¿Qué han dicho los líderes de la Iglesia acerca de Doctrina y Convenios 93?

¿Qué han dicho los líderes de
la Iglesia acerca de D. y C. 93?


“El arrepentimiento: la llave del progreso espiritual”

“El arrepentimiento es requerido de toda persona responsable que desee la gloria eterna. No hay excepciones. En una revelación al profeta José Smith, el Señor reprendió a los primeros líderes de la Iglesia por no enseñar el evangelio a sus hijos (véase Doctrina y Convenios 93:40–48). El arrepentimiento es la clave del progreso. La fe pura nos mantiene avanzando en la senda de los convenios”.

— Presidente Russell M. Nelson, Conferencia General de abril de 2022, “El poder del impulso espiritual”

Las palabras del presidente Russell M. Nelson nos recuerdan una verdad esencial en el plan de salvación: el arrepentimiento no es una opción secundaria ni un recurso ocasional, sino un requisito indispensable para toda persona que aspire a la gloria eterna. No existe excepción, pues todos, en algún momento, hemos errado y necesitamos del poder redentor de Jesucristo. En este principio se manifiesta la justicia y la misericordia de Dios: justicia, porque la obediencia es necesaria; misericordia, porque el arrepentimiento abre la puerta al perdón y a una nueva oportunidad de avanzar.

La revelación en Doctrina y Convenios 93:40–48, en la que el Señor reprendió a los primeros líderes de la Iglesia por no enseñar a sus hijos, muestra que el arrepentimiento también se vincula con la responsabilidad de guiar a otros en la senda de la verdad. El arrepentimiento no solo limpia, sino que reorienta; corrige el rumbo y nos impulsa a enseñar y vivir de acuerdo con los convenios. Así, se convierte en la clave del progreso personal y familiar, porque nos devuelve al camino del discipulado verdadero.

La fe, por su parte, es el motor que nos impulsa a mantenernos firmes en la senda del convenio. Sin fe en Cristo, el arrepentimiento carecería de poder transformador; pero cuando se combinan la fe pura y el arrepentimiento sincero, el alma se llena de luz y se acerca más a la gloria de Dios. En definitiva, este llamado del profeta es un recordatorio de que el verdadero impulso espiritual se obtiene al caminar en la senda del arrepentimiento constante, sostenidos por la fe que nunca deja de mirar hacia Jesucristo.


“Criar hijos en luz y verdad: identidad y propósito divinos”

“Cómo ‘criar a [nuestros] hijos en luz y verdad’ (Doctrina y Convenios 93:40) puede ser una pregunta desafiante, ya que se individualiza para cada familia y cada hijo, pero el Padre Celestial nos ha dado pautas universales que nos ayudarán. El Espíritu nos inspirará en las maneras más eficaces en que podemos inmunizar espiritualmente a nuestros hijos.

“Para empezar, tener una visión de la importancia de esta responsabilidad es esencial. Debemos comprender nuestra —y su— identidad y propósito divinos antes de poder ayudar a nuestros hijos a ver quiénes son y por qué están aquí. Debemos ayudarles a saber sin duda alguna que son hijos e hijas de un amoroso Padre Celestial y que Él tiene expectativas divinas para ellos.”

— Hermana Joy D. Jones, entonces Presidenta General de la Primaria, Conferencia General de abril de 2017, “Una generación resistente al pecado”

La enseñanza de la hermana Joy D. Jones parte de una verdad revelada en Doctrina y Convenios 93:40: el deber sagrado de criar a los hijos en “luz y verdad”. Aunque esta responsabilidad se adapta a las circunstancias únicas de cada familia y cada niño, el Señor ha provisto principios eternos que guían a los padres en su labor. El Espíritu Santo es el acompañante indispensable en este proceso, pues solo a través de su influencia podemos discernir cómo proteger e inspirar a cada hijo en sus desafíos personales.

La base de esta crianza espiritual es la visión clara de la identidad divina. Antes de enseñar, los padres deben comprender profundamente que ellos mismos —y sus hijos— son hijos de un amoroso Padre Celestial, enviados a la tierra con un propósito eterno. Cuando un niño sabe quién es y por qué está aquí, se fortalece contra las tentaciones del mundo y desarrolla una fe firme que lo sostiene en medio de pruebas. Esa identidad se convierte en un escudo espiritual que lo inmuniza contra el pecado y le recuerda constantemente que tiene expectativas divinas que cumplir.

De este modo, la crianza en “luz y verdad” no consiste solo en normas externas, sino en cultivar una visión interna, una convicción en el corazón de los hijos de que pertenecen a Dios y están destinados a algo grande. Así, cada hogar se convierte en un lugar de revelación y preparación, donde los padres ayudan a sus hijos a caminar hacia su destino eterno con confianza y rectitud.


“Criar en luz y verdad mediante las Escrituras”

“Doctrina y Convenios 93:39–40 enseña: ‘Y aquel inicuo viene y arrebata la luz y la verdad, por medio de la desobediencia, de los hijos de los hombres, y a causa de la tradición de sus padres.

“‘Mas yo os he mandado que criéis a vuestros hijos en luz y verdad.’

“Al leer las Escrituras, puedo tener la seguridad de que sabré la ‘luz y la verdad’ que me bendecirán a mí y a mi familia. A medida que sé lo que debo hacer, puedo esforzarme por alinear mis acciones —mis ‘tradiciones’— con lo que sé. Entonces mi ejemplo no apartará a mis hijos, sino que los llevará a las Escrituras y a la verdad que allí se encuentra.”

— Hermana Cheryl C. Lant, entonces Presidenta General de la Primaria, Conferencia General de octubre de 2005, “Mi alma se deleita en las Escrituras”

Las palabras de la hermana Cheryl C. Lant nos recuerdan la relevancia eterna de la instrucción dada en Doctrina y Convenios 93:39–40. El Señor advierte que el adversario, por medio de la desobediencia y las tradiciones erradas, roba la luz y la verdad de los corazones. Sin embargo, ofrece el antídoto: que los padres críen a sus hijos en la verdad revelada, la cual se encuentra en las Escrituras y se fortalece mediante la obediencia al Evangelio.

Este pasaje resalta la responsabilidad individual y familiar de velar por la fuente de nuestras tradiciones. No todas las costumbres humanas conducen a la salvación; algunas, aunque bien intencionadas, pueden oscurecer la visión espiritual. Por ello, el mandamiento divino es claro: nuestras “tradiciones” deben alinearse con la luz y la verdad de la palabra de Dios. Cuando un padre o madre vive las enseñanzas de las Escrituras y ajusta su vida a ellas, establece un ejemplo que no aparta, sino que guía a los hijos hacia Cristo.

Así, la crianza en luz y verdad no es un proceso pasivo, sino un esfuerzo consciente y constante. Es decidir cada día beber de las Escrituras, recibir revelación y transmitirla a la familia, de manera que el hogar se convierta en un lugar donde la tradición más fuerte sea la fidelidad a Dios. De esa manera, el círculo vicioso de tradiciones que apartan se rompe, y comienza un legado de fe, verdad y rectitud que bendice a las generaciones.


“Poner en orden nuestro hogar: el deber sagrado de la familia”

“Hermanos y hermanas, como padres atendamos la amonestación, incluso la reprensión, que el Señor dio a José Smith y a los líderes de la Iglesia en 1833 de ‘poner en orden [nuestra] propia casa’ (Doctrina y Convenios 93:43). ‘Os he mandado que criéis a vuestros hijos en luz y verdad’ (Doctrina y Convenios 93:40). ‘Poned en orden [vuestra] familia, y aseguraos de que sean más diligentes y atentos en el hogar, y orad siempre, o serán quitados de su lugar’ (Doctrina y Convenios 93:50).

“Los profetas de nuestros días han dado una amonestación y advertencia similar a los padres para que pongamos en orden a nuestras familias. Que seamos bendecidos con la inspiración y el amor para enfrentar la oposición con fe dentro de nuestras familias. Entonces sabremos que nuestras pruebas son para acercarnos más al Señor y los unos a los otros. Escuchemos la voz de un profeta y pongamos en orden nuestros hogares (véanse Doctrina y Convenios 93:41–49). La familia se fortalece al acercarnos al Señor, y cada miembro de la familia se fortalece cuando nos edificamos, nos apoyamos, nos amamos y nos cuidamos mutuamente.”

— Élder Robert D. Hales (fallecido), entonces miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de abril de 1999, “Fortalecer a las familias: nuestro deber sagrado”

El mensaje del élder Robert D. Hales nos conecta directamente con la reprensión que el Señor dio a José Smith y a otros líderes de la Iglesia en 1833: antes de presidir o enseñar a otros, debían poner en orden sus propios hogares. Este principio trasciende el tiempo y nos recuerda que el primer campo de ministerio y discipulado es la familia. Allí, en la intimidad del hogar, se prueba la coherencia entre lo que creemos y lo que vivimos.

El Señor ha sido claro en Doctrina y Convenios 93: los padres tienen la responsabilidad de criar a sus hijos en “luz y verdad”, asegurándose de que la enseñanza y la práctica del Evangelio comiencen en casa. No basta con las oraciones dominicales ni con asistir a las reuniones de la Iglesia; el mandamiento es que en el hogar se cultiven la fe, la oración constante y la diligencia espiritual. Si descuidamos este deber, corremos el riesgo de perder lo más preciado: la influencia de la verdad en las generaciones que nos siguen.

La advertencia de los profetas modernos se une a esta voz del pasado: los hogares deben ser lugares de amor, fortaleza y fe, donde los miembros de la familia se edifiquen, se apoyen y se cuiden mutuamente. Enfrentar las pruebas con fe no debilita a la familia, sino que la acerca más al Señor y une a sus integrantes en propósito eterno. Así, “poner en orden” la casa no significa simplemente disciplina o buena organización material, sino establecer un santuario espiritual en el que el amor de Dios y el servicio mutuo sean la tradición más fuerte.


“El deber sagrado de criar en luz y verdad”

“En otra revelación dada en mayo de 1833, el Señor reprendió a cada uno de los principales hermanos de la Iglesia por no haber criado a sus hijos en luz y verdad y por no haber puesto en orden sus hogares (véase Doctrina y Convenios 93:41–50). Aunque no se menciona un período específico durante el cual esto debía hacerse, en el momento en que se dio la revelación los cuatro hermanos reprendidos eran relativamente jóvenes y tenían hijos pequeños en sus hogares.

“En esta revelación, el Señor señala que los niños en su estado infantil son inocentes ante Dios, pero que Satanás les arrebata la luz y la verdad a causa de la desobediencia y de la tradición de sus padres. Para prevenir esto, Él manda a los padres criar a sus hijos en luz y verdad (véanse Doctrina y Convenios 93:38–40).

“Aunque el Señor reprendió a los principales hermanos, y de hecho a todos los padres en Sion, por la negligencia paternal, indicó que el arrepentimiento es posible. Pero también dijo que si no nos arrepentíamos, seríamos quitados de nuestro lugar (véase Doctrina y Convenios 93:41–50).”

— Élder H. Verlan Andersen (fallecido), entonces Setenta Autoridad General emérito, Conferencia General de octubre de 1991, “Críen a sus hijos en luz y verdad”

El élder H. Verlan Andersen rescata una de las revelaciones más significativas de mayo de 1833, en la que el Señor reprendió a José Smith y a otros líderes principales por no haber puesto en orden sus hogares ni enseñado a sus hijos en la verdad. El contexto es revelador: eran hombres jóvenes, con hijos pequeños, lo que demuestra que el Señor esperaba que desde temprano asumieran la responsabilidad divina de la crianza. La revelación subraya una verdad profunda: los niños son inocentes ante Dios en su niñez, pero esa inocencia puede ser empañada si los padres no los guían con rectitud, dejando que Satanás les arrebate la luz y la verdad mediante el ejemplo de la desobediencia o las tradiciones equivocadas heredadas en el hogar.

El principio aquí es claro y atemporal: criar en luz y verdad no es una tarea opcional ni secundaria, sino un mandamiento central del Evangelio. El Señor confió a los padres la sagrada labor de enseñar, testificar y vivir de tal manera que sus hijos se afiancen en el conocimiento de Dios y en la práctica de la fe. La negligencia espiritual en el hogar se convierte en una amenaza para las generaciones futuras, porque lo que los padres permiten o descuidan hoy se transforma en tradición mañana.

Sin embargo, la revelación también ofrece esperanza: aunque hubo reprensión, se abrió la puerta al arrepentimiento. La advertencia fue clara —si los padres no se arrepentían, serían “quitados de su lugar”—, lo que significa perder influencia, autoridad y bendiciones. Pero si se arrepentían y corregían, podían redimir sus hogares y encaminar a sus hijos hacia la luz. Este mensaje es de aplicación universal: cada generación de padres en Sion debe examinarse, arrepentirse cuando sea necesario y renovar su compromiso de criar a los hijos en el Señor.


“La verdad eterna que libera y santifica”

“El Señor nos ha enseñado en las Escrituras que ‘la verdad es el conocimiento de las cosas como son, como fueron y como han de ser’ (Doctrina y Convenios 93:24). No ‘fue creada ni hecha’ (Doctrina y Convenios 93:29) y ‘no tiene fin’ (Doctrina y Convenios 88:66). La verdad es absoluta, fija e inmutable. En otras palabras, la verdad es eterna.

“La verdad nos ayuda a evitar el engaño, a discernir entre el bien y el mal, a recibir protección y a encontrar consuelo y sanidad. La verdad también puede guiar nuestras acciones, hacernos libres, santificarnos y conducirnos a la vida eterna.”

— Élder John C. Pingree Jr., Autoridad General Setenta, Conferencia General de octubre de 2023, “La verdad eterna”

El élder John C. Pingree Jr. nos recuerda una de las doctrinas más fundamentales de las Escrituras: la verdad no es relativa ni cambiante, sino absoluta, inmutable y eterna. Según Doctrina y Convenios 93:24, la verdad es el conocimiento de las cosas tal como son, fueron y serán. Esta definición trasciende la comprensión humana y establece un fundamento firme en un mundo donde las opiniones, ideologías y corrientes sociales parecen fluctuar constantemente. La verdad de Dios no depende de percepciones culturales ni de consensos humanos; es eterna porque procede de Él, que es eterno.

Esa verdad no solo ilumina la mente, sino que protege el alma. Nos guarda del engaño, nos ayuda a discernir entre el bien y el mal, y nos da consuelo en medio de la confusión y el dolor. Cuando elegimos alinearnos con ella, recibimos poder para obrar rectamente, libertad frente a las cadenas del pecado y santificación por medio de Cristo. En última instancia, la verdad es el camino hacia la vida eterna, pues quien se aferra a ella camina hacia Dios mismo.

De este modo, la verdad eterna no es una simple acumulación de datos, sino un principio viviente que nos transforma y nos conduce a Jesucristo, quien declaró: “Yo soy la verdad” (Juan 14:6). En Él, toda verdad encuentra su fuente y cumplimiento.


“Vivir y proclamar la verdad con valor”

“Las santas Escrituras nos enseñan: ‘La verdad es el conocimiento de las cosas como son, como fueron y como han de ser’ (Doctrina y Convenios 93:24).

“El conocimiento de la verdad no nos hace mejores que los demás, pero nos enseña lo que debemos hacer para regresar a la presencia de Dios.

“A medida que prosigan firmemente en Cristo y con el valor no solo de proclamar la verdad, sino de vivir la verdad, hallarán consuelo y paz en medio de la turbulencia que encontrarán en estos días.”

— Élder Denelson Silva, Autoridad General Setenta, Conferencia General de octubre de 2022, “Valor para proclamar la verdad”

El mensaje del élder Denelson Silva parte de una de las revelaciones más trascendentes de Doctrina y Convenios: “la verdad es el conocimiento de las cosas como son, como fueron y como han de ser” (D. y C. 93:24). Esta definición nos eleva por encima de la relatividad del mundo, mostrándonos que la verdad divina es absoluta y eterna. Sin embargo, el énfasis del élder Silva no recae solo en conocer esa verdad, sino en lo que hacemos con ella. El conocimiento, por sí mismo, no nos coloca por encima de los demás ni nos da superioridad espiritual; más bien nos responsabiliza, porque nos muestra el camino de regreso a la presencia de Dios.

El verdadero discipulado se mide en la capacidad de vivir conforme a la verdad revelada. En un tiempo de confusión y turbulencia moral, se requiere valor no solo para proclamar la verdad, sino para encarnarla en acciones diarias: en la familia, en el trabajo, en la sociedad. Ese testimonio vivo, más que las palabras, es lo que comunica al mundo que Cristo es la Verdad.

La promesa es clara: quienes perseveren en Cristo y vivan con valor la verdad hallarán paz y consuelo en medio de las dificultades. Esa paz no proviene de la ausencia de pruebas, sino de la certeza de caminar en el sendero de Dios. Así, proclamar y vivir la verdad se convierte en un acto de fe y de esperanza, una luz en medio de la oscuridad de nuestros días.


“La verdad eterna: una perspectiva más allá del tiempo”

“Bendecidos con el evangelio restaurado de Jesucristo, declaramos humildemente que hay algunas cosas que son completa y absolutamente verdaderas. Estas verdades eternas son las mismas para cada hijo e hija de Dios.

“Las Escrituras enseñan: ‘La verdad es el conocimiento de las cosas como son, como fueron y como han de ser’ (Doctrina y Convenios 93:24). La verdad mira hacia atrás y hacia adelante, ampliando la perspectiva de nuestro pequeño punto en el tiempo.”

— Élder Neil L. Andersen, del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de abril de 2019, “El ojo de la fe”

El testimonio del élder Neil L. Andersen nos recuerda que, gracias al evangelio restaurado de Jesucristo, poseemos certezas que no dependen de las opiniones humanas ni de los cambios culturales. Hay verdades absolutas que son eternas y universales, aplicables a todo hijo e hija de Dios sin excepción. Estas verdades no son relativas ni moldeadas por conveniencias pasajeras; son firmes porque proceden del mismo Dios, quien es inmutable.

Doctrina y Convenios 93:24 enseña que la verdad es el conocimiento de las cosas como son, como fueron y como han de ser. Esta definición nos invita a salir de nuestra perspectiva limitada y temporal, para ver la vida con un “ojo de la fe” que mira hacia atrás, reconociendo la obra de Dios en la historia, y hacia adelante, anticipando la plenitud de su plan eterno. En contraste con la visión reducida del mundo, la verdad nos da una perspectiva amplia, esperanzadora y eterna.

Cuando abrazamos esa verdad, comprendemos mejor nuestro propósito en la tierra y fortalecemos nuestra fe en Jesucristo. Él es la encarnación de la verdad y, al seguirle, nuestro entendimiento se expande y hallamos firmeza aun en medio de la incertidumbre del mundo. Así, la verdad no solo define la realidad, sino que nos guía, nos eleva y nos prepara para regresar al Padre Celestial.


“Discernir la verdad en tiempos de confusión”

“La revelación moderna define la verdad como ‘el conocimiento de las cosas como son, como fueron y como han de ser’ (Doctrina y Convenios 93:24). …

“Vivimos en una época de información ampliamente expandida y difundida. Pero no toda esta información es verdadera. Necesitamos ser cautelosos al buscar la verdad y al elegir las fuentes de esa búsqueda. No debemos considerar la prominencia secular o la autoridad como fuentes calificadas de verdad. Debemos tener cuidado al confiar en información o consejos ofrecidos por estrellas del entretenimiento, atletas famosos o fuentes anónimas de internet. La experiencia en un campo no debe tomarse como experiencia en la verdad en otros temas.”

— Presidente Dallin H. Oaks, Primer Consejero de la Primera Presidencia, Conferencia General de octubre de 2018, “La verdad y el plan”

El presidente Dallin H. Oaks nos recuerda que la verdad, según la revelación moderna, no es relativa ni variable: es “el conocimiento de las cosas como son, como fueron y como han de ser” (DyC 93:24). Esta definición establece un estándar eterno que contrasta radicalmente con la realidad de nuestro tiempo, donde la información se multiplica y circula a una velocidad sin precedentes, pero no siempre con fundamento en la verdad.

El desafío actual no es la falta de datos, sino la dificultad de discernir entre lo verdadero y lo falso. La advertencia es clara: no toda fuente es digna de confianza. La fama, el prestigio académico, la posición social o la influencia en medios de comunicación no garantizan la posesión de la verdad. Aún más, depositar nuestra confianza en voces anónimas o en figuras públicas que opinan fuera de su campo de experiencia puede llevarnos al error y al engaño.

La invitación doctrinal es a ser cautelosos y sabios, recurriendo a las fuentes que Dios mismo ha provisto: las Escrituras, la voz de los profetas vivos y la guía del Espíritu Santo. La verdad no se descubre por popularidad, tendencia o consenso humano, sino por revelación divina y confirmación espiritual. Así, el discípulo de Cristo aprende a navegar en un mundo saturado de información, sosteniéndose en la verdad eterna que procede de Dios, quien es la fuente misma de toda luz.


“La Iglesia: custodio de la verdad revelada”

“Con las llaves del reino, los siervos del Señor pueden identificar tanto la verdad como la falsedad y una vez más declarar con autoridad: ‘Así ha dicho el Señor’. Lamentablemente, algunos resienten a la Iglesia porque quieren definir su propia verdad, pero en realidad es una bendición suprema recibir un ‘conocimiento de las cosas como [realmente] son, como fueron y como han de ser’ (Doctrina y Convenios 93:24), en la medida en que el Señor desea revelarlo. La Iglesia salvaguarda y publica las revelaciones de Dios —el canon de las Escrituras—.”

— Élder D. Todd Christofferson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de octubre de 2015, “¿Por qué la Iglesia?”

El élder D. Todd Christofferson nos recuerda que la Iglesia, bajo la dirección de Jesucristo, cumple un papel sagrado e insustituible: salvaguardar, preservar y declarar la verdad revelada. Con las llaves del sacerdocio, los siervos del Señor pueden identificar lo verdadero y lo falso, y proclamar con autoridad: “Así ha dicho el Señor”. Esto no es una muestra de poder humano, sino una manifestación de la misericordia divina, que ofrece al mundo una guía segura en medio de la confusión y la relatividad moral de nuestros días.

La revelación moderna enseña que la verdad es “el conocimiento de las cosas como son, como fueron y como han de ser” (DyC 93:24). Muchos, sin embargo, tropiezan con esta afirmación porque prefieren definir su propia verdad según sus deseos o conveniencias. Esa aparente libertad, en realidad, conduce a la confusión y a la pérdida de perspectiva eterna. En contraste, recibir la verdad revelada por medio de los profetas y el canon de las Escrituras es una bendición suprema, porque nos asegura acceso a la visión de Dios y a Su voluntad para nuestra vida.

Así, la Iglesia no es una limitación para el pensamiento ni un obstáculo para la autonomía, sino un ancla de luz que guarda la revelación divina y la pone al alcance de todos los hijos de Dios. En un mundo que confunde opinión con verdad, la Iglesia de Jesucristo se erige como la voz autorizada del Señor, invitando a todos a hallar certeza, dirección y salvación en la verdad eterna.


“La gracia de Cristo: sostén en nuestro camino hacia la perfección”

“Testifico de ese grandioso destino, hecho posible para nosotros por la Expiación del Señor Jesucristo, quien mismo continuó ‘de gracia en gracia’ (Doctrina y Convenios 93:13) hasta que en Su inmortalidad recibió una plenitud perfecta de gloria celestial. Testifico que en esta y en toda hora Él, con Sus manos marcadas por los clavos, nos extiende esa misma gracia, sosteniéndonos y animándonos, negándose a dejarnos ir hasta que estemos a salvo en el hogar, en el abrazo de los padres celestiales. Por un momento tan perfecto, sigo esforzándome, aunque torpemente. Por un don tan perfecto, sigo dando gracias, aunque de manera inadecuada. Y lo hago en el mismo nombre de la Perfección, de Aquel que nunca ha sido torpe ni inadecuado, pero que ama a todos los que somos.”

— Presidente Jeffrey R. Holland, entonces miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de octubre de 2017, “Sed, pues, perfectos… con el tiempo”

El presidente Jeffrey R. Holland testifica con poderosa sencillez de la gracia redentora de Jesucristo, quien mismo, siendo el Hijo de Dios, avanzó “de gracia en gracia” hasta recibir en su inmortalidad la plenitud de gloria celestial (DyC 93:13). Este detalle revelado nos muestra que aun el Salvador, en su condición terrenal, experimentó un proceso de crecimiento progresivo, modelando para nosotros el sendero que también hemos de recorrer. No se trata de un perfeccionismo instantáneo, sino de un avance gradual sostenido por la gracia divina.

La belleza de este testimonio radica en la imagen de Cristo con Sus manos marcadas por los clavos, extendidas constantemente hacia nosotros. No nos deja solos en nuestro esfuerzo imperfecto, sino que nos sostiene y anima, negándose a soltarnos hasta que lleguemos seguros al hogar eterno, en el abrazo de nuestro Padre y nuestra Madre Celestial. Esta verdad es profundamente consoladora: nuestra torpeza y nuestras limitaciones no anulan Su amor perfecto ni Su ayuda constante.

El mensaje final es esperanzador: mientras nosotros seguimos esforzándonos, aunque sea de manera frágil e inadecuada, el Salvador, con Su perfección inmutable, convierte esos intentos en pasos válidos hacia la exaltación. Su gracia no solo llena lo que falta, sino que nos acompaña en cada instante de la travesía. Así, podemos avanzar con gratitud y confianza, sabiendo que no caminamos solos, sino con Aquel que es la Perfección misma y que ama sin reservas a los que tropiezan en el camino de regreso a casa.


“Descubrir y desarrollar los dones: la obra personal en el plan de Dios”

“Descubran y desarrollen los dones espirituales. El Padre Celestial nos dio estos dones para ayudarnos a identificar, realizar y disfrutar la obra que Él tiene para nosotros. …

“A medida que descubrimos nuestros dones, tenemos la responsabilidad de desarrollarlos. Aun Jesucristo ‘no recibió de la plenitud al principio, sino que [progresó] de gracia en gracia’ (Doctrina y Convenios 93:13).”

— Élder John C. Pingree Jr., Autoridad General Setenta, Conferencia General de octubre de 2017, “Tengo una obra para ti”

El élder John C. Pingree Jr. nos enseña que cada uno de nosotros ha recibido dones espirituales de parte de nuestro Padre Celestial. Estos dones no son casuales ni arbitrarios: son parte del plan divino para ayudarnos a identificar y cumplir la obra específica que Él tiene reservada para cada hijo e hija. En ese sentido, descubrir los dones es más que reconocer talentos o habilidades; es entender nuestra misión personal en el marco del plan de salvación.

El ejemplo supremo de este principio es Jesucristo mismo, quien no recibió la plenitud de gloria de inmediato, sino que progresó “de gracia en gracia” (DyC 93:13). Esta verdad doctrinal nos recuerda que el desarrollo es un proceso, y que aun con dones otorgados por Dios, debemos trabajar, aprender, crecer y perseverar. El progreso no es instantáneo, pero con dedicación, obediencia y la guía del Espíritu, los dones espirituales se convierten en instrumentos poderosos al servicio del Señor.

Así, descubrir y desarrollar los dones no es un fin en sí mismo, sino un medio para servir mejor a Dios y a Sus hijos. Al hacerlo, encontramos gozo, propósito y dirección en la vida. Cada paso de progreso, aunque parezca pequeño, nos acerca más a la plenitud que Dios tiene preparada para nosotros y nos permite participar con gratitud en la obra redentora de Cristo.


“Ver Su faz: la promesa de llegar a ser como Él”

“Para ayudarnos en nuestro progreso hacia el Padre, el Señor nos dio esta promesa: ‘Toda alma que abandone sus pecados y venga a mí, e invoque mi nombre y obedezca mi voz y guarde mis mandamientos, verá mi faz y sabrá que yo soy’ (Doctrina y Convenios 93:1).

“Mediante nuestra fe en Su sacrificio expiatorio, el Salvador nos limpia, nos sana y nos permite conocerle al ayudarnos a llegar a ser como Él. … Al esforzarnos por llegar a ser como Dios, Él puede hacer de nosotros mucho más de lo que jamás podríamos hacer por nosotros mismos.”

— Élder C. Scott Grow, entonces Setenta Autoridad General, Conferencia General de abril de 2017, “Y esta es la vida eterna”

El élder C. Scott Grow destaca una de las promesas más sublimes contenidas en Doctrina y Convenios 93:1: que todo aquel que abandone sus pecados, invoque al Señor, obedezca Su voz y guarde Sus mandamientos, “verá [Su] faz y sabrá” que Él es. Esta declaración no solo proyecta la esperanza de la vida eterna, sino que ofrece una invitación directa a la experiencia del conocimiento personal de Jesucristo. Es un recordatorio de que la redención no es abstracta, sino profundamente personal: el Señor promete darse a conocer a quienes se purifican mediante Su gracia y viven en obediencia.

El proceso descrito es progresivo y transformador. Mediante la fe en el sacrificio expiatorio de Cristo, somos limpiados y sanados, pero además capacitados para llegar a ser semejantes a Él. El propósito último no es únicamente recibir perdón, sino participar del poder redentor que nos cambia desde dentro y nos eleva a una condición divina. En otras palabras, Cristo no solo quita nuestras faltas, sino que nos moldea para que lleguemos a ser lo que jamás podríamos alcanzar por nosotros mismos.

La enseñanza es clara: el camino hacia la vida eterna es un sendero de consagración. El arrepentimiento sincero, la obediencia constante y la fe viva en Jesucristo nos abren el acceso a esa promesa gloriosa de verle y conocerle. Tal conocimiento no se limita a una visión futura, sino que puede comenzar ahora, a medida que Su Espíritu nos transforma en verdaderos discípulos. Así, la promesa de Doctrina y Convenios 93:1 no es solo un destino, sino una guía para nuestra vida diaria en la búsqueda de ser como Él.


“La gloria de Dios es la inteligencia”

“Estamos comprometidos con el conocimiento de todo tipo y creemos que ‘la gloria de Dios es la inteligencia’ (Doctrina y Convenios 93:36). Pero también sabemos que la estrategia preferida del adversario es alejar a las personas de Dios y hacerlas tropezar al enfatizar las filosofías de los hombres por encima del Salvador y Sus enseñanzas. …

“Sabemos que la apostasía ocurrió en parte porque las filosofías de los hombres se elevaron sobre la doctrina básica y esencial de Cristo. En lugar de enseñarse la sencillez del mensaje del Salvador, muchas verdades claras y preciosas fueron cambiadas o perdidas. De hecho, el cristianismo adoptó algunas tradiciones filosóficas griegas para reconciliar las creencias de las personas con su cultura existente. … Históricamente, y en nuestros días, algunas personas rechazan el evangelio de Jesucristo porque, en su opinión, no tiene la sofisticación intelectual adecuada.”

— Élder Quentin L. Cook, del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de octubre de 2016, “Valientes en el testimonio de Jesús”

El élder Quentin L. Cook enseña que el conocimiento y la inteligencia son dones divinos, pues “la gloria de Dios es la inteligencia” (DyC 93:36). Sin embargo, advierte que el adversario busca distorsionar esa verdad al desviar la mente humana hacia filosofías que, aunque sofisticadas, pretenden colocarse por encima de las enseñanzas sencillas y eternas del Salvador. El peligro no radica en el estudio o en la búsqueda de saber, sino en el orgullo intelectual que lleva a subordinar la revelación a las ideas humanas, perdiendo de vista al verdadero Maestro de toda verdad.

El ejemplo histórico de la Gran Apostasía es contundente: al elevar las filosofías griegas sobre la doctrina básica de Cristo, se cambiaron y se perdieron muchas verdades claras y preciosas. La simplicidad del mensaje del Evangelio fue sustituida por elaboradas interpretaciones culturales que oscurecieron la pureza de la revelación. De modo similar, en nuestros días, algunos rechazan el evangelio restaurado porque lo consideran carente de la “sofisticación” intelectual que el mundo espera. Esta actitud no reconoce que la sabiduría del hombre es limitada, mientras que la sabiduría de Dios es infinita.

El llamado, entonces, es a ser valientes en el testimonio de Jesús, aprendiendo de todo lo bueno, pero sin perder de vista la fuente verdadera del conocimiento y la inteligencia: el Señor mismo. La fe y la razón no son enemigas, pero el evangelio debe ocupar siempre el lugar principal. Cuando se coloca a Cristo en el centro, todo conocimiento adquiere su propósito correcto y nos acerca más a Dios, en lugar de alejarnos de Él.


“La plenitud de gozo mediante la Resurrección”

“Después de la resurrección, el espíritu nunca más se separará del cuerpo porque la resurrección del Salvador trajo la victoria total sobre la muerte. Para obtener nuestro destino eterno, necesitamos tener esta alma inmortal —un espíritu y un cuerpo— unidos para siempre. Con el espíritu y el cuerpo inmortal inseparablemente conectados, podemos ‘recibir una plenitud de gozo’ (Doctrina y Convenios 93:33). De hecho, sin la Resurrección nunca podríamos recibir una plenitud de gozo, sino que seríamos miserables para siempre. Aun las personas fieles y rectas consideran la separación de sus cuerpos de sus espíritus como una forma de cautiverio. Somos liberados de ese cautiverio mediante la Resurrección, que es la redención de las ataduras o cadenas de la muerte. No hay salvación sin nuestro espíritu y nuestro cuerpo.”

— Presidente de la Escuela Dominical Paul V. Johnson, entonces Autoridad General Setenta, Conferencia General de abril de 2016, “Y no habrá más muerte”

El presidente Paul V. Johnson subraya una doctrina central del plan de salvación: la resurrección de Jesucristo aseguró la victoria completa sobre la muerte, y gracias a ella, el espíritu y el cuerpo nunca más se separarán. Esta unión eterna es fundamental para alcanzar nuestro destino divino, porque solo al estar inseparablemente conectados espíritu y cuerpo podemos “recibir una plenitud de gozo” (DyC 93:33). El gozo pleno no se alcanza en un estado de incompletitud, sino en la totalidad de nuestro ser redimido y glorificado.

La enseñanza es clara: sin la resurrección, la humanidad estaría destinada a la miseria eterna, privados de la posibilidad de alcanzar la gloria de Dios. Incluso los justos, al morir, sienten la separación del espíritu y el cuerpo como una forma de cautiverio. El Salvador rompió esas cadenas mediante Su propia Resurrección, liberando a todos los hijos de Dios de la prisión de la muerte. Esta liberación no es simbólica ni parcial, sino real y universal, pues “así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:22).

Por lo tanto, la doctrina de la resurrección no solo nos consuela ante la pérdida de seres queridos, sino que también fundamenta nuestra esperanza eterna. La salvación, en su plenitud, requiere la unión eterna de cuerpo y espíritu. Gracias a Cristo, cada uno de nosotros será resucitado, y con ello se abrirá la posibilidad de recibir gozo perfecto, glorificación y vida eterna en la presencia de nuestro Padre Celestial.


“Todas las cosas fueron hechas por Él”

“Jesucristo es la luz y la vida del mundo porque todas las cosas fueron hechas por medio de Él. Bajo la dirección y conforme al plan de Dios el Padre, Jesucristo es el Creador, la fuente de la luz y la vida de todas las cosas. A través de la revelación moderna tenemos el testimonio de Juan, quien dio testimonio de que Jesucristo es ‘la luz y el Redentor del mundo, el Espíritu de verdad, que vino al mundo, porque el mundo fue hecho por medio de Él, y en Él estaba la vida de los hombres y la luz de los hombres.

“‘Los mundos fueron hechos por medio de Él; los hombres fueron hechos por medio de Él; todas las cosas fueron hechas por medio de Él, y por Él, y de Él’ (Doctrina y Convenios 93:9–10).”

— Presidente Dallin H. Oaks, entonces miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de octubre de 1987, “La luz y la vida del mundo”

El presidente Dallin H. Oaks testifica de la centralidad absoluta de Jesucristo en la creación y en el plan de salvación. Bajo la dirección del Padre, el Hijo fue el Creador de los cielos y la tierra, y de todo lo que en ellos existe. Este hecho doctrinal revela que Su papel no se limita a ser nuestro Redentor, sino también nuestra fuente de vida, de luz y de existencia misma. Nada de lo que vemos o conocemos fue hecho sin Él; todo procede “por medio de Él, y por Él, y de Él” (DyC 93:9–10).

Al declararlo como la “luz y la vida del mundo”, las Escrituras nos muestran que Jesucristo no solo nos dio el don de la vida física, sino también la posibilidad de la vida eterna mediante Su expiación y resurrección. La luz que emana de Él es más que energía o conocimiento: es verdad revelada, es poder espiritual que guía, santifica y sostiene a todo aquel que acude a Él.

Este testimonio también nos recuerda que Cristo es el “Espíritu de verdad”, lo que significa que toda verdad, sea científica, espiritual o moral, procede de Su luz. Reconocerlo como la fuente de todo lo que existe nos invita a vivir en gratitud y reverencia, y a centrar nuestra vida en Él. Sin Su luz, estaríamos en tinieblas; sin Su vida, estaríamos muertos para siempre. Pero gracias a Él, podemos tener propósito, dirección y esperanza.

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