¿Qué han dicho los líderes de la Iglesia sobre Doctrina y Convenios 94–97?

¿Qué han dicho los líderes de la Iglesia sobre Doctrina y Convenios 94–97?


Doctrina y Convenios 94

“La Presencia de Dios en Nuestros Espacios Sagrados”

“Ninguno de nosotros pensaría en dejar basura en el templo o en hacer algo que restara al ambiente limpio y sagrado en la casa del Señor. Pero, ¿son los templos las únicas casas que deberíamos tratar con el máximo respeto? Consideren las palabras del Señor al comité de construcción de la Iglesia en 1833 respecto a la edificación de una estructura administrativa:

“‘Y será dedicada al Señor desde sus cimientos, de acuerdo con el orden del sacerdocio, conforme al modelo que se os dará después.

“‘Y será enteramente dedicada al Señor para la obra de la presidencia.

“‘Y no permitiréis que ninguna cosa inmunda entre en ella; y mi gloria estará allí, y mi presencia estará allí.

“‘Pero si entrase en ella alguna cosa inmunda, mi gloria no estará allí; y mi presencia no vendrá a ella’ (Doctrina y Convenios 94:6-9).

“Observamos que el Señor reclama este edificio como Suyo ya que se le dedica a Él. Promete que Su gloria y presencia estarán allí mientras no entre en él nada inmundo. Usando el templo como nuestro estándar, reconocemos que ‘inmundo’ se refiere tanto a la preparación espiritual de quienes entran como a la condición en que se mantiene el edificio.”

Élder Jörg Klebingat, Setenta Autoridad General, en el artículo de Liahona de marzo de 2023, “Respetando nuestros lugares de adoración”

El Señor ha declarado que Su gloria mora donde Su pueblo se prepara y donde los lugares se mantienen limpios y puros. Así como un templo no puede ser profanado sin que se retire la presencia divina, también nuestras capillas y centros de reunión han sido dedicados como Su propiedad, apartados para Su obra.

El élder Jörg Klebingat nos recuerda que la pureza no es solo cuestión de paredes y suelos impecables, sino también de corazones preparados y reverentes. Inmundo puede significar tanto lo material como lo espiritual: un edificio descuidado, o un espíritu irreverente que entra sin la debida preparación.

El estándar del templo se convierte, entonces, en un espejo de nuestra vida diaria. ¿Cómo cuidamos la casa del Señor? ¿Cómo cuidamos nuestro propio cuerpo, que también es templo del Espíritu Santo? La misma promesa dada en Doctrina y Convenios 94 se aplica en todo lugar dedicado a Dios: si se guarda limpio y santo, Su gloria permanecerá allí; pero si se profana, Su presencia se retira.

De este modo, respetar nuestros lugares de adoración no es solo una cuestión de disciplina externa, sino un reflejo de nuestra fidelidad interna. Al honrar estos espacios, honramos al Señor mismo, y creamos condiciones para que Su Espíritu repose continuamente entre nosotros.


“Modelos Divinos para una Vida Íntegra”

“Además de patrones para la oración, tenemos dirección para meditar, procedimiento, paciencia, acción e integridad. Hay patrones para todas las cosas dignas si los buscamos. ‘Y he aquí, debe hacerse según el modelo que os he dado’ (Doctrina y Convenios 94:2). No hay otra manera comprobada.”

El élder Marvin J. Ashton, entonces miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de octubre de 1990, “Un modelo en todas las cosas”

El evangelio no se edifica sobre improvisaciones humanas, sino sobre modelos divinos dados desde la eternidad. El élder Marvin J. Ashton nos recuerda que en todas las cosas dignas existen patrones celestiales: en la oración, en la meditación, en la paciencia, en la acción, y en la integridad. Estos patrones son guías seguras que protegen de la confusión y de los atajos engañosos del mundo.

Cuando el Señor declaró: “Debe hacerse según el modelo que os he dado” (DyC 94:2), estableció que no hay caminos alternativos hacia la santidad y la plenitud espiritual. Seguir el modelo divino es, en realidad, aprender a vivir en armonía con la voluntad de Dios. Así como un arquitecto sigue planos precisos para que un edificio se mantenga firme, los discípulos de Cristo siguen los patrones revelados para que su fe permanezca inquebrantable.

El desafío, entonces, no es inventar nuevos moldes, sino descubrir los que ya han sido revelados y caminar dentro de ellos con humildad y constancia. En este proceso, la obediencia se convierte en una manifestación de confianza: al aplicar los modelos divinos, damos testimonio de que creemos que Su sabiduría es más alta que la nuestra.


Doctrina y Convenios 95

“El Don Supremo de las Llaves del Sacerdocio”

“Consideren cómo sería diferente su vida si las llaves del sacerdocio no hubieran sido restauradas a la tierra. Sin las llaves del sacerdocio, ustedes no podrían ser investidos con el poder de Dios (véase Doctrina y Convenios 95:8; 109:22). Sin las llaves del sacerdocio, la Iglesia solo podría servir como una organización significativa de enseñanza y humanitaria, pero no mucho más. Sin las llaves del sacerdocio, ninguno de nosotros tendría acceso a las ordenanzas y convenios esenciales que nos unen eternamente a nuestros seres queridos y nos permiten finalmente vivir con Dios.”

Presidente Russell M. Nelson, Conferencia General de abril de 2024, “Regocíjense en el don de las llaves del sacerdocio”

El presidente Russell M. Nelson nos invita a reflexionar sobre una realidad que a menudo damos por sentada: la restauración de las llaves del sacerdocio. Sin ellas, la Iglesia sería solo una institución noble, capaz de enseñar y de servir, pero privada de la capacidad de abrir los cielos. Con ellas, en cambio, se nos concede acceso a la investidura de poder divino, a las ordenanzas eternas y a los convenios que trascienden la muerte.

Las llaves del sacerdocio son más que autoridad: son el conducto autorizado por el cual Dios administra Su poder en la tierra. Por medio de ellas, los hombres y mujeres de fe pueden sellar su destino eterno junto a sus familias y recibir la fuerza espiritual necesaria para perseverar en santidad. La diferencia entre una vida sin llaves y una vida bajo su influencia es, literalmente, la diferencia entre un horizonte limitado a lo temporal y una esperanza anclada en la eternidad.

Así, regocijarse en el don de las llaves no significa solo reconocer su existencia, sino vivir de acuerdo con lo que ellas abren: templos llenos de gloria, familias selladas en perpetuidad, y corazones fortalecidos con poder de lo alto. Las llaves restauradas son el recordatorio de que Dios no nos ha dejado huérfanos, sino que ha provisto el camino para volver a Su presencia con aquellos que más amamos.


“La Disciplina del Señor: Purificación en el Amor”

“La palabra disciplina proviene del latín discern, ‘aprender’, o discipulus, ‘aprendiz’, lo que hace que un discípulo sea un estudiante y seguidor. Disciplinar a la manera del Señor es enseñar con amor y paciencia. En las Escrituras el Señor usa a menudo la palabra ‘castigar’ cuando habla de disciplina (véase, por ejemplo, Mosíah 23:21; Doctrina y Convenios 95:1). La palabra ‘castigar’ proviene del latín castus, que significa ‘casto o puro’, y castigar significa ‘purificar’. …

“El joven José Smith fue disciplinado con un período de prueba de cuatro años antes de obtener las planchas de oro, porque ‘no habéis guardado los mandamientos del Señor’ (The Joseph Smith Papers, Histories, Vol. 1: 1832–1844). Más tarde, cuando José perdió las 116 páginas del manuscrito, fue disciplinado nuevamente. Aunque José estaba verdaderamente arrepentido, el Señor aún le retiró sus privilegios por una corta temporada porque ‘a quien amo también castigo para que sus pecados les sean perdonados’ (Doctrina y Convenios 95:1).

“José dijo: ‘El ángel se regocijó cuando me devolvió el Urim y Tumim y dijo que Dios estaba complacido con mi fidelidad y humildad, y que me amaba por mi arrepentimiento y diligencia en la oración’ (Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia: José Smith). Como el Señor deseaba enseñar a José una lección que cambiara su corazón, le exigió un sacrificio desgarrador —el sacrificio siendo una parte esencial de la disciplina.”

Élder Lynn G. Robbins, entonces Setenta Autoridad General, Conferencia General de octubre de 2016, “El Juez Justo”

La disciplina, en el lenguaje del evangelio, se aleja de la dureza punitiva y se acerca al amor purificador. El élder Lynn G. Robbins nos recuerda que ser discípulo significa ser aprendiz, y que disciplinar, a la manera del Señor, es enseñar con paciencia y ternura. El Señor mismo utiliza la palabra “castigar” en las Escrituras, no para infundir temor, sino para señalar un proceso de purificación que conduce a la santidad.

La vida de José Smith ilustra esta verdad. Antes de recibir las planchas de oro, debió pasar por un período de prueba de cuatro años: una disciplina formativa para templar su carácter. Luego, al perder las 116 páginas, experimentó otra corrección divina. Aunque arrepentido, el Señor le retiró privilegios por un tiempo breve, para enseñarle que el amor de Dios se expresa también en la disciplina: “a quien amo también castigo para que sus pecados les sean perdonados” (DyC 95:1).

La experiencia fue desgarradora, pero transformadora. El sacrificio exigido abrió en José una humildad más profunda y una fidelidad más firme. Cuando el ángel le devolvió el Urim y Tumim, le testificó que Dios estaba complacido con su cambio de corazón. En este proceso entendemos que la disciplina del Señor no busca quebrar, sino refinar; no busca condenar, sino salvar.

Así, cada corrección divina se convierte en evidencia de Su amor. El Padre nos moldea con pruebas, sacrificios y llamados al arrepentimiento, para purificarnos y hacernos más semejantes a Su Hijo. La disciplina celestial es, en última instancia, una invitación a elevarnos por encima de nuestras debilidades y a caminar en fidelidad hacia la plenitud de la redención.


“El Poder de Nuestros Deseos: Entre la Luz de Cristo y la Oscuridad”

“Algunos procuran apartar la conciencia, negándose a escuchar su voz. Pero esa desviación es, en sí misma, un acto de elección, porque así lo hemos deseado. Aun cuando la luz de Cristo titila apenas débilmente en la oscuridad, sigue titilando. Si uno aparta su mirada de ella, es porque así lo desea.

“Nos guste o no, por lo tanto, la realidad exige que reconozcamos nuestra responsabilidad por nuestros deseos. Hermanos y hermanas, ¿qué deseamos realmente: los planes de Dios para nosotros o los de Satanás? …

“No es de extrañar, por lo tanto, que los deseos también determinen los grados en los resultados, incluso por qué ‘muchos son llamados, mas pocos son escogidos’ (Mateo 22:14; véase Doctrina y Convenios 95:5).

“Depende de nosotros. Dios facilitará, pero no obligará.”

Élder Neal A. Maxwell, entonces miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de octubre de 1996, “‘De acuerdo con el deseo de [nuestros] corazones’”

El élder Neal A. Maxwell nos recuerda que, en última instancia, nuestros deseos definen nuestro destino. La conciencia —iluminada por la luz de Cristo— nunca deja de titilar, aun en medio de la oscuridad. Si elegimos ignorarla, no es por falta de luz, sino por nuestra propia decisión. Aquí radica la profunda doctrina de la responsabilidad moral: no podemos desligarnos de lo que escogemos desear.

La pregunta es directa y penetrante: ¿anhelamos los planes de Dios o los de Satanás? Nuestros deseos son más que emociones pasajeras; son fuerzas rectoras que moldean nuestras acciones y, en consecuencia, nuestros resultados eternos. De hecho, la diferencia entre ser llamados y ser escogidos radica en la sinceridad y constancia de los deseos del corazón. No basta con recibir una invitación divina; debemos desear profundamente lo que el Señor ofrece y ajustar nuestra vida a ese anhelo.

Dios nunca obliga. Él facilita caminos, provee luz, concede oportunidades, pero siempre respeta la libertad de escoger. De ahí que la verdadera conversión se mida en el nivel de nuestros deseos: si amamos más la voluntad de Dios que nuestras propias inclinaciones, la gracia transformadora de Cristo nos purificará y nos elevará.

Aceptar esta verdad nos llama a un examen íntimo: ¿qué deseo realmente? ¿Qué voz decido escuchar? Y al responder con honestidad, podemos invocar al Señor para que refine nuestros anhelos, hasta que desear Su voluntad sea el centro de nuestra existencia.


Doctrina y Convenios 97

“La Jornada Hacia Nuestra Propia Sion”

“Los conversos ya no se reúnen para establecer asentamientos pioneros en el oeste de los Estados Unidos. En cambio, los conversos se reúnen en sus congregaciones locales, donde los Santos adoran a nuestro Padre Celestial en el nombre de Jesucristo. Con más de 30,000 congregaciones establecidas en todo el mundo, todos se reúnen en su propio Sion. Como señalan las Escrituras: ‘Porque este es Sion — los puros de corazón’ (Doctrina y Convenios 97:21).

“Mientras caminamos por el sendero de la vida, se nos prueba para ver si ‘cuidaremos de hacer todas las cosas que [el Señor] nos ha mandado’ (Doctrina y Convenios 97:25).

“Muchos de nosotros estamos en asombrosos viajes de descubrimiento — que conducen a la realización personal y a la iluminación espiritual. Algunos de nosotros, sin embargo, estamos en una travesía que lleva al dolor, al pecado, a la angustia y a la desesperación.

“En este contexto, por favor pregúntese: ¿Cuál es su destino final? ¿Hacia dónde lo llevan sus pasos? ¿Y está su jornada conduciéndolo a esa ‘multiplicidad de bendiciones’ (Doctrina y Convenios 97:28) que el Salvador ha prometido?”

Presidente M. Russell Ballard, entonces miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de octubre de 2017, “¡La jornada continúa!”

El presidente M. Russell Ballard nos enseña que la edificación de Sion ya no se limita a un lugar geográfico o a la empresa pionera de cruzar llanuras. Hoy, la Sion del Señor florece en cada barrio y rama del mundo, porque Sion no es simplemente un lugar, sino un pueblo: “los puros de corazón” (DyC 97:21). Allí donde los santos adoran en el nombre de Cristo, allí donde los corazones se consagran a Dios, allí se levanta la Sion moderna.

Sin embargo, la pertenencia a Sion es también una prueba diaria. La vida es un sendero lleno de decisiones que revelan si haremos “todas las cosas que [el Señor] nos ha mandado” (DyC 97:25). Cada paso refleja la dirección de nuestro corazón y, en consecuencia, nuestro destino eterno.

El viaje humano puede ser un camino de luz, descubrimiento y revelación, o un sendero de tropiezos que conduce al dolor y a la desesperanza. La diferencia la marcan nuestras elecciones cotidianas y, sobre todo, la orientación de nuestra jornada: ¿nos acercamos al Salvador y a Su multiplicidad de bendiciones, o nos alejamos hacia horizontes de vacío?

La gran invitación es clara: cada uno debe preguntarse hacia dónde se dirige. El evangelio nos recuerda que no somos pasajeros inertes, sino peregrinos conscientes que deciden el rumbo de su travesía. Al escoger seguir a Cristo, transformamos nuestro sendero en un camino que, aunque lleno de pruebas, conduce infaliblemente a Sion y a la plenitud de Sus promesas.


“El Templo: Refugio de Paz y Camino de Santificación”

“Sabemos que la rectitud y la santificación son partes esenciales de la preparación para el templo.

“En Doctrina y Convenios 97 leemos: ‘Y en cuanto mi pueblo edifique una casa a mi nombre, y no permita que ninguna cosa inmunda entre en ella para que no sea contaminada, mi gloria reposará sobre ella’ (Doctrina y Convenios 97:15). …

“Es nuestro gran deseo que los miembros de la Iglesia vivan de manera digna de poseer una recomendación para el templo. Por favor, no vean el templo como una meta distante o quizá inalcanzable. Trabajando con su obispo, la mayoría de los miembros puede alcanzar todos los requisitos rectos en un período relativamente corto si tienen la determinación de calificarse y arrepentirse plenamente de las transgresiones. Esto incluye estar dispuestos a perdonarnos a nosotros mismos y no enfocarnos en nuestras imperfecciones o pecados como si nos descalificaran para siempre de entrar a un templo sagrado. …

“El templo es también un lugar de refugio, gratitud, instrucción y comprensión, ‘para que [seamos] perfeccionados … en todas las cosas concernientes al reino de Dios en la tierra’ (Doctrina y Convenios 97:13–14). A lo largo de mi vida ha sido un lugar de tranquilidad y paz en un mundo que literalmente está en conmoción. Es maravilloso dejar atrás las preocupaciones del mundo en ese entorno sagrado.”

Élder Quentin L. Cook, del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de abril de 2016, “Mírese en el templo”

El élder Quentin L. Cook subraya que la preparación para entrar en la casa del Señor se fundamenta en la rectitud y la santificación. El mandamiento del Señor es claro: “no permitir que ninguna cosa inmunda entre en ella” (DyC 97:15). Más allá de una norma de reverencia, esta instrucción revela una promesa divina: cuando el pueblo vive digno, la gloria de Dios reposa en Su casa y en la vida de quienes la frecuentan.

El templo no debe verse como un ideal lejano reservado para unos pocos perfectos, sino como un destino alcanzable para todo discípulo dispuesto a arrepentirse y a perseverar en fe. La recomendación para el templo es menos una señal de perfección lograda que de un compromiso sincero con el proceso de purificación. El Señor, en Su misericordia, nos pide no quedar atrapados en nuestras culpas ni en los recuerdos de errores pasados; en cambio, nos invita a perdonarnos, a ser humildes y a avanzar con determinación hacia la santidad.

El templo es mucho más que un edificio sagrado: es un refugio donde se apaciguan las tormentas del mundo, un aula celestial donde se aprende el lenguaje del reino de Dios, y un santuario de gratitud donde el alma se llena de paz. Allí el Señor promete perfeccionarnos “en todas las cosas concernientes al reino de Dios en la tierra” (DyC 97:13–14).

En un mundo convulsionado, el templo se convierte en el recordatorio tangible de que Dios aún gobierna y de que Su paz puede morar en nosotros, aun en medio de la agitación exterior. Al mirarnos en el templo —como en un espejo espiritual— descubrimos quiénes somos realmente: hijos e hijas destinados a la eternidad.


“El Modelo Divino para Ser Aceptados por el Señor”

“Compartiré un modelo sencillo que, si se aplica, puede ayudar a cada uno de nosotros a encontrar la aceptación final. Este modelo fue dado por el Señor por medio del profeta José Smith: ‘De cierto os digo, todos los que entre ellos saben que sus corazones son honestos y están quebrantados, y sus espíritus son contritos, y están dispuestos a observar sus convenios por medio del sacrificio — sí, todo sacrificio que yo, el Señor, mandare — son aceptados por mí’ (Doctrina y Convenios 97:8).

“Este modelo consta de tres pasos sencillos:

  • Saber que nuestros corazones son honestos y quebrantados,
  • Saber que nuestros espíritus son contritos, y
  • Estar dispuestos a observar nuestros convenios mediante el sacrificio, según lo mande el Señor. …

“El tercer paso para ser aceptados por el Señor es una decisión consciente de observar nuestros convenios mediante el sacrificio, ‘sí, todo sacrificio que yo, el Señor, mandare’ (Doctrina y Convenios 97:8). Con demasiada frecuencia pensamos que la palabra ‘sacrificio’ se refiere a algo grande o difícil de hacer. En ciertas situaciones esto puede ser verdad, pero en su mayoría se refiere a vivir día a día como un verdadero discípulo de Cristo.”

Élder Erich W. Kopischke, Setenta Autoridad General, Conferencia General de abril de 2013, “Ser aceptados por el Señor”

El élder Erich W. Kopischke nos presenta un modelo sencillo y profundo revelado por el Señor en Doctrina y Convenios 97:8, donde se establece qué cualidades hacen que una vida sea aceptada por Dios. No se trata de logros externos o de grandes gestas humanas, sino de tres elementos que tocan la raíz del discipulado: un corazón honesto y quebrantado, un espíritu contrito y la disposición de observar convenios mediante sacrificio.

El primer paso exige sinceridad interna: un corazón transparente, sin máscaras, dispuesto a ser moldeado por el Señor. El segundo, un espíritu contrito, refleja la humildad genuina del que reconoce su dependencia absoluta de Cristo. El tercero, quizá el más desafiante, es la decisión de vivir los convenios con sacrificio. Este sacrificio, lejos de ser siempre dramático o heroico, consiste en los gestos cotidianos de fidelidad: servir con amor, renunciar al egoísmo, perdonar con prontitud, perseverar en la oración y elegir lo correcto aun cuando parezca insignificante.

El sacrificio diario es, en realidad, la esencia de seguir a Cristo. Al hacerlo, transformamos lo ordinario en santo y lo común en ofrenda aceptable. Así descubrimos que el Señor no pide tanto hazañas espectaculares, sino constancia y pureza de intención. Con corazones quebrantados y espíritus humildes, nuestro caminar diario se convierte en un testimonio vivo de lealtad a los convenios.

La promesa es clara: quienes siguen este modelo son aceptados por el Señor. Esa aceptación no es un futuro incierto, sino una seguridad presente, una confirmación de que, aunque imperfectos, nuestro rumbo es correcto. En cada paso de sacrificio sencillo, el Señor manifiesta Su aprobación y Su gracia nos acompaña.


“El Poder de los Convenios: Seguridad en la Prueba y Fruto en la Eternidad”

“Los primeros líderes de la Iglesia en esta dispensación confirmaron que el apego a la senda de los convenios brinda la seguridad que necesitamos en tiempos de prueba. …

“Además señalaron que, al ofrecer cualquier sacrificio que Dios nos requiera, obtenemos el testimonio del Espíritu de que nuestro curso es correcto y agradable a Dios (véase Lectures on Faith, págs. 69–71). Con ese conocimiento, nuestra fe se vuelve ilimitada, teniendo la seguridad de que Dios, a su debido tiempo, convertirá toda aflicción en ganancia. …

“El Señor dijo de la Iglesia:

“‘De cierto os digo, todos los que … estén dispuestos a observar sus convenios mediante el sacrificio — sí, todo sacrificio que yo, el Señor, mandare — son aceptados por mí.

“‘Porque yo, el Señor, haré que broten como un árbol muy fructífero plantado en una tierra fértil, junto a un arroyo puro, que da mucho fruto precioso’ (Doctrina y Convenios 97:8–9).”

Élder D. Todd Christofferson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de abril de 2009, “El poder de los convenios”

El élder D. Todd Christofferson enseña que la senda de los convenios es el camino seguro hacia Dios, especialmente en los momentos de mayor aflicción. Los primeros líderes de esta dispensación ya habían confirmado que, al permanecer fieles a nuestros compromisos con el Señor, encontramos paz, certeza y dirección en medio de la incertidumbre.

El sacrificio, lejos de ser un obstáculo, se convierte en la llave que abre el testimonio del Espíritu. Cuando entregamos lo que Dios nos pide —sea tiempo, comodidad, orgullo o posesiones— recibimos la confirmación de que nuestra vida es aceptable a Sus ojos. Esa certeza transforma nuestra fe en confianza ilimitada, porque sabemos que ninguna prueba es en vano y que, a su debido tiempo, Dios convertirá cada aflicción en ganancia eterna.

La promesa revelada en Doctrina y Convenios 97:8–9 es riquísima en simbolismo: quienes guardan convenios mediante sacrificio son comparados con un árbol fructífero, plantado en tierra fértil y junto a aguas puras. Es una imagen de abundancia, estabilidad y crecimiento constante. El fruto precioso de esa fidelidad no se limita a bendiciones futuras, sino que también se manifiesta en fortaleza espiritual, paz interior y resiliencia frente a las pruebas actuales.

Así, los convenios no son solo promesas que hacemos a Dios; son también un canal por el cual Su poder y Su gracia fluyen hacia nosotros. Al andar en la senda de los convenios, nuestra vida se enraíza en Cristo, se nutre de Su amor y se orienta hacia una cosecha eterna.


“El Templo: Perspectiva Eterna y Fortaleza Diaria”

“La casa del Señor es un lugar donde podemos escapar de lo mundano y ver nuestra vida con una perspectiva eterna. Podemos meditar en instrucciones y convenios que nos ayudan a entender con mayor claridad el plan de salvación y el amor infinito de nuestro Padre Celestial por Sus hijos. Podemos meditar en nuestra relación con Dios, el Padre Eterno, y Su Hijo, Jesucristo. Aprendemos de Doctrina y Convenios que el templo es un lugar de gratitud, ‘un lugar de instrucción para todos los que son llamados a la obra del ministerio en todos sus diversos llamados y oficios;

“‘Para que sean perfeccionados en la comprensión de su ministerio, en teoría, en principio y en doctrina, en todas las cosas pertenecientes al reino de Dios en la tierra’ (Doctrina y Convenios 97:13–14).

“El servicio regular en el templo puede proporcionar fortaleza espiritual. Puede ser un ancla en la vida diaria, una fuente de guía, protección, seguridad, paz y revelación. Ninguna obra es más espiritual que la obra del templo.”

Élder Joseph B. Wirthlin, entonces miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de abril de 1992, “Buscar lo bueno”

El élder Joseph B. Wirthlin testifica que la casa del Señor es mucho más que un edificio sagrado: es el punto de encuentro entre lo terrenal y lo eterno. Allí se nos permite dejar atrás las distracciones del mundo y contemplar nuestra vida desde la perspectiva del plan de salvación. En el templo aprendemos no solo quiénes somos, sino también hacia dónde nos dirigimos y cuánto nos ama nuestro Padre Celestial.

Doctrina y Convenios 97:13–14 describe el templo como un lugar de gratitud y de instrucción, donde los que sirven en el ministerio son perfeccionados en su entendimiento. No se trata únicamente de adquirir conocimiento, sino de ser transformados en comprensión y poder espiritual. El templo nos enseña “en teoría, en principio y en doctrina”, abarcando tanto la mente como el corazón, de modo que lleguemos a ser discípulos más completos de Cristo.

El servicio constante en el templo se convierte en un ancla para el alma. Allí encontramos guía cuando las decisiones parecen inciertas, protección frente a la confusión del mundo, seguridad en medio de las pruebas y paz que trasciende las circunstancias. El templo es también un espacio privilegiado de revelación, donde la voz apacible del Espíritu se oye con claridad y dirección.

En verdad, ninguna obra es más espiritual que la del templo, porque en él se nos acerca al corazón mismo de la obra de Dios: redimir a Sus hijos, unir familias y preparar a los santos para la vida eterna. Cada visita al templo es, entonces, un paso más en el sendero de la santificación y una reafirmación de nuestra fe en Jesucristo.


“Ver al Señor en Su Santo Templo”

“En Kirtland [Ohio], el Señor reveló al profeta José:

“‘Y en cuanto mi pueblo edifique una casa a mi nombre, y no permita que ninguna cosa inmunda entre en ella para que no sea contaminada, mi gloria reposará sobre ella;

“‘Sí, y mi presencia estará allí, porque entraré en ella, y todos los puros de corazón que entren en ella verán a Dios’ (Doctrina y Convenios 97:15–16).

“Es verdad que algunos han visto realmente al Salvador, pero al consultar el diccionario, se aprende que hay muchos otros significados de la palabra ‘ver’, tales como llegar a conocerlo, discernirlo, reconocerlo a Él y Su obra, percibir Su importancia o llegar a comprenderlo.

“Tal iluminación celestial y bendiciones están disponibles para cada uno de nosotros.”

Élder David B. Haight, entonces miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de octubre de 1990, “Los templos y la obra en ellos”

El élder David B. Haight expone la promesa sublime revelada en Kirtland: el templo es el lugar donde la gloria de Dios reposa y donde Su presencia se manifiesta a los puros de corazón. En Doctrina y Convenios 97:15–16 se nos asegura que quienes entren dignamente podrán “ver a Dios”. Aunque algunos han tenido la experiencia literal de contemplar al Salvador, el significado de “ver” abarca mucho más que la visión física.

“Ver” a Dios también implica reconocerlo en nuestra vida, discernir Su mano en nuestros días, comprender Su amor y percibir la magnitud de Su obra redentora. Es alcanzar un conocimiento más íntimo y profundo de Cristo, que ilumina la mente y ensancha el alma. Así, cada adorador que entra al templo con un corazón puro puede recibir esta visión espiritual, sin importar si sus ojos naturales perciben o no una manifestación visible.

El templo, por lo tanto, no es solo un edificio de piedra, sino el umbral hacia una mayor comprensión de lo divino. Allí aprendemos a ver al Señor con los ojos de la fe y del espíritu, y al hacerlo, nuestra relación con Él se vuelve más cercana, más real y más transformadora.

La promesa es universal: cada santo que entre al templo en rectitud puede llegar a conocerlo, reconocerlo y comprenderlo mejor. Esa es la verdadera bendición de “ver a Dios”: no solo en una teofanía excepcional, sino en la iluminación constante que nos permite caminar con Cristo en la vida diaria.


“Responsabilidad y Pureza: El Sendero de los Hijos de Dios”

“Es la voluntad del Señor que los niños a la edad de 8 años comiencen a ser responsables del tipo de vida que llevan. Ustedes, niñas de 10 y 11 años, y todos nosotros, debemos asumir esta misma responsabilidad. Al hacerlo, nos estamos convirtiendo en un pueblo de Sion, que el Doctrina y Convenios dice que son personas que son ‘puros de corazón’ (Doctrina y Convenios 97:21). Después del bautismo podemos vivir una vida nueva, más reflexiva, tal como la describió Cristo.”

Hermana Dwan J. Young, entonces presidenta general de la Primaria, Conferencia General de octubre de 1984, “Guardar los convenios que hacemos en el bautismo”

La hermana Dwan J. Young enseña que la responsabilidad espiritual comienza temprano en la vida. A la edad de ocho años, los niños entran en una nueva etapa: son capaces de discernir entre el bien y el mal y de comprometerse con Cristo mediante el bautismo. Ese momento marca un despertar de conciencia en el que se reconoce que la vida que llevamos tiene consecuencias eternas.

Ser responsables, sin embargo, no significa llevar una carga imposible, sino dar los primeros pasos en la senda de Sion. Cada decisión diaria —por pequeña que parezca— nos va moldeando en pureza de corazón. Así, niñas de 10 y 11 años, y todos los discípulos de Cristo, compartimos la misma invitación: vivir reflexivamente, con una mirada fija en el Salvador.

El bautismo es más que un rito de iniciación; es la puerta a una vida renovada. Al salir de las aguas, se nos da la oportunidad de caminar de manera más consciente, de vivir con un corazón puro y de esforzarnos por reflejar la luz de Cristo. Esa vida nueva, hecha de decisiones sencillas pero significativas, nos prepara para ser verdaderamente un pueblo de Sion: puros de corazón, unidos en el amor de Dios.

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