Capítulo 17
—¿Me harás una promesa? —le pregunté a Teáncum temprano a la mañana siguiente—. Si ahora te ayudamos, ¿cuando llegue el momento me ayudarás a rescatar a mi hermana?
Teáncum dejó su cuenco de desayuno y me miró fijamente.
—Lo haré —prometió.
Comenzaron a llegar poco después del amanecer. Eran cientos; algunos no llevaban más que un taparrabos, sin sandalias. Otros cargaban escasas armas caseras. Muchos apenas eran mayores que Garth o yo. Y otros parecían haber sido guerreros toda su vida. Sus armas eran toscas y gastadas. Algunas eran espadas de piedra con dientes, con manchas de sangre incrustadas profundamente en la madera. No era su primera marcha, y no creo que esperaran que fuera la última.
Se sentía un aire de emoción, sobre todo entre los soldados más jóvenes. Luchaban entre ellos y armaban mucho alboroto. Los guerreros mayores y experimentados parecían impacientes con ellos. Los cocineros llegaron poco antes del mediodía. Traían un tren de sirvientes que cargaban maíz, frijoles, frutas secas y otros suministros en canastas hechas para usarse como mochilas pesadas.
Moriáncum organizó la distribución de nuevas armas y escudos del arsenal del gobierno. Repartió espadas y lanzas, hachas y un tipo de palo que lanzaba dardos. Garth llamó a esos palos atlatls. Los soldados habían sido entrenados para ciertas armas y se les asignaban posiciones específicas en la batalla. Ser arquero se consideraba un privilegio. Los hombres competían por ese puesto disparando flechas a blancos, mientras los subcomandantes hacían las selecciones.
Portadores del palacio llenaron un refugio cerca de la choza de Teáncum con vestimenta protectora: corazas, cascos, protecciones para brazos y piernas. Las corazas se parecían mucho a las que había visto entre los lamanitas. Garth explicó que Moroni había desarrollado esa vestimenta y los lamanitas habían copiado el diseño.
Aunque muchos de esos muchachos parecían inexpertos, ninguno estaba del todo sin entrenamiento para la guerra. Zarahemla tenía muchas escuelas de instrucción militar, establecidas hacía mucho tiempo y ampliadas por Moroni. Los jóvenes habían asistido a esas escuelas durante años. Observé la destreza que algunos mostraban al demostrar sus armas y sentí envidia. Ojalá en mi escuela nos hubieran entrenado en tales cosas.
Para ser sincero, pasé la mayor parte de la mañana mirando a Menochín más que a los soldados. La ayudé con sus quehaceres: lavar ollas, recoger alimentos del huerto y dar almuerzo a sus dos hermanitas. Naturalmente, tuvo que soportar más burlas de esas pequeñas mocosas, pero supongo que, en la mente de Menochín, yo había llegado a valer la persecución.
Después del almuerzo, Menochín y yo quedamos solos. La observé tejer una manta en un telar estirado y atado desde el techo de su choza hasta el suelo. Parecía que pasábamos la mayor parte del tiempo hablando de mí. No es que yo sea vanidoso, es que ella seguía lanzándome preguntas, queriendo saber acerca de mi familia y mi tierra. Era difícil explicar detalles sin hablar de conceptos modernos que ella no entendería, así que solo le conté historias que tenían sentido en ambos tiempos.
Menochín era increíble: tenía un control perfecto de su mundo. Le sorprendía que yo pareciera saber tan poco sobre las tareas cotidianas de los nefitas, como preparar el maíz remojándolo en cal, o saber qué plantas podían usarse para hacer cuerda.
A veces, mientras la observaba, me imaginaba una escena en la que estábamos casados. Ella cuidaría de mí en este mundo extraño, cocinando mis comidas y confeccionando mi ropa. Yo regresaría de cazar y ella me estaría esperando en la puerta de nuestra pequeña choza, de la misma manera que la esposa de Teáncum esperaba al capitán. Sembraríamos el huerto uno al lado del otro y enseñaríamos a nuestros hijos acerca de la vida y de Dios. Tal vez nunca volvería a Wyoming. Tal vez todo lo que estaba imaginando algún día se haría realidad. Era halagador y, al mismo tiempo, aterrador ver en los ojos de Menochín que, de vez en cuando, ella pensaba lo mismo.
Más tarde, esa tarde, Teáncum informó a Garth y a mí que había llegado una escolta desde el cuartel de Moroni para llevarnos a Zarahemla a identificar a algunos de los conspiradores. Los soldados que nos condujeron a la ciudad explicaron que dentro de los muros de la prisión había muy pocos criminales comunes. Casi todos eran disidentes que se habían aliado con la causa de Amalickíah. Apenas un mes atrás, dijeron, habían muerto cuatro mil hombres combatiendo contra las tropas de Moroni en una sangrienta batalla callejera. Ahora comprendía por qué Moroni estaba tan preocupado con el asunto de los reyes cuando se discutió en el consejo.
Al entrar, nos llevaron a una sala equivalente a la oficina del alcaide. El capitán Moroni estaba allí con su grupo privado de oficiales y sirvientes.
—Hemos traído a los testigos —informó un miembro de nuestra escolta.
—Bien —lo oí comentar—. Liquidemos este asunto y pasemos a temas más importantes.
El legendario capitán jefe de todos los ejércitos nefitas se acercó directamente a nosotros, nos dejó atónitos con sus ojos azul pálido y nos felicitó por nuestro valor.
—El capitán Teáncum me contó todo el episodio —dijo—. Su presencia entre nuestro pueblo se ha convertido en algo verdaderamente valioso. Estamos muy agradecidos con ustedes.
Si me hubieran advertido que el capitán Moroni me agradecería personalmente esa tarde, al menos habría practicado decir: “De nada”. Como fue, apenas alcancé a balbucear un débil:
—Ajá.
Moroni sonrió y apartó la mirada.
—¡Formen de inmediato a todos los acusados!
Lo único que faltaba eran los reflectores brillantes y el espejo de visión unilateral. Unos doce conspiradores acusados fueron conducidos a una cámara fría y desnuda de la prisión.
—Ahora mírenlos —nos instruyó Moroni— y dígannos cuáles vieron aquella tarde, ya sea que juraran asesinato o simplemente estuvieran en compañía de quienes lo hacían.
Mientras el guardia avanzaba por la fila de un reyista tras otro, uno de los oficiales de Moroni nos preguntaba:
—¿Vieron a este hombre? ¿Dónde? ¿Qué lo vieron hacer?
Identifiqué a la mayoría. Garth fue capaz de recordar el rostro de cada uno. Entre ellos estaba el hombre al que habíamos seguido en el mercado. Había odio ardiente en sus ojos. Escupió en nuestra dirección. Otro prisionero profirió blasfemias y nos llamó “comedores de serpientes”. Para mí, era un insulto que sonaba ridículo. Supongo que, para ellos, era considerado bastante bajo. Definitivamente, no eran personas con las que quisiera encontrarme en un callejón oscuro en los años venideros de mi vida.
—Eso es todo —dijo finalmente Moroni—. Saquen a los muchachos.
Me alegré de que hubiera terminado. Un oficial nos condujo suavemente fuera de la sala. Ni siquiera un minuto después, Moroni salió también.
—Lamento que hayan tenido que soportar eso —se disculpó Moroni—. He derramado muchas lágrimas ante Dios preguntándome cómo estos tiempos pudieron haber producido a tales hombres.
—Había otros —le dijo Garth—. Vimos a más de treinta hombres en ese edificio.
—Estoy seguro de que hay más —respondió Moroni—. Solo puedo orar para que esta última derrota los haya quebrado. Espero que, tras la caída de Amalickíah, sus corazones cambien. El testimonio que ustedes, muchachos, han dado fue crucial. Una vez más, se los agradecemos.
Moroni se volvió hacia nuestras escoltas.
—Llévenlos de regreso.
Con eso, Moroni nos dejó y de inmediato fue rodeado por su personal. Dirigieron la atención del capitán hacia otros asuntos urgentes y lo siguieron mientras salía de la prisión delante de nosotros. No sé si esto tendrá sentido o no, pero después de que se marchó, digno, con una larga espada de metal en la cadera, el aire se sintió diferente. No era más caliente ni más frío, solo distinto… más vacío.
Garth y yo regresamos al campamento de Teáncum, llegando poco después de la puesta del sol. Los soldados seguían llegando hasta entrada la noche. Decenas de pequeñas fogatas salpicaban el campo.
Menochín había preparado tamales de maíz hervido para Garth y para mí. Era otra de las mil formas que los nefitas tenían de preparar el maíz. Mientras comíamos, Garth empezó a hablar.
—¿Recuerdas los estandartes que vimos colgados de la torre cuando recién llegamos? —preguntó Garth—. Esos eran Títulos de Libertad. Después de la batalla con los reyes, hace un mes, Moroni obligó a los disidentes que no fueron muertos a tomar la espada en defensa de su país o ser abatidos. Hacer ondear el “Título” los avergonzaba ante los ojos de sus compañeros. De esa manera, incluso si volvían a rebelarse, los otros disidentes preferirían matarlos antes que confiar en ellos. Bastante ingenioso de Moroni, ¿no crees?
Apenas escuchaba a Garth. Menochín tenía mi mente bastante ocupada. Ella seguía yendo al fogón para traernos más comida, sonriéndome cada vez que regresaba.
—¿Hay alguien en casa? —Garth agitó la mano frente a mi cara.
—Lo siento —dije—. ¿Qué dijiste?
—Dije: “Bastante ingenioso, ¿no crees?”
—Sí… sí que lo fue —admití.
Garth suspiró.
—Tengo la sensación de que tres empiezan a ser multitud por aquí. Creo que iré a buscar a Teáncum y preguntarle cuáles serán nuestras tareas.
Cuando se fue, le dije a Menochín:
—Eres una gran cocinera.
Ella se sonrojó.
—Tendré que trabajar muy duro para ser tan buena como mi madre y mi abuela.
—Ojalá pudiera invitarte a cenar a mi casa alguna vez. Mi mamá hace un espagueti delicioso.
Entonces tuve que explicarle qué era el espagueti, pero el único ingrediente de la receta que reconoció fueron los tomates.
Después de cenar, salimos afuera y nos sentamos junto a la hoguera. Esa noche ardía sin ningún público, salvo Menochín y yo. Teáncum, Moriáncum y los jefes de familia estaban entre las tropas.
Menochín me enseñó sobre las estrellas, cómo se movían por el cielo de una estación a otra. Señaló cierto grupo en el cielo del sur y me pidió que le prometiera que regresaría de la batalla antes de que ese grupo volviera a estar en esa posición. Mientras esperaba que hiciera la promesa, empecé a sentirme muy incómodo. La realidad volvió a mi mente.
—No sé si puedo hacer esa promesa —dije.
—¿Por qué? —preguntó ella.
—Porque —empecé—, tal vez tenga que regresar a mi propio pueblo antes de entonces.
—¿Cuándo sabrás si tienes que regresar?
—No lo sé —murmuré.
—Cuando regreses, yo iré contigo —insistió.
Me reí.
—Esa sí que sería buena. No, eso no funcionaría.
Las lágrimas comenzaron a brotar en los ojos de Menochín. Me di cuenta de que la había ofendido. Sintiéndome más bajo que un sapo, le tomé la mano.
—Si regreso, probablemente nunca vuelva a mi hogar. Entonces, te lo prometo, vendré por ti… Yo, bueno… te amo, Menochín.
Está bien, lo admito: a los trece años no estaba seguro de saber qué era el amor. Caray, solo conocía a esta chica desde hacía un par de días. Pero para mí, en ese momento, el sentimiento era real. Parecía que los adultos hacían que el amor fuera demasiado complicado—demasiados juegos y cosas. Tal vez lo que yo sentía entonces era lo más puro y sencillo que el amor podía llegar a ser. Después de todo, este era mi primer amor.
Había un anillo en su dedo. Ella se lo quitó y lo colocó en mi mano. La piedra era azul y lisa.
—Quiero que lo guardes —pidió Menochín.
—No puedo aceptarlo —le dije.
—Sí, puedes.
—No, es tuyo.
—¡Tómalo o te daré un golpe en la cabeza! —me espetó.
Lo tomé. Encajó perfectamente en mi dedo índice.
—¿Pensarás en mí cuando lo mires? —preguntó ella.
—Lo haré —prometí.
Quise darle algo que cumpliera la misma función. Lo único que tenía era el collar de jade y plata que había recogido la primera noche en la selva. Me lo quité, se lo entregué y le hice prometer lo mismo.
Pensándolo bien, debería haberla besado en ese momento. Ella, sin duda, me dio otra oportunidad. Pero me puse demasiado moralista por un instante. Sabía que Dios estaba mirando y pensé para mis adentros: si alguna vez cuento esta historia a mis parientes y amigos, debería dar un ejemplo a todos los muchachos y muchachas modernos, y renunciar a cualquier osculación juvenil. Decisión tonta, pero mi corazón estaba en el lugar correcto.
Cuando por fin me fui a la cama, Garth ya estaba acostado allí, mirando el techo de la choza de Teáncum.
—¿Pasa algo? —le pregunté.
Garth respondió:
—Mañana iré con Lehi para ser su intérprete. Habrá otra reunión del consejo en la tarde. Iré al palacio con Teáncum y esa será la última vez que me veas por un tiempo.
—¿De veras? —dije, y me metí bajo las mantas de la señora Teáncum.
Me tomó un rato asimilar por completo lo que Garth había dicho. Cuando lo hice, me puse muy nervioso por dentro. Garth había estado conmigo casi en cada momento de esta aventura. ¿Podría arreglármelas sin él? Necesitaba a Garth. Era mi único vínculo con lo que era real. Ambos nos quedamos un buen rato mirando el techo.
Al cabo de un momento, Garth dijo:
—Puede que haya estado demasiado ansioso cuando le dije al profeta Helamán que haría cualquier cosa para ayudar a los nefitas. No creo que debamos separarnos. Necesito tu fortaleza, Jim.
—¡Estás bromeando! ¿Mi fortaleza? Esta humedad debe de estar pudriéndote el cerebro.
—Supongo que tienes razón —bromeó Garth.
La señora Teáncum entró desde la otra habitación y echó leña al fuego del hogar.
—Buenas noches —nos susurró.
—Buenas noches —respondimos. Ella apagó las velas y se fue.
Garth se arrodilló y dijo sus oraciones. Yo cerré los ojos y dije las mías. Oré para que Garth estuviera bien. Pero, sobre todo, oré para que yo estuviera bien sin él.
Al día siguiente, la escena fue prácticamente la misma: enormes concentraciones de soldados. Para el mediodía debía de haber unos diez mil guerreros nefitas en el claro. Por primera vez, requirieron mis servicios como intérprete. Varias parentelas habían llegado desde el desierto de Hermounts, al sureste de Melek. Muchos de ellos no eran descendientes directos de los nefitas, pero habían sido convertidos al cristianismo por los esfuerzos misioneros de Alma el Joven. Tenían un buen conocimiento práctico del hebreo, pero Moriáncum quería mi ayuda para asegurarse de que, al dar sus instrucciones, todos sus significados quedaran claros. Estaría en mayor demanda, me dijo Moriáncum, cuando nos encontráramos con Gallium en Jersón. El ejército que habían reunido de las regiones de Sidom y Aarón podía hablar dos o tres idiomas distintos.
Estuve deprimido todo el día, dividido entre pasar el tiempo con Garth o con Menochín. Ninguno de los dos era muy buena compañía. Estaban tan deprimidos como yo. Al menos Menochín se esforzaba mucho más en fingir que no lo estaba.
De pronto, llegó la temida hora de Garth.
—Estamos listos para ir al palacio —anunció un mensajero desde la puerta de la choza de Teáncum.
Garth me miró e intentó sonreír, mientras al mismo tiempo se mordía el interior de la mejilla.
—Míralo de esta manera —dijo—, solo estaré una semana detrás de ti.
—Seguro —respondí—. Siempre podría quedarme atrás y esperarte, es decir, si tengo problemas para dormir y necesito escuchar una de tus lecciones de historia.
—Sí, y si me da el impulso de dejar que me arrastres a otro encuentro que amenace mi vida, correré delante del ejército de Lehi y te alcanzaré —añadió Garth.
Extendió su mano para un apretón de amistad. Unimos pulgares, entrelazamos los dedos y golpeamos nuestros puños uno contra el otro.
—¡Nos vemos en Jersón, amigo!
Garth se fue. Menochín se acercó a mí, tomó mi mano y confesó que ella también me amaba. Juntos vimos la puesta de sol aquella noche. Nos hicimos más promesas mutuamente. Supongo que, si describiera la escena, sonaría muy cursi, así que no entraré en detalles.
Planeaba quedarme despierto con ella toda la noche, pero ella no lo permitió.
—Mañana marcharás todo el día —me recordó—, y no dejaré que pierdas tu descanso.
Hicimos una oración juntos antes de que terminara la velada. Menochín pronunció las palabras. Oró para que la guerra terminara pronto y para que yo estuviera a salvo. También oró por su padre, su tío y sus compatriotas.
Mientras permanecíamos juntos afuera de la choza de Moriáncum, demorando el momento de la despedida, la madre de Menochín finalmente llamó a su hija para que entrara. Menochín me miró una última vez con los ojos llenos de lágrimas y me regaló una sonrisa que irradiaba tanto amor que mandé al diablo eso de dar un ejemplo a parientes y amigos. Le planté un gran beso en los labios. Y no me avergüenza admitir que se sintió maravilloso. Dudo que alguna vez vuelva a sentir algo siquiera la mitad de increíble. Además, ¿cuántas veces en la vida de un muchacho se tiene la oportunidad de besar a una hermosa muchacha nefita? Simplemente no se dejan pasar cosas así—no, si tienes un poco de cerebro.

























excelente historia, muy amena de principio a fin, es algo que nos pasa a muchos cuando leemos el Libro de Mormón, el imaginarnos estar junto a los grandes Reyes y profetas de los que habla el libro. Felicidades.
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