De Corazón a Corazón

Parte B

Relaciones con los Hermanos


CAPÍTULO 19

Presidentes Heber J. Grant, George Albert Smith, David O. McKay, Joseph Fielding Smith


Presidente Heber J. Grant

El presidente Heber J. Grant era presidente de la Iglesia cuando yo nací y permaneció en ese cargo hasta su muerte, el 14 de mayo de 1945, cuando yo tenía veinte años de edad. Durante todo ese tiempo, con un solo presidente de la Iglesia, hubo gran estabilidad, así como ininterrumpida admiración y reverencia por el profeta. Le estreché la mano en varias ocasiones y recuerdo particularmente bien aquellas veces en que aparecía en el desfile del 24 de julio en el centro de Salt Lake City. Después de que el desfile terminaba, siempre lograba ubicarme donde él estaría cuando el desfile se dispersaba. Después de estrechar su mano, siempre sentía como que esa mano no debía lavarse por temor a perder algo del privilegio especial que acababa de recibir.

Muchos de los nietos del presidente Grant llegaron a ser algunos de mis mejores amigos, entre ellos Truman G. Madsen y sus hermanos Grant y Gordon; Florence Smith Jacobsen, quien fue presidenta de la Asociación de Mejoramiento Mutuo de las Mujeres Jóvenes durante muchos años; H. Stanley Cannon; Wallace G. Bennett; Edna Clawson, cuyo esposo, Bill, sirvió conmigo en el sumo consejo; y muchos otros.

La contribución de esta familia a mi vida ha sido muy importante y significativa. Parte de esta influencia llegó a través de mis padres y abuelos. El 17 de mayo de 1896, mi abuelo Nelson fue apartado como primer asistente del superintendente de la Escuela Dominical de la Estaca Sanpete por Heber J. Grant, quien en ese entonces era miembro del Quórum de los Doce Apóstoles.

Mientras mi padre fue presidente de la Cámara de Comercio de Salt Lake y del Club Rotario de Salt Lake, Heber J. Grant era presidente de la Iglesia y estaba profundamente interesado en los asuntos cívicos. Así, con frecuencia trabajaban juntos en proyectos de servicio. A través de esos contactos, mi padre desarrolló un gran amor y admiración por el presidente Grant.

Aunque muchas de las declaraciones del presidente Grant reflejan su profunda sabiduría, supongo que la que mejor recuerdo es una que repetía con frecuencia:

“Cuando persistimos en hacer aquello que es difícil, se nos hace más fácil de realizar. No porque cambie la naturaleza de la tarea, sino porque aumenta nuestra capacidad para llevarla a cabo.”

Esa afirmación me dio mucha ayuda e inspiración, particularmente en mis primeros años de cirugía cardíaca, cuando cada nueva experiencia traía consigo nuevas dificultades y desafíos. A menudo fue solo mediante la persistencia repetida que lo que en un principio parecía un desafío insuperable se convirtió en una rutina diaria.

Recuerdo que cuando la guerra en Europa terminó, el 8 de mayo de 1945, el presidente Grant, en un gesto de regocijo, encendió las luces exteriores del Templo de Salt Lake, que habían permanecido apagadas durante la guerra.

Presidente George Albert Smith

El presidente Smith vivía en nuestro vecindario, en la esquina de Thirteenth East y Yale Avenue, en una casa grande con ese hermoso cañón y arroyo en el patio trasero. El Barrio Yale era su barrio de origen. Recuerdo al presidente Smith como un hombre muy delicado y frágil de edad avanzada, pero que era tan bondadoso conmigo y con otros jóvenes.

Tan solo una semana y media antes de que Dantzel y yo nos casáramos, Japón se rindió a las fuerzas aliadas, dando así fin a la Segunda Guerra Mundial el 14 de agosto de 1945. Mientras estábamos de luna de miel, el presidente George Albert Smith hizo un llamado a personas de todas las religiones para reunirse el 4 de septiembre en el Tabernáculo de Salt Lake y dar gracias por el regreso de la paz a la tierra. Que la guerra terminara en la víspera de nuestra luna de miel trajo un rayo de luz para nosotros, ya que yo vestía el uniforme de la Marina de los Estados Unidos en el momento de nuestro matrimonio y sentía la incertidumbre que necesariamente debe sentir un hombre militar en tiempos de guerra. Estábamos en Washington, D.C., cuando el presidente Smith falleció el 4 de abril de 1951, la noche anterior al nacimiento de nuestra querida Wendy.

Presidente David O. McKay

Cuando David O. McKay se convirtió en presidente de la Iglesia en 1951, tenía setenta y siete años de edad. El presidente McKay había sido durante mucho tiempo idolatrado por nosotros, así como por muchos otros en el mundo. Nosotros habíamos estado muy cerca de algunos de sus hijos, especialmente de Robert R. McKay y Edward R. McKay. También conocíamos muy bien a su hija, Emma Ray McKay Ashton, y teníamos gran estima por su hijo mayor, David Lawrence McKay, como un distinguido líder de la Escuela Dominical de la Iglesia. Su hijo Llewelyn vivía en el Barrio Yale.

Tuvimos el privilegio de estar lo suficientemente cerca del presidente McKay como para disfrutar de su influencia directa en algunas de nuestras decisiones más importantes.

Por ejemplo, alrededor de un año después de que me convirtiera en presidente de la Estaca Bonneville, recibí una oferta muy generosa para ser profesor de cirugía en la Universidad de Chicago. Hice varios viajes a Chicago para analizar el puesto y llevé a Dantzel conmigo en la última visita. Esta oferta no solo incluía la cátedra de cirugía y la jefatura de la División de Cirugía Cardiovascular y Torácica en la Universidad de Chicago, sino que también ponía a mi disposición recursos en forma de apoyo financiero, laboratorio de investigación y personal, lo cual representaba el sueño de cualquier académico. Como incentivo adicional, la oferta incluía cuatro años de estudios universitarios para nuestras nueve hijas en la institución de su elección, con todos los gastos cubiertos por la Universidad de Chicago. Recuerdo bien mi conversación con el decano, quien se mostró muy insistente en el proceso de reclutamiento:

—Una de las razones por las que lo queremos es porque sabemos que usted es un buen mormón —dijo—. Queremos que forme parte de nuestra facultad. Necesitamos que traiga a esta universidad la influencia que un mormón podría aportar.

Pensé en qué contraste tan marcado era esto con la actitud de uno o dos en la jerarquía de la Facultad de Medicina de la Universidad de Utah, quienes consideraban que mis convicciones religiosas eran más un obstáculo que un activo.

De cualquier manera, Dantzel y yo estábamos muy atraídos por esta oferta e incluso habíamos escogido una casa en uno de los suburbios de Chicago donde podríamos criar a nuestra familia. Recordamos con cariño el gesto muy amable de un joven profesor de derecho en la Universidad de Chicago, el profesor Dallin Oaks, quien junto con su esposa, June, nos invitó a su hogar el 21 de noviembre de 1965 para una cena dominical. El profesor Oaks servía como miembro de la presidencia de estaca en Chicago, y hablamos de los detalles de la Iglesia en esa área. Conocer a la familia Oaks fue uno de los puntos culminantes de aquel viaje a Chicago; fue una experiencia memorable estar con esta talentosa y fiel familia de tan grandes capacidades.

El secretario de la Primera Presidencia en ese entonces era Joseph Anderson, quien también servía como miembro del sumo consejo de la Estaca Bonneville. Cuando regresamos a Salt Lake City, le conté a hermano Anderson sobre mi oferta y sobre mi deseo de consultar con el Señor y Su profeta acerca de esta importante decisión. Gracias a la bondadosa influencia del hermano Anderson, se concertó una cita para que Dantzel y yo nos reuniéramos con el presidente McKay.

Nuestro encuentro fue en su apartamento en el Hotel Utah. La fecha fue el 14 de diciembre de 1965. En ese momento tenía noventa y dos años de edad, y cuando nos recibió en la puerta usaba un andador de aluminio para sostener su andar. Sonriendo, dijo:

—Tendrán que perdonar que use este andador. ¡A veces mis piernas son un poco desobedientes!

Nos invitó a pasar a su estudio, y allí revisamos la naturaleza de la oferta que me había hecho la Universidad de Chicago.

Después de escuchar nuestra historia, cerró los ojos, recostó la cabeza hacia atrás y reflexionó sobre el asunto por un momento. Luego preguntó:

—¿Y para qué querría hacer esto? ¿Para obtener fama? Ya es usted famoso. ¡Yo sé quién es usted! —rió al decir esto, y luego continuó—: ¿Cuántos hijos tienen?

—Nueve hijas —respondimos.

Y después preguntó:

—¿Dónde viven en Salt Lake?

Le dijimos que en Normandie Circle, justo frente al cañón donde su hijo Llewelyn vivía en Yale Avenue, arriba de Thirteenth East.

Entonces recostó su cabeza en la silla, cerró los ojos, y se comunicó y colaboró con el Señor en busca de una respuesta que nos guiara. En realidad, estuvo tan silencioso por tanto tiempo que llegué a preguntarme si todavía seguía con vida. Pero luego, con esa mente aguda y esos ojos penetrantes, me miró directamente y dijo:

—Hermano Nelson, si yo fuera usted, no tendría prisa en cambiar de vecindario. No me da buena impresión. Nueve hijas en el corazón de la zona conflictiva de Chicago. No. Usted ya vive en la mejor ciudad del mundo. Tiene un estilo de vida que no puede ser igualado en ningún otro lugar. Aquí sus hijas recibirán el mejor ambiente posible. Ellas son más importantes para usted que cualquier fama o fortuna que pudiera obtener en una universidad. No, hermano Nelson, su lugar está aquí, en Salt Lake City. La gente vendrá de todas partes del mundo a usted porque está aquí. No creo que deba irse a Chicago.

Eso fue todo. En una reunión que duró setenta y cinco minutos con el presidente David O. McKay, la decisión quedó tomada. Llamé a los directivos en Chicago y les indiqué que declinábamos su generosa oferta y que nos quedaríamos en Salt Lake City. Mis amigos en cirugía académica y en otros lugares pensaron que había cometido un grave error. Pero nuestra fe estaba muy firme; habíamos tenido el privilegio de recibir una declaración profética, y seríamos totalmente obedientes. Una vez más, simplemente reflexionamos sobre el compromiso que hicimos en 1945, cuando nos casamos: buscar primeramente el reino de Dios y Su justicia, confiando en que todo lo demás nos sería añadido. Así que, cuando un profeta habló y tuvo un sentimiento definido sobre el asunto, nos sentimos muy bien al seguir el curso que él, inspirado, nos recomendó.

El presidente McKay también tocó nuestras vidas de varias otras maneras. Recuerdo una ocasión en que estuvo en el hospital con insuficiencia cardíaca congestiva, a edad avanzada, y no se esperaba que sobreviviera. Entré en la habitación con el Dr. Edward R. McKay, hijo del presidente McKay y mi buen amigo, y el presidente levantó la vista y dijo:

—Me pondré mejor, y presidiré en la próxima sesión de conferencia. Marquen mis palabras.

Esta declaración fue pronunciada mientras recibía oxígeno y otros tratamientos para su insuficiencia cardíaca congestiva; pero, en efecto, su declaración profética se cumplió, pues en la siguiente conferencia general presidió y dirigió tal como lo había prometido.

Me enteré de su muerte el 18 de enero de 1970, cuando hacía una llamada rutinaria a Dantzel para informarle dónde estaba (me encontraba en la Red Carpet Room del aeropuerto Stapleton en Denver, Colorado). Ella me dio la noticia de que el presidente McKay había fallecido a los noventa y seis años de edad. ¡Cuánto amamos a este magnífico hombre, un profeta escogido de Dios!

Presidente Joseph Fielding Smith

Joseph Fielding Smith se convirtió en presidente de la Iglesia el 23 de enero de 1970, a los noventa y tres años de edad. Mi relación con él se remontaba a muchos años atrás. Cuando yo era un niño que crecía en nuestro hogar familiar en 974 South Thirteenth East, él vivía a media cuadra, en 998 Douglas Street. Dos de sus hijos, Douglas A. Smith y Milton E. Smith, estaban entre mis amigos y compañeros de clase más cercanos. Solía jugar a las canicas con ellos en la escuela Douglas. A menudo iba a su casa y conocía al presidente Smith. Nos sentábamos a sus pies y recibíamos de su extraordinaria sabiduría y bondad. (Tanto Douglas como Milton llegaron a ser grandes presidentes de misión de la Iglesia).

En 1957, el presidente Joseph Fielding Smith me apartó como consejero del obispo Hoyt W. Brewster en el obispado del Barrio Garden Park. Dantzel y yo fuimos a su apartamento en los Eagle Gate Apartments, en la esquina de South Temple y State Street, para esta ocasión. Su bondadosa esposa, Jessie Evans Smith, fue muy amable con nosotros, al igual que lo fue el presidente Smith. El obispo Brewster, yerno del presidente Smith, había arreglado esto porque sabía que para nosotros sería un privilegio especial ser apartados por el presidente Smith.

Estos recuerdos volvieron a mi mente cuando llegué a ser presidente de estaca y el élder Spencer W. Kimball me aconsejó considerar la posibilidad de dividir el Barrio Garden Park, que tenía una membresía de aproximadamente 1,100 personas. Al estudiar este asunto con gran detalle, sentí que uno de los factores que debía evaluar era la reacción del presidente Joseph Fielding Smith, quien entonces era presidente del Quórum de los Doce. Él había vivido muchos años en el Barrio Garden Park, y yo sabía que dividir el barrio afectaría la permanencia de su yerno, Hoyt W. Brewster, quien había servido como obispo con gran distinción durante unos catorce años. El 28 de marzo de 1966, al presentarle los antecedentes y mis reflexiones, él pudo ver que mi corazón estaba preocupado por el asunto; pero simplemente levantó la vista y dijo:

—Ese barrio debe dividirse; hagámoslo.

Al darme esa instrucción, pensé lo típico que era de este gran líder de la Iglesia, cuya principal preocupación era lo que resultara mejor para la Iglesia y el reino de Dios en la tierra; y lo que fuera correcto para la Iglesia, sería correcto para el pueblo, y viceversa.

Joseph Fielding Smith era presidente de la Iglesia cuando fui llamado como presidente general de la Escuela Dominical en mayo de 1971. Sus consejeros en ese momento eran el presidente Harold B. Lee y el presidente Nathan Eldon Tanner, quienes hablaron en nombre del profeta al extenderme ese llamamiento.

En julio de 1971 falleció su amada esposa, Jessie Evans Smith. Todos sentimos gran compasión y simpatía hacia el presidente Smith, porque “tía Jessie” había aportado tanta vitalidad y alegría a su vida. Esto nos preocupó mucho al contemplar su siguiente gran asignación como presidente de la Iglesia: presidir la primera conferencia de área, que se celebraría en Manchester, Inglaterra, en agosto de 1971.

El 26 de agosto de 1971, poco después de nuestra llegada a Manchester, fuimos invitados a reunirnos con el presidente Smith y las demás Autoridades Generales en una reunión especial en una habitación de hotel. Hasta donde yo sé, esta fue la primera reunión de la Primera Presidencia, el Quórum de los Doce y otras Autoridades Generales celebrada en Inglaterra. ¡Qué privilegio fue estar presente! Nunca olvidaré las poderosas lecciones de liderazgo enseñadas indirectamente por el presidente Smith cuando pidió los informes de cada uno de los hermanos presentes.

Cuando llegó su turno de hablar, se puso de pie con majestuosa dignidad presidencial. Con la sabiduría de quien quizá había sido el escritor más prolífico en temas doctrinales de la Iglesia, y con la experiencia de sus noventa y cuatro años, simplemente dijo:

—¡Hermanos, quiero que sepan de mi gran amor por ustedes! Toda mi vida he procurado prepararme para poder serles de ayuda en su gran ministerio. Así que, si puedo serles útil de alguna manera en las grandes responsabilidades que llevan, eso es lo que quiero hacer.

Me impresionó el pensamiento de que realmente estaba en la presencia no solo de un profeta, sino también de un gran líder, pues no había nada autoritario en su manera de actuar. Dignificaba a cada individuo al pedirles que evaluaran por sí mismos sus necesidades, en lugar de presumir en dar instrucciones dictatoriales. Y su expresión de amor y deseo de ayudar era tan sincera. Esta lección de liderazgo la recordaré siempre.

El presidente Smith fue un hombre directo y comprometido. Recuerdo que Dantzel y yo estábamos algo preocupados por el discurso que debía pronunciar en la conferencia de área, porque sabíamos de su gran dolor por la pérdida de su amada Jessie. Además, sus noventa y cuatro años de edad nos hacían dudar de su capacidad física para soportar las exigencias de un viaje tan largo y de hablar ante congregaciones tan grandes. Pero pronunció un discurso profundo en la Conferencia de Área de Manchester. Esa noche, cuando tuvimos el privilegio de compartir un momento íntimo con él en el hotel, le dijimos:

—Presidente Smith, felicitaciones por su excelente discurso. Fue verdaderamente una obra maestra. Nos sentimos muy complacidos.

Él simplemente respondió:

—No vine aquí para fracasar.

Más tarde, gracias a la amable invitación de Joseph Fielding Smith, tuvimos el privilegio de estar presentes cuando dedicó los templos de Ogden y Provo.

El final de la vida del presidente Smith llegó muy tranquilamente en julio de 1972, mientras estaba sentado en una silla en la casa de su hija Amelia y de su esposo, el élder Bruce R. McConkie. Con ello se cerraba una era, pues el presidente McKay y el presidente Smith nos parecían los últimos eslabones con el liderazgo original de la Iglesia, y ahora el relevo pasaría a una nueva generación.

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1 Response to De Corazón a Corazón

  1. Avatar de Desconocido Anónimo dice:

    Preciosa introducción de parte de la primera esposa de nuestro querido profeta Russell M.

    Nelson . Muchas gracias 😘 🙂 😊

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