Refugio y Realidad – Las bendiciones del templo

Capítulo 21

¿Mamá? ¿Papá?


Un presidente de estaca me llamó para preguntar acerca de traer a un hermano mayor y a su esposa al templo para recibir su investidura, ser sellados el uno al otro y para que el hombre fuera sellado a sus padres fallecidos. Señaló que el hermano tenía cáncer terminal y estaría en una camilla. Le respondí que si el hermano y los miembros de su familia tenían recomendaciones válidas, eran bienvenidos en cualquier momento y que nuestros obreros y selladores se encargarían de la logística física. Me aseguró que ambos tenían recomendaciones vigentes y que estaban listos y ansiosos por venir. El presidente también mencionó que esta pareja había sido miembro de la Iglesia durante muchos años, pero que solo recientemente se había activado con la ayuda de maestros orientadores que habían tomado un interés genuino en ellos. Hicimos una cita.

Tuvimos que posponer esa cita inicial porque el hermano fue hospitalizado. Después de una semana, los médicos lo dieron de alta para que pudiera ir a casa con su esposa y familia, informándoles que más tratamiento no le haría bien. El presidente de estaca llamó y dijo que el hermano seguía ansioso por venir al templo, pero ya no podía usar una silla de ruedas: tendría que venir en una camilla de hospital. Reiteré que mientras él y su esposa vinieran con recomendaciones válidas, nosotros nos encargaríamos del resto.

Cuando le dije al coordinador de turno lo que debíamos esperar, sonrió y dijo que como esta era la obra del Señor, todo saldría bien. Yo sabía que mi confianza en los obreros y la confianza de ellos en el Señor se verían plenamente justificadas.

A las pocas horas llegó el grupo: el hombre en una camilla, su esposa en una silla de ruedas, junto con algunos familiares, el presidente de estaca, el obispo, los fieles maestros orientadores y algunos otros amigos del barrio.

Unas horas más tarde me encontré con este grupo de radiantes participantes en una de las salas de sellamiento. El hermano seguía atado a su camilla de hospital, pero estaba completamente despierto y sonriente. Expresó su amor y gratitud al Señor y a los obreros por todo lo que habían hecho para atenderlo. Había un espíritu celestial de paz y amor mientras él y su esposa eran sellados el uno al otro y cuando los padres del hermano fueron sellados por poder entre sí.

Llegó el momento de sellarlo a sus padres. Era evidente que su fe, amor y deseo eran tan fuertes como siempre, pero que su cuerpo se estaba debilitando. Le pregunté si sentía que podía continuar. La luz en sus ojos brilló aún más intensamente cuando susurró: “Sí… oh, sí.”

Alguien le ayudó a colocar su mano sobre las manos de los representantes de sus padres, y mientras se pronunciaban las palabras simples pero poderosas, noté lágrimas fluyendo de sus ojos cerrados. Cuando se dijo el último amén, abrió los ojos como si mirara directamente al cielo. Vi que sus labios se movían ligeramente y escuché con claridad que susurraba: “¿Mamá? ¡Papá!”

Estaba lo suficientemente cerca para darme cuenta de que no se trataba solo de una pregunta, sino de una afirmación. Las palabras se pronunciaron tan suavemente que la mayoría en la sala no pudo oírlas. Sin embargo, todos los que necesitaban escuchar, incluyendo a muchos del otro lado, lo oyeron y entendieron perfectamente. La expresión de amor, gozo y serenidad que lo envolvió fue tan poderosa que todos en la sala se conmovieron hasta las lágrimas. Sería difícil imaginar un momento más espiritual y reverente.

Con la obra eternamente esencial ya completada, familiares, amigos y obreros del templo ayudaron a la pareja a prepararse para su viaje de regreso a casa. Al partir, la pareja me dijo que habían recibido un cuidado tan amoroso que se sentían como si estuvieran en el cielo, con ángeles atendiéndolos. Yo les respondí que, de hecho, así era.

Unos días después, el presidente de estaca del hermano me llamó para informarme que este había fallecido tranquilamente mientras dormía. Su esposa, algunos miembros de la familia y algunas otras personas habían estado a su lado mientras hacía la transición pacífica de esta vida mortal a la siguiente. El presidente de estaca expresó su gratitud por todos los que los habían ayudado en el templo y dijo que la pareja había salido del templo sintiéndose tan realizados, tan felices y tan en paz, que no tenían temor de la muerte. Cuando el hermano partió, sabían que además de los familiares y amigos junto a su lecho, había familiares y amigos esperándolo al otro lado para recibirlo al pasar por el velo.

Cuando colgué el teléfono, un sentimiento abrumador de certeza me envolvió, y por un momento volví a estar en la sala de sellamiento, viendo y oyendo aquel suave susurro: “¿Mamá? ¿Papá?” Se me dio a entender que el hecho de que él ahora estuviera con su mamá y su papá al otro lado era tan real como lo había sido el estar con ellos en esa sala de sellamiento unos días antes.

Los relatos en el Antiguo Testamento a menudo indican que cuando una persona moría, era reunida con su pueblo o con sus padres (Génesis 25:8; 35:29, etc.). En la parábola del Nuevo Testamento, después de morir, se describe que el pobre Lázaro fue llevado “al seno de Abraham” (Lucas 16:22). En la cruz, al concluir Su vida mortal, Jesús exclamó: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23:46).

Puede que no tengamos la misma experiencia en el templo que tuvo este hermano, pero he aprendido que en el templo podemos sentir cercanía con antepasados justos u otros familiares que pueden darnos un sentido de conexión y una seguridad de ayuda que trasciende el tiempo y el espacio. Con esa certeza podemos recibir la confianza y la fortaleza necesarias para continuar nuestro trayecto hacia ellos y hacia la gloria celestial de Dios.

Ya que el templo es un pedacito de cielo en la tierra, no tenemos que esperar hasta morir para ir al cielo; solo tenemos que ir al templo con el espíritu adecuado. Cuando estamos en el templo con espíritu de amor, gratitud y determinación de obedecer a Dios, hay muy poca diferencia entre aquí y allá. Jesús vino a la tierra con un espíritu de amor, gratitud y determinación de obedecer a Su Padre y, por lo tanto, estaba tanto en la tierra como en el cielo. Cuando vamos a Su casa con ese mismo espíritu, comenzamos a comprender lo que es el cielo.

Aunque el templo es uno de los mejores lugares para sentir cercanía con nuestros fieles familiares fallecidos, esas conexiones pueden sentirse con ellos en otros momentos y lugares. Mientras servía como joven misionero en una pequeña isla, en un momento particularmente solitario y desalentador, sentí la presencia de uno de mis abuelos. Aunque él había muerto antes de que yo naciera, supe instintivamente quién era y recibí gran consuelo y ánimo de la profundidad de su sonrisa y del calor de su amor. El presidente de la Iglesia George Albert Smith relató haber tenido una experiencia similar con su abuelo George A. Smith, quien vino a él en un sueño y le dijo: “Quisiera saber qué has hecho con mi nombre.”

No importa quiénes seamos o cuánto sepamos de nuestros padres u otros antepasados, todos tenemos una herencia maravillosa de la cual nutrirnos, que incluye a Abraham, Isaac y Jacob, todos ellos padres de los fieles. Si tenemos fe aunque sea tan pequeña como un grano de mostaza —la cual poseemos si somos capaces de calificar para una recomendación para el templo— entonces podemos saber que estos grandes patriarcas y muchos otros quieren que sintamos nuestra conexión con ellos y que sepamos que están ansiosos por ayudarnos. Más de una persona ha podido clamar: “¿Mamá? ¿Papá?” y recibir la ayuda y la paz que necesitaba para seguir adelante en esta vida o para pasar a la siguiente.

Comprender la conexión entre el cielo y la tierra da sentido a la vida y a la muerte. El velo es delgado, y los que están al otro lado son tan reales como los que están aquí.

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