De Corazón a Corazón

CAPÍTULO 18

Servicio como Presidente General de la Escuela Dominical


El viernes 4 de junio de 1971 llegué tarde a mi oficina profesional, después de haber sido retenido más tiempo de lo usual debido a una difícil operación de corazón abierto. Sonó el teléfono. La señora Kemp, nuestra encantadora recepcionista, indicó que era el presidente N. Eldon Tanner al teléfono. Él dijo:

—¿Cree que podría reunirse con nosotros el próximo lunes alrededor de las 3:00 de la tarde?

Respondí que mi agenda preveía que estaría ese día en Hawái para una reunión médica. Pero indiqué que, si quería que alterara mis planes para atender su petición, estaría encantado de hacerlo.

Él dijo:

—¿Cree que podría venir ahora mismo?

Por supuesto fui de inmediato.

Cuando entré en la oficina del presidente Tanner, descubrí que también estaba allí el presidente Lee. (El presidente Joseph Fielding Smith, presidente de la Iglesia, no se encontraba bien ese día y por lo tanto estuvo ausente.) Después de intercambiar saludos, el presidente Lee y el presidente Tanner me indicaron que el hermano David Lawrence McKay, quien había servido más de cinco años como superintendente general de la Escuela Dominical, sería relevado para convertirse en presidente de misión. Dijeron que les gustaría que yo sirviera en este alto e importante oficio de la Iglesia, siempre y cuando no me alejara de mi trabajo médico, lo cual no querían que se viera interrumpido.

¡Quedé absolutamente sorprendido! No tenía idea de que estuvieran considerando algo así. No solo eso, ni siquiera sabía que el hermano McKay iba a ser relevado. Pero sin dudar respondí que mi trabajo no importaba, que si era necesario vender muebles o dedicarme a otra ocupación para poder ser obediente al llamamiento que ellos estaban inspirados a darme, lo haría.

Pero nuevamente afirmaron que querían que aceptara el llamamiento solo si significaba que podría continuar con mi profesión.

Les aseguré mi fe en que el Señor podía hacer cualquier cosa y que, si dependía de Él, podría enfrentar este nuevo desafío.

Así que, después de una llamada telefónica y una breve visita en la oficina de la Primera Presidencia, la naturaleza de mi vida ciertamente cambió. El presidente Tanner tuvo la amabilidad de decir que solo lamentaba que este llamamiento significara la conclusión de mi servicio como su presidente de estaca. Pero percibo que fue gracias a la generosa y bondadosa valoración que el presidente Tanner hizo de mis escasos talentos que se me consideró para este nuevo llamamiento.

Unos meses antes, tras anunciarse la renuncia del presidente Ernest L. Wilkinson como presidente de la Universidad Brigham Young, los Hermanos llevaron a cabo una serie de entrevistas en las que tuvieron la amabilidad de considerarme entre los muchos que podrían ser capaces de asumir esa importante responsabilidad. Afortunadamente para la Universidad Brigham Young, para la Iglesia y para los miles de personas bendecidas por la brillante preparación y vida de Dallin Oaks, él recibió el llamamiento para servir como presidente de la Universidad Brigham Young. Poco después, los Hermanos me llamaron a servir como presidente general de la Escuela Dominical. Ahora resulta claro por qué enfatizaron que no querían que mi labor profesional se viera interrumpida. Pues, a partir de esa fecha, fue mi responsabilidad operar al presidente Spencer W. Kimball, a un hermano y hermanas del presidente Marion G. Romney, a un yerno del presidente N. Eldon Tanner, al élder Richard L. Evans, al élder Boyd K. Packer, al élder Paul H. Dunn, al élder Milton R. Hunter, al élder Robert L. Simpson, a varias esposas de los Hermanos, a muchos presidentes de misión y a otras personas cuyas contribuciones al desarrollo del reino de Dios en la tierra han sido tan vitales.

Mis consejeros, Joseph B. Wirthlin y Richard L. Warner, y yo fuimos apartados por la Primera Presidencia el 2 de julio de 1971. Nuestras familias fueron invitadas a asistir.

Es verdaderamente una experiencia humilde servir donde se necesita y sentir que, gracias a la preparación de muchos años de arduo estudio y esfuerzo incansable, uno puede prestar un servicio de valor a quienes lo necesitan. No solo eso, sino que también es un sentimiento verdaderamente maravilloso saber que uno está sirviendo donde el Señor quiere que sirva, y haciendo lo que Él quiere que haga.

Poco después del llamamiento para servir como presidente general de la Escuela Dominical, recibí una carta muy generosa y amable de la Primera Presidencia invitando a la hermana Nelson y a mí a asistir a la primera conferencia de área de la Iglesia, que se celebraría en Manchester, Inglaterra. Aceptamos con gozo, y luego me di cuenta de que esto entraba en conflicto con un compromiso que ya había adquirido previamente, con la aprobación de la Primera Presidencia, para presentar un trabajo científico en Moscú, Rusia, sobre el reemplazo de la válvula aórtica en pacientes mayores de sesenta años. Cuando consulté con el presidente Tanner acerca de este conflicto y le pregunté qué debía hacer, él simplemente dijo:

—Podrá hacer ambas cosas. No se preocupe, se resolverá.

Ese fue un desafío interesante, porque las reuniones en Manchester estaban justo en medio de los congresos de la Sociedad Internacional de Cirugía y de la Sociedad Internacional de Cardiología que se celebrarían en Rusia; lo que significaba viajar de Moscú a Manchester y luego regresar a Moscú, para ser fiel a todos los compromisos.

Ya habíamos estado en Rusia una vez antes y sabíamos que otorgaban una visa en dos partes: una parte que arrancaban al entrar al país y la otra que retenían al salir. Así que no habría manera de volver a entrar sin otra visa. Pregunté en Washington, D. C., si se podía obtener una visa de reingreso. Respondieron que no había tiempo y me recomendaron intentarlo en Estocolmo, Suecia, o en Helsinki, Finlandia. De camino a Moscú, pasé una tarde en la embajada rusa en Estocolmo, solo para descubrir que tampoco podían hacerlo allí. Luego pasé otra tarde haciendo lo mismo y recibiendo la misma respuesta negativa en Helsinki. Así que llegamos a Moscú sin las visas de reingreso necesarias.

Intenté negociar en ruso, en francés, en inglés y de todas las maneras posibles para que permitieran a Dantzel y a mí salir de Rusia para ir a Manchester y luego regresar a Rusia para cumplir con mis obligaciones allí. Finalmente, dijeron que la única manera en que se podría conceder esa excepción sería acudiendo a la oficina del ministro de relaciones exteriores, Andrei Gromyko. Con la ayuda de la embajada de Estados Unidos, se contactó con la oficina de Gromyko y presenté mi petición. ¡Cuatro horas antes de nuestro vuelo a Inglaterra, la oficina de Gromyko entregó esa inusual visa para los dos, que nos permitió ir a Manchester, participar en aquella gran conferencia de área y luego regresar a Rusia para la conclusión de nuestras reuniones! Fue en verdad una experiencia inspiradora y edificante para nuestra fe el ver cumplirse la declaración profética del presidente Tanner:

—No se preocupe, se resolverá.

Los recuerdos de la Conferencia de Área de Manchester aparecen en el Capítulo 19, en la sección titulada Presidente Joseph Fielding Smith.

Presidencia general de la Escuela Dominical, junio de 1971.
Joseph B. Wirthlin, primer consejero; Russell M. Nelson, presidente; Richard L. Warner, segundo consejero.

Después de regresar a Rusia y cumplir con los compromisos profesionales que teníamos en Moscú, Dantzel y yo fuimos luego a Yalta, en el Mar Negro, después a Kiev y finalmente a Leningrado. Volvimos al Hotel Leningrado a las 6:00 de la tarde para un breve cambio de ropa antes de salir a cenar. Sonó el teléfono. Era mi cuñado, Bob Rohlfing, quien había logrado comunicarse por una muy deficiente conexión transoceánica. Todo lo que pude escuchar de la conversación fue:

“Tu madre… grave derrame cerebral… no se espera que viva… ven a casa.”

Dantzel y yo quedamos impactados y entristecidos por esta noticia y, por supuesto, tuvimos que abandonar nuestros planes de permanecer más tiempo en Rusia.

En menos de una hora ya estábamos empacados y en camino a un avión que fue de Leningrado a Moscú y luego de regreso a Leningrado, después otra vez a Moscú, nuevamente a Leningrado y, por fin, a Moscú. Los problemas climáticos en Moscú habían impedido nuestro aterrizaje en los dos primeros intentos, obligándonos a ir de un lado a otro. Finalmente, aterrizamos en Moscú, en el aeropuerto de Sheremétievo, a eso de las 3:00 de la madrugada. No había taxis ni habitaciones, así que una vez más el ruso que había aprendido bajo la tutoría de André Anastasion me resultó muy útil. Finalmente pudimos convencer a alguien de que nos llevara a un hotel cercano. Por 32 dólares conseguimos una habitación y unas tres horas de sueño.

Un vuelo de Pan Am salía a la mañana siguiente hacia Nueva York. Para nosotros, sin saber si mi querida madre seguía con vida o no, fue un vuelo larguísimo.

Una vez en Nueva York, llamamos por teléfono y supimos que seguía viva, y al llegar a casa me enteré de que mi querido consejero, el presidente Joseph B. Wirthlin, había pedido al presidente N. Eldon Tanner que se uniera a él para darle una bendición a mi preciosa madre. Después de haberle dado esa bendición, pareció estabilizarse y aún vivía cuando llegamos a su lecho. Madre había estado en coma varios días; pero cuando entré en su habitación manifestó un reconocimiento de quién era yo, lo que fue el primer rayo de esperanza de que podría seguir viviendo.

Su recuperación me recordó mi gratitud al Señor, y con gozo volví a Su servicio como líder de las Escuelas Dominicales de la Iglesia.

La nueva presidencia general de la Escuela Dominical, con sus familias, acompañados por el presidente Harold B. Lee (izquierda) y el presidente N. Eldon Tanner (derecha) de la Primera Presidencia.

Como mencioné antes, este llamamiento fue para mí una completa sorpresa. Compartir mis experiencias en la presidencia de la Escuela Dominical con mis amados compañeros Joseph B. Wirthlin y Richard L. Warner hizo que ese servicio fuera tan memorable y exitoso. Durante cuatro años trabajamos hombro a hombro, diligente y fielmente, dando lo mejor de nosotros. Había tanto por hacer y parecía que siempre había tan poco tiempo para lograrlo. Joseph dirigía un gran negocio de carnes, y Rick tenía la enorme responsabilidad de dirigir una distribuidora de automóviles de la Ford Motor Company. No obstante, apenas pasaba un día sin que uno o ambos me ofrecieran hacer más para ayudarme. Verdaderamente lo dieron todo para sostenerme y magnificar también sus propios llamamientos.

Cuando llegó la conferencia de abril de 1975, Joseph fue llamado como Autoridad General (el último hombre en ser llamado como Asistente de los Doce) y Rick fue llamado como Representante Regional. Apenas una semana antes, habíamos reflexionado juntos sobre lo escogido de nuestros llamamientos y del servicio que compartíamos en la Iglesia. Esto me enseñó nuevamente a saborear el servicio y a los siervos tal como son ahora, pues los cambios llegan y los momentos que atesoramos pronto se convierten en recuerdos. Debo a Joseph y a Rick verdaderas deudas de gratitud, porque ellos fueron en gran medida responsables de cualquier éxito que nuestra presidencia haya tenido.

B. Lloyd Poelman y Joe J. Christensen fueron llamados para ser mis nuevos consejeros. A sus nuevas asignaciones, cada uno trajo su propia preparación especial, brillantez, humildad y talento.

Lloyd es un genio polifacético. Destacó como abogado, autor, poeta, músico, compositor y estudioso de las Escrituras. Todo ese poder versátil lo condensaba en una manera humilde de expresarse, recibida por aquellos a quienes guiaba y aconsejaba como una persuasión suave y tierna. Muchos de los importantes cambios que nuestra administración implementó en la Escuela Dominical fueron moldeados por él, como el trabajo de un escultor.

Lloyd trabajó conmigo durante unos siete años—cuatro como miembro de la mesa directiva y tres como consejero. Cuando esa relación terminó debido a que fue llamado a presidir la Misión Tennessee Nashville, mis sentimientos fueron ambivalentes. Lo extrañaría mucho; pero a la vez, el crecimiento y las oportunidades de un servicio aún mayor le esperaban en su nuevo llamamiento.

Joe J. Christensen entró en la presidencia de puntillas. Fue tan cuidadoso de no entrometerse ni causar reacciones. De una manera muy humilde, tomó poderosamente en sus brazos las asignaciones que se le dieron y las moldeó según el diseño que él mismo elaboraba. Conocerlo es amarlo. Sus talentos se integraron tan suavemente. La transición de segundo consejero a primer consejero la asumió con naturalidad. Esto ocurrió en abril de 1978. Llevando enormes responsabilidades en el Sistema Educativo de la Iglesia como comisionado adjunto, asumió sus deberes adicionales en la presidencia de manera tan bondadosa como competente.

William D. Oswald fue llamado como segundo consejero en abril de 1978. Era un veterano de tres años en la mesa directiva, habiendo recibido uno de nuestros primeros nombramientos en 1971. Sirvió en la mesa directiva con una distinción inusual hasta 1974, cuando su relevo fue necesario debido a su llamamiento como obispo del Barrio Monument Park Segundo, donde residía el presidente Kimball.

Cuando hubo que llenar la vacante en la presidencia, consulté al presidente Kimball. El Espíritu nos confirmó a ambos que el obispo Oswald debía ser llamado. Fue una experiencia emocionante para mí.

Bill sigue sirviendo con distinción. Hombre de hablar suave, su toque es también ligero. Sin embargo, su mente altamente analítica, muy minuciosa y penetrante, produce un consejo que es verdaderamente invaluable y precioso.

En mi asignación en la Escuela Dominical, he sido grandemente bendecido con estos cinco consejeros, todos grandes y dotados hombres, llenos de devoción, deseo y capacidad para hacer la obra del Señor. Los amo. Mi gratitud hacia ellos es profunda y eterna.

La visión, la inspiración y la sabiduría de las Autoridades Generales se han sentido intensamente, ya que he tenido el honor y privilegio de recibir su dirección. Además del consejo recibido en revisiones periódicas con la Primera Presidencia, hemos contado con atención más detallada por parte de aquellos designados por los Hermanos para servir como asesores de la Escuela Dominical. De 1971 a 1978, han pasado por esa asignación los élderes Mark E. Petersen, Gordon B. Hinckley, Thomas S. Monson, Boyd K. Packer, Marvin J. Ashton, Bruce R. McConkie, L. Tom Perry y David B. Haight, del Quórum de los Doce. Del Primer Quórum de los Setenta hemos servido directamente bajo la competente guía de los élderes Marion D. Hanks, Robert D. Hales, Dean L. Larsen, Joseph B. Wirthlin, Robert L. Backman y George P. Lee.

Otros que han influido enormemente en nuestra labor incluyen al élder J. Thomas Fyans, a los hermanos Daniel H. Ludlow, Wayne Lynn, Roy Doxey, y a innumerables expertos que han ofrecido desinteresadamente su tiempo y talentos de manera anónima para proporcionar a los miembros de la Iglesia materiales de instrucción de gran calidad. A todos estos líderes expreso mi amor y gratitud.

Muchas cosas importantes se han logrado en la Escuela Dominical durante estos años, gracias a los esfuerzos de estos líderes excepcionales y de una mesa directiva general productiva y poderosa. Un relato histórico de ese progreso excede el alcance de esta reseña. Sin embargo, partes de ello han sido citadas en una notable carta preparada el 22 de marzo de 1978 por el presidente B. Lloyd Poelman, la cual incluyo en este registro. Es un resumen especial y un tributo significativo de parte de un verdadero gigante en el reino.

Querido presidente Nelson:

El privilegio de trabajar bajo su liderazgo durante estos últimos siete años, de recibir su guía suave, observar su ejemplo y sentir su amistad y amor, son bendiciones que superan mi capacidad de expresar gratitud. Mi propio crecimiento durante este tiempo es, en gran medida, un reflejo de las oportunidades que usted me ha brindado, de sus altas expectativas, y de su constante apoyo y estímulo.

Desde 1971 hasta el presente he tenido una perspectiva bastante única desde la cual observar sus grandes contribuciones a la Escuela Dominical y a la Iglesia. Tuve el privilegio de servir en el comité ejecutivo y como presidente del Comité Administrativo y de Planificación de la mesa directiva general de la Escuela Dominical desde mediados de 1971 hasta marzo de 1975, y luego como su primer consejero en la Presidencia General desde abril de 1975 hasta marzo de 1978. Además, mi labor desde agosto de 1976 hasta ahora en el Departamento del Sacerdocio me ha brindado una visión adicional. Debido a estas oportunidades especiales de entendimiento, me gustaría resumir para usted lo que creo que son algunas de sus contribuciones más significativas durante este período. Si esta narración parece extensa, es solo porque el alcance de su influencia ha sido tan amplio y sus mejoras innovadoras tan numerosas.

Creo que usted ha llevado a la Escuela Dominical a pasos agigantados hacia la visión del presidente Harold B. Lee de que las organizaciones auxiliares se convirtieran en una parte integrada y dirigida por el sacerdocio dentro de la organización mundial y unificada de la Iglesia. Al asumir el cargo de presidente general de la Escuela Dominical en 1971, usted inmediatamente estableció relaciones armoniosas con los departamentos de Correlación y de Comunicaciones Internas. Su visión compartida con el presidente Lee respecto a los roles integrados e internacionales de la Escuela Dominical quedó ejemplificada en su recomendación de cambiar el nombre de Deseret Sunday School Union a Sunday School (Escuela Dominical). Este fue un reconocimiento formal de que el período de incubación de la Escuela Dominical como una confederación de unidades locales autónomas (principalmente en el oeste montañoso) había pasado, y que ahora estaba lo suficientemente madura para asumir su función destinada: ser una herramienta efectiva y coordinada en manos de las Autoridades Generales para bendecir a todos los miembros en todas partes.

Gracias a su liderazgo de apoyo, usted suavizó las transiciones hacia la redacción centralizada de manuales y la planificación coordinada de los programas de estudio; sustituyó los Sunday School Bulletins y correspondencias especiales por la correspondencia general a los líderes locales de la Escuela Dominical; eliminó la Conferencia General de la Escuela Dominical; y redujo la frecuencia de las visitas a reuniones regionales. Usted abrió nuevos canales de esfuerzo conjunto con otras organizaciones auxiliares, como lo evidencian proyectos tales como el programa de guardería patrocinado conjuntamente, las figuras de fieltro, y la asunción de la responsabilidad por parte de la Escuela Dominical de presentar el curso básico de Desarrollo de Maestros en beneficio de todas las organizaciones de enseñanza de la Iglesia.

Por primera vez usted definió los propósitos de la Escuela Dominical: enseñar el evangelio de Jesucristo, edificar la fe y fortalecer a la familia. No solo estos propósitos han perdurado a través de refinamientos posteriores, sino que se anticiparon en seis años al fuerte énfasis en la familia que recientemente se ha convertido en el punto focal de todos los programas del Departamento del Sacerdocio y en el estándar por el cual se mide su efectividad.

Su énfasis ha sido constantemente en la consolidación y simplificación de materiales y programas, acompañados de una mayor efectividad. Algunos ejemplos incluyen la fusión de varios manuales y guías en un solo Manual de la Escuela Dominical y una Guía de la Escuela Dominical de Niños, la reducción del tamaño de las mesas directivas de estaca y de las facultades de Escuela Dominical de barrio, y la simplificación de los informes. Usted abrió camino al reducir la frecuencia de las reuniones de capacitación de mensual a trimestral, y al establecer la responsabilidad de los oficiales de Escuela Dominical de barrio hacia sus líderes del sacerdocio del barrio en lugar de hacia los líderes auxiliares de estaca. Usted dirigió tanto la capacitación administrativa como la curricular lejos de temas específicos regularmente prescritos y distribuidos esporádicamente desde la sede de la Iglesia, y hacia documentos de recursos permanentes para un uso selectivo según las necesidades locales, como el nuevo recurso de capacitación Enseñar: el llamamiento más grande.

Usted fue pionero en el campo de los materiales de autoaprendizaje, permitiendo conveniencia y uniformidad en la capacitación de nuevos líderes de Escuela Dominical—un modelo que ahora se utiliza como ejemplo para capacitar a todos los oficiales del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares.

Usted inauguró el ciclo de ocho años de estudio de las Escrituras en el curso de Doctrina del Evangelio, con las Escrituras mismas como manual del alumno. El resultado obvio es que hoy más miembros que nunca llevan consigo sus Escrituras a la Escuela Dominical y las usan con regularidad. Prácticamente cada curso de estudio de la Escuela Dominical ha sido revisado bajo su presidencia, con una calidad muy mejorada.

Querido presidente Nelson:

El privilegio de trabajar bajo su liderazgo durante estos últimos siete años, de recibir su suave guía, observar su ejemplo y sentir su amistad y amor, son bendiciones que superan mi capacidad de expresar gratitud. Mi propio crecimiento durante este tiempo es, en gran medida, un reflejo de las oportunidades que usted me ha brindado, de sus altas expectativas, y de su constante apoyo y aliento.

Desde 1971 hasta el presente he tenido una perspectiva bastante única desde la cual observar sus grandes contribuciones a la Escuela Dominical y a la Iglesia. Tuve el privilegio de servir en el comité ejecutivo y como presidente del Comité Administrativo y de Planificación de la mesa directiva general de la Escuela Dominical desde mediados de 1971 hasta marzo de 1975, y luego como su primer consejero en la Presidencia General desde abril de 1975 hasta marzo de 1978. Además, mi labor desde agosto de 1976 hasta ahora en el Departamento del Sacerdocio me ha brindado una visión adicional. Debido a estas oportunidades especiales de entendimiento, me gustaría resumir para usted lo que creo que son algunas de sus contribuciones más significativas durante este período.

Creo que usted ha llevado a la Escuela Dominical a pasos agigantados hacia la visión del presidente Harold B. Lee de que las organizaciones auxiliares se convirtieran en una parte integrada y dirigida por el sacerdocio dentro de la organización mundial y unificada de la Iglesia. Al asumir el cargo de presidente general de la Escuela Dominical en 1971, usted inmediatamente estableció relaciones armoniosas con los departamentos de Correlación y de Comunicaciones Internas. Su visión compartida con el presidente Lee respecto a los roles integrados e internacionales de la Escuela Dominical quedó ejemplificada en su recomendación de cambiar el nombre de Deseret Sunday School Union a Sunday School (Escuela Dominical).

Con su liderazgo de apoyo, usted facilitó las transiciones hacia la redacción centralizada de manuales y la planificación coordinada de programas de estudio; sustituyó la correspondencia general a líderes locales por Sunday School Bulletins y correspondencia especial; eliminó la Conferencia General de la Escuela Dominical; y redujo la frecuencia de visitas a reuniones regionales. Usted abrió nuevas vías de trabajo conjunto con otras organizaciones auxiliares, como lo muestran proyectos tales como el programa de guardería patrocinado en conjunto, las figuras de fieltro, y la asunción de la responsabilidad por parte de la Escuela Dominical de presentar el curso básico de Desarrollo de Maestros en beneficio de todas las organizaciones de enseñanza de la Iglesia.

Por primera vez usted definió los propósitos de la Escuela Dominical: enseñar el evangelio de Jesucristo, edificar la fe y fortalecer a la familia. Estos propósitos no solo han perdurado a través de refinamientos posteriores, sino que anticiparon en seis años el fuerte énfasis en la familia que recientemente se ha convertido en el punto focal de todos los programas del Departamento del Sacerdocio y en el estándar por el cual se mide su efectividad.

Su énfasis ha estado constantemente en la consolidación y simplificación de materiales y programas, junto con una mayor efectividad. Ejemplos incluyen la fusión de manuales y guías en un único Manual de la Escuela Dominical y una Guía de la Escuela Dominical de Niños, la reducción del tamaño de las mesas directivas de estaca y de las facultades de Escuela Dominical de barrio, y la simplificación de los informes. Usted redujo la frecuencia de las reuniones de capacitación de mensual a trimestral, estableció la responsabilidad de los oficiales de Escuela Dominical de barrio hacia sus líderes del sacerdocio de barrio en lugar de hacia líderes auxiliares de estaca, e impulsó recursos permanentes de capacitación como Enseñar: el llamamiento más grande. Usted también fue pionero en el campo de los materiales de autoaprendizaje, modelo ahora usado para capacitar a oficiales de sacerdocio y auxiliares.

Usted inauguró el ciclo de ocho años de estudio de las Escrituras en Doctrina del Evangelio, con las propias Escrituras como manual de los alumnos. El resultado ha sido que hoy más miembros que nunca llevan sus Escrituras a la Escuela Dominical y las usan regularmente.

El Servicio de Adoración fue fortalecido al sustituir Adoración a través de la música en lugar de la práctica de cantos; al reemplazar recitaciones menos efectivas por las extraordinariamente exitosas Presentaciones espirituales familiares en los domingos de ayuno; y al mejorar la terminología, refiriéndose al Servicio de Adoración (en lugar de “ejercicios de apertura”) y a Discursos Inspiradores (en lugar de “discursos de dos minutos”). La Escuela Dominical de Niños fue fortalecida con una nueva guía y materiales de currículo y capacitación mucho mejorados.

Durante este tiempo la asistencia a la Escuela Dominical ha aumentado cada año, tanto en número como en porcentaje dentro de una Iglesia en rápido crecimiento. Los presupuestos anuales han mostrado reducciones consistentes en las solicitudes y la organización ha gastado sistemáticamente menos de lo presupuestado. El personal de tiempo completo de la Escuela Dominical se redujo drásticamente, funcionando con eficiencia óptima gracias al uso de equipos adecuados de procesamiento de texto y a la selección de personal leal y consagrado.

El número de miembros de la mesa directiva general también se redujo significativamente, pero cada miembro tuvo responsabilidades satisfactorias. Para quienes hemos servido en la mesa directiva general, uno de los aspectos más apreciados de su liderazgo ha sido su atención a nuestras familias, haciéndolas sentir parte de nuestros llamamientos, invitándolas a asistir a reuniones regulares y participar en eventos especiales, e integrándolas en nuestras convivencias, algo que cada uno anticipaba con gozo. Cada miembro de la mesa directiva se ha sentido fortalecido por su interés personal en ayudarlo a crecer con iniciativa, al tiempo que era guiado a prepararse para otros llamamientos futuros. Nunca he sido parte de ninguna organización donde haya sentido mayor lealtad y amor hacia un líder que el que demuestran todos los que ahora sirven o que han servido bajo usted en esta obra de la Escuela Dominical.

Hay muchas otras contribuciones, y estoy seguro de que he omitido mencionar varias significativas. Pero en todo esto, la Escuela Dominical ha marcado el camino y ha sido un ejemplo para otros individuos y organizaciones.

Quizá una de las características más notables de todo esto es que los Hermanos tienden a señalar a la Escuela Dominical como un modelo de “programa estable”. En mi opinión, durante los últimos siete años ningún programa de la Iglesia ha pasado por una mayor refinación y mejora que la Escuela Dominical. Es en gran medida mérito suyo que esto se haya logrado de manera silenciosa, mediante procesos evolutivos más que revolucionarios, con resultados muy visibles alcanzados a través de procedimientos casi invisibles, evitando así cualquier efecto perturbador en la Iglesia.

Este período de 1971 a 1978 ha sido dinámico para la Iglesia en su conjunto. La Iglesia ha crecido de 575 estacas a 888. En 1971 solo el 4 % de las estacas estaban fuera de Estados Unidos; hoy, el 24 % lo están. Usted ha servido durante la transición de la presidencia del presidente Lee al presidente Kimball, con sus especiales relaciones personales y profesionales con cada uno. Ha participado en las primeras conferencias de área celebradas en el extranjero. Ha presenciado en la sede de la Iglesia la división entre funciones eclesiásticas y temporales; el restablecimiento del Primer Quórum de los Setenta; y la coordinación de límites geográficos para todos los programas y funciones de la Iglesia en zonas, áreas, regiones, estacas y misiones. Ha sido parte del recién creado Departamento del Sacerdocio que, por primera vez, ha unido todas las funciones de los quórumes y las auxiliares bajo la misma dirección. Ha visto a los Doce disolver sus comités ejecutivos y comenzar a funcionar en todos los asuntos principales como un quórum en pleno.

Agradezco tanto a usted como a mi Padre Celestial por la gran bendición de haber estado cerca de usted durante estos días trascendentales. Todo lo que usted ha logrado ha sido hecho únicamente en un entorno de amor y apoyo hacia cada uno de nosotros que hemos tenido el privilegio de ayudar y participar.

Quizá la realización más impresionante en mi mente y corazón en este momento es que al conocerlo a usted me siento infinitamente más familiarizado con nuestro Salvador Jesucristo y percibo más profundamente el poder y la belleza de Su amor.

Quiero que sepa de mi profundo amor hacia usted y de mi gran gratitud por todo lo que significa para mí. Oro fervientemente para que se complazca en seguir haciendo las grandes contribuciones a la Iglesia y al mundo de las que es tan capaz.

Aunque ahora un nuevo llamamiento cambie nuestra relación laboral diaria, oro para que nuestro sentido de cercanía no se vea disminuido por la distancia o el tiempo. Espero que mi vida siempre refleje lo bueno que usted me ha enseñado y la confianza en mí que me ha demostrado. Catherine se une plenamente en esta expresión de amor y gratitud.

Fielmente suyo,
B. Lloyd Poelman
22 de marzo de 1978

Entre los muchos privilegios asociados con el llamamiento de servir como presidente general de la Escuela Dominical estuvo la oportunidad de una estrecha asociación con los hombres y mujeres destacados de la Iglesia que fueron llamados a servir en la mesa directiva general de la Escuela Dominical. Las Autoridades Generales fueron muy amables al permitirme contar con la ayuda que pedía. (Estoy seguro de que sabían de mi necesidad de toda la ayuda que pudiera obtener).

Como en cualquier asignación de servicio en la Iglesia, la duración de su servicio en este llamamiento varió. Algunos parecían estar solo por una breve temporada, mientras que otros permanecieron conmigo todo el camino. Quiero rendir especial tributo al desinterés, la profunda devoción y la dedicación que se volcaron en la labor realizada por cada una de estas nobles almas. No es posible en esta publicación indicar en detalle lo que cada uno logró, pero la gran obra de la Escuela Dominical se realizó gracias a su disposición de darlo todo por el Señor, por Su Iglesia y por sus líderes. Por lo tanto, esta simple tabla debe bastar como expresión de mi gratitud a estos maravillosos Santos. Detrás de ella existe la memoria de incontables horas, esfuerzo continuo y compromiso valiente para cumplir la labor a la que habían sido llamados. También me enorgullece la obra que cada uno emprendió después de ser relevado de la mesa directiva general de la Escuela Dominical.

Miembros de la Mesa Directiva General de la Escuela Dominical

Julio de 1971 a diciembre de 1978

(Se incluye la lista de nombres, fechas de llamamiento y liberación, y asignaciones posteriores, tal como aparece en el original.)

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1 Response to De Corazón a Corazón

  1. Avatar de Desconocido Anónimo dice:

    Preciosa introducción de parte de la primera esposa de nuestro querido profeta Russell M.

    Nelson . Muchas gracias 😘 🙂 😊

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