Ven, sígueme
Doctrina y Convenios 94–97
1 – 7 septiembre: “Para la salvación de Sion”
Contexto histórico
A mediados de la década de 1830, la Iglesia del Señor vivía un momento de crecimiento y de desafíos. La sede principal estaba en Kirtland, Ohio, mientras que otra gran concentración de miembros se encontraba en Misuri, especialmente en el condado de Jackson. Entre 1833 y 1834, los Santos de ambos lugares enfrentaron pruebas de fe, persecuciones y también recibieron mandamientos sagrados relacionados con la edificación del reino de Dios.
En Kirtland, el Señor instruyó a José Smith y a los líderes a construir casas sagradas: una “casa de oración, de ayuno, de fe y de instrucción” (la futura Casa del Señor, o Templo de Kirtland), además de una imprenta y una casa para la Primera Presidencia. Estas instrucciones aparecen en Doctrina y Convenios 94. El Señor vinculaba estos proyectos con su gloria y con la necesidad de que los santos se organizaran en rectitud. Los templos no eran solamente edificios, sino símbolos de la pureza de corazón que requería el Señor para morar entre Su pueblo.
Mientras tanto, en Misuri, los santos sufrían persecuciones severas por parte de sus vecinos. En julio de 1833 fueron expulsados violentamente de sus tierras en el condado de Jackson. En ese mismo mes, el Profeta recibió la revelación hoy registrada como Doctrina y Convenios 97. Allí el Señor consoló y reprendió: confirmó que Sion —entendida como el centro de reunión en Misuri— debía ser edificada por un pueblo puro de corazón. Les mandó construir allí también una Casa del Señor, pero les advirtió que si no lo hacían con rectitud, sus obras serían vanas. En contraste, prometió grandes bendiciones a quienes guardaran convenios: su gloria reposaría en el templo, su presencia estaría entre ellos y los puros de corazón verían a Dios.
Así, las secciones 94–97 reflejan dos realidades paralelas: en Kirtland, los santos recibían instrucciones precisas sobre cómo organizar y construir, preparándose espiritualmente para grandes bendiciones; en Misuri, los santos eran probados con tribulación y persecución, pero también eran llamados a la fidelidad y a la pureza para poder edificar Sion y recibir la presencia del Señor. Estas revelaciones juntas muestran la tensión entre las esperanzas de la edificación de templos y de una ciudad santa, y las pruebas que purificaban al pueblo en medio de la oposición.
Doctrina y Convenios 94; 97:10–17
Puedo “dedicar[me] íntegramente al Señor”.
Cuando el Señor reveló a Sus siervos los mandamientos contenidos en Doctrina y Convenios 94, no estaba simplemente dando instrucciones arquitectónicas o administrativas; estaba revelando una verdad profunda: toda obra, toda construcción, toda labor que hagamos en Su nombre debe estar dedicada íntegramente a Él. El Señor pidió que Sus casas fueran edificadas “para la gloria de mi nombre” y no con un propósito mundano. De ese modo enseñaba que el sacrificio del pueblo debía ser consagrado, no a la vanagloria de los hombres, sino a Su servicio eterno.
En Doctrina y Convenios 97:10–17, esta idea se profundiza. El Señor explica que Él acepta toda obra que se realice “con un corazón puro y manos limpias”, y promete que en un templo dedicado correctamente Su gloria reposará. Allí, dice, Su presencia estará y los puros de corazón verán a Dios. Este pasaje subraya que dedicarse íntegramente al Señor no significa solo ofrecer tiempo, talento o recursos; significa purificar las motivaciones y los deseos más íntimos del corazón. La obra externa —la edificación de un templo, la asistencia a las reuniones, el cumplimiento de deberes— cobra verdadero poder solo cuando refleja una entrega total y sincera al Señor.
Aplicado a nuestra vida, este principio nos invita a preguntarnos: ¿para quién vivo?, ¿a quién dedico mis pensamientos, mis esfuerzos y mis sacrificios? Así como los santos de Kirtland y Misuri consagraron su esfuerzo y sus limitados recursos para levantar casas al Señor, yo también puedo consagrar mi mente, mi tiempo, mis dones y mi vida entera. Cuando lo hago, el Señor promete que Su presencia reposará en mi vida como lo haría en Su templo.
Dedicarse íntegramente al Señor es más que un acto puntual de servicio; es una consagración diaria. Implica decidir, como aquellos primeros santos, que aunque haya oposición y sacrificio, vale la pena entregar todo para que el Señor se manifieste en nuestro corazón. Y cuando mi vida se convierte en una “casa del Señor”, entonces Su promesa se cumple: Su gloria reposa conmigo, Su presencia me acompaña, y con ojos de fe puedo llegar a verle.
1. Lo que el Señor dice acerca de los edificios en DyC 94:2–12 y en 97:10–17
En Doctrina y Convenios 94:2–12, el Señor da instrucciones muy específicas sobre la construcción de casas sagradas en Kirtland: una casa para la Primera Presidencia, una imprenta y un templo. Lo que llama la atención es el detalle y el orden. El Señor no deja nada al azar: indica dimensiones, uso, propósito, y recalca que estas edificaciones debían ser “dedicadas al Señor desde el principio”. Esto enseña que, para Dios, no solo importa lo que hacemos sino cómo lo hacemos, y que todo proyecto debe comenzar con una visión espiritual, no meramente práctica.
En contraste, en Doctrina y Convenios 97:10–17, el enfoque cambia del detalle técnico al sentido espiritual. Aquí el Señor promete que si Su pueblo edifica un templo con rectitud, Su gloria reposará allí, Su presencia estará en medio de ellos, y los puros de corazón podrán verle. No habla tanto de planos ni de dimensiones, sino de consagración, pureza y santidad. Así, mientras que en DyC 94 se subraya la importancia de la obediencia en la obra temporal, en DyC 97 se resalta la recompensa espiritual que viene cuando esa obra se hace íntegramente para Él.
La comparación muestra un equilibrio: el Señor se interesa tanto por lo tangible y ordenado como por lo invisible y espiritual. Nos recuerda que cuando construimos “edificios” para Él —sean físicos o espirituales, como nuestro carácter o familia— debemos hacerlo con orden y dedicación, para que Su gloria pueda morar en ellos.
2. ¿Qué significa “dedicarme íntegramente al Señor”?
Para mí, “dedicarme íntegramente al Señor” significa vivir de tal manera que cada aspecto de mi vida se convierta en un espacio sagrado para Él. No es solo asistir al templo o servir en la Iglesia, sino permitir que mis pensamientos, palabras y acciones reflejen un corazón consagrado.
Es preguntarme cada día: ¿mi trabajo, mi familia, mis estudios, mis esfuerzos están consagrados al Señor o solo a mis propios fines? Cuando los pongo en Sus manos, aunque sean pequeños, Él los magnifica. Dedicarme íntegramente significa no reservar “espacios privados” donde Dios no pueda entrar, sino abrirle cada rincón de mi ser, como si mi vida entera fuera un templo.
Al hacerlo, siento que se cumple lo que el Señor prometió: Su gloria reposa en mi vida, Su presencia me acompaña y, en los momentos de mayor pureza, logro “verle” con los ojos de la fe.
Conclusión final
Estas revelaciones muestran que el Señor no separa lo temporal de lo espiritual: ambos están unidos en Su obra. En DyC 94, Él enseña que aun los detalles de una construcción deben hacerse con orden y dedicación a Su nombre. En DyC 97:10–17, revela que cuando lo que edificamos —sea un templo físico o nuestra propia vida— se hace con pureza y entrega total, Su gloria puede morar allí y Su presencia puede ser sentida.
La conclusión es clara: dedicarse íntegramente al Señor significa que todo lo que hacemos, desde lo más práctico hasta lo más sagrado, puede y debe ser consagrado a Él. Cuando así lo hacemos, no solo levantamos paredes o cumplimos tareas, sino que levantamos un espacio donde Dios mismo promete manifestarse. Al vivir con ese espíritu de consagración, nuestra vida entera llega a ser un templo en el que Su presencia habita.
Doctrina y Convenios 95
El Señor disciplina a quienes ama.
Cuando se recibió la revelación que hoy conocemos como Doctrina y Convenios 95 (junio de 1833), ya habían pasado cinco meses desde que el Señor había mandado a los santos edificar una “casa de Dios” (D. y C. 88:117–119). Sin embargo, no habían hecho nada al respecto. El Señor, en Su amor, intervino con palabras que al mismo tiempo son fuertes y tiernas: los reprendió por su negligencia, pero también les mostró el camino para corregirse y recibir las bendiciones prometidas.
La disciplina como expresión de amor
El Señor mismo lo declara en esta sección: “a quienes amo, también reprendo” (D. y C. 95:1). La corrección divina no nace de enojo ni de condenación, sino de un amor profundo que busca que Sus hijos alcancen su potencial eterno. Tal como un padre que ve a su hijo desviarse y lo advierte con firmeza, Dios no permite que Sus hijos sigan en comodidad espiritual cuando hay tareas sagradas por cumplir.
Principios de corrección inspirada que se observan en la sección 95
- La corrección viene acompañada de amor
El Señor comienza recordándoles que Su reprensión es evidencia de Su amor. No hay disciplina fría o distante, sino una preocupación paternal. - Se señala con claridad la falta
El Señor no habla en términos vagos: les dice directamente que han descuidado el mandamiento de edificar Su casa. La corrección inspirada evita ambigüedades. - Se explica el propósito de la corrección
No se trata solo de señalar errores, sino de mostrar el porqué: la casa debía edificarse para ser un lugar de gloria, de poder, de preparación y de presencia divina. - Se muestra la consecuencia de la negligencia
El Señor les advierte que si no actuaban, perderían la oportunidad de recibir conocimiento, poder y revelación en ese lugar. La corrección incluye visión de lo que está en juego. - Se da dirección clara para el cambio
El Señor no solo reprende, también manda: deben organizarse, trabajar y levantar el templo. La corrección inspirada siempre ofrece pasos para mejorar. - Se renueva la promesa de bendición
El Señor asegura que, si obedecen, tendrán un lugar donde “mi gloria reposará” y podrán ser investidos con poder. El amor de Dios siempre apunta a restaurar y fortalecer.
Lo que aprendemos del Señor a través de Su manera de corregir
- Dios es paciente, pero no indiferente. Esperó cinco meses, pero luego actuó con firmeza.
- Su propósito es siempre edificarnos. No nos disciplina para humillarnos, sino para levantarnos y encaminarnos hacia la plenitud de Sus promesas.
- Él combina justicia y misericordia. Señala la falta, pero inmediatamente abre la puerta del arrepentimiento y la bendición.
- Su disciplina es parte de nuestro discipulado. Ser corregidos por el Señor significa que Él se interesa en nuestro progreso y no nos deja estancados.
Doctrina y Convenios 95 nos enseña que la disciplina del Señor es un acto de amor que busca nuestro crecimiento espiritual. Así como los santos de Kirtland fueron reprendidos por su negligencia en edificar la casa de Dios, nosotros también podemos ser llamados la atención cuando demoramos en cumplir con mandamientos o asignaciones divinas. Pero al igual que ellos, si aceptamos la corrección con humildad y actuamos con fe, seremos investidos de poder y llenos de Su gloria.
El verdadero amor de Dios se manifiesta no solo en Su consuelo, sino también en Su corrección.
|
Principio de la corrección inspirada |
Referencia |
Enseñanza |
Aplicación personal |
|
La disciplina es una señal de amor |
v. 1 |
El Señor reprende porque ama y se interesa por nuestro crecimiento. |
Recordar que cuando recibo corrección del Señor o de Sus siervos, es porque Él me ama y quiere ayudarme a mejorar. |
|
Se señala con claridad la falta |
v. 3 |
El Señor fue directo: habían descuidado edificar Su casa. |
Aceptar con humildad cuando el Señor o un líder inspirado me muestra un error, sin justificarme ni resistirme. |
|
Se explica el propósito de la corrección |
vv. 8–9 |
La casa debía ser un lugar de gloria, revelación y preparación. |
Buscar comprender el “porqué” de la corrección divina, y no solo verla como un castigo. |
|
Se muestran las consecuencias de la negligencia |
vv. 10–12 |
Si no obedecían, perderían oportunidades de poder y conocimiento. |
Reconocer que postergar mandamientos me puede privar de bendiciones espirituales importantes. |
|
Se da dirección clara para mejorar |
vv. 13–14 |
Debían organizarse y comenzar a construir el templo. |
Seguir los pasos específicos que el Señor me da hoy para progresar, aunque sean pequeños. |
|
Se renueva la promesa de bendición |
vv. 15–16 |
El Señor prometió investidura y gloria si eran obedientes. |
Obedecer con esperanza, recordando que toda disciplina divina conduce a mayores bendiciones. |
Doctrina y Convenios 95:8, 11–17; 97:10–17
El templo es la Casa del Señor.
Cuando el Señor reveló las instrucciones en Doctrina y Convenios 95 y 97, los santos de Kirtland estaban recibiendo un llamado a elevar su visión espiritual. Había pasado un tiempo desde que Él les mandó edificar una casa a Su nombre, pero aún no habían comenzado. Por eso, la voz del Señor vino con un tono de corrección y de amor: debían entender que el templo no era un simple edificio, sino Su propia casa en la tierra.
En Doctrina y Convenios 95:8, el Señor declara que los templos son el lugar donde Él mismo puede revelar Su gloria, y donde los santos pueden recibir investiduras de poder. El templo es, entonces, el espacio en el que el cielo se conecta con la tierra, y donde el Señor enseña Su ley y fortalece a Sus hijos. Más adelante, en los versículos 11–17, el Señor da instrucciones específicas sobre la construcción de esa casa. Esto subraya un principio importante: los templos no son fruto de la imaginación humana, sino que son diseñados según el patrón del cielo. En ellos se refleja la voluntad divina en los detalles, mostrando que Dios cuida tanto de lo espiritual como de lo material en la edificación de Su casa.
Al llegar a Doctrina y Convenios 97:10–17, el mensaje se profundiza. El Señor explica que la dedicación de un templo no depende únicamente de levantar paredes, sino de la pureza y el sacrificio de los santos que participan en su construcción. “Sea pura de corazón mi pueblo”, dice Él, porque Su gloria descansará únicamente en un lugar limpio. Allí, los santos pueden ver a Dios y sentir Su presencia. La promesa es poderosa: si los hijos del convenio se dedican de lleno a la obra, el templo será un refugio donde el Señor mismo se manifestará.
Estos pasajes enseñan que el templo es más que un símbolo: es una realidad tangible de que el Señor está con Su pueblo. Es la Casa del Señor, un lugar de revelación, de orden celestial y de preparación para lo eterno. Allí, cada detalle —desde su construcción hasta la manera en que lo honramos— refleja nuestra devoción y pureza de corazón.
Quien entra en el templo con rectitud no solo participa de ordenanzas, sino que experimenta la presencia misma de Dios. El Señor pide un sacrificio de obediencia y santidad, y a cambio promete Su gloria y Su paz. El templo es, en verdad, el espacio en el cual el cielo toca la tierra y donde Sus hijos pueden vislumbrar Su rostro.
¿Por qué crees que Hyrum estaba tan ansioso por construir el templo?
Hyrum Smith comprendía, quizá más que muchos, el valor eterno del templo. Desde las revelaciones de Kirtland sabía que allí el Señor prometía derramar poder, gloria y conocimiento sobre Su pueblo (DyC 95:8). Para un hombre de fe como él, edificar la casa del Señor no era un proyecto arquitectónico, sino un acto de obediencia y de amor. El templo significaba tener un lugar donde el cielo podía descender a la tierra, donde las ordenanzas asegurarían bendiciones eternas para él, su familia y todos los santos. Su ansiedad no era impaciencia, sino anhelo: quería que se cumpliera la promesa divina de que los puros de corazón verían a Dios (DyC 97:16). Para Hyrum, levantar el templo era acercar a Sion a la presencia del Señor.
El presidente Russell M. Nelson enseñó que el Señor está acelerando el ritmo de construcción de templos en la tierra. Esto responde al mismo espíritu que movía a Hyrum: la urgencia de preparar a los hijos de Dios para recibir poder, consuelo y dirección divina en un mundo cada vez más turbulento.
Si alguien me preguntara hoy por qué la Iglesia de Jesucristo construye tantos templos, le diría:
- Porque el templo es la Casa del Señor, donde sentimos Su presencia de manera única.
- Porque allí se realizan ordenanzas esenciales para la salvación y la exaltación, que bendicen tanto a los vivos como a los muertos.
- Porque es un refugio sagrado en medio de un mundo inestable, un lugar de paz y de revelación.
- Porque cada templo acerca el cielo a la tierra y multiplica las oportunidades de que las familias estén unidas por la eternidad.
En otras palabras, construimos templos porque amamos al Señor y queremos que Sus bendiciones estén al alcance de todos Sus hijos.
El templo es la Casa del Señor
|
Aspecto |
Hyrum Smith y los santos en Kirtland (DyC 95:8, 11–17; 97:10–17) |
Nuestros días – Énfasis del presidente Nelson |
|
Motivación espiritual |
Hyrum anhelaba un lugar donde la gloria del Señor pudiera reposar y donde los puros de corazón pudieran ver a Dios. |
El presidente Nelson enseña que los templos son esenciales para fortalecer la fe y centrar la vida en Cristo. |
|
Sentido de urgencia |
Hyrum estaba ansioso porque comprendía que sin el templo, los santos no recibirían poder ni investidura. |
El Señor “está acelerando el ritmo” de construcción de templos, mostrando la urgencia de preparar a Su pueblo en la actualidad. |
|
Bendiciones prometidas |
El templo sería un lugar de revelación, pureza y preparación para ver al Señor. |
Cada templo acerca las ordenanzas salvadoras y permite a más hijos de Dios acceder a convenios eternos. |
|
Sacrificio requerido |
Se pedía a los santos construir con obediencia y pureza, dedicando recursos y esfuerzo físico. |
Hoy se pide a los miembros servir, asistir con frecuencia y dedicar tiempo y corazón al Señor. |
|
Propósito eterno |
Establecer Sion y edificar una Casa donde el cielo y la tierra se unieran. |
Preparar a la Iglesia y al mundo para la Segunda Venida de Cristo, con familias selladas y convenios cumplidos. |
Conclusión
El anhelo de Hyrum Smith por edificar el templo en Kirtland refleja un corazón que entendía la urgencia de tener un lugar donde el Señor pudiera manifestar Su gloria y otorgar poder a Su pueblo. Esa misma urgencia se renueva en nuestros días, cuando el Señor, a través del presidente Nelson, acelera la construcción de templos en todo el mundo.
El mensaje es claro: el templo no es un lujo ni un simple símbolo, es una necesidad espiritual. Ayer y hoy, es allí donde recibimos fuerza para enfrentar la vida, donde establecemos convenios eternos y donde encontramos paz en medio del caos del mundo. Así como Hyrum estaba ansioso por ver cumplida la promesa del Señor, nosotros podemos demostrar el mismo deseo al asistir con frecuencia, al prepararnos con pureza y al centrar nuestra vida en Cristo.
En última instancia, el templo nos recuerda que Dios desea habitar entre Su pueblo, y que cada piedra levantada, cada sacrificio hecho y cada corazón que entra por sus puertas, acerca un poco más a Sion a la presencia del Señor.
¿Qué sacrificios crees que el Señor quiere que hagas? (Véase Doctrina y Convenios 97:12).
En Doctrina y Convenios 97:12 el Señor enseña que el sacrificio es parte esencial para santificar Su casa:
“He aquí, he mandado que se edifique una casa a mi nombre en esta tierra, para la preparación de mis santos…”.
El templo no podía levantarse sin sacrificio en los días de Kirtland, y lo mismo ocurre en nuestra época. El Señor pide sacrificios no solo materiales, sino espirituales, porque lo que más desea es nuestro corazón.
¿Qué sacrificios quiere el Señor de mí hoy?
- Tiempo: dejar de lado actividades menos importantes para dedicar tiempo al templo, al estudio de las Escrituras y al servicio.
- Comodidad: viajar largas distancias, madrugar o ajustar mi agenda para asistir al templo o magnificar mis llamamientos.
- Orgullo y voluntad propia: rendir mi corazón al Señor, sometiéndome a Su plan incluso cuando no coincide con mis deseos.
- Recursos: ofrendar generosamente en diezmos y ofrendas, sabiendo que el Señor multiplica lo que consagramos.
- Conducta: vivir con pureza, apartándome del pecado y cultivando pensamientos y acciones que me preparen para entrar en Su casa.
Cada sacrificio, pequeño o grande, abre la puerta para que el Señor derrame Su Espíritu y nos acerque más a Él. Lo que en el momento parece pérdida, en realidad es ganancia eterna.
Diálogo: “El templo es la Casa del Señor”
José: María, hoy en la clase hablamos de Doctrina y Convenios 95 y 97. Me impresionó cómo el Señor corrigió a los santos de Kirtland porque no habían empezado a construir el templo.
María: Sí, fue fuerte, pero también lleno de amor. Él les recordó que el templo no era solo un edificio, sino Su propia casa en la tierra.
José: Exacto. Y me llamó la atención que en DyC 95:8 dice que allí Él puede revelar Su gloria. ¿Te imaginas? El templo como un lugar donde literalmente podemos sentir la presencia de Dios.
María: Y también es un lugar de poder. Allí recibimos las investiduras y aprendemos Su ley. Es como si el cielo bajara a la tierra.
José: Hyrum Smith lo entendía muy bien. Por eso estaba tan ansioso por levantar el templo. No era por impaciencia, sino porque quería ver cumplida la promesa de que los puros de corazón podrían ver a Dios.
María: Eso me hace pensar en lo que dijo el presidente Nelson, que el Señor está acelerando el ritmo de construcción de templos. Es como si hoy viviéramos esa misma urgencia que sintió Hyrum.
José: Claro. Y también me pregunto: ¿qué sacrificios espera el Señor de mí? Porque en DyC 97:12 Él dice que la preparación de los santos es parte de la edificación de Su casa.
María: Yo creo que pide sacrificios sencillos, pero significativos: tiempo, pureza, humildad. Cosas que demuestran que realmente queremos entrar en Su casa con un corazón limpio.
José: Sí, y cuando hacemos esos sacrificios, Él nos da mucho más: paz, revelación y la promesa de que podemos ver Su rostro algún día.
María: Al final, el templo no es un lujo, es una necesidad espiritual. Es el refugio que necesitamos en un mundo cada vez más difícil.
José: Entonces, podemos decir que cada visita al templo es como acercarnos un paso más a la presencia del Señor.
María: Y cada sacrificio que hacemos para estar allí, en realidad, es una ganancia eterna.
Doctrina y Convenios 97:8–9
“Estos son aceptados por mí”.
Cuando el Señor declara en Doctrina y Convenios 97:8–9 que “estos son aceptados por mí”, nos está revelando un principio profundamente personal: no todos son aceptados simplemente por pertenecer a Su Iglesia o por realizar actos externos de religión. La aceptación divina no se mide por lo que los hombres ven, sino por lo que Dios discierne en el corazón.
El Señor mismo describe cuáles son las condiciones de esa aceptación. Dice que son aceptados aquellos que se presentan ante Él con un corazón quebrantado y un espíritu contrito. Esto significa una disposición humilde, sensible y dispuesta a dejarse moldear por Su voluntad. No es la autosuficiencia, ni el orgullo, ni la apariencia lo que abre las puertas de la aceptación divina, sino la sumisión sincera del alma que reconoce su necesidad constante de gracia y dirección.
A esa humildad se suma la determinación de guardar los convenios. No basta con haber hecho promesas en el bautismo o en el templo; lo que da validez a esos convenios es la disposición diaria de vivirlos. El Señor deja claro que la aceptación no se basa en un acto aislado, sino en una lealtad continua que demuestra, con hechos y sacrificios, que la relación con Él es lo primero en nuestra vida.
Además, la frase subraya que debemos sacrificar de todo corazón. El sacrificio parcial no es suficiente; el Señor pide el corazón entero, la voluntad completa. En realidad, lo único que el hombre puede ofrecer verdaderamente al Señor es su propia voluntad, y cuando esa voluntad se entrega sin reservas, entonces el sacrificio se convierte en adoración pura.
El versículo siguiente, en contraste, nos recuerda que quienes rehúsan ofrecer esa entrega y esa obediencia no son aceptados, sino condenados. Esto no se debe a un castigo arbitrario, sino a la consecuencia natural de vivir alejados de la fuente de vida y de luz. La aceptación divina, por lo tanto, no es un derecho adquirido, sino una bendición que llega como fruto de la fidelidad y de la entrega sincera.
De esta manera, el pasaje nos invita a reflexionar en lo que realmente importa: ser aceptados por el Señor. No por la opinión de los demás, no por los reconocimientos humanos, sino por esa voz íntima y poderosa del Espíritu que confirma que nuestros sacrificios, nuestra humildad y nuestra fidelidad han sido recibidos por Él. Es la promesa de que, aunque imperfectos, si vivimos con un corazón quebrantado, un espíritu contrito y la determinación de guardar los convenios, podemos escuchar espiritualmente esas palabras tan anheladas: “Tú eres aceptado por mí”.
¿En qué se parece o se diferencia eso de lo que se enseña en Doctrina y Convenios 97:8–9 acerca de lo que significa ser aceptado por el Señor?
En Doctrina y Convenios 97:8–9, el Señor enseña que ser aceptado por Él no se trata simplemente de cumplir con lo externo, sino de ofrecerle el corazón entero. La aceptación divina es una condición espiritual que nace de tener un corazón quebrantado, un espíritu contrito y la determinación de guardar los convenios. Así, ser aceptado significa vivir en humildad, sometiendo la voluntad propia a la Suya, y no conformarse con una obediencia superficial.
La diferencia respecto a otras concepciones humanas de aceptación es clara: para los hombres, muchas veces basta la apariencia o el esfuerzo parcial; en cambio, para el Señor, lo único que vale es la autenticidad de un corazón íntegro y dispuesto. La similitud es que tanto en la vida social como en la relación con Dios, todos buscamos ser aceptados; pero aquí se recalca que la aceptación que realmente importa es la del Señor, porque esa determina nuestro estado eterno.
¿Qué crees que el Señor está tratando de enseñarte con la metáfora del versículo 9?
En cuanto al versículo 9, el Señor usa una metáfora fuerte: aquellos que no se entregan de esa manera son “condenados”. Más que una amenaza, esto funciona como una metáfora de separación. El Señor está diciendo que rechazar el corazón quebrantado y contrito es como ponerse voluntariamente fuera de Su luz y de Su aceptación. Así como alguien que cierra las ventanas de su casa no puede quejarse de la oscuridad que queda dentro, de la misma manera, quien no se humilla ni guarda convenios se coloca fuera del alcance de la gloria de Dios.
Lo que el Señor quiere enseñarnos con esta metáfora es que la aceptación divina no es un detalle menor: es la diferencia entre vivir en Su presencia o vivir privados de ella. No se trata de castigo por capricho, sino de consecuencia natural. Quien se abre con humildad recibe luz, poder y aceptación; quien se cierra a esa entrega termina aislado espiritualmente.
Conclusión final
Las secciones 94–97 de Doctrina y Convenios muestran la tensión y el equilibrio entre la organización temporal y la preparación espiritual del pueblo del Señor en los años 1833–1834.
- En Kirtland, el Señor instruyó con detalle sobre la construcción de un templo, una imprenta y una casa para la Primera Presidencia, subrayando que todo debía hacerse con orden y consagración a Su nombre (DyC 94; 95).
- En Misuri, en medio de persecuciones y pérdidas, el Señor consoló y reprendió, recordando que Sion solo podría edificarse por un pueblo puro de corazón y que Su gloria reposaría únicamente en templos construidos con rectitud (DyC 97).
La disciplina del Señor en DyC 95 muestra Su amor: corrige a los santos por su negligencia, pero también les abre la puerta a bendiciones mayores si obedecen. En DyC 97, el Señor enseña que Su aceptación no depende de apariencias, sino de un corazón quebrantado, un espíritu contrito y la fidelidad en guardar convenios. El templo se presenta como el lugar donde el cielo y la tierra se unen, donde los santos reciben investiduras y donde los puros de corazón pueden ver a Dios.
El mensaje central de estas revelaciones es que todo lo que hacemos debe estar íntegramente dedicado al Señor. Lo temporal y lo espiritual no están separados: la forma en que construimos, servimos y sacrificamos refleja la pureza de nuestro corazón. El Señor disciplina porque ama, corrige para que avancemos, y promete Su presencia y Su gloria cuando nos consagramos plenamente a Él.
Así como Hyrum Smith anhelaba con urgencia la construcción del templo en Kirtland, hoy somos invitados a mostrar la misma disposición: edificar templos, asistir con frecuencia y transformar nuestra vida entera en una “casa del Señor”. Cuando ofrecemos nuestro tiempo, recursos y voluntad con un corazón contrito, recibimos la bendición suprema: ser aceptados por Dios, tener Su presencia con nosotros y vivir en paz aun en medio de la oposición.
En última instancia, estas secciones nos enseñan que el verdadero templo comienza en el corazón, y que al consagrarnos diariamente, nuestra vida puede convertirse en un espacio donde la gloria del Señor more y donde podamos vislumbrar Su rostro.
Comentario personal
Sé que el Señor pide a Sus hijos que se dediquen íntegramente a Él. Al estudiar Doctrina y Convenios 94–97, he sentido que Su voz sigue siendo clara y actual: el templo no es un simple edificio, sino Su Casa, un lugar donde Él se manifiesta y donde podemos sentir Su presencia de manera especial.
He experimentado que cuando sacrifico tiempo, recursos o comodidades para acercarme al templo y al Señor, recibo mucho más de lo que doy: paz, dirección y fortaleza para seguir adelante. Sé que la corrección del Señor, aunque a veces sea difícil de aceptar, es siempre una muestra de Su amor, porque me ayuda a crecer y a no quedarme estancado.
También sé que lo que el Señor más desea de mí no son ofrendas externas, sino un corazón quebrantado y un espíritu contrito. He sentido en mi propia vida que cuando me esfuerzo por ofrecerle mi voluntad y vivir con pureza, entonces Su Espíritu me confirma que Él me acepta.
Doy testimonio de que Jesucristo es el centro de todo lo que edificamos en Su nombre. El templo es una evidencia viva de que Dios quiere morar entre Su pueblo, y cada vez que entro en Su Casa siento que estoy un paso más cerca de Él. Sé que si consagro mi vida al Señor, aunque sea de manera imperfecta, Su gracia me sostendrá y me permitirá llegar a verle un día con ojos de fe hechos realidad.
— Un análisis de Doctrina y Convenios Sección — 94 — 95 — 96 — 97
— Dándole Sentido a Doctrina y Convenios — 94 — 95 — 96 — 97
— Discusiones sobre Doctrina y Convenios – Una Casa de Dios D. y C. 94–97

























