctica

v. 40

“Criaréis a vuestros hijos en la luz y la verdad”

La responsabilidad central de los padres es enseñar el evangelio y guiar a sus hijos en rectitud.

Dar ejemplo de oración, estudio de las Escrituras y obediencia; crear un ambiente de fe en el hogar.

v. 41

“No pecaréis en contra de vuestros hijos”

Descuidar la enseñanza espiritual de los hijos es una falta grave. El silencio o la indiferencia alimentan la incredulidad.

No posponer ni delegar la instrucción espiritual; dedicar tiempo regular a hablar de Cristo en casa.

v. 42

“Vuestros hijos crecen en la incredulidad”

El Señor advierte que, si los padres no cumplen su rol, los hijos pueden alejarse de la fe.

Detectar influencias negativas y contrarrestarlas con luz, verdad y testimonio.

v. 43

“Pon tu propia casa en orden”

El mandamiento va más allá de lo material: es un llamado a ordenar la vida familiar en torno a Dios y Su evangelio.

Revisar prioridades: ¿hay más orden en la agenda, redes o trabajo que en lo espiritual del hogar?

v. 44–45

“Sustentarás a tu familia”

El liderazgo espiritual incluye proveer sustento material y espiritual.

Equilibrar responsabilidades temporales y espirituales para el bienestar integral de la familia.

v. 46

“Mis siervos no siempre se cuidan… de enseñar a sus hijos”

Incluso los líderes pueden descuidar su primera responsabilidad: la familia.

Recordar que el llamamiento en la Iglesia nunca sustituye el deber en el hogar.

v. 47

“Debes reprenderles tiernamente”

Corregir con amor y firmeza, sin dureza ni negligencia.

Practicar disciplina justa, con paciencia, ejemplo y palabras que edifiquen.

v. 48–49

“Criarlos en el temor de Dios”

Criar en el temor de Dios significa enseñar reverencia y respeto hacia lo sagrado.

Fomentar la reverencia en la oración, la adoración y el uso del lenguaje en casa.

v. 50

“Mandaré que se arregle lo que está mal”

El Señor asegura que corregirá y dará dirección a quienes estén dispuestos a ordenar su vida.

Buscar Su guía mediante revelación personal y familiar; hacer ajustes con humildad.

“Poner la casa en orden” es una invitación divina a dar prioridad al evangelio en el hogar. Implica enseñar luz y verdad, criar en rectitud, corregir con ternura, y ser ejemplos de fe. El orden familiar espiritual es el fundamento del orden personal, eclesiástico y social.

Reflexiones sobre la enseñanza del élder Bednar

  1. La fuerza de lo ordinario y constante
    El élder Bednar enseña que las prácticas espirituales diarias en el hogar —oración familiar, estudio de las Escrituras, noches de hogar— pueden parecer pequeñas y hasta rutinarias, pero en realidad son las “pinceladas” que, acumuladas con el tiempo, forman una obra maestra espiritual. Esto nos recuerda que el crecimiento espiritual no suele venir de experiencias extraordinarias aisladas, sino de la constancia en lo ordinario.
  2. Visión amplia vs. visión limitada
    Cuando uno se enfoca solo en una pincelada, parece insignificante; pero al tomar distancia, se revela un hermoso paisaje. De igual manera, cuando vemos nuestras prácticas diarias desde la perspectiva eterna, entendemos que cada esfuerzo, aunque sencillo, tiene un lugar en el plan de Dios. La paciencia y la perspectiva son claves: lo que parece pequeño hoy se convertirá en grande con el tiempo.
  3. La constancia como principio celestial
    El versículo citado por el élder Bednar (DyC 64:33) refuerza la idea de que las “cosas pequeñas” producen las grandes. La constancia es el puente entre nuestras acciones diarias y los grandes resultados espirituales. No es suficiente ser esporádicos en el discipulado; lo que realmente edifica el carácter y fortalece el hogar es la perseverancia.
  4. El hogar como lienzo del discipulado
    Al comparar las pinceladas con la vida en el hogar, el élder Bednar nos recuerda que la espiritualidad comienza en casa. El discipulado no es algo reservado para los domingos o para experiencias aisladas en el templo, sino que se construye en la mesa del comedor, en la sala familiar, en los pequeños actos diarios que invitan al Espíritu.

La metáfora del campo de trigo nos enseña a valorar la constancia sobre lo espectacular. El evangelio nos invita a vivir fielmente en lo cotidiano, confiando en que cada oración, cada lectura de las Escrituras y cada acto sencillo de fe se suman a un cuadro eterno que Dios está pintando en nuestra alma y en la de nuestra familia. El desafío es no cansarse de hacer lo bueno, aunque no siempre veamos resultados inmediatos. Al perseverar, descubriremos que de esas pequeñas pinceladas surge una obra maestra de santidad y amor.

Conclusión

Doctrina y Convenios 93:40–50 nos recuerda que el evangelio comienza en el hogar y que la primera responsabilidad de todo discípulo, incluso de los líderes, es ordenar su propia casa conforme a la luz y la verdad. El mandato de “poner la casa en orden” no es un asunto meramente material, sino un llamado a edificar un hogar donde Cristo sea el centro, donde se enseñe con constancia, se corrija con ternura y se viva con coherencia.

El Señor establece que el verdadero liderazgo se mide en la vida familiar: antes de presidir a muchos, hay que ser fiel en lo pequeño, en la crianza de los hijos, en el ejemplo cotidiano y en la adoración en el hogar. Así, lo doméstico se convierte en lo sagrado, y la familia en un templo donde mora el Espíritu.

Aunque los desafíos de la vida moderna —las distracciones, la prisa, la tecnología o la falta de constancia— puedan entorpecer este mandato, el Señor no pide perfección instantánea, sino un avance “de gracia en gracia”, paso a paso. Cada oración, cada lectura de las Escrituras, cada conversación sincera sobre Cristo son pinceladas que, acumuladas con el tiempo, forman la obra maestra de la santidad en el hogar.

En última instancia, poner en orden la propia casa es preparar el terreno para que la luz de Cristo ilumine no solo a la familia, sino también a la Iglesia y a la sociedad. La obra de Dios avanza desde el interior del hogar hacia el mundo, y el Señor promete que guiará y corregirá a quienes humildemente se esfuercen por hacer de su casa un lugar de fe, amor y verdad.


Relato: El hogar de los Thompson

Era un domingo por la noche en la pequeña casa de los Thompson. Después de un largo día de reuniones en la Iglesia, el hermano Thompson, obispo de barrio, se sentía agotado. Había dedicado horas a entrevistas, a visitar familias y a atender a los miembros que buscaban consejo. Sin embargo, al entrar a su hogar, vio a sus hijos dispersos: uno estaba frente al televisor, otro encerrado en su habitación con audífonos, y la más pequeña jugaba sola en la sala.

Su esposa, cansada también, lo miró con cierta preocupación y le dijo suavemente:
—Querido, siento que a veces damos lo mejor de nosotros a todos los demás, y lo que queda para nuestros hijos es solo nuestra prisa y cansancio.

Esa noche, mientras se preparaba para descansar, el hermano Thompson abrió sus Escrituras y sus ojos cayeron en Doctrina y Convenios 93:43: “Pon tu propia casa en orden.” Aquellas palabras lo tocaron como si fueran escritas para él en ese preciso instante. Sintió un dolor en el corazón: ¿cómo podía pedir a su barrio vivir el evangelio si sus propios hijos estaban creciendo sin recibir plenamente la luz y la verdad en casa?

Al día siguiente, reunió a su familia. No fue un discurso largo, ni un regaño. Con voz sincera, confesó:
—He estado muy ocupado con mi llamamiento y he descuidado lo más sagrado: nuestra familia. Les pido perdón. A partir de hoy, haremos cambios.

No fue fácil. Al principio, las oraciones familiares eran cortas y torpes. El estudio de las Escrituras parecía más una lucha contra el sueño que una experiencia espiritual. Hubo resistencia, incluso quejas de los hijos mayores. Pero, poco a poco, las pequeñas “pinceladas” fueron llenando el lienzo: una conversación espiritual en la cena, una canción entonada juntos antes de dormir, una historia del Salvador que conmovía a los más pequeños.

Pasaron los meses, y el hogar comenzó a transformarse. Los hijos se acercaron más entre sí, la risa volvió a la mesa y el Espíritu se hizo más presente. El hermano Thompson aprendió que no era cuestión de perfección inmediata, sino de constancia, de crecer “de gracia en gracia”, como el propio Señor.

Con el tiempo, entendieron todos que la verdadera obra de Dios no empezaba en la oficina del obispo ni en el salón sacramental, sino en la sala de su propio hogar. Allí, en lo ordinario y cotidiano, la familia estaba siendo preparada para la eternidad.

Este relato ilustra cómo el mandamiento de “poner la casa en orden” no es solo un consejo antiguo, sino una invitación viva y actual: enseñar con paciencia, guiar con amor y hacer del hogar un templo donde la luz y la verdad resplandezcan.

Parábola: El farol apagado

Había un hombre que dedicaba todas sus fuerzas a iluminar las calles de su pueblo. Cada noche revisaba faroles, reparaba lámparas y encendía luces para que otros caminaran seguros. Sin embargo, un día, al volver a su casa, se dio cuenta de que su propio farol estaba apagado.

Sus hijos tropezaban en la oscuridad, y su esposa, cansada, trataba de mantener una pequeña vela encendida. El hombre sintió dolor en su corazón, pues comprendió que de nada servía dar luz al pueblo si su propia casa quedaba en tinieblas.

Entonces decidió comenzar de nuevo: primero encendió su farol en casa, enseñó a sus hijos a cuidarlo, y juntos aprendieron a mantener viva la llama. Con el tiempo, aquella luz se extendió y, al salir cada noche, el hombre ya no encendía faroles solo en el pueblo, sino que llevaba consigo la luz que había nacido en su hogar.

El verdadero liderazgo comienza en casa. Solo quien pone en orden su propio hogar puede iluminar al mundo con la luz de Cristo.


Un análisis de Doctrina y Convenios Sección — 93

Dándole Sentido a Doctrina y Convenios — 93

Discusiones sobre Doctrina y Convenios – Luz y Verdad – DyC 90–93

“Él recibió… gracia sobre gracia” (DyC 93:12) por Bryce L. Dunford

Doctrina y Convenios 93: Cómo y Qué Adoramos por Craig James Ostler

Iluminando el Texto de D.y C. a través del Evangelio de Juan por Nicholas J. Frederick

Luz, Verdad y Gracia Tres Temas de la Salvación (D&C 93) Richard D. Draper

La luz física y la Luz de Cristo por David A. Grandy

El Discurso de King Follett ¿Culminación o Aspecto Periférico?

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