Capítulo 19
Alguien mencionó que habíamos cruzado a la tierra de Jersón. Esparcidos por la selva estaban los restos de pequeños asentamientos construidos por conversos lamanitas, más comúnmente llamados amonitas. Las estructuras habían sido dejadas a la intemperie para pudrirse y desmoronarse bajo las intensas lluvias.
—Se fueron hace cinco años —me dijo Jenuem—. Cuando Moroni declaró este valle como base para su ejército, ordenó a los amonitas mudarse a Melek. Sabían que era por su propia protección.
—Debieron de haberse cansado muchísimo de tanto mudarse —concluí.
—Son los mejores cristianos que he conocido —dijo Jenuem—. Si Moroni les hubiera pedido navegar de regreso a Jerusalén, lo habrían hecho. En realidad, les gusta el aire fresco de montaña en Melek. Originalmente venían de las tierras altas.
Recorrimos un pueblo fantasma amonita con casi treinta edificios devorados por la selva. Al observar toda la madera cortada y la tierra despejada, era evidente que los amonitas eran un pueblo muy trabajador cuando estaban en Jersón.
La selva era densa, pero había muchas llanuras abiertas entre los árboles, así que me vi libre de la sensación de asfixia que había tenido antes. Alrededor del mediodía salimos de la selva. En medio de un claro particularmente amplio, un muro de la ciudad se alzaba en el horizonte. Ésta era la base militar de Jersón.
Trompeteros, apostados en las torres más altas, hicieron saber a todos de la llegada del ejército. Tal vez sospechaban que éramos un batallón lamanita que avanzaba. Pero nuestros propios trompeteros respondieron la señal y los cerrojos de las puertas de la ciudad fueron levantados.
La mayoría de los edificios fuera del fuerte estaban situados en el borde de la selva. Algunos pocos habitantes, en su mayoría ancianos, asomaron la cabeza y se acercaron a saludarnos.
Había en realidad tres murallas defensivas alrededor de Jersón. Las dos primeras líneas eran montones de piedra. La muralla más interior consistía en un foso profundo con troncos colocados contra el borde interno y apisonados con tierra. Si un ejército pensaba entrar cavando un túnel, pronto se frustraría. Para hacerla aún más inexpugnable, los troncos habían sido afilados en forma de estacas, lo que hacía que intentar subir y pasar por encima fuera una idea igualmente desalentadora. Si yo fuera un capitán lamanita, habría preferido atacar Zarahemla antes que este lugar.
Alcancé a Teáncum y me puse a su disposición. El espacio dentro del fuerte parecía bastante reducido. Diez mil tropas podrían haberse apiñado allí si fuera necesario, pero a menos que estuvieran defendiéndolo, no lo era. Para evitar la congestión, Teáncum decidió mantenernos acampados al aire libre.
—Digan a los hombres que comiencen a armar sus tiendas —ordenó Teáncum.
No mantendrían a los soldados fuera de la ciudad por mucho tiempo. Sabían que habría un mercado abierto en Jersón. La perspectiva de carne fresca y bebida hacía salivar a diez mil bocas.
Teáncum y Moriáncum se alegraron enormemente al ver que el primero en esperarles para saludarlos no era otro que su firme tío Gálio.
—¡Sabía que llegarían hoy! ¡Si no lo hubieran hecho, quizá habríamos marchado a la batalla sin ustedes! —exclamó Gálio.
—¿Cómo está, mi tío? —preguntó Teáncum.
—Fuerte, capitán. Mejor que nunca —respondió Gálio.
—¿Dónde está mi hijo? —preguntó Teáncum.
—Seguro que él y Jerén oyeron las trompetas. Mocum y Pachumí también deben de andar por aquí en alguna parte.
—¿Cómo fue el reclutamiento? —preguntó Moriáncum.
—Sidom y Aarón fueron muy generosos, creo —dijo Gálio—. Llegamos con 2,754 hombres. ¿Y ustedes?
—Salimos de Zarahemla con poco menos de 10,000 hombres —informó Teáncum—. Durante la marcha puede que hayamos reclutado otros 600.
—Todavía hay unos buenos dos mil reservistas acuartelados en Jersón —calculó Gálio—. En total, deberíamos enfrentar al viejo Ojo Sangriento con una fuerza de casi 16,000.
Teáncum asintió y se perdió en sus pensamientos.
—¿Será suficiente? —le preguntó Moriáncum.
—Nunca es suficiente —admitió Teáncum—. Pero será todo lo que necesitaremos.
Al entrar en el fuerte, el rostro del capitán Teáncum se iluminó. Su hijo, Teáncum el Joven, venía hacia nosotros, seguido de Jerén, otro de los primos de Teáncum. Padre e hijo se abrazaron. Fue una reunión llena de entusiasmo.
—¿Y cómo estás, Jim, muchacho mío? —preguntó Gálio mientras me despeinaba—. Supongo que, ya que estás aquí, tu llamamiento como intérprete fue aprobado. ¿Dónde está tu compañero de manchas, Garth?
—Con Lehi —dije.
—Bueno, supongo que no podíamos tener a ambos intérpretes—aunque no nos habría faltado trabajo para ellos. Muchos de nuestros reclutas no hablan ni una palabra de hebreo. Si no hubieran entendido lo que quise decir al señalar con el dedo hacia la tierra de Jersón, tal vez no los habría traído aquí.
—Reúnan a todos los jefes de parentela para consejo esta noche —anunció Teáncum.
Moriáncum envió a varios hombres entre las filas para difundir la noticia.
Cuando Gálio dijo que sus reclutas habían venido de Sidom y Aarón, hablaba en términos generales. En realidad, habían llegado de muchas ciudades y comunidades de esa región. Sidom y Aarón eran simplemente las dos que tenían poblaciones cristianas significativas, aunque todas las ciudades aceptaban cierta—aunque débil—afiliación con el gobierno en Zarahemla.
Los hombres de Gálio habían levantado sus tiendas dentro de las murallas de la ciudad. Nos miraban con asombro, probablemente diciéndose en sus mentes: “Así que éste debe ser el gran Teáncum.”
A aquellos que también parecían decir: “¿Y quién es ese chico pálido que anda con él?” les devolví la mirada con un gesto que venía a significar: “Su intérprete personal, privado y ejecutivo… por si tenían curiosidad.”
Teáncum el Joven le contó a su padre que él y Jerén habían llegado a Jersón dos días después de separarse.
—Esa misma noche llegamos a Nefíhah para advertirlos —informó el joven Teáncum—, pero sirvió de muy poco. Desde entonces Nefíhah ha caído en manos de Amalickíah.
—¿Nefíhah ha sido tomada? —lamentó Teáncum.
Moriáncum se mostró sorprendido.
—Pero Nefíhah era uno de los asentamientos mejor fortificados en el Desierto del Este.
—Muchas otras ciudades también han caído —se lamentó el joven Teáncum—. Lehi, Moriantón, Omner, Gid… un grupo de exploradores, que llegó anoche, asegura que Mulec está bajo sitio desde ayer. No esperaban que resistiera mucho más tiempo.
—Y todo en menos de treinta días —murmuró Teáncum.
—Es el ejército más grande que Amalickíah haya reunido jamás —dijo Jerén—. Él mismo comanda a los lamanitas en cada batalla.
—Tal como supuse —dijo Teáncum—. Se dirige a Abundancia para apoderarse del paso. No podemos esperar a Lehi. Para entonces, todo podría haber terminado. Quiero hablar con esos exploradores.
La parte interior de Jersón se parecía mucho a la parte interior de Zarahemla, salvo que no había edificios tan hermosos como el palacio o el templo. Aun así, había un complejo gubernamental y una sinagoga situados en lugares similares. El mercado era considerablemente más pequeño. Apostaría a que, en cualquier otro momento, solo se instalaba una o dos veces por semana. Pero, anticipando el paso de todos estos ejércitos, los mercaderes locales se habían esmerado al máximo y habían reunido hasta el último hilo de mercancía que pudieron encontrar.
Teáncum, Gálio y el joven Teáncum se dirigieron al complejo gubernamental para reunirse con los líderes locales, muchos de los cuales serían parientes de los jersonitas. El resto de nosotros fuimos de compras, atiborrándonos de todas las frutas y verduras frescas que podíamos tragar.
La puerta del asentamiento comenzó a congestionarse con todos los soldados agotados del camino. Si hubieran sido ganado, podría haberse llamado una estampida. Vi la ansiedad en los rostros de los mercaderes mientras trataban de asegurar apresuradamente sus bienes.
Divisé a Hagot, Jenuem y Benjamín entre la multitud y fui a saludarlos. Querían oír sobre las ciudades que habían caído. Les dije que probablemente volveríamos a marchar mañana para cortar la conquista de Abundancia por parte de Amalickíah.
—Es bueno tener un amigo que se mueve en las altas esferas —me dijo Benjamín—. En lugar de escuchar los rumores, nosotros podemos difundirlos.
Por casualidad miré hacia una de las tiendas y me sorprendió lo que vi.
—Conozco a ese hombre de allá —dije.
En un cierto puesto con toldo, un puñado de soldados compraba papayas a un anciano ciego. Hagot y los demás me siguieron. Había un muchacho joven ayudándolo, asegurándose de que no le robaran nada bajo las narices. Aun así, el viejo parecía bastante capaz por sí mismo. Le golpeó la mano con su bastón a un soldado que intentó levantar una de las papayas.
—¡Ya te la daré yo! —gruñó—. ¿Intentas engañar a un anciano? ¿Cuántas quieres?
El soldado pidió cinco y puso varios granos de cacao en la palma del ciego, mientras éste murmuraba:
—Alguien debería enseñarles paciencia a ustedes, los jóvenes.
—¿Quién sigue? —preguntó—. De uno en uno nada más.
Me acerqué al mostrador y anuncié mi presencia.
—¿Onin? —pregunté.
Esos viejos ojos comenzaron a brillar, tal como los recordaba.
—Conozco esa voz —dijo Onin. Luego pensó con fuerza, golpeándose la barbilla con los dedos—. ¡Tú eres uno de los chicos del norte!
—Tienes razón —le respondí.
—¡Claro que tengo razón! —parloteó—. Caray, caray, caray, pensé que los lamanitas los habrían cocinado sin duda.
—Escapamos —dije—. Todos, menos mi hermana.
—Bueno, a ella no la cocinarán, creo yo. Una muchacha joven es una esclava útil. Y cuando sea mayor, una esposa útil.
—Te dejamos en la selva. ¿Cómo llegaste aquí? —pregunté.
—Caminando con mis sandalias, igual que tú. Después de que a ustedes los arrastraron, me costó horrores regresar a mi choza. Pero lo logré, a la mañana siguiente. Tuve que viajar toda la noche, pero para mí no es gran cosa, ya sabes. Luego unos malhumorados soldados nefitas, que se retiraban de la ciudad Moroni, me encontraron y me dijeron que tenía que ir con ellos. Yo les dije que no quería ir, que me gustaba donde estaba. Pero esos muchachos no aceptaban un “no” por respuesta. Así que hice un trato con ellos. Si me cargaban tres canastas de papaya, no armaría lío. Lo hicieron, y aquí estoy.
—Aunque ya casi se me acaban las papayas —añadió.
—Qué lástima —dije—. Ahora tienes muchos clientes nuevos.
—Pues toma unas cuantas antes de que ya no quede nada —me invitó Onin—. Van por mi cuenta.
Ver a Onin cerraba el círculo de toda esta aventura para mí. También trajo de vuelta imágenes de la última vez que vi a mi hermana. Onin también les dio a Hagot, Jenuem y Benjamín una muestra gratis de su mercancía. Luego me dijo que le dijera a Garth que seguía disponible si alguna vez necesitábamos un guía.
—Te haré una promesa. La próxima vez, llegaremos a donde queremos ir. Puedes confiar en la palabra del viejo Onin.
El ejército de Teáncum necesitaba un día de descanso y recuperación. Estaban cansados y se habían puesto malhumorados. Era hora de liberar tensiones. Varias peleas estallaron entre los hombres. Solo fueron riñas, pero todo ello recalcaba el punto de Pahorán: estos soldados eran una extraña mezcla de culturas. Había aprendido que, incluso de una ciudad o un valle a otro, los pueblos nefitas tenían muchas costumbres distintas, así como diferencias en vestimenta, lenguaje y educación.
La lluvia no dejó de lloviznar durante la mayor parte de la tarde. Hacia la noche, el cielo se despejó y los hombres comenzaron a calmarse. Encendieron hogueras y asaron pato y pavo.
Se me pidió que asistiera, junto con todos los demás comandantes y jefes de parentela, a una conferencia frente al complejo gubernamental de Jersón. Había más de quinientos hombres alrededor de la plataforma desde la cual habló Teáncum. Era una noche muy calurosa y bochornosa, y escuché muchas quejas. Esta multitud de gente del interior no estaba acostumbrada al clima de este lado de las montañas.
Teáncum comenzó su discurso contándonos todo lo que sabía sobre la invasión de Amalickíah hasta el momento. Hizo pausas entre frases, mientras yo permanecía a su lado y repetía cada palabra.
—Calculo que nos enfrentaremos al enemigo en dos días —anunció Teáncum—. En este momento, Amalickíah está asaltando la ciudad de Mulec. Para ahora, puede que ya haya caído. De allí estoy seguro de que avanzará hacia Abundancia. Por lo tanto, marcharemos hacia los límites de la tierra de Abundancia y lo interceptaremos mientras marche a campo abierto. A partir de este momento, marcharemos en estricta formación de batalla. Los arqueros marcharán en grupo. Los espadachines experimentados marcharán a la cabeza del ejército. Los inexpertos permanecerán en la retaguardia. Será responsabilidad de cada jefe de parentela designar a sus propios hombres en una categoría o en la otra. Cada jefe de parentela también elegirá de uno a tres guerreros de su propia parentela que considere que ejemplifican las mayores habilidades de combate y los enviará a mi presencia al amanecer. Estos hombres encabezarán el ejército y yo mismo los dirigiré a la batalla. Los jefes de parentela no podrán incluirse como hombres de primera línea sin mi aprobación. Prefiero que se queden atrás para que al ejército no le falte liderazgo en los flancos.
Mientras repetía la última parte de las instrucciones de Teáncum, sentí un nudo en la garganta. Sabía que Teáncum me mantendría con él al frente del ejército por si necesitaba un intérprete. No era eso lo que me había preparado mentalmente. Cuando los poderosos ejércitos se enfrentaran, yo había esperado estar en la retaguardia, tomando el sol. Tras concluir la reunión, Teáncum confirmó mis sospechas. Pero me tranquilizó diciendo que diez hombres serían asignados exclusivamente como mis guardaespaldas.
—Eres demasiado valioso para mi ejército como para dejarte sin protección —dijo.
—¿Puedo elegir algunos de los guardaespaldas yo mismo? —pregunté.
Teáncum asintió:
—Siempre que un jefe de parentela los haya preseleccionado como parte de sus mejores guerreros.
Me fui a buscar la parentela de Hagot para ver a quién elegiría Ridoníhah como parte del grupo de vanguardia. Cuando llegué, Ridoníhah estaba en el proceso de hacer esa selección. Informó a Hagot y a Benjamín que irían a reunirse con Teáncum al amanecer. Era un honor agridulce. Jenuem les ofreció sus felicitaciones. Yo me acerqué a su grupo y añadí las mías también.
—No estoy tan seguro de que sea algo por lo que deban felicitarnos, Jim, amigo mío —admitió Hagot—. Quizá deberías darnos tus condolencias en su lugar.
—Yo estaré justo a su lado —dije—. O mejor dicho, ustedes estarán justo a mi lado. Teáncum me dio permiso de elegir diez guardaespaldas. Quiero que ustedes estén entre esos diez.
Hagot sonrió:
—Será un honor. No es que nos necesites. Con lo bien que has dominado esa espada, estoy seguro de que tú serás un guardaespaldas para los diez de nosotros.
—Nos vemos al amanecer —dije sonriendo.
Quise dormir cerca de la tienda de Teáncum esa noche, supongo que por mi propia seguridad. Caminando de regreso entre las hileras de tiendas, empapándome los pies en el barro, traté de recordar todas las películas de guerra que había visto en mi vida. La verdad era que no tenía idea de qué esperar. Solo deseaba que, entre ese momento y la mañana, Teáncum me dijera dos o tres veces más lo valiosa que era mi vida y lo intensamente que planeaba velar por mi seguridad.

























excelente historia, muy amena de principio a fin, es algo que nos pasa a muchos cuando leemos el Libro de Mormón, el imaginarnos estar junto a los grandes Reyes y profetas de los que habla el libro. Felicidades.
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