Educador Religioso Vol. 26 Núm. 2 · 2025

Cambiados… así como por el Espíritu del Señor

Robert Erickson


RESUMEN: Reconocer y seguir la influencia del Espíritu es quizás la habilidad más importante que podemos desarrollar en esta vida. Lamentablemente, a menudo se malinterpreta y se explica de manera ambigua. La misión principal del Espíritu Santo no es un abrazo momentáneo para consolarnos ni decirnos qué hacer dándonos pensamientos. Su obra y gloria es la misma que la de nuestro Padre Celestial y Salvador: llevar a cabo nuestra salvación y exaltación, o en otras palabras, ayudarnos a llegar a ser como ellos son. Las Escrituras muestran que profetas a lo largo de milenios, geografías, culturas e idiomas hacen referencia a las mismas características de la Deidad para describir sus experiencias con el Espíritu Santo—a saber, amor, rectitud, conocimiento, fortaleza y paz. El Espíritu Santo nos imbuye con las características de nuestro Dios.

PALABRAS CLAVE: Espíritu Santo, Espíritu, Trinidad, fruto del Espíritu


Photo of a young woman praying

En su primera conferencia general como Presidente de la Iglesia, el presidente Russell M. Nelson proclamó:

“En los días venideros, no será posible sobrevivir espiritualmente sin la influencia guiadora, directiva, consoladora y constante del Espíritu Santo.”

En nuestra devoción y sinceridad por seguir al profeta de Dios, y más específicamente a nuestro Salvador, con frecuencia respondemos a esta exhortación preguntándonos: “Sí, pero ¿cómo reconozco cuándo estoy siendo dirigido o influenciado por el Espíritu Santo?” La pregunta no es tanto cómo ponernos en una mejor posición para tener su compañía, sino cómo podemos reconocer su amorosa presencia con la misma certeza con la que reconocemos el rostro de nuestra madre, padre o cónyuge. ¿Cómo sabemos que es la voz del Pastor?

El evangelio de Jesucristo está fundado en el principio de la revelación personal. Esta dispensación comenzó con un joven sincero que hizo una pregunta a Dios y recibió una respuesta de Él. Nuestros testimonios personales y nuestra conversión final se basan en nuestra capacidad de recibir igualmente un testimonio divino de la verdad. Junto con la expresidenta general de la Sociedad de Socorro, Julie B. Beck, afirmo que “la capacidad de calificar, recibir y actuar conforme a la revelación personal es la habilidad más importante que se puede adquirir en esta vida.” Después de todo, no podemos conocer las cosas de Dios—including la divinidad de Cristo, el origen divino del Libro de Mormón y el llamamiento divino de los profetas modernos—a menos que escuchemos, reconozcamos y sigamos su voz (1 Corintios 2:11).

Siendo esto así, ¿por qué nos resulta difícil explicar claramente la influencia del Espíritu Santo cuando está con nosotros? Mi fiel madre, que ahora está en sus setenta años, recientemente dijo: “No he sentido al Espíritu Santo tantas veces en mi vida.” Esto me partió el corazón—no porque fuera cierto, sino porque durante décadas había estado buscando las señales equivocadas. Me asombra que se haya mantenido fiel tanto tiempo con la percepción de haber experimentado tan poca interacción con el Espíritu Santo.

¿Qué hay de nuestros jóvenes, que más que nunca en la historia del mundo están siendo bombardeados con verdades a medias, sofismas, desinformación y falsedades? ¿Cómo podemos nosotros, como sus mentores, presumiblemente más maduros espiritualmente, explicar sin ambigüedades cómo reconocer la influencia del Espíritu Santo?

Aun usando sinceramente lenguaje escritural como “arder en el pecho” y “paz,” junto con descripciones modernas tales como “latido fuerte,” “escalofríos,” y la frase tan escuchada “Todos sienten al Espíritu de manera diferente,” podemos dejar a nuestros jóvenes sedientos de una comprensión más clara de la influencia del Espíritu Santo. Para ser claros, no estoy sugiriendo que estas descripciones sean incorrectas, sino que sin una explicación más profunda y la adición de un lenguaje “claro y precioso,” podemos dejar a los jóvenes pensando que nunca han sido influenciados por el Espíritu o que han “sentido” al Espíritu cuando en realidad era solo emoción, alivio u otro sentimiento.

El élder Dallin H. Oaks reconoció la necesidad de mayor claridad cuando añadió una explicación a la frase “arder en el pecho”:

“¿Qué significa un ‘arder en el pecho’? ¿Debe ser una sensación de calor físico, como el producido por la combustión? Si ese fuera el significado, yo nunca he tenido un ardor en el pecho. Seguramente, la palabra ‘arder’ en esta escritura significa un sentimiento de consuelo y serenidad. Ese es el testimonio que muchos reciben. Así es como funciona la revelación.”

Con ese trasfondo, mi objetivo aquí es ayudar a los jóvenes, adultos jóvenes y a nosotros mismos a disfrutar de una mayor medida de la compañía del Espíritu Santo. Comienzo identificando indicadores claros, relacionables y confiables, junto con el lenguaje de las Escrituras, que describen las diversas operaciones y efectos del Espíritu. También reviso el fruto del Espíritu y los agrupo en cinco temas comprensibles. Luego, aclaro la misión divina del Espíritu Santo y exploro la prevalencia de su influencia en la vida de quienes honran sus convenios. Después, analizo cómo la promesa del convenio de “tener siempre su Espíritu con [nosotros]” (Doctrina y Convenios 20:70) es más literal y transformadora de lo que solemos reconocer. Mi esperanza es que esta información y este enfoque ayuden a preparar a los miembros, jóvenes y mayores, para sobrevivir espiritualmente en los días venideros al reconocer con mayor confianza que el Espíritu Santo siempre puede estar con nosotros cuando honramos nuestros convenios.

Reconocer la influencia del Espíritu Santo

Para comenzar, me gustaría guiarles a través de un ejercicio escritural que he hecho muchas veces con estudiantes. Primero, pídales que enumeren todas las maneras en que han descrito, o han escuchado describir, la influencia del Espíritu Santo. Lo más probable es que reciba respuestas que mencionen un ardor en el pecho, otros sentimientos edificantes (paz, consuelo, calma, calor, felicidad, emoción, gozo, ser conmovido hasta las lágrimas), una voz apacible y delicada, un corazón palpitante, un abrazo al corazón, escalofríos y la frase común de que cada persona siente al Espíritu Santo de manera diferente.

Esa lista ofrece una excelente oportunidad para discutir las limitaciones de muchos de nuestros descriptores tradicionales. Por ejemplo, invitan a preguntas como las siguientes:

  • ¿Qué significa exactamente sentir un ardor en el pecho? ¿Es una sensación literal de calor, o esta frase es también una metáfora de una conmoción del “corazón”?
  • ¿Cuál es la diferencia entre una paz interior derivada del Espíritu y el alivio que sientes cuando terminas un examen importante o encuentras tus llaves perdidas?
  • ¿Cómo se diferencian los escalofríos del Espíritu Santo de los escalofríos que sientes cuando tu estrella de rock favorita sale al escenario?

El propósito de esta línea de preguntas y de la discusión posterior no es debilitar la confianza de los estudiantes en sus testimonios degradando lo que pensaban que era el Espíritu Santo. Más bien, es establecer la importancia de madurar en una comprensión adecuada del Espíritu Santo y de su función, y desarrollar una forma clara y comprensible de ayudarnos mutuamente a reconocer con confianza “la influencia guiadora, directiva, consoladora y constante del Espíritu Santo.”

Con esta base establecida, es momento de acudir a las Escrituras para el siguiente paso del ejercicio. Durante milenios y a lo largo de culturas, idiomas y geografías, los profetas han usado cientos de sustantivos, verbos y adjetivos para describir sus experiencias personales con el Espíritu Santo.

Dado que no tenemos espacio para recorrer todo el ejercicio aquí, lo describiré y proporcionaré el resultado. Sin embargo, recomiendo encarecidamente que intente este ejercicio por su cuenta y que guíe a los alumnos a través del proceso de aprendizaje.

1. Haga que los alumnos lean cada una de las 17 escrituras en negritas que aparecen al final de este artículo; se enumeran más de 50 escrituras en ese apéndice, pero he descubierto que son demasiadas para cubrir en una clase de una hora.

2. Para cada escritura, haga que la clase identifique las influencias del Espíritu Santo.
Registre todas esas influencias (o frutos del Espíritu) en una lista larga. Si un atributo del Espíritu se repite, coloque una marca junto a él en su lista para ver cuántas veces se menciona.

A este punto del ejercicio, debería tener una lista extensa. Si lee las 58 escrituras (la lista es más larga aún, pero repite muchos pasajes en diferentes categorías), debería tener una lista de alrededor de 97 descriptores únicos. Si lee solamente los 17 pasajes en negritas, su lista será más pequeña, pero aún significativa. Sin duda, tener 97 maneras basadas en las Escrituras para describir la influencia del Espíritu Santo puede resultar abrumador y confuso. Si a esa lista añadimos la infinidad de descriptores modernos, no es de extrañar que nos resulte difícil describir esta interacción divina eternamente importante de una manera clara y preciosa. Así que no nos detengamos aquí.

3. Después de leer todas las escrituras y enumerar todos los atributos o frutos del Espíritu, haga que la clase agrupe la lista en cinco temas.

Este ejercicio puede parecer tedioso, pero se produce una conexión fundamental a medida que los alumnos adquieren experiencia con las Escrituras y se sienten dueños del resultado. Para ayudar en este proceso, he proporcionado una agrupación temática a partir de la lista de 17 escrituras que aparece al final de este artículo.

Habiendo hecho este ejercicio muchas veces con los estudiantes, descubrí que los atributos del Espíritu Santo descritos en las Escrituras encajan en cinco categorías o temas: los profetas describen experimentar

  1. un aumento en el amor hacia sí mismos y hacia los demás;
  2. un deseo magnificado de ser buenos y de estar rodeados de cosas buenas;
  3. ser enseñados cosas nuevas y recordados de cosas antiguas, además de recibir una perspectiva ampliada;
  4. ser llenos de una confianza serena en sus decisiones y en la dirección de sus vidas; y
  5. ser fortalecidos con poder adicional para seguir viviendo como discípulos y permanecer en la senda del convenio.

Estos cinco atributos del Espíritu—amor, rectitud, conocimiento, paz y poder—pueden combinarse para testificar que el Espíritu Santo es nuestro compañero y guía nuestras vidas.

La belleza de una lista más pequeña de influencias del Espíritu Santo, como la que ofrezco aquí, es que está enfocada y es más fácil de asimilar—y por lo tanto “clara y preciosa.” Con este enfoque podemos ayudar a nuestros jóvenes, de manera clara y eficaz, a aprender a identificar y así apreciar más plenamente la influencia del Espíritu Santo en sus vidas.

Amor

“… la visitación del Espíritu Santo, el cual Consolador llena de esperanza y de perfecto amor.” — Moroni 8:26

Todos sabemos lo que se siente al tener un mayor deseo por el bienestar de otra persona: desear genuinamente lo mejor para un amigo, un familiar o incluso un desconocido. Hemos experimentado momentos en los que tenemos una apreciación más profunda de quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser a la luz de nuestro potencial divino. Hemos disfrutado de instantes de claridad que nos permiten mirar más allá de las debilidades y faltas de los demás o de nosotros mismos, reconocer las cualidades maravillosas que todos poseemos y sentir entusiasmo por nuestro potencial ilimitado si simplemente vivimos dentro de los límites que el Señor ha establecido. También hemos sido llenos de una gratitud abrumadora hacia nuestro Padre Celestial y nuestro Salvador, y hemos sido inspirados con un deseo creciente de acercarnos más a Ellos.

El presidente Ezra Taft Benson enseñó lo siguiente sobre las influencias refinadoras del Espíritu Santo:

El Espíritu Santo hace que nuestros sentimientos sean más tiernos. Nos sentimos más caritativos y compasivos los unos con los otros. Somos más calmados en nuestras relaciones. Tenemos una mayor capacidad de amarnos mutuamente. Las personas quieren estar cerca de nosotros porque nuestro mismo semblante irradia la influencia del Espíritu. Somos más semejantes a Dios en nuestro carácter. Como resultado, nos volvemos cada vez más sensibles a las impresiones del Espíritu Santo y, por lo tanto, capaces de comprender las cosas espirituales con mayor claridad.

Rectitud

“… el Espíritu del Señor Omnipotente, el cual ha efectuado en nosotros, o en nuestros corazones, un poderoso cambio, de modo que ya no tenemos más disposición a hacer lo malo, sino a hacer lo bueno continuamente.” — Mosíah 5:2

La vida está llena de pruebas y desafíos. Algunos de ellos tienen su raíz en cómo respondemos a nuestros propios pensamientos y deseos internos: ira, celos, enemistad, temor, pereza, lujuria, y así sucesivamente. Sin embargo, todos hemos tenido momentos en los que esas trampas comunes parecen perder su poder y somos llenos de un deseo abarcador de simplemente ser buenos, hacer el bien y estar rodeados de cosas buenas y de buenas personas. Es como si un baño cálido de bondad fluyera sobre nosotros y dentro de nosotros, limpiándonos de una capa de impureza terrenal desde adentro hacia afuera. Nuestros deseos (nuestros corazones) son transformados, y no tenemos apetito por hacer nada malicioso o indebido, sino por hacer lo bueno de manera continua. Nuestra misma naturaleza ha cambiado.

José Smith se apareció a Brigham Young en un sueño y le dio este consejo:

“Ellos [los hermanos] pueden distinguir al Espíritu del Señor de todos los demás espíritus; … este quitará la malicia, el odio, las contiendas y toda maldad de sus corazones; y todo su deseo será hacer el bien, promover la rectitud y edificar el reino de Dios. Diles a los hermanos que si siguen al Espíritu del Señor, irán por el camino correcto… Diles al pueblo que se asegure de mantener el Espíritu del Señor y seguirlo, y este los guiará correctamente.”

Conocimiento

“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.” — Juan 14:26

Con la abrumadora cantidad de información que circula en las nubes y que es accesible en milisegundos desde nuestros dispositivos “inteligentes”, el conocimiento factual se ha vuelto común. Por lo tanto, se recibe con poca gratitud y aún menos edificación. Aunque todos hemos experimentado el aprendizaje, no debemos confundirlo con la infusión de pura inteligencia que penetra en nuestra mente y en nuestro corazón cuando nuestro Padre nos habla por medio del Espíritu Santo.

Reconocemos esta transferencia divina de inteligencia porque, a diferencia del conocimiento destructivo del adversario o de los hechos vacíos del mundo, siempre viene acompañado de los otros atributos del Espíritu. Hay una paz reconfortante mientras nuestro conocimiento aumenta, nuestra capacidad de hacer y ser buenos crece, y somos llenos del amor necesario para edificar a quienes nos rodean.

El conocimiento puede ser grande o pequeño, específico o general. Puede ser algo nuevo o un recordatorio de algo que ya habíamos aprendido. Sabemos lo que se siente al recibir lo que el Profeta José Smith llamó “pura inteligencia”, acompañada de paz, amor, bondad y fortaleza. Él aclaró lo que significa experimentar este atributo del Espíritu:

“Una persona puede sacar provecho al notar la primera insinuación del espíritu de revelación; por ejemplo, cuando sientas que pura inteligencia fluye hacia ti, puede darte repentinos destellos de ideas que, al notarlas, podrás ver cumplirse ese mismo día o pronto; es decir, aquellas cosas que fueron presentadas a tu mente por el Espíritu de Dios se cumplirán, y así, al aprender a reconocer al Espíritu de Dios y entenderlo, podrás crecer en el principio de revelación hasta llegar a ser perfecto en Cristo Jesús.”

Paz

“Sí, y aconteció que el Señor nuestro Dios nos visitó con la seguridad de que nos libraría; sí, de tal manera que habló paz a nuestras almas.” — Alma 58:11

Hemos experimentado momentos de confianza serena cuando, sin tener un panorama completo de por qué, sabemos que todo estará bien. Debido a que está acompañada de amor, esta no es una arrogancia autosuficiente, sino una seguridad interior de que estamos en el lugar correcto o dirigidos hacia la dirección correcta. En estos momentos de paz, estamos conformes con quienes somos, y por lo tanto no estamos preocupados por compararnos con los demás; únicamente deseamos lo mejor para ellos.

El presidente James E. Faust nos dio una mayor claridad sobre la paz otorgada por el Espíritu Santo:

“Creo que el Espíritu del Espíritu Santo es el mayor garante de la paz interior en nuestro mundo inestable. Puede expandir más la mente y darnos un mejor sentido de bienestar que cualquier sustancia química o terrenal. Calmará los nervios; llevará paz a nuestras almas. Este Consolador puede estar con nosotros mientras procuramos mejorar. Puede funcionar como una fuente de revelación para advertirnos de peligros inminentes y también ayudarnos a evitar cometer errores. Puede realzar nuestros sentidos naturales para que podamos ver más claramente, oír más agudamente y recordar lo que debemos recordar. Es una manera de maximizar nuestra felicidad.”

Poder/Fortaleza

“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder.” — 2 Timoteo 1:7

Por medio del poder habilitador de Cristo, encontramos fortaleza en el Espíritu, al menos en parte como el resultado de la paz, el amor, el deseo de hacer el bien y el conocimiento que Él nos da. Cuando experimentamos estos atributos divinos del Espíritu, somos fortalecidos para continuar en el camino correcto. Esta fortaleza divina a menudo se describe como una renovación de nuestros cuerpos. A medida que nuestra perspectiva, confianza y conocimiento son renovados, somos llenos de esperanza y hallamos fortaleza adicional para sobrellevar las cargas de esta vida.

Este no es el poder dominante que el mundo busca. Es un poder que emana de la Deidad (Doctrina y Convenios 121:41–42). Es un poder fundado en un amor creciente por los demás y por nosotros mismos, en una confianza tranquila y una seguridad creciente de que todo estará bien, y en un deseo mayor de todo lo que es bueno, puro y recto.

Al hablar de los efectos del Espíritu Santo, el apóstol Pablo mencionó el don de la fe (1 Corintios 12:9). El presidente Lorenzo Snow ofreció el siguiente comentario:

“Esta fue la clase de fe [un principio de poder] que el Espíritu Santo confería a quienes la poseían, habilitando a su poseedor para permanecer en medio de toda dificultad, desafiar toda oposición y dar su vida, si fuese necesario, por la causa que había adoptado. Había un poder inspirador omnipotente en esta fe, dado por el Señor mediante el Espíritu Santo, que ningún otro principio podía comunicar.”

La misión divina del Espíritu Santo

Debemos reconocer que no estoy sugiriendo que solo existan cinco atributos del Espíritu. Hay otros, como lo indica la larga lista de escrituras a la que ya se ha hecho referencia. Sin embargo, sí sugiero que esos cinco atributos —amor, rectitud, conocimiento, paz y poder— de manera constante y unida testifican que Dios está con nosotros. Como los colores primarios, estos atributos pueden combinarse para formar todos los sentimientos y deseos buenos y rectos. Así como mezclamos rojo y azul para hacer púrpura, y rojo y amarillo para hacer anaranjado, cuando un aumento en el amor se combina con un aumento en la paz, el conocimiento, el deseo de hacer el bien y el poder, nuestros corazones se ablandan y somos llenos de gozo, esperanza, mansedumbre, humildad, escalofríos, entusiasmo, gratitud y una infinidad de otros atributos edificantes.

Esto nos lleva a una poderosa conclusión de este ejercicio: ¿A quién conocemos que es Todo Amor, Todo Rectitud, Todo Conocimiento, Todo Poder y perfectamente en paz con quien es?

En Moisés 1:39 aprendemos que la obra y la gloria de Dios es llevar a cabo la “inmortalidad y la vida eterna” de Sus hijos. Esto no es solamente vida con Dios. Es una vida como la de Dios, siendo Sus herederos (y “coherederos con Cristo”) y estando plenamente completos y “recibi[endo] de su plenitud” (Romanos 8:17; Doctrina y Convenios 93:19–20; Mateo 5:48, nota al pie b; 3 Nefi 12:48). Dios no desea nada más ni nada menos que darnos todo lo que Él tiene (Doctrina y Convenios 84:38) porque, al estar ligados a Él mediante convenios, estamos firmemente en el camino de llegar a ser todo lo que Él es.

Como el tercer miembro de la Trinidad, el Espíritu Santo participa en llevar a cabo la obra y la gloria de nuestro Padre Celestial. Aunque las Escrituras hablan de la función del Espíritu Santo como el Consolador, Su papel divino no consiste solamente en darnos un abrazo cuando nos sentimos desanimados, ni en convertirnos en criaturas para ser “actuadas” (2 Nefi 2:14) al dictarnos lo que debemos hacer.

Cuando el Espíritu Santo está con nosotros, nos imbuye de las características de nuestro Salvador. Ese es Su llamamiento divino y nuestra bendición eterna. Se ha vuelto costumbre hablar de la influencia del Espíritu Santo en términos de cómo nos hace sentir o qué pensamientos nos inspira. Sin embargo, es más apropiado reconocer Su presencia por lo que nos ayuda a llegar a ser. Cuanto más sea nuestro compañero el Espíritu Santo, más desarrollamos y refinamos nuestro carácter divino y más recibimos todas las bendiciones que nuestro Padre tiene reservadas para nosotros. El mismo Salvador enseñó este principio: “Y éste es el mandamiento: Arrepentíos, todos los extremos de la tierra, y venid a mí y sed bautizados en mi nombre, para que seáis santificados por la recepción del Espíritu Santo, a fin de que seáis presentados sin mancha ante mí en el postrer día” (3 Nefi 27:20).

Seguir leyes eternas

También se ha vuelto costumbre hablar de la influencia del Espíritu Santo en términos de muchos frutos distintos, como: “Cuando el Espíritu Santo está conmigo, siento paz” o “Cuando el Espíritu Santo está conmigo, siento gozo”. Aunque estas afirmaciones son verdaderas, están incompletas. Las características de nuestro Salvador no son mutuamente excluyentes. Por el contrario, el amor, la paz, el conocimiento, el deseo de hacer el bien y el poder divino son bendiciones inseparables que fluyen del Espíritu Santo.

Es cierto que cada vez que el Espíritu está con nosotros, uno o dos de estos atributos pueden ser más prominentes y reconocibles que los demás. Sin embargo, si estamos quietos y prestamos atención a nuestros deseos, notaremos que otros atributos de Cristo también están presentes cuando el Espíritu Santo está con nosotros. Es un paquete completo, lo cual tiene sentido, ya que el Espíritu Santo nos imbuye con las características de Cristo. Además, tener múltiples testimonios de la influencia del Espíritu Santo está en armonía con la ley de los testigos del Señor.

En ocasiones, el Espíritu Santo puede inundar nuestra mente con pura inteligencia, ya sea enseñándonos algo nuevo, recordándonos cosas que habíamos olvidado o enfatizando un matiz de un principio ya conocido. Este conocimiento viene acompañado de una seguridad pacífica de su fuente divina y puede encender en nosotros un amor creciente por nuestro Padre Celestial, un deseo de mejorar nuestra vida o la de los demás, y la motivación y el poder para llevar a cabo el cumplimiento de la revelación.

En otras ocasiones, el Espíritu Santo puede llenar nuestras almas con una confianza serena en un momento de necesidad de que todo estará bien, aun cuando no se nos dé un conocimiento específico de cómo sucederá en ese momento. Esta paz se apoya en una sutil gratitud y amor por nuestro Padre y nuestro Salvador, y en un deseo de permanecer más cerca de Ellos. Mientras tanto, estos atributos en conjunto ensanchan nuestro corazón y renuevan nuestro cuerpo con esperanza, de modo que las cargas sobre nuestra espalda se vuelven lo suficientemente ligeras como para darnos fuerzas de dar unos pasos más en una situación que, de otro modo, sería abrumadora.

Sin importar qué atributos del Espíritu Santo se destaquen, los atributos de amor, paz, conocimiento, bondad y poder dan testimonio los unos de los otros y confirman la realidad divina.

Comprender que el Espíritu Santo, el “testigo de los testigos”, sigue la ley de los testigos nos ayuda a evitar sendas extrañas (2 Nefi 31:18). Después de todo, si en mi deseo de reconocer la influencia del Espíritu Santo busco solamente uno de Sus atributos, puedo ser engañado con mayor facilidad que si estoy preparado para reconocer varios de ellos. Por ejemplo, quizás siento alivio al resolver una disonancia cognitiva al abandonar la Iglesia, y confundo esa emoción con la paz del Espíritu. O si me enfoco únicamente en el conocimiento como fruto del Espíritu, puedo llegar a confundir algo ingenioso, pero doctrinalmente incorrecto, con revelación. Tales confusiones pueden ocurrir fácilmente. Pero si esa paz o ese conocimiento van acompañados de otros frutos del Espíritu y características de nuestro Salvador —es decir, un deseo de hacer el bien, amor y fortaleza— podemos saber con mayor confianza que provienen de una fuente divina.

El apóstol Pablo enseñó este principio en el lenguaje que utilizó en sus cartas a los Gálatas y a los Efesios: “el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” y “el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad” (Gálatas 5:22–23; Efesios 5:9). Obsérvese que antes de enumerar múltiples atributos que el Espíritu desarrolla en nosotros, Pablo establece que el “fruto… es” y no “los frutos… son”. Al usar la forma singular de fruto (karpós en griego), Pablo quizá está sugiriendo que estas características de Cristo están circunscritas en un todo, en lugar de ser “frutos” separados y distintos sin interconexión, como comúnmente los vemos.

Prevalencia de la misión del Espíritu Santo

El patrón de que nuestro Salvador imbuya a los fieles con Sus características por medio del Espíritu Santo es frecuente en las Escrituras. Aunque los profetas han registrado sus experiencias con la Deidad en diferentes tiempos, lugares y contextos culturales y lingüísticos, un hilo común las atraviesa a todas. Por ejemplo, la concesión de amor, paz, rectitud, conocimiento y poder se observa en la revelación de José Smith en la cárcel de Liberty (Doctrina y Convenios 121:45–46), en la definición de la caridad de Pablo (1 Corintios 13:4–7) y su descripción de la armadura de Dios (Efesios 6:14–17), en la expresión de los deseos de Abraham (Abraham 1:2), en la experiencia sagrada de Enós mientras cazaba (Enós 1:5–19), en la confusión de Sherem por parte de Jacob y la influencia que tuvo sobre el pueblo (Jacob 7:21–25), y en la oración de Alma al presenciar la práctica de adoración de los zoramitas (Alma 31:30–35). Un ejemplo reciente es el mensaje del élder Alexander Dushku en la conferencia general de abril de 2024:

Y, sin embargo, cada uno de nosotros es diferente. No hay dos personas que experimenten la luz y la verdad de Dios de la misma manera. Tómate un tiempo para pensar en cómo experimentas tú la luz y el Espíritu del Señor.

Tal vez hayas experimentado esos destellos de luz y testimonio como “paz [hablada] a tu mente con respecto a [un] asunto” que te preocupaba.

O como una impresión —una voz apacible y delicada— que se asentó “en tu mente y en tu corazón” y te impulsó a hacer algo bueno, como ayudar a alguien.

Quizá hayas estado en una clase en la Iglesia —o en un campamento de jóvenes— y sentido un fuerte deseo de seguir a Jesucristo y permanecer fiel. Tal vez incluso te pusiste de pie y compartiste un testimonio que esperabas fuera verdadero, y luego sentiste que lo era.

O tal vez estabas orando y sentiste una gozosa seguridad de que Dios te ama.

Quizá escuchaste a alguien testificar de Jesucristo, y eso tocó tu corazón y te llenó de esperanza.

Tal vez estabas leyendo en el Libro de Mormón y un versículo habló a tu alma, como si Dios lo hubiera puesto allí solo para ti —y luego te diste cuenta de que así fue.

Puede que hayas sentido el amor de Dios por los demás al servirles.

O tal vez luchas por sentir el Espíritu en el momento debido a la depresión o la ansiedad, pero tienes el don precioso y la fe para mirar atrás y reconocer las pasadas “tiernas misericordias del Señor”.

Mi punto es que hay muchas maneras de recibir rayos celestiales de testimonio. Estos son solo algunos ejemplos, por supuesto.

¿Notaste las características de nuestro Salvador y nuestra lista de cinco atributos del Espíritu en cada ejemplo que dio el élder Dushku? Aquí están:

Amor
“Puede que hayas sentido el amor de Dios por los demás al servirles.”

Paz
“Tal vez hayas experimentado esos destellos de luz y testimonio como ‘paz [hablada] a tu mente con respecto a [un] asunto’ que te preocupaba.”

Rectitud
“O como una impresión —una voz apacible y delicada— que se asentó ‘en tu mente y en tu corazón’ y te impulsó a hacer algo bueno, como ayudar a alguien.”
“Quizá hayas estado en una clase en la Iglesia —o en un campamento de jóvenes— y sentido un fuerte deseo de seguir a Jesucristo y permanecer fiel.”

Conocimiento
“Tal vez incluso te pusiste de pie y compartiste un testimonio que esperabas fuera verdadero, y luego sentiste que lo era. O tal vez estabas orando y sentiste una gozosa seguridad de que Dios te ama.”
“Quizá estabas leyendo en el Libro de Mormón y un versículo habló a tu alma, como si Dios lo hubiera puesto allí solo para ti —y luego te diste cuenta de que así fue.”
“Tal vez luchas por sentir el Espíritu en el momento debido a la depresión o la ansiedad, pero tienes el don precioso y la fe para mirar atrás y reconocer las pasadas ‘tiernas misericordias del Señor’.”

Poder

“Tal vez hayas escuchado a alguien testificar de Jesucristo, y eso tocó tu corazón y te llenó de esperanza.”

Además de enseñar que las características de Dios se magnifican en nosotros por medio del Espíritu Santo, el mensaje del élder Dushku resalta un punto muy importante. Se ha vuelto común decir: “Cada persona siente el Espíritu de manera diferente.” Al igual que la frase “arder en el pecho” que el élder Oaks reconoció que necesitaba aclaración, esta frase también es verdadera en el contexto adecuado. Aun así, si se deja sin aclarar, puede no ser de ayuda para quienes buscan aprender cómo obra el Espíritu Santo. Por ejemplo, en nuestros intentos de explicar su funcionamiento, podríamos, sin querer, abrir la puerta a la idea de que “todo vale”: cosas como escalofríos, entusiasmo, alivio o una idea convincente que puede o no provenir del Espíritu Santo. Nuestro Padre Celestial no es un impresionista cósmico; Él no crea una voz para ti y otra distinta para mí. Cuando el Señor dice: “Mis ovejas oyen mi voz, . . . y me siguen” (Juan 10:27), se refiere a una sola voz unificadora, aunque sea percibida de diferentes maneras.

Dado que la frase aislada “Cada persona siente el Espíritu de manera diferente” puede dejar a algunos estudiantes sin edificación y con incertidumbre, conviene replantearla para dar mayor contexto. He encontrado útil decir: “El Espíritu Santo desarrolla nuestras características divinas a través de muchas experiencias según nuestras circunstancias.” Por ejemplo, algunas personas reciben conocimiento mediante visiones, mientras que otras lo reciben a través de impresiones o de escuchar una voz audible. Sin importar el medio, el conocimiento es recibido. Algunos aumentan en rectitud a través de su deseo de servir en una misión, mientras que otros lo hacen al disminuir en ellos la tentación. Sea cual sea la naturaleza de un deseo justo, el anhelo general de hacer el bien y ser buenos se magnifica. Como ejemplo final, algunos crecen en amor fraternal al estar dispuestos a ayudar a su prójimo, y otros lo experimentan mediante una disminución del impulso de juzgarse a sí mismos y a los demás. El punto aquí es que, sin importar el enfoque específico de nuestro amor, en nosotros florece una mayor compasión por el bienestar de los demás.

Este principio se ve en el mensaje del élder Dushku. Aunque hay diferentes experiencias con el Espíritu Santo y por medio de Él, las características subyacentes de Cristo o el fruto del Espíritu están presentes en cada una. Dicho de otra manera, el instrumento que Dios usa puede variar, pero la melodía subyacente sigue siendo la misma. Nuestro Salvador, Todo Amoroso, Todo Conocedor, Todo Justo y Todopoderoso, cultiva Sus características en nosotros mediante el Espíritu Santo. Cuando el Espíritu Santo es nuestro compañero, llegamos a ser un poco más como Cristo, luego un poco más, y luego un poco más, hasta que un día “nuestros cuerpos serán llenos de luz” y nos encontraremos plenamente completos como Cristo, quien es la Luz (Doctrina y Convenios 6:21; 93:2). A pesar de sus diferentes experiencias, debemos ayudar a nuestros jóvenes a buscar y seguir las características inmutables de Cristo que les son dadas por medio del Espíritu Santo.

Alcanzar nuestro Potencial Divino al Tener Siempre Su Espíritu con Nosotros

Gracias al poder transformador de nuestro Salvador, la relación de convenio inicial que hacemos con Él mediante el bautismo y la confirmación es eternamente fundamental y poderosa. Somos bendecidos con la promesa de tener siempre Su Espíritu con nosotros al honrar estos convenios. Nuestros deseos, conducta y carácter se vuelven cada vez más semejantes a los de Cristo a medida que pasamos por un proceso de conversión y refinamiento descrito por Abraham:

“Al descubrir que había mayor felicidad, paz y reposo para mí, procuré las bendiciones de los padres, y también el derecho a ser ordenado para administrar las mismas; habiendo sido yo mismo un seguidor de la rectitud, deseando también ser alguien que poseyera gran conocimiento, y ser un mayor seguidor de la rectitud, y poseer un mayor conocimiento, y ser padre de muchas naciones, príncipe de paz, y deseando recibir instrucciones y guardar los mandamientos de Dios, llegué a ser un heredero legítimo, un Sumo Sacerdote, poseedor del derecho que corresponde a los padres” (Abraham 1:2).

Para ayudar a nuestros jóvenes a reconocer la influencia del Espíritu Santo de manera más constante y segura en sus vidas, deben llegar a ver su influencia en su propio proceso de llegar a ser como Cristo y alcanzar su potencial divino. Deben aprender a acoger la influencia transformadora del Espíritu Santo en lugar de distraerse tratando de identificar el origen de pensamientos o sentimientos momentáneos. El élder David A. Bednar ha compartido un consejo útil en este sentido:

“A menudo nos ponemos las cosas difíciles para recibir revelación personal. Con esto quiero decir que una promesa del convenio es que, si honramos nuestros convenios, siempre podemos tener al Espíritu Santo como nuestro compañero constante. Pero hablamos de ello y lo tratamos como si escuchar la voz del Señor por medio de Su Espíritu fuera un evento raro. . . . No deberíamos estar tratando de reconocerlo cuando viene; deberíamos estar reconociendo qué es lo que hace que se retire. Debería estar con nosotros todo el tiempo. No cada nanosegundo. . . . No tienes que ser perfecto, pero si tú y yo estamos haciendo lo mejor posible y no estamos cometiendo transgresiones graves, entonces podemos contar con que el Espíritu Santo nos guíe. Creo que a veces empezamos en desventaja al pensar: ‘Tengo que prepararme para reconocerlo’, cuando en realidad debería estar allí todo el tiempo.

En segundo lugar, creo que en la cultura de la Iglesia, especialmente en el mundo occidental, tendemos a creer que el Espíritu Santo es dramático, grande y repentino, cuando en realidad es apacible, pequeño e incremental con el tiempo, y que no es necesario reconocer que uno está recibiendo revelación en el mismo momento en que la está recibiendo. Y así, debido a que pensamos que tiene que ser algo grande y que debo saberlo, tenemos todas estas ideas que creo son exactamente lo opuesto de lo que realmente ocurre cuando recibimos revelación”.

La compañía del Espíritu Santo ciertamente no es un “evento raro”, y no debe ser una relación ambigua. La promesa del convenio es que siempre podamos tener Su Espíritu con nosotros. Si honramos nuestro convenio con Cristo, el Espíritu Santo siempre nos está transformando. Línea por línea, gracia sobre gracia, crecemos hasta alcanzar la plenitud del Señor (Doctrina y Convenios 93:20–28; 98:12). Esto ocurre cuando el Espíritu Santo infunde en nosotros las características divinas de nuestro Dios y Salvador.

El rey Benjamín y Pablo resumen esta sublime verdad de la transformación divina en Cristo mediante el apoyo del Espíritu Santo:

“El hombre natural es enemigo de Dios, y lo ha sido desde la caída de Adán, y lo será para siempre jamás, a no ser que ceda a los atractivos del Espíritu Santo, y se despoje del hombre natural y se haga santo por la expiación de Cristo el Señor” (Mosíah 3:19).

“Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:18).

Que todos podamos estar mejor preparados para sobrevivir espiritualmente al aprender a reconocer y seguir “la influencia constante, guiadora, directora y consoladora del Espíritu Santo” al testificar de lo que Él nos ayuda a llegar a ser.

Apéndice

Esta lista tiene como propósito ser representativa, no exhaustiva. Las escrituras en cursiva enumeran múltiples atributos o frutos del Espíritu en varias categorías. Las escrituras en negrita están pensadas para usarse en una clase de una hora.

Amor

  • Gálatas 5:22
  • 2 Timoteo 1:7
  • Romanos 15:13
  • Alma 13:28
  • Alma 58:11
  • Moroni 7:13
  • Moroni 8:26
  • DyC 84:46

Paz

  • Juan 14:26–27
  • Juan 15:26
  • Romanos 15:13
  • Gálatas 5:22
  • Mosíah 4:3
  • Alma 58:11
  • 3 Nefi 11:3
  • Moroni 8:26
  • DyC 6:23
  • DyC 9:8
  • DyC 21:9
  • DyC 35:19
  • DyC 42:16–17
  • DyC 88:3

Conocimiento

  • Lucas 1:67
  • Lucas 12:11–12
  • Juan 14:26–27
  • Juan 15:26
  • Juan 16:13–14
  • Hechos 19:6
  • 1 Corintios 2:11–12
  • 1 Corintios 12:3
  • 2 Pedro 1:20–21
  • 1 Nefi 2:16–17
  • 2 Nefi 21:2
  • Enós 1:10
  • Mosíah 5:2–3
  • Mosíah 24:13–15
  • Alma 12:3
  • Alma 18:16, 35
  • Alma 5:45–46
  • 3 Nefi 19:33
  • Éter 4:11
  • Moroni 7:12–13, 16, 24
  • Moroni 10:5
  • Moroni 10:8–17
  • DyC 6:15
  • DyC 8:1–3
  • DyC 11:12–14
  • DyC 20:27
  • DyC 21:9
  • DyC 35:19
  • DyC 42:16–17
  • DyC 63:41
  • DyC 76:5–10
  • DyC 84:46
  • DyC 100:8
  • DyC 121:26
  • Moisés 5:9–10

Rectitud

  • Juan 16:8, 13–14
  • Efesios 5:9
  • Gálatas 5:22–23
  • 1 Nefi 2:16
  • 2 Nefi 21:2
  • 2 Nefi 31:17
  • Mosíah 4:3
  • Mosíah 5:2–3
  • Mosíah 28:1–4
  • Alma 13:12
  • Alma 13:28
  • Alma 19:33
  • Alma 24:8
  • 3 Nefi 27:20
  • Éter 4:11
  • Moroni 7:12–13, 16, 24
  • DyC 11:12–14
  • DyC 84:33
  • DyC 84:46

Poder

  • Romanos 8:11
  • Romanos 15:13
  • Efesios 1:13
  • Alma 58:11
  • 2 Timoteo 1:7
  • Gálatas 5:22–23
  • 1 Nefi 10:22
  • 2 Nefi 21:2
  • Mosíah 24:13–15
  • Alma 18:35
  • Moroni 8:26
  • Moroni 10:8–17
  • DyC 63:41
  • DyC 84:33

Escrituras adicionales que pueden ayudar a categorizar los atributos del fruto del Espíritu:

  • Mosíah 4:3; Alma 36:19–20 — donde proviene el gozo
  • 1 Corintios 13:4–7 — definición de esperanza, humildad y paciencia
  • Guía para el Estudio de las Escrituras, s.v. “Manso, Mansedumbre”
  • Doctrina y Convenios 93:29, 36–37 — características de la luz

Agrupación sugerida de los frutos del Espíritu identificados en las escrituras en negrita arriba:

Amor

  • Amor
  • Longanimidad
  • Paciencia
  • Esperanza
  • Humildad

Rectitud

  • Mansedumbre
  • Sumisión
  • Templanza
  • Bondad
  • No más disposición a hacer lo malo sino a hacer lo bueno continuamente
  • Santificado
  • No podía mirar el pecado sino con aborrecimiento
  • Dar testimonio
  • Persuade a los hombres a hacer lo bueno
  • Gozo

Conocimiento

  • Mente sana
  • Enseñará todas las cosas
  • Hará recordar todas las cosas
  • Conoce las cosas de Dios
  • Cree en las palabras de Dios y sabe que son verdaderas
  • Grandes visiones de lo por venir
  • Profetizará de todas las cosas
  • Percibir pensamientos
  • Saber que estas cosas son verdaderas

Fuerza/Poder

  • Fe
  • Poder
  • Renovación de sus cuerpos
  • Vivificará vuestros cuerpos mortales
  • La fe no falla
  • Gozo

Paz

  • Paz
  • Consolador
  • Nos visitó con seguridades y paz para nuestras almas
  • Gozo
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