Educador Religioso Vol. 26 Núm. 2 · 2025

Visiones de Salvación

Lo que las visiones de José Smith nos revelan acerca de cómo heredar el cielo

Mark A. Mathews
Mark A. Mathews es un educador religioso de Seminarios e Institutos e instructor de Educación Religiosa en BYU.


RESUMEN: A medida que el Profeta José Smith buscaba respuestas a profundas preguntas relacionadas con la salvación y la vida después de la muerte, recibió instrucción por medio de una serie de visiones. Este artículo explora la comprensión en desarrollo de José Smith sobre la salvación, tal como se le reveló en visiones clave, incluyendo la Primera Visión, encuentros con seres angelicales y revelaciones sobre los reinos de gloria y la salvación de los muertos. Estas visiones desplegaron una doctrina integral de salvación basada en la fe en Jesucristo, el arrepentimiento, el bautismo y el don del Espíritu Santo. También ampliaron el concepto de salvación para incluir los reinos de gloria y la salvación de los muertos, haciendo posible que casi todos reciban un grado de salvación en el cielo. Estas verdades profundas nos invitan a contemplar la grandeza del plan de Dios y el alcance y la magnitud de la salvación puesta a disposición por medio de nuestro Salvador Jesucristo.

PALABRAS CLAVE: salvación, reinos de gloria, salvación de los muertos, Primera Visión, José Smith


Painting of the First Vision

“Los hombres del tiempo presente testifican del cielo y del infierno, y nunca han visto ninguno de los dos; y diré que ningún hombre conoce estas cosas sin [revelación].” —José Smith

A diferencia de sus contemporáneos profesores de religión, José Smith vio el cielo y el infierno en visión y supo de estas cosas por revelación directa. La restauración del evangelio de Jesucristo comenzó cuando el joven José buscaba saber cómo ser salvo en el reino de los cielos, y continuó conforme procuraba más luz y conocimiento sobre este tema esencial. Al preguntar con fe, Dios respondió, revelándole estas verdades por medio de una serie de visiones. Estas visiones le fueron dadas a lo largo de su vida y ampliaron gradualmente su comprensión del Salvador Jesucristo y del alcance, el grado y la magnitud de la salvación eterna. Este conocimiento de primera mano convierte al Profeta José Smith en el mayor experto moderno sobre la doctrina de la salvación.

En este artículo examinaré brevemente estas visiones clave de salvación y seguiré el desarrollo de la comprensión del Profeta José Smith sobre esta doctrina para ofrecer una visión general de este importante tema. Aunque existen varios significados del término salvación, hablaré de la salvación como heredar un reino celestial de gloria en la vida venidera. Aunque la comprensión inicial del Profeta José acerca del cielo era limitada, esta se amplió para incluir múltiples reinos de gloria y concluyó con la realización de que, eventualmente, casi todos serán salvos en un grado de gloria en el cielo. Tal como enseñó el presidente Dallin H. Oaks: “Todos serán resucitados y se presentarán al Juicio Final del Señor Jesucristo. Allí, nuestro amoroso Salvador, quien, se nos enseña, ‘glorifica al Padre y salva todas las obras de sus manos,’ enviará a todos los hijos de Dios a uno de estos reinos de gloria de acuerdo con los deseos manifestados a través de sus elecciones.”

La Primera Visión

La Primera Visión fue una visión de salvación. Aunque a menudo resumimos la pregunta original de José como: “¿Cuál de todas las iglesias es la verdadera?” (José Smith—Historia 1:10), en realidad él quería mucho más que simplemente identificar la organización correcta a la cual unirse. En su historia personal explicó:

“Como a la edad de doce años, mi mente se vio seriamente impresionada con respecto a las sumamente importantes preocupaciones por la salvación de mi alma inmortal. . . . Mi mente llegó a angustiarse en gran manera, porque me vi convencido de mis pecados.”

De manera similar, Orson Pratt informó que José deseaba saber cómo prepararse para la vida venidera y que creía que la “salvación de su alma dependía” de que lo descubriera. La comprensión que José tenía de la salvación en ese momento de su vida era sencilla y limitada a la idea de ser perdonado de los pecados para poder ser admitido a vivir con Dios en el cielo. En su búsqueda de esto, aprendió muchas verdades acerca de cómo obtener esa salvación.

La Biblia es la palabra de Dios, pero no es suficiente para hallar la salvación

En su búsqueda de la salvación, José recurrió a la Biblia “creyendo, tal como [le] habían enseñado, que [ella] contenía la palabra de Dios.” Pronto confirmó esa creencia, pues al leer Santiago 1:5, su promesa entró “con gran fuerza en todos los sentimientos de [su] corazón,” instándole a “pedir a Dios” directamente para encontrar las respuestas que buscaba (JS—H 1:12–13).

Por útil que fue la Biblia para señalarle a Dios, esta experiencia enseñó a José que la Biblia por sí sola no era suficiente para ayudarle a encontrar la salvación. Había observado a los predicadores de las diferentes iglesias usar la Biblia para “fundar su propia teoría e impugnar la de los demás” (JS—H 1:9) y describió esos esfuerzos misioneros como una “contienda de palabras y tumulto de opiniones” (v. 10). Concluyó que nunca podría hallar la salvación únicamente en la Biblia, porque “los maestros de religión de las diferentes sectas entendían los mismos pasajes de la Escritura de tan diferentes maneras que destruían toda confianza de llegar a una conclusión mediante un recurso a la Biblia” (v. 12).

Como lo explicó el élder Jeffrey R. Holland:

“Claramente la Biblia, que tan frecuentemente en esa época era descrita como ‘terreno común,’ no era nada de eso; lamentablemente era un campo de batalla.”

Fue a causa de esta confusión y contienda sobre la interpretación bíblica que José comprendió que necesitaba “pedir a Dios” (v. 13) para hallar su respuesta. Necesitaba “más sabiduría de la que [entonces] poseía” (v. 12). En otras palabras, necesitaba más revelación para encontrar la salvación. Y, agradecidamente, se recibiría más revelación mediante la Restauración.

La salvación requiere revelación

Bajo estas circunstancias, José Smith decidió pedir a Dios. En sus propias palabras describió lo que sucedió como respuesta a su oración:

“Vi una columna de luz, más brillante que el sol, directamente arriba de mi cabeza; y esta luz gradualmente descendió hasta descansar sobre mí. . . . Cuando la luz se posó sobre mí, vi a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción, de pie en el aire arriba de mí. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre y dijo, señalando al otro: Éste es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!” (JS—H 1:16–17).

En ese momento José Smith recibió revelación directa de Dios y aprendió que el camino hacia la salvación requiere de esa revelación actual. Más adelante observaría que “la salvación no puede venir sin revelación” y que “no hay salvación entre las dos tapas de la Biblia sin un administrador legal,” refiriéndose a un profeta autorizado que reciba revelación.

La doctrina de que la Biblia por sí sola no es suficiente y que la revelación moderna es esencial para guiarnos a la salvación es una enseñanza que distingue a los Santos de los Últimos Días de todas las demás iglesias. Como enseñó el élder Holland:

“Las Escrituras no son la fuente suprema de conocimiento para los Santos de los Últimos Días. Son manifestaciones de la fuente suprema. La fuente suprema de conocimiento y autoridad para un Santo de los Últimos Días es el Dios viviente. La comunicación de esos dones proviene de Dios como revelación viva, vibrante y divina. Esta doctrina yace en el mismo corazón de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.”

No solo se requiere revelación actual para la salvación, sino que José aprendió que todos pueden recibirla. Si piden a Dios, pueden recibir revelación personal para saber por sí mismos el verdadero camino de la salvación. Él observó:

“Yo había hallado que el testimonio de Santiago era verdadero: que el hombre que careciera de sabiduría podía pedir a Dios, y obtener” (JS—H 1:26).

Esta confianza en la capacidad de todos de recibir revelación personal para confirmar la revelación moderna que Dios da a Sus profetas es otra característica distintiva de la Iglesia restaurada de Cristo.

La salvación viene por la fe en el Señor Jesucristo

En la Primera Visión, José vio a Dios el Padre y a Su Hijo Jesucristo, y escuchó al Salvador resucitado declarar:

“José, hijo mío, se te perdonan tus pecados. . . . He aquí, yo soy el Señor de gloria. Fui crucificado por el mundo, para que todos los que creyeran en mi nombre tengan la vida eterna.”

De esta experiencia profunda, José aprendió que el primer principio fundamental del evangelio es la fe en el Señor Jesucristo (Artículos de Fe 1:4), y que la salvación, o “vida eterna,” viene a “todos los que creen en [su] nombre.”

El presidente Henry B. Eyring explicó la importancia de esto cuando enseñó:

“Ese momento [fue] cuando José Smith aprendió que había una manera de que el poder de la Expiación de Jesucristo fuera plenamente desatado. Por lo que José vio y lo que comenzó en ese momento . . . todos los que vivan [pueden] tener el beneficio de la obra expiatoria de Jesucristo en nuestras vidas. . . . Yo sé que Él vive. Sé que José Smith lo vio, y sé que porque Él vive y porque José Smith levantó la mirada y lo vio y porque Él envió a otros mensajeros, usted y yo podemos tener aquello que el Profeta José deseaba cuando fue a la arboleda: saber, no solo esperar, que nuestros pecados pueden ser lavados.”

El camino hacia la salvación se había perdido

El deseo de José de obtener la salvación lo llevó a buscar la verdadera Iglesia de Jesucristo (JS—H 1:10), creyendo que era el único camino hacia la salvación eterna en el reino de los cielos. Tal como explicó:

“Cuando tenía como catorce años de edad, empecé a reflexionar sobre la importancia de estar preparado para un estado futuro; y al inquirir acerca del plan de salvación, hallé que existía un gran choque en los sentimientos religiosos. Si iba a una sociedad, me referían a un plan, y otra a otro, cada cual señalando su propio credo particular como el summum bonum de la perfección. Considerando que todos no podían estar en lo cierto, y que Dios no podía ser el autor de tanta confusión, resolví investigar más a fondo el asunto, creyendo que si Dios tenía una iglesia, no estaría dividida en facciones; y que si Él enseñaba a una sociedad a adorar de una manera y administrar ciertas ordenanzas, no enseñaría a otra principios que fueran diametralmente opuestos.”

Estos sentimientos y preocupaciones fueron confirmados en la Primera Visión cuando Jesucristo le enseñó que “ninguna de [estas iglesias] fue reconocida por Dios como su iglesia y reino; y se me mandó expresamente que ‘no las siguiera,’ recibiendo al mismo tiempo la promesa de que en alguna ocasión futura se me daría a conocer la plenitud del evangelio.” En una poderosa respuesta a la idea comúnmente sostenida de que todas las iglesias cristianas conducen a la salvación, Jesucristo mandó a José que “no se uniera a ninguna de ellas” (JS—H 1:19) porque Su iglesia, y el camino de salvación que esta ofrecía, se habían perdido de la tierra.

Estas son solo algunas de las doctrinas fundamentales de salvación que José Smith aprendió de la Primera Visión. Después de esta experiencia de búsqueda y hallazgo, él supo por revelación directa que Jesucristo es el Salvador, que la salvación viene únicamente a aquellos que tienen fe en Él y que Su iglesia, la cual ofrecía el camino de la salvación, ya no se encontraba en la tierra.

La Visión de Moroni

Una visión se define simplemente como una “revelación visual” e incluye revelaciones vistas en la mente así como apariciones personales de seres divinos. Unos años después de la Primera Visión de José Smith, o “visitación,” tuvo su segunda visión: la aparición del ángel Moroni. Más tarde registró que el Señor “me mostró una visión celestial. Porque he aquí, un ángel del Señor [Moroni] vino y se presentó ante mí.” Al igual que la Primera Visión, esta visión vino como resultado de la búsqueda de la salvación.

Alcanzar la salvación: Un proceso de arrepentimiento continuo

A pesar de haber sido “llamado por Dios” como lo había sido previamente en la Primera Visión, José aún cayó en “muchos errores necios,” demostrando la “debilidad de la juventud” (JS—H 1:28). Como resultado, explicó: “A menudo me sentía condenado por mi debilidad e imperfecciones,” lo cual lo llevó nuevamente a dirigirse a Dios, buscando “el perdón de todos mis pecados y locuras, y también una manifestación para mí, para que yo supiera de mi estado y posición delante de Él . . . como anteriormente había tenido una” (v. 29). En respuesta a su oración, Moroni se le apareció y le explicó que José había sido llamado por Dios para traducir el Libro de Mormón, el cual contiene la “plenitud del Evangelio sempiterno” (v. 34).

Un principio que esta experiencia enseñó a José fue que alcanzar la salvación y mantener la remisión de los pecados era un proceso, no un acontecimiento. Contrario a la noción popular de que uno puede ser declarado “salvo” simplemente por una confesión única de fe en Cristo, José aprendió que la salvación requería obediencia constante y arrepentimiento regular. Aunque ya había visto a Dios y se le había dicho que sus pecados habían sido perdonados, José todavía necesitaba continuar arrepintiéndose si quería alcanzar la salvación en el reino de los cielos. También aprendió que, al contener la plenitud del evangelio, el Libro de Mormón sería una guía para él en el arrepentimiento, en venir a Cristo y en obtener la salvación.

La Visión de Juan el Bautista

El Libro de Mormón funcionó como una especie de manual de salvación para José Smith, y él aprendió muchas verdades importantes mientras lo traducía. Entre las más significativas estaba lo que aprendió al traducir “el relato del ministerio del Salvador” entre los nefitas. Jesucristo enseñó que “y cualquiera que creyere en mí, y fuere bautizado, el tal será salvo; y son ellos los que heredarán el reino de Dios” (3 Nefi 11:33). José entendió, a partir del Libro de Mormón, que el bautismo es esencial para la salvación y que esta ordenanza sirve como la puerta (2 Nefi 31:9) al reino celestial de Dios.

El bautismo por la autoridad del sacerdocio es esencial para la salvación

Inspirado por este conocimiento, José siguió el patrón que ya había funcionado antes: se “retiró al bosque y oró al Señor sobre el asunto” (JS—H 1:68). En respuesta, Dios envió al ángel Juan el Bautista para conferirle el “sacerdocio de Aarón,” con la autoridad para administrar “el bautismo por inmersión para la remisión de los pecados” (v. 69). De esta experiencia, José aprendió en visión que hay ordenanzas esenciales para la salvación y que estas deben realizarse con la debida autoridad del sacerdocio para ser válidas. Con la autoridad para bautizar—otorgada por el mismo hombre que bautizó a Jesucristo—José podía ahora recibir y administrar esta ordenanza salvadora. Este fue un paso significativo en su jornada personal hacia la salvación.

La Visión de Pedro, Santiago y Juan

Cuando el ángel Juan el Bautista confirió el Sacerdocio Aarónico a José Smith, le explicó que esta autoridad “no tenía el poder de imponer las manos para el don del Espíritu Santo, pero que ese poder nos sería conferido posteriormente” (JS—H 1:70). Los administradores de esta autoridad superior del sacerdocio, se le informó a José, eran “Pedro, Santiago y Juan, quienes poseían las llaves del Sacerdocio de Melquisedec, el cual, dijo, se nos conferiría a su debido tiempo” (v. 72).

El don del Espíritu Santo es esencial para la salvación

La implicación de la instrucción de Juan el Bautista sobre el Espíritu Santo es que la ordenanza del bautismo en agua no es suficiente cuando se trata de la salvación eterna y de una remisión completa de los pecados. También es necesario recibir el don del Espíritu Santo. Explicando este principio más adelante en su vida, José Smith enseñó:

“El bautismo en agua no es más que medio bautismo, y no sirve de nada sin la otra mitad—esto es, el bautismo del Espíritu Santo.”

José aprendió este principio en visión de los ángeles Juan el Bautista y Pedro, Santiago y Juan.

La iglesia de Cristo administra la salvación

Aunque muchos hoy han perdido confianza en la “religión organizada,” José aprendió acerca de la importancia de una Iglesia organizada de Jesucristo cuando los tres antiguos Apóstoles le confirieron el Sacerdocio de Melquisedec. Juan el Bautista le había explicado que, después de que se le confiriera el sacerdocio mayor, tendría la autoridad de ser el “primer élder de la Iglesia” (JS—H 1:72). Esto significa que el sacerdocio y las llaves otorgadas por Pedro, Santiago y Juan lo autorizarían a dirigir la iglesia de Cristo, tal como estos Apóstoles lo habían hecho en la antigüedad. La Iglesia restaurada de Jesucristo debía ser organizada por medio de esta autoridad del sacerdocio, y con ella José y otros podrían “enseñar el evangelio y administrar las ordenanzas de salvación” que acababan de ser restauradas. En efecto, esta iglesia funcionaría como “el sistema de entrega de la Expiación,” de modo que “toda la humanidad pueda ser salva mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del evangelio”, que solo la iglesia de Cristo administra mediante la autoridad del sacerdocio (Doctrina y Convenios 84:19).

Es interesante notar que, a través de estas experiencias visionarias, José Smith fue instruido de manera poderosa y progresiva en cuanto a los primeros principios del evangelio. De la Primera Visión, llegó a comprender mejor la fe en el Señor Jesucristo. De la visión del ángel Moroni, aprendió sobre el proceso del arrepentimiento continuo. De la visión de Juan el Bautista, entendió más acerca del bautismo para la remisión de los pecados como una ordenanza necesaria para la salvación. Finalmente, de la visión de Pedro, Santiago y Juan, aprendió acerca del don del Espíritu Santo y la confirmación como miembro de la iglesia de Cristo. Cuando José Smith resumió los primeros principios y ordenanzas del evangelio en el cuarto Artículo de Fe, hablaba a partir del conocimiento que había adquirido por experiencia personal con seres divinos que le enseñaron esos principios en visitaciones visionarias.

La visión del Salvador y los reinos de gloria

La comprensión de José Smith sobre el alcance y la magnitud de la salvación en el reino de los cielos se expandiría dramáticamente a través de una visión registrada en Doctrina y Convenios 76. Mientras traducía la Biblia por revelación, José sintió la inspiración de hacer un pequeño cambio en el texto de Juan 5:29. Sin estar seguro del significado de ese cambio, José y su escriba Sidney Rigdon comenzaron a maravillarse y reflexionar sobre ello (vv. 18–19). Mientras lo hacían, “el Señor tocó los ojos de [su] entendimiento . . . y vieron la gloria del Hijo, a la diestra del Padre, . . . y oyeron la voz que daba testimonio de que él es el Unigénito del Padre” (vv. 19–20, 23). Esta visión no solo confirmó la filiación divina de Jesucristo y su relación con Dios, sino que también reveló la asombrosa magnitud y alcance de la salvación que nuestro Salvador provee.

Esta visión de la salvación comienza con una explicación de los relativamente pocos que no serán finalmente salvos por Jesucristo, refiriéndose a ellos como los “hijos de perdición” (v. 32). Estos son aquellos “que conocen mi poder, y han sido hechos partícipes de él, y se dejan, por el poder del diablo, vencer y negar la verdad y desafiar mi poder” (v. 31). Explicando cómo alguien llega a ser un hijo de perdición, el Profeta José Smith enseñó que:

“Debe recibir el Espíritu Santo, tener los cielos abiertos ante él, y conocer a Dios, y luego pecar contra Él: después que un hombre haya pecado contra el Espíritu Santo no hay arrepentimiento para él; tiene que decir que el sol no brilla mientras lo ve—tiene que negar a Jesucristo cuando los cielos se le han abierto, y negar el plan de salvación con los ojos abiertos a su verdad; y desde ese momento comienza a ser un enemigo. . . . Recibe el espíritu del Diablo—el mismo espíritu que tuvieron aquellos que crucificaron al Señor de la vida—el mismo espíritu que peca contra el Espíritu Santo. No se puede salvar a tales personas—no se las puede llevar al arrepentimiento; hacen guerra abierta como el diablo y espantosa es la consecuencia.”

Porque han rechazado completamente a su Salvador después de que él los había salvado, no hay para ellos “perdón en este mundo ni en el venidero” (v. 34).

Jesucristo salva a todos menos a los hijos de perdición

La visión de los hijos de perdición prepara el escenario para el dramático anuncio que sigue:

“Y este es el evangelio, las buenas nuevas, que la voz de los cielos nos testificó: que vino al mundo, sí, Jesucristo, para ser crucificado por el mundo y para llevar los pecados del mundo, y para santificar al mundo y limpiarlo de toda iniquidad; para que por medio de él todos fueran salvos, a quienes el Padre le había puesto en su poder y hechos por él; quien glorifica al Padre y salva todas las obras de sus manos, excepto aquellos hijos de perdición que niegan al Hijo después que el Padre lo ha revelado. Por tanto, salva a todos, excepto a ellos” (vv. 40–44).

¡Ese es el evangelio, literalmente las “buenas nuevas,” de esta visión! Todos serán salvos. La salvación, en este sentido, es universal. Excepto esos pocos que se convierten en perdición, cada ser querido que tenemos, cada persona por la que nos preocupamos y todos los que lleguemos a conocer serán salvos por Jesucristo en un reino de gloria. Como esta visión revelará después, no todos serán salvos en el mismo reino de gloria, pero todos, eventualmente, recibirán un grado de salvación y un nivel de gloria en el cielo. Esta es una de las doctrinas más amorosas y misericordiosas jamás reveladas.

Como explicó el presidente Russell M. Nelson:

“Sabemos que Dios ama tanto a Sus hijos que . . . ‘todos los hijos de Dios’—con las más mínimas excepciones—terminarán en un reino de gloria. ¡Piénsenlo! Nuestro Padre creó reinos de gloria—telestial, terrestre y celestial—para proveer un lugar glorioso para Sus hijos.”

Los que obedecen el evangelio de Cristo serán salvos en el reino celestial

Aquellos que heredan el celestial, o el más alto grado de gloria, son descritos como quienes “recibieron el testimonio de Jesús, creyeron en su nombre y fueron bautizados a la manera de su sepultura, . . . para que al guardar los mandamientos fuesen lavados y limpiados de todos sus pecados, y recibiesen el Espíritu Santo por la imposición de manos” (vv. 51–52). Esta es una descripción de los primeros principios y ordenanzas del evangelio enumerados en el cuarto Artículo de Fe.

Dado que el tercer Artículo de Fe declara que la obediencia a estas leyes y ordenanzas es necesaria para ser “salvo,” esto revela que cuando las Escrituras hablan de salvación, generalmente se refieren específicamente a la salvación en el reino celestial y no en ninguno de los reinos menores. Por medio de Jesucristo, la salvación celestial será dada a todos los que obedezcan fielmente estos primeros principios del evangelio.

Revelaciones adicionales expandirían la comprensión de José sobre el reino celestial, enseñándole que dentro de ese reino hay también “tres cielos o grados” y que el “nuevo y sempiterno convenio del matrimonio” es una ordenanza esencial para recibir la exaltación en el grado más alto de gloria celestial (Doctrina y Convenios 131:1–2). De hecho, las ordenanzas superiores para la exaltación ya están insinuadas en la sección 76, donde se menciona el ser “sellados por el Santo Espíritu de la promesa” en el versículo 53 (asociado con el matrimonio en el templo, 132:7, 19), “sacerdotes y reyes” en el versículo 56 (asociado con la investidura del templo) y “sacerdotes . . . según el orden de Melquisedec” en el versículo 57 (asociado con la ordenación al Sacerdocio de Melquisedec).

Para aquellos que obedecen el evangelio de Cristo, incluyendo el arrepentimiento cuando caen en faltas, la promesa en la sección 76 es que en el reino celestial “son dioses, sí, los hijos de Dios—por tanto, todas las cosas son de ellos . . . y son de Cristo, y Cristo es de Dios. Y vencerán todas las cosas. . . . Estos morarán en la presencia de Dios y de su Cristo para siempre jamás” (vv. 58–60, 62). Esa es la promesa y bendición suprema de Dios, y debería inspirarnos. Como explicó el presidente Nelson:

“Estas verdades deberían despertar en ustedes el máximo sentido de FOMO—fear of missing out o temor de quedarse fuera. Ustedes tienen el potencial de alcanzar el reino celestial. El máximo FOMO sería quedarse fuera del reino celestial, conformándose con un reino menor porque aquí en la tierra eligieron vivir solo las leyes de un reino menor.”

Algunos se preocupan por sus propias deficiencias y suponen que una persona debe ser perfecta en esta vida para heredar el reino celestial y recibir esas grandes bendiciones, pero el Señor nos ha asegurado que ese no es el caso. La gloria celestial es alcanzable para todos “los que son hombres [o mujeres] justos hechos perfectos por medio de Jesús, el mediador del nuevo convenio, que efectuó esta perfecta expiación” (v. 69; énfasis agregado). El término justos a menudo significa “rectos” en las Escrituras. Este versículo explica que la norma para entrar en el reino celestial es la rectitud, no la perfección. La promesa es que quienes se esfuercen fielmente por obedecer el evangelio de Jesucristo, aunque estén lejos de ser perfectos en esta vida, eventualmente serán “hechos perfectos,” no por su propio poder, sino mediante la “expiación perfecta” de Jesucristo. Como explicó el élder Jeffrey R. Holland, el mandato de Jesucristo a sus seguidores de “sed, pues, vosotros perfectos” (Mateo 5:48) no se cumplirá en esta vida, pero sí se cumplirá “eventualmente.”

Esto es a lo que se refería el Profeta José Smith cuando enseñó:

“Cuando subes una escalera, debes empezar por el primer peldaño, y ascender paso a paso, hasta llegar a la cima; y así sucede con los principios del evangelio—debes comenzar con el primero, y continuar hasta aprender todos los principios de la exaltación. Pero pasará mucho tiempo después de haber traspasado el velo antes de que los hayas aprendido. No todo ha de comprenderse en este mundo; será una gran obra aprender nuestra salvación y exaltación aun más allá de la tumba.”

Aunque la doctrina de la salvación suele presentarse como un resultado transaccional de la obediencia a las leyes de Dios, estas enseñanzas nos ayudan a ver que, mediante la Expiación de Cristo, nuestra obediencia se vuelve transformadora. Llegamos a ser perfectos por medio de Jesucristo (Doctrina y Convenios 76:69). Como ha enseñado el presidente Dallin H. Oaks:

“Debemos actuar y pensar de tal manera que seamos convertidos por [el evangelio]. En contraste con las instituciones del mundo, que nos enseñan a saber algo, el evangelio de Jesucristo nos desafía a llegar a ser algo.”

Por medio del poder fortalecedor y santificador de la perfecta expiación de Cristo, podemos llegar a ser como Dios y pertenecer con Él en Su reino.

Los que viven vidas honorables heredarán el reino terrestre

Quienes hereden un reino terrestre son descritos en la revelación, en términos generales, como personas “honorables” que fueron “cegados por la astucia de los hombres” (v. 75), de modo que no vivieron la ley superior que los habría calificado para el reino celestial. Esto incluye a aquellos que “no recibieron el testimonio de Jesús” cuando se les enseñó “en la carne, mas después lo recibieron” cuando lo oyeron predicado nuevamente en el mundo de los espíritus posmortal (v. 74). También incluirá a los miembros de la iglesia de Cristo que “no fueron valientes en el testimonio de Jesús” (v. 79).

Estos también son salvos por Jesucristo y recompensados por sus obras honorables con un reino de gloria que difiere del celestial “como la luna difiere del sol en el firmamento. . . . Estos son los que reciben de su gloria, mas no de su plenitud. Estos son los que reciben de la presencia del Hijo, pero no de la plenitud del Padre” (vv. 71, 76–77). Como señaló el presidente Oaks, el reino terrestre es el cielo que la mayoría de los cristianos imaginan, “porque tiene la presencia del Hijo.”

Los que se arrepienten después de sufrir por sus pecados heredarán el reino telestial

Quienes hereden el reino telestial son caracterizados en la visión por sus pecados. “Estos son los mentirosos, y hechiceros, y adúlteros, y fornicarios, y todo aquel que ama y comete mentira” (v. 103). Aquellos que llevan una vida de mentiras, engaños, robos e inmoralidad sexual son “tan innumerables como las estrellas” (v. 109) y afrontarán las consecuencias de su desobediencia a la ley divina, porque no quisieron arrepentirse ni recibir el evangelio. La revelación declara que “estos son los que son arrojados al infierno [en el mundo de los espíritus], y sufren la ira del Dios Todopoderoso, hasta la plenitud de los tiempos” (v. 106). Afortunadamente, después de sufrir por el pecado, “todos estos doblarán la rodilla, y toda lengua confesará a aquel que está sentado sobre el trono” (v. 110). En otras palabras, eventualmente se arrepentirán en cierto grado y, por lo tanto, recibirán un grado de salvación en el reino telestial.

El presidente Joseph Fielding Smith explicó:

“Aquellos que entran en el reino telestial . . . son los impíos, los inmundos que sufren la ira de Dios en la tierra, los que son echados al infierno donde se les exigirá pagar hasta el último cuadrante antes de que venga su redención. . . . No obstante, aun estos son herederos de salvación, pero antes de ser redimidos y entrar en su reino, deben arrepentirse de sus pecados . . . doblar la rodilla y reconocer que Jesús es el Cristo, el Redentor del mundo.”

Como testimonio del perfecto amor y misericordia de Dios, la revelación en la sección 76 declara que después de que estas personas doblen la rodilla y confiesen a Cristo, recibirán una gloria telestial que “sobrepasa todo entendimiento” (v. 89). Sin embargo, para que no nos sintamos tentados a conformarnos con este reino menor, la revelación se apresura a añadir que “la gloria del celestial . . . sobrepuja en todas las cosas, donde Dios, el Padre mismo, reina sobre su trono para siempre jamás” (v. 92).

Gradación de la salvación según las leyes que elijamos vivir

La visión del Profeta José Smith sobre los reinos de gloria amplió enormemente la magnitud y el significado de la salvación. A través de ella, José aprendió que, básicamente, todos serán eventualmente perdonados de sus pecados y, en última instancia, salvos en un reino de gloria. También aprendió que la salvación varía desde esta salvación general hasta la exaltación plena como “dioses” en el reino celestial. Esta gradación de la salvación, basada en las leyes que elegimos vivir, revela la perfecta justicia y misericordia de Dios. Porque Él es justo, existen leyes—un estándar divinamente establecido—que uno debe cumplir para heredar un reino (Doctrina y Convenios 88:21–24). Porque Él es misericordioso, existen leyes menores y recompensas para que todos podamos gozar del grado de salvación y del reino de gloria que estemos “dispuestos a recibir” (v. 32).

En última instancia, nosotros decidimos qué reino de gloria heredaremos. Como ha enseñado el presidente Russell M. Nelson:

“Durante esta vida podemos escoger qué leyes estamos dispuestos a obedecer—las del reino celestial, o las del terrestre, o las del telestial—y, por lo tanto, en qué reino de gloria viviremos para siempre.”

En este sentido, somos nuestros “propios jueces” (Alma 41:7), decidiendo qué reino de gloria recibiremos en el cielo al decidir qué leyes divinas estamos dispuestos a vivir en la tierra.

La visión de la salvación de los muertos

Otra visión que amplió grandemente la comprensión de José sobre el alcance de la salvación fue la que recibió en el Templo de Kirtland y que está registrada en la sección 137 de Doctrina y Convenios. En ella vio “al Padre y al Hijo” sentados en su trono en el reino celestial de Dios (vv. 1–3). También describió haber visto a “Adán el padre, y a Abraham; y a mi padre y a mi madre” (v. 5), lo cual le dio una visión temprana de la doctrina de las familias eternas en el cielo. Pero lo que lo sorprendió fue a quién vio después:

“Vi . . . a mi hermano Alvin, que hace ya mucho duerme” (v. 5).

Al ver a su propio padre y madre vivos en el reino celestial, José supo que estaba contemplando una visión del futuro. Lo que lo sorprendió de ver a su hermano Alvin fue que él “no había sido bautizado para la remisión de los pecados” antes de morir (v. 6). José sabía, por su visión previa de los reinos de gloria, que el bautismo era esencial para entrar en el reino celestial (76:51). Aunque José habría entendido que Alvin no pasaría la eternidad en el infierno por no haber sido bautizado (como insinuó un predicador en el funeral de Alvin), probablemente habría supuesto que su hermano sería salvo en el reino terrestre debido a la vida honorable que había llevado. Verlo en el futuro reino celestial obligó a José a reconsiderar esta suposición y a “[maravillarse] de cómo había obtenido una herencia en aquel reino” (137:6).

Los que habrían obedecido el evangelio en la tierra también heredarán el reino celestial

Mientras José se maravillaba, la voz del Señor habló y expandió su comprensión con estas palabras:

“Todos los que mueran . . . sin conocimiento de [el evangelio], que lo habrían recibido con todo su corazón, serán herederos del [reino celestial]” (v. 8).

La manera en que “recibimos” el evangelio es obedeciendo los primeros principios y ordenanzas, incluyendo el bautismo. Hacerlo con “todo [nuestro] corazón” requiere perseverar fielmente hasta el fin. En esta revelación original que anuncia la doctrina de la salvación para los muertos, el Señor dejó en claro que esta nueva doctrina no está destinada a contradecir las revelaciones previas. El estándar básico revelado en la sección 76 para entrar en el reino celestial es obedecer los primeros principios y ordenanzas del evangelio y perseverar fielmente hasta el fin. Lo que esto añadió a la comprensión de José (y añade a la nuestra) es que aquellos que “habrían” hecho esas mismas cosas en la mortalidad, si hubieran tenido la oportunidad, también serán elegibles para el reino celestial.

Esto es perfectamente justo y perfectamente misericordioso. Aplica el mismo estándar universal a todos. Solo Dios, en Su infinita sabiduría y conocimiento, sabe lo que “habríamos” hecho en la mortalidad y nos juzgará por “[nuestras] obras, según los deseos de [nuestros] corazones” (v. 9).

Explicando este principio, el presidente Nelson enseñó:

“Esta vida en verdad es el tiempo en el que pueden decidir qué clase de vida desean vivir para siempre. Ahora es su tiempo ‘para prepararse a comparecer ante Dios.’ La vida mortal apenas equivale a un nanosegundo en comparación con la eternidad. Pero, mis queridos hermanos y hermanas, ¡qué crucial nanosegundo es! Durante esta vida podemos escoger qué leyes estamos dispuestos a obedecer—las del reino celestial, o las del terrestre, o las del telestial—y, por lo tanto, en qué reino de gloria viviremos para siempre.”

Esto nos ayuda a comprender mejor las enseñanzas de Pedro de que los muertos serán “juzgados en carne, según los hombres; pero vivirán en espíritu, según Dios” (1 Pedro 4:6). Aun aquellos que reciben el evangelio en el mundo de los espíritus serán juzgados por lo que habrían hecho con él en la carne.

Esta visión amplió dramáticamente la comprensión de José Smith sobre cuántos serían salvos en el reino celestial. Históricamente, han existido muchísimos que vivieron y murieron sin la oportunidad de recibir el evangelio, pero que probablemente lo habrían recibido fielmente en otras circunstancias. Todos estos serán salvos en el reino celestial. Revelaciones posteriores enseñarían a José sobre el papel del bautismo y la confirmación vicarios en este proceso (Doctrina y Convenios 124:29), pero esta visión sentó la base para la salvación celestial de los muertos y nos da la esperanza de ver a nuestros familiares, como Alvin, en ese reino.

Los niños pequeños que mueren serán salvos en el reino celestial

La visión que el Profeta José recibió en el Templo de Kirtland también confirmó que “todos los niños que mueren antes de llegar a la edad de la responsabilidad son salvos en el reino celestial de los cielos” (137:10). Históricamente, se estima que la mitad de la población de la tierra murió siendo niños, y todos ellos serán salvos por Jesucristo en el reino celestial. Sumando esto a la ya ampliada comprensión que esta visión dio acerca de la salvación de los muertos, no es de extrañar que los habitantes del reino celestial sean descritos como “innumerables” (76:67).

Explicando este tema esperanzador más adelante en su vida, “José Smith enseñó la doctrina de que el niño que fue sepultado en la muerte se levantará en la resurrección como un niño; y, señalando a la madre de un hijo sin vida, le dijo: ‘Usted tendrá la dicha, el placer y la satisfacción de criar a este niño, después de su resurrección, hasta que alcance la plena estatura de su espíritu.’” A esto el presidente José F. Smith añadió: “Hay restitución, hay crecimiento, hay desarrollo, después de la resurrección de la muerte. Amo esta verdad. Habla volúmenes de felicidad, de gozo y de gratitud a mi alma. Gracias al Señor que nos ha revelado estos principios.”

Algunos se han preguntado si los niños pequeños tendrán la oportunidad de recibir ordenanzas del templo en el futuro para que puedan recibir la exaltación en el reino celestial. Respondiendo a esta pregunta, el presidente Joseph Fielding Smith enseñó:

“El Señor concederá a estos niños el privilegio de todas las bendiciones de sellamiento que pertenecen a la exaltación. . . . Cuando crezcan, después de la resurrección, hasta la plena madurez del espíritu, tendrán derecho a todas las bendiciones a las que habrían tenido derecho si hubieran tenido el privilegio de permanecer aquí y recibirlas.”

Conclusión

El Profeta José Smith declaró una vez: “Si pudieran contemplar el cielo durante cinco minutos, sabrían más de lo que sabrían leyendo todo lo que jamás se haya escrito sobre el tema.” José Smith tuvo el privilegio de contemplar el cielo muchas veces en su vida, ya que el Señor usó visiones para instruirlo en la doctrina de la salvación. A través de estas visiones aprendió muchas verdades, incluyendo aquellos principios que este artículo ha buscado identificar y explicar. Algunas de las verdades más destacadas que aprendió son que los primeros principios y ordenanzas del evangelio, administrados por la iglesia de Cristo, son necesarios para la salvación que buscaba. Aprendió que, mediante Jesucristo, todos menos unos pocos serán salvos en un grado de salvación y en un reino de gloria, y que quienes guarden la ley celestial llegarán a ser como Dios. Aprendió que aquellos que habrían recibido el evangelio en la mortalidad si hubieran tenido la oportunidad, serán tratados como si lo hubieran hecho y heredarán la gloria celestial. De manera similar, aprendió que todos los niños pequeños que mueren también serán salvos en el reino celestial.

A través de estas visiones, José Smith contempló la grandeza del Salvador y del plan de salvación de Dios. Vio que Jesucristo salva prácticamente a todos. Salva a los santos e incluso a los pecadores que eventualmente se arrepienten, a individuos y familias, a vivos y muertos, a jóvenes y ancianos. Vio que la Expiación de Jesucristo en verdad es infinita y eterna. Estas visiones nos invitan a ver estas cosas también. A través de los ojos del Profeta José Smith, podemos vislumbrar nuestra salvación y ver cuán grande es nuestro Dios y cuán asombroso es nuestro Salvador.

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